SUJETOS SUBALTERNOS, POLÍTICA Y MEMORIA

SUJETOS SUBALTERNOS, POLÍTICA Y MEMORIA

Mariano Salomone (CV)

La espacialización de la lucha de clases en el capitalismo tardío

Las relaciones entre política y territorio tienen una larga historia como objeto de reflexión teórica dentro de la teoría crítica. Incluso, de manera particular, existe una vasta teorización sobre los procesos específicos de territorialización que ha puesto en movimiento el capitalismo a lo largo de su historia (el concepto de imperialismo –Lenin, Rosa Luxemburgo-, la teoría de la dependencia –Cardoso y Faletto y el sistema-mundo –Imanuel Wallerstein- dan cuenta de ello). El núcleo de estas teorías conserva en la actualidad su potencial crítico: la acumulación de capital intenta “resolver” sus crisis de sobreproducción (la absorción de capital y trabajo excedentes) mediante una serie de ajustes espacio-temporales (el aplazamiento temporal y la expansión geográfica). Recientemente, el geógrafo David Harvey, viene analizando las relaciones entre el espacio y el poder en el capitalismo contemporáneo, especialmente el desarrollo geográfico desigual que produce la acumulación de capital. El autor advierte que la producción del espacio es un aspecto central de la economía capitalista y, en ese sentido, ha analizado las formas como el poder se ha ido territorializando y cómo se han transformado las estructuras territoriales a lo largo de los últimos cuarenta años: por ejemplo, la competencia entre ciudades por lograr inversiones es hoy un aspecto fundamental del funcionamiento y el desarrollo geográfico desigual (Harvey, 2007).
La perspectiva sostenida por Harvey resulta esencial para pensar el conflicto desatado en torno de los terrenos de la Estación de trenes, pues apunta a advertir las maneras como la producción del espacio y las reorganizaciones geográficas constituyen recursos dentro del capitalismo para absorber el capital y el trabajo excedente 1. De manera más específica, el autor, sostiene que la urbanización (la construcción y reestructuración de las ciudades) ha desempeñado un papel particularmente activo a la hora de absorber el producto excedente que los capitalistas producen perpetuamente en su búsqueda de beneficios (Harvey, 2008: 25). De esa manera, esa continua y reiterada necesidad de encontrar sectores rentables para la producción y absorción de capital excedente, ha impulsado la urbanización capitalista como un área de actividad rentable.
En diferentes momentos históricos del desarrollo capitalista, se han impulsado grandes transformaciones de la infraestructura urbana, verdaderas “revoluciones urbanas” dirigidas a absorber el capital excedente y la mano de obra desocupada (Harvey, 2008). Por ejemplo, París en 1853: tras la crisis de 1848, Luis Bonaparte encarga la reconfiguración de la infraestructura urbana a Georges Eugène Hausmann. Otra experiencia la encontramos en la década del ‘40 en los Estados Unidos, Robert Moses fue en ese entonces el encargado de remodelar totalmente la ciudad de Nueva York, desempeñando un papel fundamental a la hora de estabilizar el capitalismo, luego de 1945. Por último, según Harvey, en los 90 se pone en marcha una nueva transformación, mediante la cual el proceso urbano se hace global: un nuevo boom inmobiliario que ha contribuido a propulsar la dinámica capitalista en países como Estados Unidos, España, Reino Unido, China, etc. Se trata de un proceso de urbanización global que ha tendido a producir tanto una transformación radical de los estilos de vida como, simultáneamente, a convertir esa urbanización en la producción de nuevas mercancías, ubicándola como aspecto esencial en la economía política urbana: el consumo, las industrias culturales, el turismo, etc. (Harvey, 2008: 31).
Ahora bien, algo que me interesa destacar de lo señalado por David Harvey, es la relación que este proceso guarda con la lucha de clases. Si tal como indica el autor, las ciudades han surgido históricamente mediante concentraciones geográficas y sociales del producto excedente, entonces la urbanización siempre ha sido un fenómeno de clase, ya que los excedentes fueron extraídos de algún sitio y de alguien, mientras que el control sobre su utilización habitualmente recae en pocas manos (Harvey, 2008: 24). Ese movimiento de reestructuración del espacio que pone en juego el capital a través de los proyectos inmobiliarios, se realiza mediante lo que el autor ha llamado “destrucción creativa” y “acumulación por desposesión” (Harvey, 2004), procesos determinados por una clara dimensión de clase, ya que son los sectores más desfavorecidos, no privilegiados y marginados del poder político, quienes sufren las consecuencias de ese proceso en el que la violencia es necesaria para construir el nuevo mundo, a partir de las ruinas del viejo.
La urbanización característica del capitalismo radica en un proceso de desplazamiento y lo que yo denomino “acumulación por desposesión”. Se trata de la contraimagen de la absorción de capital mediante el desarrollo urbano, que da lugar a numerosos conflictos en torno a la captura de suelo valioso en manos de poblaciones de renta baja que ha podido vivir en esas ubicaciones durante años. (…) Los poderes financieros, respaldados por el Estado, presionan para que se produzca un desalojo por la fuerza, con la intención de apropiarse violentamente de terrenos en algunos casos ocupados durante una generación. Se trata de la acumulación de capital mediante booms de actividad inmobiliaria, ya que el suelo se adquiere prácticamente sin ningún coste (Harvey, 2008: 34).

Tal como señala Harvey, las transformaciones geográficas que está produciendo ese proceso de acumulación por desposesión, están generando grandes resistencias al funcionamiento del capitalismo neoliberal, particularmente, conflictos en torno a la captura del suelo2 .
(…) la gente está siendo desposeída de lo que les pertenecía, a través de nuevas rondas de privatizaciones se les está despojando de lo que era una propiedad común. La resistencia de los movimientos sociales frente a estos procesos constituye, formalmente, una importante lucha de clases, que es fundamental reconocer como tal (Harvey, 2007: s/n).

Por su parte, Marilyn Gudiño del Instituto de Cartografía, Investigación y Formación para el Ordenamiento Territorial (UNCu-CIFOT), apuntó en la misma dirección en su discurso de apertura del Foro que organizara la UNCu para promover el debate social sobre la ex Estación de trenes en Mendoza.
Por otro lado, está esa demanda de parte de la población que busca poder solucionar muchos de esos problemas, que busca una equidad social, que busca una sustentabilidad ambiental, que busca mejorar su calidad de vida. (…) Entonces, ¿que esta ocurriendo a nivel mundial? (…) Hay dos procesos que son evidentes en las ciudades. Por un lado, la expansión territorial, que genera des-economías de escala, invasión de espacios agrarios, mayores distancias, movimientos mayores por parte de la población, pero por el otro, al interior de la ciudad hay un tema de captación de plusvalía urbana, producida principalmente por todo el movimiento de capital inmobiliario (…) grandes centros comerciales, grandes emprendimientos inmobiliarios. (…) Entonces creo que estas realidades nosotros las tenemos que conocer y prever hacia el futuro ¿qué Mendoza queremos? Si queremos una Mendoza que siga siendo fraccionada territorialmente y segregada socialmente o si queremos indudablemente, proyectos que ayuden a recuperar los espacios públicos e integrar las diferentes partes de una ciudad (Gudiño, Observación Foro en la UNCu, 2008).

Valor de uso (derecho) vs valor de cambio (negocio). Ése pareciera ser el eje central de la disputa que aparece tanto en el documento escrito por las organizaciones en forma de manifiesto político (la forma de significar, en un momento determinado, la configuración del conflicto) como así también en las intervenciones que hacen los teóricos sociales. Se trata entonces del conflicto entre dos formas antagónicas de valorizar esos terrenos. De un lado, el valor que adquiere la Estación en relación a las necesidades radicales de los sujetos; necesidades que, como decía, se encuentran determinadas por su inscripción histórica. No se trata de necesidades naturales, sino que han sido creadas en y a través de la historia, nacidas y alteradas en ella: emergen (como en el caso de la Estación) vinculadas al pasado, a su rememoración y se dirigen al futuro, a su figuración anticipada. Esos procesos de rememoración remiten a prácticas efectivas vinculadas al territorio y encarnadas en la vida cotidiana de los sujetos, como es el caso de los ferroviarios. Aunque a los capitalistas que especulan con el valor monetario de esos terrenos les resulte incomprensible, se trata de necesidades ligadas a determinadas prácticas y rituales que las personas realizan en torno a los espacios físicos (la territorialidad inherente a la corporalidad humana); prácticas cotidianas y formas concretas de vida que se han desarrollado a lo largo de la historia de esos terrenos 3. En efecto, radicales, porque en tanto necesidades, refieren no solo al pasado que “realmente sucedió”, sino que también recuerdan los deseos de aquel pasado que no pudieron realizarse; radicales, porque asumen el presente para cuestionarlo e indicar que las cosas podrían haber sido de otro modo. A diferencia de los “objetos naturales”, los objetos que producen los seres humanos sólo se afirman como productos en el uso que ellos decidan otorgarle (el “consumo”, según afirmaba Marx en la Introducción de 1857, desde una perspectiva antropológica y no meramente “económica”, constituye una mediación de la producción). De ahí que el valor de uso pueda resultar “incalculable”, pues el ser humano, en tanto sujeto de imaginación radical (Castoriadis), es el único ser capaz de crear valor, es decir, de imaginar y consumar diferentes usos históricos (significados) para un “mismo” objeto; incluso figurarse aquello que no fue, pero que podría haber sido, o anticipar lo que todavía no es pero que podría llegar a ser4 .
Por el otro lado, al contrario, el valor de cambio intenta fijar al objeto una “segunda naturaleza”, las relaciones sociales capitalistas; esto es, un orden social ya constituido que comienza a valorizar los objetos a partir de unas necesidades que han sido separadas de los sujetos. Entiendo la producción y reproducción de capital (“acumulación por desposesión”) como la continua separación de los/las trabajadores/as de sus condiciones y medios de producción. Tomo en este punto el análisis que hace de la lucha de clases Werner Bonefeld en Clase y constitución, que resulta una de las hipótesis centrales compartidas por los trabajos que aparecen compilados en el mismo libro (Holloway, 2004). Bonefeld parte del análisis que hace Marx en el capítulo inconcluso sobre las clases sociales, en el que define al desarrollo capitalista de la producción como el paulatino divorcio entre los medios de producción y el trabajo (Bonefeld, 2004: 43). Esa transformación histórico-social, el divorcio entre el trabajo y sus condiciones, resulta ser la base sobre la que se asienta el poder del capital. Una separación que tiene su fundamento en el violento proceso histórico de la “acumulación originaria”5 ; violento porque se trata de separar algo que no lo estaba, es decir, refiere a la expropiación forzada del trabajo de sus condiciones, momento a partir del cual la práctica social humana se constituye en propiedad privada.
El capital es la separación entre las condiciones de y el trabajador y como tal, el resultado de una lucha. Es por eso que no se concibe al capital como una cosa sino como una relación social, entre el trabajo y las condiciones del trabajo que “se independizan de él” (Bonefeld, 2004: 48). En efecto, explica el autor, la acumulación originaria no es sólo una época de la cual emergieron las relaciones sociales capitalistas, sino más bien el acto histórico que constituye dichas relaciones en su totalidad. Por lo tanto, si el capital es la separación del trabajo de los medios de producción, la vida del capital (¡su acumulación!) depende de las posibilidades que tenga de expandir ese proceso de separación, es decir, de la separación continua del trabajo respecto de sus condiciones. Por ello, debemos pensar la “acumulación originaria” como un proceso permanente, como la presuposición constitutiva del antagonismo de clases entre el capital y el trabajo. La separación del trabajo de sus condiciones fue el resultado de la lucha de clases y se postula como presupuesto de la reproducción de la relación social capitalista (Bonefeld, 2004: 55; Harvey, 2004).
Es por eso que la “identidad” de clase, más bien el proceso de identificación de una clase, forma parte de una construcción histórica y no únicamente de sus condiciones ya constituidas, preestablecidas. No se trata de un hecho determinado de una vez y para siempre sino de un proceso 6. Más aún, ese proceso histórico es ya producto de la misma lucha de clases, de la identificación de un nosotros frente a un ellos como resultado de la experiencia de la lucha política (la separación).
(…) que pongamos el cuerpo todos a esto, porque si no nos van a comer el futuro. Ellos van a decidir por donde van a pasar las calles, ellos van a decidir quién va a entrar y quién no va a entrar, los que tienen el poder, los que tienen la guita, ellos son los que van a decidir cómo se va a vivir y quién va entrar y quién no. Y si no, está la prueba de los barrios privados, si ya los empiezan a meter acá en la ciudad, listo… vos vas a tener un lugar por el cual andar y si no pertenecés a ellos no vas a poder entrar, que es lo que pasa con los barrios privados, es así, dejó de ser público. Por una cuestión de seguridad, cada vez hay más castillos, entonces es como en la edad media, hacemos el pozo y entran los nuestros nada más y así es, pero no debe ser y si nosotros no, o sea, si nosotros no nos unimos, todas las organizaciones y tratamos de que esto sea más democrático, que sea un poco más para todos, va a terminar siendo lo que viene siendo, y no lo que debe ser (Entrevista a Horacio, 2008).

En ese antagonismo se apoya la reivindicación de los sujetos colectivos que se organizan alrededor de la experiencia de lucha por la recuperación de la Estación del FC como espacio público, esto es, un acto de afirmación de sus propias capacidades para decidir el destino futuro de esos terrenos -qué uso darles. Frente a ellos, los proyectos inmobiliarios privados que, en su búsqueda de beneficios, continúan persiguiendo la enajenación de los bienes comunes.
Y en un momento dado tomó auge la noticia que ya estaba siendo negociado con un interés netamente inmobiliario con Puerto Madero y eso nos alarmó a varios en el sentido que era una entrega a un sector privado, y era una entrega de la soberanía popular… el entregar, como está pasando en muchos lugares, cosas que son de todos los argentinos, de todos los mendocinos, se entregan a pequeños grupos concentrados y continúan despojándonos de los bienes comunes (Entrevista a Rodolfo, 2008).

Retomar el análisis que hace Meiksins Wood del capitalismo como proceso de privatización de lo público, resulta valioso para comprender la lógica sistémica sobre la que se asienta la configuración del conflicto en torno a los terrenos de la Estación. La autora, recordemos, propone comprender la especificidad del capitalismo como el proceso histórico por el cual una cantidad cada vez mayor de asuntos de interés público se someten a la decisión privada, a una esfera separada e independiente de la “política”, llamada “economía”. Esa separación está en la base de la relación social capitalista, de la acumulación de capital (desposesión) y, también, de la lucha de clases. Cuando el capital sale de la fábrica y se expande sobre todo el territorio de la vida social, sobre la totalidad de sus relaciones y actividades, esa separación continúa sus pasos: ahora ese proceso refiere a la separación de los diversos sujetos de las condiciones de producción y reproducción de su vida social, que incluye la capacidad de planificación y producción de la ciudad en la que se quiere vivir.
Una mirada atenta podrá leer, en la convocatoria hecha desde OSA, cómo ese proceso penetra y se expande hasta el último rincón del territorio: “Debemos tener en cuenta que este predio, alrededor de 40 has. es el último espacio de la ciudad de Mendoza, que por su ubicación e historia, permitirá la creación de un lugar para todos los mendocinos” (documento I, cursivas mías). Es por eso que, en la formulación de su demanda, el grupo enfatiza el derecho a la participación de la sociedad civil en la planificación sobre los terrenos como una de los asuntos más importantes: qué hacer, cómo y cuándo, es decir, decisión colectiva sobre la producción de un bien común. El “Planeamiento y gestión participativa sobre los destinos de estos terrenos” será uno de los puntos del programa que van a mantener durante todo el conflicto.
El proceso que describo coincide con el proceso grupal, el momento no exento de tensiones en el que colectivos sociales con diferentes experiencias laborales, culturales, políticas, familiares, a través del intercambio y la puesta en común, comienzan a percibir cómo una misma circunstancia tiñe sus problemáticas, aún cuando lo hace de manera “desigual y combinada”. Es decir, hacen de ese conflicto, un terreno de la lucha de clases constituyéndose como clase en la lucha por el derecho a la ciudad. Dice Harvey:
La cuestión de qué tipo de ciudad queremos no puede estar divorciada de la que plantea qué tipo de lazos sociales, de relaciones con la naturaleza, de estilos de vida, de tecnologías y de valores estéticos deseamos. El derecho a la ciudad es mucho más que la libertad individual de acceder a los recursos urbanos: se trata del derecho a cambiarnos a nosotros mismos cambiando la ciudad. Es, además, un derecho común antes que individual, ya que esta transformación depende inevitablemente del ejercicio de un poder colectivo para remodelar los procesos de urbanización (Harvey, 2008: 23).

Esa conflictividad está presente en la experiencia de lucha por la recuperación de la Estación a partir del debate sobre qué ciudad queremos, qué modelo de desarrollo; y, paralelamente, quién define ese conjunto de cuestiones.
 (…) me gustaría que al final se reflexionara, y creo que esto apunta a ¿Qué ciudad queremos hacia el futuro? Tenemos que empezar a aprender a mirar al futuro y a empezar a planificar desde el presente, porque no se trata de un hecho aislado, el proyecto es de Puerto Madero o el proyecto de los terrenos del ferrocarril, sino que forma parte de un conjunto de acciones y formas de comportamiento que también se ven en otras ciudades, (…) es decir, situarnos ¿en qué modelo de desarrollo nos encontramos? ¿ese modelo de desarrollo neoliberal de la década del 90 ha dejado de existir? ¿Por qué es importante situarnos en esto? porque ¿quienes son los actores sociales que hoy día están decidiendo sobre la construcción de nuestra ciudad? eso es muy importante que nosotros lo podamos definir. (…) tiene que ver con el tema de generar una política de Estado para un desarrollo territorial en la Argentina; es decir, que atienda el tema de los desequilibrio territoriales, los desequilibrios sociales, que (…) la lógica del mercado que ha generado ese modelo liberal determina esas divisiones, esos fraccionamientos, esa segregación social (Gudiño, Observación Foro en la UNCu, 2008).

En síntesis, tanto desde los sujetos de la experiencia (los colectivos involucrados en el conflicto por los terrenos de la Estación) como desde los análisis técnicos y teóricos que realizan los/las cientistas sociales, se señala la privatización de los espacios públicos como las condiciones de la conflictividad. Hay una cierta conciencia del carácter territorial que la lucha política tiene hoy. Es a partir de esa territorialización del conflicto que los sujetos formulan sus demandas: queremos decidir sobre el uso de la tierra, sobre el destino de los terrenos de la estación, aquel derecho a la ciudad que indicara Harvey. La apropiación privada de lo que es común, los terrenos públicos, y la cuestión de quién decide sobre el uso de esos terrenos, son los nudos del conflicto en torno a los terrenos de la Estación.

1 Las expansiones y reorganizaciones geográficas que motiva y realiza el capital, a menudo amenazan los valores fijados en un sitio (el capital fijo). En efecto, se enfrenta a un dilema: dada la tendencia a la sobreacumulación, el capitalismo necesita expandirse, pero el capital fijo actúa como una carga para la búsqueda de un ajuste espacial en otro lugar. Si el capital sobreacumulado no se moviliza, permanecerá en el lugar para ser devaluado. “El capital, en su proceso de expansión geográfica y desplazamiento temporal que resuelve las crisis de sobreacumulación a las que es proclive, crea necesariamente un paisaje físico a su propia imagen y semejanza en un momento, para destruirlo luego. Esta es la historia de la destrucción creativa (con todas sus consecuencias sociales y ambientales negativas) inscripta en la evolución del paisaje físico y social del capitalismo” (Harvey, 2004: 103). Sin dudas, este proceso social histórico que supone el desarrollo capitalista, la tendencia a la sobreacumulación de capital y la exportación de sus efectos (crisis) a lugares remotos, no responde a una “necesidad objetiva” en el sentido deshistorizado del término, sino que lleva consigo las marcas de la lucha de clases: las reivindicaciones y presiones del proletariado en la afirmación de sus derechos sociales y la falta de voluntad política de la burguesía para resignar alguno de sus privilegios de clase, bloqueando así la posibilidad de absorber la sobreacumulación mediante la reforma social interna. Es así como el colonialismo es parte constitutiva del proceso social capitalista; y el internacionalismo, una de las condiciones históricas de su resistencia.

2 Hay que recordar las luchas simultáneas que en la ciudad de Mendoza se estaban llevando a cabo durante el 2006-2008 por otros colectivos: la disputa en torno a los terrenos de la UNCu (apropiados por el grupo Vila); la lucha contra la mega minería contaminante (en Gral. Alvear, San Carlos, Tunuyán, etc.) y la alta participación y relevancia pública que tuvo la discusión del proyecto de ley de “ordenamiento territorial”, que trataremos hacia el final de este capítulo.

3 Esta cuestión se pone de manifiesto, principalmente, en los colectivos que han mantenido una relación cotidiana con la Estación de trenes. Por ejemplo, los ferroviarios, para quienes se trata de una vida vinculada a esos terrenos como el lugar del trabajo, como se sabe, lugar muy central en la vida de un sujeto. En el mismo sentido, pero más recientemente, en la experiencia de los habitantes de “la villa” Costa Esperanza”, el espacio de la Estación es terreno donde asentar la propia vivienda, donde procurarse la vida, donde encontrar un “techo”: ese conjunto de prácticas ligadas al espacio de la Estación será sostén de las resistencias que opondrán dichos habitantes ante el desalojo que llevará adelante la Municipalidad de Capital en septiembre de 2007. Igualmente, si bien Casa Amérika no tenía una trayectoria vinculada a la Estación, será a partir de su práctica particular, la experiencia de okupación, que “descubrirá” su historia de la Estación y, paulatinamente, irá asumiendo el compromiso en la recuperación de esos terrenos como espacio público. En el capítulo siguiente, retomo algunos aspectos de esta problemática en relación a los debates sobre los lugares de la memoria y el vínculo entre memoria y política.

4 “(…) el producto, a diferencia del simple objeto natural, sólo se afirma como producto, sólo se convierte en producto en el consumo. (…) pues la producción no es producto como actividad objetivada, sino sólo como objeto para el sujeto actuante” (Marx, 2008: 66).

5 Así, “la separación del trabajo de los medios de producción es la condición previa de la existencia de éstos como capital. Las condiciones de trabajo se enfrentan al trabajador como capital ajeno” (Bonefeld, 2004: 46).

6 En el capítulo V voy a volver sobre la cuestión de la lucha de clases, en particular sobre la diferencia entre el concepto de clase y el de clasificación (Holloway, 2002); distinción que hace a dos maneras radicalmente diferentes de teorizarla: una mirada que la entiende preconstituida a partir del lugar que ocupan los sujetos en la producción y una que se mantiene atenta tanto al proceso de constitución del lugar en la producción (conflictivo y, por ello, dinámico y siempre en cambio) como así también a las posibilidades que, en cada momento, tienen los sujetos de identificar sus diferentes experiencias sociales en un nosotros que los constituya como colectivo; proceso histórico en el que interviene la historia política y cultural de los sujetos tanto como los asuntos económicos, sus tradiciones, orden simbólico y particularidades políticas, determinadas por las coordenadas espacio-temporales.