El equilibrio en la convivencia social debe partir de la valoración al otro, al semejante, en un contexto de respeto a aquellos valores compartidos por la comunidad y la sociedad en su conjunto; y, al mismo tiempo, tiene que rechazar los antivalores o comportamientos extraños a la esencia de la armonía social. Es así, como se plantea, repensar la construcción de una nueva manera de interacción social que debe ser orientada hacia la búsqueda del bien común.
Del Búfalo (1998) interpreta:
… la esencia humana es el resultado de sus condiciones de existencia de las prácticas que las especifican en cada caso….Además, la objetivación no es una forma insuperable de exteriozación, sino muchas formas dependientes siempre de las prácticas sociales que también determinan su correlato subjetivo en cada caso. El motor de la superación capitalista no debe pues buscarse en el reencuentro de una naturaleza históricamente alienada por unas practicas sociales hostiles, sino en las nuevas necesidades (nueva naturaleza o esencia) que esas mismas prácticas generarán (p-39).
En este sentido, las prácticas sociales deben partir de la comprensión abierta y plural de la esencia humana, a fin de reducir las diferencias hostiles, en la búsqueda de nuevas maneras de generar riqueza en función del bienestar personal y social. Generar riqueza para compartir bienestar, que trascienda el modelo de generar pobreza para compartir miseria.
En consecuencia, debe estimularse la emersión de un pensamiento crítico, expresado como reflexión -consciencia, frente a la cultura de la dominación – pobreza- resentimiento, en donde el ser humano se encuentre consigo mismo, sustentado en la auto percepción como un sujeto, no sólo instrumentalmente racionalizado, sino también sensiblemente concientizado en el contexto histórico de su realidad existencial, interpretado desde sus modos de vida en el ámbito cultural, político, económico y social con equidad e igualdad de oportunidades.
En contradicción a lo planteado surge las dimensiones: socio-simbólica, lo real–soñado, y lo socio-estructural, real– vivido, que ha establecido una abismal diferencia entre la esperanza y sueños de las personas materialmente desposeídas y las opciones que les brinda la estructura social, la realidad, en el contexto de la desigualdad. Entrampando a los económicamente desposeídos en el mundo de la sumisión, a consecuencia de la vulnerabilidad.
En este sentido Freire (1997), aclara que:
… al hombre simple, oprimido disminuido y acomodado, convertido en espectador, dirigido por el poder de los mitos creados para él, por fuerzas sociales poderosas y que, volviéndose a él, lo destrozan. Es el hombre trágicamente asustado, que teme la convivencia auténtica y que duda de sus posibilidades (pp.34-35).
Esta perversa estrategia de las clases socialmente dominantes, sean de cualquier signo político, crean los espacios tensionales para normar la convivencia social. Por un lado, la opulencia propicia la pobreza al establecer reglas injustas de los salarios y beneficios sociales de los trabajadores, al crearle necesidades artificiales engañosas. Por otra parte, el aparato político, se sustenta en infundir miedo a los desposeídos mediante diversos procedimientos y discursos; aparatos represivos; opresión en los puestos de trabajo mediante la amenaza del despido e indefensión jurídica.
Sin embargo, también los excluidos apelan a otro tipo de violencia y transgresiones asociados al hurto, el robo, el crimen, y otras prácticas, que provienen de la desocupación, la circulación de drogas, la carencia de recreación y de atención educativa, etc., que perturban la paz social de la comunidad. Todo ello contribuye a montar el entramado de la tragedia social; porque, según Freire (ob., cit.) esto es:
… Un gregario que implica, junto al miedo a la soledad, que se prolonga como miedo a la libertad… El espíritu gregario… es siempre el refugio del que carece de dones…Es la armadura a la que el hombre se esclaviza y dentro del cual ya no ama” (p.35).
En esta distinción los grupos económicamente dominantes son gregarios en cuanto a lo material o cohesión fragmentada; mientras que los materialmente excluidos son gregarios a las condiciones de la dominación. Es decir, por la vulnerabilidad que los somete a la servidumbre. En consecuencia, América Latina, y Venezuela en ese contexto, han venido construyendo una sociedad signada por las desigualdades que la ha conformado progresivamente gregaria.
Al respecto, Bello (2005) concibe que:
El dominio de la sociedad sobre el individuo como actor social es una constante a lo largo de la historia de la humanidad. La diferencia estaría en los mecanismos utilizados para la dominación, la evolución de éstos, y las funciones que a ellos les han sido asignados por las diversas formaciones sociales. (p.198).
Estos efectos de la dominación, en el caso particular de Venezuela, y para la presente investigación, son la exclusión social y la infravaloración humana. Quien valora más lo material queda subordinado a éste, por tanto no se valora así mismo, y por está razón quedan imposibilitados para valorar a quien él considera que está por debajo de su prestigio: Todo ello da cuenta de las marcadas diferencias sociales, al castrar las potencialidades personales de los sujetos al coartarles el pensamiento propio.
En efecto, Del Búfalo (ob., cit.) plantea que:
Es típico de los movimientos reformadores concebirse a sí mismos como un regreso a la auténtica vida, y proyectar el futuro como un recuerdo del pasado. Esta ambivalencia aparece frecuentemente en la famosa búsqueda y defensa de forma arcaica de vida por parte de mucha gente progresista (p.39).
La ambivalencia, es una de las características más resaltantes y persistentes en Venezuela; que perpetúa y reproduce el círculo histórico de la dominación y de la exclusión, utilizando ingeniosamente prácticas y discursos con prédica liberadora; desnaturalizando la realidad del excluido que, inevitablemente, repercute en su ser y hacer en el mundo, y en la creación del trabajo productivo, de bienes y servicios económicos, sociales y culturales, trayendo como una de las consecuencias más nefastas la imagen de ser ricos-pobres.
Es así, como se han creado los mecanismos para instaurar la Cultura de la Pobreza en América Latina y, especialmente, en Venezuela. A lo que León (1996) afirma:
Se nos ha enseñado a ser pobres y lo hemos aprendido excelentemente. Tenemos valores pobres y somos pobres en valores. Nuestras Iniciativas son pobres y somos pobres en iniciativas. Nuestro pensamiento es pobre y somos pobres de pensamientos. Nuestra política es pobre y somos pobres en política. En lo único que todavía somos potenciados es en resignación (p.32).
Este comportamiento social queda evidenciado en el clientelismo político y en la distribución de las dádivas instauradas en Venezuela, que han contribuido a sostener las tradicionales élites, así como también a emerger el llamado nuevorriquismo, con el mismo comportamiento del de las élites tradicionales.
En el caso de las regiones venezolanas, menos industrializadas, los Alcaldes han asumido el rol de los antiguos señores feudales, sin distingos de su filiación político partidista. Ven a los pobres como sus súbditos y a los militantes de sus partidos políticos los ven como sus esclavos. Este comportamiento social se fundamenta en el miedo recíproco de: quienes tienen poder político y no quieren perderlo; y quienes dependen de éste y no se atreven a enfrentarlo.
Evidentemente, en este contexto, las élites económicas hacen lo mismo. Les da miedo perder el prestigio social y económico, heredado u obtenido a través de mecanismos de explotación, que estrangula material e intelectualmente a los pobres, excluyéndolos de las posibilidades de superación, tanto económica como cultural y socialmente, al pagarles bajos sueldos y limitadas reivindicaciones sociales en educación, salud, vivienda, alimentación, entre otras.
Esta es una práctica que opera como un secreto que pretende ocultar la realidad; no obstante, en el interior de las personas está escondido un descontento impotente, frente al poder que lo ha excluido en nombre de principios trascendentes como: la libertad, la salvación, la democracia, la Patria y una cadena de argumentos que no coinciden con la conducta de quienes los predican, ya sean políticos, empresarios y religiosos; cada uno con sus máscaras misteriosas.
Balandier (2003) advierte:
Lo secreto ocupa todos los lugares del espacio social, desde el que delimita la vida privada hasta aquellos en los que se enfrentan los agentes económicos, ésos también donde los poderes rivalizan en procura de su primacía y de los medios de imponer sus puntos de vista y su orden…Pero hace mas, al asociarles sistemas simbólicos, mitos, misterios, y ritualizaciones es por los cuales los artesanos componen una sociedad particular en el seno de la gran sociedad (pp-88-89)
Consiste en mantener un hilado soterrado, en secreto, de lo que debe ser transmitido y de lo que debe ser percibido, mediante el doble discurso y su vinculación con la relación: dominador–dominado.
El dominador establece las reglas del juego en donde aparentemente el dominado lleva la ventaja, con una distorsión de la realidad, mientras que el dominado se refugia en la simbología de la esperanza para envolverse en su propia tragedia. Esta distorsión de la convivencia social, en el caso de Venezuela, se ha mantenido históricamente como un círculo vicioso, lo cual ha venido dibujando una sociedad progresivamente egoísta y d;esconfiada.
Tierno (2005) puntualiza:
Detrás del egoísta cicatero y roñica, siempre se oculta un ser depauperado, ruin y necio incapaz (sic) de abrir su mano y lanzar la buena semilla sobre los surcos hambrientos de las tierras (corazones) ajenas. No entienden que dar es recibir y ayudar es ayudarse (p.303)
En atención a la puntualización de autor (Ob. cit.) no se trata de repartir lo material que se pueda tener, que de alguna manera le pertenece a quien lo posee, sino reconocer en el otro el significado de la vida, expresada y comprendida en términos de solidaridad, de justicia, responsabilidad y equidad compartida, en donde se enseñe y se aprenda unos de los otros en igualdad de condiciones. Que el trabajo y la creatividad sean respetados recíprocamente.