SUJETOS SUBALTERNOS, POLÍTICA Y MEMORIA

SUJETOS SUBALTERNOS, POLÍTICA Y MEMORIA

Mariano Salomone (CV)

La lucha de clases bajo las actuales condiciones históricas. Notas.

“La lucha de clases, entonces, no puede ser entendida como una confrontación entre dos grupos de gente claramente separados. Es una lucha que atraviesa todo, incluyendo al concepto mismo de clase (y lucha de clases). A pesar de las interminables discusiones marxistas por definirla, el reto teórico no es definir (o encerrar) la clase, sino entender los antagonismos que rompen cualquier definición de clase”
John Holloway, Clase=lucha

En el apartado anterior he planteado la problemática (límites y potencialidades) que presenta la categoría de experiencia como lugar desde el cual pensar el mundo de lo social: es posible partir de una noción de experiencia que, lejos de sentenciar la reificación ideológica del sujeto y sus condiciones de existencia, recupere su propia historicidad al señalar las tensiones que al interior de ella permiten un rebasamiento de los discursos que le dan sentido, una reflexión crítica que permita re-escribir, re-narrar dichas experiencias. El transcurso por ese recorrido coincide con el de la constitución de los sujetos de la experiencia, aquellos que interesan en este trabajo, colectivos y subalternos. No hay un sujeto originario que luego “tiene” la experiencia sino que los sujetos hacen su experiencia a partir de su historia y, a la vez, re-escriben su historia a partir de los conflictos y disputas de su experiencia presente. En efecto, el relato que hace cada uno de los sujetos sobre su vivencia personal, el testimonio que da sobre la experiencia de lucha y los procesos organizativos que le demanda, puede ser leído como un registro de las dimensiones que determinan la conflictividad social en su forma concreta, esto es, como síntesis de múltiples determinaciones, la unidad de lo diverso: las relaciones entre pasado y presente, entre las condiciones objetivas y subjetivas, entre lo personal y lo colectivo y entre experiencia y lenguaje.
El epígrafe que he citado pone de relieve la necesidad de mantenerse atento a esas contradicciones de la realidad histórico-social al momento de pensar la constitución de las clases, pues dicho proceso refiere al resultado, siempre inconcluso, de una lucha de clases, esto es, al movimiento permanente de las prácticas sociales. Algunas corrientes históricas del marxismo, referidas en los primeros capítulos de esta tesis, tienen como preocupación principal el problema de la reificación conceptual: la necesidad de contar con conceptos apropiados para la investigación de procesos, de fenómenos históricos, es decir, en movimiento (Thompson, 2002). Dicho problema, quizás permita replantear la cuestión del opacamiento de la lucha de clases en las condiciones actuales del capitalismo tardío, junto con su abandono como categoría de análisis (aquella dificultad señalada en el segundo respecto de las relaciones entre economía, política y cultura). La pregunta sería ¿final de las clases o nuevas condiciones históricas del capitalismo que constituyen el conflicto de una manera que podríamos llamar “nueva” y por ello difícil de conceptualizar? Formulado de este modo, el problema se dirige a observar las transformaciones en el mundo histórico-social, aquel mundo fetichizado del capitalismo que ha transformado sus formas de existencia. Es el mismo terreno de las prácticas sociales, incluidas las prácticas de los sujetos subalternos, el que se ha alterado en el tiempo, es lógico por ello que se modifiquen también las formaciones de las clases, la conciencia de clase, los procesos de identificación como clase.
Este es el marco histórico en el que debemos pensar la emergencia de nuevas “subjetividades políticas”: la novedad que presenta la configuración de los movimientos sociales remite a las transformaciones estructurales que signan la nueva fase del capitalismo, conocida como capitalismo tardío. Es hoy una verdad irrebatible que dichas transformaciones han servido para profundizar y ampliar geográfica y socialmente la dinámica de expropiación de los productos, recursos y riquezas sociales y naturales. Ya en este sentido primario, la mutación está lejos de implicar la obsolescencia del análisis desde el punto de vista de la lucha de clases (Seoane, Taddei y Algranati, 2006a; 2009).
Pienso que la respuesta a estos interrogantes, como telón de fondo, nos lleva a revisar la manera como pensamos el concepto de clase social y su constitución; distinguiendo particularmente dos formas radicalmente opuestas de teorizarlo: como “ubicación estructural” (clasificación, estratificación) o como proceso histórico (relación social). Aquí la referencia a Edward P. Thompson resulta imprescindible, pues en sus trabajos hallamos un interminable esfuerzo por resistir los límites que impone el reiterado riesgo de reificación conceptual, por reintroducir en la teoría la historicidad de la clase, atendiendo a la dialéctica entre pasado y presente, entre el sujeto y la historia, entre la agencia y la estructura, así como también los vínculos entre lo cultural, lo político y lo económico. Ello le permite dar cuenta del proceso histórico de formación de la clase obrera inglesa, que lo lleva a cuestionar la idea según la cual los trabajadores fabriles fueron los primogénitos de la revolución industrial, a discutir el supuesto de que la “mano de obra fabril” haya “formado el núcleo del movimiento obrero” antes de finales de 1840. Por el contrario, el lugar de donde extrajo el movimiento obrero gran parte de sus ideas, organización y líderes estaba constituido por zapateros, tejedores, talabarteros y guarnicioneros, libreros, impresores, obreros de la construcción, pequeños comerciantes, etc., es decir, una “multitud de oficios y ocupaciones menores” (Thompson, 2002: 23). Sin embargo, atento al proceso en formación, ello no le impide leer esa “diversidad de experiencias” como el sostén histórico de la formación de la “clase obrera”; como el desarrollo de una conciencia de clase que atraviesa el largo período comprendido entre 1790 y 1830: “la conciencia de una identidad de intereses a la vez entre todos esos grupos diversos de población trabajadora y contra los intereses de otras clases. Y, en segundo lugar, en el desarrollo de las formas correspondientes de organización política y laboral” (Thompson, 2002: 24). La cuestión, para Thompson, es importante, ya que la experiencia de los sujetos impide soslayar la continuidad de tradiciones políticas y culturales en la formación de la clase y, por sobre todo, permite comprender el proceso de constitución de una clase como un problema a la vez cultural, político y económico, reconociendo, en la dinámica propia de cada una de esas dimensiones, la instancia del sujeto como agente histórico en el trabajo de su autoconstitución, es decir, sin reproducir aquella mirada que lo reduce a mero objeto a disposición del capital.