APROXIMACIÓN AL CAPITALISMO RENTÍSTICO VENEZOLANO

APROXIMACIÓN AL CAPITALISMO RENTÍSTICO VENEZOLANO

Alejandro Landaeta Salvatierra (CV)
PDVSA Servicios Petroleros, S. A.

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VI.1. El contexto sistémico-global de la acumulación de capital

La acumulación de capital no ocurre de manera lineal ni mecánica, está sujeta a un abanico de opciones de decisión, condiciones materiales, antagonismos y contradicciones que discurren en escenarios coyunturales concretos. Puede constatarse que el capital se materializa en un espacio socio-histórico y geográfico con uno o más “epicentros” que más tarde se definen en núcleos de concentración, los cuales se alimentan de bolsones tributarios, especialmente proveedores de recursos naturales y fuerza de trabajo ilimitada. El sistema capitalista se asienta desde un principio en un ámbito supranacional, dando origen a una estructura de núcleos que ha cambiado a lo largo de su desarrollo, condensándose en su seno el plantel tecno-productivo y completándose las tres condiciones fundamentales del modo de producción y distribución: libre concurrencia, fuerza de trabajo asalariada y propiedad privada sobre los medios de producción. Los núcleos pioneros se agrupan tempranamente en la franja nor-atlántica, incorporando en breve casi todo el planeta al nuevo metabolismo mercantil y sometiéndolo a nuevas formas de violencia imperial y neocolonial, como sucede hasta hoy día. Pero al tiempo que ese desarrollo mostró una aparente heterogeneidad con expresiones locales diferenciadas, en realidad se trata de un único complejo sistémico, más interdependiente y abstracto en la medida en que se ha expandido indefinidamente.

Las graves fracturas de los períodos de formación y maduración han dado paso a un equilibrio relativo garantizado por la integración funcional global. Los antagonismos entre los núcleos semi-autónomos van cediendo a redes de núcleos más dispersos cuyas contradicciones son difíciles de administrar bajo un esquema simple de confrontación internacional, cobrando creciente hegemonía la estructura corporativa y junto a ella una movilidad mucho más ágil y apátrida del capital. La formación de cada núcleo y la hegemonía creciente del poder capitalista ha consistido en el allanamiento de nuevas fronteras, cada cual con su respectivo período de maduración y agotamiento. Los centros de masas del capital productivo se amplían y se modifican en función de ese allanamiento, que involucra un conjunto de variables entre las cuales se cuentan la productividad industrial media, la calificación y disponibilidad de fuerza de trabajo, los recursos energéticos, y la distribución de los salarios junto a los recursos naturales explotables. La conjugación de esas variables dota al sistema global la propiedad de una caja de resonancia, cuyos cambios localizados tienen incidencia sobre la totalidad.

La acumulación global se sujeta a la capacidad de formar suficiente plusvalía para sostener el ritmo de valorización en todos los frentes, tendiendo a homologar las condiciones fundamentales del modo de producción. El ritmo de valorización dependerá de los impulsos de formación de plusvalía relativa en cada ciclo de innovación tecnológica y de la disponibilidad de fuerza de trabajo, especialmente en las fronteras de incursión. Luego, la dinámica sistémica comprende el relacionamiento entre los núcleos dominantes de acumulación, el relacionamiento centro-centro, y entre los núcleos dominantes y los bolsones tributarios, el relacionamiento centro-periferia. El centro agrupa las principales infraestructuras tecno-productivas, muy endógenas, además de las condiciones más puras del metabolismo mercantil-capitalista, pero tiene entre sus características la irrupción de antagonismos comerciales y diversas contradicciones geopolíticas no resueltas, además de poseer una clase asalariada madura que pugna por conservar altos salarios relativos y óptimas condiciones de seguridad social, conquistadas éstas durante el siglo XX. En contraste, la periferia contiene infraestructuras productivas poco endógenas, principalmente de enclave o maquila, tecnológicamente dependientes de la dotación de los núcleos dominantes, y una clase asalariada aun en proceso de maduración que normalmente cobra bajos salarios relativos. El relacionamiento centro-centro manifiesta las tensiones entre los núcleos dominantes, estando hoy en día los centros de Europa occidental bajo tutela o relación de vasallaje frente a Estados Unidos, mientras el relacionamiento centro-periferia sigue siendo categóricamente de dominación y control geopolítico, con excepción de las últimas fronteras donde el núcleo y el bolsón periférico se encuentran reunidos en el mismo país (como en China o la India), o bien el caso particular de Irán.

El régimen económico venezolano, miembro del área neocolonial de América del Sur, ha estado inserto íntimamente en la evolución capitalista del siglo XX. El capitalismo rentístico local es una consecuencia marginal de la transición entre el sistema industrial carbonífero del siglo XIX y el hidrocarburífero del siglo XX, que retrotrae en nuestro caso particular el antagonismo entre la propiedad capitalista y la propiedad territorial, expresada concretamente en el pugilato entre las corporaciones petroleras y el Estado como entidad que ejerce soberanía territorial y sobre los hidrocarburos. La guerra inter-imperialista de 1914 fue el evento de suprema crisis del viejo sistema industrial, entrando en juego los factores emergentes que habrían de eclipsar los núcleos europeos por parte de Estados Unidos.

La creciente importancia del petróleo, aunada a los saltos tecnológicos de fines del siglo XIX y principios del XX, brinda a los propietarios de yacimientos una ventaja inusitada, potenciando el capital petrolero así como la carrera por controlar los territorios con potencial energético. La acumulación de capital se inicia en Venezuela, como en muchas otras partes de la periferia, en la forma de enclave típico. A pesar de la renta que comienza a devengar el Estado, al principio magra, son las corporaciones las que logran el mejor provecho durante los primeros tiempos de actividad extractiva mediante la monopolización agresiva de los contratos con el Estado, una vez iniciada la amortización de las grandes inversiones de exploración y explotación (Rangel, et. al.). El capital petrolero pasa a devengar la ganancia media más una significativa cuota parte de la ganancia extraordinaria derivada de la renta diferencial.1 Hasta 1939 la acumulación de capital es sencillamente parte de un mecanismo trasnacional. La economía de enclave se desarrolla como un apéndice metabólico del exterior, incluyendo las relaciones comerciales, y no es sino a consecuencia de la Segunda Guerra que comienza a cambiar el cuadro con la formación del aparato interno de acumulación, que crece con cierto impulso en los años 50.

Al aparecer la burguesía autóctona y sus crecientes actividades capitalistas respaldadas por el Estado, la valorización, y con ella la reproducción ampliada, pasan a depender de la capacidad de aprovechamiento de la renta petrolera y de la tecnología importada en forma de maquinarias y equipos. Es evidente que el despegue industrial estimulado por las condiciones de la Segunda Guerra se apoyó en el acelerado incremento de la productividad de los grandes centros metropolitanos, al hacerse de equipamiento moderno gracias al poder adquisitivo rentístico. Si bien las corporaciones trasnacionales trataron de incursionar en las inversiones no petroleras para conservar o ensanchar su participación en el mercado local, la tendencia fue a la formación definitiva del circuito interno de valorización y a un desarrollo capitalista adosado al enclave primario. Con esto se quiere decir que el subsistema endógeno de valorización necesariamente pasa a depender, y así es hasta la actualidad, del ritmo de cambio tecnológico de los núcleos dominantes, especialmente de Estados Unidos. La productividad de la manufactura criolla no puede nunca superar la productividad de la tecnología de la cual depende, eso en la medida que la tecnificación y la formación de capital fijo sean sólo meros consumos pasivos. Aunque esto es de Perogrullo, se trata de una realidad importante para entender uno de los factores fundamentales de condicionamiento de la reproducción ampliada interna.

La industrialización deviene en el contexto de un ineluctable proceso de modernización que se extendió en una onda de alcance planetario después de 1945, en que se activa la guerra fría como un factor geopolítico determinante y se consolida la base tecnológica fundada en los energéticos fósiles líquidos y gaseosos. El Plan Marshall reconstruyó la infraestructura de los núcleos europeos duros restableciendo el aparato capitalista occidental, aunque bajo condición de subordinación, aumentando la necesidad de energía y la importancia estratégica de los yacimientos hidrocarburíferos. Entran luego en escena los pozos de las monarquías y semi-colonias del Medio Oriente, que aparecen como por arte de birlibirloque para satisfacer la cada vez más opulenta dieta de Estados Unidos y sus socios, frente a una perspectiva poco halagüeña de sus inventarios domésticos.

La creciente productividad industrial facilita a los países latinoamericanos el acceso a equipamiento moderno que, en algunos casos, fomenta ágiles procesos de industrialización y espesas avalanchas urbanizadoras, provocando una transformación profunda de la secular configuración social de la era republicana. Desde México hasta Argentina se extiende como un virus la sustitución de importaciones, que ya se había manifestado espontáneamente a principios de siglo empujada por la guerra imperialista de 1914. Venezuela no se torna una excepción. Dice Orlando Araujo: “Venezuela comienza tardíamente su proceso de industrialización manufacturera. Hasta las dos primeras décadas del siglo XX, cuando ya Argentina, Chile, Brasil, Uruguay y México han iniciado la formación de un sector manufacturero de cierta significación, Venezuela es sólo un país artesanal y de pequeños talleres familiares.”2 Esa política tuvo un exponente continental previo que hizo consciencia del fomento de la industrialización latinoamericana, como fue la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), creada en 1948 bajo el regazo de la ONU. Aparte de los efectos de la guerra, la gran depresión de los años 30 fue un evento aleccionador que estimuló esa consciencia, todo ello para subsanar la alta dependencia de las exportaciones primarias, muy sensibles a las variaciones del mercado, pero principalmente para promover la modernización, un pilar del imaginario nacionalista y de la ideología burguesa del siglo XX. La teoría hallada detrás del arranque fue sustentada por Raúl Prebish, institucionalizando la noción de desarrollo.

Con esta noción los gobiernos latinoamericanos de la época tuvieron un respaldo teórico y programático para impulsar el capitalismo y aupar la formación y asentamiento de sus burguesías locales, identificando el desarrollo capitalista con la industrialización. Abrazaron el ideal de alcanzar a los países desarrollados mediante la emulación y el salto de etapas. La acumulación de capital debía darse con apoyo decidido del Estado, siendo la protección arancelaria una herramienta de primer orden para incubar la industria nacional en los vulnerables estadios de infancia y adolescencia. El capitalismo de Estado también formó parte del programa desarrollista, con distintos niveles de radicalización de acuerdo a las circunstancias y orientaciones particulares, pero atendiendo a la insoslayable necesidad de emprender inversiones que el capital privado o no estaba en capacidad o no tenía el interés de acometer. Un resultado relevante de todo eso fue la construcción de infraestructuras civiles, aquellas inversiones públicas no capitalistas que el capital urge para su funcionamiento y expansión. La electrificación, la construcción de vialidad, la construcción de represas, la urbanización planificada, la instalación de parques industriales, la dotación de servicios de agua y gas, entre otras obras, no sólo sirvieron para el empuje de la rama de la construcción, sino para ensanchar los mercados y formar la plataforma de la moderna sociedad de consumo. Las ciudades se adaptaron para la circulación automotriz y para facilitar la expansión del comercio.

Otro aspecto importante de la política industrialista fue el fomento del estado de bienestar que, aunque en principio supone su incompatibilidad con los intereses capitalistas, en aquellas condiciones de arranque fue beneficioso para el ascenso económico y político de las burguesías nacionales y sus socios extranjeros. Se trata de un fenómeno vinculado a la aparición colateral del populismo de Estado y la democracia formal electoralista, que requiere apoyo popular para su estabilidad. Ese fenómeno estuvo estrechamente vinculado a la guerra fría, dando luego lugar, junto a la política anticomunista de Estados Unidos, a la Alianza para el Progreso en 1961. Los programas de educación, salud y vivienda fueron, a despecho de la buena fe que pregonaran gobernantes y funcionarios de la época, políticas indispensables para establecer las bases funcionales del sistema capitalista. En los centros metropolitanos el estado de bienestar fue un correlato del impulso de la productividad de los años 50-60.3 En los países periféricos su similar, bastante mezquino por lo demás, no sólo era un antídoto contra la rebelión de los pobres, sino un instrumento para apuntalar el proletariado moderno que necesitaba el capital y estimular a su vez la demanda interna. En el caso del capitalismo rentístico venezolano, las políticas sociales, aunque precarias (como en casi toda América Latina), fueron principalmente sufragadas por la renta petrolera, es decir, que la burguesía en proceso de consolidación no sacrificó nada de su opulento bolsillo (algo que tal vez sirva para justificar en parte el hecho de que Venezuela no cayera en la resaca reaccionaria de las dictaduras militares que fueron sucediéndose en América del sur desde el golpe de Estado contra João Goulart en 1964.)

El capitalismo latinoamericano comprende así un segmento de floreciente impulso y constitución que puede situarse entre la segunda guerra imperialista y finales de los años 60, cuyo signo fundamental fue la industrialización por sustitución de importaciones. El contexto general de este segmento puede resumirse en los siguientes aspectos: a) un impulso drástico de la renovación tecnológica y la productividad en los grandes centros metropolitanos que drenó en todas direcciones con diferentes formas, no tanto como exportación de tecnología y conocimiento como en exportación de bienes de capital e inversiones directas de las grandes corporaciones 4; b) se consolidó el dominio económico, político y militar de Estados Unidos en contraposición al área de control de la Unión Soviética; c) se produjo un incremento del salario real y los niveles de consumo en los centros metropolitanos, dando impulso al estado de bienestar 5 y una creciente necesidad de recursos naturales, gran cantidad de los cuales están situados en las zonas periféricas del sistema capitalista global; d) el sustento energético del proceso global de producción material y de acumulación de capital recayó cada vez en mayor medida sobre los hidrocarburos, acrecentándose los hallazgos petrolíferos fuera del territorio norteamericano así como la producción de crudo, cobrando protagonismo las exportaciones del Medio Oriente árabe y persa en la zona de influencia de Occidente; e) concluyeron los procesos de desfeudalización y arranque modernizador en las otrora periferias coloniales y en las semicolonias formadas por la India y China, dando inicio a los procesos descolonizadores en Asia y África; f) fueron constituidas alianzas de clase, tácitas y expresas, entre las burguesías metropolitanas y las burguesías emergentes de los bolsones periféricos subsidiarios; g) se consolidó el esquema tributario de la división internacional del trabajo, persistiendo las zonas periféricas como proveedores de materias primas e insumos de escaso valor agregado, ahogando sus esfuerzos industrializadores en contradicciones intestinas y por acción de los intereses del capital corporativo metropolitano.

El desempeño de nuestro capitalismo rentístico estuvo enmarcado aproximadamente bajo los cartabones de este contexto, dejando atrás el período de crecimiento simple mediante la formación de un plantel industrial sustitutivo bastante limitado en su alcance. La década de los 60 fue estelar en este impulso, que comprende además el lanzamiento de la OPEP y la instauración de políticas concretas de desarrollo, entre ellas la correspondiente a las industrias básicas, proyectadas para aprovechar los recursos minerales generosamente prodigados por la naturaleza al inventario patrimonial venezolano. Los capitales nacional y extranjero conformaron un sistema parcialmente extravertido, donde las corporaciones petroleras continuaron expatriando ganancias, pero donde también la burguesía local podía lucrar ya no sólo con el puro comercio de importación, sino con la transformación manufacturera de muchos rubros que le disputaron mercado a las importaciones. El saldo general puede compendiarse en una industria aquejada de alta dependencia tecnológica y de insumos extranjeros, por ende adicta a la disponibilidad de petro-divisas; una alta participación del Estado en actividades económicas, que habría de crecer en los años 70 con las nacionalizaciones; un proceso de urbanización prácticamente completo que modificó contra el campo la distribución demográfica de inicios del siglo XX; una reforma agraria muy limitada, aunque aderezada con una cierta modernización productiva inducida por la nueva demanda agroindustrial; y junto a todo esto, un sistema financiero más curtido en el arte de la acumulación sustentada en la absorción y apropiación de renta.

El cuadro boyante del capitalismo global cambió bastante entre finales de los 60 y el año 1974. En este período eclosiona un conjunto de situaciones y contradicciones que terminarán por resolverse en la articulación de la estrategia neoliberal iniciada en los 80 y puesta en marcha a todo vapor en los 90. El capitalismo global entró en una espiral recesiva que coadyuvó con la crisis de convertibilidad del dólar en 1971 a raíz de la Guerra de Vietnam, provocando el fin del sistema de Bretton-Woods. La crisis capitalista hay que explorarla en la desaceleración del motor productivo surgido en la postguerra, en los altos salarios relativos de los centros metropolitanos y en el impacto negativo que sobre la acumulación de capital estaba produciendo el estado de bienestar. La recesión fue una reacción inmunitaria del capital a un escenario de pérdida de rentabilidad, aunada a gastos bélicos que en ese entonces no obedecían a una lógica elemental de contrapartida económica, como prevalece ahora, sino a la confrontación geopolítica con la Unión Soviética, comprometiendo la solvencia fiscal, financiera y comercial de Estados Unidos.

El ascenso de Alemania y Japón contribuyó por su lado a la pérdida de fortaleza económica de aquél país, cuyo gobierno aplicó la herramienta oportunista de ser el emisor de la moneda de reserva mundial, esta vez para imponerla coercitivamente con la supresión del hasta entonces estable patrón oro-dólar. La guinda de este problemático escenario fue la llamada crisis energética de 1974, que afectó a todo el aparato mundial de acumulación y puso sobre las narices de los grandes consumidores de petróleo el riesgo de la elevada dependencia de los yacimientos del Medio Oriente. Paradójicamente, como ya comentamos en otra sección, este evento revirtió en calidad de vehículo de reestabilización del sistema capitalista global al direccionar petrodólares a los grandes bancos, principalmente de Estados Unidos. 6 Con elevada liquidez a la mano, amén del señalamiento de sociedad de capitales entre magnates árabes y entidades corporativas norteamericanas y europeas,7 el sistema logró un respiro en la antesala de las medidas correctivas estructurales que habría de imponer el gobierno de Ronald Reagan y prescribir para todo el mundo la escuela de Chicago. El ciclo de estertores es definitivamente cerrado con la crisis iraní de 1979-80, y puede afirmarse con alguna propiedad que es el año 1980 el que delimita claramente los dos grandes períodos de la acumulación global de capital de la segunda mitad del siglo XX.

El sistema venezolano contemporáneo discurre en este entorno con hechos que se producen prácticamente a contrapelo de la tendencia abierta por la crisis. El Estado nacionaliza sus recursos naturales, toma posesión formal de la actividad petrolera y destina recursos considerables a las inversiones públicas de la industria pesada instalada en Guayana. La avalancha de renta estimula el gasto clientelar y un derroche sin precedentes, generando un impacto bastante significativo en la estructura productiva y sobre la balanza comercial. El endeudamiento se forma parejo, un hecho para el cual no resulta fácil una explicación plausible. Entre 1974 y 1989 se producen dos brotes rentísticos y dos reflujos, una ruta tortuosa que culmina con un paquete de reformas estructurales bendecido por el heraldo del recato y la disciplina fiscal: el Fondo Monetario Internacional. Nos detendremos luego a observar ese espacio de acontecimientos con algunos datos sobre el proceso de acumulación rentística posterior a la nacionalización petrolera, del cual logremos desprender algún entendimiento de la funcionalidad sistémica habida cuenta del contexto global, los factores dominantes internos y externos así como su interacción histórica.

1 La enorme rentabilidad del negocio petrolero, combinada con su confinamiento territorial, condujo a los acuerdos de Achnacarry de 1928, estableciendo un blindado esquema de reparto y exclusividad corporativos.

2 Orlando Araujo, La industrialización en Venezuela, Suplemento de la Revista del Banco Central de Venezuela, Volumen XXIV, Nº 1, p. 13, enero-junio 2010, Caracas. Comenta Orlando en otro trabajo: “No es que la sustitución de importaciones comience en 1959 debido al proteccionismo iniciado en 1958; esto no es cierto porque la sustitución comenzó con el arranque mismo del proceso manufacturero, de una manera muy precaria antes de la Segunda Guerra Mundial, con bastante impulso durante ésta debido a la necesidad de abastecimiento...” (Orlando Araujo, Situación industrial de Venezuela, publicado por la Universidad de Los Andes, p. 29)

3 “En una onda larga expansiva, en unas condiciones de rápido crecimiento económico y deterioro básico de la correlación de fuerzas internacional en detrimento del capitalismo mundial, la prioridad para la clase capitalista fue comprar a la clase obrera mediante reformas, entre las cuales la política de pleno empleo y seguridad social desempeñaron un papel clave. La propia expansión económica creó las condiciones materiales en las cuales el sistema podía en general suministrar estas prestaciones.” (Ernest Mandel, Las ondas largas del desarrollo capitalista, la interpretación marxista, Siglo XXI Editores, Madrid, 1986, p. 87).

4 “La inversión internacional creció [en el marco de Bretton Woods], pero bajo la égida de corporaciones multinacionales. (…) [Para 1973] en la mayoría de los países latinoamericanos las empresas extranjeras suponían entre una tercera parte y la mitad de la producción industrial.” (Frieden, J. Capitalismo global…, op. cit., pp. 386-387).

5 “De la catástrofe económica de la Depresión brotaron los inicios del moderno Estado del Bienestar, entendido como aceptación general de la oferta pública de seguridad social, políticas sociales básicas y gestión macroeconómica anticíclica.” (Frieden, J. Capitalismo global…, op. cit., p. 265).

6 Comenta Gastón Parra: “La posición de Arabia Saudita en la OPEP, en cuanto a los precios del petróleo y su política de producción, obedece al acuerdo firmado entre ese país y Estados Unidos, mediante el cual se asegura a las trasnacionales el suministro del petróleo, se coloca un elevado porcentaje de los excedentes monetarios, originados por el petróleo, en los principales bancos de Estados Unidos y se adquiere el compromiso de no elevar los precios del petróleo más allá del 5 %. A cambio de ello, Arabia Saudita tendrá, por parte de Estados Unidos, la seguridad de mantener el régimen monárquico absolutista actual y se le proporcionará las ayudas militares que sean necesarias.” Refiere adicionalmente: “…el 50 % del superávit o excedente deberá ser colocado en Estados Unidos en inversiones de largo plazo…” (Parra Luzardo, Gastón. De la nacionalización a la apertura petrolera. Derrumbe de una esperanza. Edición del Banco Central de Venezuela, Caracas, 2009,  p. 131).

7 Puede consultarse por ejemplo el trabajo de Thierry Meyssan sobre los vínculos de la familia Busch con la familia Ben Laden, de Arabia Saudita, publicado en 2001, colgado en la Red Voltaire (http://www.voltairenet.org). Dice, refiriéndose al holding de la familia Ben Laden: “La SBG detiene importantes participaciones en la General Electric, Nortel Networks y la Cadbury Schweppes. Las actividades industriales de la SBG están representadas en los Estados Unidos por Adnan Khashoggi (ex cuñado de Mohammed al Fayçal), mientras que sus capitales financieros son administrados por la Carlyle Group.” (Meyssan, Traducción Anne-Marie Mergier, Proceso -México, Red Voltaire, 16 de octubre de 2001).