LOS RIESGOS EN EL VIAJE TURÍSTICO: DECONSTRUYENDO LA PARADOJA PROFESIONAL

LOS RIESGOS EN EL VIAJE TURÍSTICO: DECONSTRUYENDO LA PARADOJA PROFESIONAL

Maximiliano E Korstanje
Universidad de Palermo, Argentina

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Riesgo, Ley y Razón
La regulación normativa es la piedra angular de la seguridad y en ese contexto, la aplicación de la ley se corresponde con una necesidad de regular en forma estricta al mercado. De acuerdo a lo expuesto, Cass Sunstein sostiene que la jurisprudencia debe estar amparada por un saber legal práctico acumulable en el tiempo por medio de las interpretaciones y los fallos. La función de la jurisprudencia es no sólo reducir el riesgo existente sino además resolver la ambigüedad de las prácticas sociales. Si los automóviles no pueden circular a más de 130 kilómetros por hora, en forma general, existen condiciones de urgencia para que ciertos móviles, por ejemplo ambulancias y policías si puedan hacerlo. En este sentido, los estados de emergencia inmediatos como desastres naturales o guerras trastocan la interpretación de la norma (Sunstein, 1996).

En su trabajo Las Leyes del Miedo Sunstein considera que la democracia como forma de organización política es la única herramienta que tienen las comunidades para reducir los riesgos. Los gobiernos y estados tienden a censurar los riesgos pues se ve afectada con ellos su representatividad. Sólo la democracia deliberativa permite a los ciudadanos considerar los peligros y demandar a sus gobernantes soluciones acordes. La información y sobre todo su interpretación se transforman en piezas claves de la manipulación ideológica de los estados. Como resultado, los gobiernos totalitarios son más proclives a sufrir desastres devastadores que las democracias. Sin embargo, Sunstein reconoce que algunas democracias, como las europeas, se ven bajo acción directa del temor reduciendo su margen racional en los procesos estratégicos de decisión. Uno de los principales problemas de Europa es el “principio precautorio” por el cual las sociedades consideran los riesgos de una forma abstracta, generalizada y apocalíptica. Esta exposición constante a la doctrina, genera no sólo un miedo generalizado sino además trabas jurídicas para mejorar el nivel de vida de los ciudadanos (Sunstein, 2005). Sunstein, al igual que otros autores, se plantea dos preguntas centrales ¿Por qué cada vez las personas tienen más miedo?, ¿Por qué las respuestas del estado parecen insuficientes en temas vinculados a la seguridad ciudadana?.

Primero y principal, Sunstein en otro trabajo (Riesgo y Razón) aclara que el temor generalizado que invade a la mayoría de las sociedades democráticas se vincula a la falta de racionalidad del ciudadano medio. Los estados de pánico generados por virus, ataques terroristas u otros factores obedecen a “sesgos mentales” que llevan a los agentes a tomar decisiones erróneas o a demandar al Estado soluciones que sólo agravan el problema. En este sentido, los riesgos se magnifican de forma considerable por  medio de dos mecanismos: a) la heurística de la disponibilidad y b) el descuido de la probabilidad. Mientras el primer dispositivo simbólico recurre a episodios similares, sucedidos en el pasado, sobrevalorando el riesgo, el segundo opera descuidando las cuestiones de probabilidad causal entre el evento y la percepción. Cuando las emociones afloran, las personas perciben hechos disconexos e improbables como altamente probables. Esta falacia no sólo desestabiliza los sistemas políticos por cuanto las demandas no pueden ser satisfechas, sino además crea un sentimiento sostenido de temor. Particularmente, los medios de comunicación contribuyen a difundir noticias que aumentan “un efecto cascada” de tipo informativo que no permite resolver la heurística de la probabilidad.

En el año 2000, un serio accidente ferroviario en la ciudad de Hatfield, Reino Unido, creo una paranoia tan grande que muchos usuarios se volcaron a usar sus automóviles para dirigirse a sus trabajos. Como resultado, y dadas las condiciones de inseguridad de las rutas inglesas, las muertes se triplicaron al cabo de 3 años. Aquello que se presentaba como una solución natural para reducir el riesgo, implicaba un costo aún mayor no contemplado. Para Sunstein, los riesgos además de ser una cuestión de grado, son producto de las malas decisiones fagocitadas por las heurísticas mentales. El problema se agrava cuando los Estados se hacen eco de este tipo de demandas empeorando el ya deteriorado sistema de seguridad. El autor presenta una forma racional de evaluación y regulación de riesgos, llamado modelo costo-beneficio, donde el sujeto y el estado deben contemplar los beneficios y los costos de determinada acción, a la vez que se deben cuantificar los riesgos (Sunstein, 2006). Las percepciones no son lo suficientemente reales para influir en la toma de decisiones de un Estado. Éste último debe recurrir a la opinión del sistema de expertos ante un determinado peligro o riesgo.

Particularmente, los temores injustificados cercenan las libertades creando una especie de “toxicología intuitiva” la cual se caracteriza por tres elementos significativos: a) confianza desmedida en la benevolencia de la naturaleza, b) comprender al riesgo como una cuestión radical de “todo o nada”, seguridad total o Apocalipsis y c) pensar que la intervención estatal puede lograr un nivel de riesgo cero. Los ciudadanos son influenciables por contacto directo o visual con información que apela a sus emociones. Cuando ello sucede, se crean cascadas donde los peligros son evaluados sin tener en cuenta sus costos. Una respuesta a un cambio necesario de combustibles, puede generar un estado de vulnerabilidad peor que aquel que se quería evitar. Sunstein, para respaldar su tesis, trae como ejemplo al experimento Dorner donde por simulación de computadores se demuestra que las decisiones de una persona común ante un desastre pueden llevar a estados de calamidad irreversibles.

Los pasajeros tienden a catalogar que los viajes en avión son más inseguros que aquellos se llevan a cabo en automóviles. Ello sucede porque la “volición” parece influir fuertemente en la percepción de los peligros. Cuando las personas consideran que un efecto depende del grado de control que éste puede ejercer sobre el ambiente, el comportamiento se considera seguro. Volar puede ser más seguro que conducir un auto, pero siguiendo este razonamiento, el pasajero no ejerce control sobre el piloto ni sobre la cabina de mando. Un segundo aspecto importante en la magnificación de los riesgos en materia de transporte aéreo tienen que ver con la carga emotiva que supone la muerte abrupta de decenas de personas, aun cuando el evento tenga características de baja probabilidad. Todo accidente aéreo es particularmente “perturbador” por la cantidad de pérdidas humanas y por la supuesta aleatoriedad de sus causas.  Si bien estos accidentes son prevenibles, se presentan en el imaginario colectivo como ajeno a la responsabilidad de la víctima. Mientras los accidentes automovilísticos son conceptualmente atribuibles a los conductores, los aéreos no dependen de los pasajeros. Empero, ello es una quimera, aclara Sunstein. A diferencia de Luhmann, Sunstein considera que todo pasajero puede elegir entre viajar en auto o en avión siendo parcialmente responsable de su decisión; asimismo, los conductores no tienen un total control de todas las variables y situaciones del entorno (Sunstein, 2006, p. 2011).  Según el desarrollo precedente, se debe asumir que el riesgo es una cuestión altamente ligada a la fiabilidad.

Modernidad, Fiabilidad y Peligro.
Para algunos autores existe una relación marcada de cambio en la manera en que los ciudadanos comprenden el peligro a lo largo del tiempo. La modernidad no sólo ha aumentado los riesgos derivados del avance tecnológico sino que ha transformado la manera de percibir el peligro (Lash y Urry, 1998) (Giddens, 1999) (Beck, 2006) (Castel, 2006; 2010) (Luhmann, 2006) (Bauman, 2008).

A. Giddens quien ha estudiado (con cierto detalle) en las consecuencias de la modernidad, advierte que no es posible concebir a la historia como un continúo evolutivo sino como una serie de diversas discontinuidades. La modernidad puede ser identificada por tres criterios que la distinguen de otros períodos: a) un ritmo de cambio acelerado, b) un ámbito de cambio interconectado, y c) naturaleza de las instituciones modernas con una alta mercantilización del trabajo. En este sentido, la modernidad se ha convertido en “un fenómeno de doble filo” ya que por un lado ha creado ciertas oportunidades para que los seres humanos puedan disfrutar de una existencia más segura, mientras por el otro existen diversos peligros de los cuales no se está exento, por ejemplo “una nueva guerra mundial con armas nucleares”. El entorno se ha transformado en peligroso afectando a la seguridad física y psicológica del ciudadano (Giddens, 1999: 20-23).

El proceso de modernización se acentúa la dispersión entre tiempo y espacio como así también aumenta la introducción de mecanismos que ayuden mediar entre ambos. Giddens afirma que las instituciones sociales modernas se encuentran construidas por medio de dos tipos de dispositivos de desanclajes: señales simbólicas y sistemas expertos. La primera denominación hace referencia a la mediación en la transacción entre dos partes sin importar las características intrínsecas de los involucrados, como por ejemplo el dinero, el cual abre “un paréntesis en el tiempo” ya que verifica las transacciones desde momentos o puntos totalmente distantes. Los sistemas expertos, por el contrario, permiten que los individuos no cuestionen las capacidades abstractas de las instituciones. El autor entiende a la fiabilidad como una forma de Fe en la cual la confianza puesta en la institución supera la limitación cognitiva.

Como ya se ha mencionado en las discusiones introductorias, los “sistemas expertos” están dotados de altos grados de fiabilidad, los cuales ayudan a reducir el temor de aquel que no conoce los pormenores o detalles del proceso de construcción en el bien que consume. Cuando un turista sube a un avión confía en que éste no va a caerse de la misma manera que un conductor, desconociendo como se ha hecho una carretera, tiene confianza en que su vida no corre peligro ante un accidente (conocimiento deductivo débil). La fiabilidad, por lo tanto, en Giddens puede ser comprendida como “confianza en una persona o sistema, por lo que respecta a un conjunto dado de resultados o acontecimientos, expresando en esa confianza cierta fe en la probidad o el amor de otra persona o en la corrección de principios abstractos (conocimiento técnico)” (Giddens, 1999: 43).

El experto garantiza que el peligro es contenido en su expresión mínima y ofrece ciertas garantías sobre las expectativas del sujeto. En este sentido la licencia (sea sobre la máquina o sobre el experto) se transforma en una agencia cuya función es proteger a los consumidores del sistema experto (actualizando sus conocimientos en el tiempo). La fiabilidad se encuentra orientada a reducir los peligros que los sujetos se encuentran expuestos. Por ejemplo, viajar en avión puede ser una actividad naturalmente peligrosa debido a que desafía los principios de gravedad, pero el experto en organización de viajes aéreos maneja información estadística sobre los bajos índices de accidentes en el rubro que reduce el peligro y lleva tranquilidad al viajero (Giddens, 1999: 44).

La reflexivilidad de la información permanece no sólo en manos de los expertos, sino también en los actores de los cuales los primeros investigan y arrojan sus conclusiones. De esta manera, el sujeto se encuentra vinculado tanto a la información sobre su propio comportamiento, como a sus deseos internos. A mayor conocimiento sobre la vida social mayor control sobre el “destino” incrementando el uso tecnológico. No obstante, Giddens asume que existen cuatro factores por los cuales el aumento de la racionalidad no permite satisfacer las necesidades humanas de seguridad. El primero se refiere al poder diferencial otorgado por la monopolización de información en beneficio de cierto grupo. Segundo, existe una disociación ente los valores y la innovación tecnológica que aportan nuevos puntos de conocimiento. El tercer factor es el alto impacto de las consecuencias no previstas sobre los hechos en una sociedad cuyo conocimiento acumulado es incapaz de abarcar todas las complejas esferas de la interacción social. Por último, el conocimiento moderno no contribuye a hacer el mundo más estable sino que en su propio movimiento e inestabilidad lo hace más inseguro. La “incesante producción” de conocimiento experto descansa sobre la idea de la refutación constante alternando no sólo las condiciones sobre las que el propio sujeto opera sino quebrando la relación entre conocimiento experto y conocimiento lego. Mientras el primero busca una verdad siempre cambiante, el segundo busca seguridad (Giddens, 1999: 50-51).
 
El Miedo en Latinoamérica y la propiedad privada.
La percepción de las amenazas toma diferentes formas dependiendo de cada sociedad y de sus valores culturales. A la vez que Europa y los Estados Unidos se encuentran preocupados por las acciones del terrorismo y por los fenómenos climáticos como verdaderos peligros, Latinoamérica focaliza en el crimen y  el robo a la propiedad privada como dos de sus principales prioridades.

G. Kessler explica que el miedo en Latinoamérica ha tomado un canal propio asociado al delito común y al crimen asociado también al “terrorismo de Estado” cuyas consecuencias influyeron en la vida cotidiana. Definida la inseguridad como una amenaza a la integridad física del sujeto, la imprevisibilidad de los actos delictivos es causal de “desasosiego”; a la vez que aumenta la percepción de inseguridad en la opinión pública declina la confianza en las instituciones del Estado destinadas a brindar seguridad como la policía y otras fuerzas de seguridad. Para Kessler, la imprevisibilidad, en una primera instancia, se encuentra asociada a una “deslocalización del peligro” por la cual las zonas seguras e inseguras se desdibujan. Como consecuencia, la pluralidad de imágenes con respecto al perpetrador refuerza la sensación de amenaza convirtiéndola en aleatoria y omnipresente. La tesis central del autor es que el sentimiento de vulnerabilidad si bien no se corresponde con un proceso de estigmatización y exclusión propiamente dicho, refuerza esa lógica delimitando a zonas geográficas específicas las cuales son percibidas como más amenazantes sobre quienes caen demandas de mayor “represión y punitividad” (Kessler, 2009: 268)1 .

En concordancia a lo expuesto, A. Entel sostiene que “la inseguridad” se ha producido debido a un declive en la confianza que la ciudadanía tiene por sus instituciones políticas. La fe que ellos depositan se encuentra indefectiblemente ligada a la eficiencia y eficacia como así también en las vías por las cuales el Estado Nación ejecuta esas demandas. Argentina se ha caracterizado por una larga tradición de “liderazgos fuertes y democracias débiles”. En una especie de contraste interdisciplinar entre el psicoanálisis freudiano con  el existencialismo nietzscheano, su propuesta apunta a señalar que existen dos clases de miedos: 1) el primero, difuso, latente y sentido en la ciudadanía cuando los lazos sociales se debilitan, y 2) un miedo más práctico y real producido por la propia percepción del riesgo individual como por ejemplo puede ser el avance del desempleo y la exclusión económico-social (Entel, 2007).

No obstante, el desarrollo de la profesora Entel sugiere dos problemas serios: la filósofa argentina acepta que el miedo es un fenómeno emocional y profundo, el cual sólo puede ser estudiado siguiendo una línea metodológica cualitativa empero ella no aclara en ningún momento los datos exactos de la muestra entrevistados como así tampoco la fecha en que fueron grabadas las entrevistas o el tiempo que llevaron. Por otro lado, la idea de asumir que los países latinoamericanos son menos democráticos que los europeos o norteamericanos no sólo es imposible de probar científicamente sino un concepto polémico y etnocéntrico. En este sentido, el psicólogo social A. Flier (1999:23) habla del “síndrome del miedo” como esa creciente sensación de inseguridad que a fin del milenio aqueja a las sociedades industriales y no industriales. En Latinoamérica, la sensación propia del miedo se asocia a una falta de legitimidad y “liderazgo” institucional que no puede dar respuestas a las demandas de las ciudadanías. Dicha imposibilidad para percibir la causa real de los problemas, transforman el miedo en “angustia”.

Por su parte, S. Murillo (2008) apela a la construcción y posterior interpelación ideológica de los organismos de crédito internacionales como el Banco Mundial (BM) respecto al empoderamiento (rol coactivo) de la sociedad civil respecto a la posición del Estado como garante de la seguridad. El terror político promovido por las dictaduras militares (1976-1982) ha generado una profunda indiferencia política de la ciudadanía. Esta “apatía” por la cuestión pública y política fue funcional al discurso neoliberal que promovía la ineficiencia estatal frente al poder privado. Pero las promesas neoliberales de prosperidad pronto encontraron en Latino América un fracaso estrepitoso que llevaron a varias rebeliones y conflictos. Para (des) pacificar la situación, se articularon toda una serie de dispositivos disciplinarios e ideológicos que crean una tensión entre la ciudadanía y el estado en tres frentes, la corrupción, la desigualdad y la seguridad. Ésta última, en tanto construcción social establecida crea cambios culturales, políticos y económicos importantes que de otra forma serían rechazados por la sociedad. Países en vías de desarrollo o periféricos contratan créditos internacionales con el fin de cubrir sus agendas respecto a la seguridad percibida y a mitigar la pobreza, que se supone es condición para el crimen y el delito. El viejo paradigma contractualista, por medio del cual, todos los hombres eran iguales ante la ley, se ha revertido en un nuevo paradigma socio-técnico donde se acepta la desigualdad como situación natural del orden social, a la vez que se movilizan todos los recursos materiales con el fin de mitigar los potenciales estados de conflicto que afectan la doctrina del “buen gobierno” (Murillo, 2008). 

Los antropólogos argentinos D. Míguez y A. Isla sugieren que el miedo “al delito” tan de moda en la agenda pública se debe a una fragmentación de los valores tradicionales respecto al trabajo y la familia los cuales ponen al ciudadano frente a una gran incertidumbre. Los autores suministran un modelo basado en tres tipos de fragmentaciones: a) subjetiva con arreglo a valores, b) objetiva y c) subjetiva institucional. La fragmentación subjetiva con arreglo a valores se explica por medio de la contradicción que encargan los valores tradicionales asociados a la familia, el estudio y el trabajo. Un gran porcentaje de los entrevistados adhiere a los valores mencionados pero desconfían que sean útiles para “progresar en la vida”. Esta tensión valorativa genera una disociación entre el deber ser y las prácticas sociales concretas. La fragmentación objetiva se lleva a cabo por medio de los lazos vecinales y el apego de los individuos a sus instituciones más cercanas. Finalmente, la fragmentación institucional se refiere a la doble conducta de los funcionarios públicos y policiales quienes en algunos casos se encuentran en complicidad con el delito. La tesis central del trabajo es que las personas cuya pertenencia se encuentra ligada a un grupo con una alta tasa de fragmentación “con arreglo a valores” conforman “universos morales” en donde prima la razón instrumental y la utilidad. Siguiendo este argumento, los actores construyen un discurso ponderando el beneficio propio en desmedro del ajeno aumentando las expectativas respecto a la posibilidad de sufrir o estar expuesto al robo de propiedades (desconfianza). Este proceso gradual se ve acompañado por la fragmentación institucional la cual no es otra cosa que debilitamiento de la presencia del Estado y la confianza de sus ciudadanos en la cuestiones de orden público (Míguez e Isla, 2010: 32). En resumen, los autores presentan la hipótesis que los ciudadanos no “creen” ni “confían” en sus instituciones, y a menudo piensan que deben, incluso, estar protegidos de éstas.

Privacidad y Riesgo
La falta de confianza en las instituciones, que se ha debatido en la sección precedente, ha llevado a algunos especialistas a señalar que se ha multiplicado la percepción de amenazas provenientes del medio externo, hecho por el cual el sujeto se ha recluido en la privacidad del hogar como forma de protección (reclusión). Dentro de esta corriente teórica, el espacio público se percibe hoy como más hostil y amenazante que en décadas anteriores (Giddens, 1991; 2000) (Lash y Urry, 1998) (Arfuch, 2005) (Beck, 2006) (Lasch, 1999) (Virilio, 2007) (Bauman, 2008).  L. Arfuch afirma que la puerta es un umbral que conecta lo desconocido del ambiente con lo conocido del hogar, lo público con lo privado. El hombre moderno parece recluido sobre su intimidad considerando a la casa como el espacio simbólico “excelencia”. La presencia cálida del hogar se contrapone con las amenazas del entorno las cuales pueden ser visualizadas por medio del televisor. Paradójicamente, el ciudadano cuanto más viaje, más necesitará volver a la protección del hogar. Para la autora existe una fragmentación progresiva de sentido que lleva a la creación de cronotopos, espacios que condensan valor simbólico para uno o varios individuos. Influenciada por R. Sennett, Arfuch argumenta que existe un declive del hombre público el cual transformaba el “yo” individual en “su carga principal haciendo de la vida un fin en sí. De esta manera, se construye la noción de intimidad alrededor de otras ideas positivas como fuego, calor, confianza mientras que el afuera se comienza a percibir como impersonal, frío, hostil e inestable (Arfuch, 2005: 274).

En concordancia con Giddens, para S. Lash y J. Urry, la post-modernidad o el capitalismo de la posorganización se caracterizan por el vaciamiento de los espacios tradicionales para su posterior reconversión (reflexivilidad estética). La individuación y el declive del rol del Estado-Nacional convergen en una circulación de signos cada vez más acelerada. Como resultado, “lo post-material” crea un modo informacional de “poder/saber” reforzando el proceso “de individuación del yo”. En su aspecto negativo, la reflexivilidad estética predispone al “yo” para autogobernarse más allá de la estructura y lo constituye como un ser rutinario alentando el oportunismo y la desconfianza en el otro. En su parte positiva, la reflexivilidad estética permite una mayor comprensión y precisión técnica sobre el ambiente. Por ese motivo, existe una divergencia entre lugares caracterizados por el control, excesiva disciplina, seguridad y tráfico de bienes simbólicos, a las que los autores llaman “zonas domesticadas” mientras por el otro surgen “zonas silvestres” en las cuales predominan la inseguridad, la ingobernabilidad y descomposición social. En este sentido, una gran cantidad de viajeros (turismo tradicional) prefieren desplazarse entre zonas “domesticadas” aunque algunos (turismo aventura) optan por entrar a las zonas silvestres (Lash y Urry, 1998: 428-430).  

Las grandes ciudades pueden ser para algunos lugares desconocidos a los cuales temer. La ciudad de mediados de siglo XX se ha transformado en una aglomeración “memorial de un pasajero objetivado”. El hábito de descubrir por un lado orienta pero a la vez promueve una ceguera temporaria. La sistematización de conocer evita el reconocimiento mientras que la búsqueda constante por encontrar evita el reencuentro(Virilio, 2007: 17). En la era del “conformismo mediático” y la “estandarización de la producción”, el miedo funcionaría como un mecanismo de adoctrinamiento político a la vez que forma de consumo que exacerba “el fetichismo de la subjetividad” frente a otro igual en todas sus formas. Más específicamente, los puntos importantes en Virilio versan sobre tres ejes principales: a) la desregulación del tiempo genera un vacío cuyo espacio es ocupado por los medios de la información y el consumo; b) el turismo debe ser comprendido como una forma virtual de enajenación y separación entre los hombres; c) el miedo adquiere una función política desde el habitar urbano y moderno. El caos y el desorden transmitidos por los medios informativos llevan a la reclusión de los hombres en grandes ciudades, con la esperanza de encontrar seguridad por medio de mecanismos sustitutivos como el consumo generalizado (Virilio, 2007).

La complejidad del mundo traído –como sugiere Virilio- al espectador en conjunción a un declive del Estado en la articulación de las demandas sociales, sugieren la formación de verdaderos estadios de angustia y pánico en parte de las sociedades occidentales e industriales. La frontera, el límite, el muro que da sentido a un territorio y al estado ha comenzado a erosionarse producto del avance tecnológico en materia vehicular y de comunicaciones. En tanto que ciudades globales carentes de identidad alguna, las megalópolis del futuro serán lugares panópticos. Se asiste a la gradual desaparición del Leviatán Hobbesiano y al estado de civilidad, en consecuencia a un cambio sustancial de nuestra forma de percibir lo amenazante. Partiendo de la base que el miedo clásico según Hobbes se estructuraba en cuanto a otro externo al borde (miedo al otro diferente), la implosión de la diferencia crea un miedo interno precisamente porque el “afuera” se homogeniza (Virilio, 1999: 212). Como resultado, el lazo social comienza a declinar a la vez que aumenta la desconfianza. A mayor semejanza en el plano externo a la ciudad, mayor será el miedo interno hasta convertirse en pánico.

La reclusión del hombre al hogar se comprende por la introducción de lo mediático y por el declinar del espacio auténtico. Al respecto, S. Zizek considera que las sociedades denominadas post-modernas crean dos tipos de escenarios paralelos. La “Sociedad del Riesgo” donde el sujeto se encuentra circunscripto a los riesgos derivados de sus propias decisiones y la “Sociedad del Sentido” cerrada auto-poiéticamente resguardado de “monstruos” y utópica. Las sociedades temen a las calamidades externas como residuos míticos de la propia fundación. La figura del mal, en este espacio, no es eliminada completamente sino que mediatiza con la sublimación de una tregua temporal en la cual se mantiene el constante estado de emergencia. Ello sugiere que lo auténtico sólo es posible mediante “amenaza permanente” la cual refuerza implícita y explícitamente la solidaridad social y la autoridad de los grupos privilegiados (Zizek, 2009: 38).

Ahora bien, en todos los autores reseñados hasta el momento se observa el mismo error conceptual en utilizar al miedo como categoría social de segundo orden. Según la definición operativa utilizada anteriormente, el miedo debe entenderse como un sentimiento de reacción inmediata ante determinado estímulo cuya aparición no es apriorística con respecto al estímulo; en este sentido, el tratamiento de los autores sobre el tema es erróneo e incompleto; siguiendo esta línea de razonamiento no es posible temer a un evento antes de su efectiva concreción. La seguridad en los viajes se ha constituido como un tema obligado en la literatura turística luego del atentado a las Torres Gemelas el 11 de Septiembre de 2001. Desde ese momento, proliferaron las publicaciones y aplicaciones de la teoría de la “percepción del riesgo” orientada a los destinos y los viajes turísticos. Por su particular vulnerabilidad y su desconocimiento del territorio, el turista se transformó en un “bien” a ser protegido por los gobiernos locales. De las contribuciones y limitaciones de la teoría de la percepción del riesgo a nuestro tema en estudio, nos ocuparemos en el capítulo siguiente.

1 Para el autor de referencia, la victimización tendría ciertas variaciones dependiendo del estrato socio-económico del entrevistado. Su hipótesis apunta al “distanciamiento y proximidad” de ciertos sectores con respecto al peligro. En los sectores de bajos recursos el peligro (delincuencia) no sólo se encuentra instalado en el barrio o en la comunidad sino que también viene de la fuerza impuesta por el Estado y la policía. Por el contrario, para los sectores socio-económicos altos concentrados en la Capital Federal la delincuencia proviene de otras zonas; el peligro no se encuentra instalado en la comunidad y mediante el uso de dispositivos de seguridad puede ser alejado.