En primer lugar,  quiero notar que los conceptos que intento relacionar –el de espacialización de  la lucha política en el capitalismo tardío, el de memoria y el de experiencia-  constituyen los núcleos problemáticos a partir de los cuales procuro  interpretar la lucha por la recuperación de la Estación como espacio público.  La perspectiva utilizada se liga al “giro experiencial” del que da  cuenta LaCapra (2006); y el “giro subjetivo” advertido por Beatriz Sarlo  (2005). Respecto del primero, el autor señala la importante revisión a la que  se vio sometida la historiografía durante la década pasada, como consecuencia  del impacto que produjo el haber retomado el concepto de experiencia, en  particular, aquella ligada a los grupos subalternos, y la relación conflictiva  que existe entre su memoria y la historia (LaCapra, 2006: 17) 1.  Proceso que desembocó en una mayor atención a la microhistoria y al  problema del status y naturaleza del testimonio como relato de la  experiencia. 
    En segundo lugar, y  vinculada a la anterior, se encuentra aquella tendencia advertida por Beatriz  Sarlo en Tiempo pasado, la existencia de un “giro subjetivo” como  base de la nueva cultura de la memoria. Hace décadas los/las historiadores/as y  científicos/as sociales se desplazaron hacia los márgenes, las estrategias de  lo cotidiano, el rastro de lo que se opone a la normalización y el conjunto de  negociaciones, transgresiones y variantes que los sujetos oponen a los  itinerarios sociales dominantes; los cuales no habrían podido ser reconocidos  anteriormente por vicios de método. Este proceso ha desembocado en la  transformación del testimonio en un recurso importante para la reconstrucción  del pasado.
    Remitirme a la  noción de experiencia y en especial a la de los sectores subalternos, exige  especificar la condensación de sentidos que pone en juego y las controversias  que la misma noción plantea. La primera dificultad que encontramos es que, tal  como advierte Grüner, el propio significante “experiencia” parece excluir toda  posibilidad de acercamiento conceptual, pues en cuanto intentamos apresarla la  experiencia como tal ha desaparecido. Lo que está en juego es el problema de la  transmisión de la experiencia, y las posibilidades que abre el discurso, a  través del testimonio, a su narración. Beatriz Sarlo se pregunta, 
  ¿qué relato de  la experiencia está en condiciones de evadir la contradicción entre la fijeza de la puesta en discurso y la movilidad de lo vivido? ¿guarda la  narración de la experiencia algo de la intensidad de lo vivido, de la Erlebnis?  [...] ¿el relato, en lugar de re-vivir la experiencia, es una forma de  aniquilarla forzándola a responder a una convención? (Sarlo, 2005: 27). 
Sin duda, se trata  de una tensión que nos exige advertir el error que significaría un  desplazamiento hacia cualquiera de los extremos; esto es, tanto hacia el  irracionalismo como hacia el empirismo ingenuo que pone la experiencia antes y  por fuera de cualquier condición simbólica. Siguiendo a Grüner, creo que es  posible (aunque sea provisoriamente) reencontrar esa dialéctica negativa entre la experiencia y la palabra, donde ésta capture intermitentemente el  centelleo de la experiencia haciéndola pensable sin momificarla en los nichos  del concepto (Grüner, 2002: 297). 
    La problemática  resulta relevante pues, si la existencia de las clases “solo puede entenderse  en la conceptualización de su génesis, a través de la constitución histórica de  su existencia establecida” (Bonefeld, 2004), el relato de la propia  experiencia, la capacidad para articular pasado, presente y futuro, puede ser  el recurso para comprender el proceso de constitución de una clase. En tal  sentido, coincido con Sarlo en el hecho de que no existe testimonio sin  experiencia ni podemos encontrar la experiencia por fuera de su narración,  prescindiendo del testimonio. Se trata de reivindicar el lenguaje, de la misma  manera que lo hace dicha autora, como aquello que libera lo mudo de la  experiencia y la hace comunicable (Sarlo, 2005: 29). Primo Levi había advertido  sobre el vano intento de querer “re vivir” un pasado que había perecido junto  con quienes sucumbieron en él: los sobrevivientes del nazismo no son la verdad  de lo acontecido. No obstante, si aquella verdad de la experiencia pasada resta  para siempre inaccesible para el presente, tampoco ello convierte al pasado en  una mera hipertextualidad. Los sucesos del pasado no existen únicamente como  relato oral o en el texto; si así fuera la historia y la práctica misma de los  sujetos en procura de transformar/reproducir sus condiciones de existencia  carecerían de dimensión real, serían una ficción formalista y autorreferente  (LaCapra, 2007) 2.  Debemos advertir, que la reconstrucción histórica (y el intento de dar  continuidad a la relación pasado-presente, el problema de la transmisión de la  experiencia) procede introduciendo un corte en el continuo del pasado, al  inscribir todo lo acontecido en las coordenadas, imaginarias y simbólicas, del  presente (historización del recuerdo); una operación que implica el pasaje  desde la inmediatez plena e intransferible de la mismidad de lo vivido al  plano, comunicable pero discreto, del relato y la narración discursiva (De  Santos, 2006: 64). 
1 Este “giro”, según Lacapra, provocó un creciente interés en la historia oral y el rol que ésta desempeña en la recuperación de las voces y experiencias de los grupos subordinados u oprimidos; a la vez que condujo a tomar conciencia de la importancia de la historia traumática y de la vivencia de acontecimientos límite o extremos. en afinidad con estas transformaciones, en el campo de la sociología, se ha enfatizado, en los últimos años, la cuestión de las identidades y experiencias de los sujetos.
2 Según LaCapra, el pasado nunca es simplemente ausencia o nada, entre otras cosas porque nunca fue presente pleno o “ser”; sino que fue marcado por sus propios pasados y sus más o menos engañosas anticipaciones de futuros.