SUJETOS SUBALTERNOS, POLÍTICA Y MEMORIA

SUJETOS SUBALTERNOS, POLÍTICA Y MEMORIA

Mariano Salomone (CV)

La clase como ubicación o como relación social: para una crítica de la reificación conceptual.

En “Democracia contra capitalismo”, Ellen Meiksins Wood, afirma que existen dos formas de pensar teóricamente la clase, como ubicación estructural o como una relación social (Wood, 2000: 90). La primera de ellas, implica siempre alguna forma de “estratificación” (una jerarquía de estratos según distintos criterios: ingresos, consumo, ocupación, entre otros) y ha pertenecido tradicionalmente al pensamiento de la sociología clásica, incluyendo a ciertos marxismos. De hecho, Richard Gunn (2004), llamó concepción “sociológica” de la clase a toda teorización sobre la misma que partiera de considerarla tanto un “grupo” como un “lugar” dentro en una cierta definición del campo social. Por el contrario, llama “marxista”, a la concepción que la entiende en tanto relación social, más aún, una relación de lucha; y está claro que una relación no puede ser, en modo alguno, un grupo definido de personas.
Desde la mirada de este último autor, la definición “sociológica” reconoce tantas relaciones como conexiones puede haber entre “lugares” sociales o “grupos” definidos de personas en una sociedad, en un momento determinado de su historia. En efecto, es esa concepción la que suele caer en reduccionismos de distinto tipo (Gunn, 2004: 23-24; Holloway, 2004: 76). En primer lugar, porque debe proceder situando a cada individuo, de manera inequívoca y por completo, en alguno de los “casilleros” construidos, esto es, los lugares o grupos previamente especificados. Todo lo cual lleva a plantear el problema de la “pertenencia” de clase (dificultad que desencadena, por un lado, una proliferación incesante de categorizaciones -pues debemos encontrar una casilla a la que toda persona pueda ser asignada-; y por el otro, un eclipse teórico, aquel que sufre al enfrentar las múltiples maneras en las que la lucha de clases atraviesa a cada persona y no solo los separa). El otro problema, la necesidad de establecer el “tipo” de lucha de que se trata (determinar cuáles luchas son “clasistas” y cuales no).
En segundo lugar, ese reduccionismo se manifiesta por el hecho de que debe asignar un “rol” o “papel social” a cada clase, encontrándose incapaz de explicar las situaciones en las que prefigura una clase sin “conciencia de clase” o una clase que no desempeña su papel previamente asignado. Desde esa concepción, no es posible responder al reiterado reclamo de que la clase es meramente un “constructo teórico” que se impone sin más a la “evidencia” histórica exterior. En efecto, afirma Werner Bonefeld (2004: 35), el pensamiento “topológico” que busca tal tipo de definición, como clasificación, está basado en una concepción dualista entre sujeto y objeto; pues depende de nociones preexistentes de estructuras sociales, económicas y políticas de las cuales deriva el sujeto humano. Asume que ellas definen las condiciones que estructuran los roles y las funciones sociales, permitiendo así su clasificación. Estas definiciones se asumen como hechos constituidos y luego se aplican como herramientas analíticas para atribuir características a grupos sociales específicos, es por ello un pensamiento tautológico.
Retomo aquí las dos hipótesis de trabajo esgrimidas por Bonefeld en su valioso ensayo. Primero, la idea según la cual una comprensión de clase no puede avanzar como ejercicio de definiciones en el que los datos empíricos se clasifiquen de acuerdo a un mundo cosificado (Bonefeld, 2004: 36). Tal como indica el autor, el pensamiento topológico sabe dónde ubicar y cómo clasificar cualquier fenómeno, pero no puede explicarlo. Toma la estructura capitalista y la considera como el esquema que estructura y se impone “objetivamente” (independientemente) de los protagonistas; considerando al ser humano como un agente funcional o como la personificación de estructuras sociales presupuestas. Por el contrario, desde una teoría crítica se piensa que el mundo histórico-social se encuentra constituido, pero únicamente en y a través de la práctica humana. Quizás, el reduccionismo más preocupante de la concepción “estructural”, se manifiesta en el hecho de que ese tipo de “clasificación” asume como fijas y eternas las condiciones materiales de existencia dadas en una formación social y en un momento determinado de su desarrollo histórico. La dificultad de ese enfoque reside entonces en el problema de la reificación conceptual.
Para Bonefeld, la comprensión del concepto de clase, de lucha de clases, solo puede avanzar a través de una crítica de la economía política del capital (Bonefeld, 2004: 38-39). En tal sentido, el de clase no es un concepto afirmativo sino crítico. La categoría de lucha de clases no deriva roles funcionales desde la anatomía de la sociedad burguesa, ni ubica a los individuos en algunos de sus estratos, sino que “significa ver a través de la auto-presentación de un mundo reificado para revelar su constitución social humana” (Bonefeld, 2004: 39). En efecto, se trata de devolver al concepto de clase su historicidad. Es en ese sentido que la clase, como “grupo” social, no informa acerca de cuáles son las relaciones sociales que la producen, pues no contribuye a dilucidar su dinámica de constitución, esto es, la lucha de clases; más bien únicamente da cuenta de cosas externamente relacionadas.
Desde la mirada sociológica o topológica, una noción de clase como grupo social o lugar, presenta las categorías en forma fetichizada, esto es, como cosas acabadas. Es por eso que la lucha de clase no puede ser entendida como enfrentamiento entre dos grupos de gentes claramente separados, de una vez y para siempre. Comparto con la corriente denominada “marxismo abierto” la búsqueda de categorías capaces de conceptualizar la lucha social, lo cual significa criticar la forma fetichizada bajo la cual aparece en el capitalismo: debemos mostrar que las cosas son la forma cosificada de las acciones entre las personas (Holloway, 2004: 12). Incluso los autores reunidos en tal corriente teórica, advierten que el mismo concepto de fetichismo no existe como estado acabado, sino que es un proceso permanente de ocultamiento, lo que existe es un proceso de fetichización, y ello trae consecuencias para pensar el concepto de clase social (Holloway, 2004: 71). La diferencia, explica Holloway, es una visión del mundo en términos de dominación y otra en términos de lucha. Se termina pensando la dominación y la lucha en forma separada.
Lo anterior, tal como he señalado en la primera parte de esta tesis, obliga a pensar que la existencia de las clases es inseparable del proceso de su constitución: “decir que existen clases es decir que se encuentran en proceso de estar siendo constituidas” (Holloway, 2004: 77).
La “existencia establecida” de la clase trabajadora y del capital no se puede tomar como punto de partida para el análisis de la lucha de clases. Su existencia establecida sólo puede ser entendida a través de la conceptualización de su génesis, es decir, a través de la constitución histórica de su existencia establecida (Bonefeld, 2004: 64).

Esa constitución histórica a la que se refiere el autor es la separación (violenta) de los varones y mujeres de las condiciones de producción y reproducción de la vida como lógica propia de la producción material del capitalismo; esto es, la expropiación forzada de la capacidad de los seres humanos como sujetos de su praxis. Esa separación, una vez establecida, a través de la acumulación originaria, permanece como presupuesto y acción constitutiva de las relaciones sociales dentro del capitalismo (Bonefeld, 2004: 46). En este sentido, retomé las tesis de Meiksins Wood, aquellas que describen al orden social capitalista como el paulatino proceso histórico por el cual se fue consumando la privatización de la política, la continua expropiación del poder de los/as “trabajadores/as” sobre el destino y el control de la producción, distribución y consumo en la vida social (Wood, 2000). Esa lógica de la separación es el verdadero proceso de generación del capital, de su producción y acumulación, es decir, la permanente separación de las condiciones de producción respecto del/la trabajador/a. En efecto, la llamada “acumulación originaria”, no designa solo una época remota de la cual emergieron las relaciones sociales capitalistas, sino el acto histórico que, a cada momento, constituye dicho orden en su totalidad (Bonefeld, 2004: 49).
En este apartado me he referido a la conflictividad que marca todo el terreno del mundo histórico-social en el capitalismo, la lucha de clases. Específicamente, he querido abordar uno de los problemas conceptuales más comunes de esas mismas condiciones históricas, el problema de la reificación. La pregunta que lo abría era plantear cómo pensar el concepto de “clase” de una manera no estática, es decir, teniendo en cuenta las relaciones sociales dinámicas, la lucha de clases (Bonefeld, 2004). Es solo a partir de una comprensión de la separación que se puede realizar una crítica del capital, como relación social que rompe con la explotación en tanto forma constituida y estática, pues marca la dinámica del antagonismo como la lucha de clases. Una vez que la separación se da por sentada, se puede entender en términos de una existencia constituida, idea de la cual se nutre el marxismo sociológico, es decir que da por sentado lo que en verdad necesita ser explicado. Por el contrario, el concepto de clase entendido como una relación social, parte de comprender la producción y acumulación de capital, como separación continua de los seres humanos respecto de sus condiciones de existencia, como dinámica conflictiva y siempre inconclusa que constituye las clases sociales en el capitalismo.
Es precisamente sobre la base de estos supuestos que he optado por el uso de la categoría de clase considerándola como una relación social. Noción a partir de la cual entiendo que es posible pensar la conflictividad abierta en torno de los terrenos de la Estación del FC, en términos de lucha de clases, ya que es precisamente un conflicto en el que los sujetos históricos y sociales involucrados, se constituyen en lucha contra la enajenación de sus condiciones de vida, contra la privatización de los bienes públicos, de allí la idea de “no al uso privado de tierra pública”. Cada uno de estos colectivos, la singularidad de su práctica política, cobra sentido como proceso de resistencia a ser separados del poder de gestionar sus propias condiciones materiales de existencia: “tenemos derecho al uso de ese espacio”; “control y gestión participativos”, dicen los sujetos en el documento de abril de 2007.
David Harvey, en su esclarecedor análisis del capitalismo contemporáneo, señala cómo la formulación de esa demanda –explicitada por el autor como “derecho a la ciudad”-, expresa su lógica más profunda, la “acumulación por desposesión” en tanto proyecto civilizatorio hegemónico (social, económico, político y cultural).
En efecto, en el marco de este análisis, los colectivos agrupados en el conflicto de la Estación, on sujetos que encarnan posiciones subalternas en y por la lucha de clases. Ahora, si bien ello refiere a aspectos “estructurales” del conflicto, a las condiciones ya dadas que determinan las relaciones entre las personas y las cosas, no debemos entenderlas como si estuvieran cerradas de una vez y para siempre. Por el contrario, se trata de un proceso histórico en movimiento que se apoya en esa lógica de acumulación de capital que debe, a cada momento, separar (desposeer) a las personas de sus condiciones de producción (en sentido amplio). Esto significa, he sostenido a lo largo de este trabajo, que es tanto el resultado de una lucha de clases previa, como la condición para su futuro devenir. Que esa lógica de la separación se encuentra inconclusa, siempre en tránsito, lo manifiesta, por ejemplo, la historia de los FFCC: aún cuando en determinado momento de la historia nacional el capital haya logrado una importante derrota de los sectores subalternos, en este caso concreto logrando la privatización de los FFCC durante los años ‘90-, está claro que la conflictividad puede reabrirse, tal como ha sucedido a partir de 2006 y hasta 2008 con los terrenos de la Estación en Mendoza. La lucha que diferentes colectivos llevan actualmente por su recuperación como espacio público se configura a partir de la oportunidad abierta por la irrupción de los sectores populares en el espacio público durante las jornadas de diciembre de 2001. De la misma manera, la constitución de las clases no se encuentra prefigurada por la apertura de dicho conflicto, pues si en determinado momento pueden identificar una lucha en común (un nosotros frente a un ellos, al decir de Thompson), la experiencia de lucha, a partir de ciertos determinantes (condición etaria, género, etnia, memoria, trayectorias individuales) puede presionar para que ese proceso de identificación se fracture o se diluya, se extinga o se fragmente, como sucedió en esta experiencia, al cabo de unos meses de iniciado el período de reuniones en forma conjunta.