APORTES DE LA CIENCIA REGIONAL AL ESTUDIO DEL CAMBIO CLIMÁTICO

APORTES DE LA CIENCIA REGIONAL AL ESTUDIO DEL CAMBIO CLIMÁTICO

Andrés E. Miguel Velasco (CV)
Pedro Maldonado Cruz (CV)
Julio César Torres Váldez (CV)
Nestor Solís Jiménez(CV)

3.2. El desarrollo regional sustentable y el cambio climático

El desarrollo regional (ÐЯ) se concibe como el proceso que afecta a determinadas partes de un país, las cuales reciben el nombre de regiones (ILPES 1980: 25); y que permite a una nación, a la región, a las comunidades locales y a los individuos residentes en ellas (Boisier 1996), el logro de un bienestar social óptimo alcanzado con criterios técnicamente posibles, económicamente viables, socialmente aceptables, ambientalmente amigables y espacialmente adaptables. Lo que distingue al ÐЯ de los “otros desarrollos” es su “espacialidad” (Є), que es el efecto espacial que se manifiesta en la expansión, polarización o estancamiento del bienestar, la economía, etc., en la región, sin que con este concepto se pretenda establecer una teoría sobre las formas espaciales para crear una "ciencia del espacio" (Coraggio 1980). Las manifestaciones teóricas más relevantes del comportamiento de “Є” se esquematizan en la Esquema No. 2.

El efecto expansivo es el que impulsa un desarrollo regional expansivo ÐЯ+, convirtiendo en los “motores del desarrollo” a las regiones que lo logran; sin embargo, la espacialidad también puede ser generada por polos absorbentes de los recursos de su alrededor, generando un desarrollo regional intensivo ÐЯ-, condición que implica el crecimiento del ÐS. La situación que no produce nuevo desarrollo espacial es el estancamiento o enclave, el cual genera un desarrollo regional estancado ÐЯ0 (figura 1). A priori, se considera que los efectos del C2 pueden ser causa de esta última posibilidad, así como de un ÐЯ - sin crecimiento del ÐS en las regiones.

Dado que en el ÐS subyace el concepto de desarrollo como sinónimo de equilibrio entre la sociedad, su economía y sus recursos naturales, el mismo está acompañado de sugerencia de medidas relacionadas con la regulación del manejo de los recursos naturales y el apego a normas para cuidar el ambiente, que poco a poco han arraigado en las políticas públicas de las regiones y ciudades relacionadas con el medio ambiente; considerándose que el C2 entra en esta temática por ser posible causa de desequilibrios, estancamiento y falta de crecimiento económico y de todo tipo.

Ha sido mencionado que el cambio climático (C2) se conceptualiza como la modificación del clima con respecto al historial climático a una escala global o regional, cuyas manifestaciones se han hecho presentes desde las últimas décadas del Siglo XX. Tales cambios se están produciendo a muy diversas escalas de tiempo y sobre todos los parámetros climáticos: temperatura, precipitaciones, nubosidad, etc.; y son debidos tanto a causas naturales como humanas, como por ejemplo, el agotamiento de los recursos naturales o el uso indiscriminado de combustibles fósiles. Se desconoce su duración, que algunos estiman en décadas y otros incluso a todo lo largo del Siglo XXI.

Se prevé que el cambio climático conlleva y acarreará consecuencias tanto económicas, biológicas, sociales, políticas y militares; y se considera que la mayoría de las regiones del planeta se verán perjudicadas con el mismo. El temor que ocasiona el C2 al inicio del Siglo XXI es su posible repercusión en el hambre, la escasez de agua, las enfermedades, las migraciones e incluso los conflictos y guerras que ya existen entre las regiones y que no han podido combatirse, realimentadas por las inundaciones, sequías, fríos y calores extremos que ya se manifiestan en todas partes de la Tierra. La CiЯ propone como herramientas para enfrentar la problemática descrita: la investigación, la planeación, la aplicación de los conocimientos científicos para tratar la problemática de las regiones y aprovechar sus recursos; aplicar nuevas tecnologías respetando la cultura y la ecología de las regiones, y combatiendo la desigualdad y la intolerancia social.

En algunas regiones ya ha sido posible comprobar los cambios ambientales. Por ejemplo, en la última mitad del siglo XX el régimen de precipitaciones en la costa Este española ha mostrado un patrón de reducción en las cantidades totales. Se ha desarrollado un método para desagregar los datos de precipitación diaria según su origen meteorológico y se han encontrado importantes diferencias entre las tendencias y las características de los componentes procedentes de: 1) precipitación frontal, 2) tormentas de verano, y 3) ciclogénesis mediterráneas. Las series de los tres componentes se han utilizado para analizar la evolución, variabilidad y distribución espacial del régimen de lluvias. Los resultados muestran diferencias significativas entre las áreas del interior, con una tendencia a la disminución de la precipitación y aumento de aridez, y las áreas costeras con un aumento de precipitación de naturaleza cada vez más torrencial. Las correlaciones derivadas muestran signos opuestos para los diferentes componentes (Estrela 2009).

La detección del C2 se basa en los datos reales, traducidos a “modelos climáticos”, los cuales son representaciones matemáticas del sistema climático, expresados como códigos de programación y ejecutados en potentes supercomputadores. Se basan en principios físicos y químicos aceptados y tienen la capacidad de reproducir bastante bien las características observadas del actual clima y de forma aceptable los cambios climáticos del pasado. Se les comenzó llamando “Global Circulation Models” (GCM), para evolucionar al acoplarse con modelos de océano: Sin embargo, se puede indicar que los actuales modelos del clima son capaces de reproducir las retroalimentaciones climáticas de respuesta rápida, pero no las de respuesta más lenta, tales como desaparición temporal de los hielos y glaciares, migración de la vegetación, emisión de gases desde los suelos, zonas heladas, etc. (Baldasano 2009).

Se prevé que el C2 generará diversos efectos, algunos catastróficos, para la población, aunque entre las principales incertidumbres del informe IPCC (2007) se encuentra falta de registros instrumentales dificulta en gran medida la posibilidad de analizar las relaciones entre la generación de eventos extremos y la variabilidad climática. Por ejemplo, la reconstrucción de crecidas pasadas a partir de registros sedimentarios (paleocrecidas) y documentales permite analizar esta respuesta a una escala temporal amplia que oscila entre siglos y milenios. Los registros pasados muestran una mayor frecuencia de crecidas durante los estadios iniciales y finales de periodos fríos (por ejemplo, en la denominada Pequeña Edad del Hielo 1550-1850 D.C.). En el periodo instrumental (1910 hasta la actualidad), los ríos atlánticos han experimentado una disminución de la frecuencia de las crecidas ordinarias, aunque la magnitud de las crecidas catastróficas se han mantenido e incluso aumentado a pesar del efecto laminador de los embalses. En las cuencas mediterráneas, los datos existentes apuntan a que el incremento de la temperatura que aumenta la irregularidad del régimen de crecidas y sequías y favorece la generación de crecidas relámpago (Benito 2009).

En 1988 dos organizaciones de Naciones Unidas, la Organización Meteorológica Mundial y el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente crearon el Panel Intergubernamental para el Cambio Climático con la finalidad de evaluar el riesgo de cambio climático planetario inducido por la actividad humana. Se estima que el C2 minará los esfuerzos que se emprenden en el ámbito internacional con el fin de combatir la pobreza. Hace algunos años los líderes políticos del mundo se congregaron para fijar metas que aceleraran el avance en pos del desarrollo humano y, en efecto, los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) definieron una nueva visión ambiciosa para el año 2015. El cambio climático detectado está frenando los esfuerzos por cumplir con las promesas de los ODM. Mirando hacia el futuro, el cambio climático amenaza con paralizar y revertir los avances conseguidos durante generaciones, no sólo en cuanto a reducir la pobreza extrema, sino también en salud, nutrición, educación y otros ámbitos.

A pesar de que ya existen algunas evidencias que permiten visualizar y entender el C2, su “presencia” aun requiere mayor investigación. Por ejemplo, desde la década de los 80 la comunidad científica europea ha dedicado atención al fenómeno de la desertificación. A pesar de la investigación realizada, a nivel europeo se constata que la sociedad considera este fenómeno como un problema ambiental menor y la población de las aéreas afectadas apenas revela alguna preocupación. Con todo, lo más inquietante es que la clase política y la opinión pública poseen, en general, una noción distorsionada del fenómeno. A partir de encuestas es fundamental entender la percepción de la sociedad sobre los problemas ambientales para poder elaborar estrategias eficaces de divulgación y formación (Roxo 2009), para lograr entender y diseñar acciones contra el C2.

Uno de los desafíos que enfrenta actualmente la humanidad es el relativo al C2. Según lo establece la Comisión Intersecretarial de Cambio Climático de México, el problema consiste en que los volúmenes de gases de efecto invernadero, especialmente bióxido de carbono, emitidos durante los últimos 150 años de industrialización superan la capacidad de captura de la biósfera y el resultado neto es el aumento constante de las concentraciones de estos gases que obstaculizan la emisión de energía hacia el espacio exterior y acrecientan el proceso natural de “efecto invernadero”.

Una de las consecuencias directas del C2 es que muy probablemente eleve aún más la temperatura media global, lo que entre otros efectos, puede provocar que disminuyan las lluvias y por ende los escurrimientos de los cauces, los almacenamientos de las presas y la recarga de los acuíferos, afectando así la disponibilidad de agua para las ciudades, las industrias, el riego y la generación de energía eléctrica.

En lo relativo a la calidad del agua, se prevé que en algunos ríos ésta podría empeorar como consecuencia de la elevación de su temperatura, ya que favorecería la proliferación de diversos microorganismos y malezas acuáticas. Además, el C2 puede ocasionar un incremento en el nivel del mar tanto por dilatación térmica de los océanos como por el derretimiento de los grandes hielos polares, lo que afectaría principalmente a las personas, ecosistemas y a la infraestructura en zonas productivas que se ubican cerca de las costas. Asimismo, provocará una migración de la interfase salina hacia tierra adentro, al alterar el equilibrio entre el agua marina y el agua dulce.

El C2 al que preferentemente se hace referencia es el C2 antropogénico, es decir, originado por las emisiones de gases de efecto invernadero derivados de las actividades humanas a partir de la revolución industrial. Hasta antes de la revolución industrial, la atmósfera terrestre estaba compuesta por 78% nitrógeno (N2), 21% oxígeno (O2), 0.9% Argón (Ar), trozos de otros gases y sólo 0.03% bióxido de carbono CO2. El CO2 es el más importante de los gases de efecto invernadero después del vapor de agua, ya que el efecto invernadero de la atmósfera terrestre es muy sensible a sus concentraciones, no obstante que estas sean tan pequeñas.

El clima de la Tierra ha cambiado en muchas ocasiones, sin embargo, nunca antes se había dado un cambio tan drástico y peligroso. Un cambio que afecta a nuestro medioambiente, economía, sociedad, y que es una amenaza para el planeta. Durante el pasado siglo, la temperatura media de la superficie de la Tierra subió aproximadamente 0,6º Celsius. Las pruebas demuestran que la mayoría de los acontecimientos del calentamiento global que han tenido lugar en el planeta en los últimos 50 años han sido causados por la actividad humana.

En su Tercer Informe, publicado en 2001, el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC), pronosticó que la media de temperaturas globales de la superficie subiría entre 1,4 hasta 5,8ºC para finales de este siglo. El incremento de la temperatura global tendrá consecuencias muy serias para la humanidad y para toda criatura viva, incluyendo una subida del nivel de los mares que será una amenaza para las costas e islas pequeñas, así como el incremento y empeoramiento de los fenómenos meteorológicos. Estos pronósticos ya se están cumpliendo: los huracanes son más intensos, las lluvias más torrenciales, las sequías, las olas de calor, las nevadas. Hace una década, tan sólo era una conjetura, una posibilidad. Ahora el futuro puede ser devastador. Canadá cambia, el hielo del Ártico se derrite, Asia y Sudamérica sufren tormentas e inundaciones históricas. Los glaciares desaparecen, se multiplican los incendios forestales y se suceden olas de calor insoportables. Los científicos lo han comprobado y alertan sobre ello.

Los climatólogos que mantienen informada a la IPCC advierten que el calentamiento global en gran medida está causado por la actividad humana, existiendo una preocupación de que este calentamiento se acelere aún más. Si se continúa al ritmo actual, aumentarán las concentraciones de CO2 que hay en la atmósfera, doblando el nivel actual. Probablemente, esto aumentará la temperatura global entre 2 y 5 grados Celsius. Todo ello repercutirá en el deshielo, en los océanos, en el vapor del agua, las nubes, los cambios de vegetación. El impacto en el ecosistema podría ser irreversible.

Por ejemplo, en noviembre de 2006, por primera vez, científicos de la Universidad de Wyoming han confirmado que existe una conexión entre el calentamiento global y la menor supervivencia del oso polar. Después de años de estudios y de análisis de datos, se pudo observar que efectivamente existe relación entre la reducción de la capa de hielo y la menor supervivencia del oso polar. Una investigación avalada por varias organizaciones importantes que confirman la seriedad del asunto.

El calentamiento global puede ocasionar cambios devastadores. El deshielo y las precipitaciones pueden producir importantes desbordamientos de ríos, mientras que la evaporación puede secar otros. Enfermedades nuevas y antiguas se extenderán por el planeta, algunas zonas perderán sus cosechas, mientras que en otras podrían crecer mejor, los huracanes podrían hacerse más intensos, las corrientes oceánicas de Europa podrían detenerse, gran parte de Europa podría sufrir un clima mucho más frío.

Según la NASA, al interrumpir una enorme corriente marina, la fusión del hielo del Mar Ártico puede desencadenar un grave descenso de las temperaturas de Europa y Norteamérica. Una teoría que va ganando credibilidad entre muchos científicos que estudian el clima ya que la descongelación del hielo marino que cubre el Ártico podría alterar e incluso detener las grandes corrientes del Océano Atlántico. Sin el calor que proporcionan estas corrientes marinas, la temperatura media europea podría descender de 5 a 10 grados centígrados.

Robert Gagosian, presidente y director de la Institución Oceanográfica Woods Hole, confirma que algunos científicos creen que este cambio en las corrientes marinas puede suceder pronto y de un modo inesperado, en un período de tiempo tan corto como de 20 años. Otros dudan de que esto llegue a ocurrir. Cierto o no, el Pentágono ha tomado nota y existen varios satélites (entre ellos alguno de la NASA) que vigilan, día y noche, la capa de hielo del Ártico. La posibilidad de que el oeste de Europa entre en una mini era glacial se había predicho hace tiempo como una posible consecuencia del calentamiento global.

Las alarmas han sonado y algunos gobiernos han sentido la necesidad de tomar cartas en el asunto con urgencia. Los ecosistemas podrían reducirse drásticamente, así como la vida animal. En este mismo siglo, la actividad humana podría causar un deshielo irreversible de la capa de hielo de Groenlandia y de los glaciares de la Antártica. Esto condenaría al mundo a un incremento del nivel de todos los océanos en unos seis metros, lo suficiente como para inundar la tierra donde viven y de la que se alimentan millones de personas.

Si siguen subiendo las temperaturas globales y continúa el deshielo, las islas del Pacífico podrían desaparecer para siempre. De hecho, ya hay islas que han sufrido las consecuencias del incremento actual del nivel del mar. Las pequeñas islas de Kiribati y Tuvalu, incluida la isla de Tenua Tarawa se encuentran bajo una constante amenaza. Las carreteras de la costa en estas islas ya se las ha tragado el mar y los isleños han tenido que ir retrocediendo, construyendo nuevas carreteras más al interior.

El problema para los analistas del ÐЯ es que el C2 puede ocasionar el deterioro de los recursos naturales y de los ecosistemas que a lo largo de siglos han creado las regiones para la sobrevivencia del ser humano, y por consiguiente, repercutir en el deterioro del bienestar, la calidad de vida, e incluso, en la sobrevivencia del ser humano.

Hasta al fecha no se cuenta con la evidencia empírica suficiente para asegurar esto último, y precisamente, algunas investigaciones futuras de la CiЯ deben encaminarse a valorar los efectos del C2, para asegurar que la calidad de vida humana, y el bienestar social, no se deterioren como consecuencia de lo anterior.

Entender los factores que controlan el clima y las causas del C2 permite evaluar cuánto de este cambio es producto de la variación natural del sistema climático, y hasta dónde es una consecuencia de la actividad humana. Existen investigaciones que evalúan e interpretan la variabilidad climática actual, y hacen referencia a la evidencia de un C2 acelerado durante el siglo XX, la mayoría de ellas proponen una discusión de la posición de la comunidad científica ante tal evidencia (Staines 2007), pues ha sido señalado que ya existen conclusiones que permiten visualizar la panorámica de los peligros que acechan a la especie humana, como resultado del C2 que deriva de la agresión constante a que se ven sometidas las regiones, y expone la necesidad de una posición ética, voluntad política y coraje de la comunidad internacional, para dar esta batalla, como parte de los esfuerzos conjuntos que han de realizar los diversos sujetos de las relaciones internacionales (Hernández 2008).

La CiЯ considera que las consecuencias de la problemática del C2 son cruciales para el porvenir del ser humano y sus regiones. Esta temática, legitimada y explicitada a través de distintas reuniones mundiales, se encuentra aún poco desarrollada en América Latina, a pesar de que sus consecuencias tendrán impactos decisivos en sus regiones. Gran parte de la solución de los desafíos planteados por el C2 se expresa esencialmente en el ámbito de la ciudadanía y sus regiones, lo que supone la decisión de generar nuevas formas de diálogo, de circulación de la información, de educación y de democratización en la toma de decisiones (Feldmann 2001).

Ha sido mencionado que el C2 es un fenómeno provocado total o parcialmente por el aumento de gases de invernadero en la atmósfera, principalmente CO2 emitido por actividades humanas. Una gran cantidad de estudios científicos indican que el C2 ya está teniendo efectos sobre la biosfera. Ya existen investigaciones que proporcionan un panorama general del tema y guían la investigación hacia las principales fuentes de información científica disponibles (González 2003). Por ejemplo, estudios del cambio ambiental que utilizan el registro de los indicadores en escalas de tiempo, ya aportan información sobre los diferentes factores que influyen en los ecosistemas de las regiones, presentando evidencias de actividad humana en el C2, como es el caso de la región tropical de la sierra de Los Tuxtlas. El registro de indicadores de cambio ambiental corresponde a los últimos 2000 años. El mismo muestra la secuencia lacustre del Lago Verde, localizado en la porción norte del Golfo de México. En este caso, el análisis de susceptibilidad magnética, carbón orgánico total, contenido de polen, diatomeas y partículas de carbón, documentan el impacto humano y su efecto en el ambiente, así como identifican las condiciones climáticas en la que se desarrollaron, permitiendo identificar dos etapas de actividad en la cuenca, la primera durante el Clásico en condiciones climáticas secas con una deforestación intensa, actividad agrícola, fuegos, eventos de erosión y niveles lacustres bajos. La segunda etapa a partir de 1960 se caracteriza por deforestación, actividad agrícola y en el lago hay niveles altos y condiciones eutróficas (Lozano-García 2007).

Los registros actuales del C2 indican que los cambios climáticos abruptos ya han ocurrido y han moldeado los procesos naturales. Un C2 abrupto provoca dificultad de adaptación en todos los sistemas. Un ejemplo es la evaluación hecha sobre los efectos de una posible alteración de la Circulación Termohalina del Atlántico Norte, la cual tiende a afectar el clima a escala global (Thielen 2007). El ser humano vive sumergido en la atmósfera y desarrolla sus actividades en el interior del sistema acoplado atmósfera-tierra, por ello, todo lo que ocurra en este sistema afecta a la humanidad.

El C2 constituye una preocupación mundial desde principios de los años noventa y, previsiblemente lo seguirá siendo en las próximas décadas, por las repercusiones que puede tener en los sistemas naturales, económicos, sociales y políticos. Las regiones áridas, semiáridas y subhúmedas secas son señaladas como los escenarios más vulnerables por la conjunción de un conjunto de factores (astronómicos, meteorológicos, geomorfológicos, bióticos y humanos) cuya convergencia sobre los sistemas biofísicos y antrópicos sensibles, puede acentuar el potencial del C2 (López 2000).

A menor escala, algunos trabajos ofrecen resultados del análisis de los procesos térmicos inherentes al efecto de urbanización de las regiones. Los mismos muestran tanto la naturaleza del fenómeno como su magnitud. Sugieren que soslayar este proceso puede conducir a un grave sesgo en los análisis de la evolución térmica, principal eje del C2 (Quereda 2007). Por ejemplo, estudios realizados en la Península Ibérica (Olcina 2009) muestran que el riesgo natural se ha convertido en un problema territorial que afecta con regularidad a la sociedad y su economía. Los modelos elaborados del C2 presentan un panorama poco alentador para las próximas décadas del presente siglo, puesto que inciden en la profundización del carácter extremo de las condiciones climáticas. También se sabe que las ciudades modifican el clima regional, contribuyendo de forma notable al calentamiento global, siendo además las áreas más vulnerables a los impactos del C2, pues las ciudades consumen el 75% de la energía y son las responsables del 80% de las emisiones de gases de efecto invernadero. (Fernández 2009). Sin embargo, que regiones y que ciudades de América Latina son las más vulnerables se desconoce aún.

En México ya existe una descripción del estado que guarda la investigación sobre C2, y su evolución desde la década de los ochenta. Desde este periodo se han integrado grupos de trabajo y proyectos ambiciosos que permiten tener ya una visión integrada, aunque incierta, de sus posibles consecuencias. Destaca la explosión de trabajos en la década de los noventa, cuando el tema se vuelve prioridad en varias partes del mundo y en México se realiza el llamado “Estudio de País”. De este periodo se detectan 323 fichas de libros y capítulos de libros (12%), textos in extenso en memorias de congresos (40%), textos en revistas (38%) y tesis (10%). En el 2002 la investigación formal del C2 en México estaba centrada en un 90% en instituciones académicas (46 en total, 43 nacionales y tres internacionales), y muy reducidamente en las empresas (Tejeda 2007). Para estudiar las anomalías climáticas en México, diversos autores han intentado comprender la naturaleza y causas de la variabilidad del clima ligándola con los desplazamientos latitudinales de los grandes sistemas de circulación atmosférica de las latitudes templadas, y más recientemente examinando el impacto de la variabilidad climática en el país y su relación con el fenómeno del Niño. Finalmente, en la primera década del siglo XXI se han producido trabajos relacionados con el cambio climático global y su impacto en la población de México (Jáuregui 1997).

Otras investigaciones proponen una lectura sobre las condiciones que hoy confronta el planeta, tanto desde el punto de vista de las condiciones de la supervivencia de la vida, como desde el punto de vista de las posibilidades de la construcción de sociedades democráticas, equitativas, culturalmente plurales y diversas, sociedades que vivan en paz, orientadas a la celebración de la vida, no de la destrucción. Las principales tendencias ligadas al C2 que conforman el presente y el futuro de la humanidad se consideran: 1) la destrucción de las condiciones que hacen posible la vida en el planeta Tierra; 2) la creciente mercantilización de todas las dimensiones de la vida, tanto social como natural; 3) la guerra permanente y la creciente militarización del planeta; 4) el ocaso histórico de la democracia liberal; 5) las múltiples, variadas expresiones de la resistencia, de la re-existencia de pueblos, comunidades, organizaciones y movimientos que desde la más amplia pluralidad de experiencias históricas y culturales en todo el planeta se oponen a estos procesos destructivos y reivindican la vida, la democracia y la diversidad cultural de los pueblos (Lander 2009). Estas investigaciones llevan a un acercamiento al concepto de calidad de vida en relación con el medio ambiente, analizando los distintos entornos en los que el ser humano realiza sus actividades y de cómo influyen los factores ecológicos, culturales y socioeconómicos en la calidad de vida de las personas y sus regiones, además de realizar algunas propuestas para mejorar la calidad de vida, bien a través de la participación pública, individual o colectiva, bien mediante la toma de conciencia sobre los propios hábitos de vida (Burgui 2008).

Gran parte de los resultados resaltan la incertidumbre expresada por la sensibilidad que los recursos hídricos muestran frente a las variaciones climáticas. Se han realizado proyecciones sobre las tendencias termopluviométricas más severas observadas durante el siglo XX (Quereda 2005), por ejemplo en la región de Murcia, España. Los estudios respectivos muestran la nueva realidad del calentamiento global reciente de origen antrópico y la muy probable continuación del aumento térmico en las próximas décadas, aunque con incertidumbres, abogándose por la mitigación y la adaptación (Vide 2009).

También la FAO prevé en su informe titulado “Cambio climático, agua y seguridad alimentaria”, que el C2 tendrá graves consecuencias en la disponibilidad de agua para producir alimentos y en la productividad de los cultivos de la mayoría de las regiones durante las próximas décadas. Este es un estudio completo de los conocimientos científicos existentes sobre las consecuencias previsibles del C2 sobre el uso del agua en la agricultura. Entre ellas se incluyen la disminución de la escorrentía de los ríos y de la alimentación de los acuíferos en el Mediterráneo y las zonas semiáridas en América, Australia y África meridional, regiones que ya sufren de estrés hídrico. En Asia se verán también afectadas amplias zonas que dependen del deshielo y de los glaciares de montaña, mientras que las áreas densamente pobladas de los deltas fluviales están amenazadas al combinarse un menor flujo de agua, aumento de la salinidad y la subida del nivel del mar (FAO 2011).

Según el estudio referido, se prevé una aceleración del ciclo hidrológico del planeta, ya que las temperaturas en alza incrementarán la tasa de evaporación de la tierra y el mar. Se prevé que la lluvia aumentará en los trópicos y a latitudes más altas, pero disminuirá en las zonas que tienen ya carácter seco y semiárido y en el interior de los grandes continentes. Aumentará la frecuencia de sequías e inundaciones, y se espera que las zonas del mundo que sufren ya de escasez de agua se vuelvan más secas y calurosas. Este incremento de la frecuencia de sequías promoverá un mayor aprovechamiento del agua subterránea para amortiguar el riesgo para la producción de los agricultores. Asimismo, la pérdida de glaciares, que sostienen cerca del 40% del riego a nivel mundial, afectará finalmente a la cantidad de agua superficial disponible para el riego en las principales cuencas productoras (FAO 2011).

El incremento de las temperaturas alargará la temporada de crecimiento de los cultivos en las zonas templadas del norte, pero reducirá la duración en casi todos los demás lugares. Unido a una mayor tasa de evapotranspiración, ello provocará un descenso de potencial de rendimiento de los cultivos. Tanto los medios de vida de las comunidades rurales como la seguridad alimentaria de las poblaciones urbanas se encuentran amenazados. Ante ello, un área clave que requiere atención es la mejora de la habilidad de los países para implementar sistemas efectivos para la contabilidad y el manejo del agua. A nivel de las explotaciones, los productores pueden cambiar sus planes de cultivos para permitir una siembra más temprana o más tardía, reducir la utilización de agua y optimizar el riego. Es posible mejorar los rendimientos y la productividad cambiando a prácticas de conservación de la humedad del suelo, incluyendo las de laboreo cero o mínimo. Se prevé que la siembra de cultivos de raíces profundas permitiría a los campesinos explotar mejor la humedad del suelo disponible (FAO 2011).

Una manifestación inmediata de este impacto se manifestará en la crisis alimentaria, la cual marca el fin de un largo periodo de alimentos baratos derivado de la revolución verde. Junto con el C2 y la crisis financiera, el disparador ha sido una oferta que ya no crece tan rápido y una demanda explosiva derivada del cambio de hábitos alimentarios y el auge de los agrocombustibles, a lo que se suma la especulación. En la base de la crisis alimentaria está también el encarecimiento del petróleo, bien natural escaso cuya producción se acerca al declive, poniendo en entredicho no sólo la "agricultura industrial" sino todo un modelo civilizatorio sobreconsumidor de energía. Se vive un cambio de época que demanda nuevos patrones de producción y consumo, los que, en el caso de la agricultura, habrá que recuperar y desarrollar con saberes provenientes de la ciencia formal, los paradigmas tecnológicos, económicos y culturales del mundo campesino (Bartra 2008).

La sensibilidad hídrica ligada al C2 posee otras implicaciones, como por ejemplo, la interrelación entre el C2 y las actividades económicas como el turismo, como ya se prevé en el sur de Brasil. Un estudio al respecto toma en cuenta los indicios del C2 a nivel regional, tomando en cuenta algunos indicadores como temperatura media anual, precipitación, frecuencia de eventos climáticos extremos, temperatura media máxima y temperatura media mínima. Luego, con el objeto de establecer una relación con el turismo en el sur de Brasil fueron seleccionadas dos micro-regiones turísticas recayendo la designación en la Sierra del Estado de Río Grande do Sul la y en la costa del estado de Santa Catarina. En ambas se observa una estrecha relación entre turismo y clima, tanto en forma directa como indirecta, lo cual permite mostrar ejemplos concretos de núcleos turísticos afectados por los C2 regionales (Storino 2010).

Pero el calentamiento global está modificando el clima en todos los continentes. Grandes masas de hielo se están derritiendo y aumentando el nivel medio del mar, amenazando las islas y las zonas costeras. Se están produciendo con frecuencia huracanes y ciclones intensos; las temperaturas mínimas han aumentado, así como las sequías e inundaciones en diversos destinos turísticos. En este contexto, se evalúan las consecuencias para los destinos turísticos de Bahía, Brasil, permitiendo identificar la vulnerabilidad de los destinos frente al cambio climático (Da Cruz 2009). Otros estudios prospectivos muestran los cambios que ocasionará el C2, y como ejemplo, algunas proyecciones de información estiman que en el 2050 puede quedar sumergida una superficie de 2,550 km2 de la isla de Cuba, equivalente a 2.32% de la totalidad del territorio nacional, cifra que llegaría a los 5,994 km2 en 2100 (Jornada 2011).

Esta problemática tendrá repercusiones en el ámbito de la política económica. Por ejemplo, algunos investigadores opinan que un tema clave para enfrentar el C2 radica en otorgar incentivos adecuados a las empresas privadas para que éstas modifiquen sus patrones productivos y de innovación e inviertan en investigación y desarrollo orientados a crear tecnologías menos intensivas en gases de efecto invernadero. Esto podría lograrse, en principio, con un sistema de comercio de permisos de emisión (como el previsto en el Protocolo de Kyoto) pero en el marco de un arreglo político e institucional mundial que garantice la continuidad de la iniciativa y que se refleje en la existencia de una estructura de precios "del carbono" de largo plazo que arroje valores suficientemente altos (Gutman 2009).

Sin embargo, a la hora de aplicar la metodología del análisis costo-beneficio al calentamiento global existe ante una serie de complicaciones tales como la obtención correcta de los datos, la utilización del producto nacional bruto (PNB), el uso de la tasa de descuento y la incertidumbre. Una de las incertidumbres es que todavía los científicos no entienden algunos de los mecanismos claves que determinan el C2, por lo que la opinión de muchos expertos es la de poner en marcha acciones inmediatas encaminadas a mitigar el calentamiento global, lo que dificulta incorporar el análisis costo-beneficio (García 2006), y por lo tanto, incluir al mercado y a la empresa privada en su mitigación. Pero el riesgo de que el C2 endurezca sus impactos desfavorables hace que sea urgente el compromiso de tomar medidas significativas encaminadas a reducir las emisiones de gases contaminantes durante las próximas décadas. La política económica y la política medioambiental deben actuar conjuntamente en la consecución de este objetivo (García 2010), y en este caso, el papel de las instituciones públicas (gobiernos, centros educativos, sociedad civil, etc.) será crucial. 

El C2 acarreará cambios en el nivel de vida de la población, ya que el calentamiento de la atmósfera como consecuencia del aumento de gases con efecto de invernadero no es un fenómeno pasajero. El futuro que se vislumbra para este siglo, incluso en el más optimista de los escenarios, con toda seguridad comportará un aumento de la temperatura, una probable disminución de la precipitación en el área mediterránea y un aumento del nivel del mar. En este supuesto el litoral mediterráneo es un entorno de riesgo. El riesgo viene caracterizado también por la importante densidad de población y de actividad económica que acoge. Hay que estar atento, pues, a los recursos hídricos, a los ecosistemas marinos, a las playas, a las infraestructuras y sobretodo los efectos del cambio climático deben tenerse en cuenta en los trabajos de planificación ya que las acciones de adaptación son caras y necesitan mucho tiempo. Hace poco más de dos años se publicó el informe Stern, extenso y pormenorizado análisis de los aspectos económicos asociados al cambio climático, que concluyó genéricamente que económicamente es más ventajoso adaptarse que actuar reactivamente a los impactos del cambio climático. La región mediterránea y especialmente su litoral atendida su vulnerabilidad no son una excepción y debemos ser insistentes y firmes en frente del problema, simplemente para no hipotecar el futuro (Llevo 2009).

En el mundo ya existen evidencias del impacto desfavorable del medio ambiente, solo en el 2010  se registraron como consecuencia de terremotos, olas de calor, olas de frío, derrumbes e inundaciones atribuidos al C2: 222,570 decesos en Haití; 55,736 en Rusia; 6,424 en China; 1,985 en Pakistán; 562 en Chile; 530 en Indonesia, 409 en Perú, y 388 en Uganda. En el mundo, entre los años 2008 y 2010 se estimó un total de 227,378,014 afectados. El 75.93% de los decesos atribuidos al C2 ocurrieron en América, 18.96% en Europa, 4.68% en Asia, 0.43% en África y 0.003% en Oceanía (Noticias 2011).

De igual manera, las catástrofes naturales ocurridas en 2011 lo hacen el año con daños más costosos de la historia, según un informe publicado por la mayor reaseguradora del mundo, la alemana Munich Re. El monto se eleva a 265 mil millones de dólares de enero a junio. La cifra supera ampliamente el que hasta ahora era el año con catástrofes más caras, 2005, cuando se estimaron daños por 220 mil millones de dólares, señala el estudio. La principal causa de esa cifra récord está en el terremoto y el tsunami que arrasaron Japón en marzo. Con daños por 210 mil millones de dólares, se trata de la catástrofe natural más cara de la historia.

Hasta ahora ocupaba ese lugar el huracán Katrina, que en 2005 dejó daños valorados en 125 mil millones de dólares. Sin embargo, la catástrofe en Japón significó unos 30 mil millones de dólares de carga para las aseguradoras, en torno a la mitad de los que produjo Katrina. Esto se debe en parte a que los daños producidos en la central nuclear de Fukushima no estaban asegurados. Otras catástrofes que contribuyeron al récord de 2011 fueron los terremotos y las inundaciones en Australia y Nueva Zelanda, así como los tornados en Estados Unidos (Excelsior 2011).