LOS RIESGOS EN EL VIAJE TURÍSTICO: DECONSTRUYENDO LA PARADOJA PROFESIONAL

LOS RIESGOS EN EL VIAJE TURÍSTICO: DECONSTRUYENDO LA PARADOJA PROFESIONAL

Maximiliano E Korstanje
Universidad de Palermo, Argentina

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PROFESION Y ADAPTACION AL RIESGO

Experiencia y Preocupaciones
El psicólogo noruego Svein Larsen sugiere que la experiencia de un viaje turístico se encuentra condicionada por tres momentos, las expectativas, el evento en sí y la memoria o recuerdos de tal viaje. Siguiendo la teoría psicológica del refuerzo, Larsen considera que el riesgo es una categoría que denota probabilidad pero no hace referencia a los estadios afectivos del sujeto como así tampoco a sus emociones. Por lo tanto, a la hora de viajar es necesario hablar de “preocupaciones” en lugar de riesgos. La preocupación en estos términos es todo “pensamiento que representa ciertos intentos del sujeto por encontrar ciertas soluciones a cuestiones dadas como inciertas pero que presuponen un resultado negativo para el mismo o su grupo” (Larsen, 2007: 10). La preocupación es algo que trasciende la esfera cognitiva ya que involucra afectos movilizados por la presencia de la incertidumbre.

Las preocupaciones en los viajes, según Larsen, pueden medirse por medio de un cuestionario estandarizado llamado TWS (Tourist Worries Scale – Escala para preocupación de turistas). Si bien el riesgo demuestra cierta relación con la preocupación, evidencia indica que los turistas pueden percibir cierto riesgo sin que ello denote mayor preocupación o viceversa. La experiencia es un factor importante para comprender la disposición de los afectos (negativos o positivos) frente a determinado destino turístico. En este sentido, uno de los hallazgos más importantes de Larsen se orienta a probar que existe una disociación entre el hogar y el viaje. Mientras los sujetos manifiestan mayor preocupación por viajar mientras están en el hogar, esas preocupaciones disminuyen cuando se inicia el desplazamiento (Larsen, 2009). Por lo pronto, el trabajo de referencia se limita sólo al sujeto como una entidad única y no presta atención a la influencia de los factores sociales en dichas preocupaciones. En segundo lugar, no se investiga en profundidad como los factores biográficos del sujeto influyen en la formación de expectativas y moldean la experiencia. No obstante, la experiencia abre un nuevo canal de diálogo entre el rol que juega la profesionalidad en la formación de “riesgos” y como dichas construcciones son vividas por el sujeto en ese ser-profesional. Si el razonamiento de Larsen es correcto, entonces los agentes de viaje demostrarían preocupaciones moderadas a la hora de organizar sus propios itinerarios.

El Conocimiento y las Profesiones
Originalmente, P. Bourdieu (2000) llamaba la atención respecto al papel que juega el grado académico como portador de distinción cultural (capital) acumulable y funcional a la eficiencia técnica de una sociedad. Si la distinción es la base de la jerarquización social, los títulos académicos confieren a las personas una garantía y competencia por medio de los cuales el poseedor debe probar ser merecedor. La disciplina como clasificación da al especialista un ámbito de acción centrado en un estatuto normativo circunscripto a sanción jurídica (ejercicio ilegal de la medicina por ejemplo).   Las diferencias otorgadas por las titulaciones abren el camino para la creación de otras diferencias, prácticas y exigencias. El consumo cultural varía según el capital y rol que lo sustenta ya que la profesionalización es una de las piezas claves para comprender las “condiciones de existencia” del sujeto.

La profesionalización de la vida social ha sido ya estudiada y analizada por B. Bledstein en su libro La Cultura del profesionalismo editado por vez primera en 1978. En ese trabajo pionero el autor resalta el vínculo entre la clase media y la necesidad de asenso social. Esta “clase media” se ha caracterizado históricamente por la búsqueda de prestigio social, nuevas habilidades y la exacerbación de metas individuales dando como resultado una cultura que se conforma con la idea de que el conocimiento tiene cierto poder. Precisamente, Bledstein rastrea su origen historiográfico entre el 1860 hasta 1880 en donde surgen en Estados Unidos la mayor cantidad de asociaciones voluntarias de profesionales con el fin de brindarse protección mutua en su carrera por lograr sus metas e intereses. Su estructura y razón última es encarnar el ideal de democracia, autonomía, independencia e individualismo basados en la prueba y el error o la experimentación de las prácticas para un fin último. En este punto, el profesional americano (y luego el profesional en todo el mundo industrial) intentaba definir un sistema coherente de conocimiento aplicado a un territorio específico de la Ciencia y a la vez establecer un sistema de control de todos aquellos que ostentaran o se declararan idóneos en el manejo de ese conocimiento y en consecuencia de la racionalización del mundo; en la medida en que éstos círculos se complejizaban mayores necesidad de conservación mostraban sus miembros ejerciendo barreras estrictas y etiquetas –procesos cuyo origen el autor llama rituales- para el ingreso de nuevos postulantes  (Bledstein, 1978:88). Desde esta perspectiva, a medida que los grupos humanos van avanzando en su carrera tecnológica menores son sus angustias y miedos con respecto a las situaciones que pueden perjudicarlos, las profesiones tienen la función de disminuir la tensión experimentada ante determinadas situaciones desconocidas (Bledstein, 1978) (Beck, 2006) (Bauman, 2008).

A medida que los sujetos adquieren cierta familiaridad con el peligro, el impacto emocional que representa la amenaza comienza a declinar. Por lo menos, eso lo demuestra una encuesta telefónica a 986 hogares realizada en Hong Kong por Fielding et al (2005) con respecto a la compra e ingesta de pollos durante el brote de influenza aviar. Según los investigadores, un 50% de los entrevistados aseguró que sus amigos tenían una gran ansiedad cuando se hablaba del tema mientras que ellos se mantenían optimistas al respecto. En este sentido, existe una respuesta derivada en “otros” de las propias preocupaciones con respecto a la seguridad sanitaria. Asimismo, aquellas personas mayores que ya habían experimentado situaciones similares percibían un riesgo menor que otros grupos etáreos (Fielding et al, 2005: 681).

Siguiendo este argumento, Sjoberg afirma que existe una diferenciación en la forma en que un experto analiza una amenaza con respecto a la opinión pública en general. Un profesional dedicado a la tecnología nuclear percibirá, de esta manera, menor riesgo a la manipulación nuclear que una persona con un nivel de educación menor. El autor admite que no existe consenso en la materia. Existen estudios que demuestran en el campo de la medicina que doctores y pacientes perciben “altos niveles de riesgo” ante potenciales enfermedades. Los expertos, sin embargo, acaparan un alto grado de confianza de la población para el tratamiento de ciertos riesgos mientras los políticos desarrollan niveles de confianza mucho menor. Existen dos roles que juega el experto en el manejo de riesgos: protector o promotor. El primer tipo se refiere a los profesionales que se encuentran al servicio de la difusión de información al público con el fin de evitar los estados de emergencia. Los “protectores” se lamentan que la opinión pública tenga poca información sobre determinados riesgos y pone todos sus esfuerzos en plantear el debate sobre determinadas cuestiones en la sociedad (por ejemplo, médicos, rescatistas o expertos en desastres naturales). Por el contrario, “el promotor” considera que existe una excesiva preocupación en la sociedad sobre peligros que son improbables. Para estos profesionales, lo importante no es informar sino desestimar la información circulante. Entran dentro de esta tipología, los expertos vinculados a temas nucleares, pesticidas o ingeniería genética entre otros. Tomando como ejemplo la película Tiburón, el autor enfatiza en el rol Promotor del negocio turístico que minimiza las amenazas a favor de sus intereses económicos (Sojberg, 1999). En este contexto, se puede inferir que los profesionales en turismo ejercen un rol promotor con respecto a las amenazas que pueden derivar de un viaje.

Otros estudios como el llevado a cabo por Krewski et al (2012) en Canadá confirman que los expertos y el público en general desarrollan diversas estrategias en la forma de percibir los riesgos y adaptarse a ellos. Por medio de una muestra de 125 expertos, formados por 50 toxicólogos y 75 físicos, la investigación revela que los riesgos asociados a cuestiones de salud tienen un mayor impacto en el público lego que en los expertos. Mientras el lego se preocupa por riesgos más abstractos y que abarcan no sólo a ellos sino a otros conciudadanos canadienses, los expertos focalizan en temas puntuales como el terrorismo, el calentamiento global, la telefonía celular y el cigarrillo; estos dos últimos no contemplados por gran parte de las personas como peligros o riesgos. Segundo, la percepción del riesgo parece asociada al umbral de predictivilidad y control del sujeto que lo lleva a respetar las instituciones. Mientras el lego da mayor credibilidad a los medios de comunicación y al periodismo, los expertos depositan su confianza no sólo en sus instituciones o asociaciones sino en las publicaciones científicas. Para el público sus familiares o amigos proveen una fuente de información importante como así también de fiabilidad. Para el experto, por el contrario, ese rol lo cumple la institución científica que lo representa. Por último, interesantes resultados se observaron respecto al grado de confianza que demuestran los expertos en sus gobiernos. En una mayoría significativa, las respuestas apuntaron a que el Estado es incapaz o no está equipado para poder controlar, regular y reducir los riesgos existentes.  

El sociólogo alemán N. Luhmann sugiere que el conocimiento se encuentra lejos de no generar riesgos o peligros ya que abre el panorama ante el sujeto en un escenario de códigos opuestos. Es el sujeto el que genera la incertidumbre. En tanto sistema inserto en un sistema auto-poiético, el individuo percibe su mundo en cuanto a un código binario de significaciones opuestas tales como bueno, malo, grande o pequeño basado en la contingencia. Como ya se ha explicado, cuando se toma una decisión en cuanto a determinada posibilidad se está en presencia de un riesgo. El actor se transforma en un observador de primer orden. Por el contrario, el experto, quien no sólo no toma decisiones sino que observa ese riesgo en otros, se transforma en un observador de segundo orden. En tanto que su función es reducir la complejidad del sistema mismo por medio de la producción de códigos específicos que ayuden a otros a tomar decisiones, los expertos exacerban el entendimiento como una forma de hacer observable al sistema auto-referencialmente (Luhmann, 2006: 281). Producto del avance científico, paradójicamente, entonces, la sobrecarga de información en las decisiones de los agentes conlleva a la creación de mayores riesgos y peligros haciendo al mundo circundante cada vez más ininteligible. 

En el Miedo a la Libertad, E. Fromm sostiene que los problemas de la vida son simples de resolver, a tal punto que cualquiera estaría en condiciones de hacerlo. No obstante, existe una tendencia moderna a complejizar las situaciones para introducir la perspectiva técnica del experto. La figura del “especialista” como único agente capaz de resolver ciertos problemas, es resultado del declinar de la confianza y la solidaridad social, en donde “los hombres se debaten impotentes frente a una masa caótica de datos y esperan con paciencia patética que el especialista halle lo que debe hacer y a donde debe dirigirse. Este tipo de influencia produce un doble resultado: por un lado, escepticismo y cinismo frente a todo lo que se diga o escriba, y, por el otro, aceptación infantil a lo que se afirme con autoridad” (Fromm, 2005: 240). Desde esta perspectiva, existe aún un punto de discusión no resuelto. A mayor conocimiento profesional mayor es la angustia cuando el mismo debe atravesar una situación similar a la que el profesional está acostumbrado a resolver en su vida laboral. Siguiendo la misma línea, C. Bouton (2011: 39) explica que la legitimidad de las predicciones en profesionales y expertos parece estar cuestionada en la era posmoderna. Ello se debe no sólo a la complejidad de un mundo cada vez más conectado, sino además a su dependencia respecto a los agentes económicos que financian las investigaciones. Los expertos ya no investigan para hacer del mundo un lugar más seguro, sino para que el mercado ofrezca sus productos. Como resultado, las sociedades industriales asisten a un cambio sustancial de paradigma. Si anteriormente la fe en el progreso permitía modificar el futuro para mejorar la situación, en la actualidad la Ciencia sólo puede estar orientada a prevenir que “lo peor ocurra”. El grado de educación y conocimiento cada vez es mayor, pero esa instrucción no se condice con la capacidad de predictibilidad de la sociedad. A mayor conocimiento, mayor incertidumbre.

S. Lash y J. Urry examinan el papel que ha cumplido históricamente el agente de viajes como un profesional cuya pericia en la organización de viajes ha llevado a disminuir el riesgo y la incertidumbre en los viajeros. Desde la perspectiva de los autores, existe una tensión entre el saber experto y el pensamiento popular. Por ejemplo, si bien existe a disposición del viajero toda una gama de servicios, personal, guías impresas y otros destinados a la organización de viajes, no necesariamente los actores escogen a una agencia de viajes como una fuente de información. Ello es producto de la reflexivilidad estética propia de la postmodernidad. En resumen, la tesis central de los autores es que “en Occidente, en el curso de los siglos XIX y XX, se estableció una reflexivilidad acerca del valor de ambientes físicos y sociales diversos; segundo, que esta reflexivilidad se basa en parte en juicios estéticos y nace de la proliferación de formas múltiples de movilidad real y simulada; tercero, que esta movilidad contribuyó a vigorizar una postura cosmopolita que se afirma: una capacidad de experimentar y discriminar naturalezas y sociedades con diversa historia y geográfica, y de exponerse a ellas; y cuarto, que la organización social del viaje y el turismo ha facilitado y estructurado ese cosmopolitismo” (Lash y Urry, 1998: 344). En consecuencia, en la organización del viaje agente y viajero reproducen las estructuras de la propia sociedad. La función central del experto es controlar el riesgo para reducir su implicancia al mínimo y aumentar la confianza en las propias instituciones sociales por medio de ciertas prácticas rituales. El intelectual o experto, en ese sentido, cumple la función de intérprete entre la amenaza y el sentido adquirido de ésta. Por medio del proceso de comunicación el viajero experimentará como amenazante aquella situación comunicada previamente por aquellos a quienes la sociedad instituye como “los expertos en organización de viajes”. Empero, ¿cómo explicar las diferencias cualitativas en la percepción de riesgos en expertos y no expertos?.

Según Sojberg, la percepción de los riesgos en profesionales y público es diferente debido a los siguientes factores: a) el público posee menos información que el experto, b) el experto adquiere una educación superior en el tema, c) el experto se encuentra interesado en la probabilidad o causa mientras el público solo en las consecuencias, d) los expertos tratan de evitar posturas ideológicas, e) los expertos son pocos influenciables a los medios masivos de comunicación, f) el público por su falta de conocimiento no confía en las instituciones políticas, y g) mientras el público tiende a una imagen homogénea o estereotipada de la amenaza, los expertos difieren sustancialmente entre ellos en cuanto a las causas y consecuencias (Sojberg, 1999).

Otro factor importante a examinar, es la relación riesgo/conocimiento/sensibilidad al peligro. A diferencia del profesional que es un experto, el lego tiene cierto desconocimiento respecto al supuesto peligro que puede indicar una situación. Su propio grado de fiabilidad o certeza es controlado por el experto a cambio de una cuota de capital (Giddens, 1991). El lego decide entregar su confianza a una situación desconociendo las posibles consecuencias. Sin embargo, el profesional posee un conocimiento acabado de todos los posibles peligros y riesgos que pueden despertarse con una decisión. La sensibilidad de los expertos puede ser menor en comparación con el lego frente a ciertos riesgos. La percepción cognitiva de los riesgos no implica que el profesional se preocupe por ellos o lo conciba como un peligro, puede confiar en su propia experiencia para resolverlos. En ciertas ocasiones, el proceso de habituación que lleva al profesional a trabajar con múltiples riesgos le confiere mayor seguridad, aun cuando en otras el resultado es el opuesto. Sabiendo de todos los peligros que amerita su actividad, el profesional decide recluirse.