SUJETOS SUBALTERNOS, POLÍTICA Y MEMORIA

SUJETOS SUBALTERNOS, POLÍTICA Y MEMORIA

Mariano Salomone (CV)

Capítulo VIII: Casa Amérika: la “okupación” como forma de recuperación del espacio público

Este capítulo está dedicado al análisis de la experiencia organizativa llevada a cabo por Casa Amérika, colectivo artístico que decide la “okupación” como política de recuperación hacia principios del año 2006. En la primera parte de este capítulo, reconstruyo la experiencia grupal, su recorrido, poniendo énfasis en el proceso de identificación de Casa Amérika como sujeto colectivo, como momento propiamente creativo de la experiencia. La segunda parte, está dedicada a analizar el vínculo entre la okupación de la Estación y su recuperación como espacio público.
Casa Amérika es un grupo conformado por personas entre 20 y 35 años que tienen en común el dedicarse a la actividad artística: teatro, títeres, artes plásticas, música, diseño, cine, clown (malabares, acrobacias, etc.). La mayoría de ellos/as han hecho del arte su ámbito laboral, alternando algunas veces con otro tipo de trabajos. Si bien, como veremos más adelante, reivindican el arte callejero, la mayoría ha sido formada en circuitos académicos, ya sea que se encuentren graduados/as o estén cursando sus estudios, aunque también encontramos a quienes aprendieron su oficio “en la calle”. Cabe destacar también, la participación de un grupo de personas provenientes de las ciencias sociales (sociología y comunicación social) que estarán vinculadas a un taller de Historia Local que buscaba recuperar la historia de la Estación.

“Una calle nos une”: sobre la creación de un nosotros

Este primer apartado busca presentar la historia del grupo que conformó Casa Amérika; colectivo artístico que, como se verá, fue delineando trabajosamente una táctica, la okupación de la Estación, significada luego como estrategia de “recuperación del espacio público”, recorrido grupal que estuvo atravesado por las marcas que dejó el compromiso asumido en torno de la misma estrategia de okupación.
¿Cómo surge Casa Amérika? Todo indicaría que en marzo de 2006 ingresan las primeras personas al terreno de la Estación con intenciones de okuparla. Veamos qué fue lo que los/las movilizaba: “El momento fundamental es cuando queremos organizar "La Quema"1 y no encontramos lugar” (Entrevista a Ciro, 2008).
Por su parte el testimonio de Ali apunta en la misma dirección:
Y en realidad todo empezó con lo de la Quema, la “Fiesta de la Quema”…que si quería ayudarlos con eso. (…) Y así charlando con la Negra, con el Ciro y los otros, surgió la idea de la Estación…que existía ese espacio, vacío, abandonado y que por qué no lo íbamos a ver y qué se yo. Y lo fuimos a ver y ahí mismo nos pusimos a limpiar y a pensarla ahí (Entrevista Ali, 2007).

En efecto, el relato sobre los orígenes remite a un grupo de artistas que venían, desde hacía algunos años, realizando actividades vinculadas al arte callejero y al teatro comunitario: la Mansa Movida, la Ludoteca, el Cabildo de Juegos, la Quema del Tiempo son algunas de ellas.
Uno de los entrevistados ubica la celebración de La Quema dentro de esa trayectoria grupal, advirtiendo que en realidad se trata de una fiesta callejera y que, si durante los primeros años la organizaron en el Club Israelita, hacía dos años que la fiesta había “tomado la calle. Pero porqué tomar la calle, ¿qué significa lo callejero?
Yo creo que tenía que ver con lo público, que todo el mundo tuviese acceso, de alguna manera. Siempre tuvimos la contradicción de cobrar o no cobrar la fiesta, pero algo que tuvimos siempre como criterio fue “todo el mundo pasa”, porque la idea general era recrear las fiestas populares y como tal no era una fiesta que era nuestra, era una fiesta de lo popular, que venía de esa raíz. Entonces nada tenía que ver con el tema de lo privado y cuando pensamos en lo público, pensamos en que fuese un lugar que tuviese relación con la calle, donde de alguna manera ¿qué es lo que te permite? libremente elegir si estar o no estar en el lugar, eso es lo que tiene el arte callejero, ¿no? que se monta en un plaza y empieza la función y pueden estar pasando autos, perros, personas, pero vos solamente elegís con tu libertad, quedarte ahí. Si querés… te quedás y si no te vas en cualquier momento (Entrevista Ciro, 2008).

“Una calle nos une”, dice el mural que pintaron en una de las paredes de la vieja Estación (ver fotografía 9). A partir del relato de los/las entrevistados/as podemos advertir, desde el primer momento, la presencia de estas dos inquietudes simultáneas y solidarias: la “falta de espacio para desarrollar la cultura” y el deseo de recuperar lo público, manifestado como parte de esa preocupación, por reivindicar el arte “callejero” y el trabajo “comunitario”.
Y el objetivo fundamental era recuperar el espacio, darle vida nuevamente al espacio y el otro era desarrollar la cultura (Entrevista a Ciro, 2008).

Okupar un espacio que pensamos que es público ¿no? y que es nuestro y que está abandonado y que podría ser para la cultura, ya que no es para el tren, no es para nadie… y después nos enteramos que va a ser para las manos privadas otra vez… con más razón nos gustó la idea de quedarnos… de hacerlo ahí (Entrevista a Ali, 2007).

No obstante, resulta importante señalar que entre los miembros de Casa Amérika, el peso relativo de cada objetivo y la manera como cada uno de ellos/as los significa no es homogénea. Así, para algunos/as, la expectativa principal estaba depositada sobre la posibilidad de satisfacer la falta de espacio para desarrollar sus actividades artísticas, vinculando el proyecto a una “productora cultural” capaz incluso de crear trabajo…
Y… a mí me interesó por la parte de la Estación… con la necesidad del espacio, de entrenar o de poder ensayar (…). Okupar, okupar y tratar de eso, de tener el espacio para poder desarrollar esa parte… circense (…) (Entrevista Matu, 2008).

(Respecto del proyecto de Casa Amérika) Es un proyecto cultural (…) pero eso se puede desarrollar en cualquier lado, la “payasos” y algunas de esas cosas… la “ludoteca”, se pueden hacer en otros lugares (Entrevista Matu, 2008).

Porque… no era un proyecto social para mi, ¿no? tenía que ver la diferencia y yo la quería marcar, que era un proyecto cultural (Entrevista Ciro, 2008).

Por el contrario, otros/as miembros (o incluso la misma persona, en diferentes momentos de la experiencia) tenían la expectativa puesta en la conservación del lugar (la Estación) como espacio público:
(Pregunto ¿con qué expectativas te acercaste al grupo?) (…) de que eso concretamente no fuera a manos privadas y poder hacer un espacio, que en principio fuéramos nosotros, pero que no fuera de nosotros (Entrevista a Ali, 2007).

A la vez, es posible advertir que, entre las mismas personas que reivindicaban el carácter público de la Estación, lo hacían desde significaciones diferentes: unas, como reivindicación del arte callejero; otras, en oposición al uso privado.
 De cualquier modo, hay algo más que podemos percibir en estos relatos sobre el origen de la experiencia grupal y es que, junto a la falta de espacio, había también un “hacerse cargo” ante la indiferencia de quienes deberían haberlo garantizado (el Estado y “los políticos”), cuestión que se evidencia en el deseo de construir el espacio con manos propias y en la opción por mantener el carácter público del mismo. Dice uno de los testimonios respecto de la falta de espacio y la necesidad de desarrollar la cultura.
¿Qué pasaba? ¿Por qué nos interesaba también esto de desarrollar la cultura? (porque) Entonces yo decía ese proceso no lo hicieron los que lo tenían que hacer: los gestores culturales, los políticos y todo eso. Entonces… y con el circo pasaba lo mismo, decía, son espacios donde no habían espacios de formación, te curtís solo y lo hacés solo (Entrevista Ciro, 2008).

En los momentos inaugurales de la experiencia de Casa Amérika, los intereses y las preocupaciones que movilizaron a este primer núcleo que le da inicio quedaron expresados, por una parte, como falta de espacio para realizar La Quema (la producción de un evento cultural) y, por otra parte, como cierta inquietud por mantener el carácter callejero y comunitario de la cultura (espacio público). No obstante, es importante destacar que, desde un principio, ambas expectativas tendrán una amalgama de significaciones conflictivas, lo que por momentos hará dificultosa su convivencia. En lo que sigue de la historia del grupo su identidad continuará (re)definiéndose, particularmente, a partir de las acciones que como colectivo lleven acabo, donde las actividades que demande la okupación de la Estación será el principal factor común en torno al cual su identidad se organice, pero también, a través de la cual se transforme y recree.

Entrar a la Estación: un espacio denso

Yo había visto la Estación de trenes de alguna manera de lejos, de la calle Las Heras (…) Y entonces un día nos fuimos con el Eduardo, nos fuimos en la camioneta y entramos a la Estación (…) Y ya ahí…se me voló la cabeza (…) Porque ¿qué pasaba? Cuando vos cruzabas las vías no veías para el andén, porque estaban todos los matorrales gigantescos, entonces no se veía casi nada. Entonces la película fue que cuando entramos al andén y vimos las habitaciones y vimos todo como estaba… surgió la Estación (Entrevista Ciro, 2008).

La mayoría de las entrevistas señalan que el hecho de comenzar a okupar la Estación fue como “hacerla surgir” tras los matorrales, un des-cubrirla por debajo de los escombros y de las cenizas. Con la mirada puesta en la realización de la Quema del Tiempo, ingresan a la Estación a limpiar y a comenzar con las tareas para el armado del escenario donde se celebraría. En esta primera etapa se organizan alrededor de lo que llamaron los “domingos comunitarios”:
Entonces dijimos: bueno, vayamos los domingos. Los “domingos comunitarios” era ir, limpiar. Al principio era nada más que limpiar y, armar la escenografía para La Quema…el muñeco, todas esas cosas (Entrevista Ali, 2007).

Se trataba de realizar la limpieza del lugar: cortar yuyos, levantar escombros, recoger basura, correr y amontonar chapas, etc. A la vez, se intentaba poner en condiciones algunas habitaciones en las cuales poder funcionar: arreglar las puertas y ventanas, poner rejas, pintar paredes, etc. (ver fotografías 10, 11 y 12).
Lo crucial para entender esta etapa, desde la perspectiva que aquí nos interesa, es advertir que en este momento okupación y recuperación pública del espacio marchaban a la par. A la vez que el grupo se introducía cada vez más en la Estación, esa okupación se constituía en instancia a partir de la cual poder convocar a otros/as, vincularse, conocerse y proyectarse en ese lugar: organizar su recuperación como espacio público.
Y creo que otra cosa que sucedió, y que fue lo que nos dio fuerzas, es que la okupación eh… los tipos, yo me imagino que pensaron…“bueno, se van a meter, han limpiado una pieza y listo…ya está” (risas). Pero se fue sumando gente a esa primera etapa. Cuando se enteró la gente que estábamos okupando, que nos juntábamos los domingos, se fue sumando gente y en un momento de ser cinco, seis ñatos que habíamos caído a realizar algo, pasamos a ser veinte. Entonces…eso, sin duda que nos dio una fuerza (Entrevista Ciro, 2008).

La idea era, justamente, que la gente se acercara, que entendiera lo importante que era también toda la historia de ese lugar… ¿no? Los ferroviarios que todavía se siguen juntando… todo eso era parte, para mí, del proyecto de okupar ese espacio” (Entrevista Ali, 2007).

Efectivamente, se organizaron actividades y se pusieron en funcionamiento algunos talleres, en su mayoría artísticos, para “darle vida” al lugar: los talleres de percusión candombe, acrobacia en tela, trapecio, folclore, sikus, percusión africana y el de historia local fueron algunos de ellos (ver fotografías 13 y 14). En tal sentido, se puede decir que “okupar” la Estación era una acción que no sólo ponía en juego el espacio, sino que también comprometía al tiempo como parte de una auténtica pre-okupación, un comenzar a interesarse por la historia del lugar (por la recuperación de su pasado2 ), a interiorizarse en su realidad actual (los primeros diálogos con el gobierno, los encuentros conflictivos con la policía, las relaciones contradictorias con la villa, etc):
Yo creo que nunca nos dimos cuenta de lo que se iba a generar. Todos sabíamos que estábamos removiendo fantasmas, estábamos removiendo vidrios, estábamos removiendo… historias (Entrevista Ciro, 2008).

De “Casa Amérika” a “okupá tu espacio”: el proceso de creación colectiva

Tal como señalan los testimonios anteriores, durante la primera etapa se fue “sumando gente” al proyecto en curso, trayendo consigo la posibilidad de renovar las “fuerzas”. En este apartado intentaré exponer ese proceso de “creación colectiva” (tal como lo llaman los sujetos en otro de sus murales), ese encuentro con el otro/a se que fue “generando sin darse cuenta” y que, con el tiempo, producirá un desplazamiento en el peso relativo que tendrán los dos lineamientos que desde el principio se encontraban presentes: lo social y lo cultural, lo político y lo artístico. La consiguiente redefinición de la identidad como colectivo encontrará expresión y visibilidad en la cartelería empleada para la publicidad de cada actividad: si en los primeros eventos el “logo” refería principalmente a “Casa Amérika” como proyecto cultural, los posteriores afiches y “flayers” publicitarios pondrán el acento en la recuperación del espacio público bajo la consigna “okupá tu espacio” (ver fotografías 15 y 16).
Este momento en la experiencia de Casa Amérika, coincide con lo que he señalado en el capítulo IV acerca de la transformación del espacio físico en un lugar de la memoria. Una transformación que tuvo como fundamento el proceso de creación colectiva que se abría, paulatinamente, a partir de la propia experiencia de okupación de la Estación: las actividades que se organizaron, la participación de nuevas personas, el contacto con otras organizaciones, el acercamiento con algunos ferroviarios, etc. El conjunto de esas prácticas colectivas fue poniendo en juego un proceso de redescubrimiento de la Estación, de su historia pasada, de las significaciones materializadas en sus paredes, de la memoria de los ferroviarios, etc.
Recordemos algunos de los testimonios citados en el capítulo IV, aquella percepción generalizada sobre los sentimientos que despertaba el entrar a la Estación, el volver a “verla”: la gente “flasheaba”. Quienes entraban a la Estación experimentaban la “energía” contenida entre esas paredes: encontrarse adentro, recorriendo sus viejas habitaciones que ya no se habitan, viendo el cielo que ahora tiene por techo, el color óxido de sus metales, sentir el olor a baño de lo que no eran sus baños, toparse con carteles que sobrevivieron a sus mensajes. Cuando alguien hacía ese recorrido, los recuerdos y las anécdotas emergían de lugares insólitos, de situaciones desconocidas, de experiencias personales que, inclusive, no habían sido vividas en carne propia: bastaba (escuchar) que un ferroviario relatara su vida para poder imaginarlas… “uh, acá fue el último viaje, me despedí de mi novio y no sé qué…”. En uno de sus relatos Ciro describía cómo el grupo se “empezó a conmocionar con todo eso que sucedía”.
Lo que caracterizó a esa etapa de la okupación es que servía al grupo de instancia para la recuperación pública del espacio, es decir, promovía la convocatoria a otras personas a “sumarse” al proyecto en curso. En un auténtico proceso de creación colectiva, esa convocatoria hecha “sobre la práctica” fue generando, en el encuentro con el/la otro/a y “sin darse cuenta” un cambio en la prioridad dada a las motivaciones que impulsaron la okupación. Al respecto, dice Ali:
O sea, en principio iba a ser nada más que hacer la fiesta de La Quema. Después, con la movida de la gente que iba cayendo, a todos nos pasaba lo mismo, como que nos sorprendíamos con ese lugar… y que esté así, abandonado (Entrevista Ali, 2007).

Claro, que en un principio iba mucho más allá de la Estación, después la Estación “fhhh”! (hace sonido como aspirando) nos chupa. (…) No, ¡no es que cambiaron! apareció la Estación y como que la Estación nos involucró en toda la realidad argentina… (Entrevista Eduardo, 2007).

Esa vivencia de la okupación de la Estación como involucramiento con la “realidad argentina”, donde como describía Eduardo “nos cayó la realidad de que no teníamos trenes”, operaba como fuerza convocante a otras personas, organizaciones y sectores de la sociedad civil. Reconocimiento público que permitía establecer cierta continuidad entre la okupación de la Estación y lo vivido por otros sujetos, haciendo posible acercar los bordes de esa “crítica en acto” (la okupación) con la toma de conciencia. Tal como sugiere De Santos, se trata de “(U)na secuencia que, por el mismo movimiento de acción directa con que de hecho se aborda el problema se adelanta en el conocimiento práctico de las causas que lo motivan (De Santos, 2006: 43)3 . Son estas condiciones las que posibilitaron aquella construcción imaginaria de la Estación como metáfora del país: “¿qué pasó con la Estación?, que significa ¿qué pasó con nuestro país? en pocas palabras” (Entrevista Ali, 2007). Ver el análisis a lo largo del capítulo IV.
A la par de los comportamientos manifiestos de Casa Amérika, sus objetivos inmediatos y concretos (la realización de La Quema y el resto de las actividades, como los talleres de arte), en torno a la okupación de la Estación se daba una operación cultural e ideológica: se trataba de un rechazo a los efectos producidos por el neoliberalismo y la impugnación de la actual “desidia de los políticos”, que a la vez legitimaba la reapropiación del espacio que, en un tiempo pasado, había sido considerado lugar de encuentro comunitario y centro comercial de Mendoza. En efecto, símbolo de la modernización y la unidad nacional, en la actualidad, tras el proceso de privatizaciones y el sometimiento a sus efectos, la mayor “exclusión” (falta de espacio), la Estación había sido convertida en “tierra de nadie”. Según De Santos, es en circunstancias como estas que la fuerza consecutiva a la acción puede semantizarse, porque aparece correlativa a la eficacia de una crítica 4.
Yo creo que el logro es que… le dimos llenamos de contenido la palabra resistencia, resistir, ¿no? (…) Ese fue el logro y que en cada una de esas producciones pudimos decir cosas, que era también otra parte de la denuncia cultural (…) Y bueno… las otras organizaciones que se sumaron fue por esto mismo, porque vieron como veníamos nosotros. Y no sólo fue que agarramos el lugar y lo okupamos, sino que okupamos el lugar, no dejamos que sucediera cualquier cosa (…) Fue como esa cuestión de que nosotros controlábamos qué era lo que sucedía en la Estación en un momento. Entonces también me parece… que ese fue un logro, entrar en el espacio y decir, no! pará, pará!! ¿qué están haciendo? Ese, ese signo de pregunta, me parece que fue como un rol de participación y de asumirnos ciudadanos de acá de Mendoza, no? es decir: ¡no paren! ¿Qué están haciendo? (Entrevista Ciro, 2008).

Con todo, el testimonio anterior señala cómo, la “potencialidad identitaria”, que hemos dicho caracterizó a este momento de la experiencia organizativa, se visualiza en la propiedad que adquiere el grupo para operar como matriz generadora de proyectos de transformación social y como sujeto colectivo con reconocimiento público. Un reconocimiento público visible, en primer lugar, en el relativo éxito de la convocatoria hecha sobre los eventos que el colectivo organizaba, la participación de un público creciente que no se encontraba directamente involucrado en la experiencia de la okupación. En segundo lugar, dicho reconocimiento también se hacía visible en el hecho de que, en la medida en que participaban en otros ámbitos políticos, se los reconocía como parte de los sujetos políticos que en ese momento estaban operando en Mendoza. Los relatos reconocen a Casa Amérika como aquel sujeto que comienza a instalar el conflicto en torno de la Estación en la “opinión pública”.
En el apartado siguiente intentaré exponer cómo fue el proceso por el cual se suspendía esa dialéctica social que, en un momento dado, hacía del discurso implícito de la okupación un discurso asimilable al conjunto de reivindicaciones y demandas de otros sectores. Se analizarán las dificultades específicas que el “pensamiento okupa” encontraba en la recuperación de la Estación como espacio público.

Tensiones en torno de la okupación: entre ‘poner el cuerpo’ y ‘tomar la palabra’

En el apartado anterior vimos que durante la primera ‘etapa’ organizativa no sólo se trataba de la okupación de la Estación, sino también del hecho de que ese ingreso sería paralelo a su posterior “descubrimiento” como imagen de la realidad nacional y provincial. De esa manera, el ingreso a la Estación favorecía una convocatoria expresa a otros sujetos y sectores sociales y, a su vez, permitía la llegada de otros que, como los ferroviarios, tenían viejos lazos con el lugar. En efecto, la okupación iba de la mano de su recuperación como espacio público, esto es, una resignificación colectiva cuya trama simbólica comprometía al pasado, al presente y al futuro 5.
Para mi eso fue okupar ese lugar. Un lugar donde… hermano (silencio) estaba la historia de Mendoza! (Entrevista Eduardo, 2007).

La hipótesis presentada ha sido pensar que dicha complicidad (densidad temporal) tenía como sostén una operación ideológico-cultural implícita en la acción directa de la okupación: la lucha contra el abandono y los proyectos de privatización de los espacios públicos (ver el análisis de la imagen de la Estación como tiempo ahora en el apartado sobre “Memoria y política” del capítulo IV).

De la crítica a la construcción y sus dificultades

He intentado reconstruir el proceso grupal que fue desplazando el peso relativo de las motivaciones que organizaban la actividad de Casa Amérika. Al comienzo, como hemos visto, el deseo de llevar adelante un proyecto cultural organizaba las tareas en función de la celebración de la Quema, sin embargo, pronto la participación de otras personas y el paulatino involucramiento del colectivo en la realidad de la Estación irán colocando, “sin darse cuenta”, la defensa del patrimonio público como cuestión prioritaria y, correlativamente, la okupación irá siendo redefinida en tanto apuesta a una recuperación del lugar a través de actividades que favorezcan la participación de la gente: “darle vida a un espacio abandonado”.
Okuparlo significa por lo menos frenar un poco la visión que toda la gente tiene de que es un lugar abandonado, que la Villa tenía la culpa de todo… o sea, todo una mentira para después montar lo que es Puerto Madero. Entonces pensamos okuparlo y mientras hacer lo más que podamos en taller y actividades culturales para que la gente se acerque y vea lo que está pasando y que sea una okupación, después concreta, legal, en el sentido de que es un espacio nuestro. (…) El taller que se armó de historia local, la idea era… justamente, que la gente se acercara, que entendiera lo importante que era también toda la historia de ese lugar… ¿no? Los ferroviarios que todavía se siguen juntando… todo eso era parte, para mí, del proyecto de okupar ese espacio. Entonces era llamar a los ferroviarios para que también tuvieran su museo, su espacio (…) (Entrevista Ali, 2007).

Al respecto, uno de los testimonios nos advierte sobre la cuestión que se ponía en juego en esa convocatoria:
Que sea realmente de la gente. Y cuando se acercaron por ejemplo los de HIJOS o la CECA la idea era esa…o sea que sea plural. Que no sea “Casa Amérika”, porque entonces estabas obligado a entrar a un solo proyecto con el que por ahí no estás de acuerdo, pero sí te interesa el espacio, y expresar lo que cada uno quiere (Entrevista Ali, 2007).

Tal como se advierte en este y en algunos relatos anteriores, la posibilidad de “sumar” gente constituía todo un desafío, en un doble sentido: por un lado, lograr interesar a otras personas, por el otro, ser capaces de incorporar, para ello, sus propios intereses al proyecto colectivo. En ese sentido, cabe preguntarse lo que quedaba aún sin ser formulado: ¿sumarse a qué proyecto?, es decir, aquellos/as que continuaron acercándose a okupar la Estación ¿lo hacían impulsados/as por el proyecto cultural de Casa Amérika o se interesaban en ese proyecto por el compromiso que, con el tiempo, habían ido asumiendo en la recuperación de la Estación como espacio público? Esta pregunta que hoy, a través de algunos relatos, podemos plantear se respondía por aquel entonces adelantando lo que era el gran acuerdo compartido: ¡okupar!; una evidencia que ocultaba la diversidad de motivaciones que tal okupación podía encerrar: ¿para qué y cómo? En efecto, la okupación como objetivo primordial, junto con sus problemas, borraba los motivos por los que cada uno/a se había acercado y se encontraba participando.
Y de repente (…) que ahí es donde empezaron las imperfecciones y las complicaciones… él quería imponer un proyecto que es “Casa Amérika”, que está buenísimo, pero mucha gente se acercaba al espacio por esta misma razón ¿no?... simplemente porque era un espacio público y estaba bueno para la cultura, pero por ahí no tenía… no encajaba en el proyecto (de Casa Amérika) (Entrevista Ali, 2007).

Para mí, la idea original de okupar ese espacio y que por lo menos yo siempre pensé que ellos estaban pensando igual que yo, era un espacio cultural, o sea no un espacio cerrado, porque eso iba cambiando según la gente que entre (…) No seguir con el proyecto de… artes plástica por ejemplo por fascinarse con mi proyecto (Entrevista Ali, 2007).

Lo que interesa destacar es que dicho problema tenía su origen como efecto de los compromisos asumidos en la misma lógica de la okupación. En primer lugar, en la prioridad que se suponía debía otorgarse a la acción directa, esto es, al “hacer” y el “poner el cuerpo” todos los días. En términos generales se podría decir que, por entonces, la urgencia de okupar el espacio oscurecía cualquier otra necesidad colectiva, como puede ser, el diálogo cooperativo que supone la construcción de lo público. Si prestamos atención ese “pensamiento okupa” se expresó también en la forma que se dieron para organizarse. Según Ciro, la gente se iba acercando para participar a partir de un:
(…) vamos a hacer! Vamos pa’ adelante y… ¿qué querés hacer? Vos viniste hoy acá a la Estación y querés… bueno, ¿querés limpiar? Limpiá. ¿Querés hacer la comida? Hacé la comida (…) el que quiera venir a laburar, que labure, que no diga tantas cosas y que venga, porque eso tenía que ver con la okupación: y bueno la okupación es, voy y okupo y limpio y hago y pienso cómo voy a hacer estrategia para… pero en función de esa okupación. Cuando hay una contradicción tan grande entre el decir que vas a hacer algo y no lo hago, es donde pierde fuerza la okupación (Entrevista Ciro, 2008).

Siguiendo con la perspectiva que había presentado páginas arriba, a propósito de las diferentes modalidades de producción del sentido, el problema que debe enfrentar la okupación como estrategia de recuperación del espacio público es que, en su tendencia a precipitarse en la pura acción, suspende toda dialéctica social de producción del sentido (De Santos, 2006: 45). Efectivamente, cuando uno se lanza a la búsqueda de aquello que había imaginado inevitablemente suspende toda reflexión sobre un horizonte más amplio que pudiera servir de guía. Es el momento en el que todo lo que pienso lo hago… “pero en función de la okupación”. La acción de okupar ha dejado de ser un medio para convertirse, ella misma, en la finalidad de la acción.
(…) muchos que estábamos ahí también sabemos hacer otras cosas y el hecho de que siempre estar limpiando cuando por ahí… che, yo se pintar, yo se tocar el tambor, yo quiero enseñar, eh… yo quiero dar esto, no quiero estar siempre limpiando. Me parece que en un momento también esas personas que participaban, también surgió como una contradicción… ¿qué estoy haciendo acá? (Entrevista Ciro, 2008).

Sin darse cuenta, los tiempos de la okupación habían ahorrado tener que ponerse de acuerdo en la finalidad de la misma y los criterios para llevarla a cabo: “¿qué estoy haciendo acá?” Esos interrogantes, todavía sin formular, con el tiempo aparecieron planteados disimuladamente, vivenciados como “traiciones” personales o dificultades “técnicas”. Hacia finales del primer año, las indefiniciones que había adquirido con el tiempo el proyecto de Casa Amérika –ambigüedad de su identidad como “productora cultural” o como recuperación del espacio público- asomaron como diferencias “personales”, desacuerdos entre expectativas y objetivos particulares, pero también, sobre criterios de organización para llevarlos a cabo. De la misma manera, tal vez sería necesario pensar en qué medida esas mismas dificultades, imposibilitaron medir las condiciones efectivas sobre las que se estaba trabajando: el cálculo de los recursos con los que se contaba frente a las tareas que se debería enfrentar.
Con todo, los requerimientos de la okupación como acción directa expusieron al grupo a transitar un camino del cual, según los relatos, parecen no haber dado cuenta hasta el momento en que se vieron sorprendidos/as por el retroceso experimentado en algunos aspectos, que se creían, hasta cierto grado, alcanzados. Aspectos que hacían a la okupación de la Estación, su seguridad (relación contradictoria con la villa6 ) y a su recuperación como espacio público (la escasa convocatoria). Ambos aspectos reforzaban el hecho de que, desde hacía un tiempo, la okupación (tal como estaba definida) y la recuperación (como espacio público) ya no marchaban juntas. Por el contrario, habían comenzado a separarse y, paulatinamente, a desgastarse.
La tensión entre okupación y recuperación pública refiere a esa brecha que había comenzado a abrirse entre el lugar al que los había llevado la estrategia elegida, la okupación, y los objetivos que con el tiempo se habían planteado, la recuperación de la Estación como espacio público. Recordemos el testimonio de Ali, citado más arriba, acerca de cómo construir lo público: “y con objetivos, por empezar, con objetivos en común con la gente (…) o sea que sea plural”. Por su parte, decía otro integrante:
Y, eso era… y que podía entrar la gente y que lo que nosotros estábamos haciendo ahí eran talleres o eventos que vos podías participar, tengas dinero o no tengas dinero podías participar, podías entrar, ver, estar en el taller y estar en las fiestas también. Entonces eso me parece que de alguna manera lo convertía en un espacio en donde todos podían estar (Entrevista Ciro, 2008).

Me parece que ahí todas las partes tienen participación, el tema que teníamos que definir para qué se quiere el espacio, primero ¿no? (…) pero ¿quién define para qué se quiere el espacio? Es como esa punta… (Entrevista Ciro, 2008)

Los diferentes proyectos (como puede ser un “centro o casa cultural”) no se oponen a la recuperación de la Estación como espacio público; todo lo contrario, pueden ser una aporte fundamental a su construcción. Más bien, todo dependerá del grado en el cual dichos proyectos sean resultado de aquella creación colectiva como pluralidad organizada que garantice las condiciones materiales y simbólicas de su co-existencia.
No obstante, a través de los relatos también podemos reconocer que existen proyectos que son particulares, esto es, cuyos resultados, en sí mismos, excluyen toda posibilidad de uso compartido: son los proyectos “auto-gestionados” por unos pocos, para otros pocos, generalmente los mismos. Ese contrapunto con lo privado, que aparece en algunos de los relatos, también contribuye a caracterizar las condiciones que hacen posible la construcción de lo público. Sin dudas, en la identificación por parte de los sujetos respecto de los proyectos de privatización de la Estación, aparecen en primer lugar los grandes proyectos de inversión, como el de Puerto Madero, pero también podemos encontrar referencias a proyectos de menor “calibre” tales como la refuncionalización de “La Garita” como galería de arte.
(…) es una galería privada, de él, que la maneja él y que yo nunca la vi abierta, (…) lo nuestro era un proyecto popular, para la gente, abierto: un espacio cultural para la gente. Uno puede llegar y preguntar qué proyectos hay, proponer actividades… en cambio esto es un lugar cerrado de él (Entrevista Ali, 2007)7 .

De la okupación a la construcción del espacio público

Teniendo en cuenta el apartado anterior, se puede afirmar que otra dimensión a partir de la cual se define la disputa entre lo público y lo privado es el carácter “abierto” o “cerrado” de cada proyecto social de recuperación de la Estación, esto es, el hecho de que permita y promueva la participación popular o, por el contrario, fomente su exclusión. Lo público lo define entonces por la participación “popular” o de la “gente”.
Ahora bien, a través de los testimonios, se puede advertir que aquel proceso por el cual tendía a producirse el “cierre” de la okupación pertenecía a ciertos aspectos del “pensamiento okupa”, al menos, tal como fue definido en la experiencia particular de Casa Amérika. Veamos cómo conciben la okupación algunos/as de sus miembros.
¿La okupación? La okupación es… no sé ha cambiado bastante también, no sé, la palabra es como muy loca… porque no sé si en un principio estábamos okupando, okupar es estar! todos los días. Digo, por ahí también pensamos que okupar es hacer producción o hacer eventos para recuperar, no se cuanto de okupar es eso también…” (Entrevista Matu, 2008).

En primer lugar, es importante indicar que el significado de la okupación parece haber cambiado con el tiempo y que no siempre fue definida de manera homogénea por los/las diferentes integrantes de Casa Amérika. El testimonio anterior pone de manifiesto la tensión principal que me interesa señalar, esa que existe entre “estar” en el lugar y “producirlo” colectivamente, recuperarlo.
He encontrado fuertes cercanías entre la politicidad que deja percibir la práctica de Casa Amérika, como concepción ideológico-política que se pone de manifiesto en su experiencia de okupación de la Estación, y la descripción que hace Adriana Petra de una de  las corrientes actuales del anarquismo, denominada de “estilo de vida” (Petra, 2001). Quisiera señalar algunos de esos elementos a partir de los cuales se pueden realizar un contrapunto entre la conceptualización que hace Petra y la experiencia de okupación de Casa Amérika, para continuar ubicando los posicionamientos e identificaciones de ese colectivo.
La teorización de Petra, parte de una hipótesis de fondo, la identidad del anarquismo se ha ido constituyendo históricamente sobre la lucha de clases modificándose en función de las formas de autoridad propias de cada época histórica, es decir, como alternativa al discurso dominante. En efecto, el “imaginario antijerárquico” se ha desarrollado de modos y de maneras diversas en cada etapa histórica según la conformación del campo de fuerzas en el que se inscribe el conflicto social (Petra, 2001: 10). En tal sentido, el anarquismo de estilo de vida sería heredero de la problemática abierta por los llamados “nuevos movimientos sociales” y la emergencia de sus formas de contestación. La característica más importante es el desplazamiento de la centralidad asignada a la clase obrera en la constitución de los movimientos antisistémicos. Mayo del ‘68 expresaría ese imaginario rebelde que abogaba por la transformación de la vida cotidiana e instalaba el conflicto sobre nuevos terrenos: ya no la toma del poder del Estado, sino la subjetividad como forma de subversión 8. Es decir, opresiones antes secundarias se resignificaban y se producían  prácticas y formas organizativas libertarias con elementos emergentes: la impugnación del trabajo asalariado, la explosión de los sentimientos, el predominio de lo micro y el cuestionamiento de la Revolución como momento redentor capaz de cambiar las estructuras del poder. Los procesos de fondo sobre los que emergían estas nuevas formas de contestación, refieren a una profunda reelaboración de la problemática del poder, proceso de transformación de la autoridad que acompañaba la emergencia de una nueva organización de la economía (Petra, 2001: 8). Ahora bien, según la autora, la apropiación que esos grupos realizan del anarquismo no puede explicarse como sistema de creencias fijas y estables, sino más bien como una “sentimentalidad antijerárquica, que es lo que caracteriza al anarquismo de estilo de vida
(…) la valencia política de este anarquismo no vendrá dada por el enfrentamiento total y directo frente al Estado (…) sino que se convertirá en una red variable de creencias, un bricolage de formas, una “marca” existencial que servirá para establecer una marco de referencia disidente y oposicional (imaginario rebelde) que se presenta fundamentalmente de carácter cultural, es decir, como respuesta frente a la racionalidad de una cultura y de un modelo global de organización del poder (Petra, 2001: 14).

Es decir, como doctrina, el anarquismo de estilo de vida es “casi epidérmico (saber no sabido). Es un anarquismo que se hace en la calle, en la pareja, en la forma de relacionarse con la naturaleza. Es un discurso que no se moviliza desde la confrontación ideológica, la disquisición analítica o la argumentación política y racional, sino desde la experiencia cotidiana y la vivencia personal” (Petra, 2001: 17).
Volvamos sobre la experiencia de Casa Amérika. En primer lugar, cabe destacar la coincidencia en la periodización que hace la autora respecto del contexto en el que aparecieron, en nuestro país, esos grupos contraculturales, eminentemente juveniles: la vuelta a la democracia en 1983, época marcada por un fuerte despertar en el campo inmediatamente político, pero también en aquel más amplio y difuso de la cultura.
Esos grupos tendieron a expresarse en los espacios reconquistados para la libertad de expresión y la modernización cultural vistos como espacios de contracultura.  Desde el “margen” buscaba transgredir los límites del sistema a través de pequeñas acciones como principios de la transformación social. Los/as integrantes de mayor edad en Casa Amérika remiten sus primeras experiencias político-culturales a ese momento particular de la historia argentina, el retorno de la democracia:
(Ali cuenta cuando volvió con sus padres del exilio) yo volví y había como un… ¿te acordás era la época de Alfonsín? fue un fervor, así cultural y todo. Mi hermana hacía teatro y salían, hacían happenings, hacían intervenciones, era como que toda la gente necesitaba expresar todo lo que no pudo… desde ese momento es como que yo buscaba… (Entrevista a Ali, 2007).

Yo… (silencio) en el 82, con un grupo que se llamaba Libertad, tomábamos la Alameda todos los fines de semana y había desde plástica, música… danza (silencio). (…) Y… se acababa de abrir la democracia y estábamos…, queríamos toda la libertad del mundo, queríamos ¡y la teníamos! y a la vez no (Entrevista a Tony, 2007).

Dada la pérdida de los lugares de trabajo, hay una identidad recreada desde los márgenes de la cultura. Ya no encaminan su lucha contra el poder, contra el Estado, sino que problematizan la jerarquía en otros ámbitos de la vida y las relaciones sociales: hacen extensiva la crítica a todos los sistemas de obediencia y mandato. Es decir, sus prácticas y elementos de identificación están vinculados a ámbitos culturales en lugar del mundo del trabajo. En tal sentido, la dicotomía ya no será entre burguesía/ proletariado, sino entre los políticos y la chusma, una reivindicación de los “deshechos” en relación a la cultura dominante.
Yo pienso que la cultura, la cultura que a mi me interesa, viene de las cloacas, ¿no? viene de lo turbio, viene de la oscuridad hacia la luz, eso es lo que más me interesa, la cultura que me llama la atención, esa desesperación que nace de esos lugares (Entrevista a Meli, 2008).

Según Petra, el anarquismo de estilo de vida, como fenómeno cultural en tiempo del posmodernismo, encuentra parte de sus recursos identitarios en circuitos mediados por el consumo transnacional. Una expresión clara de este aspecto es la fuerte identificación con algunos estilos musicales, especialmente el punk 9, aún cuando se trate de posicionarse en rechazo a la industria cultural, a la cultura oficial del éxito y de la competencia.
Porque cuando apareció la murga el género era... “Qué es esto que tocan tan bueno los pibes?” digo, no se conocía y al no conocerse también tiene poco valor. Me parece que de ahí nosotros tomamos también las fuerzas de decir, “bueno, queremos otro tipo de cultura”, queremos hacer otra cosa. ¿Qué era? No sabíamos, pero yo creo que de ahí viene también un poco la rabia de todo esto (…) no repetir las mismas historietas con respecto a los hacedores culturales de acá en Mendoza (Entrevista a Ciro, 2008).

Hay en este anarquismo de estilo de vida marcas de una transnacionalidad que no remite al viejo internacionalismo, sino a una forma de consumo transnacional, tal como es la música, que se percibe compartida más allá de las realidades nacionales.
Para mi en realidad expresión debe ser expresión man! ¿entendés? Todo la gente del mundo está consumiendo esta información de cosas bellísimas y nosotros con la boludez de “esto no, esto sí”, ¿me entendés? no sirve loco! Si la cultura tiene que ser una huevada gigante que se estampe para todos lados. Consumí el mundo, lo que quieras boludo, está bien así, o sea, y es mucho más bello, mucho más amplio, pero de todos los lugares, ¿me entendés? (Entrevista a Meli, 2008).

De manera similar a como se ha caracterizado el anarquismo de estilo de vida, los miembros de Casa Amérika fueron organizando la okupación de la Estación. La manera como relatan lo que para ellos es una okupación, pone en juego una forma de definir ese ideal regulativo en torno a la cual se ha identificado en cada época histórica el anarquismo: la libertad.
“Yo si lo quiero, lo hago, soy libre de hacerlo, he ahí el punk” (Entrevista Matu, 2008).

En el anarquismo de estilo de vida, según la autora, la antijerarquía es acentuada de una manera particular. Estos grupos contraculturales ya no la conciben en la lucha contra el Estado o contra un conjunto de relaciones tradicionales y opresivas, más o menos identificables, sino en general contra un sistema que se problematiza desde una sensación creciente de aprisionamiento normativo (Petra, 2001: 19). En la experiencia particular de Casa Amérika, podemos encontrar este posicionamiento frente al sistema:
Yo creo que sin duda hay una toma de posición. Por momentos creo que es ante este sistema en el que estamos, y es de alguna manera acercarse a la idea de que se puede recuperar de alguna forma un pueblo, se pueden recuperar otras formas de organizarse, me parece que tiene que ver con eso, con el okupar el espacio sin tanta designación política, sin tanto… sin que te den la orden de ahora si, ¡ahora vos podés! No esperar la orden, la okupación tiene que ver con el proponer de alguna manera las ideas de uno (Entrevista Ciro, 2008).

El testimonio anterior define la okupación como una toma de posición ante “el sistema”, vivenciado principalmente como un hacerse cargo que no espera su orden, acto que en su mismo movimiento desconoce la autoridad. Varios de los testimonios vinculan la definen como oposición ante el “poder burocrático” que impide ese libre desarrollo del sujeto y sus capacidades.
(…) eh… para mi significaba, justamente, la burocracia no te permite okupar el espacio, de hecho no nos permitió (Entrevista Ali, 2007).

Si, yo en el terreno de la política, por momentos hablo de lo partidario y por momentos hablo de lo político burocrático, el tiempo burocrático que tiene la política o el Estado, ¿no? Por ahí el estado tiende a ser burocrático y quienes manejan el estado son tipos que están en una función política. Ese tiempo se diferencia de la okupación porque nosotros vamos a tiempo cotidiano y sin pedir permiso. Queremos hacer esto de esta manera y lo hacemos y ese hacer, genera en quien pasa por ahí esta sensibilidad o genera… “ah! mirá”, genera otra cosa. Entonces, el hecho es político, ese hecho cultural es un hecho político porque de alguna manera tomamos posesión ante un espacio y nos hacemos cargo de limpiarlo, nos hacemos cargo de que suceda algo ahí (Entrevista Ciro, 2008).

En el anarquismo de estilo de vida, la relación con la ciudadanía, el sistema político y las instituciones es la de una absoluta ajenidad. Nada hay en la política y la democracia más que falsedad (tal vez hay una diferencia entre los mayores y los más jóvenes dentro de CA). Con referencia al año 84  Eduardo señala:
Fundamentalmente, creíamos en la democracia, en la democracia en la que vivimos, no en la verdadera, en la verdadera sí, sigo creyendo. Pero en esta democracia que tenemos ahora eh… me parece totalmente incierta, pagana, pelela… cualquiera. En aquella época, se acababa de romper todo, ganaba Alfonsín, volvía la democracia después de tantos años de sufrimiento… ¡se creía! O sea, para mi esa es la diferencia abismal (Entrevista a Eduardo, 2007).

Los más jóvenes dentro de Casa Amérika, piensan su experiencia “política” asentados en esa desconfianza actual por la política y los políticos. Se trata entonces de una toma de posición que, sin dejar de pertenecer al orden de lo político, se distancia de “la política” como poder burocrático, estableciendo una diferenciación de temporalidades, el “tiempo de lo político-burocrático” frente al “tiempo de la okupación”:
(…) donde nuestros tiempos eran, siguen siendo, inmediatos y los tiempos de los burócratas es eh… es otro (…) no sé, tienen los ojos en otro lado y las necesidades en otro lado. Nuestras necesidades eran ahí, era inmediata, salir, trabajar, tener electricidad, agua (Entrevista Eduardo, 2007).

En estos pasajes de entrevistas aparece una serie de equivalencias y oposiciones semánticas que expresan la tensión principal que marcó la experiencia de Casa Amérika. En primer lugar la okupación como estrategia política apela a la acción directa y al poner el cuerpo todos los días. Sin embargo, al hacer de la actividad de okupación un valor por sí mismo se produce un cierre, un límite respecto de la capacidad de convocatoria hacia “la gente”. En segundo lugar, el “tiempo de la okupación” “más terrenal”, cotidiano, inmediato aparece en oposición al “tiempo de la política”: la burocracia que teje sus negocios mirando para “otro lado” respecto de las necesidades de la gente. La estrategia para “ganarle tiempo al hecho político” deriva del hacer, de no tener que esperar la orden, de evitar la demora de “tanta designación política”.
Sin embargo al parecer de ello derivan los atolladeros a los que se enfrentó la okupación en tanto estrategia de recuperación de la Estación como espacio público, pues la necesidad de ganarle tiempo al poder burocrático parecía residir en el acto de ahorrarse el diálogo que permite la creación colectiva de lo público, un poder-hacer que no depende de los tiempos propios, sino del arreglo con los/las otros/as.
(…) ¿la toma de decisión quién la hace? ¿con quién la hacés? ¿Solo, o la hacés con la gente? Ese hecho político de hacerlo con la gente me parece que es como el punto en la relación con la política. La cagada es que la política está como… (…) para nosotros uno de los criterios fue: “del dicho al hecho, el camino es derecho” y es como eso (Entrevista Ciro, 2008).

El testimonio de la misma persona continúa señalando el “punto” decisivo en relación con la cuestión política: “¿solo, o con la gente?”. El rechazo a la política tradicional, a la distancia que ésta ha marcado entre lo dicho y lo hecho, se realiza como un poder-hacer sin permiso, como acción directa que no permite advertir cómo se produciría ese diálogo con la gente. Cómo dialectizar los polos de la tensión entre okupación y construcción de lo público, cómo transitar los conflictos entre poner el cuerpo y tomar la palabra, ese es el interrogante en el que se debate la okupación como forma de recuperación de la Estación como espacio público.

La experiencia de Casa Amérika transita entre un momento inaugural de okupación en 2006 y se prolonga hasta el 2010, aún cuando este estudio considera el período 2006-2008. En el lapso señalado, los sujetos que integraban el colectivo van transformándose, transformando sus relaciones recíprocas y construyendo significaciones y variaciones de esas significaciones que no son siempre conscientes o perceptibles. Las significaciones sobre la práctica, de okupación y sus variaciones, operaron a lo largo del proceso como un espacio de conflictos, tensiones y confrontaciones no siempre formulados de manera expresa. Si inicialmente la idea de okupación, aparentemente compartida por todos/as, movilizó la acción, en determinado momento se convirtió en un obstáculo para la construcción de alternativas políticas en común.
Los/las integrantes de Casa Amérika, de manera ambigua, consideraron la okupación como “estrategia” política, una estrategia definida por la apelación al tiempo cotidiano y la acción directa, presentadas como formas de hacer política que marcan la diferencia con otros colectivos, cuyos tiempos serían, en palabras de algunos de ellos, “burocráticos” o “políticos”. De allí la dificultad para transitar de la okupación a la recuperación de la Estación de trenes como espacio público. Las significaciones asignadas a la idea de “okupación” por un lado, y a “espacio público” por el otro, se dispersaban en una multiplicidad de sentidos entre los propios sujetos que formaban parte de la experiencia. El énfasis puesto en “hacer” (okupar) inhibía la posibilidad de construir colectivamente a través del debate y el discurso.
Los /las integrantes de Casa América transitaron de una concepción de lo público-callejero, ligado más bien a la experiencia artística, a una idea de lo público en contraposición a lo privado. En ese pasaje la identificación imaginaria entre la historia de la Estación y la historia del país como producto de una “creación colectiva”, tuvo un carácter decisivo, pues la idea de la Estación como metáfora de la historia del país en sus momentos de construcción y de abandono y saqueo, se convierte en el gran imaginario colectivo que permite identificar la okupación con “la recuperación del espacio público”. La crítica en acto a la realidad histórica y la prioridad otorgada a la acción directa, los colocaba, al menos imaginariamente, en un lugar de protagonismo político,   pero también producía tensiones con los otros colectivos  e impedía el diálogo con “la gente”.

1 En uno de sus folletos, el colectivo Casa Amérika explica el sentido de esa celebración: “La Quema del Tiempo rescata y recrea las festividades de San Juan (24 de junio) y de San Pedro y San Pablo (29 de junio). Constituye un espacio de participación, expresión y creación cultural, organizado alrededor del “fuego como símbolo purificador, donde se queman las mufas”. Este festejo tiene su raíz también en los rituales que los pueblos aborígenes realizaban para esta época del año (solsticio de invierno)”. Los objetivos que persigue el grupo con esa actividad son los siguientes: “1-Recrear fiestas populares que valorizan la identidad; 2-Fortalecer los espacios de participación y creación colectivos; 3-Difundir obras teatrales de artistas locales y de otras provincias, relacionadas con la temática del evento; 4-Revalorizar la cultura de los pueblos originarios de América, rescatando sus tradiciones y conocimientos” (Folleto Casa Amérika para Quema del Tiempo, julio 2006).

2 Uno de los talleres que se puso en funcionamiento fue el de Historia Local, el cual buscaba reconstruir la historia de la Estación recuperando “la voz de sus protagonistas” (trabajadores ferroviarios, usuarios/as del transporte, vecinos/as de la zona, familiares). Así, “Cuenterías”, fue la actividad en la que se invitó a ferroviarios a visitar la vieja Estación para que, en una especie de ‘visita guiada’, relataran la historia del lugar, su experiencia como trabajadores ferroviarios, anécdotas, etc. También el público asistente podía igualmente aportar sus recuerdos personales. En este punto, quizás se ponga de manifiesto cierta tendencia a la idealización de ese pasado, de la vida y el mundo ferroviario, del tren como transporte (su “época de oro”), de la “función social” que cumplía, etc. Una expresión de esa tendencia a la idealización del pasado de la Estación puede leerse en la obra de teatro llamada “¿Y Ud. también está esperando el tren?”. Dicha obra, escenifica un relato de la historia del mundo ferroviario en el cual el conflicto aparece como producto de reiteradas intervenciones que el “afuera” (el mundo exterior: dictaduras militares, gobiernos, privatizaciones, etc.), realiza interrumpiendo la “vida cotidiana” y “comunitaria” que parece transcurrir sin mayores problemas hasta encontrarse con esos momentos.

3 He tomado el modelo el análisis propuesto por Blas de Santos en “La cultura del malestar” (De Santos, 2006). En dicho artículo, el autor analiza las modalidades que adquiere la subjetividad social en términos del malestar por la cultura de su época, específicamente, en los tiempos de ajuste neoliberal impuesto durante la década del ’90. En particular, interesa el análisis que realiza De Santos de las diferentes modalidades de producción de sentido de y para las subjetividades que la protagonizan. Si bien en su artículo, el autor hace un recorrido por distintas modalidades, aquí tendré en cuenta, principalmente, las alternativas que para él se abren ante la suspensión semántica y valorativa que supone todo pasaje a la acción, y en consecuencia, las tensiones que de ello derivan, en diferentes momentos de la experiencia, entre la okupación (como reapropiación del espacio) y la producción pública de su sentido.

4 Además del rechazo al neoliberalismo, más o menos generalizado en amplios sectores sociales durante los últimos años, habría que recordar las experiencias de lucha descriptas en el último apartado del capítulo III, experiencias de resistencia que, a nivel provincial, eran simultáneas a Casa Amérika, y hacían de la defensa de lo público el motivo de su práctica política: la lucha contra la megaminería contaminante protagonizada por la AMPAP o aquella que llevó a cabo la UNCu en defensa de sus terrenos, etc.

5 Cabe destacar al respecto el nombre que curiosamente tuvo la primer actividad pública que realiza Casa Amérika en la Estación: “La Quema del Tiempo”

6 He indicado que dentro del predio de la Estación, a 250 mts. del edificio central, existía un asentamiento habitacional precario, “la villa” Costa Esperanza. El grupo mantuvo una relación contradictoria con sus habitantes, pues a la vez que solían participar de las actividades (por ejemplo, varios/as niños/as participaron de los talleres artísticos), también sufrieron amenazas y el robo de instrumentos, materiales, etc. Al punto, en determinado momento, de hacer muy difícil la convivencia y tener que suspender o modificar el funcionamiento de algunas actividades.

7 La vieja garita de la Estación Central, se encuentra sobre la calle Juan B. Justo en intersección con Belgrano (a unos 150 mts del edificio central de la Estación), es decir, está ubicada en pleno centro. A comienzos del 2006 fue reconstruida por un artista plástico local y puesta en funcionamiento como galería de arte (atelier). Según los relatos de los/las entrevistados/as, dicha persona accedió a ese espacio a partir de los contactos personales que tiene con algunos funcionarios públicos del municipio de la Capital y del ONABE, quines otorgaron un permiso para que ocupe ese inmueble, incluso sin pagar alquiler. Además de sus exposiciones y venta de sus obras al público, se organizan fiestas y cenas con show de cierta “exclusividad”, garantizada por el público al que apunta (turismo) y los altos costos de las entradas y las consumiciones.

8 De la misma manera Petra indica que la primera etapa del anarquismo (el anarco sindicalismo) termina con la  conformación del llamado Estado de Bienestar como forma de regulación del conflicto social. A partir de allí los trabajadores fueron volcándose hacia la negociación  y la búsqueda de reformas.

9 El grupo que conforma Casa Amérika, por ejemplo, se identifica con esa estética.