Al finalizar  el siglo  XIX los problemas sociales  argentinos eran materia de preocupación no  sólo de intelectuales católicos pertenecientes a familias acomodadas, sino  además a oficiales de la milicia, entre cuyas preocupaciones cotidianas se  incluían la represión de manifestaciones de carácter laboral. En los primeros  años del siglo XX muchos oficiales eran partidarios de una campaña  efectuada por la Unión Cívica Radical (UCR) por la democracia y, la influencia alemana que existía sobre las Fuerzas  Armadas no era necesariamente antidemocrática.1 
  La situación  política interna de Argentina a inicios del nuevo siglo XX, sin embargo, se vio  enfrentada  a problemas limítrofes con  Chile debido a una serie de incidentes fronterizos  que exacerbaron el patriotismo en ambos  países. Esta situación motivó la realización de una serie de reformas que  condujeron a la instauración del servicio militar obligatorio, la compra de  buques de guerra e incluso el surgimiento de Ligas Patrióticas, instituciones  de carácter paramilitar que prepararon hombres en el uso de armas, promovieron  el patriotismo y estuvieron a favor del fortalecimiento de las instituciones  armadas. Algunas mujeres también constituyeron   agrupaciones de similar fervor patriótico, pero más orientadas a la  obtención de recursos monetarios para la adquisición de material bélico. 2
  El asunto de  la diferencia de límites entre Argentina y Chile  fue resuelto finalmente en el año 1902  durante el mandato del Presidente Julio A. Roca, en los llamados  “Pactos de Mayo”, en que ambos países se  comprometieron a limitar la adquisición de armamentos y compras navales. El  fallo del entonces árbitro elegido de común acuerdo, Eduardo VII de Inglaterra,  resolvió el pleito fronterizo entre ambos países, alejando de manera  definitiva  la posibilidad de un  conflicto.3 
  En  la segunda y tercera décadas del siglo XX  Argentina  entró a un ciclo  antidemocrático cuyas raíces se remontan a hechos ocurridos durante el primer y  segundo gobierno de Hipólito Irigoyen. Tal como lo señalé en el acápite 3.2.1.2  de este trabajo, en aquellos años se vivieron   dramáticos eventos de protesta social que terminaron con la muerte de  mucha gente y en los cuales las fuerzas policiales militares intervinieron  alterando los procesos democráticos naturales. 
  Las razones  que tuvieron los militares argentinos para intervenir políticamente e  interrumpir el hasta entonces normal desenvolvimiento democrático dicen  relación básicamente con las secuelas de la gran depresión mundial de 1929 y  que había sido precedida, en el caso argentino, por dos administraciones de  Hipólito Irigoyen que fueron cuestionadas   por distintos motivos. 
  El golpe de  Estado ejecutado por el general José Félix Uriburu   el 6 de septiembre de 1930 se produjo por una  serie de factores, entre ellos la gran crisis económica que afectaba a  Argentina. Cabe señalar que Irigoyen había triunfado en su segunda elección  presidencial del 1º de abril de 1928 cuando tenía 76 años y estaba muy  envejecido. Para complicar la situación, Irigoyen no era partidario de delegar  responsabilidad o autoridad, lo que paralizaba la actividad de gobierno. En los  primeros cinco meses de su segundo mandato firmó solamente trescientos cinco  decretos, es decir dos al día, incluyendo en ellos todas las materias del  gobierno nacional.4 
  Las  exportaciones cayeron violentamente, las reservas de oro salían a tal ritmo que  la Oficina de Cambios debió cerrarse y en la burocracia estatal había  reparticiones en que trabajaban hasta  trescientos funcionarios, siendo que la ley sólo autorizaba a seis. Con el paso  del tiempo esta situación no pudo mantenerse y comenzó a despedir personal en  diversas reparticiones públicas. A los cinco meses de su gobierno ya había  cesado a más de diez mil empleados y, en mayo de 1929, la oposición a Hipólito  Irigoyen había crecido en términos geométricos. Finalmente, una alianza entre  oficiales de las Fuerzas Armadas y la aristocracia terrateniente puso el freno  final al régimen de Irigoyen, totalmente desgastado en lo político y económico.5 
  El general  José Uriburu, sucesor de Irigoyen, tuvo un difícil gobierno en medio de la  crisis mundial y muchas de las medidas que debió tomar tuvieron un carácter  absolutamente impopular. El diagnóstico efectuado por Uriburu respecto a los  problemas existentes fue que la democracia era   la culpable, que estaba caduca y que no servía. Así la solución de la  crisis era dejar en manos de gente preparada los problemas argentinos, en este  caso quienes lo acompañaron en el golpe militar y durante su mandato:  vicepresidente, Enrique Santamarina, poderoso terrateniente, accionista de  Astra, compañía petrolera del grupo Standard Oil y director de Aga del Río de  la Plata y de Baltic S.A.; Ministro del Interior, Matías Sánchez Sorondo,  abogado de la Standard Oil, director de ARSA, presidente de Franco  Argentina,...; Ministro de Agricultura, Horacio Beccar Varela, abogado del  frogorífico  Anglo y de las empresas  petroleras Cía. Argentina de Comodoro  Rivadavia y Andina S.A.,...; Ministro de Obras Públicas, Octavio Pico, también  director de las subsidiarias de la Standard Oil; ministro de Relaciones  Exteriores, Ernesto Bosch, presidente de la Cía. Industrial y Comercial de  Petróleo; ministro de Justicia e Instrucción Pública, Ernesto E. Padilla,  miembro del directorio de la Germano Argentina Seguros S.A., síndico de las  azucareras Nougués Hermanos y Ministro de Hacienda, Enrique S. Pérez,  presidente de la fábrica de manteca Unión Argentina, director del Banco de la  Nación, y presidente del Banco Hipotecario.6 
  El Presidente  Uriburu y sus ministros no dudaron en combinar sus deberes y responsabilidades  gubernativas con el desarrollo de negocios de carácter privado. En lo  personal  junto a su hijo, su secretario  y algunas amistades, creó una sociedad cuyo objeto era gestionar  representaciones  industriales y  operaciones comerciales, además de tramitar créditos del Banco Hipotecario  Nacional. En lo público, dispuso la intervención de YPF y la expulsión del  general Mosconi, decretó la condonación con fondos del Estado de todas las  deudas particulares que tuviesen oficiales pertenecientes a las Fuerzas  Armadas, estableció la pena de muerte en todo el país, persiguió a sus  opositores permitiendo el uso de la tortura y en lo político desconoció las  elecciones efectuadas el 5 de abril de 1931 en que triunfaron los radicales. En  las nuevas elecciones celebradas el 8 de noviembre de 1931 y con el radicalismo  proscrito, triunfó el general Agustín (Pedro) Justo en condiciones  reconocidamente fraudulentas.  7
  La literatura  histórica referente al manejo económico y social del país, por parte de los  gobiernos militares de la década de 1930, se estructura en dos vertientes que  muestran una combinación de medidas dispersas tendientes a resolver las  dificultades  que sucedían en la  coyuntura, por un lado, y una crítica abierta que reafirma la idea de década  infame, por otra.  
  En el resto de  la década de 1930 en Argentina, conocida como la década infame, las  condiciones políticas, económicas y sociales tuvieron un desenvolvimiento  difícil. El temor a la pérdida del mercado británico el Presidente Justo  impulsó el  tratado Roca-Runciman  en el año 1933, mediante el cual los británicos  se comprometían a mantener sus compras de carne al nivel del año 1931, suprimir  las tarifas aduaneras sobre los cereales y mantener el 15%  de la carne almacenada en frigoríficos  argentinos. Por parte de Argentina, se ofreció eliminar tarifas de importación  y otorgaron concesiones comerciales. Una de ellas, la monopolización del  sistema de tranvías en la Capital Federal, fue atenuado por intervención del  propio Presidente Justo. Aunque el acuerdo comercial con Inglaterra no tuvo  consecuencias perjudiciales, muchos argentinos pensaban que se trató de una  imposición extrajera humillante, denunciando de paso que protegía a sectores  acomodados de la población. 8 
  En materia  económica y social el gobierno del general Justo efectuó aportes  pero también cometió numerosos errores. En  enero de 1935 ingresó al Congreso Nacional el proyecto de creación de un Banco  Central, institución necesaria y fundamental en cualquier economía moderna. En  sus inicios tuvo un carácter mixto, con capital estatal y privado, teniendo a  su cargo  la emisión monetaria, el manejo  de cambios y la política crediticia. La ley permitía que capitalistas  extranjeros participaran en la institución y de hecho, dos directores fueron  nominados en representación de  bancos  extranjeros. Sin embargo, en otras materias como el transporte, la Compañía de  Tranvías que era la concesionaria del servicio en Buenos Aires y de propiedad  inglesa, logró presionar al Estado para que éste adquiriese colectivos  pertenecientes a empresas unipersonales. Luego de esto  pudo formar una única empresa monopólica  mixta que prestaba el servicio, 25% de propiedad estatal y 75% de propiedad  inglesa.9 
  La situación  económica tuvo un alivio a mediados de la década de 1930, en parte por la  recuperación del precio internacional de los granos y el impulso industrial  debido a una política de sustitución de importaciones. Debido a ella, el valor  de la producción industrial local se triplicó entre 1935 y 1945, aunque la  producción agropecuaria no logró duplicarse. Entre otras consecuencias del  crecimiento industrial estuvo el aumento de la emigración de desocupados del  campo hacia la ciudad, en especial hacia Buenos Aires, pero que en términos  generales lograron conseguir algún tipo de empleo según estadísticas  existentes. Hacia el año 1944, por ejemplo, se registraron sólo 11.195  desocupados. La desocupación disminuyó y los salarios nominales, que en 1934  fueron los más bajos de la serie estadística, comenzaron a subir pero aún por  debajo del año 1929, al menos hasta 1942.   Todos estos antecedentes permiten explicar, al menos en parte, que la  población de Buenos Aires creciera desde 1,5 millones de personas en 1914 a 3,4  millones en el año 1935.10 
  Desde 1940 en  adelante las Fuerzas Armadas argentinas se convertirían en un actor protagónico  de la vida nacional, asumiendo buena parte de las funciones que el Estado  empresario había ideado con diversos propósitos. Es así como, entre 1931 y  1937, el presupuesto militar aumentó desde 189 mil hasta 315 mil pesos de la  época. Además, en el mes de octubre de 1941 fueron creadas otras dos  instituciones gubernamentales, la Flota Mercante del Estado, dependiente del  Ministerio de Marina y la Dirección de Fabricaciones Militares. Por otra parte  en aquellos años y con motivo de los hechos bélicos que ocurrían en  Europa,  coexistían en la milicia  argentina dos tendencias de favoritismo bélico: una que identificaba al general  Justo, a favor de los aliados, y otra denominada nacionalista, favorable a la  posición alemana.11 
  Esta extraña  combinación de un Estado proteccionista y productor, fraudes electorales, roces  entre algunos gobiernos provinciales y el central, militares partícipes de la  política local e internacional y la existencia de ciertos negocios favorecidos  de autoridades públicas, constituyó finalmente un cóctel perfecto que  explotaría el día 4 de junio de 1943 en un nuevo golpe de Estado:
“En ese contexto las Fuerzas Armadas  iban camino a transformarse en un poder en sí mismo y en un árbitro ‘natural’ de la situación nacional. El ambiente parecía propicio para las conspiraciones.  Así lo entendieron los militares del Grupo de Obra de Unificación (GOU),  una logia fundada  el 10 de marzo de 1943  en los salones del Hotel Conte, que estaba frente a la Plaza de Mayo, por  iniciativa de los tenientes coroneles Miguel A. Montes y Urbano de la Vega, que  fue creciendo en influencia dentro de las filas castrenses. Sus principales  referentes eran el coronel Juan Domingo Perón y el teniente coronel Enrique P.  González. Los dos eran oficiales del Estado Mayor General, graduados en la  Escuela Superior de Guerra, de la que además Perón era profesor de historia  militar”.12 
  En los años  siguientes cobraría una enorme relevancia la figura del general Juan Domingo  Perón. El golpe de Estado perpetrado el 4 de junio fue más bien tranquilo, pero  las relaciones personales entre quienes lo ejecutaron se mantuvieron tensas  hasta que, más tarde, el liderazgo fue asumido por Perón. En un comienzos había  asumido el general Arturo Rawson, pero sólo duró un día, siendo reemplazado por  el general Pedro Pablo Ramírez y luego éste por el general Edelmiro Farrell en  febrero de 1944. Estos cambios y los que seguirían  se hicieron en medio de una constante pugna  política por alcanzar el poder mediante elecciones democráticas y que, finalmente,  conduciría a que ex radicales apoyaran al gobierno revolucionario y en  particular a Juan Domingo Perón. Los peronistas organizados al alero de una  nueva institución, la “Unión Cívica Radical Junta Organizadora”, resultarían  vencedores en las elecciones celebradas en  1946 y en las cuales Perón obtuvo alrededor del 55% de los votos.13 
  En el gobierno  de Perón se ejecutaron diversas acciones de política económica y social que  dificultan hasta cierto punto categorizar su gestión como parte del militarismo  reiterativo, de acuerdo a la clasificación de Alain Rouquié, o en cualquier  otra. La razón de ello es que en sus medidas se refleja una posición estatista-proteccionista,  por un lado, y hasta liberal, por otro. Entre las de carácter estatista y que no corresponden a una función del Estado moderno estaban la  nacionalización de diversos servicios públicos como ferrocarriles, teléfonos,  gas, aerolíneas, flota mercante y la expropiación de tierras en Jujuy y Salta  para crear colonias y granjas. Entre las de carácter proteccionista destacó la creación de un  Banco  Industrial para asegurar el financiamiento de la producción de pequeñas y  medianas empresas.14 
  Por otra  parte, tomó medidas de carácter subsidiario, que sí corresponden a una función  del Estado propias de una economía liberal, como las de perfeccionar la  legislación laboral, desarrollar planes de colonización, otorgar créditos  agrícolas a sectores más desposeídos, reconocer las culturas indígenas  permitiendo inscribir sus nombres en lengua de origen,  asignar un 10% de las utilidades de la  Lotería  Nacional a obras de asistencia  de los aborígenes y hasta la creación de institutos de lenguas americanas como  del Instituto Superior de Arte y Cultura Incaica. 15
  A lo largo de  los años de gobierno peronista cabe reconocer que hubo prosperidad y pleno  empleo, con un aumento en la participación de los trabajadores en el ingreso  nacional el cual alcanzó alrededor del 50% y el ascenso en la movilidad social  también aumentó. Sin embargo, la escasa disposición de los propios industriales  y la posición de algunos analistas que pensaban que las ideas de Perón  constituían un “proyecto burgués sin burguesía” comenzaron poco a poco a  oponerse a su gobierno. Las intenciones de  constituir un régimen de tendencias totalitarias lo obligaron a realizar  constantes acciones que implicaban abusos de poder, lo que se tradujo en una  oposición cada vez más tenaz y que, a partir del año 1951, se vio reflejada en  varias conspiraciones militares. La creación del Partido Demócrata Cristiano en  1954 fue otro factor de controversia, pues Perón era partidario de favorecer  algunas medidas laicistas que los católicos pensaban eran un atentado contra su  fe, como la aprobación de la ley de divorcio por el Congreso.16 
  La  insurrección del 28 de septiembre de   1951, entonces dirigida por el general Benjamín Menéndez, dio inicio a  una delicada situación interna en Argentina que el propio Perón calificó como  “estado de guerra interna”, siendo de hecho oficiales de la Marina quienes más  se oponían a su continuidad en el poder. Algunos años más tarde, relataría en  su autobiografía que la Marina de su país fue la institución que fraguó la  llamada revolución de 1955 que lo depuso, haciendo notar que los ingleses  estaban disgustados por sus ideas anticolonialistas: 
“Nuestra  independencia económica sirvió para librarnos  de Inglaterra. La Marina está formada por jefes y oficiales que son en su  mayoría masones del rito escocés, rito al que pertenece la marina inglesa.  Nosotros sabíamos que Inglaterra estaba dirigiendo y financiando esto y por eso  le retiramos toda la munición a la Marina. Pero los ingleses, desde las bases  de las Islas Malvinas, no solamente les facilitaron esas municiones sino que  los abastecieron de combustible y de alimentos desde Montevideo. (...)  Proyectaban sacar a la Infantería de Marina, que se hallaba en el Arsenal de  Buenos Aires para que atacara la Casa de Gobierno y me matara ahí adentro.  Tiraron bombas desde el aire y atacaron también con bazucas, pero yo no estaba  en ese lugar, sino en el Ministerio de Guerra ”. 17
  En una visión de más largo plazo, se constata que Argentina vivió al menos seis golpes de Estado relevantes ocurridos en el siglo XX,  específicamente en 1930, 1943, 1955, 1962, 1966 y 1976. De  acuerdo a la clasificación  de Rouquié-Dabène mostrada en la Figura 3.1, los cuatro primeros podrían  clasificarse como gobiernos militares provisorios, mientras que los de los años 1966 y 1976 como militarismo desarrollista en lo político y regímenes terroristas neoliberales  según su criterio económico. Esta última categorización se justifica debido a que, a partir  del mandato de Juan Carlos Onganía se inició de forma ascendente una guerra sucia en la línea del  terrorismo de Estado contra la subversión.18  
   Un  vistazo general al lapso transcurrido entre los 53 años que transcurrieron  desde el primer golpe de Estado en 1930, hasta el término de las dictaduras en 1983, los militares argentinos  estuvieron al mando 25 años, instalando un total de 14 dictadores en el cargo  de Presidente de la Nación, es decir un promedio de uno por cada 1,7 años. Cabe  destacar además que en éste medio siglo de vida económica, social y política, prácticamente todos los gobiernos  elegidos democráticamente finalizaron a causa de un golpe de Estado. La  excepción fueron dos  presidentes electos que nunca hubiesen podido alcanzar la más alta investidura  política a no ser por golpes de Estado previos: el  general Agustín Pedro Justo, electo en noviembre de 1931, después del  derrocamiento de Hipólito Irigoyen en noviembre de 1931 y el general Juan Domingo Perón, electo constitucionalmente en febrero de 1946, pero partícipe de la revolución del 4 de junio de 1943.19  
  En el proceso político y social vivido en  Argentina entre los años 1930 y 1983 la estabilidad de quienes asumían el poder  dependía en gran medida del respaldo que tuviesen entre las Fuerzas Armadas. De  acuerdo a un análisis efectuado por Alain Rouquié sobre este lapso, la  supeditación permanente a los militares  desembocó en una fragilidad política reiterada del poder civil. Una posible  consolidación democrática  se alejó  totalmente por el hecho de que los uniformados proscribían a quienes habían  ganado, convirtiendo de paso a Argentina en un país ingobernable.20 
  Los  antecedentes antes expuestos permiten de algún modo comprender las complejas  relaciones que existieron entre civiles y militares, así como la alternancia  entre democracia y golpes de Estado hasta el año 1983. Aún cuando la  intervención castrense en el ámbito político era ilegítima, siempre mantuvo una  cuota de respaldo en uno u otro sector de la opinión pública argentina. En la  práctica cada pronunciamiento militar era apoyado por representantes del sector  público o privado, opuestos a quienes detentaban el poder. Las voces que pedían  las intervenciones militares lo hacían por resentimiento y deseos de desquite  por hechos del pasado, pudiendo incluso representar tendencias de cualquier  tipo. 21
  El militarismo  argentino castigaba a cualquier partido, aún cuando otorgaba una sensación de  conservadurismo y anticomunismo, permitía que tanto peronistas de derecha como  de izquierda, o el propio Partido Comunista, simpatizaran y hasta buscaran  algún tipo de alianza con oficiales progresistas. Esto explica la continuidad  de su presencia en los destinos de la nación y el hecho de que no fueran  condenadas de manera unánime por su ingerencia en asuntos políticos que estaban  fuera de sus verdaderas funciones profesionales. Los militares eran percibidos  más bien como socios difíciles, quizás molestos pero necesarios, en un campo de  lucha política en que se requería astucia y en el que “nada podía hacerse  contra ellos ni sin ellos”.22 
  La  inestabilidad política y la participación de los militares en asuntos  eleccionarios marcó  los últimos años de  la década de 1950. La dictadura de 1955 fue encabezada inicialmente por el  general Eduardo Lonardi y luego por el general Pedro Eugenio Aramburu quien,  tras más de dos años de gobierno (1955-1958), hizo entrega del poder al  Presidente Arturo Frondizi, entonces representante de la Unión Cívica  Radical Intransigente (UCRI). En las elecciones de 1958 pudo conseguir el  triunfo ante su oponente, Ricardo Balbín de la Unión Cívica Radical del  Pueblo (UCRP). Para ello Frondizi debió recurrir a un pacto con los  sindicatos y dirigentes de la Confederación General del Trabajo (CGT),  bajo la anuencia del depuesto general Perón.  23  
  El gobierno de  Arturo Frondizi (1958-1962) se caracterizó,   entre otros aspectos, por su política de dar facilidades a la inversión  extranjera y en particular en la explotación del petróleo argentino. Al igual  que en el caso de Perón, esta decisión debilitó su base de apoyo por el fuerte  nacionalismo económico existente en esos años, pero consiguió que las empresas  extranjeras invirtieran en Argentina entre 200 y 300 millones de dólares de esa  época entre 1959 y 1963. Con esto, logró no sólo que la producción aumentase,  sino que hacia 1962 prácticamente había casi alcanzado la autosuficiencia. A  pesar de estos y otros logros en materia de producción y perforación de nuevos  pozos, al oposición a este tipo de política   terminó por imponerse, bajo argumentos como que las remesas de divisas  al extranjero anulaban los ahorros de las importaciones que se evitaban, los  contratos fueron firmados en secreto y sin consentimiento del Congreso y hasta  por “traición a la patria” o “amenaza a la soberanía nacional”.24  
  Una  combinación de circunstancias desfavorables en lo económico y político, en que  el peronismo ganó las elecciones provinciales para gobernador, llevó a que los  militares depusieran a Frondizi y nombrasen a José M. Guido como Presidente,  hasta la elección de  Arturo Illia  en 1963.25 
  El nuevo  Presidente, veterano líder radical, estableció el nacionalismo petrolero como  piedra fundamental de su gobierno, declarando de manera unilateral nulos y sin  valor los contratos que Frondizi había firmado, argumentando que el Congreso  nunca los había aprobado. La investigación realizada por una comisión ad hoc  estableció que los contratos eran concesiones fraudulentas encubiertas, existencia  de soborno y que las ganancias excedían los ahorros por importación. Sólo  después que Estados Unidos presionó para que el gobierno argentino compensara a  las empresas por la expropiación de que eran objeto, Illia estuvo dispuesto a  negociar. Paradójicamente, después que Illia perdió el poder debido a otro  golpe militar ocurrido el 28 de junio de 1966, el nuevo Presidente y general  Juan Carlos Onganía, se orientó  en  favor de la inversión extranjera. Su postura  en esta y otras materias era cercana a la de un grupo de militares  intelectuales agrupados en torno al general Juan E. Guglialmelli, quien desde  1963 había impulsado entre los oficiales una “doctrina de seguridad nacional”  que vinculaba la estabilidad argentina con la derrota de la subversión interna.26 
  El  Presidente  Juan Carlos Onganía actuó de  este modo a disgusto de las masas argentinas altamente politizadas y aún leales  a Perón, lo que llevó a la represión de una serie de motines en Córdoba y otras  ciudades. La situación poco a poco se encaminaba a la llamada “guerra sucia”,  pues los presidentes que siguieron a Onganía, los generales Roberto M.  Levingston (1970-1971) y Alejandro Lanusse (1971-1973), orientaron sus  preocupaciones a combatir la actividad guerrillera, en particular al movimiento  Montonero, pasando la cuestión petrolera a un segundo plano.27  
  La historia de los Montoneros en  Argentina no deja de sorprender y a pesar de los años transcurridos. Su origen  se remonta a una época de gran conflictividad social, dos años después de que  el general Juan Carlos Onganía, al mando de las Fuerzas Armadas, tomara el  poder por la fuerza. Su anuncio de existencia formal al mundo se produjo en el  año 1970. Cabe destacar en este caso, que en las raíces de este movimiento  estuvieron algunos hombres y mujeres jóvenes que participaron políticamente en  la organización conservadora Acción Católica (AC), e incluso del partido Tacuara, que estaba inspirado en la Falange española. Sería más  tarde que los integrantes del movimiento Montonero describieran su postura  política como una mezcla entre la guerrilla urbana propiciada por el Che  Guevara –y su teoría del foco- y las motivaciones de las luchas peronistas. 28
  Las primeras manifestaciones  montoneras, sin embargo, se produjeron antes de su anuncio del año 1970. En la  fiesta del 1º de Mayo de 1967, Juan García Elorrio y dos de sus compañeros, del  comando Camilo Torres, interrumpieron una misa en la Catedral de Buenos Aires  en que se encontraba el general Juan Carlos Onganía, manifestándose a favor de  una lucha armada contra el gobierno. A fines de los años 60 los llamados  proto-Montoneros fueron radicalizándose por distintas razones. La situación  política en Argentina era de gran tensión, en 1969 se produjo una fusión de  descontento obrero y estudiantil, conocida como “El Cordobazo” en respuesta a  un alza del 537% de los precios de los alimentos en el interior de Argentina.  La visita al país de Nelson Rockefeller provocó la reacción del entonces  Ejército de Liberación nacional (ELN), atacando 13 supermercados “Minimax”.  Además, estallaron bombas en Rosario, Mendoza y Paraná. 29
  Con el paso del tiempo, el  movimiento fue adquiriendo un cariz  profesional. Aunque uno sus líderes ideológicos, Abraham Guillén, proponía una  lucha de clases en el sentido amplio, los Montoneros se inclinaban por una  guerra popular. Guillén deseaba una guerra total que incorporara lo económico,  las huelgas, manifestaciones, protestas por el costo de la vida, acciones  violentas aisladas, propaganda bien dirigida, una política internacional coherente  y hasta una guerrilla colocada a la espalda del enemigo. Otro mentor  ideológico, Carl von Clausewitz, era más partidario de una guerra defensiva, de  carácter urbano, triunfando en la controversia. En la práctica, sin embargo, la  actividad montonera no tuvo características masivas y recibió sólo el apoyo de  apenas unos pocos jóvenes de clase media. 30
  La cuestión que interesa destacar  aquí, pensando en términos de calidad de vida, es qué tipo de costos y  beneficios sociales se produjeron, vistos en grandes lineamientos, por las  acciones de los Montoneros en la República Argentina. Esto nos lleva a  describir aspectos de su actividad subversiva, comenzando por un asalto al  Banco de la Calera, un ataque al puesto de vigilancia del Hospital Militar en  Córdoba, atracos a comisarías e incursiones a otros bancos de esta misma  ciudad. En mayo de 1970 secuestraron a Pedro Eugenio Aramburu, uno de los  líderes que había depuesto a Domingo Perón en 1955, a quien lo  asesinaron. Además, entre 1970 y 1972  asaltaron una sucursal del Banco Galicia en Buenos Aires, robando 36.000  dólares, ocuparon la Casa de Tucumán donde se había declarado la independencia  argentina en el año 1816, se tomaron una pequeña población rural en San  Jerónimo del Norte, a 60 Kms. de Santa Fe, colocaron más de cien bombas que  destruyeron empresas extranjeras, atacaron lugares de “privilegio oligárquico”  (Jockey Clubs, clubes de lujo), robaron otros 88.000 dólares al Banco Boulogne  de Villa Ballester y en la plaza central de San Isidro colocaron bombas camufladas  hiriendo a tres policías, dejando ciego a un bombero y matando a otro.31 
  Los Montoneros continuaron  efectuando acciones armadas y violentas de manera efectiva hasta el año 1976,  incluyendo entre ellas las siguientes: ataques a compañías y ejecutivos  extranjeros; voladura de una comisaría en Santa Fé; la quema de 38 Fiats a un  costo aproximado de US $ 98.000.-; secuestros y pedido de rescate, como el caso  de Vocenzo Russo de la Estándar Electric Argentina; también crearon un clima de  desorden social y estuvieron detrás de otras protestas  sociales como “el Viborazo” de Córdoba y “el  Mendozaso” en los que debieron intervenir tropas para sofocar las  manifestaciones. Después de la llegada de Héctor Cámpora al poder, los  Montoneros movilizaron multitudes de estudiantes entre 1973-1974 y, hasta 1976,  continuaron con su actividad guerrillera, reconociendo haber llevado a cabo  unas 400 operaciones y haber matado o lastimado a unos 300 empresarios. 32
  El fin de los  Montoneros se debió al terrorismo de Estado impuesto por las Fuerzas Armadas  argentinas para eliminar la subversión. La Junta Militar que había tomado el  poder tras el golpe del año 1976, encabezada por Jorge R. Videla, utilizó toda  la infraestructura e institucionalidad del Estado para destruirlos. En marzo de  1978 murieron alrededor de 200 personas en Villa Devoto, que fueron calificadas  como presos políticos y delincuentes. Los militares habrían retenido alrededor  de unos 18.000 individuos, pero sólo reconocieron 5.108 en mayo de 1977 y  apenas 900 reclusos detenidos por el poder ejecutivo. Finalmente los Montoneros  comenzaron a emigrar por distintas urbes del mundo, como Madrid, Ciudad de  México, Roma, Paris, Caracas y otras. Contaban con varios millones de dólares  escondidos en Cuba y otros lugares, que utilizaron en gastos de propaganda  contra el régimen argentino.33 
1 MacGee Deutsch, Sandra, Las derechas. La extrema derecha en la Argentina, el Brasil y Chile, 1890-1939., (Las derechas. The extreme right in Argentina, Brazil and Chile, 1890-1939, Satanford University Press, 1999), colección Convergencia. Entre memoria y sociedad., Universidad Nacional de Quilmes, p. 61, Buenos Aires, Argentina, 2005.
2 MacGee Deutsch, Sandra, ibidem.
3 Sánchez, Luis Albertoc, op. cit., p.p. 1124 y 1125.
4 Véanse: (a) Snow, Peter G., Radicalismo argentino, Editorial Francisco de Aguirre, Compañía Impresora Argentina S.A., Biblioteca de Ciencias Pollíticas, Nº 6, 1ª edición, pp. 72 y 73, Buenos Aires, Argentina, 1972 y (b) Lanata, Jorge, Argentinos. Siglo XX: desde Yrigoyen hasta la caída de De la Rúa., Tomo 2, Ediciones B, 2ª edición, p. 42, Buenos Aires, mayo del 2003.
5 Véanse: (a) Snow, Peter G., op.cit., pp. 72-74 y (b) Lanata, Jorge, op. cit., p.43.
6 Pigna, Felipe, Los mitos de la historia argentina 3. De la ley Sáenz Peña a los albores del peronismo, Grupo Editorial Planeta S.A.I.C., serie Historia y Sociedad, 2ª edición, pp. 198-201, Buenos Aires, Argentina, noviembre del 2006.
7 Ibid., pp. 202-216, pássim.
8 Pigna, Felipe, op. cit., pp. 263 y 264.
9 Galasso, Norberto, La década infame, Cuadernos para la Otra Historia, Centro Cultural “Enrique S. Discépolo”, pp. 7 y 8, Buenos Aires, Argentina, 2006.
10 Vánse: (a) Salas, Ernesto J., Percepciones. Los trabajadores, el tango y las representaciones de la década de 1930., Ministerio de Educación, Ciencia y Tecnología de la Nación, documento de trabajo, páginas sin enumerar, Santa Rosa, La Pampa, Argentina, 3 de julio del 2006 y (b) Pigna, Felipe, op. cit., p. 285.
11 Pigna, Felipe, op. cit., p. 303.
12 Pigna, Felipe, op. cit., pp. 303 y 304. Nota: algunos autores identifican la sigla GOU como Grupo de Oficiales Unidos.
13 Snow, Peter, op. cit., pp. 97-100.
14 Chumbita, Hugo, Juan Domingo Perón, en Álvarez García, Marcos et al, Líderes políticos del siglo XX en América Latina, op. cit., pp. 324 y 325. La clasificación de carácter económico es de mi responsabilidad, pero el lector puede encontrar su fundamento en cualquier libro de Economía Moderna.
15 Ibidem.
16 Chumbita, Hugo, op. cit., pp. 327 y 328.
17 Lanata, Jorge, op. cit., pp. 160 y 161. El autor relata que Perón pudo aislarse en aquellos difíciles momentos en Paraguay y huir en un hidroavión enviado por el entonces Presidente Alfredo Stroessner.
18 Rouquié, Alain y Suffern, Stephen, Los militares en la política latinoamericana desde 1930, en Bethell, Leslie (Editor), Historia de América Latina. Política y sociedad desde 1930., op. cit., pp. 294 y 298.
19 Véanse: (a) Iglesias, Abelardo; Fernández, Daniel; Blanco L., Patricia et al, Almanaque mundial 1986, Editorial Andina S.A, pp. 256 y 257, Santiago de Chile, 13 de noviembre de 1985 y (b) Rouquié, Alain y Suffern, Stephen, ibid., p. 294.
20 Rouquié, Alain y Suffern, Stephen, Los militares en la política latinoamericana desde 1930, op. cit., p. 295.
21 Ibid., p. 295.
22 Ibidem.
23 Véanse: (a) Lanata, Jorge, op. cit., pp. 188 y 189 y (b) Massone Marisa y Labandeira, María Celia, Los golpes de Estado en la Argentina, Unidad de Recursos Didácticos, Ministerio de Educación, folleto educativo CSP/9, Presidencia de la Nación, Argentina, sin año.
24 Solberg, Carl E., Petróleo y nacionalismo en la Argentina, (Oil and Nacionalism in Argentina, Stanford University Press, 1979), Emecé Editores S.A., 1ª edición, Compañía Impresora Argentina, pp. 248-254, Buenos Aires, Argentina, 1982.
25 Massone Marisa y Labandeira, María Celia, op. cit., en el mismo lugar.
26 Massone Marisa y Labandeira, María Celia, op, cit, en el mismo lugar.
27 Solberg, Carl E., op. cit., (1982), pp. 254-257.
28 Guillespi, Richard, Soldados de Perón, (Soldiers of Perón, Argentina’s Montoneros, Oxford University Press, New York, 1982), Grijalbo, 2ª edición argentina, pp 73 y 74, Buenos Aires, Argentina, 1998.
29 Ibid., pp. 84 y 93-94 .
30 Guillespi, Richard, op. cit., (1998), pp. 108-111.
31 Ibid., pp. 119-123 y 143.
32 Guillespi, Richard, op. cit., pp. 145-146, 170 y 288-289.
33Ibid., pp. 297-307, pássim.
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