APROXIMACIÓN AL CAPITALISMO RENTÍSTICO VENEZOLANO

APROXIMACIÓN AL CAPITALISMO RENTÍSTICO VENEZOLANO

Alejandro Landaeta Salvatierra (CV)
PDVSA Servicios Petroleros, S. A.

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I.2. De la génesis a la estabilización funcional del capitalismo rentístico

El estudio del desarrollo del capitalismo venezolano es prolijo, abunda la indagatoria de su devenir desde principios del siglo pasado en trabajos que son joyas de la investigación nacional. No vamos a retomar detalles de la reconstrucción histórica de un sistema cuya complejidad y particularidad sigue, por supuesto, dando lugar al esfuerzo retrospectivo; sólo se intentará un bosquejo sobre ciertos aspectos abstractos de su génesis y funcionalidad. Ya haremos referencia de ellos en el contexto de su comprensión lógico-funcional, lo que obliga a remontarse a sus orígenes, haciendo necesario elaborar este bosquejo a fin de acceder a una visión más específica de las causas generatrices y su estabilización temporal. El capitalismo rentístico lleva algo más de seis décadas de existencia atravesando distintas “etapas” de desenvolvimiento vinculadas a la propia historia del capitalismo mundial, del que forma parte.

La explotación petrolera produjo una ruptura sistémica de fondo. Desde sus inicios estuvo condicionada por las realidades internacionales, como la Primera Guerra Mundial, la gran depresión de los años 30 y más tarde la Segunda Guerra Mundial. La economía agrícola-mercantil asentada en la exportación de café y cacao coexistió a lo largo de unos 20 años con el boom petrolero para declinar paulatinamente hasta su mengua definitiva hacia los años 30. La vieja burguesía comercial exportadora, como se mencionó, cedió paso a una nueva clase de oportunistas que medraron a la sombra de las compañías petroleras y del Estado gomecista. El Estado “gomero”, a pesar de ser más parecido a un protectorado feudal que a una verdadera res pública, heredaba una legislación en materia de minas que le confería una clara prerrogativa fiscal sobre el hidrocarburo, avanzando hacia una conciencia más definida respecto a la propiedad nacional de los yacimientos. Veamos lo que al respecto nos dice Bernard Mommer: “…la [primera] guerra condujo también en Venezuela al fortalecimiento de la conciencia nacionalista. Fue en esas circunstancias como se produjo el cambio de conciencia de los gobernantes que haría que el concepto de libre propiedad estatal se transformara en propiedad nacional de los yacimientos. Este cambio, que se observó entre los años 1917 a 1922, puede asociarse al nombre de Gumersindo Torres, Ministro de Fomento de esos años.” (p. 77)

Pese a esto, el Estado gomecista, establecido desde 1908, fungió inicialmente como un socio de los capitales trasnacionales pechando escasamente la producción y la concesión territorial según el Código de Minas de 1910.1 Sucesivamente, los cambios en la legislación establecieron una diferenciación entre la renta del suelo cobrada por los terratenientes y los impuestos cobrados por el Estado elevando la participación fiscal. Dice Mommer: “Según Torres, las compañías petroleras debían pagar renta del suelo a los terratenientes, la clase dominante en la Venezuela precapitalista de entonces. Torres identificaba el interés nacional con el interés de los terratenientes.” (p. 81) Señala de seguidas que el capital bancario de entonces procuró que fuese el Estado el que cobrara directamente la renta del suelo: “Los impuestos y la renta del suelo fueron confundidos completamente. Este hecho es digno de atención por cuanto Torres ya había realizado un análisis exhaustivo sobre la cuestión. Para Torres el asunto era muy sencillo: exigir renta del suelo para los propietarios de la tierra e impuestos para el Estado. Pero el capital, y muy particularmente el capital bancario, no podía estar de acuerdo con esto. (…) La propiedad privada implicaba renta del suelo para los terratenientes; la propiedad estatal, en cambio, representaba ingresos rentísticos para el Estado, con lo cual la renta quedaba al alcance inmediato del capital.” (p. 83) Esta aseveración de Mommer es sumamente importante, por cuanto señala un temprano estado de conciencia de representantes de la burguesía emergente sobre el control de la renta fiscal.

Como vimos, en el período que va desde 1910 hasta 1943, el tratamiento fiscal de las actividades de exploración y explotación de petróleo, sometido inicialmente a los intereses de la oligarquía agrupada en torno a Gómez y de las trasnacionales, expresa una evolución contingente entre los tres actores que habrían de caracterizar las dramatis personae de la escena petrolera: las compañías extranjeras, la burguesía emergente y el Estado. El hecho de reconocer tempranamente a particulares oportunistas derechos sobre las concesiones, les proporcionó disfrute de renta del suelo y una de las primeras formas de transferencia directa a agentes privados por parte de las Compañías.2 Refiere Mommer: “Hasta la Segunda Guerra Mundial fueron otorgadas más de 8.500 concesiones que, durante el período de 1920 a 1938, produjeron 209 millones de bolívares para los intermediarios, sin tomar en cuenta las regalías que arrojarían durante décadas.” (p. 87). Esta forma de apropiación, como bien califica Federico Brito, proporcionó una base de acumulación originaria directa, a la que debemos igualmente agregar la acumulación originaria basada en las transferencias desde el Estado. Esta práctica se inscribe en los inicios del período económico que algunos autores, asertivamente, comprenden como de “crecimiento simple” 3, en que la economía de enclave se vuelve hipertrófica respecto de los sectores tradicionales, modificando drásticamente las proporciones entre el PIB rentístico y el PIB endógeno.

Los primeros impactos de la economía de enclave fueron brutales. Instaló una masa desproporcionada de capital productivo, atrajo miles de trabajadores y desató una verdadera fiebre de construcción civil. Como correlato de los salarios pagados a la nueva clase trabajadora, los gastos de las propias compañías y del gobierno, así como de la nueva clase rentística, sobrevino la avalancha de mercancías importadas para compensar la porción de capital variable y circulante, la alícuota fiscal de la masa de capital-dinero invertido y los crecientes requerimientos suntuarios. A pesar de la elevada expatriación de beneficios de las compañías, los efectos de esa proverbial entrada de divisas fueron demoledores, terminaron por ahogar la vieja estructura agraria, disipó las fuentes de los capitales exportadores tradicionales y la propia industria artesanal asociada a las necesidades y patrones de consumo de la época. En la tabla Nº I-1 se muestran los efectos de este impacto en los valores principales de la balanza comercial. Los valores de 1929 y 1936 están tomados de La economía venezolana, de Sergio Aranda. Los de 1946 se obtienen del Resumen general de la Balanza de Pagos del BCV y de Venezuela, política y petróleo, de Rómulo Betancourt. 4 Conforme estos datos, la composición de las exportaciones se modifica drásticamente: las petroleras pasan de 52,8 % en 1925 a 92,8 % en 1946. En este período Venezuela se consolida como el primer exportador mundial de crudo y segundo productor, después de Estados Unidos, jugando un papel estratégico en la SGM. Las exportaciones no petroleras tuvieron capacidad para respaldar en 49,9 % las importaciones de 1929, mientras que ya para 1946 dicha capacidad fue de apenas 11,8 %. Para 1936, como se ve, es nítido el impacto de la Gran Depresión sobre las exportaciones tradicionales.

El efecto principal, hasta la SGM, fue el de la vocación consuntiva de la renta, el uso del nuevo poder de compra exterior con fines de consumo no productivo. Dice DAR: “Fue la adquisición de bienes de consumo, o el atesoramiento puro y simple, el norte al cual dirigió sus pasos la nueva estructura que el petróleo estaba creando… las importaciones del comercio y del gobierno en bienes de consumo se elevaron bastante. El incremento de las reservas internacionales, que en esa época pertenecían a la banca privada y a sus clientes, sugiere una tendencia al atesoramiento que acompaña a aquella inclinación hacia el consumo. Se creó así, hasta la Segunda Guerra Mundial, una economía puramente consuntiva.”5 No obstante, en esa vocación está la clave de la propia acumulación originaria del capitalismo rentístico, que es también una paradoja, pues una verdadera economía capitalista, un “modelo puro”, no puede fundarse en la acumulación a partir del consumo no productivo. El nuevo capital comercial surge entonces como contrapartida del capital productivo de enclave, logrando tasas de acumulación iniciales (de take off) precisamente a partir del consumo no productivo. El mismo desarrollo del capital productivo endógeno obedece a este patrón, pues surge como respuesta a las necesidades de consumo impuesta por la nueva demanda solvente, empezando por la construcción de viviendas y edificios públicos y de negocios.

Lo relevante es observar que en ese período se forma no una clase rentística dominante (como los terratenientes concesionarios), sino una heterogénea oligarquía capitalista que logra efectivamente establecer la lógica formal derivada del modo de producción, aspecto que ha propiciado hasta hoy ciertas confusiones respecto del carácter de la economía venezolana.6 Esa lógica formal tiende a devenir en lógica real en la medida que se establecen en el territorio las fuerzas productivas propiamente capitalistas, principalmente después de la SGM a través de la sustitución de importaciones. Sin embargo, la lógica formal no ha dejado de ser la regla en el proceso de acumulación endógeno. El profuso estudio de la dependencia, que sin lugar a dudas ha sido asertiva en aspectos fundamentales de la realidad económica, no resulta tampoco suficiente para una detección de la matriz (o matrices) esenciales del capitalismo rentístico, concretamente en lo que a Venezuela se refiere. De allí que la visión desarrollista de izquierda curiosamente hiciera tanto énfasis en construir un planteamiento de autonomización industrialista; sus críticas recaen en la incapacidad de la burguesía autóctona en “desprenderse” mediante un sostenido proceso endógeno de desarrollo de las fuerzas productivas. Un ejemplo de ello es la observación, por demás correcta, del fracaso de la sustitución de importaciones por la estrangulación de la segunda fase de sustitución en el sector productor de medios de producción, como lo analizó Orlando Araujo y tendremos ocasión de citar más adelante. La crítica desarrollista, tanto de izquierda como socialdemócrata, apunta a la predominancia del carácter volitivo de las clases dominantes y del Estado en lo que respecta a las políticas de industrialización.

Domeñar la renta petrolera significa precisamente pasar del paradigma consuntivo al productivo utilizando la misma renta como recurso de capital, preocupación que maduró en torno a la SGM.7 Esa perceptiva crítica avizora en el “capitalismo dependiente”, en el “subdesarrollo” o simplemente en el rentismo, un modelo fracasado, insostenible, polarizador de las clases sociales, cuya superación, para los socialdemócratas, es el verdadero desarrollo capitalista, y para la izquierda marxista, el desarrollo de las fuerzas productivas burguesas para crear las bases del socialismo. En todas esas visiones hay una sensación de frustración, de algo inacabado, de algo que aun debe completarse, de una pieza que hay que poner para darle al capitalismo venezolano su carta de autonomía, bien para celebrarlo y cuidarlo, bien para avanzar a una fase superior. No pareciera, en ningún caso, soslayarse la precedencia de esa pulsión ética-crítica que impide tomar al capitalismo rentístico no como una anormalidad o un desarrollo trunco, sino como el resultado natural y estable de un ordenamiento económico adosado estructuralmente al sistema capitalista global.

El “modelo” rentístico de acumulación no es accidental, es inherente a las relaciones de los Estados propietarios de los yacimientos con las clases burguesas que, desde dentro y desde afuera, establecen la “mecánica” del proceso de apropiación de plusvalía bajo una configuración bien definida de división internacional del trabajo. El capitalismo rentístico no es por lo tanto un modo de producción, no es un “capitalismo dependiente” ni un sistema “subdesarrollado”, es el eslabón de un sistema superior que conforma un nicho de acumulación bajo reglas funcionales relativamente estables, y que tenderán a ser estables mientras la renta diferencial sea positiva y los hidrocarburos persistan como la fuente principal de energía primaria. La estabilización funcional del capitalismo rentístico ha superado hitos cuyos efectos (como cabría pensar), pudieron suprimir sus soportes objetivos, como son la comentada política sustitutiva, la nacionalización petrolera, el reflujo de los años 80, o el giro liberal de los 90. Actualmente hay un nuevo hito, cuyo resultado está a la espera: la revolución bolivariana.

Nuestro sistema (en realidad sub-sistema, visto en un plano más abstracto) tiene una delimitación funcional que lo viabiliza. No hay un “desorden” que pueda atribuirse puramente a la voluntad o falta de voluntad de la clase dominante o del Estado, a las responsabilidades individuales o históricas de los actores políticos, independientemente de que esos actos hayan podido menoscabar en algún momento las bases funcionales. Lo que cabe significar es que en su recorrido histórico ha sufrido cambios que, lejos de transformar su esencia, la ha ratificado mediante un verdadero proceso adaptativo y de “estímulo-respuesta”, y en ello la neo-burguesía nacional se ha vuelto experta. Los fracasos de las políticas industrializadoras y de “desarrollo social”, incluso de la reforma agraria de 1960, obedecen a su carácter de cuerpos extraños a un organismo que para vivir, para ser, necesita preservar su método rentístico de acumulación. La idea de trascender a un sistema capitalista industrial clásico, esa charlatanería de las fases rostovianas que definen el desiderátum de cualquier burguesía nacionalista, en realidad ha sido históricamente innecesaria, aparte de ser la vía más larga para hacer ganancias en un marco de compatibilidad funcional con el sistema global. Es decir, toda una majadería. Es una excelente demostración empírica de que la clase burguesa (en abstracto) no tiene inconvenientes en saltarse la fase productiva del ciclo de metamorfosis del capital, el único crisol de plusvalía, si en sus ámbitos territorial y funcional se torna irrelevante. Si, como dicen los matemáticos, “abunda”.

La expansión del capital productivo pierde sentido cuando no desencadena la contracción del tiempo de trabajo necesario y una dilatación más que proporcional de la plusvalía, y aquí reside una de las razones del confinamiento funcional y de la adscripción territorial del capitalismo rentístico, justamente por la propiedad estatal de los yacimientos, hallándose ambos aspectos estrechamente vinculados con el capital global en abstracto. Si dimensionamos al capital global, tenemos un macro-sistema de valorización cuya mayor o menor eficiencia obedecerá a la propia eficacia de los capitales en lograr toda la amplificación posible de las tasas de plusvalía en cada rincón del planeta. Aquí entra en juego la presión de la competencia de capitales por nivelar las tasas de ganancia, presión que encontrará un cúmulo de obstáculos objetivos e institucionales, pero que al mismo tiempo delimita “zonas de optimalidad”, las cuales serán tan temporales como transitorios puedan ser esos obstáculos. Estas zonas están estrechamente condicionadas por las ventajas comparativas particulares.

Amplificar “un palmo” el capital productivo no conduce necesariamente a lograr esa optimalidad; si las inversiones que es capaz de emprender una burguesía local le confieren una tasa de retorno atractiva o compatible con sus expectativas, será siempre en atención a las propias condiciones económicas vigentes, v. gr., a la tecnología instalada, al nivel de los salarios locales, al grado de protección arancelaria, o a la demanda solvente de mercancías no transables. El resultado deberá ser contante y sonante para que un plantel productivo privado aparezca, cumpla su vida útil y cierre su ciclo de reproducción ampliada. Estas condiciones son limitativas, y son por lo tanto determinantes de cada nicho de acumulación. La persistencia o no de éstas hará que la caracterización de un nicho sea estructural. Por ejemplo, mientras los hidrocarburos sean la fuente número uno de energía primaria, la tendencia de los Estados petroleros exportadores, mientras les quepa un mínimo de soberanía, será la de mantener sus fueros rentísticos y sus burguesías asociadas. La división internacional del trabajo viene así impuesta por las propias condiciones locales y por las necesidades del capital global en el contexto centro-periferia. No es dable la amplificación marginal del capital productivo en un país cuyas condiciones no ofrezcan una rentabilidad comparativa razonable o una justificación objetiva obvia, como por ejemplo la que puede ofrecer la rama de la construcción.

La delimitación funcional comienza a establecerse cuando las fuentes de acumulación originaria alcanzan la magnitud y estructuras suficientes para su normalización metabólica, dando lugar a la reproducción ampliada supeditada ya a la lógica capitalista. Durante los primeros instantes del crecimiento simple esta lógica es embrionaria, sólo pertenece al capital de enclave y al sistema metabólico en vías de caducar. La vocación consuntiva apalanca luego la formación del capital comercial-bancario mientras el creciente poder financiero del Estado alimenta y complementa la demanda solvente. Estos primeros pasos envuelven la complejidad del juego de poder e intereses concretos que transcurrió más o menos en las dos décadas posteriores al inicio de la exportación del crudo, destacando lo expresado por Mommer acerca del aprovechamiento directo de la renta del suelo por los personeros más avezados del régimen. La economía de enclave, con todo su efecto multiplicador -por un lado, y “desmantelador” o “eugenésico”, por el otro- propagó estímulos para el surgimiento de capitales comerciales y aquellos vinculados al crecimiento urbano alrededor de los campos, dio algún impulso a la construcción y la generación eléctrica, pero el fortalecimiento de los ingresos fiscales y de la propia conciencia nacionalista terminó por incrementar la participación fiscal durante la escalada comprendida entre la primera Ley de Hidrocarburos de 1920 y la promulgada en 1943, obligando a establecer y normalizar la condiciones de relacionamiento con el capital foráneo sin que ello lesionara seriamente sus expectativas de acumulación. La burguesía emergente, a través del Estado y en asociación con nuevos factores políticos “progresistas”, lograba terreno sobre la voracidad trasnacional.

El Estado actuó en cierta forma como financista, un agente de anticipo de capital, pero aun más importante es la creación de demanda agregada, que ocurre en la forma de naturalización del poder financiero externo, lo que necesariamente pasa por hipertrofiar el capital comercial importador. Es la clave para una comprensión plena de la asimilación metabólica primaria de la renta, la cual determina la emisión monetaria interna. Constituye un aspecto medular de la estabilización funcional así como de la dinámica entre la paridad cambiaria, los precios y la liquidez, cuyas conexiones escapan necesariamente a la lógica de un modelo ortodoxo. La naturalización monetaria o monetización interna de los ingresos fiscales de exportación forma una onda consuntiva a la manera de un primer efecto, característico del período temprano de la economía petrolera. La onda productiva deviene como efecto secundario, el cual obedece a la maduración del estímulo multiplicador de la renta. Las ondas consuntiva y productiva coexisten y se superponen en la funcionalidad sistémica que reacciona a la fluctuación de los ingresos. Un comentario de DAR ilustra el impacto consuntivo y monetario de la génesis metabólica rentística: “Hay un despilfarro congénito del excedente que, lejos de ir a la esfera de la reproducción, se dirige al consumo. El mecanismo presente en esta suerte de circuito fatal es el circulante. Para que el proceso se cumpla, es obvio que los coeficientes de circulante deben aumentar. Así ocurrió en el tránsito de la Venezuela agraria a la petrolera a partir de 1920. El coeficiente de circulante era, entre 1895 y 1910, de 5,8 o del 9 por ciento. Desde la irrupción petrolera comenzó a ascender. Para 1925 andaba en el 15,9 por ciento. En 1932 alcanzaba al 20,1 por ciento. Y en 1935, remontando ya el país la cuesta de la recuperación económica después de la crisis mundial, asomó en el 21,4 por ciento. Desde entonces se mantiene en cifras que fluctúan alrededor de esos niveles…” 8

La formación de la burocracia de Estado, el creciente gasto militar que impuso la modernización del ejército a partir del gobierno de Eleazar López Contreras, los contratos de obras y servicios y, en general, todo el conjunto de necesidades apalancadas desde el Estado, fueron sentando la plataforma de demanda de donde medraron los capitales comercial, financiero y de la construcción. La renta pasó a ser distribuida bajo la forma de un gasto público robusto, desplegando aguas abajo actividades de bajo valor agregado concentradas en comercio y servicios, formándose al principio modestas masas de plusvalías que, con bastante seguridad, debieron ser complementadas con apropiación de renta a través de la determinación de los precios. Dejando a un lado las transferencias directas (v. gr. rentas de los titulares concesionarios), es básicamente a través de los precios cómo se concreta la acumulación originaria rentística, derivando en una normalización de trasiego que, con un caudal fluctuante, rige hasta hoy, es decir, un mecanismo de apropiación intramuros asociado a la relación entre el Estado y sus proveedores privados, así como entre el capital comercial importador y los consumidores finales. Esta afirmación se somete aquí como hipótesis fuerte en atención a indicios bastante claros detectables en la funcionalidad sistémica observada desde los años 70. 9

Aquí entra en operación el vínculo entre el ingreso internacional y el consumo interno por acción del subsidio de la divisa, con toda una secuela de efectos o desórdenes monetarios, los cuales se harán de un todo manifiestos al formarse un mercado más competido e inestable por la consolidación de los exportadores del Medio Oriente.10 Comenta la profesora Dorothea Melcher: “…una forma de beneficiar indirectamente al capital privado para poder apropiarse de la renta, consistía en la sobrevaluación de la moneda venezolana, el bolívar. (…) De esta manera, los primeros beneficiados por la renta petrolera eran los comerciantes y banqueros, y los personeros con influencia política; estos últimos se reclutaban a su vez de los grupos económicos tradicionales mencionados y de los terratenientes. Al lado de las vías legales de distribución de la renta, se iniciaron los métodos ilícitos: la sobrefacturación, las ganancias excesivas, la corrupción, las comisiones y el tráfico de influencias.”11 La práctica distributiva instauró entonces formas concretas o recursos legales y no legales de enriquecimiento privado acelerado, con una proporción claramente disociada respecto del crecimiento secular endógeno o de creación de riqueza no petrolera. Prácticas éstas relacionadas con  el endeudamiento público y los negocios bancarios amparados en las políticas monetarias, privilegios en compras y contrataciones, subsidios y exenciones fiscales, o el fraude puro y silvestre. Estas prácticas normalizadas ponen en manos de funcionarios y partidos políticos una fracción de poder financiero que acaba por constituir la base hegemónica del sistema clientelar, un sistema que se legitima políticamente a través del comercio del voto y la investidura discrecional de las personificaciones del poder devenidas en agentes de negocios. En el capitalismo rentístico se va configurando este esquema de inclusión de lo político purgando en definitiva el modelo de tiranía militar con la instauración de la democracia formal en 1958.

El contraste drástico entre el rápido enriquecimiento de las oligarquías de los tiempos iniciales y la constitución menguada de valor agregado endógeno es una clara señal de ese proceso de acumulación originaria. La etapa de crecimiento simple, caracterizada con los números mostrados, es la muestra palpable de que el poder económico logrado por la burguesía comercial importadora y el capital financiero no podía estar sustentado de ningún modo en la expansión del metabolismo interno, antes bien, el metabolismo de la estructura agraria exportadora, como vimos, entra en declive en los años 30 para dar por terminadas algo más tarde las operaciones de las casas alemanas comercializadoras de café. La participación de la plusvalía de las ramas exportadoras tradicionales estaba por consiguiente en vías de contracción, como lo sugiere además, para todo el sector agrícola, la composición sobre el PIB, a saber: 35 % en 1920; 24,6 % en 1925; 21,5 % en 1930; y 18,8 % en 1935.12 Algunas cifras expuestas por Armando Córdova revelan el enriquecimiento habido en el período de reparto de las concesiones: así, mientras en 1913 las importaciones de bienes de consumo suntuario constituían 14,7 % sobre el total, para 1926 alcanzaron 26,4 %. La composición de las importaciones de bienes de capital apenas se modificó: de 19,3 % a 20,0 %, sin incluir el sector petrolero.13 Las importaciones totales aumentaron en 234 %. Esta demanda tenía que provenir necesariamente de los especuladores y rentistas privados, y de la burocracia de Estado.

Pero una fuente gruesa de ganancia para los capitales en formación entre 1920 y 1939 no podía ser otra que la propia renta internacional. En resumen, el postulado en torno al proceso de acumulación originaria versa en parte sobre la captación rentística que el Estado y los beneficiarios del mercado de concesiones alcanzaron a percibir de las compañías petroleras. La otra parte descansa en el capital comercial importador, de modo que la ganancia de este segmento por necesidad hubo de tener un elevado componente rentístico. Los agentes de demanda suntuaria de ese período no gastaban un “patrimonio” devenido en exclusiva de la plusvalía, sino más bien de los negocios especulativos y del aprovechamiento de la cosa pública. Durante el período formativo, proyectado éste hasta vísperas de la SGM, el capital comercial fue un determinante de la centrifugadora de renta. Federico Brito nos brinda una importante apreciación sobre la constitución de lo que aquí llamamos neo-burguesía: “Es esta burguesía burocrática y peculadora, pero no en los términos irrisorios del pasado, cuando recibía pequeñas comisiones que luego multiplicaba sobre la base de modestas inversiones en bienes inmuebles. No, es una categoría que pecula en vasta escala y que ha institucionalizado la rentabilidad del presupuesto en función del desarrollo de sus monopolios…” 14 DAR apunta en la identificación del capital comercial como pivote de la acumulación temprana: “Los comerciantes importadores ven realizada su función en la sociedad venezolana. A medida que las importaciones se distienden victoriosas, la producción nacional ve recortado su campo. Actividades tradicionales del artesanado y renglones del campo que antes abastecían la demanda de los venezolanos son reemplazados por el artículo extranjero… La burguesía mercantil alcanza, en virtud de tal proceso, una preeminencia que la califica para ser factor de poder. Junto a los elementos extranjeros de los cuales es tributaria y aliada, esa burguesía se constituye en elemento determinante de la estructura política del país.”15

Comenta adicionalmente algo muy pertinente para dimensionar las proporciones del poder económico emergente: “Ese proceso de auge vertiginoso, ocurrido en el espacio de tres décadas que se extiende de 1925 a 1950, otorgó a los empresarios del comercio una tasa de ganancias y un volumen de operaciones sin paralelos visibles en la esfera de nuestra economía. Aquellas tres décadas levantaron unas fortunas que habrían resultado inconcebibles para la Venezuela de los primeros años del siglo.”16 (El destacado es propio). Los elementos de la nueva economía son: formación del enclave; declinación del aparato productivo tradicional exportador; acumulación de renta petrolera internacional (RPI); participación limitada del Estado en el reparto de la RPI; constitución de las burguesías comercial importadora y financiera; pugilato y entente por la participación de los privados trasnacionales y nativos en el reparto de la RPI;  expansión de la tasa interna de ganancia; surgimiento de nuevas fuentes de plusvalía con orientación hacia el mercado interno.

La estabilización funcional comprende el desarrollo del capital manufacturero y el de servicios, aproximadamente a partir de la Segunda Guerra Mundial, formando las clases asalariadas que pasaron a ensanchar la formación de plusvalía en el sistema interno de acumulación. Este breve lapso define la transición entre el período de febril acumulación originaria y el período de expansión de inversiones productivas. Divide el momento de primacía de la onda consuntiva del de fortalecimiento de la onda productiva de la RPI. Divide también el momento de sumisión casi incondicional al capital trasnacional del de reclamo de un mínimo de soberanía y dignidad, impulsada por los elementos burgueses pro-industriales. Dicha estabilización pasa a depender entonces de la configuración geopolítica y geoeconómica global siempre que los países exportadores consigan mantener su estatus en cuanto tales, y de los equilibrios internos, entrando en este plano la incidencia de la lucha de clases inherente a la sociedad burguesa.

El capitalismo rentístico comprenderá en su caracterización los ámbitos externo e interno a la manera de una balanza, que estará “equilibrada” en el punto en que la contribución de la renta petrolera internacional tenga un contrapeso equivalente en los excedentes de las ramas sometidas a la competitividad externa. Como veremos más adelante, el peso del ámbito exterior dependerá de la posición ocupada en la curva de renta diferencial, siendo un determinante del peso del ámbito interno. Si el ámbito interno pierde peso durante el período de brote, el capitalismo rentístico se reafirma; si gana peso durante el período de reflujo, éste se retrae. En los puntos extremos tendremos “a la izquierda de la balanza” una “economía” 100 % rentística (consuntiva), o “a la derecha” una economía capitalista 100 % no rentística. Cabe esperar que la correlación entre el peso del ámbito interno y la renta diferencial sea proporcional positiva: un incremento de renta diferencial habría de provocar el efecto multiplicador de la producción interna hasta tender a equilibrar el fiel de la balanza; y a la inversa, un reflujo habría de elevar la capacidad ociosa y contraer la producción. La tendencia a conservar esta correlación confiere estabilidad relativa: el Estado cobra por el capital natural hallado en el subsuelo y drena hacia la esfera de acumulación de capital (interna y externa) su poder de compra. 17

Ese equilibrio funcional conlleva su propia delimitación, que tiene componentes centrífugos y centrípetos. Los centrífugos son aquellos que tienden al punto extremo “a la izquierda”, el punto de relajación de la producción y crecimiento relativo de las importaciones; los centrípetos son más complicados, obedecen a la eficacia de las políticas públicas en materia de protección, fomento y consolidación de la producción, a los estímulos naturales o inducidos de la inversión privada, a la propia magnitud de la inversión estatal reproductiva, al reemplazo de importaciones y al ejercicio de una política monetaria moderada. La tendencia centrífuga es entrópica, consustancial al impacto rentístico, mientras la centrípeta es principalmente volitiva. Buena parte del marco legal e institucional venezolano desde la cuarta década del siglo XX obedece a los sinceros esfuerzos por domar la renta y equilibrar sus efectos, alcanzar la industrialización y el desarrollo agrícola, dotar al país de infraestructuras públicas y, en general, crear las bases del “capitalismo productivo”. Hasta 1989 el tratamiento formal o sobreentendido de la renta consistió en lograr su inversión productiva, su “siembra”, estrategia que configuró a nuestro típico Estado populista-clientelar. Entre 1989 y 1998 quedó abolido ese menguado afán desarrollista en función de un nuevo tratamiento de carácter terapéutico consistente en liquidar la renta estatal, tema que ameritará su propia atención. Con Chávez se revitaliza la visión desarrollista bajo la perspectiva del socialismo. No obstante, si tomamos toda la segunda mitad del siglo XX, hallaremos la consolidación funcional del capitalismo rentístico con distintos hitos de afectación y episodios de brote y reflujo, conservando su caracterización básica a pesar de algunas modificaciones estructurales importantes. La configuración definitiva sobreviene en la década de los 70, en que el Estado asume formalmente las actividades petroleras.

Esa caracterización funcional hay que comprenderla, porque viene circunscrita a la delimitación que establecen los condicionantes objetivos de nuestra peculiar economía. Exige, ante todo, deslastrar ese prejuicio nuestro de tratar el problema como una patología, como una singularidad que amerita un diagnóstico clínico, conducente a formular una terapéutica sanadora eminentemente neutral, límpida. 18 Aquí entra en juego la contradicción entre la propiedad soberana de los yacimientos y la inserción en el metabolismo capitalista global, que es hasta cierto punto común a la propia contradicción generalizada entre el Estado de bienestar y ese mismo metabolismo, tal como ocurre en la zona central del sistema mundial. La interrelación problemática, para no llamarla conflictiva, entre la defensa de la participación fiscal y el desempeño del macro-sistema de acumulación (de todos los intereses del capital en juego dentro de la economía), alcanza un balance neutro precisamente en el punto de igualación de la ganancia extraordinaria y la masa de excedente correspondiente a las ramas transables. Expresa la capacidad del aparato autónomo transable (no petrolero) de contrapesar cuanto menos el excedente rentístico, así como el grado de contribución endógena de las ramas duras al proceso de acumulación. Esa masa de excedente endógeno incluye la correspondiente masa de plusvalía determinada por las sociedades del Estado y las entidades privadas capitalistas. El lastre rentista puede desaparecer si, obviamente, se reduce a cero la renta, pero habrá de atenuarse hasta hacerse inocuo si la masa de plusvalía local transable supera significativamente al poder de importación de la renta, lo que significa el “des-anclaje” de la dependencia de insumos y capital fijo importados. El relajamiento estructural del balance será indicativo de un sesgo rentístico si es negativo (cuyo efecto es la hipertrofia de la onda consuntiva), o de un sesgo autonomizador, si es positivo, cuyo efecto será la prevalencia de la onda productiva.

El imperialismo presiona para reducir la renta fiscal cuanto sea posible, pero esa presión, en el caso de Venezuela y otros países exportadores, tiene de hecho un límite político. Este es un primer elemento de la delimitación funcional, pues mientras exista un Estado soberano, habrá disposición de la renta en las condiciones que sean convenidas en la OPEP y en los acuerdos con otros productores. Pero los capitales particulares que hacen vida a lo interno no son enemigos de la renta del Estado, desde luego, y logran su inserción funcional con resultados normalmente satisfactorios. La preservación del ingreso conspicuo combinado con la maximización de la rentabilidad del capital en cada una de sus ramas tiende a la estabilidad funcional. Esa maximización habrá de comprender las ramas de capital productivo hasta el nivel en que colocar una unidad monetaria adicional provea un rédito inferior a colocar esa unidad en inversiones no productivas, o sacarla al exterior. El capital productivo estará así sujeto a las políticas proteccionistas, a los subsidios, y a la propia situación de la demanda solvente. El diferencial de salarios respecto de otras zonas y las rentas distribuidas en los segmentos desposeídos impone un límite en la conveniencia de invertir en el país, el capital tendría que pagar salarios más altos en la medida que logre una expansión significativa. La tendencia a la sobrevaluación monetaria impone lo demás.

Toda esa tensión se resuelve mediante la procura de estabilización metabólica fundada en la administración de la renta, y todos los actores, salvo en los últimos tiempos de revolución, tratan de cooperar con ese fin. Ni el Estado históricamente ha forzado la barra para acometer una autonomización verdadera o de alcance definitivo, ni la burguesía ha revelado otro interés efectivo que no sea su natural búsqueda de ganancias de acuerdo a la conveniencia privada monopolista. Los restantes actores, especialmente la clase trabajadora, al menos hasta 1998, tampoco habían madurado una postura política clara para superar el capitalismo rentístico mediante la emancipación del propio capitalismo. A lo largo de este drama, ha sido más bien la pequeña burguesía y los estamentos intelectuales provenientes de los segmentos medios los más preocupados o afanados por hallar una “solución” a un problema que, por sobre todo, hiere su amor propio o reta su sentido de la justicia. Ahora encaramos tamaña cruzada mediante un proyecto que procura la acción consciente de las clases no poseedoras, pues hay que evaluar a fondo las condiciones objetivas presentes, incluyendo la propia evaluación de viabilidad del capitalismo no rentístico.

1 “La innovación más importante que estableció este código fue la de crear, a favor de los propietarios del suelo, de los propietarios de baldíos o ejidos o de los dueños de concesiones, una participación en las explotaciones que hicieran los nuevos concesionarios.” (Michelle Kwan, Naturaleza jurídico-fiscal de la regalía petrolera en Venezuela, Universidad Católica Andrés Bello, Caracas, 2004, p. 68.

2 “…del seno de la burguesía comercial, incrementado con burócratas y letrados, un grupo comienza a diferenciarse y a fijarse en un nuevo tipo de actividades: la especulación en la venta del subsuelo nacional a las empresas extranjeras.” (Federico Brito, op. cit. p. 628).

3 “En sus primeros treinta años, entre 1920 y 1950, el petróleo digiere y aprovecha sin grandes dificultades la riqueza que ha encontrado en Venezuela. Es el período de crecimiento simple, basado en una sustancia perecedera pero codiciadísima. La característica fundamental de esa época… es la pasividad que reflejan, al impulso del petróleo, todos los estratos y mecanismos del país. La economía venezolana sigue dócilmente la batuta petrolera. Los cambios que ocurren son fruto del impacto mecánico de la nueva riqueza.” (Rangel. Domingo Alberto, op. cit. p. 39). Purroy, quien confiere a Armando Córdova el concepto de crecimiento simple, lo caracteriza así: “La característica esencial… es que el incremento de la demanda no genera un desarrollo proporcional de la producción interna de bienes y servicios, sino que esa demanda se abastece primordialmente con bienes importados.” (Purroy, Ignacio, Estado e industrialización en Venezuela, Vadell Editores, Valencia, 1982, p. 39).

4 Aranda, Sergio. La economía venezolana, Siglo XXI Editores, Bogotá, 1977; Betancourt, Rómulo. Venezuela, política y petróleo, Universidad Católica Andrés Bello, Caracas, 2007.

5 Rangel, Domingo Alberto. Op. cit. p. 162.

6 Como la manifestada por Domingo Alberto Rangel Mantilla, que sostiene que en Venezuela no hay capitalismo.

7 José Guerra se refiere a la utilización de la política cambiaria para apoyar la industrialización, mencionando la creación de instituciones de fomento ad hoc en los años 40: “…la política cambiaria fue en los hechos un instrumento de política fiscal para la captación de la renta petrolera a favor del Estado venezolano en su disputa histórica con las compañías petroleras extranjeras, lo que le restaba posibilidades como herramienta para promover la diversificación de la economía. A objeto de incentivar la industrialización de Venezuela, cuyos prolegómenos se ubican a mediados de la década de los cuarenta con el comienzo de las hostilidades en Europa en 1939 que significó cerrar parte del comercio exterior, el Estado utilizó un conjunto de medidas principalmente de fomento, tales como la creación de la Junta para el Fomento de la Producción Industrial en 1944, y posteriormente, la Corporación Venezolana de Fomento (CVF) en 1946. Estas entidades financieras estatales, conjuntamente con el Banco Industrial de Venezuela, fundado en 1937, se nutrían de los ingresos que proporcionaba la renta petrolera. Así, durante esta etapa, en forma indirecta, la política cambiaria apoyó la industrialización de Venezuela.” (Temas de política cambiaria en Venezuela, José Guerra y Julio Pineda, compiladores. Banco Central de Venezuela, Colección Economía y Finanzas, Caracas, 2004).

8 Rangel, Domingo Alberto. Op. cit. p. 139.

9 Mientras la modernización e industrialización de algunos países latinoamericanos exigió en la primera mitad del siglo XX una ruda y represiva explotación del trabajo, consolidándose un proletariado bizarro en sectores como la minería, la agricultura y la manufactura, en Venezuela el ingreso no soportado en el valor agregado interno hizo posible equilibrar las masas de ganancia de los capitales no petroleros. Los obreros de las compañías trasnacionales, que tuvieron que hacer una huelga en 1936 para exigir un mínimo de condiciones laborales, progresivamente fueron ganando “privilegios” para aproximarse a sus pares de Estados Unidos, aislándose del resto de la población laboral.

10 Las razones de fondo de la constitución de la OPEP fueron garantizar la renta diferencial y equilibrar el mercado, lo que, como sabemos, han tenido avances y retrocesos.

11 Melcher, Dorothea. La industrialización de Venezuela, Universidad de Los Andes, Facultad de Ciencias Económicas y Sociales, Mérida, 1992, pp. 61 y 63 (resaltado propio). Melcher señala de manera diáfana la apropiación de la renta por parte del capital privado.

12 Rangel, Domingo Alberto, op. cit. p. 228.

13 Córdova, Armando. Silva Michelena, Héctor. Aspectos teóricos del subdesarrollo, editorial Novamex, Guadalajara, 1982, p. 153. La fuente original de los datos ofrecidos por Córdova es el Commerce Yearbook, del Departamento de Comercio de los Estados Unidos, 1929.

14 Brito Figueroa, Federico. Op. cit. p. 633.

15 Rangel, Domingo Alberto. Capital y desarrollo, Tomo III. La oligarquía del dinero, Instituto de Investigaciones Económicas y Sociales, Facultad de Ciencias Económicas y Sociales, Universidad Central de Venezuela, Caracas, 1970, pp. 31-32.

16 Rangel, Domingo Alberto. Capital y desarrollo, Tomo III. La oligarquía del dinero, p. 51.

17 Hacemos abstracción aquí del Estado en cuanto a las actividades propias (creación de riqueza o valores de uso sin recurrir al capital), y en cuanto a su participación como capitalista público.

18 “Queda como resultado, entonces, una visión unilateral y moralista, de un voluntarismo atosigante, que deja muy atrás las exigencias del análisis científico, y cuyo tono de censura y denuncia es muy apto, sin embargo, para conseguirse voceros y partidarios.” (Baptista, Asdrúbal. Teoría económica del capitalismo rentístico, Banco Central de Venezuela, Caracas, 2010, p. XXXV).