LOS RIESGOS EN EL VIAJE TURÍSTICO: DECONSTRUYENDO LA PARADOJA PROFESIONAL

LOS RIESGOS EN EL VIAJE TURÍSTICO: DECONSTRUYENDO LA PARADOJA PROFESIONAL

Maximiliano E Korstanje
Universidad de Palermo, Argentina

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¿Qué Son las Amenazas?
Para Luhmann el riesgo no puede constituirse si no existe previamente una ganancia percibida. Los sistemas que alcanzan cierta complejidad pueden ver el futuro como “espejo” del pasado y orientarse semióticamente. El riesgo es el producto de la contingencia en el proceso de decisión del individuo con arreglo a una utilidad estimada. En otras palabras, la característica central del riesgo es que puede ser evitado por decisión propia del involucrado. La distinción entre riesgo y peligro supone que mientras el primero se considera una consecuencia directa de la decisión (riesgo de decisión) el peligro es externo y atribuible al entorno (Luhmann, 2006: 62-69)1 . Las prácticas del sujeto en el presente están orientadas a modificar el futuro. A medida que la técnica y la Ciencia avanzan hacia lo novedoso, mayor es el esfuerzo que debe realizar el sistema en la adopción de alternativas y decisiones, hecho por el cual se multiplican los riesgos. La valorización social del cálculo implica cierta imprevisibilidad en el daño, y por supuesto, el riesgo es el código necesario para intelectualizar esa amenaza que afecta la utilidad (Luhmann, 2006: 95) 2.

Al igual que Luhmann, J. G. Richardson considera que las amenazas que ponen en peligro a las sociedades son percibidas a través de diferentes mecanismos (conocimiento). El riesgo representa la intelectualización para maximizar las ganancias o minimizar los costos de las acciones a tomar ante esa amenaza.  La decisión de enfrentar o evitar los “riesgos” es tomada por las autoridades o aquellos que tienen poder teniendo en cuenta que cada decisión implica un nuevo riesgo no contemplado anteriormente. Cada medida correctiva que intenta disminuir un peligro es en sí misma generadora de riesgo. Ello es producto de la incertidumbre que existe dentro de la misma búsqueda de certidumbre (Richardson, 2010).

Según el desarrollo de Luhmann, una de las características del riesgo es que no sólo que se encuentra sujeto a la posibilidad de ser evitado sino también surge como producto del proceso de decisión. La caída de un avión, el robo del equipaje en un aeropuerto o un atentado suicida por estar ajenos a las posibilidades de elección del sujeto de ninguna forma constituyen un riesgo. Los eventos que se presentan indiferentes al proceso decisorio del sujeto deben ser comprendidos como amenazas o peligros. Este es uno de los errores conceptuales de la teoría de la percepción del riesgo aplicada a los viajes (Luhmann, 2006: 152-158). Luego de lo expuesto, se comprende por amenaza a “cualquier aspecto del ambiente físico que atenta contra el bienestar psicológico o físico de un grupo, sociedad o individuo”. Las amenazas tienen la particularidad de afectar la vida rutinaria de la comunidad implicando ciertas consecuencias para los sistemas político, económico y social (Nigg, 1996: 5). Cuando la amenaza sobrepasa la capacidad y la estructura de la sociedad para dar respuesta, sobreviene el “estado de emergencia”. Los límites entre lo que se comprende por amenaza o emergencia depende del grado de vulnerabilidad de cada sociedad. Para Nigg existen tres componentes que hacen a la vulnerabilidad social: a) la posición que ocupan dentro de la estratificación social, b) la localización geográfica y c) la densidad del desarrollo de la sociedad (Nigg, 1996: 11). A diferencia del riesgo que tiene una naturaleza estadística con arreglo a una concreción que se presenta como contingente, la amenaza adquiere una base socio-psicológica anclada en la percepción y los valores culturales.  

Una de las contradicciones en el tratamiento de Luhmann, no obstante, es el papel que toma la decisión en la creación del riesgo. La tesis luhmaniana es válida sólo si el sujeto se entrega a la “providencia divina” o adquiere el total conocimiento de las causas de los eventos. Por otra parte, Luhmann debe admitir que no tomando ninguna decisión el individuo opta por una opción determinada; el riesgo en la modernidad racional tomaría un estado permanente presente en todas las esferas de la vida social. En consecuencia, si bien se debe ubicar al riesgo asociado directamente a un peligro (percibido o no), es la fiabilidad como aduce Giddens, y no la decisión el elemento principal que fundamenta la presencia de un riesgo.  La fiabilidad, en este punto, es una “forma de fe” por medio de la cual el sujeto confía a un experto u otro mediador (como podría ser el dinero o las compañías de seguro) su seguridad. Debido a la complejidad del mundo y la cantidad de información disponible, al lego le es imposible poder comprender o predecir por su cuenta los futuros eventos que pueden atentar contra su seguridad, por ello, se decide por “confiar” en un sistema de expertos para reducir el peligro. En ese proceso, afirma Giddens, nace el riesgo en la sociedad moderna (1999). A diferencia de la Edad Media, donde los hombres se entregaban a la providencia divina anulando el riesgo, en la modernidad la cadena de medios afines nos lleva a ser ciudadanos carentes de un conocimiento completo (legos). Ese desconocimiento sobre las causas de los eventos nos empujan a confiar en el sistema de expertos; paradójicamente, en esa decisión se genera un nuevo riesgo no contemplado. Según Giddens, el riesgo puede ser definido como “dinámica movilizadora de una sociedad volcada al cambio que quiere determinar su propio futuro en lugar de dejarlo a la religión, la tradición o los caprichos de la naturaleza”. De esta forma, existen dos tipos bien definidos de riesgos, el  manufacturado el cual se engendra por nuestras propias decisiones, y externo dado cuando los sujetos involucrados no tienen acción directa (Giddens, 2000).

Las sociedades tradicionales, para Giddens, proporcionan cierta protección psicológica ya que mantiene unido el pasado, presente y futuro enlazando la confianza en todas las prácticas sociales. Por el contrario, las sociedades modernas tienen un umbral de violencia menor pero su grado de tranquilidad se ve amenazado debido a que tiempo y espacio se disocian significativamente generando mayor desconfianza. Los riesgos y el peligro se hacen potencialmente más generalizables en la vida social cuando el sujeto o su grupo de pertenencia se orientan hacia el futuro –destino-. Tecnología y Ciencia parecen haber desplazado el grado marginal “de superstición” de las sociedades tradicionales por la probabilidad cuyas implicancias son manejadas por sistemas “abstractos” o “expertos”, es decir, los profesionales. Los sistemas de gestión del riesgo se mercantilizan por medio de las compañías de seguros. Cuando se contrata un seguro, el riesgo no desaparece por completo sino que es traspasado por el propietario a un asegurador a cambio de una suma de dinero. Desde esta perspectiva admite Giddens, el capitalismo es inviable sin la construcción del riesgo  (Giddens, 1999: 103-108). Desde nuestra perspectiva, consideramos el tratamiento de riesgo de A. Giddens se presenta como el más pertinente para ser aplicado en presente estudio.

¿Qué es el viaje turístico?
La palabra viaje se compone de dos términos derivados del latín, vía que significa camino y cum, éste último hace referencia a “contigo”. A diferencia de la peregrinación que significa “ir por el campo, del latín “per agrere”, el viaje tiene como significación un tipo de “acompañamiento”. Ello no supone, que viajar sea desplazarse acompañado necesariamente, sino por el contrario, que el viaje debe realizarse dentro del camino o la infraestructura dedicada para tal acción, dentro de las líneas discursivas que conectan el hogar con el destino. La idea que viajando se adquiere mayor conocimiento corresponde a un constructo social medieval heredado del Imperio Romano y el mundo mediterráneo clásico. El punto central que debe discutirse es quien y para que ponga ese “acompañamiento”; los romanos entendían el viático (Viaticum) como todo lo necesario para viajar. Pero entonces ya no es importante replantearse que es viajar, sino desde que posición se viaja (Prado Biezma, 2006).

En este contexto, G. Santayana considera que animal y hombre persiguen lo “pintorescto” y en esa acción se encuentra el motivo último de cualquier viaje siendo su más trágica expresión la migración. En su escrito recorre toda una tipología de los diferentes viajeros y los motivos que marcan su travesía y su trajinar. Como inmigrante en una tierra extraña, Santayana se extiende sobre el problema de aquellos que deben viajar para adaptarse a nuevas costumbres. El inmigrante busca nuevas tierras siente repulsión por el lugar en que nació contemplándola como algo negativo; a su vez pone en contraste un ideal donde se despoja de todos sus males, y es allí a donde se moviliza. En el país extranjero, se enfrenta con un nuevo idioma, costumbres e ideas que toma como propias pero las cuales casi nunca podrá incorporar en su totalidad, “el exiliado para ser feliz debe nacer de nuevo”. Pero el caso del explorador parece diferente. El explorador busca nuevas tierras para apropiar y conquistarlas. Si siente curiosidad y aún en su necesidad científica de descripción tiene deseos de apropiación. El vagabundo por el contrario, camina al azar y sus descubrimientos serán producto del mismo. El vagabundo tiene la tendencia de engañarse a sí mismo, escapándose de todos lados para no encontrarse. Su predisposición a la no adaptación lo empuja a estar yéndose de todos lados. Por último, Santayana se refiere al turista como aquel sediento de hechos y bellezas de mente abierta y curiosidad “amable” (Santayana, 2001: 11).

Los viajes como desplazamientos geográficos persiguen un motivo ya sea por migración, exploración, descanso o negocios. Particularmente, Clifford es uno de los primeros antropólogos en estudiar el viaje no necesariamente como un proceso liminar o temporario para el arribo al destino, sino como un proceso en sí mismo (Clifford, 1999). Para algunos autores, el viaje no solamente se constituye como una forma de desplazamiento espacial sino también narrativo (Fernández y Navarro, 2008), de construcción política de la alteridad (Krotz, 1988), de conocimiento o pensamiento reflexivo (Mengo, 2008), como una cuestión ética (Kupchik, 2008) entre otras interpretaciones. Dentro del campo de investigación de las Ciencias Sociales los tratamientos que se le han dado al fenómeno han sido variados.

Para P. Vannini  (2012: 162) el viaje debe ser contemplado como una convergencia entre expectativas, emociones y rituales puestos a disposición del sujeto para intelectualizar el territorio (sobre todo tiempo y espacio). El problema sustancial respecto a la incertidumbre que abre todo viaje, se encuentra relacionado a la zona liminar entre partida y llegada. Cada desplazamiento encierra una “performance” que permite resolver las tensiones generadas por el desplazamiento en sí. Partiendo de la base que los itinerarios se encuentran condicionados por las partidas, Vannini define a los viajes como formas de trabajo evasivo (taskcapes) donde se mezcla la lógica de la obligación, a partir en horario, a tener un buen viaje, etc, con el placer de disfrutar, un buen paisaje, culturas exóticas etc. Ante la posibilidad de enfrentar riesgos no contemplados que afecten las expectativas, las personas tienden a agruparse para dilucidar códigos conjuntos antes de viajar. La característica principal del viaje es su “carácter esquivo” que le permite al viajero abrirse frente a la incertidumbre. Existen formas diversas de viajar pero en todas ellas se dan cuatro elementos centrales, acumulación, conservación, tensión y anticipación. Mientras la primera es producto del despliegue de diferentes rituales tendientes a abrirse a otros, (apertura a la nueva situación), en el caso de la conservación se da un fuerte componente emocional (memoria) que hace de cada viaje una rememoración articulada a experiencias pasadas. Particularmente, la tensión funciona ejerciendo resistencia al libre movimiento creando una atmosfera de drama y suspenso sobre el desplazamiento. Finalmente, la anticipación (planificación) radica en la re-apropiación simbólica que facilita el control de los rituales y la llegada a destino. Ejemplos de ello, son las partidas programadas, el uso racional del tiempo y los procedimientos operativos para darle seguridad al viajero.

Desde nuestra perspectiva, el viaje puede ser definido como todo desplazamiento espacial y geográfico en una circunstancia temporal el cual no necesariamente implica un retorno al hogar. El problema aquí se suscita en que no todos los viajeros persiguen los mismos fines. En base a ello, es necesario redefinir el objeto de estudio no a cualquier viaje, sino al viaje turístico. Empero ¿Qué se comprende por viaje turístico?.

Siguiendo los lineamientos de la Escuela Francesa, la palabra turismo deviene del antiguo sajón Torn; un término usado por los campesinos para simbolizar la partida y posterior regreso al hogar cumplimentando un círculo o un desplazamiento circular. El sustantivo de este verbo ha dado lugar al vocablo torn-er con el cual se designaba a quien se desplazaba fuera de su hogar por un tiempo para luego retornar. Es recién hacia 1746, que por medio del contacto con la cultura francesa, los ingleses comienzan a usar el término Tour. En el siglo XIX, la influencia francesa continua y la clase emergente burguesa utiliza para simbolizar sus desplazamientos el sufijo Isme de la cual finalmente surge el vocablo Tourism  (Jiménez-Guzmán, 1986:32). No existe consenso sobre si es que el término torn es realmente sajón o fue adoptado por los sajones luego de la dominación Normanda quienes tenían un vocablo similar (tor) (Ascanio, 2003: 34), lo cierto es que éste es precisamente el sentido que adquiere el turismo ya que si bien implica una partida, el viaje turístico no finaliza hasta la llegada del viajero a su hogar. Para Alberto Sessa (1971), el turismo está compuesto por tres elementos: el sujeto, el desplazamiento y la permanencia. El tipo de lucro, aunque sea parte, no es inherente al turismo. Por lo tanto, todo desplazamiento en el que esté involucrado un sujeto e implique una residencia temporal es un hecho turístico. Contrariamente, otros autores como Barucci (1976) consideran que el turismo como tal poco tiene que ver con los viajes en sí. El autor entiende que el turismo es un hecho totalmente distinto a otros desplazamientos; tales como aquellos que se emprenden en búsqueda de nuevas tierras, o de habilidades y destrezas para algún oficio. En concordancia, con la postura del profesor Barucci, los teóricos de la escuela histórico-evolutiva se esforzarán por demostrar que el turismo es un hecho social (económico) surgido de la revolución industrial, desconocido hasta ese entonces. Para Pinto-Soares el turismo debe ser comprendido como “un conjunto de elaciones y fenómenos debido a los viajes y a las estadías temporarias de personas que se desplazan por diversos motivos; cuya permanencia en un lugar puede producir y reproducir espacios posibilitando espacios y restricciones” (Pinto-Soares, 2005:274).

Al respecto, Andrade-Lima afirma que los viajes de placer son parte integrada y destacada del turismo, implicando tanto actividades propias del desplazamiento como aquellas destinadas a entretener al viajero durante su permanencia. En ambos, se trata de una actividad que se realiza fuera del ámbito residencial (Andrade-Lima, 2004). En su trabajo principales tendencias en el turismo contemporáneo, Eric Cohen explica que la actividad adquiere tres características principales que marcan los perfiles de los viajeros, huéspedes y turistas acorde a sus intereses: a) turismo de distinción, orientado a individuos de elevado capital cultural quienes buscan en sus viajes experiencias autenticas y extraordinarias; b) turismo de fantasía, orientado a un público de bajo capital cultural que encuentra en el consumo homogeneizado un espacio de fantasía y por último c) turismo extremo, el cual se vincula a individuos que buscan emoción, excitación y riesgo en sus emprendimientos (Cohen, 2005:22).

En la actualidad la Organización Mundial de Turismo define al fenómeno como “toda actividad de individuos que viajan y permanece en lugares fuera de su ámbito de residencia por motivos de ocio, negocios u otros propósitos por más de 24 horas pero menos de 1 año”. No obstante, en dicha definición entran un sinnúmero de motivos de desplazamiento y actividades que dificultan su aplicación en un trabajo empírico. El turismo puede ser comprendido de diversas formas. Para el antropólogo español A. Santana-Talavera la literatura especializada en la materia no ha llegado a un consenso sobre lo que representa el turismo:  a) una forma de hospitalidad comercializada entre el huésped y el anfitrión, b) un agente democratizador que permite una redistribución de derechos sociales, c) una manera de peregrinaje o viaje sagrado, d) expresión cultural, d) un proceso de aculturación, e) un intercambio cultural étnico, y f) una forma de generar dependencia económica y colonialismo (Santana-Talavera, 2006: 49).

Siguiendo este argumento, el autor propone una definición alternativa: “el turismo es el movimiento de gente a destinos fuera de su lugar habitual de trabajo y residencia, las actividades realizadas durante su estancia en estos destinos  y los servicios creados para atender sus necesidades” (Santana-Talavera, 2006: 52). En consecuencia a su definición conceptual, el sistema turístico se conforma de tres componentes: un elemento dinámico que es el viaje o el desplazamiento necesario incluyendo no sólo sus partidas sino también las sociedades y la infraestructura dedicada a recibirlos; otro elemento estático que hace a las consecuencias o efectos sobre la población receptora de las prácticas que llevan a cabo los turistas; y por último uno secuencial que se deriva de la interacción entre el componentes dinámicos y estáticos. Siguiendo este argumento, el viaje turístico no finaliza cuando el turista es recibido en el destino sino que continúa incluso cuando retorna a su propio hogar. El regreso al hogar marca el final del viaje turístico como tal (Ibíd., 58).    

Para comprender las razones que impulsan a los sujetos a viajar, C. Wenge propone tres paradigmas: teoría de la evasión, teoría del estatus (conformismo) y teoría de la peregrinación. La tesis de la evasión sugiere que los hombres buscan en el viaje alejarse de la vida rutinaria y del trabajo que diariamente “los aliena y oprime”. De esta forma converge la aspiración hacia lo nuevo con la desviación con respecto a lo cotidiano. Por el contrario, la tesis del conformismo o estatus explica que se viaja para adecuarse a las conductas de la clase dominante de lo cual se desprende el consumo ostentoso de experiencias y el reconocimiento social. Por último, el viaje como peregrinación se refiere a una necesidad de desplazamiento que implica obligación y exhibición. Similar en parte a la anterior, la peregrinación se condiciona por medio de la diseminación de diferentes estereotipos ya sea en la lectura de novelas o en televisión cuyo fin es la sacralización del espacio turístico (Wenge, 2007).

Según la bibliografía examinada, el viaje turístico puede ser definido como todo desplazamiento espacial y temporal fuera del lugar de residencia por motivos de descanso, placer, negocios u otros motivos por más de 24 horas y menos de un año que implican necesariamente un retorno. El viaje turístico se compone de tres elementos bien diferenciados: los medios de transporte cuya función es trasladar en forma segura a los viajeros, el destino en el cual se ubica toda la infraestructura necesaria para la recepción y la hospitalidad de los recién llegados, y los conectores que hacen posible el desplazamiento de diferentes puntos geográficos tales como rutas, calles, rutas aéreas, caminos etc. Como se ha expuesto en la introducción, el viaje turístico puede alcanzar diferentes motivos dependiendo de aquello que mueve al viajero a desplazarse tal como visita a familiares o amigos, placer o descanso, negocios u otros motivos. Asimismo, los tipos de viajes obedecen a las siguientes categorías: regional, provincial e internacional. El viaje regional se lleva a cabo dentro del mismo límite regional, municipal mientras que el provincial hace lo propio dentro de la esfera nacional. Por el contrario, el viaje internacional presupone una conexión de centros ubicados en diferentes países. A su vez, los viajes internacionales pueden ser clasificados como intercontinentales o intra-continentales (Wallingre, 2003).

En concordancia con Santana-Talavera, para Castaño el turismo implica tres ámbitos de estudios: a) el individuo fuera de su entorno habitual, b) la industria como sumatoria de ofertas y necesidades y c) el impacto socio cultural y económico sobre las sociedades anfitrionas. Asimismo, para el autor el turismo y los viajes turísticos representan no sólo un aspecto interesante de investigación sino también un campo fértil pata futuras investigaciones. “Desde el punto de vista histórico los grupos humanos se han venido desplazando por razones de índole primario, dejando su residencia únicamente en circunstancias extremas. En la sociedad actual los individuos ya no están tan ligados a sus entornos y pueden adaptarse con facilidad a otros nuevos, interesarse por culturas y costumbres diferentes, dando lugar al nacimiento de un nuevo valor: la experiencia de la novedad y de lo extraño. Sin embargo, los individuos también necesitan encontrar en esa nueva realidad algo que les resulte familiar, que les recuerde su lugar de origen (la vivienda, la urbanización, servicios, etc) y su cultura (lengua, gastronomía, moral, etc”  (Castaño, 2005: 39).

Siguiendo el argumento anterior, J. Urry sostiene que la experiencia turística adquiere una característica netamente visual hecho que dispara la necesidad de desplazamiento geográfico. En este contexto, las diferentes formas de mirar son organizadas por profesionales en categorías específicas tales como a) la educación (viajes por motivos educativos), la salud (por motivos terapéuticos), la solidaridad social (en busca de cohesión social) o lúdico (como forma de descanso). La predominancia de lo visual que se despierta en el siglo XIX en Europa Occidental marca una de las principales características del turismo actual (Urry, 2007: 21-22). Por tal motivo, Lash y Urry llaman la atención sobre el papel que ha tenido la modernidad en la masificación de los viajes. En la actualidad, el viaje se asocia a quien aborda un avión, conduce un automóvil o sube a un tren en detrimento del vagabundo u otro tipo de viajero. La organización social de los viajes ha sido un producto de  la profesionalización y la confianza puesta en el saber experto de quienes organizaban viajes reduciendo los peligros y riesgos a un mínimo tolerable (Lash y Urry, 1998: 339-342).

Los medios de transporte que facilitan el viaje turístico son a menudo percibidos como menos seguros que los alojamientos u hoteles. En cuanto a forma liminar de dislocación identitaria, el viaje aumenta los sentimientos de indefensión e inseguridad (Chauhan, 2007: 11). El viaje turístico se encuentra condicionado a cuestiones que hacen a la seguridad del viajero. La sensibilidad del viaje turístico a ciertos peligros como epidemias, ataques “terroristas”, desorden político o crisis financieras es mayor que otro tipo de viajes; no obstante, una vez desaparecido el factor de peligro, los flujos turísticos reanudan su presencia con mayor o igual intensidad al evento en cuestión (Tang y Wong, 2009: 886).

Diversos mecanismos como la fotografía pueden ayudar a aumentar la sensación de seguridad de un viajero cuando se adentra a un espacio que no le es familiar. Tanto S. Sontag como P. Bourdieu advierten incluso que la fotografía, una actividad clásica de los turistas es una medida destinada a hacer más seguro un territorio que por sí mismo se presenta como extraño al sujeto (Sontag, 2008) (Bourdieu, 2003). R. Schluter sugiere que misma función cumplen los filmes y las azafatas en los viajes turísticos modernos “entre los factores de riesgo es importante distinguir entre aquellos que pueden ser controlados por la industria; los que son consecuencia directas de políticas globales de un país; y entre los que factores que surgen de manera totalmente imprevista y que con una amplia cobertura de prensa pueden causar serios daños a la imagen del destino turístico” (Schluter, 2008: 148).

Lo expuesto hasta el momento lleva a preguntarse si es que la movilidad encierra un peligro, como es que se encuentra extendida como práctica positiva en los países occidentales?. Birtchnell y Buscher sugieren que la “compulsión a la movilidad” de las sociedades postmodernas puede ser más importante que ciertos eventos de gran impacto mediático como la erupción del volcán o un terremoto. De esa forma, los grupos de expertos en ocasiones se ven desbordados por la imprevisibilidad del evento y las propias deficiencias del sistema social para manejar información creíble que ayude a mitigar los efectos negativos de la amenaza (Birtchnell y Buscher, 2011). Ante un evento donde peligra la vida de los viajeros, si bien lo que cambia es el destino y la forma de desplazarse, la movilidad como institución social nunca resulta seriamente cuestionada. La peligrosidad de un destino no implica que la ciudadanía deje de viajar a otros destinos.

Según B. George, R. Inbakaran y G. Poyyamoli, comprender el viaje turístico es focalizarse no sólo en las razones que llevan a viajar sino a volver al hogar. Desde esta nueva perspectiva, los autores enfatizan en dos conceptos claves: a) la motivación turística que es aquella impulsa al sujeto a evadirse de las normas diarias y rutinarias movido por la curiosidad y la necesidad de conocer nuevos territorios, y b) la motivación nativista o (nativistic motivation) la cual se refiere a la necesidad de sentirse “seguro” reduciendo el grado de incertidumbre y previsibilidad de los eventos que pueden suscitarse en un ambiente desconocido. Cuando la necesidad turística es menor a la nativista, el sujeto emprende el regreso a su hogar. La posibilidad de perder “algo valioso” durante el viaje condicionaría la percepción de riesgos durante el proceso liminar del viaje (George, Inbakaran y Poyyamoli, 2010: 402)

Definidos operacionalmente los términos viaje, turismo y viaje turístico nos predisponemos a examinar los diferentes tratamientos que ha tenido el miedo dentro de la filosofía y Ciencias Sociales en general. N. Elías y E. Dunning afirman que el viaje (en tanto forma de ocio) se encuentra circunscripto a que el viajero o turista encuentren una cantidad soslayable de peligros los cuales lejos de representar un daño real para éste, lo mantienen “entretenido”. El sujeto moderno inserto en una lógica burocrática y controlada, necesita del viaje para desprenderse simbólicamente de las normas del trabajo. La emoción se encuentra asociada a pequeñas dosis controladas de peligro en las cuales el individuo puede ver colapsar sus expectativas (efecto catártico). Escriben los autores “incluso los preparativos para unas vacaciones en un lugar nuevo –que a primera vista puede parecer un placer directo- implican saborear a priori lo inesperado con que podemos encontrarnos allí y al mismo tiempo quizás el temor a la inseguridad, a la posibilidad de encuentros desagradables con personas antipáticas o alojamientos incómodos, o la esperanza de hacer amistades nuevas y encantadoras” (Elías y Dunning, 1992: 135). Según la perspectiva de Elias y Dunning se sientan las bases para un riesgo controlado y revitalizador cuando se emprende un viaje turístico. Bajo determinadas circunstancias, a discutir en la próxima sección, temor y riesgo son categorías que sustentan la vida en sociedad y por lo tanto presentes dentro de ella.

1 Luhmann es claro al respecto de su definición de riesgo (aún cuando tiende a ser malinterpretado). El autor considera que las definiciones precedentes de riesgo son erróneas debido a que presuponen al riesgo meramente como un cálculo racional de probabilidades con arreglo a determinado evento.  El daño puede o no suceder en un futuro pero depende de la decisión directa que tome el individuo en el presente. Por ejemplo, si un fabricante de aviones decide bajar los costos afectando la operatividad del mismo asume el riesgo de una falla mecánica y una posterior catástrofe aérea. No obstante, el turista que es víctima de ese evento no tiene forma de evitar el resultado con su decisión. Las victimas o afectados no son artífices del resultado que los llevaron a ese estado. En consecuencia, no corresponde hablar de riesgo sino de peligros externos a la decisión de viajar. Luhmann difiere de Giddens, Castel y Beck con respecto a su definición de riesgo en cuanto a que no se constituye como un problema de percepción en sí mismo;  “el hecho de que quien tome la decisión perciba el riesgo como consecuencia de su decisión o de que sean otros los que se lo atribuyen no es algo esencial al concepto (aunque si se trata de una cuestión de definición). Tampoco importa en qué momento ocurre el daño, es decir, en el momento de la decisión o después. Lo importante para el concepto, tal y como aquí lo proponemos, es exclusivamente que el posible daño sea algo contingente; esto es, evitable” (ibid: 62). También es importante recalcar que no necesariamente el riesgo esté asociado a la búsqueda de ventajas en cuanto a la elección de uno u otro transporte para llegar rápido a un destino. Veamos mejor el siguiente ejemplo escribe el autor “otro caso límite se lleva a cabo entre dos alternativas muy similares, por ejemplo, entre dos líneas aéreas, en la cual se estrella el avión elegido. Difícilmente podrá verse en esto una decisión riesgosa, puesto que no se corre un riesgo para alcanzar determinadas ventajas, sino que la elección sólo debe realizarse entre dos soluciones del problema prácticamente equivalentes, en virtud de que únicamente puede realizarse una de ellas. Vemos entonces que la atribución de la decisión debe satisfacer condiciones específicas; entre otras, la que las alternativas se distingan reconociblemente con relación a la posibilidad de los daños”  (ibid: 69).  No se debe confundir al riesgo con los “auxiliares de decisión” los cuales ayudan al individuo a pensar que su decisión de esquivar una curva con su auto o subir o desistir a una avión son medidas eficaces para evitar el daño. Este tipo de cálculos, no obstante, no significan “en forma alguna” que podamos evitar las consecuencias (ibid: 74).

2 El sistema escoge en términos binarios entre dos opuestos. La decisión por lo tanto se encuentra clausurada entre un valor positivo y otro negativo. Asimismo, el aprendizaje del sistema se hace por medio de las elecciones que resultan positivas hecho que lo lleva a construir su propio bagaje histórico mientras que las decisiones negativas son internalizadas como amenazas o peligros. Al respecto Luhmann aclara “la codificación binaria, bajo todos los puntos de vista puede ser entendida como un aumento inmenso del riesgo de operaciones de los sistemas. Los sistemas codificados son sistemas emancipados: se otorga la libertad de escoger entre dos valores de su código y eso sin una predeterminación de los temas de los que se trate posiblemente. En el mismo momento, a la vez están obligados a decidir o rechazar decisiones en vista de una circunstancia aún no suficientemente aclarada, y de correr de una u otra forma un riesgo (Luhmann, 2006: 128).