LOS RIESGOS EN EL VIAJE TURÍSTICO: DECONSTRUYENDO LA PARADOJA PROFESIONAL

LOS RIESGOS EN EL VIAJE TURÍSTICO: DECONSTRUYENDO LA PARADOJA PROFESIONAL

Maximiliano E Korstanje
Universidad de Palermo, Argentina

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El miedo como generador de la “Civilidad política”.

Uno de los filósofos clásicos que ha tratado el tema del temor ha sido Aristóteles de Estagira para quien los actos nacen de los hábitos. El padre de la escuela peripatética sugiere que los actos humanos son plausibles de malograrse tanto por defecto como por exceso. Un exceso de temor convierte a un hombre en cobarde, “y si de todo huye” nada soportará mientras que por defecto el valiente puede terminar convirtiéndose en un insensato y perder la vida. Sólo la medida justa (virtud) puede conservar la compostura del hombre y llevarlo a la felicidad (Aristóteles, Ética, II, v. II, p. 19). En este contexto, el temor debe ser comprendido como una forma de evitar el displacer. No obstante, Aristóteles no continúa explicando como es que la valentía se transforma en un estado permanente de “orgullo” tema que será retomado por la filosofía política del británico. T. Hobbes.

En Hobbes el temor se presenta como uno de los ejes fundantes de la civilidad. El filósofo británico asume que la naturaleza ha hecho a los hombres iguales en sus facultades físicas y espíritu. En estado de naturaleza, los hombres desean los bienes del próximo a la vez que temen ser despojados de los propios por un tercero. Para garantizar la estabilidad y evitar la guerra de todos contra todos, los hombres confieren por medio de un pacto de común acuerdo el uso de la fuerza al Leviatán. Si un poder superior a todos los hombres en fuerza no se fijara por encima de todos ellos, éstos se vincularían sólo por la voluntad de poseer lo que tiene el vecino. La confianza es proporcional al temor que tenemos de ser expropiados, expoliados, asesinados por nuestros semejantes. Pero ese temor, no es un horror generalizado ni un estado de pánico sino sólo un temor regulador y regulado que genera obediencia (Hobbes, I, Del Hombre, XIII, p. 102).

El Estado, desde este ángulo, es el resultado de la institucionalización del temor. Las contribuciones de Hobbes al tema en estudio versan en las siguientes líneas, a) la civilidad emerge como una necesidad de temor a la pérdida (Pousadela, 2000: 370-371)  (Ribeiro, 2000:15-22); b) los hombres entran en competencia movidos por su “orgullo y vanagloria” (Hilb y Sirczuk, 2007:23-24); c) el miedo a la muerte no es otra cosa que una barrera para el placer que genera ser admirado por otros (Strauss, 2006) y d) el temor aumenta a medida que disminuye la confianza de los ciudadanos en el Estado para resolver sus problemas o hacer frente a sus amenazas.

Para G. W. Hegel surge una dialéctica de “consciencias” en donde el deseo de imponerse prevalece. Partiendo del supuesto que cada consciencia se constituye en cuanto se topa con otra de igual consistencia y “certeza de sí”, el conflicto se resuelve a favor de la síntesis y no de la antitesis aristotélica. Más aún, el miedo no paraliza sino que promueve una mediación entre el señor y su siervo. Todo señor objetiva su poder por la cosificación imponiendo su voluntad. Si bien para el señor la consciencia no es algo esencial sino deviene en objeto, para el siervo la consciencia del amo es la verdad (consciencia servil). El temor a la muerte permite sublimar la acción servil en formas más complejas y “civilizadas”. Esta forma cultura refinada es el trabajo, por medio del cual el siervo desarrolla un sentido de autonomía respecto a los deseos de su opresor. Al igual que en Hobbes, esta condición no destruye por completo al miedo, sino que lo canaliza por otros medios. Este sentimiento de temor “inicial” permite la imposición disciplinaria que moldea la consciencia del siervo (Hegel, 1992: 111)  

En Spinoza el miedo también se presenta como un factor fundamental de la vida civil y el abandono del estado de naturaleza, pero a diferencia de Hobbes, es considerado un factor negativo en el ejercicio político de la libertad. Los hombres no sólo no pierden sus derechos por someterse al Estado sino que además se regocijan en el ejercicio de su libertad. Las emociones son la base ontológica de la conducta humana y la organización política del estado. El fin último del estado, en esto Spinoza coincide con Hobbes, es proveer seguridad a sus súbditos. El hombre movido por sus intereses quiere que su prójimo se comporte según sus propios deseos mientras que el prójimo desea seguir su propia voluntad. Al binomio deseo / otro, se le añade el hecho que cada uno persigue un espíritu competitivo cuya meta es “aplastar al otro” en vez de adquirir beneficios. Esta realidad que es parte de la naturaleza humana sólo puede ser refrenada por el “Estado” (Spinoza, 2005: 65).

A diferencia de Hobbes y Hegel; más en concordancia con Spinoza, el frankfurtiano E. Fromm trabaja “un miedo” que se torna asfixiante para la libertad del hombre político. El mayor temor del hombre es el aislamiento. La religión y el nacionalismo se constituyen como dos instituciones capaces de albergar la angustia que deviene de la soledad. Alternando una especie de psicoanálisis-marxiano, Fromm afirma que el autoritarismo tiene un fundamento en el miedo a ser libre, a ejercer la libertad y la angustia que deriva luego de la indecisión. Con un análisis convincente de los regimenes totalitarios fascistas pero también capitalistas, Fromm abre la puerta para una nueva interpretación. El hombre se debate sobre dos tendencias, una al amor a la vida y la otra a la destrucción (necrofilia). Si bien Fromm sigue en parte la perspectiva hobbesiana sobre “la guerra de todos contra todos” introduce nuevos elementos en el análisis como la angustia ante la predestinación que conlleva la idea de un sobre-excitación y constante movimiento propio del calvinismo y el luteranismo en el sentido weberiano. Su tesis central es que “el hombre, cuanto más gana en libertad, en el sentido de su emergencia de la primitiva unidad  indistinta con los demás y la naturaleza, y cuanto más se transforma en individuo, tanto más se ve en la disyuntiva de unirse al mundo en la espontaneidad del amor y del trabajo creador o bien de buscar forma de seguridad que acuda a vínculos tales que destruirán su libertad y la integridad de su yo individual” (Ibid. 42). En consecuencia, la renuncia a la libertad por parte de la mayoría se explica por medio de tres factores, el ansia de sumisión, el miedo a quedar aislado y el apetito de poder (Fromm, 2005: 27-29).  No obstante, una de las limitaciones en los trabajos de Fromm es el énfasis puesto en ciertos “impulsos espontáneos” hacia el amor, la libertad y el bienestar que se dan sin una explicación previa de cómo o porqué. Esta idea biologisista o de una segunda naturaleza social sugiere ingenuamente que a diferencia del hombre hobbesiano, existe una “tendencia general al crecimiento” la cual a su vez genera impulsos orientados “al deseo de libertad“, en contraposición con cierto “odio a la opresión” por parte de las personas; en este sentido y como afirma E. Rubio parece algo complicado atribuirle valores morales a la biología misma (Espinosa Rubio, 2007: 54).

C. Robin enfatiza en que el miedo no debe ser considerado como un aspecto constituyente de la vida política, sino como un obstáculo. El miedo tiene como función reforzar la legitimidad y el poder de la élite a la vez que predispone a los ciudadanos a aceptar su autoridad (pasividad). Robin afirma que existen dos tipos de miedo: externo e interno. El primero se refiere a los riesgos externas estereotipadas bajo el término de “mal” o “peligro” las cuales atentan contra el bienestar de la comunidad. El segundo subtipo se asocia a ciertas incongruencias entre las jerarquías sociales internas entre los grupos por las cuales se genera división y desigualdad. Mientras el miedo externo tiende a distraer la lucha interna de las “clases” creando la imagen de un enemigo, se articula cierta persecución hacia minorías bajo el pretexto de conspirar con el exterior. Esta convergencia permite a los grupos privilegiados centralizar y perpetuar su dominación sobre el resto de la sociedad (Robin, 2009: 309).

Por el contrario, para W. Soyinka, escritor nigeriano ganador del premio novel de literatura, el miedo es funcional al poder. En su naturaleza de auto-suficiencia, el poder emplea al miedo como una metodología para subsistir. Desde esta perspectiva, el poder no debe comprender como un mediador de fines políticos sino como una volición por dominar al-otro quitándole su libertad. El hombre se debate entre el miedo a ser controlado y el propio ejercicio de la libertad. Partiendo de la idea que el poder es una “mutación mortal” de la ambición, cualquier grupo o persona puede transformarse en agente de poder. El poder entonces se convierte en el “pantanal” primordial del miedo del cual nace nuestra neurótica aversión a la muerte. Diversas formas de miedo han estado presentes en las sociedades y civilizaciones, desde el miedo a los desastres naturales hasta la exterminación termo-nuclear. No obstante, luego del 11 de Septiembre de 2001, admite el autor el mundo ha presenciado un nuevo clima de miedo fomentado por cuasi-estados que encuentran en la vulnerabilidad humana su blanco.  Los cuasi-estados pueden comprenderse como mega-corporaciones las cuales operan sin ningún tipo de control ético-moral por parte del Estado-nación clásico y trasciende todo tipo de respeto por la ley. Un grupo islámico o un traficante de armas son ejemplos de los pseudo-estados que generan un clima de temor continúo y globalizado en todas las naciones del mundo (Soyinka, 2007: 67-69). 

A Arellano-Ríos examina históricamente el rol del Estado-Nación en la protección de la ciudadanía ante peligros internas y externas, encontrado 4 tipos diferentes: a) liberal clásico, b) social, c) neoliberal y d) neo-bienestar. Específicamente, el Estado liberal clásico se ha caracterizado como “vigilante” del orden político y por imposición del orden legal racional ha jugado el papel de garante de la seguridad entre las personas y la propiedad. Por el contrario, el estado de bienestar suma, al monopolio de la fuerza, la promoción de las condiciones materiales para el ejercicio de los derechos ciudadanos. La tercera fase del estado llamado neoliberal ha enfatizado en el principio de eficiencia y administración recluyendo su control a las funciones mínimas en materia de seguridad y relegando en el mercado atribuciones subsidiarias. Por último, el Estado de neo-bienestar ha intentado instrumentalizar una división conceptual entre lo “público estatal” y lo “público social”. A diferencia de sus predecesores, este tipo de Estado intenta promover la participación social aumentando, de esta manera, la cantidad de demandas de la ciudadanía. Los problemas del Estado para hacer frente a los riesgos de la ciudadanía no obedecen a una crisis de goberanilidad sino de gobernación1 .

En este sentido, P. Lina-Manjares llama la atención sobre la creciente ola de “inseguridad” a la cual denomina “ecología del miedo” refiriéndose puntualmente al temor a la delincuencia en la ciudad de México DF.  La causa principal del problema es la falta de credibilidad y legitimidad del Estado como garante en la protección de sus ciudadanos. Los “fuertes” cambios económicos en todo el mundo han despertado en México una bipolarización de clases sociales incrementando los niveles de seguridad. A la concentración de relaciones, transacciones comerciales, educativas e actividad industrial que ha caracterizado a las zonas de aglomeración urbana se le suma un creciente nivel de riesgos generando una fragmentación interna de micro-ciudades. Entre las medidas de protección más utilizadas se pueden mencionar las rejas, la reclusión a la vida privada en el hogar, y la construcción de barrios cerrados con monitoreo constante (Lina-Manjares, 2005).

Por último, M. Dias Varella (2007) introduce dos elementos para comprender el gobierno político de los temores/riesgos en la vida moderna. Partiendo de la base que cada sociedad se reserva formas diferentes de percibir los riesgos, el estado debe movilizar sus recursos con el fin de regular los intereses económicos alrededor del problema. Deben identificarse dos aspectos importantes en el estudio del problema, a) el contenido y b) el contexto del riesgo. El primero hace referencia al grado de tolerancia que una sociedad demuestra respecto a determinado riesgo; cuando mayor bienestar genera un producto mayor es su aceptación y la minimización de los costos implícitos. En parte, la percepción de un “producto” como peligroso se encuentra ligada a su funcionalidad. A la vez que existe un umbral de riesgo “aceptable”, el estado, acompañado del círculo de científicos, sólo interviene en momentos de crisis o por principio precautorio cuando los efectos percibidos del riesgo sobrepasan la capacidad de tolerancia. Por el contrario, el contexto del riesgo habla de los mecanismos y formas de regular el riesgo acorde a los intereses del estado. La sanción de una ley para regular los alimentos tránsgenicos, o la disposición de una barrera comercial son algunos de los mecanismos de gobierno.

Semejantes en sus argumentaciones, los autores mencionados coinciden en afirmar que el Estado y su acción reguladora sobre los ciudadanos son factibles por medio de la canalización del temor en instituciones específicas cuya función radica en mantener el equilibrio sistémico de la sociedad. En el estado de civilidad, el temor no desaparece por completo sino que continúa presente en forma moderada para frenar las pasiones, los deseos, y los egoísmos personales. No obstante, como sugiere Castel es necesario examinar el papel del mercado el cual ante los imprevistos y problemas cotidianos presenta una serie de soluciones alternativas con el fin de aliviar la “ansiedad” y recluir al ciudadano en el seno de su vida privada.

Riesgos, Peligro, Miedo y Mercado
Para comprender el estado de riesgo continúo que parecen vivir las sociedades modernas capitalistas, U Beck explica que el proceso de la modernidad ha sufrido un quiebre luego del accidente nuclear en Chernobyl, Ucrania. Este hecho ha alterado radicalmente la forma de percibir el riesgo y las amenazas. A diferencia de los viajeros medievales quienes evaluaban los riesgos personales antes de partir a la aventura, los riesgos modernos se presentan como globales, catastróficos, irreversibles y caóticos hecho por el cual el sujeto se ve envuelto en un sentimiento de impotencia. En contraste con la sociedad burguesa que mantenía una línea divisoria entre la riqueza y la pobreza, la sociedad “post-moderna” enfrenta una nueva configuración en su orden social. Esta nueva sociedad recibe el nombre de “Sociedad del riesgo” cuya característica principal radica en que los riesgos son distribuidos a todas las clases o grupos por igual. Así, las responsabilidades y los derechos se desdibujan en un escenario global donde no quedan claros los límites entre la inocencia y la culpabilidad.  Básicamente, el miedo surge como resultado de la negación del riesgo en manos del “periodismo corporativo” y los círculos científicos (Beck, 2006).

Según el desarrollo de Beck, el riesgo moderno adquiere tres características principales: a) deslocalización, b) incalculabilidad, y c) no compensabilidad. La deslocalización se refiere a la falta de límites entre las causas y las consecuencias propias de los riesgos como así también en el espacio geográfico que ellos abarcan. Un riesgo generado en la central atómica de Japón puede repercutir en Estados Unidos. Segundo, la incalculabilidad habla de una tendencia de las sociedades a crear riesgos “hipotéticos” que son producto del “no-conocimiento” o complejización de la vida cotidiana. Por último, los ideales de control y progreso nacidos con la primera modernidad han dejado el paso a una nueva lógica “de la prevención” en donde no existe compensación. A diferencia de otros autores, Beck explica si el accidente permitía una compensación entre los actores, la radicalidad de los riesgos globales lleva a los especialistas hacia la prevención de riesgos inexistentes. Por lo tanto, al inmovilizar las acciones del mercado, el riesgo moderno confiere al Estado una cuota mayor de poder.  Partiendo de la base que el mercado contribuye a la desestabilización del lazo social, el riesgo devuelve al Estado la posibilidad de mediar en las relaciones humanas generando respuestas a las demandas de la ciudadanía. Personas que no tienen nada que ver o no mantienen una comunicación previa, se vinculan en la modernidad por “la percepción del riesgo” (Beck, 2011: 28).          

Para otros autores, resume Weinstock, las dimensiones del riesgo se activarían acorde a los siguientes elementos:

  1. Alcance: los nuevos riesgos demandarían una dislocación espacio-temporal.
  2. Gravedad: sus consecuencias tendrían un alto impacto para la humanidad toda.
  3. Complejidad: debido al grado de integración normativa de los agentes sociales sería casi imposible encontrar las causas de los riesgos modernos.
  4. Incertidumbre: la complejización desdibuja la creación de escenarios predictivos y aumenta el grado de imprevisibilidad del riesgo.
  5. Tecnología: los riesgos son producidos por el uso tecnológico generando consecuencias imprevistas y no deseadas.
  6. Irreversibilidad: una vez generado el daño sus efectos no pueden revertirse.

D. Weinstock agrega, existen riesgos “buenos” y otros “malos”, lo cual llama la atención sobre el alarmismo que corre en algunos científicos que consideran a los riesgos modernos en forma radicalizada en comparación a otras épocas. En este punto, se deben discutir dos hipótesis de trabajo por las cuales se puede explicar el fenómeno de la inflación de la percepción de riesgos. La primera sugiere que la hegemonía técnica del hombre moderno ha llevado a generar cambios significativos en el ambiente pero por sobre todo en su propia forma de comprensión. No significa que los riesgos sean mayores ahora que antes, sino que nuestra incapacidad para controlar totalmente al riesgo, nos hace pensar el tema como una “afrenta” a nuestra soberbia. La segunda hipótesis dice que los riesgos se han transformado en mecanismos de disuasión política y de distribución masiva como forma de control social. El riesgo es construido acorde a los temas que atentan contra las clases privilegiadas pero son internalizadas por las menos favorecidas si fuesen cuestiones globales y catastróficos. De esta manera, el sistema político apela a un control totalitario de los grupos humanos. Si el estado de bienestar se formó gracias a la necesidad de seguridad, gobernar los riesgos globales se hace más que imperioso, empero para ello, es, primero necesario, redefinir que se entiende por riesgo y cuales son sus alcances (Weinstock, 2011).

Al igual que Beck y Weinstock, R. Stalling llama la atención sobre la necesidad de estudiar sociológicamente a riesgos y peligros. Ambos conceptos involucran personas que reaccionan ante eventos similares que se dieron en el pasado sobre ellos o sobre su comunidad con el único fin de evitar que se produzcan en el futuro. En este punto, el terremoto no parece demasiado lejano como unidad de análisis del crimen o al proceso de victimización. La aparición de una catástrofe inesperada pone en funcionamientos procesos autopoiéticos que generan una respuesta cerrada; a la vez que el evento rompe con la rutina en la vida social la reconstruye. La esencia de la rutinización estructural de la sociedad abre la posibilidad de ser vulnerable ante posibles disrupciones. En este contexto, Stalling afirma que la vulnerabilidad del Estado Nación como tal se constituye en el proceso de legitimación cuya máxima expresión es la política, y en segundo grado el mercado por medio de la administración económica (Stalling, 1997:11-12). 

Los problemas irresueltos en el desarrollo de Hobbes y Beck serán examinados por el sociólogo R. Castel quien afirma que el hombre busca una zona de “cohesión” para resguardarse del riesgo que representa su existencia. Desde las sociedades pre-industriales hasta las post-industriales, se asiste a un cambio radical en la forma de concebir el trabajo. El riesgo no es un problema en sí mismo, sino una consecuencia de una dinámica más profunda: la fragmentación social. Se parte de una vulnerabilidad dada por exceso de coacciones que finalmente sucumbe frente a un debilitamiento progresivo de las diferentes protecciones. Para el hombre, lo social se encuentra como mediador entre el trabajo y el mercado. En la edad media, los vínculos estaban dados por linaje, parentesco y coexistencia física (proximidad). Por el contrario, los riesgos estaban dados por el accidente de quedar huérfanos o aislados del sistema de protecciones de la sociedad feudal (riesgo de desafiliación). El sistema social reacomoda sus desajustes localizando al huérfano dentro de una familia más extensa (familia providencial) funcionando como verdaderos sistemas orgánicos integrados.  Si bien estas sociedades, estaban completamente expuesta a grandes catástrofes, miserias y guerras, su forma de adaptación generaba seguridad en sus miembros. La protección estaba condicionada a la interacción y el aislamiento significando así la muerte del sujeto. Este tipo de sociedades no eran móviles pero sí eficaces frente a la “desafiliación”. La asistencia nace, entonces, como el primer intento feudal de protección por cercanía y para ello era necesario que el sujeto tuviera un domicilio fijo. En el siglo XIV la peste negra y los diversos cambios demográficos que ella generó, causaron una merma en la fuerza de trabajo (brazos) y un aumento en la oferta. En busca de mejores condiciones para su subsistencia miles de campesinos comenzaron una movilidad que las estructuras políticas y eclesiásticas intentaron prohibir, surgen así los primeros atisbos de movilidad en la Edad Media en donde el trabajo tradicional y vocacional comienza a ceder paso a una especie de cambio de paradigma. El vagabundo en tanto que símbolos del proceso de desafiliación creciente que implica la modernidad ha sido perseguido, encarcelado y hasta ejecutado históricamente por ser un actor que desafía el orden dado por el pacto social. El constante crecimiento del vagabundeo representa el debilitamiento progresivo del lazo social y las redes de sustentabilidad para proteger al sistema productivo. El vagabundo no sólo no poseía una profesión fija sino representaba un peligro para la mayoría de las personas. La movilidad estaba supeditada a una necesidad de desplazamiento en busca de oportunidades. La imagen negativa del vagabundo se corresponde con una construcción cultural que obedece a un manejo político. Empero, su condena hablaba más de la imposibilidad de transformar la situación que de su verdadera peligrosidad para el sistema. El rastreo histórico de Castel advierte que este proceso no se detendrá hasta  el inicio la modernidad liberal. Los gremios formados alrededor de la profesión y de la protección del maestro dan lugar a una nueva forma de acumular ganancias y de transformación de la empresa por medio de un discurso “corporativista” que intenta ser controlado y reprimido por el Estado a cualquier costo. La necesidad que “otro” trabaje para el maestro y ese mandato sea voluntariamente obedecido, es, sin lugar a dudas, la base ideológica del capitalismo comercial pre-industrial, admite el profesor Castel. El liberalismo no pudo ser posible antes del siglo XVIII por varios motivos, entre los más importantes se encuentran: la idea de acceder al trabajo libre sin las ataduras de los gremios, la afluencia de más capital que trascendía los límites feudales, la caridad celosa sede su espacio a la formación de una nueva clase: el proletariado. De esta manera, la afluencia de capital acelera el proceso de individualización en donde las antiguas instituciones se ven incapaces de proteger a los individuos generando un estadio irreversible de fragmentación social. La percepción (inflación) moderna de los riesgos se corresponde con una tendencia de “liberalización” de la economía. Con este proceso la tendencia se consolida, el hombre pierde su subordinación a la vez que gana nuevos derechos (Castel, 1997). De esta forma, las sociedades modernas equipadas con todo tipo de bienes materiales y protecciones son aquellas donde se observa un mayor sentimiento de inseguridad (inflación del riesgo). En concordancia con los postulados aristotélicos, esta compleja situación, lleva a Castel a plantear una hipótesis por demás interesante; la inseguridad moderna no se da por un aumento en las amenazas o peligros reales de la sociedad, sino en una búsqueda incesante y maníaca de asociación. La sensación de inseguridad no obedece a una amenaza específica, sino a un desfase entre una expectativa desmedida y los medios limitados para poner en funcionamiento una protección (Castel, 2006).

La progresiva descomposición de la regulación salarial, iniciada en la década del 70, ha generado un individuo negativo plagado de incertidumbres lo cual denota una precarización en las protecciones colectivas. Si en el pasado el trabajador podía planear su destino en la certeza que el mañana será mejor que el hoy (al menos para su progenie), en la modernidad la desprotección conlleva a un incremento significativo de las incertidumbres. En la actualidad, cada vez son más numerosas aquellas personas que celebran contratos de trabajo con el empleador (asalariados) quedando fuera de la protección de los gremios como así también son más los trabajadores, que estando afiliados, no tienen poder de negociación frente a sus empleadores (desprotección). Estas incertidumbres empiezan a ser suplidas por la propiedad individual (Castel, 2010). La tesis principal de Castel es que la modernidad ha instalado en la sociedad un nuevo problema con respecto al sentimiento de  inseguridad dado por un aumento progresivo en los canales de incertidumbre y una especie de malestar crónico frente al porvenir. Imposibilitado el Estado para absorber demandas constantes de seguridad, el mercado suple esa deficiencia con productos alternativos lo cual genera un consumo masivo. En este contexto, el riesgo no se agota en sí mismo sino que abre las puertas para un nuevo peligro y la posibilidad de introducir un nuevo producto de forma indeterminada; este proceso no permite una lectura real de los verdaderos peligros de la humanidad.  En resumen, el riesgo opera como categoría mediadora entre el sujeto y la incertidumbre. La modernidad trae consigo un sentimiento de impotencia “generalizado” dada el declive progresivo del sistema de coberturas y la ausencia del Estado (economía del miedo). Todo riesgo es siempre posible en el futuro. Ello sugiere que la cultura del riesgo fabrique “peligro” creando una demanda irrealista de seguridad. A diferencia de Beck, Castel (2006) cree que los riesgos son distribuidos en forma desigual según el grado de industrialización de los países centrales y emergentes. El riesgo se colectiviza o privatiza dependiendo del valor asignado al individuo como dimensión cuasi-antropológica. Existe relación directa entre la privatización de los riesgos y la capacidad del sujeto de absorberlos según el seguro contratado; siguiendo este razonamiento, la “inflación del riesgo” sería una combinación entre diversos factores tales como interés económico manejado por el mercado, proceso de individualización y la sobreexcitación en las expectativas del sujeto frente un Estado hobbesiano incapaz de suplir las demandas de seguridad a su ciudadanía. La precariedad consustancial es funcional a una nueva forma de organización capitalista. Si la falta de seguridad moderna no sería la ausencia de protección sino su lado reverso, la estructuración de una nueva sociedad centrada en la búsqueda de riesgo, Castel admite, implicaría una inseguridad paradojal. La sensación de que lo peor está por venir lleva al hombre a una sensación insoportable que sólo se resuelve generando inseguridad como forma compensatoria. Castel, en este punto aclara, el grado de imprevisibilidad dado por la modernidad es tan grande que hoy se prefiere asesinar a todo el ganado vacuno ante la posibilidad de un brote de aftosa. Empero, no existe una “solución radical” que pueda eliminar completamente el factor de ansiedad (Castel, 2006: 78).

L. Ordóñez propone comprender la creciente ola de miedos como una consecuencia no deseada del proceso de globalización técnico-económico. Para el autor, la situación resulta paradójica pues en la medida en la modernización técnica sugiere la posibilidad de sentirse más seguro y protegido, genera un sentimiento de vulnerabilidad y desprotección ante posibles calamidades e infortunios. En la misma línea de trabajo que Castel, Ordóñez explica que el conocimiento no sólo no se ha transformado en un instrumento que reduce el riesgo, sino que por el contrario conduce a un miedo generalizado. La percepción del riesgo no necesariamente es proporcional al miedo; el volcán Popocatépetl en México a finales del siglo XX hizo erupción hecho que no causó tanto temor en los indígenas como la introducción de los aparatos de medición científicos para disuadirlos de su desalojo; desde esta perspectiva, Ordóñez propone la lectura de un “temor cultural o social” que aun cuando pueda tornarse paralizante tiene una función de control y perpetuación de los problemas (Ordóñez, 2006: 100). Para Ordóñez la “globalización del miedo” se presenta como “un tema complejo” en el cual intervienen: a) inhaprensibilidad de nuevas formas de “terrorismo”; b) presencia e influencia de los medios masivos de comunicación y c) utilización estratégico política de adoctrinamiento interno del temor. En consecuencia, Lechner considera que el miedo a la otredad se materializa por medio del delincuente, aquel que es-temido como amenaza al sentimiento de seguridad colectiva. El temor al delincuente se encuentra enraizado a un miedo generalizado al “otro”; a otro que en su supuesta agresividad pone en tela de juicio la propia. En consecuencia, el accionar de la modernidad ha quebrado los lazos sociales declinando la confianza y socavando las “identidades colectivas”. Esta precariedad “del nosotros” aumenta la huida hacia el “hogar”; la familia y el entorno aparecen como el último refugio ante los problemas morales y económicos que se le presentan “al sujeto” todos los días. La tesis central del autor es que “la erosión de la sociabilidad cotidiana acentúa el miedo al otro” (Lechner, 1998: 185).

El tratamiento de Z. Bauman sobre el mismo tema llama la atención sobre un retorno a la idea Aristotélica sobre el miedo pero tiene en cuenta la distinción entre el miedo como estímulo y como respuesta simbólica y cultural. A diferencia de los seres vivos (que sienten miedo como una especie de impulso que los ayuda hacia la huida en contextos amenazantes) el hombre tiene la posibilidad de sentir un miedo diferente, por decir de otra forma en segundo grado, según palabras del autor “reciclado social y culturalmente”. El “miedo” se hace más profundo cuando es disperso, poco claro y no puede ser identificado a objeto o lugar concreto (Bauman, 2008: 10). En concordancia con Beck, Bauman considera como la responsable del estado continúo de temor a la modernidad (líquida). Para Bauman, el riesgo es un mecanismo por el cual el individuo intelectualiza lo imprevisible que acecha en lo trágico, reduce la angustia de lo incognoscible. La sociedad líquida de consumidores la estrategia consiste en marginar y menospreciar todas aquellas cosas que tienen una duración longeva. Los miedos han acompañado a los hombres en toda su historia, pero es en la post-modernidad cuando son netamente comercializables e intercambiables por mercancías. Estas fuerzas sociales se ubican por sobre los Estados dejándolos impotentes en la protección de sus propios ciudadanos; por otro lado es la misma competencia del mercado el factor que desencadena la posterior desconfianza y falta de solidaridad entre los hombres. Esta no conexión deriva en un sentimiento paranoico de supuesta agresión (Bauman, 2008).

En un trabajo de reciente publicación Bauman retoma el tema del mercado y sus implicancias en la responsabilidad y la angustia que siente el consumidor una vez que fue tomada su decisión. En efecto, la tesis central del filósofo apunta a que una de las angustias que aqueja a los jóvenes no es el exceso de realidad por coacción jerárquica –como hace unas décadas- sino la abundancia de ofertas y la libertad del mercado de consumo. El temor a seguir o aceptar una mala decisión tiene un gran peso en la mentalidad del consumidor moderno. Este estado de perpetua emergencia se encuentra constantemente orientado a la novedad. Lo novedoso, en un mundo caracterizado por la liquidez, la fragmentación social y la dinámica, parece lo suficientemente irritante como para ser olvidado (Bauman, 2009: 8). 

Contrario al tratamiento de Bauman y Beck parece ser el ensayo de J. M Dupuy sobre la relación entre mercado y pánico. Remitiéndose a la filosofía de Constant y Tocqueville (pero en especial de E. Durkheim), Dupuy sostiene que toda sociedad posee un lazo invisible que la mantiene funcionando, como “un inconsciente colectivo” que se impone a los hombres. Siguiendo el desarrollo de su trabajo, Dupuy está convencido que el terreno de las catástrofes financieras y de los mercados parece predisponer en verdaderas situaciones de caos y desorden generalizado. Entre el mercado y la masa existe un mediador, el pánico. Dupuy sugiere que las masas se caracterizan por: a) un principio “cohesionante” (de origen libidinal) en el cual los diferentes individuos que la forman se mantienen unidos por una especie de sacrificio narcisista; b) la personificación de un jefe, figura por la cual la masa necesita de unidad pero paradójicamente sella el destino de su propia desintegración; el lazo libidinal une a cada uno con su jefe reforzando un “amor de objeto” depositando un “ideal del yo” en provecho de ese mismo objeto; como todos tienen por deposito el mismo objeto se fundan relaciones de reciprocidad entre los sujetos; y c) los fenómenos de contagio contribuyen una exageración de afectividad o una “exacerbación  de las pasiones” que llevan a la masa a la irracionalidad (Dupuy, 2007: 50).

El trabajo de Dupuy resulta de particular interés ya que revela una relación dialéctica entre el pánico como elemento estructurante de los grupos sociales (constituidos o no) con respecto a la lógica legal-racional e impersonal del mercado. En concordancia con Bauman, Castel y Beck, la introducción del mercado como un espacio en donde ciertos grupos ofrecen medidas y servicios para reducir la angustia que genera el sentimiento sostenido de inseguridad, implica la imposibilidad del estado hobbesiano para canalizar las amenazas y dar una respuesta acorde.

1 Según la Ciencia política, escribe Arellano-Ríos, la gobernabilidad es la relación que existe entre las demandas de la ciudadanía y el estado mientras que la gobernación se refiere a la incapacidad o problemas técnicos del estado para reglamentar y controlar la convivencia social. La gobernabilidad se encuentra vinculada a la capacidad de respuesta ya sea por sobrecarga de expectativas de los ciudadanos. La gobernación, por el contrario, enfatiza en la acción de políticas públicas que por medio de la eficacia legitiman el poder del Estado.