APROXIMACIÓN AL CAPITALISMO RENTÍSTICO VENEZOLANO

APROXIMACIÓN AL CAPITALISMO RENTÍSTICO VENEZOLANO

Alejandro Landaeta Salvatierra (CV)
PDVSA Servicios Petroleros, S. A.

Volver al índice

V.3. Reactividad nominal frente a variaciones de la RPI

El capital endógeno, formado y madurado estructuralmente durante la formación del régimen mercantil-petrolero, muestra un contradictorio enlace al mismo tiempo complementario y antitético con el Estado. 1 Como todo capital, está igualmente sujeto al antagonismo de clases inherente al régimen capitalista en abstracto, con lo cual el sistema venezolano se hace doblemente complejo gracias al trinomio que hace juego en el curso del proceso de producción y distribución: el Estado, los capitalistas, y los trabajadores asalariados al servicio del capital. Aunque la relación contradictoria entre el Estado y el capital es en realidad extensiva al capitalismo global, aquí reviste un significado muy específico por ser el Estado un agente que percibe ingresos regulares no provenientes de la actividad económica interna.

El vínculo antitético comenzó a agudizarse a partir de la culminación de la  fase de modernización de la infraestructura nacional y de consolidación del capital interno, a mediados de los años 60. Al agotarse la sustitución de importaciones, última macro-política de desarrollo conducida por el Estado en el siglo XX, aunada a la nacionalización de los recursos mineros e hidrocarburíferos, el capital privado se hizo cerril y desprendido de cualquier subordinación a las políticas públicas orientadas por la visión desarrollista y populista. El crecimiento del sector bancario, el fortalecimiento de los grupos de poder, la conformación monopólica de la oferta interna y la extendida vocación comercialista importadora, dotaron al “sector privado” de un poder de beligerancia lo suficientemente influyente para configurar las bases funcionales del sistema económico bajo profundas contradicciones y antagonismos insalvables, que se han levantado como una muralla infranqueable frente a los esfuerzos de potenciar la fuerza productiva del trabajo. Para entender el porqué del desempeño inestable del capitalismo rentístico a partir de los años 70, es necesario situarse en el contexto de los cambios globales e internos que provocaron una nueva situación marcada por el declive del cepalismo y el keynesianismo, así como la reacción global contra el Estado del bienestar, el asistencialismo y la gestión pública del desarrollo. El Estado se reduce poco a poco a un mero agente de estímulo de la demanda agregada, deslastrándose tácita o expresamente de toda redistribución no útil para la acumulación de capital.

Hasta cierto punto se ha llegado ha plantear un juego “suma cero” condicionado por las necesidades del Estado, que tienden a ser rígidas, y las expectativas de ganancia privada, que tienden a su amplificación de acuerdo a una fórmula geométrica común a todo proceso de acumulación de capital. Es un pugilato implícito tras relaciones económicas en apariencia transparentes, que procura resolverse mediante la consecución del equilibrio entre la funcionalidad del Estado, la satisfacción del lucro privado, la cobertura clientelar de las necesidades sociales difusas y la capacidad de creación de valor agregado. Este juego es un telón de fondo de la determinación de la tasa de ganancia interna, cuya mayor o menor cuantía tiene mucho que ver con la magnitud de la renta, con el celo del Estado por conservar poder adquisitivo y soportar el gasto, con la capacidad de la demanda solvente y la productividad. Pero los actores en pugna no guardan una constitución pareja. Las burguesías y pequeñas burguesías que pululan en el medio social llevan una clara ventaja al poseer los canales de poder distributivo que les permite flexibilidad en el combate económico mediante la imposición de precios, mientras el Estado queda entrampado en la dicotomía de la defensa de la renta y el sometimiento a las reglas pragmáticas del capital. Ese pugilato subrepticio se hizo diáfano con el advenimiento del proceso político bolivariano, al buscar deslindar los intereses de las oligarquías como irremediablemente antagónicos a los intereses del Estado y de las masas desposeídas.

Un producto de este pugilato es la matriz inflacionaria y las modificaciones de la distribución factorial que, como tendremos oportunidad de ver, se comporta a la manera de “bloques tectónicos” en la estructura económica. La necesidad del Estado de proteger su poder adquisitivo externo lo hace incurrir en la paradoja de afrontar la depreciación inflacionaria por brotes de liquidez, tendiendo a caer su poder de compra interno con el riesgo de ceder capacidad de importación, es decir, ceder renta. La rigidez de la oferta interna y el desplazamiento del poder de compra de los segmentos asalariados hacia los segmentos medios favorece la ganancia especulativa, agravada por la cartelización del capital comercial mayorista. La espiral inflacionaria sirve así al capital para mantener o elevar la tasa de explotación al caer los salarios reales y adicionalmente captar renta en eventos coyunturales que pueden prolongarse. Tras la determinación de la tasa general de ganancia hallamos las relaciones antitéticas propias del capitalismo rentístico expresadas en tres grandes variables: a) los salarios de los trabajadores al servicio del capital; b) los precios de mercado; y c) el tipo de cambio. Detrás de la primera variable emana el antagonismo común entre el capital y el trabajo; detrás de la segunda, la confrontación entre la oferta (el capital en su forma-mercancía) y la demanda solvente; mientras a la sombra de la tercera se encuentra el pugilato sordo entre el capital y los compromisos sociales y clientelares del Estado rentista.

La deformación nominal ocurre en última instancia como el modo natural de ensanchamiento de la plusvalía en situaciones contingentes sin estar asociada a ningún incremento de la productividad, exacerbando los antagonismos en juego. La conservación de la tasa de ganancia, y podríamos decir también de la masa de ganancia cuando se trata de escenarios estancos, pasa a ser una determinante de las variables del “mercado”. Estas premisas conforman el bastión intocable del capital. Mientras en el capitalismo industrial la formación de un “hueco” de demanda puede disparar una contracción recesiva o una espiral deflacionaria, derribando la tasa de ganancia, en el capitalismo rentístico tal hueco es improbable, sucediendo en su lugar un traspaso adquisitivo bastante fluido desde las clases asalariadas hacia las no asalariadas. Es decir, en ciclos cortos, mientras se contrae la demanda agregada, también se polariza el ingreso. En el “movimiento tectónico” los desplazamientos relativos no crean vacío deflacionario, sino una “fagocitosis” adquisitiva. Los desbalances recomponen cualitativamente la demanda solvente, dejando poco alterada la realización de mercancías cuyos agentes de demanda simplemente cambian de rostro… y de bolsillo.

La conservación de la tasa y la masa de ganancia puede encarar un escenario recesivo, en que la masa total de valor disminuye por contracción de la productividad y de las importaciones, o un escenario de bonanza en que aumenta la masa total de valor, en cuyo caso la reactividad sucede contra impulsos del Estado por preservar el soporte rentístico del gasto. Puede haber dos situaciones secundarias hipotéticas, la primera de las cuales consiste en un incremento de las importaciones acompañado de una contracción de la producción, sin desmedro de la tasa de ganancia, o a la inversa, una contracción de las importaciones acompañada de un incremento en la producción. Estas situaciones pueden considerarse estancas en cuanto a la masa de la oferta agregada.

Pueden darse otros escenarios en que disminuya o aumente la RPI y la potencialidad de importación sin generar efecto sobre la producción (efecto netamente consuntivo).  Por contraste, el caso esperado de crecimiento del PIB (que puede implicar tanto un incremento de la RPI como de la producción, o un incremento sólo de la producción), plantea la conservación de la tasa de ganancia sin necesidad de las “fracturas tectónicas”. Así, desde un punto de vista relativo, la composición interna de los factores puede permanecer sin variación regresiva. Un cuadro ideal al gusto de los liberales de izquierda es aquél en que la tasa de ganancia podría acusar una tendencia equilibrada2 con salarios reales constantes o crecientes, y una renta neta en manos del Estado constante o creciente.

La RPI es recibida en la forma monetaria divisa, representa un poder de compra potencial respecto de un conjunto de mercancías situadas en el ámbito externo de la economía. Luego, representa nominalmente una masa de valor cuya magnitud real en la estructura de valorización sólo se concreta cuando las mercancías son realizadas mediante la importación. El tipo de cambio es en consecuencia una variable determinante en la dinámica estructural debido al peso de la renta y su variabilidad. La moneda nacional expresa una “interfaz” de realización de la renta a lo interno mediante la conversión de los ingresos en divisas, provocando un mecanismo de juego nominal entre el receptor de dichos ingresos y los compradores de la moneda extranjera. Este mecanismo de monetización de la RPI entraña la contradicción de la conservación nominal del poder de compra debido al carácter laxo de la emisión monetaria, hallada ésta conjuntamente en manos del Banco Central y del sistema financiero nacional (SFN). Tal mecanismo contribuye a la deformación nominal de los precios cuando se producen variaciones sensibles (tanto negativas como positivas) de la RPI que, si bien puede atenuar arrebatos de cesantía en escenarios de reflujo, reduce significativamente el salario real y polariza la distribución factorial del ingreso. La contradicción entraña adicionalmente el hecho de que no necesariamente la renta monetizada representa el mismo poder de realización de valor en manos del Estado que bajo la forma divisa, aspecto que ya habrá tiempo de examinar.

Hemos dicho que la exacerbación del mecanismo de monetización deviene de los años 70 por el poder interno alcanzado por la burguesía y la culminación del período modernizador llevado a cabo por el Estado, entre otros factores. La parálisis de la estrategia de industrialización, aunada a las presiones internacionales que llevaron a la hipertrofia de la deuda externa y de los capitales financieros (a lo largo y ancho de la periferia capitalista), hacen lo suyo para volver crónica la deformación nominal en tanto efecto de la recomposición distributiva cuando varía el caudal de renta. Otros factores no dejan de ser importantes, como la concentración monopólica de la oferta, ya comentada, la atomización y debilidad sindical de las clases asalariadas (especialmente en el ámbito privado), y la rigidez clientelar del gasto público. La tenacidad de la cultura del consumo masivo, patente desde la bonanza de los 70, reforzada con una organización prácticamente nula de los consumidores, aporta una condición idiosincrásica inercial a la rigidez del gasto, alimentada por la moderna estrategia de creación de necesidades por parte del capital.

El sesgo rentístico no facilita a la clase trabajadora adquirir la fortaleza de combate necesaria para refrenar las ofensivas del capital. El escaso número de trabajadores en las ramas manufactureras y de las grandes empresas difumina las posibilidades de respuesta de los vastos y dispersos segmentos asalariados al servicio del patrono, dificultando la adquisición de conciencia de clase y aculturación política, dejando a esos segmentos en situación de vulnerabilidad económica y alejamiento de estrategias de poder. Extrañamente, la defensa de los derechos laborales, que reviste una muy acusada ilusión nominal del salario, ha recaído, por tradición del régimen burgués-populista, en la entente entre el sindicalismo burocrático, los partidos clientelares y el Estado, de modo que las magras conquistas de las clases trabajadoras terminan siendo llevadas de la mano por decretos que los “empresarios”, bien agremiados, consiguen neutralizar fácilmente. El sindicalismo criollo, por otro lado, ha sido hasta la actualidad notablemente parcelario y estamentista, haciéndose ineficaz para canalizar ninguna estrategia de clase coherente. La lucha económica no apunta a incrementar la productividad, a exigir inversión productiva en el país, a crear plazas de trabajo, a elevar la participación de los trabajadores, limitándose en contraste a los parámetros contractuales netamente remunerativos y coyunturales. Por ende, la reactividad laboral, lo mismo que la empresarial, está atenida, ante todo, a los impactos del precio del barril. La fenomenología de estímulo-respuesta no es, sin embargo, simétrica ni proporcional. Habrá oportunidad de ver en las fuentes empíricas evidencias de la interesante conexión entre la fluctuación de la renta y la modulación cuantitativa del antagonismo capital-trabajo, es decir, de la distribución factorial del producto de valor.

La reactividad de los consabidos tres grandes actores del escenario económico interno es asincrónica y secuencial, del tipo “reacción en cadena”. Para razonar esta aseveración, se pone sobre la mesa un enfoque metodológico basado en el esquema “(b)” de discriminación de las bases de capital rentístico y endógeno, asumiendo la premisa de impermeabilidad mercantil de la renta, es decir, que toda la renta monetizada es efectivamente apropiada por el Estado y distribuida con transparencia de acuerdo a sus obligaciones y políticas presupuestarias. Los “bloques tectónicos” distributivos correspondientes al Estado y los capitalistas permanecen rígidos en sus fronteras adquisitivas, con lo cual la transferencia mercantil de renta es nula. Esta es una premisa de equilibrio fundada en la estabilidad adquisitiva del tipo de cambio, desestimando cualquier desviación revaluacionista de la moneda.3 La reactividad distributiva y las deformaciones circulatorias pueden darse en una secuencia de eventos sin necesidad de transgredir la premisa de estabilidad adquisitiva de la renta traducida a bolívares. El reacomodo de los dominios distributivos desde luego entraña oscilaciones en los términos de cambio que pueden provocar desajustes temporales o una permeabilidad mínima temporal. En la realidad, los reacomodos pueden conllevar lapsos prolongados de deformación adquisitiva, como se puede poner en evidencia con las estimaciones estadísticas, algunas de las cuales hemos mostrado. No obstante, por ahora apelamos a la premisa de equilibrio adquisitivo.

La fluctuación de la renta modifica “gratuitamente” la base especular de capital al cambiar por incidencia exógena la magnitud de la demanda agregada solvente. Se trata de una transgresión del cimiento reproductivo que en condiciones normales debe reestablecer y acrecentar la masa de valor invertida en cada ciclo. Toda contracción de la base rentística provoca un vacío de reposición que se salda necesariamente mediante desplazamientos distributivos forzosos y severa asincronía en la capacidad de respuesta del capital productivo. A diferencia del ensanchamiento rentístico, que sólo requiere el necesario respaldo fiduciario para la absorción incremental del potencial de importación, la contracción retira potencial sin desactivar al mismo tiempo su fuente nominal de demanda ni motorizar en lo inmediato el reemplazo productivo. El multiplicador rentístico actúa en reversa dañando en simultáneo capacidad instalada autónoma. Con esto se puede mostrar que la asociación entre el gasto público y el capital rentístico hace de “sostén táctico” del metabolismo contingente, cuyo resultado es la contención del salario real y el ensanchamiento de la tasa de explotación. El sistema termina por funcionar no a pesar de las deformaciones circulatorias, sino gracias a ellas. Las deformaciones son producto del arte de conservación de las masas y tasas de ganancia contra todo riesgo en el contexto del juego suma-cero frente a las políticas sociales y el salario real.

El esquema (b) de discriminación o segregación de la base rentística y autónoma se expone mediante un facilitador numérico para razonar cada paso en la secuencia iterativa por cambios en la RPI. La tabla 1 contiene a modo de ejercicio los datos del esquema en divisa y en bolívares. Los valores dados en divisa se multiplican por el tipo de cambio fiscal (de 4,3 Bs./divisa) para definir los valores monetizados. La tabla contiene todos los elementos estructurales básicos: el capital constante (C), el variable (V), la ganancia (G), y el valor de la producción (W). El capital constante especular de la renta alcanza 74 unidades en divisa, convertidas a 318 unidades en moneda local según el tipo establecido. Esta porción representa el valor de las importaciones rentísticas. El capital constante autónomo es de 460 unidades en moneda local, para un valor de la producción de 2.311,5 unidades. La tasa de ganancia de equilibrio es de 50 %, siendo la tasa de explotación aparente de 101 % (770,5 ÷ 762,8).

Suponiendo una contracción de 74 a 64 unidades de la renta, la disminución de la oferta de divisas hace pasar el capital constante especular (del nivel “a”) de 318 a 275 unidades, constituyendo una magnitud adquisitiva real. Los cambios se pueden ver en la tabla 2. En la práctica los empresarios procuran tapar el déficit mediante el crédito externo, al cual acude también el Estado en la búsqueda de liquidez internacional. La liberación de reservas y el crédito son en cierta forma ahorros y anticipos sobre rentas devengadas y futuras que ayudan a atenuar o posponer los efectos recesivos de la baja en los ingresos. Estas maniobras también contribuyen con las deformaciones circulatorias al terminar por afectar la disponibilidad fiscal por las cuotas de servicio. La contracción puede afectar ciertamente la disponibilidad fiscal motivando acciones de austeridad, que no son la pauta ordinaria del desempeño del gasto desde los años 70. La austeridad, invocada en las situaciones extremas, termina siendo practicada por los trabajadores y grupos sociales excluidos. Pero el gasto público está sometido a presiones que tornan nominalmente rígida su administración. Una de las fuentes de presión proviene justamente de los proveedores capitalistas, que se ven impelidos a mantener a como dé lugar sus masas y tasas de ganancia. Los efectos recesivos, con todo, son inevitables, obligando a los oferentes privados a dibujar estrategias de protección que recaen en la formación de los precios, la capacidad instalada y la demanda de fuerza de trabajo.

La tabla 2 representa un escenario de transición en el que sólo hay afectación parcial de valor agregado conexo al capital rentístico (la cantidad de Ga, que pasa de 159 a 137), pero la contracción de la oferta debe impactar igualmente el nivel “b”. Pese a ello, en el nivel “b” se dejará inalterada la proporción del capital constante como cota de máxima respuesta en condiciones dadas de la capacidad instalada, que es al mismo tiempo la condición de máxima explotación del trabajo. Se trata de un límite metodológico, toda vez que una contracción de la renta conduce por regla a una disminución de la capacidad utilizada. Ahora bien, una situación de caída de la capacidad de importación debería reducir tanto la oferta como la demanda asociada, obligando a los capitalistas a prescindir de personal y focalizarse de seguidas en las oportunidades sustitutivas para no perder dominios de mercado. Antes de eso, lo que sobreviene es una reacción fiscal que se traduce en preservar terreno adquisitivo.

La pérdida de valor de la moneda respecto de la divisa puede ir acompañada de una devaluación nominal suficiente para nivelar el gasto en los términos adquisitivos de la tabla 1, provocando un sobre-estímulo monetario de demanda que antes que activar el motor endógeno, alimenta la presión inflacionaria. La reacción inicial es, por lo tanto, la demanda devaluacionista, de facto o por decreto, que se traduce en inercia de la liquidez en el contexto de la reducción de la circulación mercantil. Permaneciendo sin cambios la velocidad de circulación, el balanceo de la ecuación recae sobre el nivel de precios. Así, mientras la producción cae, el gasto fiscal se mantiene sobre una base de sustentación socavada. De allí que la contracción de la RPI se halle lejos de inducir efectos deflacionarios.

En este punto es donde entra el capital privado, por cuanto la necesidad fiscal de conservar capacidades presupuestarias sin respaldo en la tributación interna tiene como correlato la conservación tanto de la masa como de la tasa de ganancia. En una situación recesiva no es de esperar que se conserve fácilmente la masa de ganancia, lográndolo sólo unos pocos empresarios, pero el capital puede maniobrar para mantener en todo lo posible la tasa histórica y evitar una divergencia significativa con la tasa global media. Esta maniobra se ejerce al contraer la oferta en el contexto de una inelasticidad crítica demanda-precio, que facilita la falta de competencia. El escenario que expresa una adaptación aun no del todo reactiva del capital es el de la tabla 3, que remite a dos esquemas, el nominal y el real. El esquema nominal muestra la restitución aparente de la demanda fiscal, como se acaba de comentar. Esto induce la adaptación del capital constante del nivel “a”, con su correspondiente masa de ganancia. El nivel “b” permanece aparentemente sin cambios, pero lo cierto es que la restitución es nula en términos reales.

El efecto recesivo lleva el valor de la producción de 2.311 a 2.092 unidades, provocando la contracción de todos los componentes que forman el valor agregado. Aquí se asume sin cambios el capital constante autónomo, que corresponde a un nivel límite, elevando la composición orgánica. La tasa de ganancia se conserva porque disminuye la cuantía del capital variable por reducción del salario real y del nivel de empleo. El escenario nominal de la tabla 3 es entonces inflacionario. La cifra de 2.429 es nominal y expresa una deformación  de 4,7 %. A modo de resumen, la secuencia ocurre según los siguientes pasos: reducción de liquidez internacional fiscal → conservación nominal del gasto fiscal → reducción de la capacidad de importación → contracción de la oferta → reacción nominal de precios por conservación de la tasa de ganancia → reducción de la producción → inflación → reducción del poder adquisitivo fiscal en la misma proporción de la contracción de la RPI → contracción del salario real → recomposición interna de las fuentes de demanda. El sujeto que se encuentra en la cola es el trabajador asalariado. La contracción del salario real desencadena el tercer efecto reactivo, que se manifiesta tardíamente mediante la presión de los trabajadores agremiados en el sector público y en algunas empresas privadas grandes. El escenario recesivo hace que los aumentos nominales de salario reimpulsen el efecto inflacionario por la caída de la productividad y la oferta interna. La tasa global de explotación pasa en el ejercicio de 101 % a 106 % (esquema real de la tabla 3 vs. tabla 1).

El esquema de la tabla 3 no es todavía el escenario de reequilibrio, pues la reacción en cadena produce una suerte de terreno de combate con idas y venidas de las proporciones distributivas hasta la estabilización relativa. Los capitalistas no se conforman con la conservación de la tasa de ganancia, sino que buscan mantener igualmente los niveles adquisitivos absolutos de sus respectivas masas. Esta reactividad es la que conduce al punto final de interacción distributiva frente a la política fiscal defensiva, que se salda con una prolongación de la deformación nominal. La escalada de precios, que debe conducir al equilibrio del tipo de cambio (cuando el tipo nominal es igual al real), tiende a sobrevaluar la moneda. Si la capacidad ofensiva del capital es suficiente para evitar el cierre de negocios en el marco de la contracción de la oferta y subida de precios, las masas de ganancia no caerán significativamente. Eso conlleva a la irrupción de un momento de desajuste al alza de la tasa de ganancia que se traduce en sobrevaluación monetaria y emisión de liquidez. En la tabla 4 se muestra un escenario extremo de máxima ofensiva del capital que consigue mantener las masas de ganancia en los términos del esquema nominal de la tabla 3. Éste es teóricamente inestable, pero hay evidencias de procesos prolongados de sobrevaluación en cuadros inflacionarios. Tendremos ocasión de analizar en su particularidad la apropiación mercantil de renta, pero la tabla 4 expresa esta situación, reduciendo la capacidad real de demanda fiscal de 275 a 253. El capital variable se reduce aun más (disminuyendo el salario real), de 659 a 608. Con esto se quiere significar que la disminución de la renta puede acarrear un proceso en espiral que no conduce necesariamente a un reequilibrio proporcional automático y se manifiesta mediante las deformaciones circulatorias crónicas, modificando nominalmente el presupuesto fiscal, los precios, los salarios y con menos frecuencia el tipo de cambio.

(La conservación de las masas de ganancia de la tabla 4 exige el cálculo de la tasa de ganancia uniforme mediante la fórmula

siendo:

C0, V0 = capitales constante y variable de la tabla nominal de referencia;

 G0 = ganancia de la tabla nominal de referencia; C0(1) = capital constante del nivel 1; W = valor de la producción de la tabla real.)

El desajuste de los precios internos respecto de los precios internacionales a la tasa oficial de cambio, descontados flete y seguro, es favorecido por la concentración monopólica de la oferta y la reducción de la capacidad de importación, que tiende a subir los precios internos de los productos importados al permanecer rígida la demanda. No es fácil para el Estado mantener el poder de compra de la renta una vez distribuidas las divisas y monetizado el gasto cuando se estrecha el embudo de la oferta agregada. El recurso de la devaluación es mal tolerado, aplicándose de manera extemporánea o cuando la crisis fiscal es ya insostenible. La baja del salario real afecta a toda la masa trabajadora, incluyendo a los empleados públicos, así que mientras el Estado no consiga respaldar fuentes de ingresos vía renta o vía tributación, el gasto corriente que se rezaga a la inflación ocasiona pérdida de dominio rentístico, agravando el déficit fiscal a favor del capital. Con algunos datos de las cuentas nacionales veremos a posteriori que el capital se maneja bastante bien en situación de baja de la renta, manteniendo o elevando la tasa de ganancia. Por otra parte, las estadísticas no son favorables a constatar estímulos vigorosos de la producción doméstica cuando baja la capacidad de importación. Aunque no es nulo, en los períodos observados no hay indicios de estímulo suficientemente significativo del multiplicador autónomo en el ámbito privado. Los eventos recesivos e inflacionarios pueden acompañarse entonces de aumentos a contrapelo de la tasa de ganancia. Es fácil advertir el efecto redistributivo de las reacciones asincrónicas y la confrontación entre el rentismo fiscal y la esfera de acumulación privada. En la tabla 4 el tipo de cambio real es de 3,96 (253,7 / 64), presentando una sobrevaluación de 8,5 % (4,30 vs. 3,96). El escenario de equilibrio es el de la tabla 3, en que el tipo nominal es igual al real.

Continuamos ahora con la situación inversa, cuando aumenta la RPI. Como en el ejercicio anterior, éste también se desarrolla a través de una sucesión razonada de eventos. El esquema de partida es el mismo (ver tabla 1). En adelante, para distinguir las tablas, se numerarán con tilde. Esta vez la renta aumenta de 74 $ a 84 $ (+10 $). Entre los aspectos resaltantes de la reactividad al aumento de la renta está la matriz inflacionaria. Así, bien que disminuya, bien que aumente, hay razones sustentadas en este enfoque que explican la persistencia de la deformación nominal de precios. Todo incremento de la disponibilidad rentística de divisas plantea un desbalance de absorción, exige la necesidad inmediata de crear la matriz de demanda a través de la emisión proporcional de liquidez. La primera dificultad a encarar por el Estado es la regulación de esa liquidez, que debería conducir a la apreciación nominal de la paridad. Pero el tipo de cambio nominal, en ausencia de una política de libre convertibilidad, es mantenido oficialmente. El Estado no libera siempre divisas a diestra y siniestra, procurando mantener el piso de la paridad y la constitución de reservas. Esto se puede observar en la serie histórica de la paridad en Venezuela: si tomamos la serie desde la crisis de 1983, se constata que el tipo de cambio nominal nunca ha sufrido modificaciones a la baja. Ni siquiera en los 90, cuando se aplicaron medidas liberalizadoras como la libre flotación (1990-1992) y el sistema de bandas cambiarias (1996-1999). Es destacable que esta serie está asociada a una constante presión inflacionaria, muy ligada a los eventos recesivos y al servicio de la deuda. 4

En el primer momento de elevación de ingresos, el sector empresarial y el público en general aun no tienen los bolívares suficientes para adquirir las divisas al tipo de cambio oficial, lo que no constituye ningún problema, porque para eso se activa el mecanismo de monetización a través del sistema crediticio, es decir, de emisión de oferta incremental de bolívares. Es bastante claro que el Banco Central cataliza este proceso por la adición de necesidades presupuestarias del Estado. El brote rentístico en esas condiciones impulsa la liquidez en calidad de mecanismo alterno a una baja nominal del tipo de cambio. La potencialidad a la vista de un volumen adicional de circulación mercantil devenido ex nihilo agiliza el motor monetario. Se trata de la absorción de una sobreoferta de mercancías. Ahora bien, si la apreciación nominal de la divisa no se produce, sobreviene el riesgo de un descontrol de transferencia mercantil de renta al sector privado debido a la expansión monetaria. La circulación mercantil adicional se absorbe así mediante una “emisión inorgánica” sin que ello deba generar un impacto inflacionario. Como prescripción lógica, la sobreoferta mercantil debe hallar su contraparte en el incremento de la liquidez si permanecen constantes los precios y la velocidad de circulación. La absorción comprende una “ruta de equilibrio” que compensa la sobreoferta a través de la  formación de sobredemanda, y ésta debe anteponerse necesariamente en orden de prelación. La capacidad de absorción guarda sincronía respecto del incremento de la potencialidad importadora, no se trata de una inundación de mercancías sin compradores a la vista. Ahora bien, si no es exclusivamente el Estado, ¿cómo y quiénes controlan esta emisión? ¿Cómo se forma una demanda incremental que no tiene contrapartida en las objetivaciones endógenas del trabajo? Veremos, sin embargo, que es teóricamente justificable el efecto inflacionario del brote rentístico mientras el estímulo multiplicador no incida sobre el potencial autónomo.

La absorción de renta incremental reproduce cada vez el efecto de acumulación originaria de los tiempos tempranos de la actividad petrolera, sólo que con la sofisticación de un aparato estatal, económico y financiero acondicionado para ello. Así como los propietarios del capital tienen la capacidad de amortiguar sus masas de ganancia en las situaciones de reflujo, también la tienen para potenciarlas en las situaciones de bonanza. La absorción de renta reproduce igualmente la ruta originaria: desencadena en primer término un efecto consuntivo mediante el incremento de importaciones de mercancías destinadas al consumo final, para impulsar seguidamente cierta absorción de materiales y equipos, un limitado efecto multiplicador-acelerador. Hay dos aspectos adicionales necesarios de advertir, el segundo de los cuales es antitético: a) se puede abaratar el costo nominal de los medios de producción importados; y b) se pueden desplazar mercancías nacionales no competitivas. Este segundo aspecto está asociado al impacto consuntivo primario. Ambos afectan tanto positiva como negativamente las potencialidades productivas. Sin embargo, la expansión monetaria puede entorpecer estos efectos colaterales.

La tabla 2’ muestra el escenario esperado de una modificación al alza de la renta, el cual de por sí apuntaría a ser considerado de equilibrio o terminal. Volcar a la economía la porción incremental de renta requiere como mínimo una mayor demanda de fuerza de trabajo en el sector terciario. En lo inmediato, el valor agregado se debe modificar al alza para preservar las tasas de ganancia en un grado mínimo, distribuido entre la absorción para el consumo final y el consumo intermedio. El incremento del consumo intermedio será viable si y sólo si existe capacidad ociosa operativa, es decir, disponibilidad del aparato transformador para elevar la producción con el plantel en funciones. En lo inmediato el estímulo primario toca las actividades comerciales y de servicios. En la tabla 2’ sólo está modificado el nivel “a”, pero debe modificarse al menos la cuantía del capital variable asociado a la masa de ganancia adosada al capital especular. No hay razones para asumir una modificación inmediata del valor del capital constante del nivel “b”, ni de la fuerza de trabajo asociada, ni de la masa de ganancia. Pero la masa de capital variable debe incrementarse, aunque no necesariamente en la misma proporción que la ganancia del nivel “a”. Como premisa del ejercicio, la masa de capital variable se eleva conservando la proporción de la tabla original, dando por resultado la tabla 3’.

La tabla 3’ es más próxima a un escenario probable de efecto inmediato de absorción rentística. El capital variable aumenta al elevarse la demanda de fuerza de trabajo y/o el salario real, disminuyendo la tasa global de ganancia de 50 % a 48 %. Sin embargo, la masa de ganancia respecto al escenario inicial (tabla 1) disminuye. Tal comportamiento no se ha constatado en el registro estadístico revisado. Existen evidencias de disminución de la tasa, mas no de la masa de ganancia. Después de 1974 la tasa agregada de ganancia del sector privado muestra una tendencia a la baja, pero aumenta la masa en términos reales. Es necesario advertir que por ahora estamos descartando desequilibrios en el tipo de cambio y por ende cualquier presión a la apropiación metabólica de renta (lo mismo en lo que respecta a la presión inversa, al “ahorro” devaluacionista). El escenario de la tabla 3’ no es, en consecuencia, aceptable más que como paso metodológico transitorio. La reactividad del capital hace que la tasa de ganancia se conserve (en los dos niveles), de modo que la magnitud de capital constante del nivel “b” preserva su proporción respecto del valor de la producción, es decir, dicho capital es sujeto de un ajuste nominal proporcional. Las consecuencias directas de ese ajuste son un desbalance del dominio fiscal de la renta y una contracción del salario real. La tabla 4’ en su expresión real muestra este escenario (paso 3). (Para hallar el valor del capital constante nominal del nivel “b” de la tabla 4’ es necesario emplear la siguiente fórmula:

El escenario real se obtiene normalizando cada proporción  de la tabla nominal 4’ por 2.376.)

La expresión real de la tabla 4’ revela una magnitud menor del capital especular equivalente a la renta fiscal (de 361,2 a 354,5) y del salario real (784,0 a 769,5). Tanto la tasa como la masa de ganancia vuelven a las magnitudes de la tabla 2’. Como la capacidad de compra de la renta disminuye, el Estado presiona para mantener el poder anterior, reestimulando la deformación nominal en procura del equilibrio de paridad del tipo de cambio, cosa que se logra una vez que se estabilizan las tasas y masas de ganancia, retornando el salario real al nivel original. La tabla 5’ es así expresión nominal final del proceso de ajuste, y sus valores reales son idénticos a la tabla 2’. Todo lo sucedido fue un desajuste nominal cuyo resultado consiste en elevar la demanda de fuerza de trabajo sin tener que aumentar el salario real. La deformación nominal inflacionaria se calcula en 2.442 / 2.376 – 1 = 2,8 %.

En la medida que los brotes rentísticos no consiguen estimular el multiplicador autónomo, el incremento de la demanda agregada tenderá a una distribución sesgada de la masa de valor asociada a la renta. Sólo un estímulo directo de la productividad es capaz de reconvertir el escenario nominal de la tabla 3’ en un escenario equivalente en términos reales. Aun así, la participación del capital variable dentro del valor agregado en el escenario de la tabla 1 es de 49,7 %, diminuye a 49,1 % en la tabla 2’ y a 49,3 % en la tabla 3’ nominal. La tasa de explotación pasa de 101 % en el escenario 1 a 104 % en el final. Pero para que la masa de capital variable aumente, manteniendo constante la tasa de ganancia, debe aumentar la productividad. La única excepción para que, conservando la tasa de ganancia, disminuya la tasa de explotación, es que se produzca apropiación privada de renta por sobrevaluación momentánea o crónica de la moneda en el curso del proceso metabólico mercantil.

La variabilidad de la RPI plantea en definitiva un proceso reactivo que se manifiesta directamente sobre los términos nominales de cambio, exacerbando otros factores que intervienen normalmente en el juego económico de las economías capitalistas contemporáneas, en las cuales destacan las contradicciones en las acciones de política fiscal, monetaria, comercial, y la acumulación de deuda. La consideración fundamental de este enfoque es la asincronía reactiva que desencadena la escalada inflacionaria, especialmente cuando disminuye la RPI. El postulado final es que todo reacomodo forzoso en los términos de cambio afecta en última instancia a los asalariados, pero el Estado puede igualmente perder dominio adquisitivo en situaciones de debilidad, desorientación, inoperancia y complicidad táctica con los intereses del capital o intereses privados en general. Si éste consigue posiciones de estabilidad que no le exijan acometer inversiones productivas para ganar competitividad y autonomía frente a la variabilidad de la renta, reaccionará a todo cambio de la demanda agregada a través de respuestas inflacionarias. El problema de fondo no es el gasto público dispendioso o irresponsable, sino la configuración estructural pasiva del aparato de la oferta privada que, en condiciones de bonanza rentística no necesita ser productivo, mientras en condiciones de reflujo puede escudarse gracias a la concentración monopólica, a la abundancia de fuerza de trabajo no calificada, al sesgo distributivo (que establece curvas de elasticidad precio bastante inelásticas), y al poder de emisión de liquidez y absorción de plusvalía del sistema bancario. Para proseguir con el enfoque de la matriz antagónica de las deformaciones circulatorias, se hará ahora un razonamiento sobre la apropiación mercantil de renta por parte del capital como epifenómeno del metabolismo interno del capital.

1 Por capital endógeno entenderemos todo capital invertido territorialmente, sin distingo de su origen.

2 La tendencia equilibrada de la tasa de ganancia ocurre cuando los precios internos tienden a igualarse a los externos. Las diferencias de productividad comportarán salarios reales diferenciales.

3 El equilibrio adquisitivo vale tanto si hay revaluación como si ocurre lo contrario. El signo positivo o negativo de la desviación es indiferente. La devaluación de la moneda puede encarar una apropiación circulatoria extraordinaria por parte del Estado.

4 Teóricamente un evento de estabilidad de precios o aun deflacionario durante un incremento de la renta puede indicar dos aspectos: a) que la absorción es 100 % consuntiva y proporcional al incremento de la liquidez; b) que aumenta la productividad en una proporción equivalente al exceso de presión de demanda rentística.