SUJETOS SUBALTERNOS, POLÍTICA Y MEMORIA

SUJETOS SUBALTERNOS, POLÍTICA Y MEMORIA

Mariano Salomone (CV)

 

Problemas del pensamiento crítico: sobre la recuperación del marxismo

¿Por qué recuperar a Marx?

Una experiencia reiterada en el proceso de investigación, tanto en los momentos de elaboración personal como en aquellos otros de intercambio de ideas en el debate público (reuniones de equipo, congresos, etc.), fue vivenciar cómo, el preguntarnos por las transformaciones en las formas de hacer política, implicaba, de alguna manera, interrogarnos también por las transformaciones ocurridas en el pensamiento político-social: las nuevas/viejas formas de pensar las experiencias políticas1 . Si continuamos este paralelo algo esquemático entre hacer/pensar lo político, es posible advertir que los problemas históricos que plantea la cuestión de la transmisión entre pasado y presente en la experiencia política, son los “mismos” que se plantean en términos de tradiciones teórico-políticas: las dificultades históricas y sociales que asume, en cada momento, el encuentro entre pasado y presente y el saldo que arroja como complejo de continuidades y rupturas.
            En tal sentido, los malos encuentros entre pasado y presente tienden a formularse en términos dicotómicos como la total continuidad o la radical ruptura. Hace unos años, ambas posiciones encontraron su eco en las lecturas que se hicieron en torno a los acontecimientos del 19 y 20 de diciembre de 2001 en Argentina. Como advierte Blas de Santos, se puede decir que dos actitudes enfrentadas se disputaron su caracterización: una, veía en el fracaso del gobierno la marcha inexorable hacia el socialismo; la otra, percibía lo sucedido como algo inédito que confirmaba la profecía que venía presagiando: “el debut de la forma multitud actuando el acontecimiento sin libreto” (De Santos, 2006: 274). La cuestión es que si dichas jornadas pueden ser leídas como síntoma de la discontinuidad del imaginario social que otorgaba sentido a las anteriores movilizaciones sociales, lo cierto es que dicha inflexión no basta para decretar caduco todo el pensamiento que, hasta entonces, explicaba la realidad política y orientaba la acción militante. La idea de las jornadas como ocasión del surgimiento de ese “otro pensamiento” tan inédito (“radical”) como sin historia, es explicable sólo como reacción simétrica al automatismo de quienes intentan probar que, a pesar de las apariencias, siempre se trata de lo mismo (De Santos, 2006: 317).
Tal vez sería interesante buscar qué lazo pudo existir, siguiendo aquel devenir asociado de la acción y reflexión, entre la forma como tendió a pensarse el vínculo entre pasado/presente y la temporalidad abierta en la experiencia política a partir del 2001, caracterizada por varios/as autores/as a la manera de Marx, como aquella circunstancia histórica en la que lo viejo no termina de morir ni lo nuevo aún de nacer (Ciriza, 2002; Tarcus, 2004; Oria, 2008). La inflexión que produjera el “19 y 20” como acontecimiento político, tendió a expresar la tensión entre pasado y presente bajo una suerte de encrucijada entre la total continuidad o la radical ruptura; dejando al sujeto (intelectual y/o militante) ante la falsa alternativa de tener que optar entre la regresión a ciertos automatismos explicativos que atribuían sentidos plenos o la precipitación en el vacío y el irracionalismo que, dado el carácter inédito de los procesos, los declararía ininteligibles y sin sentido.
Según De Santos, el problema de la relación con el pasado, de su transmisión para la construcción de identidades y tradiciones, es un tema que el psicoanálisis ha teorizado como recurso del pasaje generacional y de transmisión de la experiencia cultural, condición de constitución del sujeto, siempre tensado entre la sumisión o la rebeldía frente a los mandatos o legados del pasado. Desde el punto de vista del “sujeto intelectual”, dicha cuestión plantea el desafío de cómo producir un pensamiento nuevo a partir del pensamiento heredado, pues, la vida del pensamiento mismo depende de ese conflicto y continúa su creación toda vez que, el interés sobre lo todavía-por-pensar, prevalece sobre lo ya-pensado (Castoriadis, 1992).
Emprender entonces un debate en relación a las formas de conocimiento sobre lo social no puede dejar afuera la importancia de retomar críticamente algunas tradiciones teórico-políticas como recurso para la recreación conceptual. En particular, mi interés se vincula a la posibilidad de recuperar-renovar-actualizar ciertos aspectos de la tradición del marxismo como parte importante de la teoría social crítica. Y esto, en primer lugar, por la imbricada historia que, como ha señalado Boaventura de Sousa Santos, ha caracterizado las relaciones entre la tradición teórica del marxismo y el proceso de formación de las ciencias sociales en su conjunto:
[…] cuando hoy se evalúan las muchas, pocas o inexistentes perspectivas futuras del marxismo, tal evaluación tiene que hacerse en el contexto de un pasado de reflexión teórica y análisis sociológico que es mucho más extenso y más rico que lo que vulgarmente se estima. No estamos pues delante de una moda de los años sesenta […]. Estamos delante de uno de los pilares de las ciencias sociales de la modernidad y todo lo que ocurra en él no puede dejar de repercutir en el conjunto de ellas. Y recíprocamente, las transformaciones por las que habrán de pasar las ciencias sociales, en los próximos años, no pueden dejar de tener efectos más o menos profundos en esos pilares (Santos, 2006: 33).

No obstante, hay una serie de otros motivos que insisten en el deseo de recuperar a Marx. Por una parte, la doble actitud que, de manera reiterada, podemos registrar en las referencias a su legado: quienes repiten sus dichos de memoria, sacralizando sus sentidos, más preocupados por conservar una identidad política que por intervenir en la realidad histórico-social y transformar las (sus) condiciones de existencia; frente a aquellos/as que, negando (confirmando) la continuidad de éstas, continúan haciendo del “marxismo” el centro de las (sus) críticas. Entre ambos, encontramos la dificultad para actualizar una producción teórica que continúe la de otras épocas históricas en su intento por dilucidar las condiciones sociales del capitalismo tardío, que precisan cada vez con mayor urgencia otro tipo de recuperación de dicha tradición, creativa y transformadora.
Hablo de recuperar tradiciones teóricas. Me encontraba desde hace un tiempo leyendo trabajos que, apuntando en la misma dirección, nombraban esa tarea intelectual de otras maneras: tales como retornar, revisar, criticar, etc. Los sujetos protagonistas de la experiencia política analizada en este trabajo me hablaron de su lucha por la “recuperación” de la Estación de trenes como espacio público, de la necesidad vital de arrebatar esos espacios de las manos del enemigo, de la posibilidad de tomar la organización y producción de esos espacios por “mano propia”. Pensé entonces que aquel sentido tenía resonancias cercanas a la tarea que me proponía, la recuperación de “espacios de saber” abandonados, su actualización a partir de una resignificación hecha por el “pensamiento propio”. La estrategia seguida tomó, como punto de partida, la etnografía como una serie de procedimientos de investigación que privilegia la construcción de los datos desde una profunda y prolongada relación con los sujetos de estudio. Es por eso que un supuesto metodológico básico de la perspectiva antropológica es la recuperación de los saberes y prácticas, de las demandas y las estrategias desarrolladas por los sujetos: “En este marco, estar ahí implica no sólo observar sino también participar de las situaciones de vida y transformar la propia experiencia de investigador en un hecho etnográfico, es decir en un dato construido” (Grimberg, 2009).
Más arriba hice referencia al texto de Hugo Zemelman en el que advierte la necesidad de recuperar ángulos de lectura desde los cuales organizar una mirada crítica de la sociedad. En ese texto el autor afirmaba al “par sujeto-conflicto” como aquella perspectiva que impide la construcción de categorías cerradas, de teorizaciones que, al negar el antagonismo y las contradicciones propias de toda experiencia social, de sus protagonistas y sus prácticas y de los propios conceptos, quedan irremediablemente hipostasiadas. En la propia tradición del marxismo podemos encontrar, como parte de una concepción epistemológica históricamente dominante anclada en condiciones históricas determinadas, ese tipo de empobrecimiento conceptual al que me refería, cuya manifestación última fue un “socialismo científico”, que pretendió construir su “objetividad” en una fundamentación extrasocial de la “verdad” y la “política” (Lander, 2008). Sin embargo, también encontramos al interior de la tradición un esfuerzo por hacer del conflicto la preocupación central del proceso de conceptualización de lo histórico-social. Y, más aún, como parte de su acervo conceptual, hallamos herramientas teórico-metodológicas apropiadas para comprender la inscripción histórica de la conflictividad social; su constitución a partir del despliegue de “necesidades radicales” abiertas entre la memoria histórica (lo pendiente) y la memoria anticipada, aquellas imágenes creadas a futuro como expectativas de movimiento hacia un otro orden social. Es en ese sentido que apuesto a la recuperación del marxismo, al rescate de su potencial teórico crítico como aporte indispensable para una historización de la praxis.

1 A modo de ilustración, es sintomático constatar que durante los últimos años, dentro del pensamiento social, la preocupación por lo viejo-nuevo tendió a desplazar-reemplazar la anterior preocupación por lo conservador-emancipador (Galafassi, 2006; Seoane, Taddei y Agranati, 2009).