SUJETOS SUBALTERNOS, POLÍTICA Y MEMORIA

SUJETOS SUBALTERNOS, POLÍTICA Y MEMORIA

Mariano Salomone (CV)

Notas críticas sobre la noción de experiencia y sus usos

Dada la relevancia que la cuestión de la experiencia ha tenido para el feminismo en diversas versiones, los usos de la noción ha sido objeto de debates teóricos y políticos, uno de los cuales es el originado por el célebre texto de Joan Scott, “Experiencia como prueba”. El comentario que realizo sobre el debate, se debe a que los términos en que éste se produjo ilustra sus dificultades teóricas en diversos campos de problemas. La cuestión de los usos de la noción de experiencia es relevante para los feminismos, pero también para los estudios postcoloniales, para la historia de la clase obrera y para los estudios culturales. Su elucidación es relevante para este trabajo, por cuanto una de las inquietudes que lo han orientado es la pregunta por las formas de la experiencia política de los sectores subalternos en esta fase del capitalismo.
El trabajo de Joan Scott aparece a principios de la década del 90, como parte de los cuestionamientos teóricos producidos por la incidencia del postestructuralismo en el campo del feminismo y los estudios de género. La tesis principal de Scott cuestiona los usos de la experiencia como evidencia para considerar la centralidad de su inscripción en el lenguaje. Scott argumentaba que los “yoes” que “tienen” experiencias están construidos a través de prácticas discursivas limitando, problemáticamente, cualquier apelación teórica y política a la experiencia. En su ensayo “Chandra Mohanty y la revalorización de la experiencia”, Shari Stone-Mediatore defiende los usos que históricamente las feministas han hecho de la noción señalando las limitaciones de las perspectivas empiristas, que la piensan en términos de “evidencia”, como de la perspectiva que la considera una mera “construcción retórica”. El artículo de Stone-Mediatore permite elucidar el potencial subversivo de las historias de experiencias sin caer en algún tipo de naturalización de las mismas.
La referencia a la experiencia de grupos subalternos, sus memorias y relatos orales, fueron las herramientas para hacer visible su existencia, para romper el silencio y desafiar las nociones predominantes abriendo nuevas posibilidades histórico-políticas para todos (Bach, 2008: 84-110). Para Scott el problema que supone “escribir la historia de la diferencia”, del ‘otro/a’”, conlleva un tipo de “misión” cuya clave reside en la “metáfora de la visibilidad como transparencia literal” (Scott, 1999: 77):
Se adquiere conocimiento a través de la visión: la visión es una aprehensión directa de un mundo de objetos transparentes. En esta conceptualización, se privilegia lo visible; después se pone a su servicio la escritura. La visión es el origen del conocimiento. La escritura es reproducción, transmisión: la comunicación del conocimiento adquirido mediante la experiencia (visual, visceral) (Scott, 1999: 80).

Es así, concluye Scott, que el cuestionamiento a la historia dominante se ha llevado a cabo como si se tratara de una ampliación de la visión y ha basado su legitimidad en la autoridad de la experiencia de “otros/as” (Scott, 1999: 81). En efecto, para la autora, esta estrategia, elegida por los/las historiadores/as de la diferencia, es ambigua, pues si bien procura cuestionar los relatos hegemónicos, esto se logra cuando se descubre una nueva evidencia, es decir, que se mantiene dentro de los marcos disciplinarios que establecen una noción referencial de la “prueba”. Más aún, cuando la evidencia es la “experiencia” su reclamo de referencialidad es mayor, pues ¿qué podría ser más verdadero que el relato propio de un sujeto de lo que él o ella vivió?
Es precisamente este tipo de apelación a la experiencia como prueba incontestable y como punto explicativo original –como fundamento para el análisis- lo que debilita la fuerza crítica de las historias de la diferencia. (…) El límite de este tipo de procedimiento teórico, es que toman como incuestionables las identidades de aquellos sujetos cuya experiencia se está documentando y, de este modo, naturalizan la diferencia de éstos. (…) Entonces, la prueba de la experiencia se convierte en la prueba del hecho de la diferencia, más que en vía para explorar cómo se establece la diferencia, cómo opera, cómo y de qué modo constituye sujetos que ven y actúan en el mundo (Scott, 1999: 82-83).

En síntesis, para Scott, la dificultad principal de tomar a la experiencia como prueba, como algo evidente y transparente, es que reproduce, en lugar de cuestionar, los sistemas ideológicos dados. “Nuestra experiencia nos miente” presentando como natural a una conducta culturalmente determinada y a un orden social históricamente construido, un mundo que es producto de fuerzas históricas y sociales a pesar de que la experiencia nos lo muestre como un hecho dado. Por ello, el proyecto de la “visibilización de la experiencia” deja fuera el examen crítico de los mecanismos del sistema ideológico mismo que la produce, de sus categorías de representación y supuestos. Así, al visibilizar la experiencia de un grupo diferente, podemos sacar a la luz la existencia de mecanismos represivos, pero no su funcionamiento, su historicidad: sabemos que existen pero no cómo se han producido (Scott, 1999: 86). Por el contrario, para la autora, el proyecto de historizar la diferencia, implica dirigir la atención a los procesos históricos que, a través del discurso, posicionan a los sujetos y producen sus experiencias. La experiencia se convierte no en el origen de nuestra explicación, sino en lo que debe ser explicado, aquello sobre lo que se produce el conocimiento.
Preocupada por la historia de las diferencias y no centralmente por las desigualdades y la lucha de clases, el arsenal de Scott, se orienta a la crítica de los esencialismos identitarios. Más que apelar a la producción de sujetos en nombre de su experiencia, se trata de “(…) intentar comprender las operaciones de los complejos y cambiantes procesos discursivos mediante los que las identidades se atribuyen, se resisten o se abrazan (…)” (Scott, 1999: 105). Con ello Scott quiere rechazar la separación entre la experiencia y el lenguaje e insistir, en cambio, en la cualidad productiva del discurso, y aclara: tomar las identidades como “eventos discursivos” no significa introducir una nueva forma de determinismo lingüístico, ni privar de agencia a los sujetos (Scott, 1999: 107).
Los sujetos se constituyen discursivamente y la experiencia es un hecho lingüístico (no sucede fuera de los significados establecidos), pero tampoco queda encerrada en un orden fijo de significación (Scott, 1999: 106).

Sin embargo, estas advertencias adquieren poco peso frente al efecto de conjunto que deja su ensayo, luego del reiterado ataque y desprestigio al que es sometida la categoría de “experiencia”. La autora había comenzado con una crítica específica del uso dominante de la experiencia en cuanto evidencia histórica, para terminar generalizándola: “La experiencia no es una palabra de la que podamos prescindir aunque, dado su uso para esencializar la identidad y reificar el sujeto, es tentador abandonar el término completamente” (Scott, 1999: 112). Dado que parece inútil erradicarla, reitera la necesidad de concentrarse en los procesos de producción de identidad, e insistir en la “naturaleza discursiva de la experiencia”.
La dificultad con el texto de Scott no se limita a sus efectos en el campo de los estudios de género, sino al carácter sintomático que en los últimos años tiene la disolución del orden de lo real en el discurso. De allí que su cuestionamiento se haya ampliado por fuera de sus límites hacia todo uso de la noción de experiencia, produciendo un tipo de crítica que encuentra serias dificultades para realizar un aporte significativo a la dilucidación y transformación de la experiencia de los sectores subalternos, de las relaciones de dominación y subordinación.