LA ENSEÑANZA DE LA VARIACIÓN LINGÜÍSTICA EN EL NIVEL MEDIO A PARTIR DE LA LEY DE EDUCACIÓN 22606/06: LINEAMIENTOS CURRICULARES Y PROPUESTAS EDITORIALES

LA ENSEÑANZA DE LA VARIACIÓN LINGÜÍSTICA EN EL NIVEL MEDIO A PARTIR DE LA LEY DE EDUCACIÓN 22606/06: LINEAMIENTOS CURRICULARES Y PROPUESTAS EDITORIALES

Beatriz María Suriani (CV)
Universidad Católica de Cuyo

Volver al índice

Capítulo III

EN TORNO A LA NOCIÓN DE VARIACIÓN LINGÜÍSTICA: CONCEPTUALIZACIONES TEÓRICAS

Entonces toda la tierra tenía una misma lengua y unas
mismas palabras (…) 
    Y se dijeron unos a otros: “Vamos, construyamos una ciudad  y una torre, cuya cumbre llegue hasta el cielo y nos haga famosos, por si tenemos que dispersarnos por la faz de la tierra”. Bajó el Señor a ver la ciudad y la torre (…)
    Y el Señor dijo: “Este pueblo es uno, pues tienen todos una sola lengua (…) bajemos y confundamos su lengua de modo que no se entiendan unos a otros”. Y el Señor los dispersó por toda la faz de la tierra, y así dejaron de edificar la ciudad. Por eso se llamó Babel, porque allí confundió el Señor la lengua de toda la tierra (Génesis, 11:1-11).

III.1.El tratamiento de la variación lingüística: presupuestos teóricos

      A continuación, se traza un recorrido en torno a la noción de variación lingüística, fundamentalmente desde los aportes que brindan los autores más destacados del campo de la Sociolingüística. A través de este itinerario, se intenta determinar los enfoques subyacentes a las propuestas para la enseñanza de tal variación que en la actualidad circulan en la producción editorial destinada al ámbito escolar: “Debido al ser histórico y sociocultural de las lenguas históricas, la existencia de aspectos variables e invariables en una lengua no constituye ninguna contradicción, sino que es una propiedad esencial del funcionamiento de la misma” (Renwick, 2007: 310).
      La Sociolingüística como disciplina surge en los ‘50 a partir del interés que manifiestan sociólogos y lingüistas por el estudio del lenguaje vinculado con la sociedad, y de las problemáticas que suscita el tratamiento de la diversidad lingüística. Su denominación no supone una yuxtaposición de la Sociología y la Lingüística, sino que por incluir conocimientos de estas dos áreas posee un carácter netamente interdisciplinario.
      Así entendida, la Sociolingüística se interesa por los interlocutores y su contexto; esto es, “quién habla cuál variedad de cuál lengua, cuándo, a propósito de qué y con cuáles interlocutores (…) cómo, por qué y dónde” (Berruto, 1979: 15). Dado que una variedad de lengua se distingue de otra por sus elementos lingüísticos, la noción de variedad alude al “conjunto de elementos lingüísticos de similar distribución scocial” (Hudson, 1981: 34). En suma, la Sociolingüística aborda las variaciones que sufre el lenguaje en determinada situación comunicativa –actitudes de los hablantes entre sí y con los temas que tratan– e intenta explicar las diferencias: “el lenguaje sólo surge a la existencia cuando funciona en algún medio (…) en relación con algún escenario, con algún antecedente de personas, actos y sucesos de los que derivan su significado las cosas que se dicen” (Halliday, 1982: 42).
      Durante las décadas del ‘60 y ’70 esta disciplina cobra mayor auge especialmente por la atención que se le otorga a dos planos en simultáneo, el de la lengua y el de la sociedad, a partir del estudio de la actividad lingüística ejercida por los hablantes en una circunstancia de intercambio que los posiciona socialmente: “si descartáramos la influencia del contexto social, sería dudosa la existencia de las lenguas ya que los mensajes hablados suelen estar dirigidos expresamente al auditorio, para entablar, mantener o cortar una comunicación” (Rotaetxe, 1990: 11). Así, los aportes que brinda este enfoque a los distintos campos de estudio lo convierte en objeto de interés actual por parte no solo de sociólogos y lingüistas sino también de pedagogos, psicólogos, antropólogos, historiadores, entre otros. Su complejidad y amplitud derivan del hecho de que, en el marco de la relación entre el lenguaje y la cultura, concibe al primero como una manifestación de la conducta humana que conforma los grupos sociales. En tal sentido, puede decirse que “la contribución básica y original de la Sociolingüística consiste en haber comprendido de manera explícita las plenas consecuencias de esa relación para el análisis lingüístico, incluyendo las limitaciones que los lingüistas deben aceptar” (Lavandera, 1984: 156).
      Frente al presupuesto del estructuralismo que ponía de relieve la homogeneidad del sistema lingüístico, estudios posteriores, principalmente sociolingüísticos, destacan la heterogeneidad de dicho sistema, en tanto este presenta variaciones que dependen de los grupos sociales y de las funciones que se cumplen  en su seno:
En lingüística, siguiendo la dicotomía saussureana de langue y parole, se dio importancia a la descripción sincrónica, usando como base de extrapolación un cuerpo de textos recolectados de uno o más hablantes (…) ¡Felices los que podían hablar de  el sistema!  Pero las variaciones del sistema no pueden ser descartadas como irrelevantes (Ardener y otros, 1976:13).
      De acuerdo con lo expuesto, la variación, entendida como la diversidad lingüística dentro de cualquier comunidad de habla1, es una característica esencial a todas las lenguas que cristaliza la estructura social por lo que necesariamente “el estudio de la sociedad debe reservar un lugar al lenguaje, del mismo modo que el estudio del lenguaje debe tener en cuenta a la sociedad” (Romaine, 1996: 13); a su vez, la real contribución de una educación lingüística debe ser la de preparar al hablante en un adecuado uso de las variedades de lengua2, ligadas a las llamadas “normas descriptivas”, pero sin perder de vista que la “norma estándar” además de unificar y asegurar la perdurabilidad de la lengua posibilita el desempeño eficiente de los hablantes en determinadas situaciones de interacción social (Renwick, 2007). Al respecto, se distinguen dos variaciones básicas estrechamente relacionadas: la diastrática o de estrato social, que se corresponde con el sociolecto, y la diatópica o geográfica, que se corresponde con el dialecto; a su vez, ambas presentan variaciones diafásicas que atañen al estilo y registro.
      A los fines de este trabajo, en primer lugar, resulta pertinente detenerse en la noción de dialecto, entendido como una variedad acorde con el usuario: “Un dialecto es: lo que usted habla (habitualmente) determinado por lo que usted es (socio-región de origen y/o adopción), y que expresa diversidad de estructura social (patrones de jerarquía social)” (Halliday, 1982: 50). Entre las principales variables reguladoras que intervienen en la conformación del dialecto se destaca la clase social, la extracción (rural/urbana), la edad y el sexo. Siguiendo a Halliday (1982), todo dialecto abarca dos clases de variedades subculturales, “estándar” y “no estándar”, que implican orientaciones distintas en cuanto al significado, a la vez que cada una actualiza sus propios registros.
       La “variedad estándar”, también llamada “dialecto estándar” o “lengua estándar”, es aquella que tiene una determinada gramática y se relaciona con la escritura y la educación formal. Se refiere a la norma lingüística que se impone a todos los miembros de una comunidad, particularmente en el mercado académico y las situaciones oficiales. En términos generales, nadie habla la lengua estándar propiamente dicha, sino que se emplean variaciones socio-regionales, pero ciertos grupos sociales, al establecer un mayor contacto con las situaciones oficiales, se aproximan a una variedad de lengua más cercana a la estándar. En tal sentido, puede decirse que “Normalización y alfabetización son dos procesos que van de la mano, puesto que aprender a leer y a escribir presupone la existencia de una variedad escrita codificada, y una lengua solo está normalizada cuando es posible producir en ella textos escritos” (Romaine, 1996: 110).
      Lo arriba expuesto pone en evidencia ciertas vinculaciones entre la noción de variedad estándar y la de “lenguaje legítimo” desarrollada por Bourdieu (1984: 126) para referirse a “un lenguaje con formas fonológicas y sintácticas legítimas, es decir, un lenguaje que responde a los criterios acostumbrados de gramaticalidad”. Así, de acuerdo con este autor, se trata de un lenguaje que alcanza el mayor rédito y prestigio en el llamado “mercado lingüístico”. Al respecto, es el Estado quien se ocupa de la fijación de ciertas políticas lingüísticas; esto es, leyes, decretos, regulaciones relativas a la lengua: “Es en el proceso de constitución del Estado cuando se crean las condiciones de la creación de un mercado lingüístico unificado y dominado por la lengua oficial” (1985: 19), lo que implica que, si bien hay una distribución desigual del capital lingüístico, se presenta cierta coincidencia en la evaluación positiva de la lengua legítima. En términos de Bourdieu (1984: 122):
Cualquier situación lingüística funciona como un mercado en el cual el locutor coloca sus productos y lo que él produzca para este mercado dependerá de sus previsiones sobre los precios que alcanzarán sus productos. Nunca aprendemos el lenguaje sin aprender al mismo tiempo (…) qué tan redituable será en tal o cual situación.
      Frente a la variedad estándar, que se vincula con la escritura y supone una norma lingüística estándar (prescriptiva), con una serie de regulaciones, la variedad no estándar (norma descriptiva) se halla más ligada al ámbito oral, de la lengua materna e involucra distintas normas lingüísticas con sus correspondientes sociolectos. Aquí interesa destacar los estudios de Bernstein (1993) que dan cuenta de que distintos dialectos socioculturales se corresponden con distintos códigos, porque difieren en sus modos de orientar los significados en determinadas situaciones, lo que supone reconocer en las variedades lingüísticas pertenencias a órdenes de significado distinto. Este autor establece una distinción entre el “código restringido”, posicional y previsible, y el “código elaborado”, no pevisible y personal. El primero está asociado a significados sociales y comunes y se refiere a prácticas lingüísticas atenidas a un contexto inmediato de situación, por lo que se evidencia una dificultad para abstraer, esto es, transformar en lenguaje las indicaciones de contexto. Esta dificultad se refleja en los textos mediante ciertas marcas lingüísticas, tales como abundancia de deícticos, falta de sinonimia, repeticiones léxicas y de construcciones, uso del relativo simple, entre otros. Mientras que el código elaborado está asociado a pensamientos, ideas individuales y se refiere a un repertorio amplio que permite producir en las emisiones lingüísticas los contextos que no están presentes. Bernstein advierte que, más allá de estas diferencias, ambos códigos son igualmente importantes y necesarios para desenvolverse en la sociedad, pero no todos los sujetos pueden acceder al código amplio porque su vida de grupo se halla más próxima a relaciones contextuales inmediatas que a contextos diferidos. Si bien la capacidad de abstraer implica un esfuerzo cognitivo mayor, esto no significa que haya restricciones o límites de una capacidad mental, sino que entraña operaciones propias de los procesos de socialización de los sujetos.
      Dado el valor simbólico que adquieren las lenguas la idea que los hablantes se hacen de ellas presenta muchas veces connotaciones carentes de sustento científico que reflejan actitudes, a través de expresiones tales como “lengua clara”, “lengua bella”, “lengua rudimentaria”, entre otros. Al respecto, diversos estudios sociolingüísticos dan cuenta de que las variedades no estándar presentan una estructura y normativa tan compleja como la variedad estándar, y también resultan adecuadas para la producción de argumentos lógicos: “Ningún dialecto es inferior a otro; todos son igualmente aptos para su principal función: ser el instrumento de comunicación de una comunidad” (Raiter, 1995: 10). Estas variedades difieren profundamente en el acento; los niveles fonético, fonológico, morfológico, sintáctico, semántico y de estructura textual.  Asimismo, en el interior de ambas variedades se evidencian las llamadas variaciones diafásicas: de estilo o registro. Halliday (1982: 50) define al registro como una “variedad ‘acorde con el uso’ (…) lo que usted habla (en un momento) determinado por lo que hace (naturaleza de la actividad social que realiza), y que expresa diversidad de proceso social (división social del trabajo)”. Esto implica que los registros de lengua son distintos modos de habla, que se corresponden con las diferentes situaciones en las que se produce la interacción; es decir, las personas actualizan un determinado registro en función de las tareas que realizan en un momento dado: “cada individuo es capaz de desempeñar muchos roles dentro de su comunidad (…) el rol que ha de asumir estará determinado fundamentalmente por la situación en la que se desarrolla (…) la situación estará sujeta a las condiciones de lugar y tiempo”(Bolaño, 1982: 57). En tal sentido, y al igual que en un dialecto, también en un registro intervienen variables reguladoras, entre las que se distinguen: el “campo”, relativo al tipo de acción social que se lleva a cabo; el “tenor”, relativo a los roles que desempeñan los participantes; y el “modo”, relativo al canal de comunicación elegido (Halliday, 1982). “Las diferencias en el vocabulario –uso de palabras distintas o bien significados distintos para las mismas palabras– son las que distinguen principalmente a unos registros de otros” (Romaine, 1996: 37).  Los aportes de estos autores dan cuenta de que los hablantes poseen un repertorio más o menos extenso de variedades que adoptan según sus roles, por lo que la variación está correlacionada con factores sociales: la situación social permite decidir qué tipo de interacción se lleva a cabo e incluso qué tipo de variedad se prevé para ese contexto, lo que se constituye asimismo en un importante recurso al momento de resolver ambigüedades de enunciados.
      La noción de registro propuesta por Halliday se aproxima en cierto sentido a la de estilo, desarrollada por Bourdieu (1985:12) para referirse a “‘esa separación individual con respecto a la ‘norma lingüística’, esa elaboración particular que tiende a conferir al discurso propiedades distintivas”.  Desde este enfoque, en el “mercado lingüístico” circulan discursos con una impronta estilística, que se ubican simultáneamente del lado de la producción –en el sentido de que a partir de una lengua común cada locutor conforma un idiolecto– y del lado de la recepción –en el sentido de que cada receptor participa en la producción del mensaje que recibe a través de sus propias experiencias–.
      Si bien diversos estudiosos equiparan las nociones de registro, estilo y nivel y las abordan como sinónimos bajo la denominación “variación diafásica”, cabe en este caso, siguiendo a Romaine (1996), hacer una distinción entre el registro, entendido como una variación ligada a los usos de cada situación comunicativa en la que interactúa un individuo; y el estilo, entendido como los diversos grados de formalidad/informalidad, en función del contexto, la relación entre los hablantes, la clase social, la edad, el sexo y la temática tratada. En este caso, la mayor formalidad estaría en estrecha correspondencia con la adecuación a la norma estándar.
      En síntesis, según este planteo, el dialecto queda definido por referencia al hablante y refleja la diversidad de la estructura social, frente al registro que queda definido por referencia al contexto situacional –indica al hablante qué y cómo se debe decir- y refleja diversos procesos sociales, en función de las distintas actividades humanas: “los contextos son más de uno, pero de ningún modo infinitos, ya que dependen de los contenidos del sentido común, que algunos llaman cultura, de la comunidad” (Raiter, 2003: 165). De ahí que el dialecto no se puede concebir independientemente del registro y ambos resultan fundamentales para reconocer en las variedades lingüísticas pertenencias a órdenes de significados distintos.
      Asimismo, los estudios presentados traen como consecuencia la idea de una conciencia lingüística regional, esto es, un repertorio de conocimientos y creencias que va más allá de la tradicional concepción de norma para reglar el lenguaje: como fruto de la variación lingüística inherente a cada comunidad, ya no hay una única norma sino que las creencias, convicciones y actitudes valorativas ofician de control social y, por ende, de norma. Esto se relaciona con el hecho de que el habla no es individual sino social, porque aunque hable un sujeto depende de normas propias de una cultura o subcultura particular, lo que supone concebir al lenguaje como un medio por el cual se produce la trasmisión y acumulación cultural. El habla no es un fenómeno de voluntad libre, en tanto está sujeto a determinadas convenciones sociales y enciclopédicas que restringen tanto las opciones de comunicación como la interpretación de lo que se dice. El análisis de los actos de habla muestra que durante una conversación intervienen supuestos contextuales y conocimientos extralingüísticos para poder realizar inferencias e interpretaciones que van más allá del significado literal y otorgan sentido a la interacción. Desde este planteo puede afirmarse que:
La variedad lingüística, la comunidad lingüística, la lengua estándar, la norma lingüística, la enseñanza de la lengua, el dialecto, el bilingüismo, la diglosia, el cambio lingüístico, los prejuicios lingüísticos, las diferencias, la socialización, la cultura, el pensamiento, son temas trascendentales en la sociolingüística actual, que posibilitan una nutrida red de informaciones y estas a su vez constituyen plataformas de lanzamiento de nuevas investigaciones y nuevas propuestas (Viramonte de Ávalos, 1998: 19).
      A partir de las teorizaciones expuestas en este apartado, se concluye con la idea de  que una comunidad lingüística no es una unidad homogénea sino que revela diversidad entre uno y otro individuo e incluso en un mismo individuo, lo que supone la puesta en juego de un amplio repertorio de variedades, sumado a los casos de bi/multilingüismo.

III.2.Reflexiones finales

      Los aportes de la sociolingüística dan como resultado la superación de la tan extendida dicotomía lengua/habla, en tanto se trascienden los límites entre sincronía y diacronía para situar en primer plano al hombre hablante. En tal sentido surgen nuevas perspectivas acerca del lenguaje que traen consigo un fructífero cruce interdisciplinario. Con ello, contenidos y propuestas de enseñanza se conjugan para intentar responder a los grandes y necesarios cambios emanados de las Ciencias del Lenguaje justamente por nuclear todas aquellas contribuciones que no se limitan a la disciplina Lingüística en sentido estricto. Al respecto, interesa destacar a las Ciencias de la Educación que ha brindado notables avances en el campo de la investigación educacional, particularmente en lo que respecta al estudio de problemáticas relativas a la escolarización relacionadas con la competencia comunicativa que determina el uso del lenguaje en sociedad, a la vez que ilumina y complementa desde su óptica los lineamientos curriculares nacionales.
      Por último, a través los estudios acerca de las vinculaciones entre el lenguaje y la sociedad comienzan a considerase plenamente los factores sociales y situacionales del uso de la lengua en interacción. Especialmente cobra relevancia la idea de que todo significado se actualiza en un contexto que implica fragmentos de realidad, valores y sentidos propios de un determinado grupo social, esto es, de un entorno sociocultural en el que los sujetos se comunican: los campos semánticos son el resultado de los órdenes de significados sociales, los modos de significar y conocer el mundo. Desde este planteo se concluye en que las variaciones de lengua no son una excepción sino inherentes a la heterogeneidad propia del sistema lingüístico.
      En suma, la importancia de este enfoque radica en la consideración del lenguaje contextualizado, por lo que se amplía a la vez que se enriquece el abordaje del objeto de estudio, en tanto la cultura, la subcultura y las normas situacionales pasan a ser rectoras del intercambio comunicativo. Como corolario, en los diseños curriculares comienzan a tratarse contenidos que contemplan la diversidad lingüística y sus componentes, la valoración de la identidad regional y el rechazo de toda forma de marginación social, étnica y cultural.

1 El concepto de comunidad de habla fue propuesto por Fishman (1979) para referirse a un conjunto de personas que comparten una serie de convenciones respecto de reglas y normas acerca del uso del lenguaje, esto es, tienen en común la competencia comunicativa. Dicha competencia implica saber hablar, que va más allá del saber gramatical y léxico, en tanto posibilita reconocer los contextos y qué modalidades de comunicación les corresponden a estos.

2 La noción de competencia comunicativa supera a la de  competencia gramatical porque no se limita a las reglas de gramática sino que también incorpora las de uso, y en tal sentido conviene sustituir la noción de gramaticalidad por la de adecuación: el habla en tanto fenómeno social debe ser adecuada a diversos factores que trascienden lo lingüístico en sentido estricto.