SUJETOS SUBALTERNOS, POLÍTICA Y MEMORIA

SUJETOS SUBALTERNOS, POLÍTICA Y MEMORIA

Mariano Salomone (CV)

La Estación como escenario político: lugar de la memoria histórica

Nosotros nos vamos ya, de acá a poco tiempo nos vamos… la macana es que quedaron los muros”. Qué otra cosa de la Estación podría permanecer más que sus paredes, aún todo lo arruinadas como puedan encontrarse. ¿Cuál puede ser mejor índice del paso del tiempo sino el estado de sus hierros y estructuras? La frase de Don Leal quizás tenga que leerse en relación a lo señalado en el apartado anterior, como un intento de encontrar alguna solidez a todo lo que se creía estable e inamovible. Los ferroviarios han visto “desvanecerse”, en las últimas décadas, la Estación: el cierre de los ferrocarriles, las privatizaciones, los despidos, su abandono y deterioro, ahora su posible venta a Puerto Madero.
Al comienzo de este capítulo, señalaba las marcas territoriales que podemos encontrar como producto de la lucha de clases, los procesos de territorialización de la política. Esto implica analizar los espacios físicos, sus transformaciones a lo largo del tiempo como escenarios en los que se han desplegados demandas y conflictos entre diferentes grupos y fuerzas sociales. En ese sentido, las marcas territoriales también pueden entenderse como índice de ese proceso de territorialización de su historia, esto es, como nexo entre pasado y presente. En efecto, los llamados “lugares de la memoria” (monumentos, memoriales, etc.) pueden constituirse en puntos de entrada para analizar las luchas por las memorias y los sentidos sociales del pasado reciente (Jelín y Landgland, 2003).

La Estación del ferrocarril, a través de sus marcas en el espacio físico, puede dar cuenta de las disputas políticas de las que, a lo largo de su historia, fue objeto. Gran parte de este capítulo está dedicado a dar cuenta del proceso por el cual la imagen de la Estación se constituye en figura de la historia política del país. En tanto lugar que evoca esas memorias políticas, interviene en las disputas del presente, en los conflictos entre los diferentes proyectos ideológico-políticos en torno al destino de sus terrenos.
Como se sabe, hay un cierto presentismo en el funcionamiento de la rememoración, un anclaje profundo de la memoria colectiva en el presente. Por ello, el análisis de la memoria debe evitar la disyuntiva entre recuerdo/no-recuerdo (memoria-olvido) y pasar a analizar la manera como ambos se relacionan con el presente que se rememora: los pasados que recuerda (y los que olvida); los presentes que avala (y aquellos que desacredita); las alternativas políticas que permite visualizar (y las que ciega); los proyectos a futuro que imagina (y los que reprime).
Ahora bien, la Estación como lugar en el que se ponen en juego memorias socialmente determinadas, inscribe el conflicto alrededor de los terrenos de la Estación en una perspectiva histórica, esto es, articula la conflictividad del presente con el pasado y con el futuro. Ese proceso de simbolización histórica, según Jelin y Landgland, es el que convierte a los “espacios” físicos en “lugares” con ciertas significaciones histórico-sociales singulares: “lo que antes era un mero ‘espacio’ físico o geográfico se transforma en un ‘lugar’ con significados particulares, cargados de sentido y sentimientos para los sujetos que lo vivieron (Jelín y Landgland, 2003: 3). Para las autoras, la investidura afectiva de estos lugares ocurre en el plano personal (pues traen recuerdos a cada individuo/a de lo que ha vivido en él), no obstante, estos interesan en la medida que son a la vez significativos para una colectividad, por el valor simbólico y político que expresan algunos rituales conmemorativos. Así, el objetivo del análisis histórico y social es comprender, tanto la multiplicidad de sentidos que diferentes colectivos han otorgado y otorgan a estos espacios físicos, como también los procesos sociales y políticos, las prácticas, a través de los cuales los sujetos colectivos logran inscribir los sentidos en esos espacios; o sea, los procesos que llevan a que un espacio se convierta en un lugar. Dar cuenta de este proceso es el objetivo de este apartado, e igualmente, esa transformación del espacio físico en lugar de la memoria, será lo que caracterice la experiencia organizativa en torno de la okupación por parte de Casa Amérika (ver capítulo VIII).
La instancia que hace posible la transformación de un espacio físico en un lugar de la memoria, es la praxis de los sujetos 1. Los lugares de la memoria, la construcción de monumentos, la conmemoración de fechas y acontecimientos del pasado, el convertir a estos procesos de rememoración en una cosa pública, son todas cuestiones que devienen de la práctica de los sujetos, del encuentro e intercambio entre ellos/as, de la búsqueda de reconocimiento de su memoria y legitimidad política. En efecto, la construcción de monumentos y memoriales sólo es y puede ser el resultado de la acción de los grupos y por ello, siguiendo a Jelín y Landgland, es preciso diferenciar entre el “lugar físico” y el “lugar de enunciación”, es decir, la ubicación social de los sujetos que otorgan sentido e incorporan sus memorias a ese lugar.
Nosotros nos vamos pero los muros quedan. Retomo esta frase porque de alguna manera anuda y expresa, en forma densa, cuestiones importantes en la experiencia de los sujetos que se reúnen en torno al conflicto de la Estación, esa compleja amalgama entre lo histórico (la transmisión generacional), la política (la constitución de sujetos) y el lugar de la memoria en dichos procesos. Por decirlo en los términos de Benjamin, la tarea a la que parecen avocarse los sujetos (fundamentalmente los ferroviarios), es la de la recuperación de las ruinas para una lectura a “contrapelo” de su historia, su imagen pasada justo en el momento de peligro. La posibilidad de reconstruir la historia a partir de la materialidad heredada, en este caso, de las ruinas como memoria objetivada, se realiza desde los conflictos del presente (la edad y estado de esas paredes, sus significaciones, la disputa por sus destinos posibles), aunque para ello se recurra al pasado, a la imagen de la “vieja Estación”.
La macana es que quedaron los muros… pero, ¿quién los deja? ¿a quién le quedan, o quiénes los toman y los recuperan? La frase de Don Leal manifiesta sin dudas el problema de la transmisión: cuestión central en la problemática de la memoria, pues tal como supo enfatizar Yerushalmi (1988), más que un olvido colectivo, la ausencia del recuerdo debe entenderse como una interrupción en los mecanismos de transmisión generacional 2. En tal sentido, pienso que la frase está indicando un esfuerzo por hacer efectivo algún tipo de transmisión entre pasado y presente, da cuenta de un deseo de transmisión que es doble, dialógico, es tanto un deseo de testimoniar la experiencia de vida pasada, de socializar su memoria como, del otro lado, refiere al deseo de quienes convocan a dar testimonio, interesados en escuchar sus palabras3 .
En tal sentido, algunas dinámicas que encontramos en la experiencia de recuperación de la Estación como espacio público se acercan a las cuestiones planteadas en el debate sobre la construcción de monumentos, aunque no se haya intentado construir formalmente uno de ellos4 . Según Hugo Achugar, el monumento puede entenderse como la construcción de un signo que intenta vincular pasado y futuro, que se supone habrá de avisar a los que vienen detrás qué fue lo que pasó antes, es decir, como objetivación de la memoria (Achugar, 2003: 192). El autor afirma que el monumento trata de vencer al tiempo y al olvido, de reafirmar un origen. En efecto, podemos entender la frase como el intento de fijar a las paredes un sentido que sobreviva al paso del tiempo, a la transitoriedad de nuestras vidas. La memoria de la Estación como una memoria estacionada.
Ahora bien, esto último acerca de la problemática de la memoria remite a dos cuestiones que están íntimamente relacionadas, lo generacional y la relación entre política y memoria. En primer lugar, lo generacional, permite pensar que la memoria no solo varía en función del poder de clase, etnia y género, sino también de la edad, de la condición etaria: cada generación aporta y elimina algo, lo cual no siempre se produce sin tensiones ni conflictos (Achurar, 2003: 194). Es decir, lo generacional es constitutivo del lugar desde el cual se habla, desde dónde se rememora el pasado y se significa un espacio (lugar de la memoria). Las diferentes posiciones que definen esos “lugares de enunciación”, tal como mencionaba más arriba, en términos generacionales, se manifiestan en la forma como experimenta cada uno la “memoria viva”. Así, mientras aquellos pertenecientes a la primera generación la experimentan como proceso por el cual se van transformando de sujetos de la memoria en “objeto” de la memoria, lo cual los expone a confrontar la manera como los otros “recuperan” su pasado (los más jóvenes podrían estar elaborando un lugar de memoria totalmente ajeno o diferente, eliminando algo que parecía fundamental a la generación anterior); en los más jóvenes, la memoria está en proceso de construcción, incluso es algo que forma parte todavía del futuro: aquello que los jóvenes construyen, como se dice, no es sólo su futuro, sino también la memoria de lo que será su pasado. El conjunto de estas posiciones abarca una serie de alternativas que se encuentran tensionadas entre dos extremos. Por un lado, la pretensión de una continuidad absoluta entre pasado y presente que prolongue, sin más, los sentidos con los que la generación precedente forjó su experiencia pasada (sus deseos y proyectos); por el otro, quienes desconociendo el camino recorrido, creen que todo comienza de cero cuando ellos llegan. Tal como advierte Blas De Santos, en la transmisión entre pasado y presente se juega la constitución de todo sujeto humano y las condiciones de su autonomía. El pasaje generacional y la transmisión de la experiencia cultural marcan esa posibilidad, cuyo punto crítico es la necesaria, pero conflictiva, apropiación de los rasgos y sentidos que marcaron los deseos y proyectos de la generación anterior, para alcanzar la autonomía de los propios. En tal sentido, podemos advertir el carácter político que conlleva lo generacional, en la medida en que traduce el compromiso de lo personal en la apropiación del legado recibido, “lo generacional es político” (De Santos, 2006a: 127)5 .
Este es uno de los aspectos en que se tocan política y memoria, el punto en el que una política de la memoria (como puede ser la construcción de monumentos) se define, para los sujetos, como transmisión o mandato. Algo que se pone particularmente en juego cuando se trata de la construcción de monumentos en el espacio público.
Desde las clases dominantes se procura una memoria unívoca, intentando fijar en el espacio físico un sentido único de lo que fue el pasado según las significaciones que ese colectivo (históricamente situado, marcado por inscripciones de clase, etnia, género y edad) desea preservar en un momento determinado: la particularidad de un presente impulsado a prolongarse en el tiempo, hacia el futuro, con la pretensión de sobrevivir “siempre igual” a su impronta de origen.
Teniendo en cuenta esto, es posible entender la memoria pública, entonces, como un “campo de batalla” en el que diferentes memorias (populares, oficial, etc.) compiten por la hegemonía. En tal sentido, los lugares de la memoria serían espacios de materialización de ese campo de batalla que es la memoria pública. El monumento y los memoriales, el conjunto de las conmemoraciones, en tanto signos de lo que fue el pasado, son también un signo ideológico, esto es, constituyen un terreno en el que se lleva a cabo una disputa por su significación (Voloshinov, 1992). En efecto, más que ver al monumento como mensaje unívoco, consensuado y gestor de nuevos consensos, lo que se despliega en torno a su constitución es un escenario de luchas de sentido, de definición de distintos “nosotros” y de competencia entre distintas memorias particulares, atravesadas por lo nacional, lo regional y lo internacional, así como también por el cruce transversal de la condición de clase, etnia y género sexual. En el corazón de la relación entre memoria e identidad de grupos y actores sociales se pone en juego un proceso de negociación y conflicto que, en sus efectos, establece cuan amplio o limitado va a ser el “nosotros” que rememora y conmemora.
Tratándose de la memoria pública, de la construcción de monumentos en el espacio público, estos no pueden ceñirse a la univocidad del sentido de lo pasado que en determinado momento un colectivo logra imprimirle. Es decir, si se trata de una construcción pública del espacio, su producción no puede excluir las subjetividades en juego y clausurar el diálogo cooperativo o conflictivo entre las memorias particulares de cada una de ellas. La construcción de monumentos, para ser una producción libre, debe abrirse a la potencia significante de un trabajo de creación colectiva, esto es, una que asegure la “libre asociación de todos lo productores de sentido” (De Santos, 2006: 208) 6. En la Estación esto se puso en juego y se expresó en ciertas actitudes. Algunos, no querían tocar las instalaciones (intentando preservar el lugar tal como había sido, lo más auténtico posible, intentando reconstruir su fisonomía original). Otros, Casa Amérika por ejemplo, lo primero que hizo fue pintar todas las paredes con sus propios colores. En términos de espacio público, el problema en relación a los monumentos, quizás no sea en qué medida mantiene una memoria fidelísima al pasado, o produce una versión distorsionada del mismo, sino que sea gestionada colectivamente.
Ahora se advierte la importancia que tiene la memoria, como dimensión constitutiva, en la construcción de una política ciudadana, de la pluralidad y del disenso. Andreas Huyssen afirmaba que en esta cultura de la memoria, ante los efectos de la mundialización capitalista en lo que respecta a una sobrecarga de información y percepción, tenemos que preguntarnos cómo asegurar, estructurar y representar las memorias locales, regionales o nacionales: “es obvio que se trata de una cuestión fundamentalmente política que apunta a la naturaleza de la esfera pública, a la democracia y su futuro, a las formas cambiantes de la nacionalidad, la ciudadanía y la identidad” (Huyssen, 2000: s/n). El estallido de las identidades y la aparición de sus voces desde los “márgenes” de la cultura hegemónica, se encuentra en la base de los procesos histórico-sociales que han permitido, en muchos lugares del mundo, relacionar la cultura de la memoria con procesos democratizadores y con políticas de derechos humanos que buscan expandir y fortalecer las esferas públicas de la “sociedad civil”. Tal como expresa Hugo Vezzetti:
(…) creo que en las formulaciones de la memoria se expresa un estado de la edificación democrática en la sociedad y en el Estado. Y es difícil pensar que un ejercicio político de recuperación del pasado, esclarecedor, responsable, con efectos emancipatorios sobre los sujetos y las prácticas, pueda florecer en medio de las formas crudamente instrumentales de la intervención en los asuntos públicos y los arreglos de corto plazo, en una trama de poderes fácticos que encuentra su expresión favorita en lo que hoy se llama “operaciones políticas (Vezzetti, 2009: 159).

1 He preferido mantener la noción de “sujeto” de la memoria antes que otras categorías, como la propuesta por Elizabeth Jelín de “emprendedores”, a través de la cual intenta pensar a estos sujetos y sus prácticas (Jelín, 2002: 48). Por una parte, pienso que resulta algo desafortunada la etimología del término, tal como ella advierte, ya que está históricamente ligada a la noción de empresario-empresa y a la idea del lucro privado. En esa línea, quizás en su significación tienda a expresar con mayor énfasis la instancia del “yo” (generador-creativo: nótese que serán las característica que ella misma le atribuye) por sobre la colectiva. Por otra parte, y principalmente, no acuerdo con el uso que pretende dar, específicamente para diferenciar “emprendedores/as” de los/las “militantes de la memoria”. Según Jelin, contrariamente a estos últimos, “el emprendedor es un generador de proyectos, de nuevas ideas y expresiones, de creatividad -más que de repeticiones-” (Jelín, 2002: 48). Como si el hecho de ser o haber sido un militante social, expusiera a una memoria “literal” (intransferible) y no “ejemplar” (posible de traducirse en demandas generalizables), dicho en los términos de Todorov, que la misma autora ha revisado, un “nosotros excluyente” al que le resulta imposible incluir a “otros/as”.

2 Habría que señalar que, si bien el texto de Yerushalmi tiene la gran ventaja de poner de relieve la cuestión de la transmisión en la problemática de la memoria colectiva, su enfoque tiende a oponer la memoria (recuerdo) al olvido (no- recuerdo), algo que será ampliamente discutido en los estudios de la memoria. Volveré sobre esto más adelante.

3 El contexto en el que fueron dichas estas palabras permite pensarlas en este sentido del deseo de transmisión. Se trató de una actividad organizada por el colectivo Casa Amérika (el grupo con miembros más jóvenes de los colectivos analizados en este trabajo) en diciembre de 2007, llamada “Cuenterías”, en la cual se invitó a algunos ferroviarios (participaron entre otros dos jubilados, uno es Don Leal) a realizar una especie de “visita guiada” por la Estación: realizar un recorrido por las instalaciones mientras relataban su vivencia, el funcionamiento del ferrocarril, algunas anécdotas, etc. La frase fue dicha hacia el final de la actividad, en la que se propuso una puesta en común entre los ferroviarios y las personas que habían asistido y participado de la actividad, instancia que buscaba fomentar el intercambio entre ambos.

4 No obstante, la ley que lo declara patrimonio histórico provincial expresa este aspecto.

5 Este tipo de abordaje a la problemática de la memoria, el que vincula la transmisión generacional (tradiciones e identidades políticas) y las condiciones de constitución de sujetos, se encuentra presente en todos los trabajos de Blas de Santos. No obstante, de manera condensada podemos encontrarla en “Subjetividad, memoria y política” y “La técnica: una memoria sin tiempo” (De Santos, 2006); “Memorias traumáticas de pasados recientes” (De Santos, 2009).

6 Ciertos dilemas relativos a la construcción de y en el espacio público, como es la gestión de los monumentos, serán tratados también en los capítulos VII y VIII, a propósito de las experiencias de OSA y Casa Amérika respectivamente.