SUJETOS SUBALTERNOS, POLÍTICA Y MEMORIA

SUJETOS SUBALTERNOS, POLÍTICA Y MEMORIA

Mariano Salomone (CV)

La formación de la clase: economía, política y cultura.

En el apartado anterior vimos cómo la existencia de la clase no puede separarse de su génesis, es decir, la formación de las clases solo puede comprenderse a través de la lucha de clases, de su propia dinámica: “un proceso fluido que elude el análisis si intentamos detenerlo en seco en un determinado momento y analizar su estructura” (Thompson, 2002: 13). Ahora se trata de advertir cómo, en ese proceso, al igual que en todo fenómeno histórico, interviene la historia política y cultural tanto como la economía. Para ello, pienso que es fructífero rastrear la perspectiva bajo la cual trabajó Thompson como historiador, pues la constitución de las clases, remite a la dilucidación de los “problemas históricos”:
El problema es, por supuesto, cómo ese individuo llegó a tener este “papel social” y cómo la organización social determinada (con sus derechos de propiedad y su estructura de autoridad) llegó a existir. Y estos son problemas históricos. (…) La clase la definen los hombres mientras viven su propia historia, y al fin y al cabo ésta es su única definición (Thompson, 2002: 15).

La discusión de fondo, que ha provocado grandes polémicas en el campo del pensamiento marxista, es cómo pensar los condicionamientos “objetivos” en la constitución de las clases, esto es, qué significa la “determinación estructural”. En la primera parte de la tesis, señalé la crítica que Raymond Williams realiza del concepto de determinación como “objetividad abstracta” (Willimas, 2000). Advirtamos que Thompson, por su parte, se refiere a la constitución de la clase en términos de “formación”: habla de “la formación de la clase obrera en Inglaterra” porque es un proceso activo que debe tanto a la acción como al condicionamiento, y en donde la “clase obrera” estuvo presente en su propia formación (Thompson, 2002: 13). Es decir, como señalaba más arriba, el autor intenta cuestionar la idea según la cual la generación de la clase obrera inglesa fue impuesta por “generación espontánea del sistema fabril”. Aquí lo crucial es advertir cuál es el principio teórico y metodológico básico de todo el proyecto historiográfico de Thompson:
(…) las determinaciones objetivas –la transformación de las relaciones de producción y las condiciones laborales- nunca se imponen sobre ‘cierta materia prima indiferenciada de la humanidad’, sino sobre los seres históricos, los portadores de los legados históricos, las tradiciones y los valores (Wood, 2000: 109).

Es decir, las condiciones objetivas no se imponen por sí mismas sobre una “materia prima”, en blanco y pasiva; sino sobre sujetos históricos activos y consciente que son tanto sujeto como objeto de estas al mismo tiempo, es decir, varones y mujeres que viven sus relaciones productivas y “experimentan” sus determinadas situaciones dentro del conjunto de relaciones sociales con su cultura y expectativas heredadas. Si aquella lógica de la separación, propia de la producción de capital, se impone de forma violenta, pues se apoya en una lucha de clases y como tal en una correlación de fuerzas desigual y asimétrica; a su vez, ella misma, se produce en condiciones históricas singulares que dependen de tradiciones y procesos culturales particulares. El énfasis que Thompson pone en la continuidad de la cultura popular (en las tradiciones políticas heredadas, los hábitos y costumbres), no pretende negar los procesos de acumulación de capital e industrialización afirmando la formación de la clase como un proceso subjetivo a partir de un desarrollo gradual en una tradición continua de cultura popular. Por el contrario, su objetivo es revelar y explicar los cambios dentro de las continuidades (Wood, 200: 102). Explicar cómo pudo haber sido posible, por ejemplo, que siendo que algunas estadísticas probaban cierta mejoría entre 1790-1832 en los estándares de vida, los obreros la experimentaran como una “catástrofe”, a la cual decidieron enfrentar creando nuevas formaciones de clases, “instituciones y formas de conciencia”, que daban testimonio tangible de la existencia de la clase obrera; y esto, a pesar de la gran diversidad de experiencias. De ahí que las relaciones de producción y explotación no se reduzcan, para Thompson, a las condiciones técnicas de trabajo, mas bien, la intensificación de la explotación se expresa también en las formas de propiedad y poder del Estado, en la formas legales y políticas, en la cultura y las tradiciones, etc.
Afirmar a la clase como un proceso histórico significa considerar que ella no se presenta a los sujetos de forma inmediata, sino que es parte de la construcción de una experiencia común: “el hecho de que la clase, en el principio de un modo de producción histórico, no es lo mismo que al final” (Wood, 2000: 117). Por el contrario, la clase pensada como ubicación estructural elimina su papel como fuerza impulsora del movimiento histórico.
En este contexto adquiere su riqueza la noción de experiencia en el pensamiento de Thompson, que la toma como dimensión que permite percibir los modos de agencia política de la clase frente a las circunstancias heredadas del pasado, en la cual se entrecruza el pasado y el presente, lo subjetivo y objetivo, lo individual y lo colectivo. La clase, en este sentido, es un fenómeno histórico que unifica una serie de sucesos dispares y aparentemente desconectados en lo que se refiere a la materia prima de la experiencia y su expresión, la conciencia (Thompson, 2002). Tal como explica Meiksins Wood respecto de la noción de clase, para Thompson es ciertamente una “experiencia” y no una “reunión objetiva” la que une a estos grupos heterogéneos en una clase; aunque “experiencia” refiera a las determinaciones de las relaciones de producción y de explotación. Las formaciones de clase nunca están reunidas directamente en el proceso de producción, sino que ella depende de la conciencia de una experiencia común, de la identificación de intereses comunes y de la propensión a actuar al respecto (Wood, 2000: 108).
En efecto, la preocupación de Thompson no es solo localizar la clase en las “posiciones estructurales”, sino también en las relaciones de explotación, conflicto y lucha que sirven de impulso a los procesos de formación de las clases (Wood, 2000: 110). Las condiciones actuales bajo las cuales esa lucha de clases se produce, hace dificultoso la localización precisa de las clases subalternas. Derrotadas largamente desde la inflexión marcada por el golpe de 1976, nos hallamos ante una suerte de conglomerado disperso, en el sentido en que lo usa Gramsci. Sujetas a la iniciativa de las clases dirigentes y dominantes en una sociedad, las clases subalternas se baten en un terreno marcado por condiciones desiguales bajo las cuales, sin embargo, se organizan e intentan transformar sus condiciones de existencia.
Quienes llevan a cabo las experiencias de resistencia al avance capitalista de los últimos años no son una materia prima indeterminada y uniforme sino sujetos sociales con una determinada historia político-cultural, con sus propias tradiciones político-organizativas, sus experiencias de resistencia a la dominación, sus ideas de justicia e igualdad, etc. En efecto, podemos decir, siguiendo a Thompson, que en su proceso de formación una clase se hace a sí misma tanto como la hacen otros.

Por qué el proceso de privatización de lo público se percibe como conflictivo en un momento determinado; por qué la resistencia se localiza en los terrenos de la Estación del FC; por qué la defensa de lo público toma cuerpo en la recuperación de ese espacio y no de otro; o por qué los sujetos se proponen recuperarlo como espacio público y no de otra manera, son cuestionamientos que responden a problemas históricos. La lucha de clases es un fenómeno histórico, un movimiento permanente que, tal como he señalado a lo largo de la tesis, remite a necesidades históricas, es decir, se sostiene en la memoria histórica de los sujetos (tradiciones políticas, experiencias de lucha y organización anteriores) y responde a ciertas expectativas o anticipaciones de sentido sobre lo que es deseable esperar (horizontes utópicos e ideales culturales, por ejemplo).
La conflictividad se abre en esa dialéctica histórica entre pasado, presente y futuro: la lucha de clases, la continuidad de aquella lógica de la separación, como antagonismo objetivo a nivel de las prácticas sociales incluye a su vez procesos de subjetivación que le dan sentido, se trata, en palabras de Thompson, de una “economía moral” que induce a los sujetos a defender el predio de la Estación como patrimonio público. Por qué defender el predio de la Estación como espacio público; o por el contrario, porqué imaginar como alternativa de modernización un emprendimiento inmobiliario por parte de Puerto Madero; por qué mantener el trabajo y la cultura ferroviaria como tradición familiar; de qué manera esperan los sujetos que intervenga el gobierno en dicho conflicto; por qué suponer que debido a que se trata de un espacio público, el Estado debe posicionarse en su defensa; o a la inversa, por qué deberíamos suponer que tratándose de terrenos fiscales tiene las características de un bien público, es decir, “accesible para todos” (expectativa que, de manera definitiva, cuestiona la modalidad de intervención del Estado a través de la Corporación Puerto Madero SA). En ese horizonte cobra importancia la pregunta por la relación pasado/presente para las experiencias políticas de los sectores subalternos.
El conflicto por los terrenos del FC inscribe la lucha de clases en un momento en que la lógica de la “acumulación por desposesión” se realiza en un momento histórico en que la iniciativa del capitalismo se halla marcada por una tendencia a la espacialización del conflicto y a la privatización de lo que antes era común o público. Si el capitalismo deja marcas sobre el espacio, éste no es un mero lugar vacío sino que, como ha sucedido con los trenes en la historia nacional va configurando materialmente el territorio, produciendo lugares de memoria, sitios que condensan espacio temporalmente, los procesos históricos y sociales que en esos lugares transcurrieron. Construcción y destrucción, valorización y abandono, constituyen caras de una moneda que rueda en el terreno áspero de la historia.
Si la territorialización del conflicto es uno de los rasgos del capitalismo tardío, es explicable, además, que la contienda por el espacio (la lucha por el uso de la tierra y el agua) y por la reorganización espacial, adquiera formas diversas y se localice en diferentes sitios, aparentemente desligados entre sí (luchas en contra de la megaminería contaminante, por la recuperación de los terrenos de la UNCu, conflictos por el uso de la tierra) aún cuando tengan, desde otro punto de vista, una lógica común. Organizado alrededor de la estación como lugar de la memoria, la lucha que llevan a cabo los sujetos que procuran por su recuperación como espacio público, sintetiza las reivindicaciones de muchos otros que intentan también recuperar la iniciativa para la gestión de lo común.
La Estación del FC se presenta entonces como un terreno lleno de tiempo-ahora (Benjamin), el espacio material y simbólico donde se asienta la singularidad de la historia regional. Como veremos en los siguientes capítulos, este es un conflicto en el que interviene la memoria política de los sujetos, las significaciones que se atribuye al FC en los relatos sobre la historia nacional, las experiencias de organización previas que marcan la politicidad propia de cada colectivo, ciertas tradiciones nacionales que se ponen en juego en la concepción que los sujetos tienen sobre lo público, así como diferencias generacionales que marcan la serie de necesidades y expectativas que los movilizan. El conjunto de estas determinaciones permite leer, desde la singularidad de las experiencias, la espacialización de la lucha de clases.