IDENTIDAD Y CAMBIO SOCIAL EN UNA COMARCA DE CANTABRIA: EL CASO DE CAMPOO

IDENTIDAD Y CAMBIO SOCIAL EN UNA COMARCA DE CANTABRIA: EL CASO DE CAMPOO

Alfonso Muñoz Güemes (CV)

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2.    Espacio social y territorialización del sujeto.

      Uno de los aspectos que nos interesa resaltar del trabajo de campo, es el hecho de que, en la mayoría de las entrevistas realizadas en el ámbito rural a lo largo y ancho de la Comarca, los informantes reiteraron siempre un sentimiento de extrañeza con respecto a las relaciones sociales que tienen hoy en día. Esta percepción vaga y confusa se refiere a la forma de integración y participación que consideran que tenían los individuos con sus grupos locales, hasta antes del proceso de industrialización y emigración masivo que se vivió en Campoo entre los años 1965 y 1974. Aunque no se haya perdido del todo, sí podemos decir que existe una redimensionalización de las relaciones individuo-grupo local, que tiene su explicación en la movilidad social, de la que ya se ha hablado en epígrafes anteriores.
      En otro ámbito de la vida local se puede mencionar el sistema de trabajo dado, que consiste en la ayuda solidaria que se presta a familiares y vecinos, tanto en las tareas productivas como la recogida del verde, la cosecha del trigo y la patata. Otro ámbito de interacción social dentro de los núcleos urbanos fue y es, aunque en menor medida actualmente, el de la participación del cabeza de familia en la Junta vecinal, lo que asegura su reconocimiento social como vecino de derecho. La vecindad otorgada y reconocida por la participación solidaria con los iguales del pueblo, permite al cabeza de familia acceder a las vecerías, que no sólo significan que irá a cuidar el ganado de sus vecinos, sino que tendrá derecho al uso y disfrute de la riqueza natural del territorio perteneciente a su núcleo de población.
      La mano vuelta es un trabajo solidario que se realiza entre parientes consanguíneos y filiales o entre vecinos, consistente en ayudar a edificar casas, cuadras, u obras de infraestructura local como caminos, puentes o el desbroce de los límites territoriales. Esto implica lo que llamamos aquí principio de participación, e implica que cada cabeza de familia de los núcleos debe prestar su trabajo para obrar de bien común de los vecinos. Esta participación solidaria es requisito básico para el reconocimiento tanto del derecho de permanencia de los individuos en la comunidad, como del reconocimiento del derecho de usufructo de los terrenos del núcleo de población y su riqueza. Concretamente es este principio lo que los informantes mencionan en sus discursos como lo que se ha perdido.
      Este principio que se ha ido perdiendo por la transformación de la estructura social rural, es lo que los sujetos conciben como el fundamento de las relaciones vecinales y familiares anteriores al proceso de emigración rural masiva, que transformó las relaciones vecinales. Esta percepción desestructuradora de la modernidad, es lo que  ha sido expresado como “sentimiento de extrañeza”, siendo el síntoma de la distancia social en las relaciones sociales rurales hoy en día.
      Con esto se quiere apuntar uno de los procesos de la identidad a que se ha hecho referencia atrás en este capítulo:
1. Identidad/autoadscripción individual: ejercido por sujetos concretos a través de su participación1 (empatía), en las instituciones sociales, que les permite compartir y reproducir contenidos y sentidos simbólicos.
      Este nivel de identificación del individuo con el grupo local se ejerce a través del principio de participación y solidaridad, lo cual permite a los actores el arraigo o pertenencia a su grupo, al formar parte del conjunto de individuos que participa de las instituciones sociales locales, y al socializar a través de la resignificación de los códigos y normas conductuales, socialmente asumidos, establece una relación empática con el ser grupal; formando parte así los sujetos, de ese cuerpo social.
      En este sentido, Ricardo Sanmartín Arce2 estudia el síndrome casal, el síndrome personal, la utilización y simbolismo de los apodos y la identidad, así como a las cuadrillas, lo cual consideramos fundamental en el análisis de los procesos aquí estudiados. Respecto a la vecindad en los núcleos de población, nos comenta Sanmartín que ésta se parece a la familia por el componente territorial y geográfico, al compartirse los espacios de uso cotidiano. En estos espacios que son de cada uno y de todos a la vez, se confunde el derecho al uso privado con la propiedad pública de los mismos.
      En relación a la identidad en los espacios rurales, el mismo autor nos indica que ésta es cambiante ya que <<se es con otros, y se es frente a los otros>>. En este mismo sentido Barth3 afirma que, la identidad es construida siempre en el proceso de interrelación con otros colectivos, con el fin de reafirmar la pertenencia a un grupo.
      Al igual que pasa con el reconocimiento recíproco del derecho de permanencia en el núcleo vecinal y al usufructo de las riquezas ecológicas que se establece entre los núcleos de población de las subáreas comarcales, en el caso de los individuos existe un proceso análogo de reconocimiento/autoadscripción/derechos, que deriva de la participación de los actores en la vida cotidiana de su núcleo, asumiendo solidariamente el compromiso de la reciprocidad en el “don”. Es decir, que así como las advocaciones conceden los favores a través del don, los vecinos se prestan ayuda, se hacen favores y se protegen en caso necesario, practicando el don o la reciprocidad.
      El individuo queda, de este modo, definitivamente involucrado en la red social local, a partir de complejos sistemas de intercambios recíprocos, tanto parentales como de circulación de bienes, de ayudas mutuas o de trabajos solidarios compartidos. La fiesta y el ritual conmemorativo de la fundación local, pueden ser también entendidos como la institución que, en el momento de mayor auge de la actividad ganadera y de mayor vitalidad de los núcleos de población, condensó y concentró las relaciones sociales intra e interlocales, debido a que con acto se conjugan gran cantidad de relaciones particulares que indican organizaciones sociales y cosmovisiones concretas.
      Según los datos de campo obtenidos, se encontró que en varios núcleos de población rural de la Comarca existieron cofradías y hermandades, creando relaciones de reciprocidad entre distintos núcleos rurales a través de estas instituciones. La organización de los actos festivos y conmemorativos estaba a cargo de miembros de los núcleos que accedían al cargo por designación del resto de vecinos, lo que implicaba la participación al completo de las familias de los sujetos en el cargo.
      Es muy significativo el hecho de que en Reinosa la Peña “Los Formidables” se haya hermanado con la Peña “Los Quince de Maliaño”, lo que corrobora el proceso de traslación de los principios y valores ético-morales desde el ámbito rural al ámbito urbano. Ricardo Sanmartín comenta respecto de los valores ético-morales, que éstos son inherentes a los grupos de sociabilidad, representando sistemas de conducta y de pensamiento que interactúan entre sí, redefiniéndose en cada situación. Valores que junto con los demás aspectos que venimos analizando, forman la identidad.
      El dato del hermanamiento de las peñas y la consiguiente actualización de los valores ético-morales que se gestan desde el ámbito rural, trasladándose a los espacios urbanos, demuestra la continuidad de las instituciones sociales que son resemantizadas en otro espacio social, generando, como en el caso del hermanamiento de las desaparecidas cofradías, lazos de solidaridad entre grupos de iguales de distinta procedencia. Es decir, que con los hermanamientos, tanto de las antiguas cofradías como con las peñas, se ponen en marcha instituciones y relaciones simbólico-sociales que condensan el proceso de empatía/cohesión social mediante la concurrencia de los individuos, ya sean éstos los cabezas de familia o sus cónyuges e hijos, asegurando de este modo la reproducción simbólica y material de la matriz identitaria grupal.
      Al invitar a los colectivos de los núcleos de población aledaños a participar en las celebraciones locales, se establece un principio de hermandad/solidaridad entre “pueblos”, implicando a varios de los procesos sociales que venimos analizando: supone el principio de reconocimiento de la hermandad, o de comunidad de destino histórico entre colectivos que forman un grupo mayor; se posibilita así la autoadscripción de los sujetos rurales que participan de las actividades de la liturgia, por medio del reconocimiento del yo generalizado en el resto de los miembros del grupo; los sujetos participantes son aceptados y reconocidos como miembros por el resto del grupo y son atraídos hacia él, con el fin de que cumplan el rol social que se les asigna; la reciprocidad u obligación moral asegura tanto la ayuda mutua entre conjuntos de vecinos, como la aceptación entre grupos locales, por el intercambio de invitaciones y visitas. Es decir, por el intercambio de dones4 .
      Entre las hermandades y cofradías se reconocía, como hoy se hace entre peñas en el espacio urbano, el don divino otorgado al otro (que es un proceso de espejo, en el que uno se reconoce en el otro), permitía la filiación simbólico-ritual; es decir, que se asumía un cierto parentesco ritual entre las partes vinculadas. Nótese que aquí se utilizan precisamente términos parentales para explicar relaciones interlocales dentro del valle o subárea, lo cual significa e implica que al mismo tiempo de compartir creencias, las partes tienen y comparten derechos de asentamiento y residencia, además del derecho de usufructo del ecosistema.
      Todo esto nos lleva a postular que, efectivamente, se produce la refuncionalización de las instituciones de la matriz social rural en el ámbito urbano. Las peñas cumplen una función institucional aglutinadora del ethos5 religioso local a través de la misa de barrio, pero sobre todo, permite la reactualización del proceso de autoadscripción, reconocimiento y participación. La cohesión grupal se restablece en el entorno urbano, permitiendo tras el proceso de emigración rural-urbano, la invención de la tradición que sustenta a la identidad urbana, a partir de la reconstrucción del pasado histórico como su soporte simbólico.
      Este tipo de hermanamientos es similar al efectuado en la creación de la Hermandad de  los Veinticuatro Pueblos de Campoo de Suso, tanto ritual como simbólicamente. La institución social de reciprocidad interlocal sancionada en la conmemoración de la Virgen de Labra el 5 de agosto, es sobre la que se asienta el sentido de pertenencia al Valle o subárea mencionada. Se funda así un espacio mítico originario, que no es otro sino el santuario local de la Virgen de Labra.
      La reciprocidad, así establecida, es signo de una comunión de iguales, que se reconocen en equivalencia de derechos y condiciones. Esta noción de igualdad posibilita la elaboración cultural del proceso identidad/frontera de grupo, simbólicamente sancionada por la devoción local, base y resultado de la percepción social del grupo como segmento cultural específico.
      Se entiende aquí por frontera grupal el límite simbólico divisorio establecido por consenso entre un conjunto de núcleos de población rural, y que es asumido como un “nosotros”. En este caso, este conjunto tiene su expresión comarcal en la territorialización, que no es sino la apropiación simbólica del área geográfica en la que están asentados estos grupos sociales, y que incluyen tanto los poblados en sí como a sus tierras de labor.
      De esta forma, queda explicado el proceso de identificación/autoadscripción a nivel local que precede al proceso de conformación de la identidad grupal, el cual se produce a través de las relaciones institucionalizadas de hermanamientos entre localidades y entre subáreas. Para detallar aún más las relaciones o mecanismos de autoadscripción por medio de la participación en la vida social de la comunidad local de origen, quisiéramos señalar que nos hemos venido refiriendo tanto a las prácticas y usos sociales, llamadas “costumbres” y, por otro, a las “creencias”, que permanecen en el imaginario colectivo local.
      El conjunto de relaciones estructurales se expresan a través de una serie de manifestaciones ideológicas o creencias y de pautas de conducta o costumbres, que hacen que los sujetos sociales desempeñen los roles que existen en sus grupos. De esta manera la comunidad proporciona a sus miembros un espacio social, que es percibido como propio por los actores, dado que en el desempeño de los roles, se reconocen en el yo generalizado del grupo.
      Es, en los núcleos de población rural y en los barrios urbanos de la comarca de Campoo, donde se da el proceso de conformación de la identidad individual, tomando como la base de la socialización los procesos de empatía y cohesión. Dentro del espacio local, las personas asumen la personalidad que les otorga la pertenencia a su núcleo familiar, a su conjunto parental sancionado por la pertenencia detentada por el apellido. Se es alguien en función de ser parte de algo, siendo ese algo la familia y el núcleo de población; en donde, sólo ahí (pueblo/vecindad) y a través de ellos (familia/corporación), el individuo toma sentido como ser social.
      Todo individuo reconocido como vecino de una localidad, lo es en términos de las categorías de pensamiento que valoran su participación, otorgándole el rango de miembro de derecho del grupo, al cual ayuda a seguir existiendo con su participación y solidaridad. Su identidad personal no se reconoce sólo por sus rasgos evidenciados en el apodo 6, sino por su vinculación al grupo, a través de la participación activa en él. En éste sentido, es una identidad que reconoce la individualidad en función de su papel grupal.
      En el discurso de los informantes del área rural comarcal, básicamente hombres y mujeres mayores de 65 años, se puso en evidencia una añoranza de la estructura social en la que fueron socializados,  en la cual aprehendieron los sistemas referenciales de conducta, de concurrencia activa en las agencias y grupos de socialización, a través de las que efectuaron su proceso de autoadscripción grupal, por su vinculación participativa. Esta percepción podemos resumirla en una frase que pronunció uno de estos informantes: <<¿ves el pueblo?, pues está muerto. Esto no era así. Aquí ya no hay vida, no queda nada.>>

1 Insko, C., Wilson, M.: Op. Cit.

2. Sanmartín A., Ricardo: Identidad y creación. Horizontes culturales e interpretación antropológica. Editorial Humanidades, Barcelona, 1993. pp. 171-248.

3 Barth, Fredrik (Comp.): Los grupos étnicos y sus fronteras. Fondo de Cultura Económica, México, 1976.

4 Estos mismos proceso enunciados aquí, son los que operan en todas las conmemoraciones litúrgicas de la Comarca de Campoo; de forma más intensa, estos procesos tienen lugar en las conmemoraciones de los centros devocionales marianos, en los que el ethos religioso, se condensa a nivel comarcal, permitiendo así la vehiculación de la identidad de colectivos mayores.

5 Utilizamos el concepto de ethos en su sentido abarcador del conjunto de ideas, creencias y valores (morales, éticos y religiosos), que tiene un grupo social específico. El ethos se refiere a los ideales y esquemas de conducta considerados como obligatorios por la mayoría del grupo social que los elabora, garantizándose con su cumplimiento una vida común regulada.

6 Sanmartín A., Ricardo: Op. Cit.