Analizar el  conflicto abierto alrededor de los terrenos de la Estación Central del FCGSM en  Mendoza implicó llevar adelante un trabajo de historización de ese conflicto, esto es, reinscribir su dinámica en  una trama histórica que permitiera articular su pasado, a su presente y su  futuro. He procurado hacerlo indagando en la praxis de los sujetos, en la  experiencia política de los colectivos que, involucrados en el conflicto, se  organizaron por la recuperación de la Estación como espacio público. Es decir,  el interés por comprender la dinámica de ese conflicto me llevó a interrogar  por la historia de lo que había hecho de ese lugar un territorio de disputa, y  por las formas y procesos a través de los cuales diversos sujetos colectivos se  comprometieron en la recuperación de ese espacio, reivindicando el derecho a la  decisión colectiva y apostando a su defensa como bien común. 
    Entre las distintas  formas de indagar por el vínculo entre subjetividad y política, he intentado  hacerlo manteniendo la mirada atenta a la dialéctica entre sujeto e historia.  Los sujetos subalternos se constituyen en condiciones histórico-sociales no  elegidas, en terrenos marcados por las iniciativas de las clases dominantes.  Ahora bien, aún cuando la desigualdad de clases impone “límites y presiones” a  su praxis, los sujetos subalternos se organizan y llevan a cabo sus prácticas a  partir de su propia historia, y aún cuando sus memorias y tradiciones políticas  sean fragmentarias y dispersas, sus experiencias los conducen a menudo a  advertir las tensiones y conflictos entre “ellos” y “nosotros”, por decirlo a  la manera de Hoggart. En tal sentido, he retomado la mirada de E. P. Thompson,  para quien las relaciones de dominación no se imponen sobre una “materia prima”  inerte, sino sobre sujetos con una determinada historia política, cultural y  económica, con capacidad activa para ubicarse en el mundo en posiciones de  resistencia, consentimiento, trasgresión. Es decir, no hay un sujeto, las  clases dominantes, y un objeto de dominación, las clases subalternas, sino  sujetos que se forman y conforman mutuamente sus relaciones en el terreno de la  historia. Esa es la riqueza de abordar la comprensión de los conflictos  sociales a través de la práctica de los sujetos, pues permite pensar las  condiciones objetivas, heredadas, como condiciones de posibilidad, es decir,  como condiciones históricas y sociales, y por ello, modificables a partir de la  práctica de los sujetos. En ese sentido, considero la experiencia de  subordinación no sólo como un estado de emergencia, sino también  como una oportunidad crítica para producir la  desnaturalización del orden establecido. Las miradas desde abajo permiten a  menudo advertir el carácter no natural de la dominación, sospechar que las  decisiones tomadas por unos pocos sobre lo que es de todos, no son sino  producto de la violencia y la expropiación ejercida sobre el  común. 
    El punto de vista  asumido en la lectura de los conflictos ha procurado recuperar cierta  perspectiva de totalidad. En el  primer capítulo, a través de algunos/as autores/as, pudimos advertir que una de  las dificultades del pensamiento crítico en las últimas décadas, ha sido el no  cuestionar el conjunto de separaciones bajo las cuales parece presentarse la  realidad histórico-social: las dicotomías entre lo nuevo y lo viejo, las  separaciones entre lo social y lo político, la distinción entre luchas  identitarias, consideradas principalmente simbólicas, y lucha de clases, tenida  por fundamentalmente económica. Ese conjunto de separaciones, en tanto  parcializaciones del mundo, ha producido inevitablemente fuertes  deshistorizaciones que no permiten comprender la dialéctica histórica por la  cual lo nuevo nace de lo viejo, lo pasado puede presentarse bajo ropajes  insólitos, o ambos pueden convivir en sincretismos complejos en la experiencia  social. Más aún, esas nuevas preguntas por lo viejo/nuevo han terminado  desplazando los interrogantes por lo conservador/emancipador, quizás como  manera de presentar el cambio de época en la teoría social. De la misma manera,  la oposición entre luchas identitarias y lucha de clases, olvida que esta  última ha implicado siempre el proceso de identificación de un nosotros frente a un ellos, que se constituye sobre  significaciones históricas (político-ideológicas, culturales y simbólicas tanto  como económicas) que se inscriben en la memoria de un cierto pasado y se abren  a la creación de nuevas utopías a futuro, que han sido tanto el producto de  determinadas condiciones materiales de existencia como, a su vez, la condición  para su transformación.
    En esa búsqueda por  reinscribir los conflictos sociales en una perspectiva de totalidad, he  dedicado gran parte de la indagación teórica a conceptualizar las relaciones  entre economía, política y cultura bajo las actuales condiciones del  tardocapitalismo, poniendo el énfasis tanto en la unidad de su lógica sistémica como en su historicidad, su carácter transitorio. Ello ha implicado cuestionar  las separaciones entre economía y política, comenzando por problematizar  tales nociones y rastrear la historia de su genealogía. En tal sentido, la  perspectiva provista por Ellen Meiksins Wood, ha permitido pensar la historia  del capitalismo como el proceso paulatino y continuo de privatización de la  política, esto es, el proceso histórico por el cual asuntos de orden político  fueron y son progresivamente separados del ámbito de las decisiones públicas y  transferidos a una esfera privada y separada de la política, la economía. A  partir de estas consideraciones es posible reconocer las profundas relaciones  políticas que sostienen la separación de la economía y el carácter político de  las relaciones económicas, la propiedad privada y la explotación. Esa lógica  capitalista de privatización de lo público, continúa y avanza tendencialmente  sobre la totalidad de las relaciones y actividades de la vida social.  El capitalismo tardío tiende a la  privatización  de aquello que en otros  momentos históricos no hubiera podido siquiera pensarse como privatizable,  avanza sobre relaciones, usos, costumbres, toma una dimensión espacial mucho  más aguda que en otras fases históricas, pues pone de manifiesto hasta qué  punto el mundo es efectivamente global, hasta qué extremo, por decirlo con  Franz Hinkelammert, el asesinato es suicidio. 
    Ese devenir  capitalista de los últimos años ha conducido a teóricos sociales como David  Harvey a prestar atención a los diversos despliegues de la lucha de clases en  el espacio. Despliegues singulares como el de la Estación, lógica que se repite  en los conflictos de los que éste forma parte: la lucha contra la megaminería  contaminante, articulada a la respuesta que los sujetos sociales proporcionan a  través de la emergencia del movimiento socioambiental en Mendoza; la lucha  contra la apropiación privada de los terrenos de la universidad pública por  parte de un empresario propietario no sólo de emprendimientos inmobiliarios,  sino de multimedios y beneficiario de los procesos de privatización de  servicios básicos como la provisión de agua. El conflicto por la Estación pone  de manifiesto la continua separación de los seres humanos respecto del control de sus asuntos comunes y de la  gestión de sus condiciones de vida, lógica que hoy parece querer penetrar hasta  el último rincón de la ciudad: “el último espacio” en el centro de Mendoza. Esas  son las condiciones materiales sobre las que se asientan las demandas de los  sujetos: “no al uso privado de tierra  pública”, “planeamiento y gestión  participativos sobre los destinos de estos terrenos”. Es decir, la cuestión  puede ser formulada a la manera de Harvey, como el derecho a la ciudad: ¿qué ciudad queremos?, pregunta que remite a  un derecho común antes que individual, ya que implica la posibilidad de  cambiarnos a nosotros mismos cambiando la ciudad en la que vivimos. 
    La  territorialización de la política no ocurre sin embargo en un espacio “vacío y  homogéneo”, sino en un lugar con una historia determinada. Pensar la Estación  del FC como lugar de la memoria es atender a las materializaciones que, a lo  largo de la historia, se han ido produciendo sobre el territorio. Resto  material del desarrollo de la Argentina moderna, espacio de conflicto en los  años del modelo de sustitución de importaciones, lugar abandonado y derruido a  partir de que las privatizaciones de los ’90 pusieron fin a la red ferroviaria  estatal en el país, la Estación condensa diversas memorias: la de la nación,  que se pretende de todos/as, la memoria de los sujetos en conflicto, que revela  sus grietas y contradicciones. En ese espacio se produce la iniciativa de las  clases dominantes en procura de la privatización de los terrenos de la  Estación. Esa iniciativa no provoca de manera refleja la resistencia de los  sujetos, sino que éstos se levantan a partir de una construcción que la ubica  en su memoria política como bien común. Se trata de la puesta en marcha de la economía moral, tal como decía Thompson. 
    La consideración  del tiempo como dimensión de la experiencia permitió comprender las múltiples  temporalidades históricas que se jugaban en el conflicto, los cruces de las  memorias, pues si los sujetos se involucraron motivados por sus significaciones  pasadas, ellas retornan a la luz de un presente para el que ese pasado cobra  algún interés. Comprender la Estación como sitio de la memoria ha permitido  reconocer el lugar que ocuparon los recuerdos, sentimientos y emociones en la  experiencia de lucha por la recuperación de la Estación como espacio público.  Más aún, ha hecho posible rastrear la(s) temporalidad(es) implicadas en los  procesos organizativos, que se pusieron en juego durante el período de  confluencia entre los tres colectivos. 
    Por una parte, la  Estación permitía establecer una temporalidad común a partir de las  significaciones otorgadas al FC en los relatos sobre la historia nacional, por  la otra, emergían en torno a ella memorias particulares construidas desde las  diferentes condiciones históricas (de clase, generacionales, de género sexual,  etc.), desde los recorridos grupales y las tradiciones políticas. De allí que  ese encuentro activara también tensiones y ambivalencias, pusiera en movimiento  ciertos procesos de rememoración que transformaron los marcos de  (in)visibilidad produciendo la irrupción de la Estación en el espacio público.  Su imagen actual en ruinas despertó recuerdos acerca del pasado, pues ella  simboliza la  modernización y el progreso  nacional. Estas rememoraciones iluminaron el estado de abandono y saqueo del  que fue objeto en las últimas décadas, permitiendo una visualización de los  efectos que dejaron las privatizaciones neoliberales: la irrupción de la Estación  en el espacio público es tomada como cifra para leer el presente, como  posibilidad de abrir una crítica a los proyectos que, en la actualidad,  pretenden modernizar el espacio de la Estación en base a nuevas  privatizaciones.
    Ese proceso  ideológico-político de rememoración y creación de nuevas expectativas, se  sostuvo en la creación colectiva, en la experiencia de encuentro con el/la  otro/a. Ha sido en ese sentido que propuse pensar la constitución de los  sujetos subalternos, su proceso de identificación como clase, como resultado de  la experiencia de lucha. Una experiencia que ha sido densa, pues a la vez que se apoya sobre un terreno no elegido, los  arreglos entre el gobierno y Puerto Madero, pone en juego las  memorias, tradiciones y prácticas políticas  de los sujetos. Así se configura una conflictividad cuya trama simbólica  compromete pasado, presente y futuro.
    A lo largo del  trabajo pudimos observar que cada colectivo se fue involucrando en el conflicto  y comprometiendo en la lucha por la recuperación de la Estación, a partir de  temporalidades dispares, de sus preocupaciones y expectativas particulares, y  al mismo tiempo, fueron capaces de ir tejiendo una temporalidad común no exenta  de tensiones.
    La okupación de la  Estación que comenzó Casa Amérika a principios de 2006 interpeló al resto de  los colectivos, al dar visibilidad al espacio de la Estación. Frente a los  rumores sobre la llegada de Puerto Madero, OSA realizó una convocatoria a  debatir sobre al situación de los terrenos. Mientras Casa Amérika había  ingresado a la Estación para realizar un evento artístico y sólo pudieron  construir su compromiso con la recuperación del espacio público transitando una  experiencia que derivó en una resignificación de la okupación, OSA llegó a la  Estación porque ya contaba entre sus preocupaciones la idea de recuperar los  espacios públicos y de articular las luchas que llevan a cabo diferentes  organizaciones y colectivos. Por su parte, los ferroviarios, si bien unidos por  una historia larga a los FFCC, no se habían movilizado sino hasta avanzado el  2007, cuando comienzan a recuperarse como colectivo y a recrear un proyecto  político a futuro a partir de la promesa de reactivación de la red ferroviaria  por parte del gobierno nacional. Su aporte fundamental, al menos imaginariamente,  fue el de proveer un vínculo con el pasado. Para los jóvenes de Casa Amérika,  el encuentro con los ferroviarios implicó la posibilidad de vivenciar la  transmisión de una experiencia. Para los ferroviarios, la posibilidad de  involucrarse en una lucha colectiva reconocida socialmente, fue un asunto  relevante si consideramos las derrotas históricas sufridas por los trabajadores  en sus luchas contra las privatizaciones de los ’90. Si por entonces sus  reivindicaciones aparecieron como una lucha particularista, en el conflicto de  la Estación, fueron investidos como los portadores de un pasado significativo e  indispensable. 
    En ese corto  período, entre 2006-2008, fue posible a partir de la experiencia compartida de  mirar el mundo desde abajo, una suerte de confluencia revulsiva entre pasado,  presente y futuro. Mientras Casa Amérika transitaba de la okupación a la  recuperación del espacio público, los ferroviarios reconquistaban retazos de  las memorias de sus luchas y se colocaban en el escenario político como  portavoces de una demanda colectiva políticamente legítima. También es verdad  que su vínculo con el pasado operaba como una de las mayores dificultades para  la imaginación de un futuro diferente. En cuanto al presente, la confluencia  fue posible durante un tiempo breve, pues, si la lucha por la recuperación de  la Estación fue significada como defensa del espacio público, y fue este el  punto que permitió conformar un lugar y tiempo de encuentro entre los  colectivos, paradójicamente, también será el asunto en torno al cual se  expresen las tensiones entre concepciones y prácticas diferenciales. Las  diferentes perspectivas que tienen respecto de los procedimientos que, para  ellos, conducirían al resultado de la recuperación del espacio público, el modo  como lo imaginan, está configurado por sus experiencias políticas previas, sus  recorridos grupales, sus tradiciones. Las nociones que tienen del espacio  público y de la forma de construirlo, el lugar que otorgan y la función que  suponen debe tener el Estado, están lejos de posibilitar acuerdos. Se trata más  bien de una débil convergencia: no a la privatización, pero de ahí en más se  producían dispersiones, aún al interior de cada organización, especialmente en  OSA y Casa Amérika pues, mucho más anclados al pasado, los ferroviarios no  dudaban en identificar lo público y lo estatal. 
    He apostado a  realizar el análisis de la dinámica del conflicto por los terrenos de la  Estación a través de la experiencia de los sujetos y el vínculo que guarda con  la lucha de clases. Pues lo que determina la formación de la clase, implica esa  doble relación que mencionara Meiksins Wood, por una parte la relación entre  las clases, a ese proceso de configuración de un nosotros frente a un ellos como resultado de la experiencia de lucha, esto es: los sujetos subalternos se  constituyen como sujeto político al oponerse a las clases dominantes en su  resistencia a ser separados de sus medios de vida, el derecho a decidir sobre  la ciudad que habitan, sobre los usos de los terrenos públicos, sobre el agua.  Pero por otra parte refiere a las relaciones entre los miembros de la misma  clase, a los arreglos y tensiones entre sujetos que, si bien ubicados en  posiciones antagónicas respecto de las clases dominantes, proceden de  experiencias diferenciales, tienen distintas trayectorias y memorias políticas.  Sus posiciones subalternas refieren tanto a ese terreno no elegido que  posibilita una afinidad en las respuestas de cada colectivo,  como a su experiencia previa, a sus distintas  tradiciones políticas. 
    Ahora bien,  por qué centrar el análisis en la experiencia  singular de la Estación, si ella no es sino un caso entre otros muchos, en el  que toma cuerpo el combate de los sectores subalternos en las condiciones marcadas  por la acumulación por desposesión  en tanto lógica específica del capitalismo  tardío. Diversos colectivos han protagonizado conflictos contra los avances de  la privatización luchando contra la apropiación privada de la tierra y el agua.  Ellos ponen en evidencia hasta qué punto el territorio y el agua escasos, son  el terreno en  que se juega a lucha de  clases. 
    La preocupación por  centrar el análisis en la singularidad de la experiencia de lucha por la  recuperación de la Estación, tuvo que ver con mi propia trayectoria en la  investigación, pues el interés por la espacialización del conflicto es un  interés tardío, que apareció sobre la marcha. Al comienzo, la búsqueda estaba  organizada alrededor de la cuestión de la experiencia de los sujetos, la  relación entre pasado y presente y el lugar de la memoria en el proceso de  organización política de los sujetos colectivos. Mis preguntas giraban en torno  a la problemática de la memoria y las tradiciones de los sujetos subalternos, y  desde allí comencé a participar del taller de Historia Local que se organizara  como parte de las actividades de Casa Amérika. Hoy, retrospectivamente, tal vez  cabe preguntarse cuánto debían esos primeros interrogantes a la manera como se  presentaba el debate dentro de las ciencias sociales: lo viejo versus lo nuevo.  Pues, al comienzo del trabajo, las primeras indagaciones teórico-conceptuales  estuvieron encaminadas a reflexionar sobre la relación pasado/presente, con el  desafío de cuestionar la manera dilemática como, dicha relación, tendía a  presentarse en el debate. No obstante, la pregunta permanecía dentro de la  misma problemática. 
    Al entrar a la estación, me encontré con un terreno en el que condensaban  política, memoria y espacialización de la lucha de clases. Fue en ese  intercambio con los sujetos, en la percepción de un horizonte más amplio de  luchas nucleadas por conflictos semejantes que pude advertir la regularidad en  los conflictos alrededor del espacio. A partir de las iluminaciones que  arrojaba la práctica de los sujetos sobre el mundo de lo social, la singularidad  de la experiencia de lucha por la recuperación de la Estación puso en evidencia  un proceso macroestructural del capitalismo, la territorialización del  conflicto como una de las formas privilegiadas de la lucha social en una etapa  del capitalismo caracterizada por la acumulación por desposesión. 
    Atravesar ese  proceso en la producción de conocimiento, dejó percibir que el análisis de la  experiencia política no puede encararse como el tratamiento de un “caso” de una  realidad general, sino que la lucha de clases adquiere formas singulares en  determinados momentos de la historia. En esto reside la relevancia que adquiere  la experiencia para abordar los procesos de constitución de sujetos políticos,  especialmente cuando se trata de momentos históricos que no son, ni mucho  menos, momentos clásicos, ya conocidos, donde uno pueda utilizar los esquemas  aprendidos para comprender el mundo histórico-social, sino que más bien son  procesos sumamente complejos, en los cuales los sujetos se constituyen y desagregan,  se repliegan y vuelven a la ofensiva de manera permanente, planteando una  conflictividad lábil, escurridiza a la conceptualización, tal como, según  Edward Thompson ocurría en el Siglo XVII, como lucha de clases sin clases. 
    En síntesis,  mientras que en la lógica de exposición seguida en la escritura de la tesis, comencé por una conceptualización de la  lógica del capitalismo tardío y finalicé por la experiencia de los sujetos, en  la lógica de la investigación realicé  el recorrido inverso, ingresando al campo a través de la experiencia y las  prácticas de los sujetos, para llegar a preguntar por las relaciones entre  economía, política y cultura en el capitalismo tardío. Es decir, ingresé con  unos interrogantes y terminé con otros. La producción del conocimiento como un  proceso revela que no se trata de comprobar hipótesis sino que, a medida que el  sujeto posicionado en la función de producción de  conocimiento se involucra en el proceso, va  encontrando lógicas y atravesamientos por medio de la relación práctica con los  sujetos de la praxis por así decir y a través de esa interrelación los  conceptos teóricos iluminan las prácticas, al tiempo que las prácticas  determinan los conceptos que inicialmente parecían abstractos.