CONOCIMIENTO TRADICIONAL PARA EL DESARROLLO LOCAL: EL CASO DE LOS CIRUELEROS DE AGUACALIENTE DE GÁRATE, SINALOA, 2014

CONOCIMIENTO TRADICIONAL PARA EL DESARROLLO LOCAL: EL CASO DE LOS CIRUELEROS DE AGUACALIENTE DE GÁRATE, SINALOA, 2014

Adriana Cabanillas Lizárraga
Laura Isabel Cayeros López
Ricardo Becerra Pérez
Eduardo Meza Ramos
(CV)
Universidad Autónoma de Nayarit

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1.1.3. Cultura e identidad

En los anteriores conceptos de Conocimiento Tradicional vemos como éstos son generados dentro de una especificidad cultural, lo que en el contexto de cada territorio los hace únicos, esto hace necesaria la inclusión de un concepto de cultura, el cual nos permite analizar el lugar que ocupan dichos conocimientos en este ámbito.

Es necesario señalar que existen diversas conceptualizaciones de cultura desde un sinnúmero de perspectivas teóricas, sin embargo, para el caso que nos ocupa identificamos la que se adecua a las pretensiones de esta investigación.

A manera de antecedentes, tenemos que, el concepto de cultura, tal como sostiene Giménez (2014: 2), ha pasado de una visión culturalista, basada en los

“modelos de comportamientos”, desarrollada en los 50’s, a una simbólica, que se desarrolla en los 70’s por Clifford Geertz, basada en las pautas de significados.

En este sentido el concepto de cultura se reduce al ámbito de los hechos simbólicos. Lo simbólico es inherente a las prácticas y constituye una dimensión analítica de los comportamientos (Geertz en Giménez, 2014: 2). De este modo la cultura se presenta como una telaraña de significados, donde quedamos necesariamente atrapados (Geertz en Giménez, 2014: 2).

Un concepto de cultura que posee las características que menciona Giménez, es el que aporta De la Peña:

“El concepto de cultura se opone al de naturaleza; sirve para nombrar el cúmulo de conocimientos, técnicas, creencias y valores, expresados en símbolos y prácticas, que caracteriza a cualquier grupo humano, y que suele transmitirse – aunque no mecánicamente- en el tiempo (de una generación a otra) y en el espacio (de un lugar a otro)” (De la Peña citado en Olivé 1999; 41).

Por otro lado, tenemos que el concepto antropológico de cultura se refiere a “una sociedad cuyos miembros comparten de manera significativa creencias, valores y normas; tienen prácticas e instituciones comunes, comparten también una historia, y tienen un proyecto que realizan comunitariamente” (Olivé, 1999; 187).

En este sentido, la cultura está integrada de un conjunto de conocimientos, técnicas, creencias y valores que se expresan en prácticas y símbolos, de este modo cada cultura cuenta con esta serie de atributos diferenciadores que le dan sentido. Los conocimientos tradicionales desde una perspectiva cultural son expresados mediante las prácticas (manejo de ecosistemas, en la agricultura) y los símbolos (rituales, cosmos, creencias) que se llevan a cabo en un espacio dado y en un tiempo determinado lo que les aporta cierta particularidad en cada uno de los procesos.

Una característica universalista de la cultura es precisamente que se diferencia de otras culturas (un grupo de otros grupos). Pues existe un conjunto de rasgos compartidos dentro de un grupo y presumiblemente no compartidos fuera del mismo, de este modo, la cultura funciona como operadora de diferenciación (Wallerstein en Giménez, 2014: 5).

Existen rasgos específicos compartidos dentro de cada cultura, entre esos rasgos nos atrevemos a señalar que se encuentran los conocimientos tradicionales que se comparten entre los habitantes de una tribu, una etnia o un pequeño poblado; este grupo de personas puede tener conocimientos sobre el medio ambiente y el manejo de cultivos, formas de vida y costumbres que se diferencian de otras poblaciones, además de que constituyen un elemento central para dar solución a diversas problemáticas tanto sociales como ambientales derivadas del entorno (Olivé, 2009).

Ni los conocimientos, ni las creencias, ni determinadas técnicas agrícolas, por así decirlo, incluso ni las costumbres pueden ser un repertorio de significados homogéneos y estáticos; en este sentido, Giménez (2014: 3) sostiene que la cultura tiene “zonas de estabilidad y persistencia” al tiempo que tiene “zonas de movilidad y cambio”.
La cultura se divide en dos aspectos, según Villoro (en Olivé, 1999; 41), él mismo los denomina externo e interno, el primero se refiere a los elementos que pueden ser percibidos por el observador, que a su vez se divide en:

  1. Productos materiales de una cultura, por ejemplo: edificios, utensilios, vestidos, obras de arte, conjuntos de signos, etc., en ese sentido los artefactos son depositarios de saberes y conocimientos ya que pueden ser valorados más allá de su uso necesario y posible estilo pintoresco (Gutiérrez, 2010:51).
  2. Sistemas de relación y comunicación, que incluye: relaciones sociales, los lenguajes de distintos tipos, los comportamientos sometidos a reglas (costumbres, ritos, juegos, etc.).

Son reflejo de construcciones intersubjetivas materializadas en función del medio físico y geográfico.

  1. Constituye el marco, el soporte, el entramado de significaciones en el que, y a través del cual, el sujeto se incorpora e integra al mundo físico y social, a la vida comunitaria y productiva.
  2. Integra la parte fundamental del desarrollo y conformación en el individuo, de una estructura cognitiva, emocional y valoral por medio de la cual se sostienen imágenes del mundo o del entorno de la persona, recursos, esquemas, modelos o “concepciones culturales que son capaces de tener efectos materiales” (Süchman, 2007, en Gutiérrez, 2010: 53).

El segundo, estrechamente vinculado al primero, es el aspecto interno que es el conjunto de estados disposicionales internos como las creencias, los propósitos, las actitudes colectivas de los creadores de la cultura; esta condición “interna” de cultura es condición de posibilidad de su dimensión “externa” (Villoro citado en Olivé, 1999:2).

La separación que hace Giménez (2014) se inscribe en la misma lógica, pero este autor los denomina “significantes culturales objetivados” y “significantes interiorizados”. Los primeros también llamados “formas culturales” por Thompson y “simbolismo objetivados” por Bordieu se refieren a los artefactos y comportamientos observables como las vestimentas típicas de una región, danzas, gastronomía. Los segundos provienen de formas de experiencias comunes y compartidas, mediadas por las formas objetivadas.

Dentro de estas dos perspectivas de los elementos que componen una cultura y enmarcándolo en el conocimiento tradicional podemos decir que el sentido objetivado de la cultura se encuentra inscrito, por llevarlo a un ejemplo concreto, en el caso de los sistemas agrícolas tradicionales, por los instrumentos para labrar la tierra como el azadón, el machete, las fiestas al final de una buena cosecha, entre otros, mientras que el sentido interno de la cultura está en la convicción de los individuos por preservar sus prácticas y costumbres dentro de un grupo de agricultores.

Así, la cultura representa la organización social del sentido, interiorizado por los sujetos bajo un sistema de representaciones compartidas, que puede ser estable o no (relativamente estable o sufrir cambios) y objetivado o exteriorizado en formas simbólicas (artefactos, festividades, gastronomía) en contextos históricamente definidos y en una estructura social determinada, y subraya la importancia de definir el espacio-tiempo en las culturas (Giménez, 2014).

Otro de los conceptos fundamentales en este marco teórico es el de identidad, debido a que sin cultura no hay identidad y sin identidad no hay cultura; la identidad es inseparable a la cultura, está inscrita dentro de la misma siendo ésta el conjunto de representaciones interiorizadas que poseen los sujetos en tanto miembros de un determinado espacio o dicho de otro modo la identidad no sería más que el lado subjetivo de la cultura considerada bajo el ángulo de su función distintiva (Giménez, 2014).

La identidad puede ser vista desde su dimensión colectiva o individual. Gómez y Sutton (2009:46) la dividen en general y subjetiva; la general se refiere a la identidad colectiva, es decir, es el contexto identitario de una etnia, región, grupo o comunidad y la subjetiva a la identidad individual de cada uno de los miembros que los conforman. En su sentido general estos autores la definen como:

“identificar algo puede significar […] señalar los rasgos que lo distinguen de todos los demás objetos […], determinar las características que permiten aseverar que es el mismo objeto en distintos momentos del tiempo […] la duración y la singularidad frente a otros son características fundamentales para que algo tenga identidad” (Gómez y Sutton, 2009:46).

Sin embargo, cada miembro de los espacios mencionados tiene rasgos identitarios distintos o individuales, es así, como esta identidad subjetiva “rebasa el nivel de la distinción para ubicarse en la dimensión experiencial, afectiva y valorativa mucho más profunda ya que supone la conciencia de la singularidad y la representación de sí misma frente a los demás” (Gómez y Sutton, 2009:46).

La identidad, ya sea colectiva o individual necesita del reconocimiento social para que exista social y públicamente. La posibilidad de distinguirse se desarrolla en contextos de interacción y comunicación (Habermas en Giménez, 2014).

En un contexto general, la identidad de un territorio, ya sea una pequeña ciudad, una villa, una aldea o una comunidad se establece mediante los rasgos comunes compartidos de los individuos que conforman un espacio determinado.

El proceso de identidad está en constante transformación y se sitúa históricamente en el tiempo y además es un resultante de conflictos y luchas. De este modo, “la identidad es por un lado continuidad y por el otro, ruptura”

(Arocena, 1995:24).

Arocena (1995:24) señala que tanto los procesos de continuidad de culturas con una base organizativa fuerte como los de ruptura (invasiones, conquistas, migraciones) contribuyen de igual forma a consolidar el proceso identitario de una comunidad, ya que superando las diferentes obstáculos, la identidad del grupo social se consolidará.

Cuando las culturas se estancan o ya no defienden sus intereses ante las adversidades que se presentan es cuando son más vulnerables, a que ideologías dominantes permeen en la identidad de los pueblos, si bien es cierto que la cultura sigue ahí, las costumbres, tradiciones, pero no es la constancia de estas prácticas lo que mantiene viva la identidad de un pueblo, sino esa capacidad de adaptación al cambio y resistencia (Olivé, 2009).

El desarrollo local y el conocimiento tradicional

En los conceptos descritos en las líneas anteriores existe algo en común: todos son componentes de los diversos escenarios locales, por lo tanto, es necesario partir de esa diversidad para la creación de estrategias que fomenten el desarrollo local de las localidades y lograr que dicho desarrollo sea íntegro. Ante la problemática del desarrollo, la producción teórica es muy variada, ya que se ha estudiado desde diferentes perspectivas que integran una multiplicidad de factores haciendo de esta una noción multidisciplinaria.

Sin embargo, en este estudio el interés se centra en la importancia de los conocimientos tradicionales en el desarrollo de un espacio local, incluyendo la carga cultural, social y ecológica que estos llevan implícitos. En este sentido, dichos conocimientos son centrales, a través de la participación local, en la construcción de alternativas que mejoren las condiciones de vida de las comunidades locales y en la conservación de sus ecosistemas (Glick, 1992; campos, 1992 citado en Lazos, 2011).

Hernández Xolocotzi (1970, citado en Lazos, 2011) afirma que la configuración del conocimiento de un determinado territorio está dado por las experiencias acumuladas, los valores y las interacciones sociales, que deberán tomarse en cuenta para llevar a cabo estrategias de desarrollo y confrontarlos con el conocimiento convencional o científico.

En la misma lógica Gainza-Barracuda (et al., 2014), afirma que en una estrategia de desarrollo inciden aspectos locales tales como las formas de organización social, pautas de interacción (normas, valores) y los marcos cognitivos locales. El desarrollo de conocimientos, el aprendizaje, las innovaciones son procesos interactivos colectivos que dependen de condiciones sociales e institucionales, las cuales configuran las condiciones de interacción.

Por otro lado, cabe agregar que los aspectos tradicionales de los espacios locales son una parte activa y dinámica a tener en cuenta en los procesos que involucren el medio ambiente y el manejo del territorio y sus recursos. El sólo hecho de adaptarse a un ambiente conlleva la necesidad de conocer el funcionamiento de la naturaleza, la constitución de objetos, la organización social y el conocerse a sí mismo (Gainza- Barracuda, et. al., 2014).

Siguiendo con Vázquez Barquero (2005) plantea una aproximación de desarrollo económico local, desde donde se supone que todas las localidades poseen un potencial propio con el cual pueden llevar a cabo las estrategias de desarrollo en su región. Dicha propuesta, está basada en la creación de empresas que se sirvan de la utilización de los recursos locales, como son humanos, naturales, productivos, culturales, etc.; la hipótesis que se plantea forma parte de lo que él llama:

“un proceso de crecimiento y cambio estructural que mediante la utilización del potencial de desarrollo existente en el territorio conduce a la mejora del bienestar de la población de una localidad o región” (Vázquez Barquero,

2005:34).

Sin embargo, Vázquez Barquero (2005:41) sostiene que “el nacimiento y consolidación de los sistemas productivos locales se produjeron en áreas que se caracterizan por un sistema sociocultural fuertemente vinculado al territorio”. Lo que supone una fuerte identidad al territorio y a su vez el arraigo de una vocación productiva.

De ahí que, de acuerdo con Vázquez Barquero (2005), “la forma de organización productiva, las estructuras familiares y tradiciones locales, la estructura social y cultural y los códigos de conducta de la población condicionan los procesos de desarrollo local, favorecen o limitan la dinámica económica y, en definitiva, determinan la senda específica de desarrollo de las ciudades, estados y regiones” (Vázquez Barquero, 2005:35).

Otro factor a tomar en cuenta para el desarrollo son las redes de confianza. Fukuyama (citado en Vázquez Barquero, 2005) hace una división de los territorios con respecto a su nivel de confianza y señala dos tipos: “aquellos territorios […], en los que la confianza social es baja y priva el individualismo y las relaciones personales familiares; y aquellos otros territorios en los que existe un alto grado de confianza social y, por lo tanto, tienen una fuerte propensión a la creación de asociaciones (Fukuyama en Vázquez Barquero, 2005:76).

Vázquez Barquero (2005) supone que un componente fundamental en los procesos de desarrollo son las redes de asociaciones entre los actores de un territorio donde impere la confianza.

Por otro lado, para José Arocena (1995) el desarrollo tiene que ver con la constitución de una identidad colectiva, la iniciativa local, entre otros aspectos. Dos componentes importantes en una sociedad local son el aspecto socioeconómico y cultural; el primero se manifiesta con:

“la producción de riqueza (por mínima que sea) generada en el territorio, la cual, es objeto de negociaciones entre los grupos socioeconómicos, convirtiéndose en el estructurante principal del sistema local de relaciones de poder” (Arocena, 1995:20).

El otro componente y no menos importante de la sociedad local, es el aspecto cultural, así:

“toda sociedad se nutre de su propia historia y así constituye un sistema de valores interiorizado por todos sus miembros […] la expresión de “yo soy de […]” expresa pertenencia a una comunidad determinada […] Para que exista sociedad local es necesario que el conjunto humano que habita un territorio comparta rasgos de identidad comunes. Este componente encuentra su máxima expresión colectiva cuando se plasma en un

“proyecto común” (Arocena, 1995:20).

En este sentido, el elemento cultural es tan determinante como el socioeconómico en los procesos de desarrollo de una sociedad local sobre todo, como lo expresa Arocena cuando a partir de esta identidad colectiva se persigue un “proyecto común”. Cuando no es así, es posible que una sociedad local se encuentre fragmentada y se persigan objetivos individuales tanto económicos como sociales y culturales, que quizá no sean del todo malos, pero deterioran la identidad colectiva y los procesos de desarrollo económico pueden ser más difíciles de generar.

En este contexto es relevante puntualizar en la definición de los actores locales que forman parte de una sociedad local y que son el principal motor de desarrollo dentro de este límite territorial. Fernando Barreiro (en Arocena, 1995: 25) distingue tres tipos de actores:

  1. Los actores ligados a la toma de decisiones (político-institucionales),
  2. Los actores ligados a técnicas particulares (expertos-profesionales),
  3. Los actores ligados a la acción sobre el terreno (la población y todas sus expresiones activas).

Los conocimientos tradicionales, por tanto, tienen un gran potencial para el desarrollo económico y social, e incluso podrían incorporarse a innovaciones comerciales, pero pueden contribuir al desarrollo social de muchas maneras no comerciales.

Por esto, no sólo como parte de los derechos inherentes de los pueblos originarios, sino también por las formas en que la sociedad más amplia puede beneficiarse del aprovechamiento de esos conocimientos, siempre y cuando se respete debidamente los derechos y la propiedad intelectual de quienes generaron y han conservado tal conocimiento, es importante desarrollar mecanismos sociales para su preservación, promoción y adecuada explotación en beneficio principalmente de quienes lo han generado y conservado, pero también del resto de la sociedad.