En continuidad con  lo anterior, puede decirse que el problema de la proliferación de identidades  particulares y fragmentos culturales puede historizarse como producto de la  expansión multinacional del capitalismo. Es decir, corresponde a un momento  histórico-social de particular articulación entre economía, política y cultura  que define la organización social en el capitalismo tardío. Ahora bien, el  “giro cultural”, parafraseando el célebre texto de Frederic Jameson, constituye  hoy una especie de reciprocidad entre economía y cultura: mientras la economía  se vuelve toda ella cultural, la cultura se vuelve toda ella económica.
  Así, cualquier  nueva teoría del capital financiero tendrá que extenderse hacia el reino  expandido de la producción cultural para explorar sus efectos: en rigor de  verdad, la producción y el consumo cultural de masas –a la par con la  globalización y la nueva tecnología de la información- son tan profundamente  económicas como las otras áreas productivas del capitalismo tardío y están igualmente  integradas en el sistema generalizado de mercancías de éste (Jameson, 2002:  190).
Entonces, ¿qué  ventaja habría, frente al viejo reduccionismo economicista, en promover un  reduccionismo inverso, ahora culturalista? La restitución de esa pregunta lleva  a retomar la relación de los estudios  culturales con la tradición del marxismo. Los estudios culturales, en su  lucha contra el economicismo produjeron un culturalismo que significó un reduccionismo invertido pero simétrico al anterior.  Paradójicamente, como advierte Grüner, el éxito de los estudios culturales (y  de la reducción de la economía a lo cultural) opera en el momento en que el  capital se hace cada vez más abstracto (proceso que se da bajo la hegemonía del  capital financiero) y el conjunto de las fuerzas inmateriales (el conocimiento,  la información, la comunicación, los afectos, etc.) constituyen, según se dice,  las fuerzas productivas principales del modo de producción: 
    (…) el  movimiento es, o al menos parece, paradójico: los estudios culturales  colonizan, explícita o implícitamente, los discursos previos rígidamente  disciplinarios (de la filosofía a la antropología, de la teoría literaria a la  historia, de la sociología a la semiótica, y via diciendo), de manera que todo  queda subsumido en (y sometido a) la Cultura. Pero [...] la Cultura es hoy el  modo de producción (capitalista) como tal (Grüner, 2002: 38).
Es decir, en  momentos donde la “cultura” se encuentra profundamente imbricada con lo  “material” (en sentido amplio de las condiciones de producción y reproducción  de la vida) pareciera que los conflictos se vuelven inmateriales, que ya nada  tiene que ver ni con la producción material ni con disputar las condiciones  económicas actuales. Se trata de una inversión en donde lo que se ve (el mundo  de lo visible) está dado por la multiplicidad, la proliferación de fragmentos  culturales; a la vez que, en el nivel de los proceso materiales, lo que se  produce es la unificación del mundo bajo la lógica del capitalismo, bajo la  lógica de la mercancía y los imperativos del mercado. Esta lógica de  unificación implica al mismo tiempo una lógica de homogeneización. Ahora bien,  la pregunta es cómo esa inversión produce, en consonancia con el borramiento de  la lucha de clases, la percepción de que el terreno de la lucha es únicamente cultural (por la redefinición  de los códigos y los nombramientos simbólicos). 
    En esa misma línea  argumentativa se orienta la crítica que viene realizando Eduardo Grüner a los Estudios Culturales, en particular, a  las dificultades que tiene dicha corriente frente a los problemas que plantea  el multiculturalismo. En torno del  multiculturalismo se pone en juego esa contradicción en las condiciones de  existencia (entre multiculturalismo y universalismo) que produce ciertas  dificultades a la conceptualizción del conflicto social: el multiculturalismo  puede caer en una coartada para reconocer la fractura constitutiva del sistema  capitalista. En tal sentido, Grüner afirma que no se trata de desacreditar los  posibles aportes teóricos que hayan podido realizar los Estudios Culturales,  sino de señalar sus limitaciones para reinscribirlos en la construcción de un  pensamiento crítico: ello implica más que cuestionar sus respuestas, restituir  los interrogantes no formulados, principalmente la pregunta por las relaciones  entre los fragmentos y la totalidad (Grüner, 2002: 79).
    La labor de  “observación etnográfica” que llevan a cabo los Estudios Culturales como  registro minucioso y diversificado de las dispersiones y fragmentaciones  político-sociales producidas por el capitalismo tardío, tienen su razón de ser  en las profundas transformaciones sociales descritas más arriba. (Grüner, 2002;  2008). La insistencia del multiculturalismo en la fragmentación, se aproxima a las imágenes posmodernas del mundo  contemporáneo como constituido por una multiplicidad de fragmentos culturales,  cuya superposición contingente imposibilitaría cualquier intento de  reunificación del sentido. De ahí en más, se lanzan a la búsqueda y el  “reconocimiento” de estos diferentes fragmentos. Ahora bien, enfrascados en esa  búsqueda, han producido una “fetichización  de los particularismos” (Grüner, 2002: 73); que ha significado una  considerable pérdida del espíritu crítico y político a favor del mero registro,  más o menos descriptivo, de los nuevos fenómenos “microsociales” o  “multiculturales”, algo en verdad muy distinto de lo que sería su  reconocimiento teórico y político. Así, en la lucha encarnizada contra el  universalismo, proponen la aceptación indiscriminada y desjerarquizada de  cualquier particularidad identitaria. El problema, como advierte Grüner, es que  el multiculturalismo no es necesariamente una alternativa al universalismo: 
    (…) es el  fetichismo inverso, o sea, la otra cara de lo Mismo, que, de una manera  ultrarrelativista, produce la bondad intrínseca del “fragmento”, sin referencia  alguna a su lugar (no siempre “contingente”) en la totalidad-modo de  producción. Ante la negación fundamentalista de la Particularidad, tenemos  ahora la negación multiculturalista de la Universalidad. En ambos casos, la  verdadera negación, de consecuencias trágicas, es la del irresoluble conflicto  entre lo Particular y lo Universal (Grüner, 2002: 130).
Parece acertado  interpretar esta imagen de dispersiones infinitas como síntoma de las condiciones históricas del capitalismo tardío: la  presencia masiva del capitalismo como sistema mundial universal queda  invisibilizado en el colorido de la multiculturalidad.
    (…) la  conclusión que se desprende de lo expuesto es que la problemática del multiculturalismo  que se impone hoy –la coexistencia híbrida de mundos culturalmente diversos- es  el modo en que se manifiesta la problemática opuesta: la presencia masiva del  capitalismo como sistema mundial universal. Dicha problemática  multiculturalista da testimonio de la homogenización sin precedentes del mundo  contemporáneo (Zizek, 2008: 176).
Así, queda expuesta  la antinomia del posmodernismo: la equivalencia entre un índice de cambios sin  paralelo en todos los niveles de la vida social y una estandarización sin  precedentes de todo (sentimientos y bienes de consumo, lenguajes y espacio  edificado) lo que parezca incompatible con esa mutabilidad; todo lo cual, deja  profundos efectos en la concepción que tenemos de cambio. Pues, 
    La  persistencia de lo Mismo a través de la Diferencia absoluta […] desacredita el  cambio, dado que en lo sucesivo la única transformación radical imaginable  consistiría en poner fin al cambio mismo. Pero aquí la antinomia resulta  realmente en el bloqueo del pensamiento, ya que la imposibilidad de pensar otro  sistema salvo mediante la erradicación de éste termina por desacreditar la  misma imaginación utópica […] (Jameson, 2002: 89).
Para Slavoj Zizek,  siendo que nada escapa en el horizonte de la imaginación social a la lógica del  mercado, ya no sería posible considerar una eventual caída del capitalismo  (todos tácitamente aceptan que “el capitalismo está aquí para quedarse”); y la  energía crítica encontraría una válvula de escape en la pelea por las  diferencias culturales que dejan intacta esa homogeneidad básica del sistema  capitalista mundial, la falsa universalidad del mercado. 
    Hoy la teoría  crítica –bajo el atuendo de la “crítica cultural”- está ofreciendo el último  servicio al desarrollo irrestricto del capitalismo al participar activamente en  el esfuerzo ideológico de hacer invisible la presencia masiva de éste: en una  típica “crítica cultural” posmoderna, la mínima mención del capitalismo en  tanto sistema mundial tiende a despertar la acusación de “esencialismo”,  “fundamentalismo” y otros delitos (Zizek, 2008: 176).
El problema, siguiendo a Grüner, es que la celebración multiculturalista de la diversidad de “subjetividades” y “estilos de vida” depende estrictamente de una subterránea unidad. Es decir, la invisibilidad de la brecha antagonista que produce lo Uno es lo que sostiene la imagen de la multiplicidad de identidades: “la multiplicidad más o menos intercambiable de las partes oculta la fractura constitutiva del todo (de lo que solía llamarse modo de producción)” (Grüner, 2002: 89).
La preocupación que  ha orientado este capítulo es la de establecer determinaciones en las  relaciones entre economía, política y cultura en esta fase del capitalismo. En  particular, la necesidad de distanciarnos de la mirada fragmentaria que promueve  la perspectiva liberal a partir de la serie de separaciones que efectúa en el  análisis de la realidad histórico-social. Separaciones que no pueden sino caer  en reduccionismos teóricos de distinto tipo, todos igualmente parcializados:  economicismo, culturalismo, politicismo. En fin, deshistorizaciones que  imposibilitan al pensamiento captar las determinaciones concretas de la  realidad social: “lo concreto es concreto porque es la síntesis de múltiples  determinaciones, la unidad de la diversidad” (Marx, 2008: 78). En esto se juega  el pensamiento histórico, esa capacidad del análisis para percibir la  historicidad del mundo en el que vivimos. 
    El conjunto de  separaciones aparece entonces, decía Marx, como un ideal que habría existido  desde siempre en el pasado. Es decir, no como la culminación histórica, un  producto de la historia, sino que se percibe como un dato natural (Marx, 2008:  56). En la Introducción de 1857, Marx  advertía cómo, las separaciones que había introducido la economía política de  su tiempo, producían irremediablemente la naturalización de unas relaciones  sociales que, en verdad, resultan ser específicas del capitalismo. Los  economistas ingleses, al hablar de la “producción en general”, no advertían las  determinaciones de la producción capitalista, ahora percibidas como eternas,  independientes de la historia. Una “mala abstracción” como efecto de la  “separación brutal” entre la producción y la distribución (Marx, 2008: 59). Un  mundo reificado a partir del cual la crítica de lo existente encuentra serias  dificultades. 
    Por el contrario,  la apuesta en este trabajo ha sido recuperar una visión de la realidad capaz de  mantener cierta perspectiva de totalidad como horizonte de lectura. Como ya he  advertido, una totalidad conflictiva que, en tanto contradictoria, se ve  sometida a un continuo proceso de totalización-destotalización-retotalización,  producto de su dialéctica negativa e inconclusa. En ese sentido, la mirada que  arroja Meiksins Wood sobre la organización social capitalista, permite iluminar  la forma como se produce, históricamente, esa separación entre la “economía” y  la “política”. Esto es, el carácter político del conflicto en el que se produce  la separación de la “economía” como esfera independiente y privada (el proceso  de privatización de lo público). La perspectiva de Meiksins Wood, que  adoptamos, se construye sobre la negativa a escindir economía y política, lo  que permite localizar las relaciones de poder que imperan en el dominio de la  “economía” (propiedad privada, explotación, mercantilización del conjunto de la  vida social, avance de la lógica privatizadora), su politicidad, desmintiendo  la ilusión de que se trata de decisiones neutras del mercado. Más bien lo  propio del capitalismo es el avance mercantilizador y privatista sobre todo  aquello que otrora fue considerado de interés público, común, y por lo tanto  sujeto a la decisión política de las mayorías. 
    En definitiva, esa  es la riqueza del pensamiento de Marx, que es preciso recuperar para el  análisis de lo social-histórico. La ventaja que adquiere la perspectiva de  totalidad es que permite cuestionar el conjunto de separaciones que el  liberalismo acepta como dadas. Ya que resulta indudable que Marx nunca redujo  la “economía” a la concepción bajo la cual la entienden los economistas, esto  es, como un saber técnico, como una esfera separada. Por el contrario, su  crítica a la economía política estaba dirigida a la disolución teórica de la  economía como “ideología burguesa” (Grüner, 2008: 32); como un pensamiento  social que, separaciones mediante, produce la naturalización de las relaciones  sociales capitalistas. La economía para Marx (aún teniendo en cuenta las controversias que originara la metáfora  base/superestructura) refiere a la totalidad del modo de producción y  reproducción de la vida social propia del capitalismo, y en ese sentido,  incluye la lucha de clases (lo político) como parte de su formación. Es en ese  terreno, parcialmente opaco para los sujetos vivientes, que éstos despliegan  sus experiencias. Experiencias que la lógica de las sociedades burguesas tiende  a fragmentar, aislar, separar; experiencias que hallan sentido en el terreno no  elegido de la historia, ubicadas, determinadas, ancladas en el suelo de lo  social -entendido en sus articulaciones económicas, políticas y culturales.
    La relación entre  la lógica de investigación y la lógica de exposición en el proceso de  investigación, en buena medida, fue delineando el horizonte de interrogaciones  en torno de la preocupación por la escisión entre economía, política y cultura  como campo de problema de las ciencias sociales. En efecto, impuso la búsqueda  de una perspectiva crítica y determinada, que permitiera, calando en la  historicidad y desde un horizonte de totalidad, reconstruir la lógica del  conflicto y poder de alguna manera, pensar los fenómenos sociales como lo dice  Marx: si el mundo se nos revelara a través de su apariencia, no necesitaríamos  construir ninguna explicación científica acerca de ese mundo. Se trata de ese  rodeo por el cual procuramos avanzar a través de ese mundo de la  pseudoconcreción, en contra de las pseudoevidencias que presenta, incluso a los  ojos de los/las cientistas sociales, el mundo de hoy: la presentación de la  lucha política como ligada a la identidad de los sujetos de manera fetichizada,  desanclada del conjunto de las condiciones materiales de existencia. 
    El intento de  construcción de una perspectiva crítica de lectura del conflicto social me ha  conducido a intentar la recuperación de una perspectiva que, tras los pasos del  materialismo histórico, me permitiera pensar las relaciones entre la forma  actual del capitalismo y las resistencias que los sujetos protagonizan,  ancladas a condiciones que son a la vez económicas (de espacialización de la  expansión capitalista), políticas (de recomposición de la lucha de clases) y  culturales (vinculadas a viejas tradiciones y nuevas formas de experiencia  política).