APROXIMACIÓN AL CAPITALISMO RENTÍSTICO VENEZOLANO

APROXIMACIÓN AL CAPITALISMO RENTÍSTICO VENEZOLANO

Alejandro Landaeta Salvatierra (CV)
PDVSA Servicios Petroleros, S. A.

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II.2. Preponderancia de la esfera circulatoria en el capitalismo rentístico

Una de las bases imprescindibles del capitalismo es la circulación mercantil, lo que los economistas académicos llaman simplemente “el mercado”. Lo que entenderemos por proceso circulatorio u órbita de la circulación, como es denominada por Marx, abarca la distribución de mercancías y la circulación de dinero como medio de cambio y de pago. En el capitalismo, el proceso circulatorio encierra la realización mercantil, que cancela el ciclo de metamorfosis del capital una vez que éste pasa de la forma mercancía (M) a la forma dinero (D). La realización de las mercancías retorna al capitalista el importe en la forma de dinero para reiniciar el ciclo reproductivo. En el régimen de circulación simple el proceso circulatorio se circunscribe al cambio entre poseedores de mercancías objetivadas, es decir, ya producidas. La fórmula de reproducción se resume en M-D-M, se cambia la mercancía por dinero para cambiar luego el dinero por otra mercancía, la cual sólo tendrá valor de uso para el comprador. El proceso de circulación simple es de enajenación de equivalentes, y el valor de las mercancías se determina por el tiempo social necesario para producirlas. Nadie se enriquece a partir del proceso circulatorio, pues cada productor de mercancías las ofrece a cambio de equivalentes. Es decir, todas las mercancías tenderán a cambiarse por sus valores.

En el régimen mercantil capitalista entra una mercancía que, por su cualidad, no es objetivada: la fuerza de trabajo, única que valoriza o, dicho en otros términos, única que se cambia como no equivalente. Esta es la mercancía que impone la diferencia entre el régimen mercantil capitalista y el de circulación simple. Pero esa inequivalencia no ocurre en el proceso circulatorio, sino como combinación entre éste y el proceso de producción, donde debe concretarse la división del tiempo de trabajo en tiempo necesario y tiempo excedente. En el régimen mercantil capitalista, la órbita de la circulación, en condiciones de libre concurrencia, tiende igualmente al cambio de las mercancías objetivadas según sus valores, es decir, la acumulación no está basada en la apropiación de valores durante el proceso de circulación. Asimismo, en dicho ámbito no se produce valor; el proceso circulatorio sólo comprende la distribución de valores.

No obstante, el régimen mercantil capitalista se caracteriza por el ensanchamiento del capital productivo que, combinado con la inequivalencia del valor de la fuerza de trabajo respecto de los valores que objetiva durante el proceso de producción, genera diferencias en las composiciones del capital en cada rama concreta (peso del capital constante respecto del variable), causando desviaciones en los términos de cambio de las mercancía respecto de sus valores. Esto se conoce como desviación valor / precio o “transformación de valores en precios”, y es una manifestación normal en el proceso circulatorio capitalista en la medida que opera la presión de la tasa de ganancia global a la nivelación debido a la competencia de capitales. Las mercancías se cambian por los precios de mercado, que están co-determinados por el valor de la mercancía y la acción subjetiva de los agentes económicos. El efecto distributivo final comprende los precios de producción, que son coeficientes reales de distribución de la plusvalía total entre los distintos capitalistas o substratum distributivo. Las desviaciones, aunque son estructurales, obedecen a factores estocásticos y no son necesariamente conspicuas. La obtención de ganancias mercantiles desde el proceso circulatorio es, en el capitalismo, un epifenómeno. Es presumible que puedan darse algunas condiciones de enajenación prolongada o de deformación distributiva durante la circulación mercantil, pero si se imponen las leyes del metabolismo capitalista, éstas deben tender a desaparecer. La evolución del capitalismo a la concentración oligopólica crea un tipo de deformación que, pese a ejercer un efecto directo sobre el proceso circulatorio, en realidad obedece a una situación estructural de la producción, que impide la competencia, 1 pero no anula el fundamento de la plusvalía como fuente de acumulación.

Hay otro aspecto que enrarece la “normalidad” del metabolismo capitalista, que es, justamente, el de las rentas de la propiedad sobre el suelo o los recursos naturales (objetos no producidos por el hombre). Esta alteración se resuelve hasta cierto punto cuando la clase burguesa admite ceder plusvalía a los propietarios del suelo obteniendo tasas de ganancias netas satisfactorias en función de sus expectativas. Pero históricamente los capitalistas han combatido las rentas, incluso los impuestos, en especial cuando están dirigidos a satisfacer necesidades en actividades no rentables para el capital en su conjunto. La plusvalía cedida, al fin y al cabo, circula en la economía al realizarse a través de la demanda solvente. Las rentas, como lo demostró Marx, no alteran la constitución de los precios de producción, no crean desviaciones de lo que la economía política llama precio natural.

La incidencia, en el caso de la tierra agrícola, sobre el valor de la producción, es similar a lo que sucede con la explotación petrolera, es decir, se generan ingresos diferenciales por las productividades disímiles de las parcelas concretas, pero el precio de venta, que está determinado por la tierra menos productiva, no guarda vinculación alguna con un supuesto precio natural que estaría determinado por la parcela más eficiente. No es válido desde este punto de vista postular, en los términos de Baptista, que “…la renta de la tierra se causa por la existencia de unos precios de mercado que exceden el precio natural o normal.” 2 No es válido por cuanto la tasa de ganancia media (por ende de todos los capitales) se establece después de tomar la renta absoluta como un costo, quedando sin alterar el precio de producción. De no existir la renta absoluta, las tasas de ganancia serían mayores permaneciendo constantes los precios de producción, sucediendo solamente que la fracción de plusvalía apropiable por el terrateniente a través de la renta absoluta se la queda el capitalista. Las desviaciones entre el precio de realización y el precio de producción tampoco ocurren en el proceso de circulación, sino como consecuencia de la situación estructural de los procesos de producción concretos que conforman la oferta de una clase de mercancías en particular. En resumen, en la economía capitalista no se producen apropiaciones regulares durante el proceso circulatorio. Aplica el principio de la circulación, que establece que la realización de las mercancías, en un ciclo dado de reproducción, no modifica el valor creado, y la suma de los valores es igual a la suma de los precios de producción. Veamos, sin embargo, lo que sucede con el capitalismo rentístico en virtud de recibir “de la nada” una masa de mercancías importadas.

Hemos dicho que el terrateniente, al recibir una renta por el arrendamiento de la propiedad, devuelve a la circulación el dinero recibido a cambio de las mercancías que constituyen una masa de valor.  Si el suelo fuese igual de fértil para todos los terratenientes, se impondría sólo la renta absoluta en cada caso, que se deduciría de la plusvalía social. Si los capitalistas se hacen sus dueños directos desaparecería la renta absoluta, quedando disponible la porción cedida a los terratenientes para elevar la tasa de ganancia media. La diferencia estriba en que el dinero cedido como medio de pago a los terratenientes tendría como destino sólo el consumo no productivo, a menos que los terratenientes muden a capitalistas; en cambio los capitalistas destinan buena parte del dinero a incrementar la inversión, destinando una pequeña fracción al propio consumo. Durante los primeros tiempos de la explotación petrolera la orientación del gasto fue hacia el consumo no productivo, como hemos comentado, y a pesar de las grandes inversiones públicas realizadas entre 1945 y 1970, la vocación hacia el consumo sigue siendo fuerte. En realidad las inversiones públicas de mayor peso fueron hechas en infraestructuras, muchas no directamente productivas para el capital, aunque sí necesarias para ensanchar el mercado interno y modernizar el país, aspectos requeridos por el desarrollo capitalista.

Para el régimen capitalista la renta absoluta es un lastre en la medida que distrae recursos financieros hacia el consumo no productivo, aun contando con la recirculación de la renta. Es una masa de dinero que escapa además de la propiedad del inversionista, a pesar de la contraprestación que representa el inmueble u objeto dado en canon. Pero al fin y al cabo los terratenientes estarán supeditados al metabolismo mercantil en un ámbito homogéneo, del cual forman parte, constituyendo un segmento de demanda solvente. La esfera productiva será preeminente como núcleo de valorización mientras prevalezcan las condiciones de reproducción ampliada. El lastre puede impedir una mayor valorización al disminuir la parte de la plusvalía que ensancha la acumulación de capital, pero no hasta el punto de obstaculizarla. Durante los tiempos de despegue de la industrialización la renta absoluta debió ser combatida por restar energías productivas, pero al alcanzar el capitalismo el grado de madurez que impone objetivamente tasas moderadas de crecimiento, se toleran no ya las rentas sobre el suelo, sino las mismas rentas sobre el capital.

No significa esto, claro, que el capitalismo maduro haya descuidado el núcleo productivo en función de la disipación rentista, sino que la objetividad que imponen las capacidades productivas decrecientes conllevan a la distracción de recursos de inversión, eso sí, sin apartarlos del torrente de la reproducción ampliada. Las rentas sobre el capital obedecen a su propia reproducción, están supeditadas a su lógica metabólica. La hipertrofia de las rentas sobre el capital, que significa un descontrol de la esfera de la circulación (entrando allí el dinero como capital en búsqueda de nichos rentables), alcanza su límite al actuar los efectos correctivos de la sinceración adquisitiva, propios de las crisis bursátiles y financieras. Siempre estos efectos remitirán al núcleo objetivo: la esfera de la producción. Los negociadores compulsivos de mercancías, bonos, acciones, hipotecas, todo el aparataje del crédito en abstracto, habrán de saber que lo negociado ha de deberse a la producción, que toda ganancia financiera habrá de provenir de la plusvalía que garantiza el capital productivo y sólo el capital productivo.

El capitalismo rentístico es una expresión local, territorial y especial de esa predilección rentista que hoy acusa el capital maduro. El núcleo de la producción, para el capital financiero en general, queda “allá”, extramuros, sujeto apenas de alguna vigilancia virtual. No parece ya tan imperativo que producción y consumo sean necesariamente parejos. A lo interno, esto es posible. Cuando capitalistas y terratenientes forman una unidad distributiva, la esfera de la circulación permanece autocontenida, es un todo comprendido entre los momentos inicial y final del ciclo económico. Las mercancías producidas, al realizarse, imprimen movimiento al circuito mercantil, empleando una cierta masa monetaria en proporción a la suma de todos los precios y en función de una determinada velocidad de circulación. Luego, la separación territorial entre el núcleo productivo y el capital de enclave disloca esta estructura: de un lado se succiona plusvalía, bien por renta absoluta o diferencial, que sale de la órbita de la circulación local del núcleo; de otro, se recibe esta plusvalía en una órbita excéntrica, periférica, donde no existe un núcleo productivo compatible o proporcional con el poder adquisitivo adquirido.

En los primeros tiempos de la explotación petrolera hallamos un cuadro aproximado, donde el enclave del capital productivo petrolero tiene que relacionarse preferentemente con la órbita de la circulación externa: adquiere activos fijos y materiales del exterior, exporta lo producido y expatría una porción de su ganancia. Luego debía enterar a los terratenientes y al Estado las respectivas alícuotas de renta absoluta e impuestos. Las divisas percibidas por las compañías sólo podían tener poder de cambio externo, por lo tanto cerraban el ciclo económico mediante las importaciones, que recaía en manos del capital comercial y las mismas empresas trasnacionales. Pero el principal vaso comunicante del enclave con el metabolismo interior lo constituye el capital variable: los salarios, que no se pagan en divisas, sino en moneda local. El capitalista acude al banco para cambiar las divisas por moneda local emitida por la república. El ejecutivo también requiere oferta interna y sufraga en bolívares los salarios al funcionariado público. Este poder adquisitivo se enfrenta a una oferta interna respecto de la cual obviamente no tiene proporción, estableciéndose el equilibrio entre oferta y demanda con las importaciones. En los primeros tiempos la economía de enclave acusa pues, una separación bastante clara entre dos estructuras socioproductivas distintas, que no tienen más relación orgánica que el enclave mismo. Los asalariados petroleros, que en esos primeros tiempos provienen principalmente de la masa no calificada de trabajadores agrarios, reciben salarios compatibles con el metabolismo interior, es decir, bajos salarios relativos correspondientes a esa rama  de producción que pueden ser soportados por la oferta interna a través del efecto multiplicador de la demanda.

Paulatinamente esta amortiguación cede por las modificaciones que el propio enclave produce en la economía, reemplazando mercancías nacionales por importadas y entrando en juego las exiguas capacidades competitivas, todo lo cual se combina con crecientes exigencias sindicales. La huelga petrolera de 1936 constituye un hito relevante en la conformación del bolsón de enclave en Venezuela, separando ulteriormente la masa laboral petrolera del resto de la población trabajadora mediante robustos contratos colectivos. Esta separación se ha explicado en nuestra literatura económica como un efecto de la disparidad de las productividades medidas en términos de ingresos brutos por trabajador3 , pero lo correcto es tomarla como un efecto de la desproporción entre el ámbito internacional de la industria y la estructura socioproductiva secular. Las compañías petroleras con el tiempo se vieron impelidas a establecer los salarios en función del metabolismo externo4 (lo que no significa una homologación formal del salario medio interno con su par de la zona metropolitana). Tal situación en modo alguno tendría que haber afectado sensiblemente sus tasas de ganancia mientras actuasen como todo capital que enfrenta demandas laborales en cualquier parte del mundo, retrocediendo sólo temporalmente hasta recuperar el terreno cedido con el incremento de la plusvalía relativa o, en última instancia, a través de los distintos métodos expresos, tácitos o sistémicos de atenuación de las demandas salariales. La evidencia nos la ofrecen datos históricos del sector, referidas por Federico Brito: “En 1948 el número de trabajadores petroleros ascendía a 55.170, pero a partir de esa fecha, en la medida que se incrementaron la producción y los beneficios de las empresas, disminuyeron progresivamente los asalariados incorporados a ese sector de la producción, tanto que en 1961 llegaban a 36.898 y en 1962 apenas a 27.257. En una década, el proletariado petrolero disminuye en un 50 por ciento, pero se incrementan la producción y las ganancias de las empresas petroleras. Esto es uno de los aspectos de la automatización capitalista…” 5.

Estas dos aguas, que entran en conexión gracias al recurso natural, van confluyendo hasta conformar un subsistema metabólico social que se ha dado en llamar capitalismo rentístico. Dicha confluencia no es una especie de sincretismo económico donde surge algo nuevo, sino una superposición de planos socioproductivos externo e interno, dominando el primero sobre el segundo. La arquitectura de economía de enclave persiste bajo distintas configuraciones históricas, siendo en la actualidad controlada por el Estado y sensiblemente más integrada al plano interno. Pero esa integración, como vimos al examinar el asunto de la génesis y la estabilización funcional del capitalismo rentístico, obedece a una adaptación eminentemente consuntiva, antes que productiva, así como a una transformación de los patrones de consumo, que terminan convergiendo con los patrones impuestos en todas partes por el capitalismo. Es claro que la adaptación consuntiva guarde alta proporción sobre la productiva, de otro modo ya no hablaríamos de capitalismo rentístico.

Los primeros tiempos de la explotación franquean la venida de un ordenamiento más o menos definitivo, en que se alcanza una masa crítica de capacidad productiva interna, una estructura basada en la producción de medios de consumo no productivo, como también una relativa estabilización rentística, aboliendo el canon a los terratenientes y fortaleciendo al Estado como propietario exclusivo de los hidrocarburos. El punto máximo alcanzado es, desde 1976, el empoderamiento del Estado como socio capitalista de las veteranas trasnacionales. El acotamiento de la potencialidad productiva interna mantiene el peso específico del enclave junto a lo que podemos llamar la esfera circulatoria adosada, la esfera del poder adquisitivo externo. No olvidemos por un instante que ese acotamiento está igualmente condicionado por la dependencia de las importaciones del capital productivo, que estrecha aun más el peso del valor agregado nacional.

Es posible concebir entonces el esquema general distributivo del subsistema observando el puente estructural entre los dos planos socioproductivos. El plano externo dota la renta a través del flujo mercantil y el recobro de las divisas petroleras. El plano interno fagocita ese flujo mercantil complementándolo con el valor agregado nacional, que entra en la circulación principalmente también como flujo mercantil, como es de hecho hasta la actualidad. El plano externo, desde luego, no tiene correlato productivo en virtud de la disociación territorial, es decir, por su constitución de enclave. La esfera circulatoria adosada forma así un circuito mercantil cuyo peso sobre la economía le otorga preponderancia respecto del núcleo endógeno de producción, convirtiéndose en la matriz de las deformaciones y distorsiones monetarias que tanto dolor de cabeza ha dado a gobiernos y mortales. A pesar de ser tan evidente, la preponderancia o, para mejor llamarla, la hipertrofia de la esfera de la circulación en general no es vista como un factor que hace imposible la empresa de la estabilización económica al mismo tiempo que el impulso del núcleo productivo, mucho más si ese impulso procura trastocar las relaciones de producción hacia la edificación del socialismo. Procederemos a un análisis más específico de esta hipertrofia, para comprender la relevancia de la esfera distributiva respecto del núcleo productivo endógeno. Empezaremos por refrescar el asunto de la absorción de la renta petrolera internacional (RPI).

1 En el caso del precio de monopolio, el productor controla la oferta de manera que tiene capacidad para determinar él solo el tiempo técnico de producción, es decir, el valor de la mercancía y, por ende, el precio de realización. En un sentido estricto, el monopolista no recibe plusvalía desde el circuito distributivo por dicho control en razón de una diferencia entre el valor y el precio, sino por la imposición de un valor mayor por manipulación de la productividad. Lo que sucede aparentemente es un incremento de la tasa de plusvalía propia por disminución del capital variable (disminución del tiempo necesario), pero para el capital en su conjunto se traduce de hecho en una cesión de plusvalía, que equivale a la cantidad de mercancías que el capitalista monopolista deja de producir. Los límites del control monopolista descansan en la posibilidad de reducir el tiempo necesario (despedir trabajadores), en la proporción de costos fijos, y en gozar de demanda solvente inelástica, además, por supuesto, de impedir la entrada de competidores igual o más eficientes.

2 Baptista, Asdrúbal. Teoría económica…, op. cit. p. 32.

3 Noción que expresa, por ejemplo, Francisco Mieres: “…la lucratividad por trabajador en petróleo ocupa el primer lugar, debido a la productividad sin paralelo, junto con la alta cuota de beneficios sobre ventas.” (Mieres, Francisco. El petróleo y la problemática estructural venezolana, Ediciones del Banco Central de Venezuela, Caracas, 2010, p. 43). La industria petrolera ha sido tan productiva como han podido serlo las ramas más tecnificadas a nivel mundial, pero la lucratividad no obedece en este caso a la productividad, sino a la renta diferencial.

4 Del que proceden las divisas.

5 Federico Brito, citado supra, p. 591. Es por demás interesante la aseveración que emite Brito acerca de la separación de la remuneración de los trabajadores petroleros respecto del resto de la masa laboral, señalando la aparente paradoja de ser una de las categorías más explotadas: “…los trabajadores petroleros integran una de las categorías más explotadas del proletariado nacional, porque a pesar de que en la actualidad tienden a disminuir y tienen un ingreso relativamente más elevado que el resto de los asalariados del país, producen más plusvalía y riqueza social, que en forma de beneficios, utilidades y dividendos centuplican el capital monopolista. En este sentido, en conjunto, no constituyen una categoría equivalente, en términos históricos, a una aristocracia obrera, que surge y persiste como un elemento de la estructura social de los países metropolitanos.” (Brito, p. 593) Este enfoque es equívoco, toda vez que los excedentes petroleros contables no están formados exclusivamente por plusvalía propia.