LA SOBERANÍA ALIMENTARIA DE SINALOA, MÉXICO Y LA APUESTA POR JATROPHA CURCAS

LA SOBERANÍA ALIMENTARIA DE SINALOA, MÉXICO Y LA APUESTA POR JATROPHA CURCAS

Rocío Esthela Urías Urías
Juan Manuel Mendoza Guerrero
Eduardo Meza Ramos
(CV)
Universidad Autónoma de Nayarit

Volver al índice

CAPÍTULO II.- LA SOBERANÍA ALIMENTARIA COMO RESPUESTA A LA CRISIS ALIMENTARIA

2.1 El hambre como un problema estructural

El hambre es un problema estructural lleno de factores y procesos económicos que ahodan paulatinamente la inseguridad alimentaria en el mundo. Ésta tiende a configurarse como un circulo repleto de contradicciones, pues es paradójico que mientras en el mundo existe la suficiente capacidad productiva para alimentar a la población, haya millones de personas aquejadas de subnutrición crónica.

Los principales aspectos que daban valor a la alimentación han quedado en segundo término. Más allá de una necesidad fisiológica y una representatividad cultural, el valor de la alimentación ha pasado a manos del sistema capitalista. Sus distintas reconfiguraciones, quien ha pasado del auge industrial hacia la apropiación de los recursos naturales, han llevado a transformaciones productivas que dejan paulatinamente rezagado los sistemas de producción tradicionales. La situación radica principalmente en el énfasis acumulativo que el capitalismo adopta en sintonía con un conjunto de relaciones complejas donde la tecnología, las nuevas instituciones financieras, los sistemas de toma de decisiones, inclusive los modos de conocimiento, son factores que intervienen en los cambios del sistema productivo mundial (Escobar, 1996).

Escobar (1996) alude que tales cambios surgieron a partir del nacimiento del discurso del desarrollo después de la Segunda Guerra Mundial, el cual pretendía dar respuesta a los problemas de pobreza en países del Tercer Mundo. En 1949, Harry Truman durante su discurso de posesión como presidente de Estados Unidos anunció al mundo entero su concepto de “trato justo” cuyo fin era resolver los problemas de las “áreas subdesarrolladas” del globo:

Más de la mitad de la población del mundo vive en condiciones cer­canas a la miseria. Su alimentación es inadecuada, es víctima de la enfermedad. Su vida económica es primitiva y está estancada. Su pobreza constituye un obstáculo y una amenaza tanto para ellos como para las áreas más prósperas. Por primera vez en la historia, la humanidad posee el conocimiento y la capacidad para aliviar el sufrimiento de estas gentes [...] Creo que deberíamos poner a dis­posición de los amantes de la paz los beneficios de nuestro acervo de conocimiento técnico para ayudarlos a lograr sus aspiraciones de una vida mejor... El que tenemos en mente es un programa de desarrollo basado en los conceptos del trato justo y democrático [...] Producir más es la clave para la paz y la prosperidad. Y la clave para producir más es una aplicación mayor y más vigorosa del co­nocimiento técnico y científico moderno (Truman 1964 citado por Escobar 1996).

La doctrina tuvo como propósito crear las condiciones necesarias para reproducir en todo el mundo rasgos característicos de las sociedades avanzadas, tales como: altos niveles de industrialización y urbanización, tecnificación de la agricultura, rápido crecimiento de la producción material y los niveles de vida, y adopción generalizada de educación y los valores culturales modernos (Escobar, 1996). Lo que proponía el informe era la reestructuración total de las sociedades “subdesarrolladas”, transformando de forma drástica dos terceras partes del mundo en pos de los objetivos de prosperidad material y progreso económico1

Sin embargo, “el reino de abundancia prometido por teóricos y políticos de los años cincuenta produjeron lo contrario: miseria y sub­desarrollo masivo, explotación y opresión sin nombre” (Escobar, 2010). Los deprimentes resultados son vistos en la población de América Latina, Asia y África. La creación imaginaria de naciones subdesarrolladas y su afán por “desarrollarlas” sólo ha dejado a su paso los síntomas más patéticos del fracaso de cincuenta años de desarrollo: grandes deudas, hambrunas, pobreza, desnutrición y violencia (Escobar, 2010).

El desarrollo y su lógica de reestructuración sobre los sistemas productivos lleva de la mano un sentido de acumulación de riqueza y la desvalorización de la producción tradicional de alimentos. En este sentido, lo planteado por Smith (1992) en su teoría de la riqueza perdió sentido. Para él la riqueza está constituida por valores de uso “cosas necesarias y convenientes para la vida”  reflejada en el bienestar de sus habitantes.

“Pero aun cuando en la disputa con los trabajadores gocen generalmente de ventaja los patronos, hay, no obstante, un cierto nivel por bajo del cual parece imposible que baje, a lo largo del tiempo, el salario corriente de las ocupaciones de inferior categoría. El hombre ha de vivir de su trabajo, y los salarios han de ser, por lo menos, lo suficientemente elevados para mantenerlo. En la mayor parte de las ocasiones es indispensable que gane algo más que el sustento, porque de otro modo sería imposible mantener una familia y la raza de esos trabajadores no pasaría de la primera generación” (Smith, 1992).

Pese a que Smith no lo menciona claramente, sobrepone como prioridad el sustento del trabajador y su familia, o de manera implícita la alimentación.  Frente al sistema capitalista esta noción pierde importancia, pues se sobrepone la plusvalía antes que el bienestar del individuo. Al respecto Marx lo afirma y enfatiza que a pesar de que las mercancías deben tener valor de uso, en el sistema capitalista no se produce con el objetivo de satisfacer necesidades, sino con el único fin de valorizar el capital (Marx, 1982).

Cada uno de los procesos de este sistema económico ha llevado a profundizar la crisis alimentaria mundial. La entrada del modelo neoliberal y su filosofía de libre comercio vino a crear el escenario perfecto para el ahondamiento de los sistemas productivos, pues las elevadas importaciones de productos con precios antidumping desplazaron la producción local. Resultado de ello, es que para el 2012 se tenían ya 1094 millones de personas subnutridas (véase figura 2).
La idea crucial de las políticas neoliberales es una mayor acumulación de capital y el incremento de la dependencia alimentaria en los países más pobres. Es por tanto que al decaer la producción local, disminuye también el suministro nacional de alimentos. En México, a partir de la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) se profundizaron los problemas sobre la población campesina2 (Calva, 1997; Medina, 2012). Daños similares ocurrieron en otros países subdesarrollados3 . Po ello, no es coincidencia que en los últimos 30 años, los 49 países más empobrecidos del mundo pasaron de ser exportadores a importadores de alimentos (Medina, 2012).

Las elevadas tasas de importación de alimentos aunado a una reducción sobre la inversión en la agricultura son aspectos incluyentes de la hambruna mundial.  La priorización de la producción extensiva comandada por las grandes empresas agroalimentarias, ha dejado rezagada la agricultura de pequeña y mediana escala (Escobar, 1996). Por ello, en los últimos 30 años, el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional (FMI) y la Organización Mundial del Comercio (OMC) han forzado a los países a reducir la inversión sobre la producción alimentaria y el apoyo a los campesinos (as) y pequeños agricultores 4.    

Otro de los factores incluyentes en la crisis alimentaria fueron las inestables reservas e incremento sobre el precio del petróleo que impactaron de manera indirecta sobre el precio de los productos alimenticios, pues a medida que sube el petróleo, también lo hacen los costos de producción agrícola y por ende su precio final, debido a la alta dependencia de insumos fósiles: fertilizantes, pesticidas y sistemas de transporte (Rubio, 2011). Un impacto más, ocurrió con la crisis financiera de Estados Unidos (2007) cuya principal consecuencia fue la migración de los fondos especulativos hacia el sector agroalimentario (ibíd.). Con ello, la mayor parte de la cosecha de granos (soya y maíz por ejemplo) había quedado comprada como “futuro”. Bajo este contexto, los precios de los granos de primera necesidad habían incrementado en un 88% 5, aunado a que pasaron a ser usados para la generación de biocombustibles (véase figura 3) (FAO, 2008). Además que el mercado de cereales empezó a ser controlado por corporaciones como Cargill y Archer Daniels Midland (ADM) quienes acapararon el 75% del comercio mundial (Vorley, 2003).

La producción de agrocombustibles termina por impactar aun más la crisis alimentaria mundial, ya que año con año la demanda de granos, capital humano y recursos naturales (tierra y agua) desplazan progresivamente la producción local de alimentos. El auge de los agrocombustibles responde al calentamiento global, pero principalmente al agotamiento e incrementos sobre el precio del petróleo (véase figura 3) (Holt y Shattuck, 2009). Harvey (2004) señala que “todo tiene que ver con el petróleo”, y aunque estrictamente no hizo referencia al caso que nos compete, es lógico que ante el agotamiento paulatino y al alza inusitada sobre el precio de la gota negra, el sistema capitalista iniciara la búsqueda de energías alternativas en función de preservar el legado de crecimiento y desarrollo económico que por décadas ha profetizado (véase figura 3). 

Ello ha movido a las economías desarrolladas como Estados Unidos y la Unión Europea hacia la búsqueda de tierras en países subdesarrollados para la generación de agrocombustibles, debido a que su escasa disponibilidad de tierras no cubriría ni la demanda interna de biocombustibles (Bravo, 2006).  Así muchas de las tierras usadas para la producción de alimentos pasaron a la ser generadoras de energía 6. Además, que el uso de granos básicos para fines agro energéticos, impactó de manera significativa sobre la dieta alimenticia de millones de personas. Como lo ocurrido en México, donde a partir del desvío del maíz para la producción de etanol en Estados Unidos se tuvo como consecuencia un incremento del 400% sobre el precio de la tortilla7 (Llístar, 2007; Holt y Patel, 2010).

La disminución de tierras disponibles para la producción alimenticia y el desvío de granos para la producción de biocombustibles incrementaron los costos sociales, aunado a que se según la FAO (2008) se suscitó un claro incremento en el índice de precios de los alimentos yendo del 2001 al 2009 de 103% a 164% respectivamente. Bajo este contexto, si tomamos en cuenta que la población pobre de países subdesarrollados destina entre el 60 y 80% de sus ingresos para la alimentación en el hogar, entonces los efectos negativos de los agrocombustibles resultan aún más contradictorios y perjudiciales para la población mundial (Bravo, 2008).

De acuerdo a la FAO (2012) a pesar de que han existido periodos de crecimiento económico y precios relativamente bajos, el número de personas que sufren hambre y desnutrición ha aumentado en países desarrollados y principalmente en países en vías de desarrollo, por lo tanto nos lleva a reafirmar que el hambre es un problema estructural lleno de factores y procesos económicos que ahodan más la problemática y la inseguridad alimentaria mundial. Así como en una “tormenta perfecta”, en la cual coinciden todos los factores climáticos adversos para provocar una catástrofe de colosales proporciones (Fernández et al 2009).

1 Colombia fue de los primeros países subdesarrollados en adoptar las políticas de desarrollo. Con el trabajo de especialistas de países desarrollados en cada rama de la economía, las acciones se encaminaron a modernizar a la nación y emparejarla a los ritmos de desarrollo y crecimiento económico mundial. Lo mismo ocurrió en regiones de África y Asia.  

2 Los altos niveles productivos, tecnológicos y crediticios de los productores norteamericanos llevaron al paulatino desplazamiento de la producción campesina pues habían quedado incompetentes ante la importación de granos baratos de Estados Unidos. Durante los diez primeros años de vigencia del TLCAN, los precios del maíz en México cayeron en un 70%, lo que condujo a que más de 1 millón y medio de mexicanos que trabajaban en el sector agrícola perdieran sus empleos. Con ello, declinó la producción agrícola y por obviedad aumentaron las importaciones y el déficit alimentario. El país pasó a importar el 95% de su soya, el 58.5% de arroz, el 49% de trigo, el 25% de maíz y el 40% de su carne.

3 De 1995 al 2004 en África la importación de cereales incrementó en 102%, la de azúcar un 83%, los productos lácteos un 152% y las aves un 500%. Durante 1992 los agricultores de Indonesia producían la suficiente soya para el consumo nacional, sin embargo en pro de seguir la doctrina neoliberal, el país terminó por abrir sus fronteras a los alimentos importados ocasionando que la soya barata de Estados Unidos cubriera casi la totalidad del mercado doméstico. Actualmente el 60% de la soya que se consume es importada, aunado a que existe mayor vulnerabilidad en su acceso debido a la oscilación de precios en el mercado internacional.

4 De 1980 al 2007 la cooperación al desarrollo de los países subdesarrollados pasó de 20 a 100 billones de dólares, mientras que la aportación a la agricultura descendió de 17 a 3 billones de dólares para el mismo periodo.

5 El precio del trigo subió un 137%, la soja en un 87%, el arroz al 74% y el maíz al 31% (Holt, 2008).

6 En Argentina, tan solo en una década el área soyera se incrementó en un 126% sustituyendo la producción de lácteos, maíz, trigo y frutas.  En el periodo 2003-2004 se sembraron 13.7 millones de hectáreas de soya, habiendo de manera paralela una reducción de 2.9 millones de hectáreas de maíz y 2.15 millones de hectáreas de girasol (Altieri y Bravo, 2008).

7 Tiempo en el que la principal comercializadora de grano del mundo (Cargill), prefirió vender el maíz a compañías energéticas norteamericanas productoras de etanol que a las tortillerías mexicana.