SUJETOS SUBALTERNOS, POLÍTICA Y MEMORIA

SUJETOS SUBALTERNOS, POLÍTICA Y MEMORIA

Mariano Salomone (CV)

Hacia una revalorización de la noción de experiencia

            Como advertía más arriba, el problema planteado por Scott, encierra varias dimensiones de análisis sobre la experiencia y pone de relieve diferentes problemáticas conceptuales, todas ellas relacionadas: experiencia, subjetividad y política; experiencia, conocimiento y lenguaje; etc. Ahora bien, el planteo de Scott sobre la experiencia se basa en una crítica centrada en la cuestión de la “visibilidad”, que remite, sin dudas, al problema (desprestigiado actualmente) de la ideología, pues siguiendo a Slavoj Zizek, se puede afirmar la existencia de la ideología en tanto matriz generativa que regula la relación entre lo visible y lo no visible, entre lo imaginable y lo no imaginable, así como los cambios producidos en esta relación (Zizek, 2002).
En los capítulos anteriores, también he centrado parte del análisis del conflicto por los terrenos de la Estación en el problema de la visibilidad, exponiendo la manera como la imagen pasada de la Estación y los procesos de rememoración abiertos en el presente, permitieron “visualizar” los efectos que dejaron las políticas de privatización implementadas durante el neoliberalismo. Es decir, la irrupción de la imagen de la Estación en el espacio público, “iluminaba” (en el sentido benjaminiano) el proceso de problematización de la realidad presente (la violencia en el pasado que permite historizar el presente), en tanto crítica ideológica que, a la vez, permitía la creación de nuevas expectativas a futuro, desde las cuales imaginar otras alternativas posibles al cierre y abandono de la Estación o a la continuidad del proceso de modernización en base a la privatización de bienes públicos.
He ubicado, entonces, la problemática de la memoria como parte importante de los mecanismos ideológicos por excelencia, en tanto es posible pensar su configuración en términos de una dialéctica entre lo visible y lo no visible, entre lo que permite ver y lo que ciega. Así, podemos pensar que el recuerdo del pasado puede ser un elemento que contribuya a establecer una continuidad identitaria entre el pasado y el presente o, por el contrario, un recurso crítico capaz de producir algún efecto disruptivo, una transformación en los marcos de (in)visibilidad que, a partir de arrojar un nuevo conocimiento, permita “ver” que no siempre hemos sido como somos y que podríamos llegar a ser diferentes.
            Sin embargo, es necesario advertir lo que distancia la perspectiva desde la cual he procurado plantear el problema de la “visibilidad”, cercana a la idea benjaminiana de rememoración, del enfoque que hace Scott. Tal distanciamiento, sin dudas, tiene en el centro de la cuestión las vicisitudes planteadas anteriormente en torno a la idea de experiencia, y las diferentes maneras de pensar su relación con el sujeto, las prácticas sociales y el discurso. Específicamente, en relación al conflicto por los terrenos de la Estación, la diferencia implica advertir que si la irrupción de la imagen de la Estación en el espacio público produjo una transformación en las condiciones de (in)visibilidad –favoreciendo una crítica de la realidad y produciendo otro conocimiento sobre la misma-, ello no refiere a un asunto de pura contemplación (“la sustitución de una interpretación por otra”, la apelación a la historia como “proyecto literario”) sino a la práctica política de los sujetos, al conocimiento que arroja sobre el mundo el proceso de su transformación, los conflictos y contradicciones que se ponen de manifiesto en las experiencias de lucha y organización.
            En este sentido, Shari Stone-Mediatore (1999), aporta una mirada que, sin perder de vista la crítica a la concepción empirista de la experiencia, permite señalar las dificultades propias de la versión postestructuralista, en particular, la fusión que produce entre experiencia y lenguaje. La autora afirma que es posible, por ejemplo, a través de los trabajos de Chandra Mohanty1 , reconocer el potencial subversivo de las historias de experiencias, leyéndolas como “respuestas a las tensiones y contradicciones de la experiencia vivida” (Stone-Mediatore, 1999: 87). Así, lo que propone es una noción alternativa de experiencia que ni la naturaliza ni la reduce a discurso, sino que considera “las complejidades de la experiencia histórica y las relaciones recíprocas entre experiencia y escritura” (Stone-Mediatore, 1999: 87).
            La autora reconoce que la crítica efectuada por Scott ha implicado una inflexión en el pensamiento sobre la experiencia, pues su noción de experiencia como “evento lingüístico” coincide con la crítica feminista en cuanto destaca los sesgos culturales que afectan a la experiencia. Sin embargo, Scott,
Va más lejos al sugerir que no hay experiencia en absoluto más allá de los discursos que delinean identidades, que naturalizan el deseo, dividen lo personal de lo político; en suma, los discursos que ‘construyen’ sujetos identificables conscientes y cognoscibles (Stone-Mediatore, 1999: 89).

            Stone-Mediatore, por el contrario, llama la atención sobre que en los últimos años ha habido una amplia narrativa de experiencias marginales que no son empiristas y sugiere, por lo tanto, que el equívoco de Scott es haber generalizado su crítica a todos los relatos sobre experiencias como si fueran “positivistas”. El resultado, ha sido sufrir la ausencia de una teoría de la experiencia adecuada, es decir, una que no la trate como evidencia, pero que aún así permita reconocerla como un recurso para la reflexión crítica por parte de los sectores subalternos. “En efecto, en su esfuerzo por ‘rechazar una separación entre experiencia y lenguaje’, Scott pasa por alto la distinción entre las dos, disolviendo a la experiencia en el lenguaje” (Stone-Mediatore, 1999: 92).
            La paradoja de Scott, según esta autora, es que en su teoría, la experiencia, no puede ser nada más que un espejo de los discursos disponibles, reteniendo así “su estructura unidimensional visualmente orientada”
La intuición de Scott es que el ver no es un contacto inmediato con el mundo exterior sino que siempre es mediado por categorías discursivas: sin embargo aun considera que este “ver” el mundo (ahora entendido como ideológicamente constituido) es la totalidad de la experiencia (Stone-Mediatore, 1999: 94).

            Tal como explica la autora, para Scott la experiencia no puede ser sino una “conciencia espontánea”, no en el sentido de un conocimiento “inmediato” –pues se encuentra totalmente mediado por los textos culturales dominantes-, sino en el sentido de un conocimiento que se reconoce igualmente prefigurado por los principios discursivos hegemónicos; en ambos, una condición alienada agota el sentido de la experiencia. En efecto, esa experiencia no puede ser otra cosa que lo que las categorías codificadas nos permitan conceptualizar, y entonces “ver”. Al igual que lo que sucede cada vez que se borran, en el pensamiento, las contradicciones de la realidad histórico-social disolviendo así la densidad de la experiencia, las relaciones de poder aparecen constituyendo una hegemonía total sobre los sujetos; por ello, resulta difícil pensar cómo, desde la perspectiva de Scott, se podrían explicar los recursos para la creación de nuevas significaciones, de maneras diferente de “ver”, o las motivaciones para emplear discursos de oposición (Stone-Mediatore, 1999: 95). Es decir, como “alternativa” a la presentación empirista ingenua de la experiencia como evidencia, Scott solo puede ofrecer un análisis objetivante del lenguaje en el cual otros/as han representado a la experiencia.
Un concepto de experiencia como herramienta de crítica de lo dado, implica examinar cómo los sujetos pueden tener más poder como usuarios del lenguaje y como productores de conocimiento, cómo pueden re-interpretar sus vidas y condiciones de vida deliberadamente y estratégicamente, esto es, cómo ponen en práctica recursos subjetivos para la ejercitación de discursos de oposición. No se trata de volver a afirmar que la experiencia marginalizada necesita ser expresada o revelada, sino que es posible que los esfuerzos para recordar y narrar las experiencias cotidianas de dominación y resistencia contribuyan a una conciencia de oposición, a partir de re-pensar, recordar y utilizar nuestras relaciones vividas como base del conocimiento.
Stone-Mediatore sugiere que la experiencia diaria de los sectores subalternos (en su caso las mujeres) está no sólo delineada por el discurso hegemónico sino que contiene elementos de resistencia, contrahegemónicos: elementos que, cuando están estratégicamente narrados, desafían las ideologías que naturalizan el orden social dado (Stone-Mediatore, 1999: 97). No se trata, entonces, de afirmar un yo pre-discursivo, sino de reapropiarse de las narrativas que las problematizan las identidades asignadas a partir del sentimiento de incomodidad con ese lenguaje. Esto no requiere de un total autoconocimiento o un análisis social completo, sino del coraje de confrontar las fuerzas que ejercen peso sobre nuestras relaciones y acciones.
En síntesis, la perspectiva de Shari Stone-Mediatore, sugiere que
(…) el conocimiento crítico y la conciencia política no son resultado automático de vivir en una situación social marginalizada, ellos se desarrollan solo con la lucha contra la opresión, cuando esta lucha incluye el trabajo de recordar y re-narrar experiencias oscurecidas de resistencia a, o tensión con normas culturales y sociales. Esas experiencias no son transparentes o previas al lenguaje, porque contienen contradicciones y toman forma en reacción a imágenes y relatos dentro de un marco cultural (Stone-Mediatores, 1999: 99).

Estas re-narraciones implican la rearticulación de recuerdos que son muchas veces dolorosos y forja conexiones entre esa memoria y la lucha colectiva. De esa manera, el punto de vista de la autora se encuentra próximo a la perspectiva desde la cual he leído los procesos colectivos en torno a los conflictos por la Estación, pues las narraciones que le interesan permiten identificar una situación histórica desde la cual imaginar un futuro diferente, “están entre el pasado y el presente”:
Ellos están fundamentados en el mundo que hemos heredado del pasado, pero al ofrecer una nueva y creativa perspectiva de ese pasado, enriquecen nuestra experiencia del presente, interrumpiendo de ese modo el momento supuesto de la historia y nos permiten imaginar y trabajar en alternativas futuras (Stone-Mediatore, 1999: 103-104).

En definitiva, lo propio de esta mirada, es comprender que la experiencia que facilita la constitución de discursos de oposición y que alienta prácticas contra-hegemónicos está compuesta por tensiones entre experiencia y lenguaje; esas tensiones transforman los procesos colectivos de resignificación en una dinámica histórica inacabable, infinita. Tensiones que son soportadas subjetivamente como contradicciones dentro de las experiencias, es decir, refieren a conflictos entre la percepción que se tiene del mundo -construida ideológicamente-, y las reacciones a estas imágenes a múltiples niveles políticos, psicológicos, discursivos e incluso corporales. Esa incomodidad con el discurso excede lo que está expresado en las categorías discursivas dadas (dominantes), las rebasa, permitiendo repensar las tensiones entre la experiencia y el lenguaje recibido y abrir un trabajo de articulación a contrapelo. Así, los relatos sobre experiencias, pueden contribuir a percibir contradicciones en nuestra propia experiencia, facilitando un hablar, un escribir y un hacer de oposición.
La experiencia es siempre algo interpretado que necesita, a su vez, de una interpretación. Podría decirse que el pensamiento sobre la experiencia se engarza entre lo “ya interpretado” y lo “por interpretar” en un intervalo inagotable, como una demanda de sentido en el aquí y ahora que realiza el sujeto viviente (Bach, 2008: 171) 2. Ahora bien, el distanciamiento con Scott, se encuentra en el punto en el cual ella piensa que ese proceso, de “sustitución de una interpretación por otra”, tiene como motor la observación –en términos de contemplación- y no los conflictos originados en el terreno de las prácticas sociales (económicas, políticas, culturales, sexuales). Desde la perspectiva que he retomado, el conocimiento histórico no se produce a través de una mejor interpretación del mundo, sino que remite a la creación colectiva del sentido que los sujetos realizan en el proceso de su transformación, es decir, ubica la praxis de los sujetos en el centro del problema.
La importancia que ha tenido la experiencia de las mujeres para la crítica teórico-política feminista, señala la fecundidad de la propia experiencia y condición subalterna como material de análisis para la producción de un conocimiento crítico del mundo histórico-social. De la misma manera el hecho de partir de la experiencia de los sectores subalternos permite llevar a cabo una crítica de las condiciones sociales existentes, advirtiendo sus contradicciones y puntos de tensión, sus mecanismos de reproducción tanto como las posibilidades históricas de transformación.

1 Chandra Mohanty es una feminista hindú autora de un significativo texto crítico del feminismo occidental a partir del rescate de las experiencias de mujeres de sectores populares del tercer mundo (Mohanty, Russo y Torres, 1991).

2 Cabe señalar que en este punto Ana María Bach retoma las ideas de Luisa Muraro.