LA DESINTEGRACIÓN DE LAS SOCIEDADES

LA DESINTEGRACIÓN DE LAS SOCIEDADES

Gustavo Adolfo de Paz Marín (CV)

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Los límites de la disidencia

La crítica y la perspectiva de los economistas, los intelectuales comprometidos y los movimientos sociales de la actualidad se dirigen hacia las consecuencias externas de la organización social, en concreto, contra el poder político y el financiero, pero no se orientan hacia las causas intrínsecas del sistema capitalista, por desconocimiento o ausencia de determinación. Esta crítica irrefleja y desorganizada, en su conjunto, muestra una dimensión práctica potencialmente estéril y poco efectiva. La protesta estereotipada por la intelectualidad progresista, los economistas especializados y sin conocimiento de la cultura, y los movimientos sociales, sirve para canalizar el malestar de la sociedad y evadir una verdadera crítica efectiva que estimule y dirija una auténtica revolución social. La ideología continúa presente en la medida en que impide otras formas de expresión al margen de lo establecido.

La racionalidad desintegrada

En la sociedad global capitalista, el pensamiento es asimilado por la tecnificación creciente que afecta tanto a la ciencia, en su dimensión instrumental, como a la política y a las ideologías. La pretensión de racionalización total de Hegel vino a chocar con la especialización propia de la creciente división del trabajo, pero lejos de ocurrir un antagonismo, cada especialidad científica y técnica adoptó la metafísica idealista y secularizada hegeliana, y asimiló en sus fundamentos de racionalidad instrumental el absoluto y la racionalización total, así como la idea de verdad como identidad y no como interpretación. Las filosofías del límite, a la vez que los existencialismos, acotaron el campo social y rechazaron una visión filosófica capaz de otorgar sentido a la vida y al mundo, lo que provocó el ascenso y supremacía de la ciencia como legitimadora del conocimiento y el materialismo limitado mecanicista como praxis vital. La filosofía abandona la pretensión de sentido histórico y se refugia en la especulación y ahistoricidad científica perdiendo su dimensión crítica y emancipativa, se convierte a sí misma en especialidad. El pensamiento filosófico es reducido al individuo en un contexto social neutro, toma las formas positivistas de la psicología y la sociología abandonando la posibilidad del sentido y la crítica. Ante el determinismo científico, biologista y economicista que constituye la ideología prevaleciente en la sociedad, cada vez más global y uniforme, surgieron pensadores y movimientos de resistencia que en su mayor parte adoptaron una posición de retraimiento defensivo. Uno de estos movimientos es el posmodernismo. Los posmodernos creyeron ser muy actuales y vanguardistas al pretender superar algo que es irrebasable en las actuales circunstancias, de ahí su carácter idealista. Son irrebasables la ilustración y la modernidad, entre otras cosas, porque aún no se ha dado su cumplimiento, su consumación práctica y material. Solamente cuando los ideales ilustrados de racionalidad y emancipación sean dados materialmente en la sociedad, se podrá exponer su consumación, y se podrá comenzar una nueva etapa posilustrada o posmoderna. Solo en una sociedad plenamente industrializada y desarrollada según los ideales y prácticas ilustradas se puede hablar de sociedad posindustrial y posmoderna. Superación significa, en este caso, realización, y, a estos efectos, aún nos queda mucho camino por recorrer. En cuanto al respeto a la diferencia, supremo postulado posmoderno, habría que observar que este culto forma parte de la ideología del mercado que estratifica y amplía las diferencias desarticulando la lucha de clases y consolida la hegemonía desintegradora de la diferencia y los mercados excluyentes. Para que exista el respeto a la diferencia, ha de existir un elemento común, un factor integrador en la diversidad, una racionalidad crítica y práctica que otorgue unidad de acción ante una misma amenaza. La diferencia y la divergencia infunden poder al mercado y al capital, responden a la integración desintegrando, generan la desigualdad como elemento destructivo y de segmentación.
Al margen de la crítica posmoderna, el conocimiento, en tanto que es un proceso de descubrimiento e interpretación dialéctica, es un elemento de liberación y creatividad. Pero el método lógico y científico impone su modelo positivista de adaptación impidiendo su desarrollo creativo y la transcendencia del medio que describe.

La ideología como atomización

La integración ideológica provoca la desintegración en la práctica social. La ciencia no es meramente una fuerza productiva, sino también un instrumento de producción de ideología, y, por lo tanto, de relaciones sociales. La ciencia positivista ha adquirido un carácter neutral y objetivo respecto a la sociedad que, verdaderamente, la constituye. A la neutralidad y objetividad de la ciencia, el pensamiento crítico ya no se opone, subsumido y exiliado en el trasfondo de la especulación o el arte. El reinado de la ciencia es metafísico y teológico en la inmediatez de la sociedad industrial y globalizada. El naturalismo de la ciencia es el fundamento ideológico de la integración de la sociedad en el sistema capitalista. Dicho sistema desplazó la religión para incorporar sus propias redes ideológicas, y estas redes, por supuesto, se encuentran divididas en áreas o campos. Tanto la división de las ciencias como en otras ramas (como la política, el derecho y el resto de redes) convergen en una maraña unitaria que conforma la sociedad en torno al sistema e impide la oposición y la alternativa. Por eso se repite hasta la saciedad que no hay otro sistema posible. Esto no significa que la ciencia y la técnica sean ideologías autónomas, sino que es la propia ideología del sistema la que instrumentaliza la ciencia, la técnica y los fenómenos culturales reduciéndolos a mera función del sistema social prevaleciente. Se observa la suplantación de la racionalidad por el cálculo científico, del nexo común de las diferencias, que es la racionalidad, por el mercado como dimensión práctica del positivismo, que es la filosofía propia del sistema capitalista. El mercado es una institución que procede de una ideología y una praxis que determinan las relaciones sociales, de este modo, la racionalidad se reduce a instrumentalidad. La sociedad cuyo fundamento político es el poder del capital, su institución reguladora el mercado y su cosmovisión cultural es la ciencia, tiene como rasgos principales la irracionalidad y el totalitarismo. La razón puede que no sea el absoluto, pero no se reduce al ente, ni al mercado, ni a la diferencia, ni al cientificismo. La ciencia y la técnica son fuerzas productivas y al mismo tiempo producen relaciones sociales, pero también, y debido a ello, son instrumentos ideológicos de alienación llegando a suplantar la alienación religiosa de tiempos pasados.

El presente histórico

La contradicción actual que se encuentra en la sociedad consiste en que las posibilidades de desarrollo que tuvieron origen en la productividad expandida, con su crecimiento económico y tecnológico, coinciden con el mantenimiento de un sistema represivo y hegemónico cuyo cometido es la desigual distribución de la producción para la sostenibilidad de una élite, y la desintegración social que esto conlleva. Es decir, las posibilidades de desarrollo de la sociedad superan las limitaciones del sistema sociocultural, político y económico. El fundamento de la lucha de clases es, por lo tanto, la desigualdad económica, y seguirá habiendo lucha de clases mientras haya desigualdad, al mismo tiempo que, si no se da una ruptura, ninguna clase social conseguirá una hegemonía plena. La desintegración es constante y latente, provocando estallidos y revueltas periódicas que formalmente quedan sumergidas bajo la formalización idealista del contrato socialmente establecido.
La producción material que genera la sociedad se encuentra dividida y expoliada, lo que supone la organización irracional de dicha producción basada en el beneficio privado y la expropiación. La sociedad se encuentra desintegrada en su base fundamental: la economía. En cuanto a la producción cultural que genera la sociedad, esta se encarga de atenuar los conflictos originados por la desintegración cuyo origen se encuentra en la economía, pero que no se limita únicamente a ella. La base económica, que es social, política y culturalmente reproducida, es la circunstancia material sobre la que se origina el cambio en las sociedades, de ahí se observa que los movimientos sociales hayan sido tan poco fructíferos al intentar reformas políticas o culturales sin modificar la base económico-social.

La fragmentación social

Las necesidades humanas son utilizadas para cubrir las necesidades del mercado, ya que sin necesidades creadas artificialmente, o si las necesidades reales fuesen cubiertas por la sociedad en lugar de ser determinadas por la economía privada, el mercado sería superfluo. La producción industrial se destina al mercado en la medida en que existen necesidades para la perpetuidad de este. A partir de este hecho, se puede observar la expansión y ampliación del sistema capitalista desde la esfera económica a todos los demás campos sociales (la ciencia, la cultura, el arte, la religión, la política, etc.). La división del trabajo desarrolla la división en especialidades. No es la división del trabajo y la existencia de especialidades (lo cual es en muchos aspectos un logro) el origen de la fragmentación, de la anomia y la atomización, sino su fundamento economicista que convierte el trabajo y las esferas sociales en instrumentos productivos al servicio del sistema económico para el beneficio privado. Solamente a través del filtro de la economía de mercado tiene lugar la posibilidad de desarrollo de lo público, de la economía socializada, y ese es el origen de la desigualdad y de la fragmentación social. Desde el fraccionamiento económico y la consiguiente desigualdad que provoca, se produce la jerarquización de la sociedad, con su cúpula y su base: la clase política y la ciudadanía despolitizada. La política deriva de una fragmentación económica del mismo modo que la existencia de élites, ya sean intelectuales, de riqueza o de poder, y el resto de las especializaciones, esferas socioculturales y estructuras.


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