El ser humano ha venido arrastrando la incertidumbre de su origen, ocasionándole desdicha y virtud; ambas relativamente intersubjetivas. Su conflicto pudiera situarse desde la búsqueda de los filósofos griegos cuando comenzaron a reflexionar frente al mundo que lo rodeaba y, particularmente, sobre su propia existencia. Ya en Grecia se vislumbraron las primeras formulaciones de la teoría evolucionista, surgiendo, de esta manera, la contradicción entre su conducta animal y racional, así como su ambición egoísta por la apropiación de los bienes materiales.
Por otra parte, desde los predios de la religión, los teólogos clásicos argumentan el origen divino del hombre como producto de la creación de Dios. En este contexto la controversia es múltiple por la diversidad de interpretaciones que tienen sobre la existencia de Dios, donde cada corriente del pensamiento religioso se considera poseedora de la verdad y, por ello, los dogmáticos de la fe creen estar más cerca del poder divino, con lo cual tienden a influir y a posicionarse en sus propias agrupaciones, al mismo tiempo que generan conflictos entre otras corrientes, dentro del propio cristianismo, el Budismo, el Islamismo, entre otras, configurando y maximizando conductas egoístas.
Igualmente, este proceso engendra la dominación de los más aventajados tanto por el desarrollo de la inteligencia individual, como por los dotes de la naturaleza, en los diversos espacios, favorables o no, para la producción de riqueza, creándose así la acumulación de poder en unos grupos o sectores y la subordinación de otros.
Todas estas tendencias del comportamiento humano violentan principios y valores esenciales en la praxis social, albergando en su seno la confrontación de unos grupos contra otros; violentando las normas institucionales que el mismo hombre se ha dado para el ordenamiento y regulación de sus conductas accionantes.
De esta manera, importantes sectores se van quedando al margen de aspiraciones individuales que se colectivizan, en la medida que aumentan las violaciones a las normas, principios y valores que regulan la convivencia social sustentada en la justicia y equidad, de lo cual se desprende su lado oscuro e inhumano como el resentimiento, el odio y la venganza, como respuesta autodestructiva de la misma humanidad.
El hombre, al dejar de lado a sus semejantes menos favorecidos, tanto por la naturaleza como por su misma condición humana, ha venido labrando su propia destrucción al asumir conductas infravalorativas de su misma esencia. Por una parte, los más aventajados desde el punto de vista del conocimiento adquirido tienen las posibilidades para destacarse sobre los demás; y, por otra parte, están quienes de manera irracional e inescrupulosa se apropian de los bienes colectivos, en cuya acción excluyen y dominan a los menos aventajados en el campo social, económico y cultural.
En ambos comportamientos, el de la dominación intelectual y el del lucro económico, se crean conflictos tanto ideológicos, como de intereses y rivalidades fundamentados en privilegios individuales y grupales. También se conjugan para producir la invención más perversa de la creatividad humana: las armas para la guerra y con éstas la humillación de la dignidad de las mayorías que no posee esos instrumentos de la muerte, así como de los sectores humanistas-racionales que se niegan refugiarse en esa trampa exterminadora de su especie
Una de las secuelas de la exclusión es el resentimiento social que a niveles de los poderosos - intelectuales sin escrúpulo y los acaudalados económicamente apelan al terrorismo internacional en sus diversas manifestaciones, con medios sofisticados; también en el campo de los desposeídos tanto intelectual, como los sumergidos en la pobreza, recurren a la violencia cotidiana como forma de lucha, a consecuencia del fenómeno de la pulsión y expresión tanática del resentimiento social.
En este sentido Guédez (Ob.cit.) afirma:
El resentimiento, el rencor que dura mucho, o la ira que se prolonga, o el odio envejecido, o la enconada vocación de venganza. Expresa residuos negativos que se funden y confunden con otros sentimientos destructivos. Generalmente, el resentido asume una actitud de venganza y toda venganza es cruel, porque conlleva a excesos y radicalismos (p.98).
Esto significa que el resentido se introduce en un túnel sin salida quedando atrapado en su propia desgracia; siempre buscando un culpable para evadirse de su propia existencia. Es así como: “...El resentido no aprende del pasado: reniega del pasado; se atormenta del presente y desaprovecha el presente; hipoteca el futuro y se resiste al futuro” (Guédez ob., cit. p. 99).
Esta situación impide al resentido orientarse hacia metas definidas; está envuelto en un marasmo que no le permite acceder a los medios y recursos indispensables para satisfacer las necesidades fundamentales, en un clima espiritual de armonía y buen vivir, en donde sea reconocido y valorado por el mundo que lo rodea. El sufrimiento lo refleja como felicidad disfrazada creyéndose dueño de un mundo que los demás le quitaron y así desdibuja la identidad y la fractura de su propia dignidad.
Es importante destacar, que no todos los resentidos provienen de las clases sociales desposeídas y, por tanto, aplica a quienes no han sido despojados de sus derechos, ni se les ha negado las oportunidades para que lleven una vida equilibrada en la convivencia social. Se hace referencia de aquellos que tienen ausencia de su propia valoración. Asimismo, existen los resentidos por desclasamiento social identificado en aquellas personas que se avergüenzan de haber pertenecido a lo que consideran una posición inferior; actuando, en consecuencia, contra sus antiguos congéneres, utilizándolos como chivos expiatorios para ocultar su venganza y justificar su pobreza espiritual.
Las anteriores caracterizaciones descriptivas sobre el comportamiento de estos subconjuntos que conviven en esa especie de túnel oscuro en el seno social latinoamericano, y venezolano en particular, que tiende progresivamente a agudizarse evidencia que la problemática educativa es de enorme complejidad.
Las consecuencias de esta patología humana son de imprecisables magnitudes perturbadoras en las interacciones sociales: la intimidación-humillante que da cuenta de las presiones-interpersonales en los puestos de trabajo; el vejamen del delincuente a su víctima; el del docente a sus alumnos y, lo peor, los padres a sus hijos; desencadena la violencia de diversas maneras.
Igualmente, la envidia, y la vanidad que conduce al derroche para ganarse simpatías a costa del sufrimiento ajeno, también ocasionan estragos en las instituciones, por el bloqueo para evitar el éxito del otro; así como en el seno de la familia trae discordias, y en las comunidades enfrentamientos entre los vecinos.
Estos fenómenos están presentes cotidianamente, sólo que percibidos y/o banalizados en los noticieros o en las páginas de sucesos de la prensa. Lo que cambian son los procedimientos: estrellaron un avión contra los rascacielos de Nueva York; explotó un coche bomba en Bogotá; un hombre bomba voló un edificio en Bagdad o acribillaron a tiros a diez personas, en cualquier barrio en Venezuela. Las aparentes causas de orden político, económico religioso o nacionalistas se presentan como fachada o máscara que oculta el resentimiento y la venganza.
Con frecuencia, las personas hundidas en dificultades y resentimientos que consideran insalvables pueden utilizar, como mecanismos de defensa, una serie de subterfugios asociados al manejo de la apariencia, y no de la autenticidad. Pueden presentar, aparentemente, una imagen de ingenuos, bondadosos y zalameros; sin embargo, generalmente actúan de manera agazapada, o en emboscada: tu me ocultas, niegas mi existencia, no me quieres ver, no me escuchas, mi vida no es importante para ti; en consecuencia, te digo que aquí estoy como la serpiente, te muerdo, te inyecto el veneno de la amargura, sin diferenciar a quien, todo el mundo es culpable de mi tragedia humana. Es así como el resentido justifica su existencia y maneja su exclusión psico-social, sin mayores esfuerzos por superarse; se refugia en lo más fácil porque los demás son culpables.
Al respecto, Roche y otros (2002), realizaron una investigación en los barrios de Caracas y un informante manifestó lo siguiente:
No es que no existan los entes, verdad, no es que no (…) no es que no esté organizado nuestro país, no. Sí está organizado, por supuesto. Pero nosotros no alcanzamos muchas veces esas cosas. No las podemos alcanzar porque, bueno, nos ponen el ojo rapidito los que no les conviene, o porque la gente pues nos excluye porque somos de barrio. Entonces yo soy una persona decente de barrio, pero yo no puedo ir a denunciar, pero si soy una persona que viva en la Avenida Baralt o que viva en algo más urbanizado, ah a esas personas sí las van a oír, a mi no. (p.128).
Esta opinión, relacionada con la inseguridad en el barrio donde vive (El Guarataro) de la Parroquia San Juan, en Caracas, deja en evidencia la exclusión y la resignación, al interpretar la insistencia del “no”, lo cual puede comprenderse también como autoexclusión. La persona se convierte en un extraño en sí mismo por que considera que su dignidad humana no ha sido valorada.
Según la concepción marxista se interpreta como los efectos del capitalismo que anula la existencia autónoma del sujeto, para colocarlo frente así mismo como un extraño, es por ello que “. Se denomina alienación esa condición del hombre en la que su propio acto se torna para él en un poder extraño, que se ubica por encima y en contra de él, en lugar de ser controlado por él.” (Fromm 1985. p.111).
Todo lo cual explica cómo una conducta sumisa, temerosa y disminuida pierde la racionalización de su propia realidad, en cuanto a la opacidad de las perspectivas frente a las opciones que le ofrece el entorno social.
Ciertamente, estas posturas frente a la vida y a la convivencia social son excluyentes; no obstante, el hombre también ha creado sus mecanismos reguladores de los comportamientos en las acciones socioculturales, conducentes a la búsqueda de ciertos equilibrios sociales, tales como los principios, los valores éticos y morales, comprendidos, aceptados y aplicables según las diversas culturas creadas por el mismo hombre en su proceso civilizatorio.