RETOS Y ALCANCES DE LA INVESTIGACIÓN CONDUCTUAL

RETOS Y ALCANCES DE LA INVESTIGACIÓN CONDUCTUAL

Carro Pérez Ennio Héctor. Coordinador
Unidad Académica de Ciencias Jurídicas y Sociales (CV)

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LA AGRESIÓN FÍSICA Y VERBAL COMO SÍNTOMA DEL SISTEMA DE CREENCIAS EN UNA FAMILIA MONOPARENTAL

García Oliva María Esther

CAPÍTULO I

INTRODUCCIÓN

Es en la familia donde se debe encontrar independientemente de la constitución de la misma, el espacio ideal para desarrollar la identidad de cada individuo. Hoy en día  se han estado observando con mucha acentuación cambios dramáticos en la dinámica familiar.  Algunos de estos factores se encuentran en el alto índice de divorcios en donde   la madre de familia se queda con el cuidado y la provisión del hogar. También por otro  lado  se encuentran las madres solteras que están criando solas a sus hijos, algunas por decisión propia otras por  diversas circunstancias  en sus vidas. Otro de los factores es la muerte mucha de las veces prematura del esposo, dejando a la mujer en la viudez y quedándole a ella la responsabilidad de velar por los hijos.

    Todas estas características y algunas otras más, son las que en conjunto hacen llamar a las  familias monoparentales. En donde de uno de los padres se encuentra solo en la crianza de los hijos, es decir, en donde el núcleo primario está incompleto. Debido a la forma como está conformada este tipo de familia, es en donde se presenta con mucha frecuencia el ingreso de otras personas en la crianza y cuidado de los hijos cuando la mujer por necesidad sale a buscar el sustento. Algunos de estos cuidadores pueden   ser los abuelos, tíos, amigos, algún vecino, un familiar cercano o las guarderías entre otros.

    La sociedad misma ha rechazado encubiertamente el apoyo a estas mujeres para que puedan llevar a cabo dicha tarea, pues no siempre encuentran la ayuda que necesitan. Y es la sociedad misma la que sufre los estragos que implica el descuido de los hijos  que coadyuva a enfrentar posibles problemas sociales en los adolescentes hoy en día afectándola en diferentes ámbitos. Por otro lado el clima emocional familiar de estos sistemas monoparentales, se ha visto enrarecido debido a la interacción que existe entre los miembros que componen estas familias.  Aunado a esto, las familias monoparentales pueden sufrir en muchos de los casos, un riesgo de pobreza y problemas sociales por el contexto con el que están constituidas.

    Esto al encontrase la madre como único sostén de la familia económicamente hablando. Cabe mencionar que es la dinámica familiar en la que se desenvuelven este tipo de familias la que puede ocasionar situaciones de falta de socialización, deserción escolar, agresión física y verbal en el ámbito escolar y familiar, entre otras. Existen  factores relevantes en la formación de un hijo como el proceso social en la escuela, los medios de comunicación y principalmente  a su  forma de interactuar  desfavorable dentro del sistema familiar, mismo que  no ayuda a su  sano desarrollo.

    La socialización, de esta manera, no puede extrañar que esté íntimamente relacionada con el estilo parental o el clima emocional de la familia. Se refiere a las actitudes que se generan hacia el hijo, por parte de los padres. Estas conductas incluyen las prácticas parentales, en las que se encuentran el apoyo y el control. En otras palabras, la socialización familiar se refiere al conjunto de procesos relacionales que se producen en el sistema familiar y que tienen como objetivo el transmitir un sistema familiar y que tienen como objetivo el trasmitir un sistema de valores, creencias y normas a los hijos. Este proceso no concluye en la niñez, continua durante la adolescencia (Musitu, 2002).
 
    La baja autoestima, el desánimo, actitudes negativas hacia la autoridad familiar y escolar, la falta de comunicación,  de afinidad, sentimientos de inseguridad e inferioridad son algunas de las características que pueden presentar los adolescentes como resultado de una interacción familiar disfuncional. Por otro lado se  presenta como rasgo en estas familias monoparentales, un bajo nivel cultural y socioeconómico pues no  debe perderse de vista  el abandono y rechazo que sufren algunos de ellos por parte del padre, dejando sin cubrir necesidades básicas  debido a la pobreza algunas veces extrema en la que los dejan.

    En esta etapa, el grupo de iguales se convierte en un proceso referente para los hijos en el proceso de socialización (Fernández Ríos y Rodríguez, 2002) que puede llegar a desorganizar las pautas establecidas en la familia y con ello caer en conductas de riesgo. Es aquí donde se empiezan a vislumbrar comportamientos ilegales e infractores, violencia, conductas delictivas, el consumo de sustancias, conducta sexual de riesgo que atentan el orden social como contra los propios adolescentes (Kazdin y Buela-Casal, 1997, Musitu, 2002).

    Es importante considerar  la observancia del pasado en el ámbito familiar de la madre para reconocer el impacto que hubo en esta estructura como una de las razones más relevantes, y a la vez, que necesita más atención acerca de su incidencia en el desarrollo de la conducta de agresión física en el adolescente. Ello está relacionado en tanto que es la primera experiencia cognitiva de un ser humano como sede natural de la socialización en grupo, además de que es en ella donde se aprenden las pautas de interacción y la gama de conductas de sus miembros (Dallos, 1996, Farrington, 2000, Kazdin y Buela-Casal, 1997, Minuchin, 1999, Minuchin y Fishman, 1984, Rodríguez y Paíno, 1994).

    El sistema de creencias de la madre es la fuente en donde se alimenta la vida emocional de los hijos. La forma en la que se relacionó ella en su infancia va a determinar el comportamiento de  sus vástagos. Lo anterior nos lleva a la necesidad de considerar a la familia de origen de la madre para indagar sus  funciones dentro del sistema, sus reglas, sus creencias, los subsistemas que la componían y la forma en cómo se organizaba. Todos los estudios coinciden en que la familia es el primer grupo de socialización del individuo. Su conformación se da mucho antes que la escuela, los vecinos, el grupo de iguales, los compañeros de deporte y cualquier otra instancia socializadora (Andolfi, 1997, Kaplan y Torre, 2006, Loeber y Coie, 2001, Musitu, 2002, Nardone, 2003, Rodríguez y Ovejero, 2005).

    En algunas familias  se van creando leyes de interacción familiar, que se asumen como ciertas sin que nadie las cuestione abiertamente, pues esto significaría una falta de compromiso hacia las estructuras que se heredan dentro del sistema familiar. Por otro lado es imposible que una persona se pueda diferenciar y crecer en sus proyectos personales si no conoce el trasfondo de las acciones que marcan su vida. Todos de algún modo, estamos inminentemente atados a lo que vivimos en nuestra familia de origen, y mientras más lo neguemos, mas lo reafirmamos, porque nunca dejaremos de ser quienes somos, mas podemos movernos en otra dirección, y eso es lo que haría la diferencia sobre todo en la crianza de los hijos (Boszormenyi-Nagy, 1994).

    Siendo el hogar esencialmente un área de protección, basta la desaparición de cualquiera de los dos padres para definir su inestabilidad, cualquiera que sea el motivo de su ausencia. Cuando el sistema familiar ha sanado paulatinamente se podrán encontrar factores que pueden  determinar la estima, el sentido de pertenencia, la identidad, la comunicación, la cooperación, la adherencia y cercanía de la unidad en el hogar y la seguridad de todos los miembros de la composición familiar.    Las madres que se encuentran solas en la crianza de los hijos, en su mayoría se enfrentan a una serie de problemas y dificultades de los que en ocasiones no son muy conscientes, que imponen serias limitaciones a su integración social y a su desarrollo personal.

    Estas madres asumen en solitario las funciones parentales, las tareas domésticas, las responsabilidades en la educación y el peso de ser la única fuente de ingresos de la familia. Generalmente esta sobrecarga de tareas las condena a la ausencia de vida personal. La presión de la familia de origen contribuye a empeorar esta situación, en la que frecuentemente se sienten abrumadas. La situación anterior les impide dedicar un tiempo a la vida personal y social y contribuye al aislamiento y genera sentimientos de soledad, de abandono y hasta de culpa.

    Además, uno de los temores principales de muchas madres de familia monoparental  es que nadie las quiera con uno o varios hijos, que no les sea posible rehacer su vida afectiva en pareja. Otro dato que se observa es que cuánto más jóvenes, y más si son madres adolescentes inmaduras asumiendo responsabilidades enormes, la familia de origen suele tomar las riendas de la situación y poner las normas y límites que solo a la madre le corresponden. La autoridad la tienen los abuelos, pues muchas de las veces por comodidad o por el trabajo que desempeñan fuera de casa, dejan en manos de sus padres el cuidado de sus hijos.

    Por otro lado una serie de acontecimientos influyen negativamente en la autoestima de  las madres criando sin la ayuda de un varón como  el aislamiento de su grupo de iguales, pues después de haber sido mujeres casadas, ahora se suman al grupo de mujeres solas o en el caso de las madres solteras que dejan de divertirse o de estudiar y pasan a formar parte de un grupo de mujeres criando solas. En algunas ocasiones, la familia de origen  de estas mujeres pretenden  ser su autoridad  nuevamente y se inmiscuyen en el sistema jerárquico de su hogar, confundiendo a los hijos en su rol ya establecido de familia monoparental. También está el tema de la sociedad que no siempre  apoya a este tipo de mujeres en el momento en el que buscan trabajo para subsistir. En donde ellas son la única fuente de ingresos de su familia, la cual necesita  conciliar la vida familiar y laboral por estar solas en la crianza de los hijos.

    Otra  de las situaciones que puede presentar una familia en donde la madre no se encuentra en casa por dedicarse a trabajar fuera del hogar, es la parentalización. Que implica la distorsión subjetiva de una relación, como si en ella la propia pareja, o incluso los hijos, cumplieran el papel de padre. En cierto punto el hijo necesita ser parentalizado (identificarse con roles responsables para su existencia futura). Dicha distorsión puede efectuarse en la fantasía como expresión de deseos, o de modo más notorio, mediante una conducta de dependencia (Boszormenyi-Nagy, 1994).

    Al describir las situaciones por las que atraviesa una madre criando sola a sus hijos, no podemos dejar fuera a los demás miembros del sistema familiar. Los hijos que configuran estas familias también sufren en algunas áreas de su vida, existiendo conflictos internos en su forma de interactuar en la dinámica familiar. Siendo la conducta de ellos comúnmente el síntoma que presenta el sistema, vista como una homeostasis por medio de una retroalimentación negativa que ayuda a tener un “equilibrio” entre sus miembros hasta que alguno de ellos se decide a romperlo.

    Es entonces cuando la aparente paz que existía se interrumpe dando lugar a un sin número de conflictos que solo con una certera terapia familiar podrá resolverse. Pues todo lo que sucede a un miembro del sistema, afecta a los demás. Siendo la forma en cómo piensa, percibe y decide cada miembro de la familia lo que puede ocasionar dichas situaciones. Es por esto, que estas familias necesitan la observación e intervención de un terapeuta que se sumerja en dicho sistema para así descubrir las interacciones que se están presentando dentro de la dinámica familiar.

     Vista la problemática planteada, se puede definir que existe una lealtad a su sistema de creencias de una madre a su familia de origen. Es posible definir la lealtad de acuerdo con los principios que la sustentan. Los miembros de un grupo pueden comportarse de manera leal llevados por la coerción externa, el reconocimiento consciente de su interés por pertenecer a aquel, sentimientos de obligación conscientemente reconocidos, o una obligación de pertenencia que los ligue de modo inconsciente. En una familia la lealtad dependerá de la posición de cada individuo dentro del ámbito de justicia de su universo humano, lo que a su vez conforma parte de la cuenta de méritos intergeneracional de la familia (Boszormenyi-Nagy, 1994).

    1. PLANTEAMIENTO DEL PROBLEMA

En los últimos años  se han visualizado problemas sociales con respecto a adolescentes presentando conductas de agresión física a nivel escolar secundaria. Sobre todo se  ha detectado en algunas familias monoparentales, que esta problemática,  puede deberse a factores como una comunicación inadecuada en cuanto a la puntuación, problemas de estructura familiar como son jerarquías difusas, en cuanto a sus límites y fronteras, entre otros. La historia de vida es en donde se encuentran los constructos personales que percibió desde su infancia una persona y que al mismo tiempo puede ser heredado a los hijos.  Cuando dicha historia ha sido desfavorable, son estas mismas situaciones adversas las que modela de manera inconsciente a sus  hijos. El ambiente familiar es muy importante para la formación del carácter de los hijos y es aquí donde afecta el desarrollo de los mismos.

    Existen diversos problemas desencadenados en el comportamiento de los adolescentes con madres  de familia monoparental, las características de estas son variadas. Los problemas sociales no pueden ser perdidos de vista, pues se está viviendo con mucha acentuación situaciones de agresión física y verbal tanto en el hogar como en el ambiente escolar de nivel escolar secundaria. Es en la familia en donde se deben encontrar todo tipo de cuidado y atención a los hijos. Desgraciadamente éstos no tienen más opción que sobrellevar la situación de la vida que les tocó vivir, aceptando como válido lo que acontece a su alrededor.

    En la actualidad existe un contexto de deterioro en hogares donde las madres de familia criando en condiciones de soledad, deciden muchas de las veces por necesidad laborar fuera del hogar. La situación resulta desfavorable para sus miembros cuando esto sucede, pues se desquebraja la paz y la armonía tan deseada y esperada por todos los que la componen. Algunas de estas mujeres sufren de problemas y situaciones de estrés y cansancio mismos que no le permiten desempeñar el papel de madres contratando por este motivo una ayuda doméstica para que la sustituya en las tareas del hogar, ó en los mejores casos, la ayuda de algún familiar si bien les va a los hijos, de otro modo, permanecen solos la mayor parte del día.

    La madre que decide laborar, necesita tener un equilibrio en el área laboral  y en el contexto familiar. Pues el descuido del hogar se puede hacer evidente cuando no se pueden controlar las dos áreas al mismo tiempo. Estas faltas de cuidado pueden ocasionar situaciones adversas en el área educativa, el área afectiva y falta de tiempo de calidad para los hijos. Aunado a esto habrá de tomarse en cuenta lo desagradable de la historia de vida que tuvo la madre en su familia de origen que dan como resultado una interacción inapropiada dentro del seno familiar para que existan  elementos de  conductas de  riesgo para el adolescente de delincuencia, violencia, consumo de sustancias, entre otras.     

    Es necesario que una familia reúna las características que cubran las necesidades emocionales más básicas, que solo pueden ser abastecidas en el núcleo familiar, que por otro lado es difícil de encontrar en este tipo de familias en cuestión. Es muy común encontrar madres permisivas dentro de este sistema familiar. Ellas pueden presentar temor a que los hijos se enojen y es por esto que dejan la autoridad en sus manos o en manos de terceros, dejándoles un sentimiento de inseguridad por la falta de límites y reglas en el hogar. Estos mismos sentimientos los enfrentan ya con la concepción de abandono que muchos hijos poseen cualquiera que sea la forma de pérdida de la figura de un padre.

    Es entonces el sistema de creencias que posea o haya adquirido una persona la que determina en gran medida, la forma en que perciba su entorno. Al explorarlas se pueden encontrar como conciben los sucesos que enfrentan como enfermedades, conflictos familiares entre otras cosas.

De lo anterior, se deriva una pregunta: ¿Es la agresión física y verbal que presentan los hijos adolescentes de nivel escolar secundaria, el síntoma relacionado con el sistema de creencias de una madre de familia monoparental?

HIPÓTESIS

En base a la problemática anterior  se presenta la siguiente  hipótesis:

“La agresión física y verbal como síntoma del sistema de creencias en una familia monoparental en hijos adolescentes de nivel escolar secundaria”.

OBJETIVOS

OBJETIVO GENERAL:

Analizar que la agresión física y verbal presentada por hijos adolescentes de nivel escolar secundaria, tienen relación con el sistema de creencias de una madre de familia monoparental.

OBJETIVOS ESPECÍFICOS:

1.- Reconocer si el constructo de vida del sistema de creencias de una madre monoparental tiene relación con la agresión física y verbal que presentan sus hijos adolescentes  de nivel escolar secundaria.

2.- Identificar si la forma de interacción familiar, tiene relación con la agresión física y verbal que presentan los hijos adolescentes de una familia monoparental.

3.- Analizar si las jerarquías en la estructura de una familia monoparental se relaciona con la agresión física y verbal en hijos adolescentes de nivel escolar secundaria. 

IMPORTANCIA DEL ESTUDIO

Como ya ha sido mencionado con anterioridad, el fenómeno social que enfrenta la sociedad hoy en día en cuanto a las consecuencias que sufren las madres de familia que llevan a cabo la crianza de los hijos, tiene altos costos. Entre estos podemos encontrar diversas áreas como el académico, físico y emocional. Es de conocimiento de muchos que  en la familia es en donde se pueden encontrar alimentadas las necesidades básicas de todo ser humano. Sabemos que  detectando las soluciones posibles para estas situaciones, se tendrán muchos y variados beneficios. En la dinámica familiar, se encontrará un mejor ambiente  y un mayor cuidado de la madre hacia los hijos. Las ganancias serán incalculables pues saldrá beneficiada la sociedad misma, porque al haber familias estables, habrá una ciudad sana, una entidad sana y por consecuencia un país conformado con familias funcionales y no disfuncionales.

    De cualquier ángulo por donde se vea, la aportación que hace la mujer en el hogar, es de suma importancia. Es necesaria la sanidad emocional de la madre para que se lleve a cabo una interacción en donde se puedan desenvolver con libertad todos los miembros de la familia. El objetivo final de toda familia independientemente de su constitución debe ser entregar a la sociedad personas funcionales   para que a su vez, puedan formar familias sanas que tanta falta le hace a nuestra ya convulsionada sociedad en la que vivimos.

    Es por eso, que es de especial cuidado atender a una familia. Dentro del seno familiar funcional, debe encontrarse características como la buena comunicación, la afectividad, el apoyo mutuo, la adaptabilidad, la autonomía, reglas y límites  y  normas de convivencia. Mismas características que son difíciles de encontrar en una familia en donde los miembros de una familia no ha tenido un trabajo terapéutico para el bienestar emocional tan necesario para tener un clima familiar favorable. La meta  de una familia sea cual sea su constitución, debe ser que se logre la diferenciación de un individuo dentro del ambiente familiar.

    En el tipo de familia monoparental uno de los miembros se convierte en padre,  siendo la madre la que nos ocupa en esta investigación. Y no solo el adulto adquiere este papel, sino que puede existir la posibilidad de que un hijo también se convierta en padre, presentándose una parentalización. Los padres que no han elaborado su separación emocional y sus sentimientos de culpa,  permanecen inconscientes leales y comprometidos hacia su familia de origen. Su pareja o hijos pueden ser usados como objetos sustitutos de gratificación de las necesidades insatisfechas, tratando de saldar su cuenta con su familia nuclear (Boszormenyi-Nagy, 1994).

    El esfuerzo básico del proceso de diferenciación del sí mismo en ayudar a cada uno de los componentes de la familia a alcanzar un nivel más alto de diferenciación de sí mismo. Un sistema emocional funciona por medio de una estabilidad cuidadosamente equilibrada en la que cada individuo dedica determinada cantidad de su ser y de sí mismo al bienestar de los demás (Bowen, 1989).

LIMITACIONES DEL ESTUDIO

En cuanto a las limitaciones que se encontraron fue en la búsqueda de familias monoparentales que tengan hijos adolescentes en edad escolar secundaria. Otra de las causas se encontró cuando no coincidían en el  horario tanto las madres como los hijos para la aplicación de las pruebas.

    1. DEFINICIÓN DE TÉRMINO

Jerarquía:
Hace referencia al miembro con mayor poder en la familia (Minuchin, 1990).
Tipo de relaciones estructurales en los sistemas complejos multiniveles que se caracteriza por el ordenamiento y el carácter organizado de las interacciones entre los niveles en sentido vertical. (Condori Ingaroca, 2010)

Límites:
Están constituidos por las reglas que definen quiénes participan y de qué manera lo hacen en la familia. Tienen la función de proteger la diferenciación del sistema. Los límites al interior del sistema se establecen entre los subsistemas familiares (individual, conyugal, paterno y fraterno)( Minuchin, 1990).
Dinámica familiar:
Es el ambiente en donde interfiere el contacto social entre sus miembros, mismo que es propicio para el desarrollo de los hijos. Es el centro donde la influencia y formación de la personalidad, se afianza.  Gabriela Pérez Correa. Libro: El desarrollo del ego.
Familia:
La familia es un sistema en la medida en que el cambio de una parte del sistema va seguido de un cambio compensatorio de otras partes de ese sistema (Bowen,  1989).
Relaciones familiares:
Interacción que presentan los miembros de una familia, teniendo como marco un ambiente creado por cada uno de los que lo componen. Hernando Duque Yepes. Libro: “Como mejorar las relaciones familiares”.
Disfuncionalidad familiar:
A nivel comunicacional, la disfuncionalidad puede estar dada en la perturbación severa del tipo de intercambios establecidos, como pueden en los mensajes, bloqueos, desplazamientos, doble vínculo. Instituto Interamericano del Niño.
Núcleo Familiar:
Es el grupo formado por el parentesco, pero en los únicos lazos de la conyugalidad de la filiación o de ambos. Alberto Guson. Centro de Investigación en Ciencias Sociales.
Registro de méritos:
Es un sistema contable que se desarrolla abierta o encubiertamente en las familias. Sobre la base de estas cuentas, se negocia un balance justo entre los “débitos” y los “créditos” individuales a través de las generaciones (Boszormenyi-Nagy, 1994).
Parentalización:
Es la asignación del rol parental a uno o más hijos de un sistema familiar o la asunción de ese rol por parte del hijo. Implica un modo de inversión de roles que está relacionado con una perturbación de las “fronteras generacionales”. Un requisito importante para el funcionamiento de una familia es el mantenimiento de una jerarquía familiar, lo cual implica que los subsistemas de los padres y los hijos estén delineados con claridad (Boszormenyi-Nagy, 1994).
Diferenciación:
Proceso que consiste en ayudar a cada uno de los componentes de la familia a alcanzar un nivel más alto de diferenciación de sí mismo. Un sistema emocional funciona por medio de una estabilidad cuidadosamente equilibrada en la que cada individuo dedica determinada cantidad de su ser y de sí mismo al bienestar de los demás (Bowen, 1989).
Estructura familiar:
Pautas transaccionales, características de un sistema familiar que, al repetirse, establecen reglas y patrones que le dan estabilidad, identidad y continuidad al sistema. Son cambiantes, flexibles con cualidades adaptativas (Soria y Montalvo, 2004).
Familia monoparental:
Es una familia compuesta por un solo progenitor y uno o varios hijos. Este núcleo puede constituir por sí solo una familia independiente o pueden convivir con otras personas emparentadas (Emily y John Visher, 1988).
Sistema de creencias:
Es el estado en el que un individuo tiene como verdadero el conocimiento o la experiencia que tiene acerca de un suceso o cosa. Llegan a afectar la percepción que tenemos de nosotros mismos, de las cosas, de los demás y de las situaciones.  Se podrían definir como un juicio psicológico que pone en relación dos proposiciones, sin que esa relación esté completamente verificada; es una inferencia o juicio psicológico con cierto nivel de incertidumbre (Rokeach, 1970).
Familia de origen:
La familia en la que una persona se crió (Mosby´s Medical Dictionary).
Cuenta de méritos intergeneracional de la familia:
Es  un acto que se inicia a partir de algo que se le debe a un progenitor, o de la imagen interna de representación paterna. En un sistema trigeneracional, la compensación por la instauración de normas y por el cuidado y solicitud que nos dispensaron nuestros padres puede transferirse a nuestros hijos, a otras personas sin relación de parentesco con nosotros, o a los padres internalizados (Boszormenyi-Nagy, 1994).
Agresión:
El término agresividad hace referencia a un conjunto de patrones de actividad que pueden manifestarse con intensidad variable, incluyendo desde la pelea física hasta los gestos o expansiones verbales que aparecen en el curso de cualquier negociación. La palabra agresividad procede del latín, en el cual es sinónimo de acometividad. Implica provocación y ataque. Es un concepto originario de la biología, que ha dado relevancia a su vínculo con el instinto sexual y el sentido de territorialidad, que también es asumido por la psicología. Como adjetivo, y en sentido vulgar, hace referencia a quien es propenso a faltar al respeto, a ofender o a provocar a los demás. Se presenta como una mezcla secuenciada de movimientos con diferentes patrones, orientados a conseguir distintos propósitos. La conducta agresiva es una manifestación básica en la actividad de los seres vivos. Su presencia en la totalidad del reino animal y los resultados de las investigaciones sobre la misma le dan el carácter de fenómeno "multidimensional" (Huntington y Turner, 1987; Mos y Oliver, 1988).

Socialización:
Es el proceso mediante el cual los individuos son entrenados y motivados para el correcto desempeño afectivo y técnico de sus roles de adultos (Parsons, 1951).

CAPÍTULO II

REVISIÓN DE LA LITERATURA

2.1  Historia de la Familia en México
La familia como entramado de relacione socioculturales, no surgió durante el periodo colonial, sino hacia finales del siglo XIX. Al transitar de una sociedad simple a otra compleja, de formaciones histórico-sociales tradicionales a modernas, y por lo tanto, contemporáneas, la familia de ser extensa se volvía nuclear. En este tránsito, la familia se modifico, tanto en su estructura como en sus relaciones y en sus funciones. Desde el punto de vista de las funciones, de una estructura polifuncional que es la unidad de producción y consumo, detentadora de los mecanismos de transmisión cultural de los valores y de las normas, de integración social de sus miembros, de socialización primaria y secundaria de las nuevas generaciones, de control de la propiedad y de satisfacción de las necesidades de los sujetos que cohabitan.

    La familia perdió la potencialidad en muchas de sus funciones que eran asumidas, entonces, por otras agencias externas a ella como la escuela, la fábrica, el mercado, en sentido amplio la iglesia y se caracterizó por una función eminentemente expresiva: estabilización de la personalidad adulta y socialización primaria de los niños. El aumento de la división,  del trabajo con el relativo proceso de especialización funcional de los subsistemas que componían el sistema social  y la industrialización, constituyó el factor principal que influenció el cambio de la familia (Barbagli, 1987).

    Durkheim en 1975, rechazó una concepción de la familia en términos de grupo natural y la definió como una institución socialmente determinada. Consideraba a la familia nuclear conyugal como el punto de llegada de una evolución, en el curso de la cual dicha institución se contraía cuanto más se ampliaba el ámbito social con el cual el individuo estaba en relación inmediata.
2.1.2  Familia
Se define como el lugar donde la experiencia cognitiva de un ser humano como sede natural de la socialización en grupo, además de que es en ella donde se aprenden las pautas de interacción y la gama de conductas de sus miembros (Minuchin, 1999). La familia como contexto más importante e inmediato del desarrollo del individuo se ha caracterizado por las pobres interacciones entre padres e hijos, el estilo de socialización negligente y la disciplina coercitiva debido a diversos factores de riesgo familiar que tienen que ver con la composición familiar como familias numerosas, rotas o monoparentales, el estatus socioeconómico bajo, la existencia de una historia familiar de problemas de conducta y con funcionamiento familiar caracterizado por la baja cohesión y el conflicto.

    El rol de los padres es una fuente de apoyo en el ajuste emocional y conductual de los hijos (Gracia,Herrero y Musitu, 2002).  La familia humana es un sistema que sigue las leyes dinámicas de los sistemas naturales. Dentro de ese sistema familiar, toda persona tiene una función que la convierte en un “segmento” imprescindible de un todo más vasto. La familia es un sistema en medida en que el cambio de una parte del sistema va seguido de un cambio compensatorio de otras partes de ese sistema (Bowen, 1991).
    La familia se concibe como un microcosmo que se puede estudiar en situaciones críticas como: el poder, la intimidad, la autonomía, la confianza y la habilidad para comunicarse. Son partes vitales que fundamenta nuestra forma de vivir en el mundo. La vida de la familia depende de la comprensión de los sentimientos y necesidades subyacentes a los acontecimientos familiares cotidianos. Se han observado cuatro aspectos de la vida familiar: los sentimientos e ideas que el individuo tiene de sí mismo, a los que llamó autoestima. Los métodos que utilizan las personas para transmitir ideas hacia los demás, conocida como comunicación. Las reglas que usan los individuos para normar cómo deben sentirse y actuar y que después se convierten en lo denominado reglas que rigen en la vida familiar. Y por último, la manera de cómo la gente se relaciona con otros individuos e instituciones ajenas a la familia denominado enlace con la sociedad (Satir, 1988).

    La familia es un entorno de intimidad donde ideas, afectos y sentimientos se aprenden e intercambian. En ella la comprensión, el afecto, la serenidad, el amor, son gratificadas (Musitu, 2002). La familia significa para la mayoría de personas el ámbito más valorado, ya que actúa como una red de relaciones y fuentes de apoyo, además de que contribuye al ajuste psicosocial del individuo (Gracia y Musitu, 2000). La familia busca, así, llegar a convertirse en un espacio idóneo para la comunicación, la relación, la estabilidad y el desarrollo de identidad individual. La familia, para Robles (2004), es una institución social en la cual a través de las interacciones, se facilita el desarrollo de habilidades, valores, actitudes y comportamientos que, en un ámbito de cariño, apoyo, reconocimiento y compromiso permite la integración de los individuos a la sociedad.

    Para su funcionamiento, a su vez, la familia debe satisfacer las siguientes actividades: lo predecible de la vida de sus miembros; la coordinación de las actividades familiares; la creación de niveles de exigencia; la presencia de un clima de comunicación y apoyo recíproco. Por otro lado, para Gracia y Musitu (2000), la familia desempeña las funciones de procrear, de socializar, de sostener económicamente, de cuidar emocionalmente a los hijos y, por supuesto, de la crianza. Con estas tareas proporciona a sus miembros confort, tranquilidad, seguridad y salud. Ello, para Eguiluz (2003), se desempeña en tres niveles de interacción: biológico, psicológico y social.

    A nivel biológico, su función es perpetuar la especie; a nivel psicológico, su función es crear los vínculos interrelacionales para la satisfacción de necesidades individuales; a nivel social, su función es la de transmitir las creencias, valores, costumbres y habilidades del individuo que contribuyen a su desarrollo. Se van conformando en el individuo, de esta forma, las pautas relacionales, de enfrentamiento de conflicto, de elección de pareja, las cuales serán transmitidas generacionalmente. Sin embargo, como señala acertadamente Andolfi (1997), la familia es un sistema entre otros sistemas, donde se realiza la exploración de las relaciones interpersonales y de las normas que regulan la vida de los grupos en los que el individuo está más arraigado, resultando y siendo un elemento indispensable en la comprensión de los comportamientos de quienes forman parte de éstos.

2.1.3  Tipos de Familias
2.1.3.1  Familia Nuclear

La familia nuclear o elemental, formada por una pareja conyugal y sus hijos, se veía como resultado de la urbanización y la industrialización, que la llevaron a una independencia de las redes familiares más amplias y una mayor movilización de la mano de obra. La unidad nuclear llegó a considerarse como la norma de la familia occidental actual. El modelo, que sirvió de guía durante muchos años, empezó a ser seriamente cuestionado últimamente ya que la familia nuclear no resultó ser una organización moderna (las ha habido en otros tiempos y culturas), y tampoco fue la solución ideal a los tiempos actuales, ya que presentaba también matices desfavorables, como la tendencia a un marcado individualismo y a la disolución de los lazos familiares intergeneracionales (Minuchin, 1974).

    La mutación de los valores de racionalidad, ahorro y sobriedad de la economía capitalista industrial en otros de derroche, goce y consumo ilimitado del nuevo capitalismo postindustrial (Bell, 1979) genera nuevas conductas en los sujetos que consolidan el ocaso de la familia nuclear. El elevado costo económico de sostener una familia (en comparación con el ingreso salarial) en estos tiempos de crisis mundiales derivadas de la liberalización de la economía, del empleo, de competencia entre sujetos de distintos géneros, nacionalidades, edades por los mismos escasos empleos bien remunerados (Beck, 1998) no permite satisfacer las necesidades superfluas sin las cuales no se alcanza el nuevo ideal, la “felicidad” individual ni se obtiene el reconocimiento social (Bruckner, 2001).
2.1.3.2  Familias Monoparentales
En este tipo de familias está ausente uno de los cónyuges, ya sea por muerte de uno de ellos, abandono del hogar, separación o divorcio. Puede deberse también a ausencias temporales o intermitentes, como emigración, trabajo en otra ciudad, encarcelamiento u hospitalización. Pero también se han debido a una maternidad/paternidad asumida voluntariamente en solitario, como en el caso ahora más frecuente de madres solteras con autosuficiencia económica, que buscan o asumen su maternidad (Orihuela y Ortega, 2010). “Familias con jefatura femenina”, es una categoría heterogénea que engloba estas situaciones diversas (Agudelo, 2005).

    La pérdida de uno de los padres, de acuerdo con McGoldrick (2000), puede causar impactos sobre la familia, particularmente sobre los hijos. Entre ellas sobresalen algunas situaciones, como la melancolía, las dificultades económicas particularmente cuando queda al cargo una mujer y las dificultades para organizarse sólo con la crianza de los hijos. Isaacs, Montalvo y Abelson (2001) dan cuenta de un estudio con 103 familias monoparentales que habían pasado por el proceso de divorcio. En sus resultados se refiere que existen diferencias en el ajuste de los niños de acuerdo a su edad, que se refleja en que los niños mayores de estas familias desarrollaron problemas de competencia social, en relación a los más pequeños. Por su parte, Becedoniz (2002), en un estudio con menores reincidentes, ha encontrado una fuerte presencia de familias monoparentales.

    Aunque es preciso aclarar que la estructura monoparental no es necesariamente productora de niños con problemas, pues igual se presentan dificultades en las familias nucleares, son oportunas las afirmaciones de Fuertes (1995) quien entiende que la conducta delictiva no sólo se genera en familias desestructuradas, sino que se circunscribe a todo tipo de hogares. Podemos sostener, por ello, que el comportamiento problemático de un niño está más bien relacionado con el funcionamiento deficiente de las tareas que le corresponden a los miembros de una familia (Neuburger, 1997).

2.1.3.3  Familias Extensas
En contraste con las familias nucleares  y monoparentales, limitadas a la cohabitación de los padres (o uno de ellos) y sus hijos solteros, se encuentran las grandes redes familiares, que abarcan más de dos generaciones. Este término se utiliza en varias acepciones. En sentido amplio, se refiere a la vasta red familiar conformada por líneas de parentesco en sentido horizontal y en sentido vertical: abuelos, padres, hijos, nietos, y tíos, primos y sobrinos. Generalmente con relación de cosanguínea; y se extiende para incluir las relaciones de afinidad (parientes políticos (Nardone, Gianotti y Rocchi, 2003). El hogar con tres generaciones se caracteriza porque los padres viven con los abuelos. En este tipo de familias es interesante definir los límites generacionales, las alianzas, los conflictos y quien se ocupa de los hijos (Mc Goldrick, 2000). Los abuelos suelen ejercer funciones como figuras responsables del cuidado del menor, lo que es característica en la organización de familias de menores infractores.

2.1.3.4  Familias Reconstituidas
Las familias reconstituidas sobresalen por la presencia de algunos problemas específicos, entre los que se encuentran la custodia, las visitas al otro padre, los celos, los favoritismos, los conflictos de lealtad y los problemas de adaptación e interacción con el padrastro, madrastra o hermanastro. En ellas, por tanto, resulta interesante el impacto de la separación y la reorganización ante la nueva estructura producto de un nuevo casamiento (McGoldrick, 2000). Este tipo de estructura familiar se ha encontrado con frecuencia en las familias de los menores infractores, ya que son familias que tienden a no permanecer intactas y que se conforman como reconstituidas, por lo que en el menor infractor significará su adaptación a la nueva condición y dinámica familiar.

    Estas familias están formadas por una pareja adulta en la que al menos uno de los cónyuges tiene hijos de una relación anterior. Estas nuevas uniones pueden o no validarse legalmente a través del matrimonio (González Montoya y González Villena, 2005). Estas configuraciones crean en los hijos situaciones especiales de pertenencia, ubicación física, parentesco, lealtades y afectos, jerarquías y organizaciones internas (de Palma y Fernández, 2010); las discrepancias en las formas, hábitos y rutinas de las distintas casas de los progenitores y sus nuevos cónyuges pueden impactar en los niños y crear confusión y rebeldía sobre qué  es lo que se debe y no se debe hacer.

2.1.3.5 Familias adaptativas
Se trata de una familia con buena comunicación entre los padres e hijos, con capacidad para transmitir opiniones y creencias, abierta al exterior; familia no exenta de conflictos, de desvanes ciencias, a veces graves, fruto básicamente de situaciones nuevas en los papeles de sus integrantes, mujer y hombre, madre y padre, padres e hijos, en este modelo las responsabilidades de cada uno están en revisión continua, y el trabajo con las acciones familiares, en tanto que familiares, no resulta evidentes y son objetos de tanteos y de incertidumbres.
Esta familia parece ser la familia de la negociación, de la búsqueda del acomodo, no llegando siempre y, menos aún a corto plazo, a los resultados deseados. Es en este modelo de familia donde la tasa de divorcio separaciones es más elevada. Pero, posiblemente, las que atraviesan con éxito la prueba de adaptación a la modernidad, permitirán las nuevas generaciones insertarse con mayores ganancias en la sociedad del futuro. Entre sus miembros de este tipo de familia, hay agnósticos, no creyentes y ateos por encima de la media, especialmente los hijos, pero también más padres católicos practicantes que en la media, dando los hijos los mismos valores de esa media global. Ajuriaguerra J. De y D. Marcelli.

2.2  Organización familiar disfuncional
Algunos autores han hablado y considerado a las familias disfuncionales o desorganizadas, en su organización, como un factor de riesgo de generadoras de individuos con problemas comportamentales o de adaptación. Garrido (2001) afirma que estas familias desorganizadas lo son porque rompen con la función socializadora de los hijos. Esta condición las convierte en criminógenas, ya que de hecho dificultan la tarea de los padres en la educación de los hijos; entorpecen la labor de la escuela como transmisor de conocimiento y, además, permiten, con su ausencia de control, que los hijos se asocien con amigos que tienen valores antisociales.

2.2.1  Familias multiproblemáticas
La estructura familiar es característica de constantes rupturas y reconstituciones en los roles tradicionales, que se ven modificados y reestructurados. La organización de las familias multiproblemáticas, por tanto, tiende a referir dos modalidades: el aglutinamiento y el desligamiento. (Coletti y Linares, 1997).

2.2.2  Familias aglutinadas
Se caracterizan porque hay poca distancia entre los miembros individuales y las fronteras al exterior son poco flexibles, por lo que el sistema tiende a funcionar con cierto aislamiento de su entorno social. Por su parte, las fronteras internas, aunque diversas, son más bien permeables, lo que repercute en la organización jerárquica familiar que tiende a ser rígida, porque la falta de influjos externos dificulta la existencia de metareglas que puedan flexibilizarla. Es por ello que se dificulta la individuación, al mantenerse poca distancia al interior y unos límites hacia el exterior tan rígidos (Coletti y Linares, 1997, Loeber y Coie, 2001).

2.2.3  Familias desligadas
Se caracterizan porque hay mucha distancia entre sus miembros y los límites con el exterior están poco definidos, lo que las hace permeables. El entorno en el que están inmersas estas familias penetra fácilmente en el sistema familiar, por lo que éste propende a disolverse en aquel. Son familias que se diluyen fácilmente en el contexto social más amplio. El proceso familiar en sí, entendido como el conjunto de interacciones, es pobre. La jerarquía es caótica, pues no cuentan con meta-reglas y disminuye al mínimo las propias reglas operantes sobre el funcionamiento familiar. Es un sistema que dadas sus características, el proceso de individualización aparenta ser fácil, ya que el distanciamiento entre sus miembros y la salida del sistema no encuentran obstáculos, más bien son favorecidos a través de mecanismos excluyentes.

    Sin embargo, la escasa nutrición emocional de estructuras tan distantes como ésta pueden convertir en inestable la autonomía de sus miembros, con lo que la independencia íntegra y madurada resulta imposible. Aún cuando estas familias pueden permanecer adaptadas a su entorno social en ocasiones, también pueden desmoronarse y manifestarlo en sus miembros a través de la actividad delictiva, el consumo de drogas y el abuso de sus hijos. Aquí es de destacar las condiciones de marginación y la privación económica y cultural en las que viven este tipo de familias, lo que contribuye a ser un factor de riesgo importante para que se generen los comportamientos problemáticos que los caracterizan. Son núcleos en los que la miseria llega como resultado de la desorganización en el comportamiento de los miembros más significativos.
   
Sus condiciones de vida en la vivienda reflejan precariedad y estado de abandono. No existe una delimitación de los espacios en estas casas, es decir, tanto adultos como menores pueden convivir en la misma habitación a la hora de dormir. Son viviendas que siempre están abiertas y de las cuales se entra y se sale con mucha facilidad. Las relaciones legales entre sus miembros no están definidas y tienden a ser infravaloradas; tanto las uniones como las separaciones y los reconocimientos legales de los hijos no resultan trascendentes para estas familias. Son sistemas que procrean hijos en cantidad numerosa, sin significarle preocupación o angustia por las condiciones de precariedad económica ni al padre, ni a la madre. En ella se comunican muy pocas emociones, o bien hay desencuentros emocionales que  disputa. Se desafía con frecuencia a la moral social establecida, siendo el respeto por las formas alternativas de vida hogareña ocasional; en estas familias no existen los rituales que hay en otras familias, como el comer juntos o ver televisión, con lo que las interacciones conjuntas son escasas (Coletti y Linares, 1997).

2.2.4 Familia con un fantasma
Este tipo de Familia, Ha sufrido muerte, deserción de uno de sus miembros o con un duelo mayor de tres meses, esto causa enojo en uno de los miembros de la familia y lo repetirá porque siente culpabilidad. A pesar de esto, si asume la función de la persona faltante pueden sentirlo como deslealtad a su memoria (particularmente esto sucede en un Duelo no resuelto). El hijo vivo se siente culpable, encubierto dependiendo de aquel que falleció más de los que están vivos. El niño desarrolla el rencor, y resentimiento por el pasado (Mecanismos de represión). El niño sufre desestabilización familiar y social en sus emociones y recuerdos. Con el primer duelo de la madre el niño se pone triste cuando el padre está cerca aunque él ya lo haya “superado” (Ajuriaguerra J. De y D. Marcelli, 2005).

2.2.5 Familia de soporte
En este tipo de familia, se delega autoridad de los hijos mayores. La madre se desgasta, pues ella nunca puede ser la misma. Se delega autoridad a los hijos más grandes, para que cuiden a los hermanos más pequeños. Por lo tanto, los hijos mayores asumen una responsabilidad en la que no están preparados. Cuando esto sucede, se promueven habilidades ejecutivas, con esto, el niño se siente excluido de los demás hermanos, ya que es en los hermanos mayores en quienes se centra el poder. Lo único que el niño necesita es ser cuidado, es sentir la ternura de sus padres, pero las actitudes de los padres bloquean esta necesidad, esto hace que se creen psicopatologías de adolescentes. (Ajuriaguerra J. De y D. Marcelli, 2005).
2.2.6 Familia acordeón
Uno de los padres permanece alejado de la familia, por periodos largos la encargada de la familia es la madre, aunque no se le observa como proveedor económico, ella tiene la carga económica del hogar y los hijos. El padre que queda en el hogar, asume la responsabilidad del que se va. Este padre engrandece los problemas, cuando esté atracado de la situación, dirigirá la cólera contra los hijos, cuando uno de los padres se va, quedó un sentido de abandono y desprotección. El hijo mayor es el encargado de proteger, de cuidar la casa y quién los padres se cercioran de que no encuentre pretendiente. Los niños facilitan la separación de los padres, pero cuando el padre regresa, no lo ven como un intruso, le hacen creer que se va de la casa por su propio bien. Los hijos aprenden a que es mejor que el padre esté fuera de casa y comparan: padre bueno y madre mala, se acentúa divorcio y este se justifica porque el padre no regresa, lo que hace que los niños se repriman. Cada vez que el padre se va, el niño lo experimenta como la muerte del padre, pues el niño experimenta la muerte de algo de su interior, muere una parte del su yo (Ajuriaguerra J. De y D. Marcelli, 2005).

2.2.7 Familia cambiante
Este tipo de familia se cambia constantemente de domicilio, esto es un fastidio para la construcción de la personalidad de los hijos, pues no se puede afianzar ni construir el Yo, se hace necesario por lo menos pasar 21 años en el mismo domicilio, para que pueda experimentar la intimidad familiar y de su dormitorio. Los hijos de este tipo de familia experimentan pérdida de sistemas de apoyo, familiares o comunitarios, como consecuencia la familia queda aislada, ya no hace amigos, ni vínculos.
El niño puede presentar disfuncionalidades escolares y sociales. Cada cambio de domicilio, implica crisis para el niño. Como consecuencia la personalidad del niño es inestable. El niño puede ser reactivo o poco reactivo, agresivo, impulsivo, enojado, rebelde o apático (Ajuriaguerra J. De y D. Marcelli, 2005).

2.2.8 Familia huésped
En este tipo de Familia, el niño llega una familia temporalmente, es decir que llega como huésped. No existe apego de parte del niño ya que lo hace sentirá una pérdida emocional cuando deba de regresar de donde vino. Es importante resaltar que cuando el niño llega tiene un período de adaptación o de desestabilización emocional.
La familia en donde entra el niño, tiene sus problemas, por lo tanto, la familia entra en crisis ante el huésped, cuando esto sucede el niño piensa que llega a usurpar algún lugar, esto sucede cuando el cónyuge no acepta al niño, pero cuando lo acepta, le da un trato especial, por lo que la pareja e hijos tienen celos del huésped, pero el huésped tiene ganancias secundarias, porque maneja al cónyuge que lo aceptó. Si los dos cónyuges lo aceptan, se crea crisis y problemas con los demás hermanos.
Ahora bien, si el niño cambia constantemente de familia no llega a establecer vínculos emocionales duraderos y profundos de por vida (Ajuriaguerra J. De y D. Marcelli, 2005)
2.2.9 La Parentalidad
El deterioro afecta al ámbito emocional que se debe otorgar a los miembros del sistema, con lo cual no se genera la certeza en los hijos de que son queridos y valorados por sus padres, y si más bien se germina la idea de ser rechazado. Por su parte, las funciones socializantes perturban la inclusión y la adaptación social en dos aspectos: en el fracaso de la protección del niño en su entorno y en el fracaso con la normativización del niño, es decir, con la transmisión de normas y valores culturales, con lo que se sitúa al niño en una posición de conflicto con su ambiente, al no desarrollarse en éste el respeto hacia los otros miembros de la sociedad (Linares, 2002).

    En estas familias la parentalidad está tan deteriorada como la conyugalidad. Esto se manifiesta en la dificultad de la pareja para establecer interacciones equilibradas y justas y por preponderar entre ellos solamente el tipo de transacciones en el cual se obtiene del otro lo necesario para satisfacer una demanda (Coletti y Linares, 1997). El rol del padre tiende a ser periférico, con poca presencia física en casa y, por lo tanto, una relación precaria con los hijos. La condición periférica del padre responde en mucho a la falta de sentido de responsabilidad. Las parejas son generalmente inestables, por el tiempo tan breve en que dura la relación conyugal. Tanto el padre como la madre poseen historia en su niñez caracterizada por la desadaptación escolar, consumo de sustancias adictivas y conductas problemáticas. Establecen con sus hijos una relación parental confusa para éstos y a la vez conflictiva (Linares, 2002).

    Las exigencias dependientes que plantean los padres a los hijos pueden también neutralizar su sensación de haber sido explotados a través de su devoción hacia el rol paterno. Por supuesto, el grado de su real explotación está determinado por la medida de las cuentas que han dejado sin saldar dentro de sus respectivas familias de origen. El hijo inconscientemente parentalizado puede ser usado para saldar, aunque en forma tardía, las cuentas de los padres con sus propios progenitores (Boszormenyi-Nagy, 1994).
2.2.10  Familias descontroladas
Otro tipo de organización disfuncional, siguiendo la propuesta realizada por Minuchin (1999), son las familias descontroladas. En ellas, uno de los miembros presenta síntomas en el área del control, como es en las conductas delictivas. Esta ausencia de control se le relaciona con problemas en la organización jerárquica de la familia, con la puesta en práctica de las funciones ejecutivas dentro del subsistema parental, incluso, con la proximidad entre miembros de la familia. Además, estas complicaciones con el control variaran de acuerdo al estadio de desarrollo en que se encuentren los miembros de la misma y del contexto cultural en que se desenvuelvan.

2.3  Socialización
Las funciones de la familia en una sociedad, están altamente distinguida pero no se pueden estar interpretando como funciones directamente a nombre de la sociedad, sino a nombre de la personalidad. Es porque la personalidad humana “no se lleva” si no se debe “hacer” con el proceso de la socialización que en las primeras familias del caso es necesario, son las fábricas que producen personalidades humanas.  Por lo tanto se sugiere que las funciones básicas e irreductibles de la familia sean dos: primero la socialización primaria de niños como miembros nacidos de la sociedad y en segundo lugar, la estabilización de las personalidades del adulto de la sociedad (Parsons, 1937).
    La educación es como un puente en medio de la familia y la sociedad más ancha. Es la preparación de nosotros para los papeles del adulto en sociedad. La familia es el agente primario de la socialización, en la familia nos juzgan en términos particulares porque ganamos estado atribuido a la familia. Es decir nos juzgan en términos de nuestro estado como hermano, hermana, hija, hijo, etc. La educación es el agente secundario principal de la socialización. En la sociedad industrial avanzada nos juzgan en términos del estado alcanzado y de los valores universales. Es decir nos juzgan en términos de lo que alcanzamos y las escuelas nos preparan para esto. En la escuela nuestra conducta se mide contra las reglas universales de la escuela y nuestro estado se alcanza a través de la examinación (Parsons, 1937).
    La sociedad es “una estructura inteligente y programada racionalmente para integrar a sus partes complejas en un todo coherente”. Las diversas “partes” de la sociedad realizan cada una de ellas, funciones determinadas que son indispensables al sistema o estructura, de allí que se divide en cuatro subsistemas o infraestructuras. Siendo estos subsistemas, la adaptación que es equivalente a las relaciones económicas por su capacidad de adaptación al medio. El subsistema de la capacidad de alcanzar metas, que es el poder que el sector político maneja para la realización de sus fines. El subsistema de la integración social que es la que regula las interrelaciones de las partes del sistema mediante la cooperación comunitaria. Y por último el subsistema de latencia, que es el mantenimiento de patrones a través de la cultura y el conocimiento técnico (Parsons, 1937).

    Una de las necesidades más básicas del niño, es la figura de una madre que lo alimente, proteja e instruya, dentro de una sociedad que sobrevive en grupos, algo que es inherente a la condición humana, la familia es la parte más importante en la primera instancia de la socialización. De acuerdo a esto, el concepto de socialización es el proceso a través del cual los niños adquieren las normas y valores de la sociedad en la que viven y se divide en primaria, que corresponde a las primeras etapas de este proceso que se cumple por lo general en el medio familiar y secundaria, que se cumple a través de las instituciones encargadas de la educación básicamente la escuela (Minuchin, 1970).

2.5  Estilos parentales
La socialización está íntimamente relacionada con el estilo parental o el clima emocional de la familia, lo que se refiere a las actitudes que se generan hacia el hijo, por parte de la conducta de los padres. Estas conductas incluyen las prácticas parentales, entre las que se encuentran el apoyo y el control (Gracia, Lila y Musitu, 2005, Musitu, 2002, Musitu y Gracia 2004). Estos estilos se conforman a partir de patrones familiares, de sistemas de creencias, de mitos, del ciclo vital y de las características de la interacción que prevalece en la relación con cada uno de los hijos. En la actualidad los estudiosos de la familia han relacionado estos estilos de socialización con el tipo de hijos que se forman. Ello, pues, lleva a hablar de los estilos que identifican tanto Nardone (2003), como Musitu y García (2004) y de las características predominantes en los hijos. Para Nardone (2003) prevalecen seis formas de interacción educativa o de estilos parentales en la socialización familiar.

2.5.1 Padres hiperprotectores.
Enfatizan en su comunicación, tanto a nivel verbal como analógico, la dulzura, el cariño, el calor, la protección y el amor por parte de los padres. La modalidad no verbal más significativa es la asistencia rápida, esto es, la intervención inmediata del adulto a cada mínima dificultad del hijo. Los objetivos de la comunicación priorizan la preocupación por la salud física, la alimentación, el aspecto estético, el éxito y el fracaso escolar, la socialización y el deporte. La relación es predominantemente complementaria con los padres situados (en posición superior) y el hijo (en posición de inferioridad). Los intentos del hijo en tomar iniciativas propias son, la mayoría de las veces, desalentadas.
    En cuanto a los roles parentales, la madre ocupa el lugar de responsable de la educación y comportamiento de los hijos. Prevalece en los cónyuges su responsabilidad como padres, antes que sus necesidades de pareja. Los padres no son capaces de aplicar medidas correctivas hacia los hijos y ofrecen todos los privilegios, que consideran deben proporcionar a los hijos.

2.5.2  Padres democrático-permisivos
La característica que distingue este agrupamiento es la ausencia de jerarquías. Las premisas de estas familias no consideran que las reglas deban ser impuestas con firmeza y decisión, y tampoco consideran necesaria la sanción. Las reglas solo se dan a conocer, se explican y se argumentan verbalmente. El estilo de comunicación democrático-permisivo puede tener una validez funcional y positiva en la vida de pareja, pero al trasladarlo al contexto amplio de la familia se transforma en un estilo que crea el clima ideal para que crezcan hijos tiranos (Garrido, 2005, Nardone, 2003). En los momentos en que surge la necesidad de una intervención educativa los padres pierden la calma, pero evitan el conflicto cediendo. Por lo que, entonces, los padres conquistan el poder un tanto como ocurre entre iguales; se vuelven confidentes y cómplices cuando es posible; y se comportan más como amigos de los hijos, que como guías con autoridad.

    En cuanto a las reglas vemos que el desacuerdo de uno puede bloquear cualquier decisión. Todos pueden modificar una regla a su propia conveniencia. Si una regla no se respeta no sucede nada grave. El adolescente dentro de este sistema, por tanto, acostumbra a adherirse al modelo y afirma estar en óptima relación con los padres. Todo esto hasta que surgen dificultades o problemas en su vida personal, como puede ser en la relación con el otro sexo o en el rendimiento escolar, o cuando el joven muestra problemáticas relacionadas a su escasa autoestima. (Garrido, 2005, Nardone, 2003).

2.5.3  Padres sacrificantes
Con estos la parentalidad (Boszormenyi-Nagy, 1994) está enfocada al sacrificio, concebido como el comportamiento idóneo para obtener la aceptación del otro y mantener estable una relación. El resultado es la falta de satisfacción de los deseos personales y la continua condescendencia con las necesidades y con los deseos de los demás. El contenido de los discursos gira siempre en torno a la idea central de que el deber de los padres es el de sacrificio. Las relaciones son a menudo asimétricas y el que se sacrifica, aunque en apariencia humilde y sumisa, está en una posición de superioridad, porque a través de sus renuncias la relación se transforma en un sentimiento de compromiso o de deuda por parte de los beneficiados. Con esto se entra a un juego familiar fundamentado en un sistema de débitos y créditos, con tendencia hacia el lado del chantaje moral. En cuanto a las reglas, prevalece el sacrificio por los demás para sentirse amados y aceptado.

    Con ello, se espera correspondencia por parte de los hijos en su vida adulta hacia con los padres, consolidándose como hombres de éxito o logrando lo que los padres no han podido tener. Sin embargo, los hijos desarrollan la idea de que es un deber de los padres dar a los hijos lo que necesitan o, por el contrario, que es un deber del hijo satisfacer a los padres. Los padres tienen la obligación de mantenerlos económicamente sin límite de tiempo o, por el contrario, es un deber del hijo trabajar además de estudiar y contribuir al presupuesto familiar. Los hijos, por su parte, se muestran poco entusiastas, descontentos e incluso pueden desarrollar actitudes y comportamientos de rechazo o de violencia en la relación con sus padres.

    En estas familias el joven se topa con dificultades de integración, aunque se muestra dispuesto a todo con tal de no volver a respirar la sofocante atmósfera familiar, por lo que busca contextos cuya inserción no se deba a capacidades propias sino por adhesión a comportamientos de grupo (nazis, bandas), donde será fácil encontrar ocasiones para desviarse. En este caso, el adolescente se vuelve a menudo violento, sobre todo en familia. Los padres son las víctimas designadas y llegan a sostener un cierto equilibrio familiar, hasta que ocurre algo grave. (Garrido, 2005, Nardone, 2003).
2.5.4  Padres intermitentes
Se caracterizan por una relación de ambivalencia constante, en la que el padre alterna posiciones de hiperprotección seguidas de conductas democrático-permisivas, para después asumir el papel de víctima sacrificante. Toda la secuencia se desprende sin claros o aparentes motivos para tales cambios. Lo mismo vale, naturalmente, para los hijos, que mediante este modelo tienen constantemente en jaque a sus padres. Los padres, de esta manera, pueden pasar de posiciones rígidas a posiciones mórbidas, de posiciones que revalorizan a posiciones que descalifican, en sus relaciones con los hijos. Los hijos, por otro lado, envían continuamente mensajes contradictorios a sus padres; en algunas ocasiones son obedientes y colaboradores y en otras rebeldes y opuestos. Una vez parecen capaces de asumir responsabilidades y otras completamente irresponsables. Las familias que han desarrollado este sistema de comunicación presentan habitualmente la característica de afrontar las situaciones problemáticas aplicando una estrategia sin mantenerla en el tiempo, haciendo así ineficaz cualquier intento de solución de los problemas, no porque la estrategia adoptada sea equivocada, sino por la prisa en ver resultados o por la duda de que la estrategia escogida sea la idónea, sin darle el tiempo y la oportunidad de demostrarse eficaz.

2.2.5  Padres delegantes
La pareja formada no desarrolla un sistema autónomo de vida, en un clima de plena libertad, sino que se inserta en un contexto de relaciones familiares fuertemente estructurado: el de la familia de origen de uno de los cónyuges. Pueden escoger la cohabitación o bien pueden habitar a cierta distancia física; en este último caso, sin embargo, se realiza un invitaciones a comer o la ayuda en las tareas domésticas. Existen, a menudo, coartadas válidas para esta forma de interacción (hijos únicos, padres viudos, frecuentes ausencias por trabajo, problemas económicos o de salud). Esta situación lleva, por una parte, a disfrutar de los beneficios y, por la otra, a aceptar compromisos. Los beneficios son económicos y operativos, pues derivan de disponer de una vivienda y personas que asumen la administración del hogar, de la alimentación y del cuidado de los nietos. Este delegar de tareas educativas es muy cómodo, cuando los hijos son muy pequeños y dependen totalmente del que los cuida.
    Aunque los problemas llegan a medida que los hijos crecen y requieren necesidades diferentes. A los adolescentes que viven en estas familias les faltan ejemplos de comportamiento autónomo, en el recorrido de la emancipación-autonomía, ya que se percatan de que sus mismos padres no han avanzado en este mismo aspecto, lo que puede llevar a la dificultad de emancipación y autonomía en los chicos.

2.5.6 Padres autoritarios
Uno de los padres o ambos intentan ejercer el poder sobre los hijos. En estas familias el poder es ejercido por parte del padre y la crianza por parte de la madre; los hijos tienen poca voz y tienen que aceptar los dictámenes impuestos por los padres, prevaleciendo la poca flexibilidad con las modas o las diversiones del momento, se alienta el estudio, y la adquisición de habilidades para obtener éxitos y afirmaciones personales. Por lo general, el padre es autoritario y con su presencia la familia se pone tensa; con su ausencia el clima es más relajado, y se establece una relación más genuina entre madre e hijos. Se configura así una jerarquía con el padre dominante y los demás en posición de sumisión; la madre asume, casi siempre, el papel de mediadora, cuando las posiciones son divergentes entre padre e hijos.

    En estas familias existe poca comunicación entre padres e hijos. En la actualidad, las relaciones dentro de la familia se han centrado predominantemente en el niño, en sus intereses, sus necesidades, sus gustos, llegando a vulnerar los límites y normas.
Algunos llegan al extremo de sostener una relación protectora con hijos adultos jóvenes, de ahí que sea frecuente observar familias de tres generaciones en las que los jóvenes de 30 años no han iniciado el proceso de emancipación, fenómeno muy común hoy en día en España, Italia y Grecia (Musitu, 2002).

2.6  La escuela como agente socializador
   
En el proceso de socialización se han distinguido tres tipos o niveles, de acuerdo a sus funciones y nivel de importancia: la primaria, la secundaria y la terciaria. Cada una de ellas tiene funciones diferenciadas, pero además complementarias entre sí, ya que están encaminadas a preparar al individuo a su adaptación y supervivencia exitosa en la sociedad. La socialización primaria implica el contacto con los llamados grupos primarios, como es la familia; en ella, el niño va experimentando y aprendiendo el más elemental de los aprendizajes más afectivos y normativos de grupo. Por su parte, la socialización secundaria es el resultado de la relación establecida con grupos más generales, como la escuela, y tiene un carácter menos afectivo y más normativo; es por ello, que el objetivo que se persigue en el contexto escolar es, la interiorización de los valores sociales, que instituciones como la escuela están encargadas de transmitir.

    Finalmente, tenemos la socialización terciaria o resocialización, que es el proceso de intervención educativa que se genera cuando una persona ha adquirido un estilo de vida antisocial y, por lo tanto, ha dificultado su exitosa adaptación social. Con la resocialización se desarrollan en el individuo estilos de comportamientos adaptativos y congruentes con las demandas sociales vigentes. De acuerdo con lo anterior, algunas investigaciones (Rodríguez y Ovejero, 2005) demuestran que el proceso de socialización en el menor no solamente está conformado por la familia –que es el agente más importante-, sino también influyen en la misma la escuela, el grupo de iguales y los estilos de vida. De esta forma, encontramos que al momento de entrar en contacto con otras estructuras, como la escuela, el menor incorporará otras figuras influyentes para él, como los maestros y sus pares.
    Así mismo, integrará estilos de vida a través de las rutinas que le ayudarán a organizar horarios de comida, de sueño, de juegos, entre otros. La escuela es el primer contexto social en el que el menor tiene contactos sociales continuos y diferentes de su propio contexto familiar. Dichos contactos son organizados y sistematizados, lo que significa para el ‘infante’ su primera oportunidad para formarse con los fundamentos de regulación social. De esta forma, la escuela, a nivel de primaria y a nivel de secundaria, proporcionan al menor la oportunidad de reconocer y adaptarse a las exigencias normativas y sociales. Se refiere, pues, una socialización a través del vínculo emocional y la valoración positiva, tanto de las figuras parentales como de los maestros y del entorno escolar, convirtiéndose ello en factores de protección contra las conductas delictivas a lo largo de toda la vida del individuo (Buela-Casal, Fernández Ríos y Carrasco, 1997).

    Por otro lado, el contexto escolar también puede llegar a significar el espacio en donde se concretizan muchas conductas violentas y actos de vandalismo de los adolescentes. El fenómeno conocido como bullying (violencia escolar entre iguales) ha llamado la atención de estudiosos, medios de comunicación, padres de familia, profesores, debido al incremento de eventos violentos en nuestras escuelas y, también, a las consecuencias que supone para las víctimas y sus familiares (en Musitu, Moreno y Murgui 2006).

2.7  Elementos que nutren y normas de la socialización
La socialización comprende elementos como el reconocimiento, el afecto y la enseñanza de la normatividad hacia los hijos. En este apartado, por tanto, se tratará de la nutrición emocional y del control con el menor, tanto en el contexto familiar, escolar y de los iguales.

2.7.1  El amor y el reconocimiento familiar
El amor se sostiene a través de un juego relacional en el que amando nos transformamos en personas amadas. Surge de la interacción entre dos individuos en el cual uno provee de amor y a cambio, también, lo recibe. Se entra en un juego relacional que es psicológicamente nutricio para ambos individuos involucrados.
El amor o la nutrición emocional se compone de ciertos factores como es el cuidado, que implica la preocupación por el bienestar y crecimiento del ser querido; la responsabilidad, que se refiere a responder a las demandas físicas y psicológicas, tanto en el amor entre adultos como en el materno filial; el respeto, que significa el concebir al otro en su dimensión como individuo sin instrumentalizar ni utilizarle; y el conocimiento.

    De esta manera, se puede mantener que el amor se compone de tres elementos: la ternura, la sensualidad y la sexualidad. En el amor intervienen tanto elementos cognitivos, como emocionales y pragmáticos. Todos ellos, a su vez, interactúan entre sí. Los elementos cognitivos consideran la percepción que se tiene sobre el ser amado; el amor emocional se refiere a los afectos que el otro despierta en el individuo; el amor pragmático se refleja en el trato explícito con el otro. Por ello, un individuo se involucra con el ser amado a través del cariño y de la ternura, lo que implica una entrega.
    Esta entrega supone el ponderar las necesidades de la pareja, antes que las necesidades propias. En cuanto al amor paterno-filial, o la nutrición relacional entre padre e hijo, se concretiza en el reconocimiento y en la valoración hacia el ser querido, en el cariño y la ternura que se provee al hijo, en el cuidado y la socialización a través de la protección y de la normatividad. El reconocimiento hacia los hijos se genera en el momento en que se constata la presencia del ser querido, es decir, cuando se confirma de manera continua que la presencia del otro y frente a la presencia de ese otro, que éste trasciende en los demás y es importante. En un estudio acerca de la percepción de los menores del apoyo familiar recibido (Fariña, Vázquez y Arce, 2006) se ha observado que  los menores que se perciben con un escaso apoyo familiar muestran mayores conductas tanto activas como pasivas de alejamiento social, mayor nivel de nerviosismo y apocamiento en las relaciones sociales.
    Ello trae como consecuencia un retraimiento social, que, a su vez, puede constituir una barrera tanto para vincularse a grupos sociales como para recibir apoyo y recursos adicionales, empobreciendo los recursos de afrontamiento del individuo. Los resultados indican, pues, que es más frecuente el comportamiento disruptivo en menores que perciben un nivel bajo de apoyo social familiar. Es de destacarse que el nivel alto de apoyo social percibido está asociado a factores de socialización inhibidores de comportamientos antisociales y disruptivos. Se ha identificado, de igual forma, que las familias de los menores delincuentes tienen una deficiente o nula comunicación entre sus miembros y existe un mínimo apoyo entre ellos (Borum, 2000; Farrington, 1996, 2000, Fernández Ríos y Rodríguez, 2002, Kaplan y Tolle, 2006, Rodríguez, 2002).

2.8   Factores de riesgo
2.8.1  Factores de riesgo y de protección en la conducta del adolescente
La socialización tiene como finalidad desarrollar individuos capaces, autónomos y competentes; durante este proceso intervienen eventos de riesgo, que dificultan al menor su desarrollo adecuado a través de situaciones problemáticas y eventos protectores, que le permiten al menor enfrentar situaciones adversas de forma positiva y exitosa  (Buela- Casal, Fernández Rios y Carrasco, 1997, Farrington, 1996, Kazdin Buela-Casal, 1997, Rodríguez y Ovejero, 2005, Satir, 2002,). El desarrollo de competencias se adquiere a través del aprendizaje en el entorno familiar, en la escuela y con los iguales. Este aprendizaje comprende el desarrollo de destrezas, de creencias de la eficacia y el incremento de la autoeficiencia (Rodríguez y Ovejero, 2005).

    La competencia no constituye una realidad estática, pues el interés por el desarrollo de habilidades sociales y de interrelación se va conformando a través de cauces educativos. Esto es, en la sociedad occidental la familia posibilita el desarrollo personal y social del menor a través, entre otras cosas, del aprendizaje de las habilidades más idóneas de resolución de problemas. Por su parte, la escuela se enfoca más al desarrollo cognitivo, a la comunicación y a entablar relaciones sociales positivas, es decir, se enfoca más a la adecuación del menor a la normatividad social. Ya algunos (Abril, Ruíz, Prats y Arolas, 2005) han reiterado que la manifestación de conductas antisociales en el menor se considera como un fracaso en la socialización.

    Por ello, al hablar de factores de riesgo nos referimos a todas aquellas variables o factores que incrementan la probabilidad de que se produzcan dificultades en el desarrollo del menor y que conducen a la presencia de situaciones problemáticas, como son la conducta antisocial, la conducta delictiva, el consumo de drogas ilegales, Así mismo, al hablar de factores de protección nos referimos a la capacidad del individuo para superar con relativa facilidad las adversidades de su entorno familiar, escolar y social inmediato y consecuentemente que evite incurrir en conductas problemáticas. Por ello, en la medida que los individuos se desarrollen en medio de eventos adversos, o situaciones de riesgo, es importante considerar también los eventos protectores con que cuenta, de manera que se evalúen integralmente los recursos de que dispone para afrontar con éxito dichas adversidades.

    En la actualidad los estudios han identificado múltiples factores de riesgo a relacionar con la conducta infractora del menor. Entre otros, podemos señalar las variables de personalidad en los adolescentes, como las temperamentales –búsqueda de sensaciones e impulsividad- y las sociocognitivas empatía y solución de problemas que predisponen al desarrollo de la conducta antisocial (Sierra y Romero, 2005). Sin embargo, además de los factores de personalidad, deberán considerarse las variables grupales, familiares y escolares. Los estudios con menores reincidentes plantean que el factor de riesgo más trascendente, en la probabilidad de reincidencia, es precisamente la internación de los menores (Capdevilla, Ferrer y Luque, 2005).

    Otras investigaciones con menores internados y reincidentes demuestran que tienden a desarrollar muchos más problemas de salud mental que aquellos que no han sido internados, entre ellos: mayor depresión, problemas de somatización, ansiedad, tensión, aislamiento, psicoticismo, entre otros (Fariña, Vázquez y Arce 2006). Sin embargo, ambos estudios coinciden con que se pueden desarrollar programas con esta población y acrecentar de esta manera factores protectores. Por  un lado, Fariña, Vázquez y Arce (2006) se dirigen a potenciar el desarrollo de la competencia social del sujeto (autoconcepto), de los aspectos biológicos (salud mental) y de los aspectos sociocomunitarios (red social, ambiente social de convivencia, inserción laboral).

    Entre algunas explicaciones acerca del involucramiento, particularmente en la adolescencia con situaciones de riesgo entre ellas, la conducta delictiva, se ha inferido que en la medida que los niños van creciendo, y llegan a la adolescencia, van solicitando un trato diferente al de infantes, y exigiendo mayor participación en las decisiones familiares y en las escolares. De acuerdo con Musitu, Moreno y Murgui (2006), estas situaciones durante la adolescencia se convierten en eventos de riesgo, ya que si no se le proporcionan al menor las oportunidades de mayor participación y las facilidades para su emancipación es muy común y fácil que los adolescentes se impliquen en conductas de riesgo, en el afán de expresar y de consolidar su necesidad de autonomía.

    Por lo que el comportamiento desviado del adolescente se explicaría por el fracaso de la familia en primer término y de la escuela en segundo término, para asumir las necesidades crecientes de autonomía e independencia. Un modelo orientado al entendimiento de las conductas de riesgo desde una postura interdisciplinar es la teoría de la conducta problema de Jessor (1993).

2.8.2  Factores de riesgo y de protección en el nivel de convivencia y organización familiar
Este nivel agrupa aquellos aspectos que se relacionan con la convivencia entre el menor y el resto de los miembros de su sistema, y refiere la forma en que se organiza la familia en el cumplimiento de sus actividades de crianza. Analizando las diferentes formas y estructuras familiares se han identificado tareas básicas de esta entidad, como son: el cuidado de los hijos, la conformación de la identidad, la orientación de la sexualidad, la regulación de los límites, la negociación de roles, el sentido de obligación o deber mutuo. Por lo que, la familia se define no a partir de su estructura, sino de la negociación y la complementariedad de estas actividades, es decir, de la dinámica cotidiana que se emplea en resolver esas tareas que se expresan dentro de la organización familiar.

    Es así como la familia conforma un concepto sobre sí misma, en función de la responsabilidad de cada uno de los miembros hacia con el resto, de la definición de los roles y de la idea de lo que es la dinámica en familia (Farrington, 2000, Gracia y Musitu, 2000, Loeber y Coie, 2001). Al respecto, son oportunas las afirmaciones de Fuertes (1995), quien dice que la conducta delictiva no sólo se genera en familias desestructuradas, sino que se circunscribe a todo tipo de hogares.
    En el mismo sentido, las aportaciones de Mann, Pearl y Behle (2004), confirman que la parentalidad adolescente (en el caso de madres solteras) y el maltrato a los infantes están vinculados, entre otras cosas a la falta de madurez emocional y de habilidades parentales, como son: estar menos informadas de los eventos significativos del desarrollo del infante, tener menor disposición a involucrarse en juegos con los niños, usar más los castigos físicos, invertir menos tiempo en el cuidado del infante, dialogar menos con el niño. En la sociedad mexicana, como en otras sociedades, la crianza se ha convertido en una actividad predominantemente femenina, aún cuando la mujer llega a cumplir una doble función, como trabajadora y como madre, por lo que la actuación de los padres se relega a un rol periférico.
    Esto conlleva a que en el contexto familiar la organización pueda llegar a ser deficiente, por la saturación de actividades a la figura materna, y por la escasa convivencia que se da entre los hijos y el padre. Al respecto algunos estudios (Parra y Oliva, 2002), refieren que en el contexto familiar tanto los varones como las mujeres adolescentes establecen una relación de apego y una interacción más significativa con la figura materna, que con la paterna. Esto es, que la convivencia cotidiana se desarrolla más con la madre que con el padre, con lo que se establece una relación con la figura materna de mayor intimidad y mayor afecto, a la vez de más ‘riña’ por asuntos cotidianos. Lo anterior puede significar un factor de riesgo, en tanto el tipo de organización sea predominantemente con la figura de un padre periférico que no se involucra en la educación y control de los hijos.

    Las aportaciones que Allison y Schultz (2004) plantean es que los hijos varones tienen mayor conflicto con sus padres, en relación con las hijas; ellas sostienen una relación más consistente con sus padres, siendo la naturaleza de los conflictos relativas a cuestiones tradicionales del rol de género. Otro estudio interesante es el de Parra y Oliva (2002), quienes afirman que otro factor de riesgo en el deterioro de la comunicación familiar con los adolescentes lo conforma el bajo nivel educativo de los padres, quienes tienden a hablar poco con los hijos, en comparación con los padres que tienen un nivel educativo medio y alto, en quienes se ha observado que la comunicación es más frecuente hacia los hijos.

2.8.3  Factores de riesgo y de protección en la estructura familiar.
En este punto, el análisis a realizar pretende partir simplemente de su estructura, por ser predominante en las familias de menores infractores. Familias monoparentales que habían pasado por el proceso de divorcio, donde confirman que en efecto esta condición afecta en el ajuste de los niños, aunque puntualizan que varía de acuerdo a su edad. En sus resultados se refleja que los niños mayores de estas familias desarrollaron problemas de competencia social, en relación a los más pequeños. Por su parte, Becedoniz (2002) en un estudio con menores reincidentes, encontró que la mayoría de ellos provenían de familias monoparentales. Otros investigadores, como Koskien y Sauvola (2001), han encontrado resultados más determinantes en menores reincidentes: la falta de un padre o su pérdida durante la infancia puede incrementar el riesgo de problemas conductuales más tarde en los hijos.

2.9  Diferenciación
El esfuerzo básico del proceso de diferenciación del sí mismo en ayudar a cada uno de los componentes de la familia a alcanzar un nivel más alto de diferenciación de sí mismo. Un sistema emocional funciona por medio de una estabilidad cuidadosamente equilibrada en la que cada individuo dedica determinada cantidad de su ser y de sí mismo al bienestar de los demás. En un estado de desequilibrio, el sistema familiar actúa automáticamente para establecer el anterior equilibrio del todo, aun cuando se deba sacrificar a alguien. Cuando un individuo se mueve hacia un nivel más alto de la diferenciación de sí mismo, perturba el equilibrio del todo, como la oposición enérgica de las fuerzas del grupo. La experiencia con este sistema terapéutico indica que son dos los caminos para promover un nivel más alto de diferenciación de sí mismo.
 
    Lo optimo es la diferenciación del sí mismo de cada conjugue con respecto al otro, como esfuerzo de cooperación hecho en presencia de un “triángulo” potencial (del terapéutico) que se puede permanecer emocionalmente distanciado. En la opinión del autor, esto constituye la “magia” de la Psicoterapia familiar. La pareja tiene que estar bastante ligada como para soportar el estrés de la “diferenciación” y tener suficientes dificultades como para sentirse motivadas para el esfuerzo. Primero uno y después el otro cónyuge se mueve paulatinamente hasta que desaparece la motivación.  Un segundo camino consiste en iniciar la diferenciación de un solo como la guía del supervisor lo equivalente a dar el paso preliminar hacia la diferenciación del propio sí mismo con respecto al de otra persona importante.

    El tema central de la teoría de los sistemas gira alrededor del modo en que todos tenemos un sí mismo apenas diferenciado, o estamos “indiferenciados” o tenemos un apogeo emocional no resulto en nuestra familia de origen. Estos distintos términos descriptivos se refieren todos al mismo fenómeno. El objeto más importante de la terapia de los sistemas familiares es ayudar a los miembros de la familia a mejorar el nivel de diferenciación del mismo. La teoría es el resultado de investigaciones enfocadas en todo núcleo familiar; sus conceptos teóricos definen la gama de modalidades con que los miembros de una familia están “fusionados” unos con otros y la función sigue actuando en el trasfondo, por más que puedan negarla sosteniendo que están separados entre sí.
 
    El primer método de terapia familiar desarrollada como parte de esta investigación fue aplicada fue aplicado a todo el núcleo familiar y dio resultados sorprendentes en lo que se refiere a la desaparición de los síntomas, pero no resulto eficaz para resolver la “fusión” de la familia El concepto de la diferenciación del sí mismo se relaciona con el grado en que una persona se va diferenciando emocionalmente del padre. En un sentido amplio (Bowen, 1991).

2.10  Lealtades invisibles
El concepto hace referencia a la presencia de vínculos aparentemente inexplicables entre las generaciones. La perspectiva del registro, semeja un rendir cuentas de las deudas y los créditos: si la persona tiene la percepción de que debe saldar sus deudas en relación con las generaciones anteriores, su vida quedará bloqueada por una lealtad invisible y tenaz, y no podrá desarrollarse plenamente (Boszormenyi-Nagy, 1994).
Un sistema familiar está en equilibrio cuando la justicia y la equidad rigen las relaciones entre los miembros de ese sistema. El cumplimiento de estos principios permite el respeto por la existencia de cada miembro de la familia. Pero si falta la justicia, si se reemplaza por malos actos o de explotación de unos a otros, aparecen sentimientos de injusticia, resentimiento y competitividad. Así las deudas emocionales quedan sin pagar, y el sentimiento de culpabilidad subyace y suplanta la equidad familiar (Boszormenyi-Nagy, 1994).

2.10.1  Registro de méritos
Un "registro de méritos" o una "contabilización de méritos" es un sistema contable que se desarrolla abierta o encubiertamente en las familias. Sobre la base de estas cuentas, se negocia un balance justo entre los "débitos" y los "créditos" individuales a través de las generaciones. Boszormenyi-Nagy, (1994) acuñó la expresión "Registro de méritos" en un intento por expresar metafóricamente la importancia del deseo humano de justicia. No importa cuando ocurrió una injusticia, siempre, en algún punto futuro habrá un paso tendente a la retribución, aunque no necesariamente por el deudor original. Por otro lado, si un miembro de la familia sacrifica intereses y posibilidades personales por otro o por el bien de la familia, se siente con derecho a ser retribuido por ese sacrificio y esperará que se le reconozca. Si esa deuda no es pagada por la generación beneficiaria, a menudo se requiere que la generación siguiente "cancele la deuda"

Los problemas, en opinión de Boszormenyi-Nagy, surge cuando esta justicia es demasiado lenta o insuficiente, y entonces ocurre lo que él llama la "cadena de las retribuciones desplazadas". Un síntoma puede ser la señal de que hay una excesiva acumulación de injusticias.
Si este libro no está balanceado ó en equilibro, las lealtades familiares actúan de tal modo que lo no resuelto en una generación, se transmite a las sucesivas generaciones provocando accidentes, enfermedades, etc. (Boszormenyi-Nagy, 1994).
2.10.2 Legado
El legado (Boszormenyi-Nagy, 1972) es una ampliación transgeneracional del principio de delegación. El concepto de delegación puede expresar muy bien una ligazón, obligación o compulsión a rendir cuentas que se mantiene a lo largo de varias generaciones. A la luz  de esta perspectiva plurigeneracional, muchas de las sobreexigencias delegadas y de los conflictos de encargos demuestran estar determinados de manera transgeneracional. Los legados se ven cargados de un conflicto de lealtades y una tarea de reconciliación, e los que pueden participar no sólo varias generaciones, sino incluso clanes familiares enteros profundamente enemistados. Otros legados pueden apuntar a extinguir la vergüenza de la familia original, desquitar su baja extracción o vengar una injusticia cometida contra la familia (Stierlin, 1975).

2.10.3 Mérito
Según Iván Boszormenyi-Nagy (1972), la dinámica de las relaciones familiares esenciales está determinada por un libro mayor de méritos. Le atribuye al mérito una fuerza motivadora parecida a la que, en las teorías psicodinámicas centradas en el individuo, se atribuye a la pulsión o a la necesidad. El cumplimiento o incumplimiento de legados repercute en el “estado de cuentas de méritos” de cada miembro de la familia. Ellos determinan la sensación de ser tratado de modo justo o injusto, de tener una integridad o de ver un sentido en la vida. Con el concepto de las cuentas corrientes de méritos está vinculada la idea de una compulsión, que actúa a lo largo de varias generaciones, de rendir cuentas sobre méritos (existentes o ausentes) o de exigírselas a otros miembros de la familia. Si no se rinden cuentas, existe el peligro de una constante explotación de los diversos integrantes y el de la corrupción de todo el sistema (Stierlin, 1971).  

2.11  Familia de Origen
La base para comprender su punto de vista intergeneracional es la teoría de las relaciones objetales de Fairbairn (1952) con su aplicación en las relaciones de pareja definidas por Dicks (1967). Los miembros de la familia realizan coalición para hacerse cargo de las funciones psíquicas de los otros .Sostuvo que las parejas se seleccionan en función del descubrimiento de aspectos perdidos en las relaciones objetales primarias. “Generalmente, las personas no escogen la pareja que quieren, sino la que necesitan” (Framo, 1992).
Esta teoría de las relaciones objetales del psicoanalista escocés Ronald Fairbain (1952), la cual vincula el mundo de los objetos internos con las transacciones personales entre individuos que están íntimamente relacionados. Las experiencias reales en la familia de origen modulan y organizan los intercambios entre los objetos internos y externos. De esta forma, las fuerzas transgeneracionales ocultas ejercen una influencia decisiva en nuestras relaciones íntimas, a través de los aspectos internalizados en el pasado que se reviven en el presente. Las sesiones con la familia de origen pueden fomentar una reorganización del universo interno de las representaciones mentales, lo cual promueve una percepción más sana del sí mismo (Framo, 1992).

2.12 Individuación relacional
Se refiere a la formación de peculiaridades individuales y delimitaciones psíquicas. La individuación relacional significa capacidad para la autodiferenciación y autodelimitación. Es decir, la diferenciación del mundo interno en esferas conscientes e inconscientes, en sentimientos, necesidades y expectativas claramente articulados, en percepciones internas y externa, etc. y la delimitación respecto del mundo exterior, sobre todo respecto de las ideas, necesidades, expectativas y aspiraciones de los demás. Permite experimentarnos por separado y a la vez relacionados en los más diversos contextos interhumanos (Stierlin, 1968).

2.12.1 Sobreindividuación
En la frontera con los demás es demasiado rígida y densa: la independencia se convierte en aislamiento, la separación e soledad irremediable, el intercambio con los demás cesa (Stierlin, 1968).
2.12.2 Subindividuación
En ella, ha fracasado la delimitación segura; los límites son demasiado blandos, permeables, quebradizos (Stierlin, 1968).

2.13 Modos de interacción
Son estructuras de relación o bien escenarios de relación, que ejercen una acción prolongada. Ubican en nuestro campo visual los enredos y las dificultades de la separación intentada o no intentada, exitosa o fracasada, de padres e hijos (Stierlin, 1972).
2.13.1 Ligazón
Se puede decir que cuando prevalece la ligazón en un niño, este queda preso más prolongada y fuertemente en el gueto familiar. Esto puede ejercer su efecto en tres planos principales. En el plano afectivo en el que se manipulan y explotan sobre todo necesidades infantiles de dependencia; en este caso hablamos sucintamente de una ligación del ello. Esta ligazón coincide con una fuerte dosis de mimos regresivos. En el niño esto lleva con facilidad a una disposición de pasiva dependencia, cuando no de simbiosis, que refleja y además fomenta las perturbaciones de la individuación relacional. En otro de los planos se encuentra el plano cognoscitivo, que es donde una parte de los padres es la ligante (o ambos) e impone al niño a la fuerza su propio yo distorsionante; en este caso hablamos de una ligazón del yo. Aquí los padres exponen al niño dependiente a señales contradictorias, de modo que al final no puede leer correctamente ni siquiera sus propias señales interiores. Y por último se encuentra el plano en el que se nutren, a la vez que se explotan, necesidades infantiles de lealtad; en este caso hablamos de una ligazón del superyó, en el que el niño queda prisionero de una lealtad intensa, aunque invisible (Boszormenyi-Nagy, 1994) y desarrolla un fuerte sentimiento del deber. Siente que la supervivencia psicológica de sus padres depende exclusivamente de él, lo cual trae como consecuencia una itensa culpa de evasión, si alguna vez intentara y aunque sólo fuera en pensamientos una separación. La ligación significa siempre para el ligado también una privación. Quedan subdesarrolladas sobre todo las capacidades de imponerse y de conformar su vida de modo autónomo. (Stierlin, 1972).
2.13.2 Expulsión
Si domina el modo expulsivo en un niño, se acelera la separación de los padres; la consecuencia es, a menudo, una autonomía prematura. Correspondientemente, la expulsión genera un anhelo de ligazón. Pero esta búsqueda de la ligazón suele fracasar frente al poder de las estructuras profundas que condicionan y mantienen la expulsión. Aquí el niño no es ligado, sino rechazado, descuidado, expulsado. De parte de sus padres u otras personas de referencia centrales experimenta más que nada frialdad, rechazo y descuido. La vivencia central del niño expulsado es la experiencia de que no hay una catexis emocional puesta en él en tanto ser humano y persona de relación, de que no se le hace caso, de ser una “mercancía humana excedente”. Es típico, que las personas tengan una inmensa necesidad de recuperación de calor y protección. Muchas de ellas buscan una y otra vez a parejas y padres sustitutos que puedan satisfacer esta necesidad. Pero como no han aprendido a vivir la intimidad abiertos a la confianza ni a convertirla en algo constructivo, fácilmente retroceden asustados o provocan de nuevo su expulsión. Algunos individuos tienden a dejarse llevar a la deriva, otros buscan una reafirmación de manera sobrecompensadora, narcisista para así obtener una sensación de la propia importancia. De uno u otro modo, estas personas expulsadas intentan convertir su compulsión a la autonomía prematura en una ventaja, por ejemplo, sacando beneficios de su escasa capacidad para la lealtad y preocupación por los demás (Stierlin, 1972).
2.13.3 La Delegación
  El elemento nuclear de la delegación es el vínculo de lealtad que une al delegante con el delegado. Este vínculo se forma ya en la intimidad de la temprana relación padres-hijo, sobre todo en la relación niño-madre. Los encargos “delegados” por los padres a los hijos pueden provenir de los más diversos planos de impulsos y motivaciones. La delegación no siempre es patológica, antes bien, es a menudo la expresión de un proceso relacional necesario y legítimo: al dejarnos delegar, nuestra vida adquiere dirección y sentido, cimentándose en una cadena de deberes que trasciende las generaciones. Sin embargo, el proceso de delegación puede descarriar de tres maneras distintas: La naturaleza de los encargos respectivos puede conducir a un descarrío, si no pueden armonizarse con los talentos, reservas y necesidades propias de la edad del delegado y lo sobreexigen. En este caso, al delegado se le impone por la fuerza un desarrollo psicosocial desigual o “torcido”, que significa también en todos los casos una explotación psicológica.  Otro puede ocurrir al haber conflictos de encargos. Tales conflictos surgen cuando los encargos dados por uno o varios delegantes no pueden conciliarse unos con otros y arrastran al delegado hacia distintas direcciones. Y por último pueden surgir conflictos de lealtad. En ese caso el delegado está expuesto a fuertes sentimientos de culpabilidad, si traiciona a un padre delegante a favor del otro (Stierlin, 1974).
2.13.4 La Reciprocidad
Esta perspectiva capta sobre todo el aquí y el ahora, el estado presente del sistema, la actual constelación relacional. Fue Gregory Bateson (1949) quien describió estructuras y contextos relacionales que “reducen forzosamente el complejo espectro de valores que suele caracterizar las relaciones humanas a elementos muy simples y hasta lineales y monótonos”. Dicho de otro modo, aquí todas las relaciones se ven arrastradas por la lucha por el poder (Stierlin, 1974).
2.13.4.1 El Enganche
Una reciprocidad negativa degenerada en lucha por el poder puede llamarse enganche maligno. Aquí el sistema se vuelve completamente rígido: Pese a una posible movilidad dramática exterior, en la relación no se mueve nada; las partes se encuentran como en el clinch en un combate de boxeo. En un enganche maligno pueden presentarse alianzas ya encalladas, ya cambiantes (o bien, triangulaciones encalladas o cambiantes en el sentido de M. Bowen, 1991). En este clinch los adversarios mutuamente enganchados están animados por un furor bélico, y a menudo también se agreden ferozmente sin adelantar con ello el resultado de la lucha. Ninguno de los dos puede deshacer el enganche ni hacer avanzar el combate (Stierlin, 1974).
2.14  Sistema de creencias familiares
2.14.1 Creencias familiares
No podemos comprender la dinámica de una familia si desconocemos las creencias que sostienen su estructura, sus relaciones, su organización y el significado que le atribuye a lo que acontece en su entorno. Considerar que existe un sistema de creencias que da forma a una familia, nos permitirá entender más el comportamiento del sistema que envuelve al menor que comete infracciones. Coincidimos, por ello, en que para entender el comportamiento de una familia es preciso considerar su historia (Rolland, 2000). Esta historia se escribe a lo largo de generaciones, que heredan patrones de adaptación y que conforman los mitos, las creencias y las expectativas.

    La palabra creencia, de acuerdo con Dallos (1996), puede significar opiniones religiosas o actitudes morales, cogniciones, o a lo que consideramos como real, o puede representar la aceptación de las afirmaciones de alguien. También puede significar la predicción de algún suceso futuro. Sin embargo, la creencia contiene la idea de un conjunto perdurable de interpretaciones y premisas acerca de aquello que se considera como cierto. Además, existe un componente emotivo o un conjunto de afirmaciones básicamente emocionales acerca de lo que debe ser cierto. Las familias en su mosaico de capacidades pueden construir significados y dar sentido al mundo a su alrededor y a aquello que les está sucediendo.
    Las personas atribuimos significados a todo aquello con lo que nos relacionamos. Esos significados son construidos por el propio individuo en el intento de dar sentido a los sucesos que vivencia, a las acciones de los demás y a las propias. Se demuestra, de esta manera, que las familias desarrollan paradigmas o creencias compartidas acerca de cómo funciona el mundo (Rolland, 2000). Estas creencias determinarán la interpretación de los hechos y comportamientos de su entorno. Si bien los miembros de la familia pueden individualmente sostener creencias diferentes, los valores que sostiene la unidad familiar suelen ser los más significativos. De tal forma que todos, individualmente y como integrantes de una familia y de otros ámbitos, desarrollamos un sistema de creencias que determina nuestras pautas de comportamiento en situaciones comunes de la vida.

    Las creencias, así, dan coherencia a la vida familiar y proponen un modo de abordar las situaciones nuevas y ambiguas. A nivel práctico, los sistemas de creencias sirven como un mapa cognoscitivo que orienta las acciones. Las creencias pueden rubricarse como valores, cultura, religión, visión del mundo o paradigma familiar. Dallos (1996) plantea que la familia comparte pautas en la conformación de su sistema de creencias al desarrollar una comprensión compartida de la realidad y al definir análogamente patrones de conducta. Las interpretaciones originadas de esta comprensión, a su vez, se reducen a una gama limitada de constructos que se comparten en el sistema. Los vocablos, que los miembros de la familia utilizan para expresarse, representan significados subjetivos para ellos mismos como integrantes de un sistema, más no así para los observadores externos.

    Por consiguiente, las familias actúan para mantener y reforzar los tipos de creencias que sostiene cada uno de sus miembros.  Una noción central en la familia es el sentimiento de pertenencia que tienen sus miembros, es decir, la sensación que experimentan y desarrollan al ser parte de ella, lo que a su vez contribuye de forma importante a consolidar la cohesión. Ese sentimiento parece ser, en gran parte, un estado emocional y cognitivo socialmente aprendido. Los sistemas de creencias desempeñan un papel fundamental en la configuración de la capacidad de respuesta y adaptación de una familia. Desde esta perspectiva, la gente genera explicaciones y significados para dar sentido a lo que le acontece (Rolland, 2000).

    De igual forma, las creencias no determinan únicamente los procesos y la dinámica familiar, sino que las conductas que se producen como resultado de ellos sirven a cambio para mantenerlos. La familia es la encargada de la construcción de patrones de comportamiento y creencias, por lo que, los miembros del sistema construyen conjuntamente una realidad compartida. Cuando una realidad resulta inaceptable, se intenta distorsionarla para transformarla en algo más tolerable o simplemente se le niega. De esta manera, la familia funciona en términos de lealtades invisibles, y se transmiten de generación en generación. Estas lealtades son resultado del sentido de pertenencia que se desarrolla dentro de la familia y del sistema de creencias compartidas. La teoría sistémica de la familia destaca la interacción y el contexto; esto es, el comportamiento individual se considera dentro del contexto donde ocurre.

    Desde esta perspectiva, adaptación y desadaptación se definen en relación con el ajuste entre el individuo y su familia, su contexto social y las demandas psicosociales de la situación. Los menores que han cometido delitos por lo general provienen de zonas marginadas, de familias desorganizadas, han abandonado su educación formal y su grupo de socialización secundaria más significativo se compone de un grupo de amigos que favorecen la comisión de delitos y el consumo de drogas (Farrington, 2000, Kaplan y Tolle, 2006, Loeber y Coie, 2001, Moral Jiménez, Rodríguez y Sirvent, 2005 Moral Jiménez, Sirvent, Ovejero, Rodríguez, Hernández Granda y Jiménez Viñuela, 2005, Rodríguez, Moral Jiménez, Ovejero y Sirvent, 2006, Rutter, Giller y Hagell, 1998).

2.14.2  Reglas familiares
Todo sistema debe organizarse jerárquicamente, para lo cual es preciso que elabore las reglas que regularán su funcionamiento y defina quienes tendrán más estatus y poder y quiénes ocuparán un nivel secundario. La existencia de un orden jerárquico es inevitable en cualquier tipo de organización. La jerarquía más elemental, de acuerdo con Haley (2002), se refiere al límite generacional, es decir, aquel en el que los padres son los que ejercen el estatus y disciplina de los hijos. Dentro de la organización familiar la jerarquía es sostenida por todos sus integrantes. Los miembros de mayor estatus serán acreedores del respeto de los demás a través de sus acciones de liderazgo y protección. Sin embargo, si llegase a existir confusión o poca claridad acerca de la posición de mayor estatus, los miembros de estatus inferior tenderán a pugnar por ese poder y a tratar de imponer su propia jerarquía.

    Una organización se autogobierna a través de las reglas que desarrolla y que ajusta a la dinámica del sistema, gracias al funcionamiento de la estructura jerárquica. Las reglas son una parte importante de la estructura y del funcionamiento familiar (Satir, 2002), que incluyen una serie de normas que regularán las relaciones de los miembros que componen una familia y las de ésta con su entorno más amplio. Las reglas se convierten en una especie de fuerza con un dinamismo propio y que intervienen determinantemente en la vida familiar (Gracia y Musitu, 2000, Rodríguez y Ovejero, 2005, Satir, 2002). Su concepción tiene que ver con la noción del deber, de ahí que su trascendencia es determinante a partir de que dos individuos deciden compartir un mismo espacio.

    Los miembros de cada familia conocen con diferentes niveles de conciencia y detalle la geografía de su territorio, con lo que cada uno conoce lo que está permitido y lo que está prohibido, así como la naturaleza y eficacia de su sistema de control (Minuchin y Fishman, 1984). Las reglas incluyen desde la normatividad,es decir, qué tareas y responsabilidades corresponden a cada individuo del sistema, y cuáles serán las implicaciones en su incumplimiento. Hasta las cuestiones tácitas, es decir, aquellos aspectos implícitos que se relacionan con la permisividad que tiene el individuo de hablar sobre determinados temas familiares.

    Con estas normas no acordadas, pero sí entendidas, el individuo expresa lo que se le permite y evita hablar sobre temas que son prohibidos o tabúes; va desde las cuestiones más sencillas hasta las más complejas, como puede ser, la expresión de sentimientos que se consideran no aptos en la familia (Satir, 2002). Así, los miembros claramente podrán distinguir aquello que se permite y aquello que no se permite hacer. Con el transcurso del tiempo esas reglas se han asumido en la familia como una modalidad transaccional peculiar del mismo sistema, que puede ser susceptible de reorganizarse y modificarse con el tiempo. Sin embargo, en el momento en que sean rígidas las transacciones de los miembros de la familia, dando lugar a secuencias de interacciones repetidas, se puede hablar de que se presenta un comportamiento que tiende a la patologización dentro del propio proceso de homeostasis.

    Los sistemas familiares en los que se ha estructurado en el tiempo un comportamiento patológico, en alguno de sus miembros, tienden a repetir casi automáticamente transacciones dirigidas a mantener reglas (forma en que se estabiliza y define la relación misma, a través del proceso de ensayo-error), cada vez más rígidas al servicio de la homeostasis (Andolfi, 1997). Este tipo de transacciones se han constatado en familias de menores que infringen la ley, en las que es común que el chico no respete las reglas que existen en casa, lo que provoca que en ocasiones se imponga un ligero castigo, que las normas se flexibilicen, que el chico nuevamente no respete reglas, por lo que los progenitores se van flexibilizando, y así sucesivamente, entrando a un círculo repetitivo de interacción en el cual las secuencias son iguales y del mismo estilo (Rodríguez y Ovejero, 2005).

2.13 Sumario
Abril, V., Ruíz, Y., Prats, J., Arolas, G. (2005). Factores promotores de la conducta violenta en la adolescencia, en J. Sobral, G. Serrano, J. Regueiro  Psicología Jurídica de la Violencia y de Género. Madrid: Biblioteca Nueva.
Ajuriaguerra J. De y D. Marcelli (2005). Manual de psicoterapia del niño. Masson, París 1ra. Edición 1996. Reimpresión, 2005.
Andolfi, M. (1997a). Tiempo y mito en la psicoterapia familiar. Buenos Aires: Paidós.
Andolfi, M. (1997b). Terapia familiar. Buenos Aires: Paidós.
Andolfi, M., Zwerling, I., (1985). Dimensiones de la terapia familiar.
Barbagli, M.  www.uv.mx/bdh/documents/Libroconcubinato.     
Bateson, G.  (1949).  Comunicación, la matriz  social de la psiquiatría.
Becedoniz, C., Rodríguez, F.J., Herrero, F.J., Paino, S.G. y Chan, C. (2005).
Bowen, M. (1991) De la familia al individuo.
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CAPÍTULO III
METODOLOGÍA

3.1 SUJETOS

Los sujetos de estudio serán 10 familias monoparentales con hijos adolescentes estudiando el nivel escolar secundaria.

3.2 MATERIAL
3.2.1 Escala de la Familia de Origen (FOS)
Evalúa la influencia de la familia de origen, grupo en el cual cada persona tiene sus orígenes en el orden psicológico, físico y emocional. Siendo este lugar aquella en la que trascurre la mayor parte de la infancia. La validez y confiabilidad de esta prueba ha sido evaluada  con un alfa de Cronbach de .75 y una alfa estandarizada por ítem de .97
3.2.2 Cuestionario de Agresión

Evalúa el comportamiento agresivo en jóvenes y adolescentes, constituye una técnica de autoinforme que mide la agresión física y verbal y de dos emociones relacionadas con la agresividad de los sujetos: la ira y la hostilidad, con validez y confiabilidad de un alfa de Cronbach de .88 para la escala total de valores de entre .72 y .86