por Fernando  Gómez-Bezares
  Publicado en Signos Universitarios  (Revista de la Universidad del Salvador, Buenos Aires, Argentina), Año XXX,  nº 47, 2.011, págs. 123-138
En los últimos años se  está hablando, escribiendo e investigando profusamente sobre la Responsabilidad   Social de la   Empresa; se entiende que las empresas no sólo deben ser  eficientes en la utilización de los recursos que se ponen a su disposición, y  proporcionar a la sociedad los mejores productos y servicios respecto a su  relación calidad-precio, sino que además han de ser capaces de comportarse como  ciudadanos responsables cuidando del medio ambiente y atendiendo adecuadamente  a todos los colectivos que se relacionan con ellas: accionistas, trabajadores,  directivos, clientes, proveedores, acreedores, sociedad civil, sociedad  política... Debe interpretarse, incluso, que la empresa es también responsable  ante las generaciones futuras, y ha de trabajar por desarrollar un crecimiento  sostenible, que permita mantener e incrementar el bienestar en el futuro (lo  que está muy relacionado con el respeto al medio ambiente, con no agotar los  recursos naturales... y, en general, con trabajar por la sostenibilidad del  sistema).
  Por otro lado pienso que  la reflexión sobre todo lo anterior debemos hacerla desde la perspectiva de una  muy importante crisis que está golpeando la economía mundial desde 2007. Entre  las causas de esta crisis se encuentran, a mi entender, muchos comportamientos  poco éticos que van desde la falta de transparencia a la clara desinformación,  desde la confusión al engaño, o desde la astucia del ventajista al robo.  Actuaciones más éticas hubieran suavizado la crisis. Por otro lado creo que los  comportamientos éticos y las actuaciones consecuentes con la Responsabilidad   Social Corporativa (RSC) son una oportunidad para superar la  actual crisis económica. Este es un tema que llevo trabajando desde hace algún  tiempo, y sobre él versó mi Lección Magistral pronunciada con motivo de mi  investidura como Doctor Honoris Causa por la Universidad del  Salvador de Buenos Aires, el 10 de agosto de 2010, con el título:  “Responsabilidad social corporativa: una respuesta ética a la crisis  económica”; en este artículo voy a desarrollar y actualizar su contenido.
  El resto del trabajo se  organizará como sigue: veremos en el apartado II los fundamentos éticos, en el  III su aplicación en el mercado, y en el IV el objetivo financiero, los  objetivos sociales y el problema de agencia. En el apartado V expondré algunas  ideas para seguir avanzando en el mundo actual, para terminar en el VI con  algunas reflexiones finales.
Siguiendo a Gómez-Bezares  (1991 y 2001) tenemos que reconocer que la economía ha estado ligada a la ética  desde sus orígenes. Tenemos antecedentes en Grecia y, después, en la Escolástica,  mereciendo una especial atención la   Escuela de Salamanca durante los siglos XVI y XVII. Adam  Smith, considerado por muchos el “padre” de la economía moderna, era un profesor  de moral, que antes de escribir su famoso libro “La riqueza de las naciones” en  1776, había escrito “La teoría de los sentimientos morales” en 1759. Tanto por  los citados antecedentes históricos (aunque podríamos exponer muchos más), como  por la realidad actual, no cabe duda de que hay una tradición larga y mantenida  de relación entre la economía y la ética, lo que nos anima a buscar fundamentos  éticos que justifiquen aplaudir ciertas actuaciones y censurar otras.
  Sin duda nos encontramos  ante un tema complejo, interdisciplinar, sobre el que yo llevo bastantes años  exponiendo sucesivas reflexiones, con la esperanza de que sean completadas,  corregidas o incluso superadas por pensadores de mi campo, o de otros campos de  estudio. La primera dificultad con la que me encontré cuando hace más de veinte  años me enfrenté con estos temas es que dentro de la ética conviven  planteamientos muy diversos: ante problemas fundamentales como el respeto a la  vida, la justificación de la violencia o la libre circulación de personas,  tenemos puntos de vista diferentes. Afortunadamente, pienso que en temas  económicos no será tan difícil encontrar el consenso, como expondré a  continuación.
  La economía trata de “la  asignación de recursos escasos para fines excluyentes”, y para tomar estas  decisiones la ética es importante. Una gran mayoría de ciudadanos aceptamos hoy  la existencia de unos derechos fundamentales de los seres humanos, y  suscribimos en líneas generales el modelo de organización social establecido  por las constituciones y principales leyes de los países democráticos. Estos  ordenamientos jurídicos propugnan la libertad  económica, y que ésta debe llevar al bienestar  individual y colectivo dentro de una razonable  igualdad. Esto lo conseguimos con un sistema  de mercado con una mayor o menor  intervención de la autoridad económica, que es lo que vamos a denominar Estado.
  Supuesto que estamos de  acuerdo en este planteamiento básico, podremos valorar éticamente las  diferentes conductas.
La asignación de los  recursos resulta fundamental en la economía, y en nuestro sistema económico  esta asignación se realiza en gran parte en el mercado por un sistema muy  lógico: los bienes relativamente más abundantes serán más baratos y, por lo  tanto, serán más demandados, mientras los más escasos serán menos demandados,  al ser más caros, lo que lleva a una asignación racional. Lo contrario sucede  por el lado de la oferta. Veamos un sencillo ejemplo: supongamos que en  Argentina se produce un importante desarrollo tecnológico, lo que hace que los  ingenieros sean más demandados; dado que los ingenieros se han vuelto  relativamente escasos a causa del aumento de la demanda, subirán sus sueldos,  lo que indicará al mercado que deben contratarse sólo para aquellos trabajos para  los que sus conocimientos sean más imprescindibles (resultan muy caros para  dedicarlos a otras tareas, y las empresas no contratarán ingenieros para tareas  de menos valor añadido, con lo que la asignación se hace correctamente). Además  ingenieros de otros países acudirán a Argentina atraídos por los altos sueldos,  lo que contribuirá a paliar la comentada escasez. Es más, pronto los jóvenes  argentinos se darán cuenta de que los ingenieros se colocan muy bien en su país  y con altos sueldos, lo que hará que aumente el número de estudiantes que  cursan las carreras de ingeniería, y con el tiempo aumentará la oferta de  ingenieros, terminará su escasez y bajarán sus sueldos.
  En todo este proceso hay  que destacar que los individuos han actuado por su propio interés: las empresas  decidieron pagar más a los ingenieros simplemente porque les eran necesarios y  era la forma de atraerlos, esto llevó a otras a prescindir de ellos si no eran  estrictamente necesarios (resultaban demasiado caros); lo mismo sucede con los ingenieros  extranjeros que se trasladan a Argentina, que vienen porque les pagan bien, o  con los jóvenes que deciden ingresar en las facultades de ingeniería. Su  motivación primera es su propio interés, mucho más claro que el interés  nacional, aunque este último también se vea beneficiado. En esto consiste la  “mano invisible” de Adam Smith: las personas buscan su propio interés y una  especie de mano invisible las guía hacia el interés general.
  Confrontando este  razonamiento con el planteamiento básico establecido en el apartado anterior,  los individuos que así actúan, usando su libertad económica, buscan el  bienestar individual, pero consiguen simultáneamente el bienestar colectivo,  luego tenemos que calificar, en principio, como éticamente correcta esta forma  de proceder. Sin embargo sabemos que hay muchas cosas que el mercado no ofrece,  o al menos no lo hace en las condiciones más adecuadas, como es el caso de la  seguridad y el orden, la administración de la justicia, las infraestructuras...  Además hay bienes que consumimos sin que pasen por el mercado, como el aire  puro o el agua limpia de un río; el que contamina está “consumiendo” estos  bienes, y no debería hacerlo “gratis”. Parece claro que el Estado tiene  importantes tareas que realizar para solucionar notables deficiencias del  mercado. Pero hay más: el Estado debe velar por la protección del consumidor,  porque se mantenga la competencia o por la regulación de los mercados1 ,  y también deberá guiar, con mayor o menor intensidad, la política económica.  Pero hay un aspecto, que muchas veces está relacionado con cosas dichas antes,  que me parece fundamental: en el planteamiento básico enunciado en el apartado  anterior hemos hablado de hacer todo esto “dentro de una razonable igualdad”, y aquí el mercado presenta importantes  deficiencias. Si hablamos de las retribuciones por el trabajo, las diferencias  salariales entre los directivos de las grandes empresas y muchos trabajadores  son, sin duda, demasiado elevadas. De igual manera las rentas de los más ricos  multiplican por mucho las de los más pobres. Y este fenómeno se está agravando  por la globalización. Para paliar esto se han arbitrado diferentes mecanismos,  que actuando juntos, logran un efecto mejorable pero positivo: aparecen así  sistemas de recaudación de impuestos que piden más dinero al que más tiene,  sistemas sanitarios o educativos gratuitos, sistemas de pensiones  redistributivos, etc.
  En conclusión vemos que el  mercado guía a los agentes hacia una correcta asignación de los recursos, pero  que es necesaria una adecuada actuación de la autoridad económica, que  denominamos Estado. Cuando esto no ocurre los servicios públicos se deterioran,  con lo que también la competitividad del país se ve perjudicada, los  empresarios buscarían muchas veces el monopolio, o el engaño al consumidor, se  degrada el medio ambiente o las diferencias de rentas se hacen insoportables.
  El problema que tenemos  ahora es que en una economía globalizada la actuación del Estado clásico no es  suficiente: necesitamos mecanismos supranacionales para llevar a cabo muchas de  estas tareas2 .  En primer lugar la regulación financiera o los sistemas impositivos tienen que  ser, en algunos aspectos, globales, y hasta ahora esto no ha sucedido al  faltarnos esa autoridad o acuerdo económico global. Pueden aparecer así  complejos instrumentos financieros que nadie controla o domiciliaciones en  paraísos fiscales. Lo mismo sucede con algunas regulaciones antimonopolio, con  la protección del consumidor o con la lucha contra la degradación del medio  ambiente. De hecho la crisis económica que llevamos padeciendo desde 2007  hubiera sido bastante menos importante, en mi opinión, si alguna autoridad  económica supranacional hubiera tenido realmente fuerza: hubiera podido evitar  numerosos excesos previos a la crisis (aunque muchos no quisieran ver esos  excesos), y hubiera coordinado con más autoridad las medidas para salir de ella3 .  Resumiré estas ideas en la figura 1.
  El peligro de todo lo  anterior es que tomado con una visión amplia podría hacer que la actuación del  Estado (y de la autoridad económica mundial) llegara a ser omnipresente,  llegando a ahogar la iniciativa económica, y se ha demostrado que los sistemas  sin libertad económica son más ineficientes, además de atentar contra la  libertad de los individuos. Luego habría aquí un último mensaje: el Estado debe  actuar con prudencia.

La mano invisible de Adam  Smith nos lleva al “objetivo beneficio”: las empresas deben obtener el máximo  beneficio posible4 ,  eso llevará a una correcta asignación de los recursos. El equivalente  financiero (más elaborado técnicamente) es que el “objetivo financiero de la  empresa” es la maximización de su valor  en el mercado. Esto es bueno para los accionistas (les proporciona riqueza)  y para la sociedad en general (la empresa aumenta su valor porque hace las  cosas bien).
  Desde hace bastante  tiempo, por lo menos desde los años setenta del pasado siglo, se viene hablando  de los objetivos de los partícipes sociales: además de velar por que se cumplan  los objetivos de los accionistas, para los que la maximización del valor de la  empresa es lo más destacable, se debe hablar de los objetivos de los  trabajadores, de los directivos, de los clientes y proveedores, de los  acreedores, de la sociedad..., incluso se habla cada vez más del derecho de las  generaciones presentes y futuras a poder disfrutar del medio ambiente natural  que heredamos de nuestros antepasados. En esta línea podemos englobar en la RSC los puntos anteriores, y  algunos prefieren utilizar el concepto de “sostenibilidad” 5,  que puede referirse a que nuestra actividad económica ha de ser sostenible no  degradando el medio ambiente, no agotando los recursos naturales, etc., o, desde  un punto de vista más amplio, entendiendo por actividad sostenible la que  cumple con los objetivos del conjunto de los partícipes sociales, pues eso es  lo que va a permitir que continúe en el futuro con garantías de éxito.
  Tenemos aquí planteada una  vieja discusión entre los partidarios de un único objetivo para la empresa, que  hemos definido como maximizar su valor en el mercado, y los que pretenden que  tal objetivo conviva con los objetivos del resto de los partícipes sociales en  la línea de la RSC  o de una visión amplia de sostenibilidad 6.  Muchos autores han entrado en esta discusión, y un repaso a sus planteamientos  alargaría demasiado este trabajo7 ,  con todo, resumiendo el tema, podemos decir que para unos la empresa debe  primar la eficiencia económica, esa es su naturaleza, y eso se traducirá en  maximizar su valor; la empresa deberá cumplir las leyes, actuar honradamente,  pero a partir de ahí tratará de ganar todo el dinero posible. Para otros la  empresa es responsable ante todos los partícipes sociales y ha de buscar un  compromiso para el cumplimiento de los objetivos del conjunto.
  Todos estamos de acuerdo  en que las empresas deben cumplir la leyes, y en que esas leyes deben recoger  todo aquello que el conjunto de las empresas deben respetar, las restricciones  que deben asumir al tratar de maximizar su valor; el problema que se plantea es  si las empresas deben ir más allá de la ley en el cuidado del medio ambiente,  en la satisfacción de los trabajadores o en la atención a sus clientes. Mi  opinión al respecto es que las empresas deben “maximizar su valor, pero  atendiendo suficientemente a los objetivos del conjunto de los partícipes  sociales”, y creo que esto debe ser así no sólo por razones éticas, sino porque  el valor de la empresa viene justificado por el resultado de sus políticas en  el largo plazo8 ;  si una empresa no tiene suficientemente satisfechos al conjunto de sus  partícipes sociales, es difícil que pueda conseguir un mantenimiento y un  crecimiento de su valor.
  Puede también plantearse  el tema hablando de múltiples objetivos, y si le damos la suficiente  importancia al objetivo económico, el resultado puede ser bastante similar. Con  todo, en mi opinión, la definición del objetivo financiero con limitaciones  (maximización del valor atendiendo suficientemente al resto de los partícipes),  puede ser un instrumento adecuado, y más operativo que plantear una  multiplicidad de objetivos.
  Donde yo creo que aparecen  realmente las diferencias es en el peso que le damos al corto y al largo plazo.  Podemos tratar de obtener el máximo beneficio en el corto plazo, muchas veces  hipotecando nuestro futuro, con políticas agresivas con nuestros trabajadores,  no atendiendo adecuadamente a determinados clientes o despreocupándonos por el  medio ambiente. Incluso eso se puede traducir en un aumento de la cotización de  la empresa si los agentes del mercado no son informados de tales políticas o no  valoran sus consecuencias en el largo plazo. Sin embargo pienso que con esa  forma de actuar lo más probable es que la empresa acabe sufriendo huelgas,  desafección de sus trabajadores, abandonos entre los más valiosos, pérdida de  clientes y censuras por parte del conjunto de la sociedad, lo que se traducirá  en el medio y en el largo plazo en pérdida de beneficios y bajadas en la cotización.  Si damos mucho peso al corto plazo, quizá podamos centrarnos en la maximización  del valor de la empresa, sin preocuparnos del resto de los partícipes, pero si  ponderamos adecuadamente el largo plazo, si queremos maximizar el valor con una  perspectiva de largo plazo, tendremos que imponernos limitaciones para  conseguir la maximización del citado valor. En estas condiciones, esta postura  coincide bastante, en la práctica, con el planteamiento de múltiples objetivos.
  Probablemente esto está  asociado con diferencias culturales, y podríamos plantear que la cultura  anglosajona ha estado normalmente más centrada en el corto plazo, mientras que  la europea continental entiendo que es más de largo plazo. Esto justificaría  que los anglosajones tiendan a preocuparse fundamentalmente por los accionistas 9,  y, tal vez, muchas veces no se den cuenta de que sólo atendiendo adecuadamente  al conjunto de los partícipes sociales se puede beneficiar a los accionistas en  el largo plazo.
  Creo que visiones más  centradas en el corto plazo han tenido bastante que ver con la crisis que  padecemos desde 2007. En efecto, la obsesión por los resultados trimestrales,  por la evolución de la cotización, típica de muchas grandes compañías, impidió  ver a muchos directivos empresariales las consecuencias a medio y largo plazo  de sus actuaciones. Y a esto hay que añadir el individualismo, el egoísmo, y la  falta de ética en muchos comportamientos. Una visión más colectiva y más de  largo plazo ayudará a evitar este tipo de crisis en el futuro.
  Resumiendo todo lo  anterior, yo me inclino por que las empresas deben tratar de maximizar su valor  con una perspectiva de largo plazo, para lo que deben maximizar su valor pero  cumpliendo suficientemente con el resto de objetivos de los partícipes sociales.  Hay cosas que las empresas deben hacer por motivos éticos, pero, además, en  muchas ocasiones el comportarse bien tiene efectos positivos en el largo plazo.  Además deberán cumplir las leyes, y en muchas ocasiones dotarse de un código  ético; esto es especialmente importante cuando actúan en países con legislación  poco desarrollada, pero en cualquier país pueden encontrarse aspectos no  correctamente regulados o lagunas legales que permitirían hacer cosas que no se  deben hacer. Y es positivo ser más exigentes que la ley avanzando en la  sostenibilidad y en RSC, pero yo creo que es bueno tener claro el objetivo de  aumentar el valor en el largo plazo.
  Tendremos que seguir  avanzando en mejorar la regulación (cada vez con más aspectos globales) y en la  autorregulación. Yo siempre he sido más partidario de la primera, pues si no  podría acabar sucediendo que los menos responsables acabaran resultando los más  competitivos (al tener menos restricciones en su comportamiento), pero también  es verdad que en un mundo tan global y complejo como el nuestro no es posible  regularlo todo, por lo que va a quedar espacio para la autorregulación. Además,  si se garantiza la suficiente transparencia, los diferentes partícipes podrán  valorar los comportamientos socialmente responsables, lo que afectará  positivamente al valor de la empresa. Hay además otros aspectos en esta línea  que comentaremos posteriormente.
  En la última década se ha  desarrollado un importante movimiento que mantiene que la “sostenibilidad”, entendida  en un sentido amplio, crea valor para la empresa y para la sociedad (UNEP  Finance Initiative, 2004), lo que resulta coherente con lo aquí mantenido. Es  cierto que medir ese valor no es fácil, pero hay que intentar medirlo. Hay que  estudiar cómo la “sostenibilidad”, la “responsabilidad social corporativa”  apoyada en buenas prácticas de “gobierno corporativo” crean valor; tenemos  aquí, actualmente, un interesante campo de investigación.
  Pero en las grandes  corporaciones aparece un nuevo problema derivado de la división entre gestión y  propiedad. En efecto, es típico de las grandes empresas que el accionariado  esté muy atomizado, con lo que los accionistas no están motivados para ocuparse  de la gestión de la compañía. Son los altos gestores, los directivos (en muchos  casos con una participación accionarial insignificante) los que toman las  decisiones. También puede suceder esto en otras empresas sin tanta dispersión  accionarial, pero en las que los propietarios han decidido retirarse de la  dirección (en bastantes ocasiones por la propia complejidad de ésta). Partiendo  de que es bueno “maximizar el valor de la compañía”, ¿qué garantías tenemos de  que los directivos estén motivados para hacerlo, y no para buscar sus propios  objetivos? Galbraith (1972) denomina a estos altos gestores tecnoestructura, y el problema es que  resulta muy verosímil que busquen objetivos distintos a los de los propietarios  como puede ser el crecimiento (mediante, por ejemplo, fusiones ineficientes),  la supervivencia (sobre todo de su propia posición) o su seguridad.
  Se ha denominado a este  problema “problema de agencia”. Los directivos deberían actuar como “agentes”  de los propietarios y ocuparse de los intereses de éstos, cuando esto no sucede  aparece el problema. Gran parte de la literatura sobre gobierno corporativo se  dedica de una u otra forma a este tema, que desde hace muchos años pienso que  es uno de los grandes problemas de nuestro sistema económico. Las medidas que  se han propuesto para paliar el problema pasan normalmente por la incentivación  y el control de los directivos. Se trata de alinear los intereses de los  directivos con los de los propietarios (y con los del conjunto de la compañía)  para lo que se diseñan incentivos como participaciones en beneficios,  incentivos relacionados con la cotización de las acciones, etc., que tienen que  ver con los resultados de los accionistas, y sistemas de control como  auditorías, revisión de retribuciones y gastos, limitaciones en su autonomía,  etc.
  Con todo, los sistemas han  fallado notoriamente y hemos asistido a numerosos escándalos en los que los  directivos cobraban suculentos sobresueldos que poco tenían que ver con la  salud de la empresa, o a impresionantes falseamientos de la información. En  concreto la crisis actual ha puesto de manifiesto cómo muchos sistemas de  incentivos han primado, sobre todo, el cortoplacismo, y cómo los sistemas de  control han dejado mucho que desear 10.  Hemos visto muchos directivos más preocupados por sus incentivos que por la  marcha de sus empresas, tampoco los mercados han controlado sus actuaciones,  como tampoco lo han hecho los controles internos... Después de bastantes años  de investigación y práctica del denominado “buen gobierno corporativo” nos  encontramos, en mi opinión, con mucho camino todavía por delante 11.  Hay que seguir trabajando sobre los mecanismos para alinear los intereses de  los directivos con los de los accionistas (y del conjunto de la empresa),  mejorar el gobierno corporativo, la transparencia, regular las situaciones de  conflicto de intereses... Y yo creo que también tendremos que ser un poco más  críticos con el sistema anglosajón (hemos dado por buenas muchas de sus  instituciones, desde las auditorías a las agencias de calificación, y sin  quitarles sus aspectos positivos, también habrá que someterlas a revisión).
  Cuando he asistido a  alguna mesa redonda sobre el tema de si la empresa debe tener varios objetivos  (objetivos de los partícipes), posibilidad a la que nunca me he opuesto, sí he  planteado una dificultad: ¿quién los marca, los mide, los pondera...? Si esto  lo van a hacer los altos directivos tenemos, sin duda, otra puerta abierta al  problema de agencia.
  La conclusión de todo lo  anterior es que para maximizar el valor de la empresa en el largo plazo, dado  que en muchas compañías las decisiones las toman los altos directivos, éstos  deberán ser incentivados y controlados, y creo que por mucho que mejoremos  estos mecanismos, al final también será importante que los directivos tengan su  propio código ético para que no antepongan sus intereses a los de la compañía,  tal cómo he tratado de resumir en la figura 2.
El objetivo de este  apartado es exponer unas ideas que concreten, apliquen y corroboren los  planteamientos de apartados anteriores. La idea fundamental es que el mundo económico  del comienzo de este tercer milenio hace mucho más claro lo que he defendido  hasta ahora. Partiendo de que las empresas deben maximizar su valor, creo que  ahora, de forma mucho más clara que hace unos años, han de hacerlo de manera  socialmente responsable. Trataré de aportar algunas ideas en esta línea.
  Como ya hemos comentado,  en un mundo económico cada vez más globalizado y complejo, la regulación  (nacional y supranacional) es fundamental, pero también resulta imprescindible  la autorregulación. Por un lado la velocidad de los cambios hace que la  regulación vaya muchas veces por detrás de la realidad, por otro lado los  productos o situaciones a regular tienen una complejidad, en ocasiones, que  dificulta el trabajo del regulador. Tenemos además el fenómeno de la  globalización que afecta de forma especial al trabajo regulatorio: un Estado  puede hacer una magnífica regulación de los instrumentos de inversión  colectiva, donde los particulares pueden meter sus ahorros, pero le será  difícil evitar que sus ciudadanos inviertan su dinero en instrumentos de otros  países con una regulación más laxa (puede llegar a darse la paradoja de que  sean los países más permisivos los que al final tengan domiciliados más fondos  de inversión, como muchas veces sucede); por otro lado las grandes empresas  multinacionales pueden acabar trasladando gran parte de su actividad a aquellos  lugares donde la legislación les es más favorable (como con frecuencia ocurre  en países que tienen determinados impuestos más bajos), sin entrar en su poder  de negociación con los propios Estados. Parte de esto se puede aliviar con  determinados marcos globales, supresión de paraísos fiscales, acuerdos  internacionales..., y en esa línea trabajan diferentes organismos como el G-20;  pero nos queda mucho camino por delante, y parece que la globalización, junto a  la velocidad de los cambios y la complejidad antes comentadas, aconsejan  trabajar también en la autorregulación. Mi opinión es que debe regularse lo que  se ve claro y posible, para luego supervisar que se hace correctamente, pero  siempre van a quedar cosas para el campo de la autorregulación, que en este  momento son muy importantes.
                                         Tecnoestructura  y Problemas de Agencia
      
                                                                      Figura  2
La regulación, por lo que  a este trabajo atañe, debe cuidar aspectos económicos, sociales y  medioambientales; y esos mismos aspectos deben considerarse a la hora de la  autorregulación. Así la empresa deberá considerar que además de cumplir las  leyes tiene una responsabilidad social que le llevará a imponerse unas normas  (de carácter voluntario12 )  sobre todo en aspectos sociales (atendiendo las aspiraciones de los partícipes  no accionistas) y medioambientales (que podrían estar incluidos entre los  anteriores, pero donde podríamos poner énfasis en la solidaridad intergeneracional).  Por eso la RSC  resulta hoy en día fundamental. Podríamos hablar del Triple Resultado:  financiero, social y medioambiental.
  Muy unida a la actividad  de la empresa imponiéndose restricciones y actuando positivamente, de una  manera socialmente responsable, debe ir la transparencia. A las empresas  socialmente responsables les interesa que todas las empresas sean  transparentes, para que todos podamos distinguir lo que unos hacen bien y otros  mal; y eso también nos interesa al conjunto de los ciudadanos al menos por dos  razones: la más obvia es que la transparencia servirá como estímulo para que  las compañías actúen como buenos ciudadanos, pero además servirá para disminuir  el control por parte del Estado, pues la propia ciudadanía y los propios mercados  harán una parte importante de ese control (veremos esto enseguida con más  detalle). Creo que resulta bastante claro que las dificultades de la regulación  dan mayor importancia a la autorregulación, ésta a la RSC, y esta última hace muy  importante la transparencia.
  La transparencia permite  además el control moral por parte de los mercados 13,  en lo que podríamos denominar el mercado  de la moralidad. Los clientes actuales y potenciales de una empresa,  enterados de cómo actúa respecto al cuidado del medioambiente, a las  condiciones laborales de sus trabajadores, al cumplimiento de sus obligaciones  con las administraciones públicas... y, lógicamente, de cómo trata al resto de  clientes tomarán decisiones sobre si compran o no a dicha empresa. Si existe  transparencia, la RSC  puede ser la mejor forma de mantener y atraer nuevos clientes. Y eso que sucede  con los clientes también sucederá con los trabajadores, con los accionistas 14 y con otros partícipes sociales: se vincularán más a gusto a una empresa que se  comporta como un responsable ciudadano. Incluso las cosas muchas veces van más  allá, y las empresas exigen comportamientos responsables a sus proveedores para  poder contar que sus productos han sido fabricados “responsablemente” desde su  origen.
  La conclusión de todo esto  es que la transparencia convierte en muchos casos a la RSC en un factor fundamental  para el éxito empresarial, y en definitiva para la creación de valor. Se  concilia así el objetivo financiero con la responsabilidad social.
  Otro tema fundamental en  nuestros días es el conocimiento. La competitividad de empresas y países está  cada vez más ligada al conocimiento. Si queremos competir por conocimiento,  nuestros empleados deberán estar motivados para adquirir y desarrollar  conocimientos y habilidades, muchas veces específicos de nuestra empresa, por  lo que tendrán que tener, además, ciertas garantías de estabilidad (más  importante cuanto menor es la portabilidad de lo adquirido dada su  especificidad). Por otro lado, si los conocimientos adquiridos no son muy  específicos, nuestros trabajadores más preparados estarán muchas veces tentados  de irse a otras empresas. Este hecho, entre otros, hace que las empresas deban  preocuparse especialmente de que los trabajadores tengan cubiertos  razonablemente sus objetivos. Nuevamente los objetivos de los partícipes son  muy importantes para crear valor. Y lo mismo puede suceder con un proveedor  (que tiene que aprender a hacer algo para nosotros), o un cliente (que tiene  que aprender a utilizar algo que hemos hecho), o un empleado público (que tiene  que buscar una solución para un determinado problema específico que tenemos);  en todos estos casos es importante que piensen que ahora y en el futuro ellos  son importantes para nosotros.
  Lo anterior nos lleva a  otra característica del mundo actual: la necesidad, en muchos casos, de  colaboración. Además de lo anterior, es claro, por ejemplo, que la colaboración  entre proveedor y cliente es muy positiva en muchos casos para encontrar el  producto adecuado, o a veces simplemente para mejorar el existente, como  también es conveniente colaborar con las administraciones públicas; pero  también hay que saber colaborar, en ocasiones, con los competidores. No estoy  hablando de prácticas contrarias a la competencia como repartirse mercados o  pactar precios, lo que me parece condenable, sino colaborar para encontrar  juntos un mejor sistema de producción que a todos beneficie o promocionar  juntos nuestros productos en el extranjero. Hay que competir y, muchas veces,  también colaborar, es la coopetición.
  La Rioja, en España, es una  región famosa por sus vinos, el vino Rioja es conocido en todo el mundo. Para  la promoción de la marca Rioja, para el control de la calidad de la uva y del  vino, para los desarrollos tecnológicos, para negociar con instancias  supranacionales... hay una colaboración estrecha entre viticultores,  bodegueros, administraciones públicas, centros tecnológicos... Por supuesto que  las bodegas compiten entre sí, como lo hacen los viticultores, y unos y otros  pelean por el precio de la uva, pero todos se sientan en una mesa y tratan  continuamente los problemas del sector. Creo que es un buen ejemplo de  colaboración, y una muestra de cómo para cada agente son importantes los  objetivos del resto de los partícipes.
  Otros ejemplos se podrían  citar de cómo el “actuar bien” puede llevarnos en el mundo actual a ser más  competitivos, a crear valor, como sería el caso de las empresas que se han  desarrollado en innovación para mejorar su impacto en el medio ambiente, y eso  les ha permitido ser más competitivas al poder aplicar más innovaciones a sus  productos.
Un mercado bien regulado  es un buen instrumento para llevarnos al bien común, aunque para que esto  funcione correctamente el Estado y las autoridades supranacionales tienen un  importante trabajo que realizar. En todo caso creo que no se conseguirán los  objetivos deseados si la mayoría no actuamos éticamente.
  En la génesis de la actual  crisis económica yo creo que la avaricia ha tenido mucho que ver, y también la  mentira, el egoísmo, la soberbia, la envidia... En 2009 participé en una mesa  redonda15  con un conocido economista español, José Antonio Herce, y otro conocido  economista y exministro socialista, Jordi Sevilla; hablando de estos temas  Jordi Sevilla comentó: si cumpliéramos los diez mandamientos nos iría mucho  mejor, el problema es que no los cumplimos. Por ahí iría mi propuesta: si  cambiáramos los anteriores pecados por virtudes creo que viviríamos mejor. Un  individuo puede beneficiarse materialmente obrando mal, pero para mejorar el  bienestar de la sociedad se necesita que la mayoría obre bien.
  La responsabilidad social  de empresas e individuos es un camino para superar la crisis y seguir  avanzando. La creación de valor va a estar, en el futuro, cada vez más ligada a  la sostenibilidad. Y desde un punto de vista ético todavía podemos ir más lejos  dándole la vuelta a la idea de la mano invisible de Adam Smith: será  buscando el bien de los demás como encontraremos nuestro propio bienestar, la  verdadera felicidad.
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1 La crisis mundial que comienza en 2007 y se consolida en 2008 ha tenido mucho que ver con deficiencias en la regulación y supervisión de los mercados.
2 Tal como ha pedido recientemente, entre otros, el Papa Benedicto XVI (2009, nº 67).
3 Instituciones como el G-20 carecen actualmente, en mi opinión, de la autoridad suficiente.
4 Una postura radical en este sentido es la de Milton Friedman, aunque hay muchos, sobre todo en la escuela norteamericana, en la misma línea (puede verse comentado en Gómez-Bezares, 1991 y 2009, cap. 1).
5 Puede verse Boletín de Estudios Económicos (2008 y 2010).
6 Como plantea Durán (2009) la naturaleza económica de la empresa la lleva a obtener el máximo beneficio o el máximo valor dentro de unas restricciones, entre otras las legales. Pero la empresa puede plantearse atender otras demandas (sociales, medioambientales) bien por la presión de la sociedad, bien porque actúa proactivamente en esta línea. En esto consistiría la RSC.
7 Puede consultarse Gómez-Bezares (1991 y 2009), Freije (1981), Freije y Freije (2009), Freije y Gómez-Bezares (2006), Danielson, Heck y Shaffer (2008), etc.
8 El valor de la empresa es el resultado de descontar los flujos esperados de fondos, con una perspectiva de largo plazo.
9 Interesante es, en este sentido, la encuesta presentada por Yoshimori (1995); se realizó la siguiente pregunta a directivos en cinco países: ¿bajo cuál de los siguientes supuestos se dirige una gran empresa en su país?, 1.- la primera prioridad es el interés del accionista, 2.- la empresa existe en interés de todos los partícipes. El 75,6% de los estadounidenses y el 70,5% de los británicos se inclinaron por la primera respuesta, mientras el 97,1% de los japoneses, el 82,7% de los alemanes y el 78% de los franceses prefirieron la segunda.
10 Los fallos de unos y otros han estado, sin duda, entre las causas de la crisis.
11 Puede resultar interesante la entrevista que Ralph Walkling hace a Michael Jensen (uno de los padres de la teoría de agencia) en Walkling y Jensen (2010).
12 Durán (2009).
13 Puede verse Gómez-Bezares (2001, pág. 60).
14 Piense el lector en los fondos éticos.
15 En un encuentro de consejos económicos y sociales españoles en Haro (La Rioja, España).