LA DESINTEGRACIÓN DE LAS SOCIEDADES

LA DESINTEGRACIÓN DE LAS SOCIEDADES

Gustavo Adolfo de Paz Marín (CV)

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La transición de la teoría del valor al cálculo económico en la escuela austriaca

Ludwig von Mises, economista austriaco de la denominada escuela de Viena o escuela austriaca, continúa la crítica a la teoría del valor iniciada por su compatriota Boehm-Bawerk. Junto a Walras, Jevons y Carl Menger defendieron la teoría de la utilidad marginal del valor o teoría subjetiva del valor frente a la teoría objetiva del valor de los bienes. Para Mises, el valor de uso de un producto es una apreciación subjetiva de su necesidad, no existe una unidad objetiva que lo valore. Respecto al valor de intercambio, su valor objetivo sí es unitario y objetivo al desarrollarse como la unidad de cálculo. La diferencia principal entre valor de uso y valor de intercambio procede de que el valor de intercambio surgido de las evaluaciones subjetivas proporciona una objetividad, por lo tanto, el valor de uso está subordinado al valor de intercambio para poseer coherencia. El valor de intercambio proporciona la objetividad necesaria para el cálculo de las necesidades y, por ello, otorga un equilibrio sobre la utilización adecuada de los medios de producción. Lo que regula los precios de mercado es este sistema de cálculo económico según Mises. Las variaciones del mercado, la oferta y la demanda de los bienes de consumo y servicios son los que establecen las relaciones de los bienes de consumo y los servicios, es decir, determinan las necesidades de producción y consumo. Si una sociedad no regula los precios de los bienes de consumo mediante este sistema de libre mercado, se hace imposible una producción racional. Sin una propiedad privada de los medios de producción y del dinero, no es posible, siguiendo esta teoría del cálculo económico, el equilibrio.
La lógica deductiva que aplica el individualismo metodológico de la escuela austriaca establece que el individuo libre, autónomo y miembro independiente de la sociedad, es la base reguladora fundamental de los valores de intercambio de los bienes de consumo. Es consumidor y productor al mismo tiempo, supuesto dueño y dirigente del orden económico. Como consumidor decide qué productos merecen ser introducidos en el mercado, regulando la demanda. El equilibrio del libre mercado se construye sobre la hipótesis de la libertad abstracta del individuo, eso sí, enmarcado en un determinado sistema económico cuyos límites están estrictamente delimitados. Necesariamente, Mises y la escuela austriaca no pueden interpretar la socialización de los medios de producción más que bajo el mando de una autoridad racional en una dictadura que asuma el papel del cálculo económico suplantando el equilibrio del libre mercado, porque no pueden prescindir de la ideología que reincide constantemente en el estereotipo de reducir la sociedad a una organización económica que convierte los medios en fines. No entra en su teoría ni en su campo de acción que socializar los medios de producción implica la democracia real, y que el totalitarismo de una autoridad racional que sustituya el libre mercado y sus «equilibradas» relaciones de intercambio es lo que actualmente se denomina «capitalismo de Estado». El cálculo económico es insustituible, según Mises, y se basa en las relaciones de intercambio, es decir, en el libre mercado. La imposibilidad de su aplicación en una sociedad con los medios de producción socializados conlleva para Mises el desequilibrio económico, ya sea porque la autoridad racional que realiza el cálculo por otros medios sea un Estado totalitario con una clase dirigente burocrática o una asamblea de ciudadanos en una democracia directa. La autoridad de la propiedad privada es, para él, irrevocable. Que el cálculo económico es imposible si no se basa en relaciones de intercambio, supuestamente prueba que el socialismo sea impracticable. En lo que se resume esta teoría es en que solo a través de la propiedad privada en una sociedad de productores-consumidores se puede determinar el valor de los bienes de consumo, con lo que otra forma de organización más igualitaria haría imposible el desarrollo económico. El mercado es el que regula los precios, la oferta y la demanda, regula la producción y el mecanismo funciona porque el mercado es la esencia del capitalismo.
El cálculo económico es necesario en una sociedad cuyo sistema precisa de la reproducción constante, lo que Mises denomina dinámica económica en contraposición a estática económica. La dinámica económica de la que habla Mises es la base fundamental de la necesidad del cálculo económico, pero también es el fundamento de las crisis y el desequilibrio, de las desigualdades y la constante amenaza de desintegración económica de las sociedades. El capitalismo es, por lo tanto, el sistema del riesgo permanente. Son estas condiciones de precariedad constante las que depuran el intercambio de bienes y la improductividad, a la vez que encadenan a la sociedad al sistema de intercambio. Pero la producción y el equilibrio del mercado, ¿no son factores que imposibilitan la integración social, que solamente cohesionan el sistema económico como fundamento y estructura de la sociedad?
En el capitalismo de libre empresa y en el capitalismo de Estado, lo que se valora es la ganancia en lugar de la distribución y paliación de las necesidades. Ambos sistemas se basan en una categoría abstracta, «la ganancia», lo que implica un desequilibrio en la sociedad que no puede paliar ni el mercado ni el Estado como autoridad racional económica, en contra de lo que presuponía Mises. Lo que decide, según él, es el sistema del dinero y de capitales basados en la ganancia. Esto se corresponde con el mito del libre mercado que la práctica y la vida real han desmentido en innumerables ocasiones.

Estas tesis de la escuela austriaca demuestran que el libre mercado y la democracia son incompatibles entre sí. Si existe una limitada democracia representativa, en la que la libertad de los individuos es formal y su dependencia económica es concreta, ha sido dada gracias a la regulación institucional del mercado así como a una restringida socialización de la riqueza producida. La socialización de los medios de producción proveería de una democracia real, o una democracia real se sustentaría sobre la base de una socialización de los medios de producción. El obstáculo es el mercado y sus ideólogos.
El problema fundamental de la escuela austriaca respecto a la teoría del valor reside en que magnifica la creación de los precios apoyándose en la oferta y la demanda, identifica valor con precio. La materialidad concreta de la producción de productos está determinada por el trabajo socialmente necesario para producir bienes, ya que los medios de producción pertenecen a la sociedad independientemente de que su posesión se encuentre en manos privadas. La oferta y la demanda regulan los precios relativamente, porque los precios dependen a priori del valor real que cuesta producirlos, es decir, del trabajo social y objetivo incluido en las mercancías. La hipóstasis de la oferta y la demanda ha ocultado la existencia de plustrabajo, por lo tanto, de plusvalía. Que el valor sea un concepto subjetivo es una comprensión idealista del individualismo metodológico, que interpreta la racionalidad como algo individual y es la que asigna el valor, cuando el valor realmente es asignado por la sociedad, lo que se podría considerar como algo subjetivo a la vez que objetivo, mientras que el cálculo económico se presenta como objetividad basada en las relaciones de intercambio que son relaciones sociales fragmentadas, es decir, relativas, y mucho más subjetivas que la asignación del valor. En un equilibrio teórico sobre el precio y el valor, se puede argumentar que el empresario obtiene su ganancia de la plusvalía después de la amortización de los costos de producción, pero está determinado por la oferta y la demanda (por la utilidad marginal) de forma circunstancial y secundaria, no principalmente, aunque la ideología economicista precise de la utilidad marginal, de las fluctuaciones de la oferta y la demanda, para asignar al consumidor-productor un papel de soberano de la economía que no posee. Parecen presentar a los empresarios como servidores de la sociedad y al individuo genérico como responsable y libre, cuando la realidad es justamente la inversa. El precio suplanta el valor real de las mercancías, al sumarse factores como la competencia, la situación económica y las fluctuaciones de la oferta y la demanda. Se oculta el valor real de las mercancías desequilibrando la producción en manos privadas, lo que demuestra la irracionalidad del mercado. Presentan la oferta y la demanda como causas naturales y leyes lógicas, cuando en realidad son artificios creados por un determinado sistema. Lo concreto y real es la producción realizada por el trabajo, que es, en última instancia, la causa real de la producción por encima del idealismo de la utilidad marginal. La teoría del valor establece la importancia del trabajo como base de la economía. Esta teoría explica que los precios de las mercancías se forman a partir del valor, pero no de una mercancía particular y el valor que contiene, sino del total de las mercancías y la suma total del trabajo social. Por eso, se desmarca de la concepción clásica del valor que asignaba una relación entre el precio y el trabajo poco efectiva. Los economistas clásicos como Adam Smith renunciaron a la teoría del valor-trabajo por la interpretación del precio según sus costos de producción, perseveraron en la distribución por encima de la producción, igual que sus descendientes neoliberales. La teoría del valor es una teoría general del valor, ya que las mercancías tienen un precio asignado que se desvía del valor originario individualmente. En el proceso concreto e inmediato, es decir, en primera instancia de la acumulación, los precios fluctúan con el mercado. La ley del valor, tal como la expuso Marx, es una ley que determina el valor de las mercancías, y de ahí parte la determinación de los precios con respecto a ella, determinado por el trabajo social necesario en producirlas. Es una ley general de la sociedad que explica cuánto tiempo de trabajo social necesario es requerido para la producción de mercancías, lo que determina su precio. El mercado, al no planificar racionalmente la producción, ya que el cálculo económico se basa en la relatividad ideal de la oferta y la demanda, causa crisis periódicas o cíclicas al no existir un equilibrio entre la producción y el consumo. Es por esto por lo que los teóricos de la escuela austriaca han dado la vuelta a la realidad, el desequilibrio no se halla en la planificación fuera del cálculo económico necesario para la regulación del mercado, sino en que el cálculo económico es un mito ante el idealismo más allá de la realidad concreta de la regulación del mercado. La regulación racional es la que por encima del cálculo económico abstracto regula democráticamente las necesidades reales de la sociedad, no en la elección pretendidamente libre del consumidor, puesto que esa elección nunca ha sido libre, y nunca ha existido una regulación planificada democrática de la economía. El riesgo es el factor principal en la producción de una mercancía, porque idealmente se calculan primero los costos de producción y la expectativa de beneficio y mercado, el valor del trabajo es introducido dentro de los costos de producción como algo subordinado, como un añadido más. Este riesgo es el que demuestra la irracionalidad del pretendido cálculo económico y su relativa efectividad porque supone periodos de crecimiento y recesión constantes. La constante real es el desequilibrio. Al utilizar el mercado como regulador social de la producción, en lugar de que la sociedad regule sus propias necesidades en función de los individuos, el trabajo concreto se desliga del trabajo social general o abstracto, con lo cual la producción se convierte en algo caótico. El intervencionismo estatal ha intentado corregir estas desavenencias, las crisis del capitalismo cada vez eran más extremas y las movilizaciones sociales mejor organizadas. Las crisis amenazaban con el colapso y la desintegración de la sociedad, como efectivamente ocurrió en 1929. El capitalismo tardío o de organización ha necesitado de la regulación institucional de la economía, pero por lo que se puede apreciar, eso no ha sido suficiente ni para frenar las crisis ni para paliar la constante necesidad de reproducción del capital que amenaza con la desintegración de la sociedad al rebasar el sistema sus límites internos. La explotación de la sociedad por medio del trabajo es lo que determina el valor de las mercancías, y su precio solo es influido circunstancialmente y en particular basándose en la oferta y la demanda, por lo que si se cambia esta base valorativa se presupone que es el mercado el que regula el valor, y con ello los precios, y la producción se vuelve caótica haciéndose necesaria la intervención estatal. Es decir, un ideal pasa a regir la racionalización de la economía, pero este idealismo del mercado se estrella contra la realidad constantemente porque basa la regulación en un cálculo equivocado.
La escuela austriaca sustituye la teoría del valor por la noción de utilidad subjetiva. Intenta demostrar que el trabajo es un factor más en el valor de la mercancía y que por eso los precios son regulados por el mercado según la oferta y la demanda. Debido a la relatividad del cálculo económico basado en el mercado que establece la primacía del consumidor, el método del cálculo ha demostrado su ineficacia. La utilidad no es individual sino social, viene determinada por la producción y el consumo objetivo. La relatividad del consumo provoca desequilibrios en el mercado y demuestra que la utilidad y el valor no se pueden someter al cálculo económico que se apoya en la ganancia, porque se producen las graves consecuencias económicas y sociales que se han dado en la experiencia y en la historia.

El mito de la competencia perfecta

El énfasis en el consumo, que constituye y desarrolla una sociedad cuya economía está basada y sustentada por la demanda de bienes, aparentemente, supone para los teóricos neoliberales ortodoxos el desarrollo utópico de una competencia perfecta, una información igual, fluida y cristalina, y un mercado en desequilibrio que se equilibra progresivamente en la balanza de la oferta y la demanda cuyo soberano líder es el consumidor. La importancia teórica recae en el consumo y el marketing para, de este modo, suplantar y evadir el trabajo, el valor que engendra, y la sociedad en su conjunto y complejidad, impidiendo así la crítica del trabajo como explotación y el desequilibrio, la miseria y el derroche propios de una economía de mercado. Al explicar los precios, independientemente del valor real de las mercancías y los bienes y servicios por medio del precio regulado que otorga la oferta y la demanda, se introduce la circularidad de los precios. Un precio afirma o refuta otro precio y así indefinidamente. No pueden llegar a la causa principal de la creación de los precios, que es el trabajo social necesario para la producción de las mercancías objetivamente.

La creación de una economía democrática

El desarrollo adecuado de las fuerzas productivas que permitan una distribución adecuada es necesario para la superación del actual sistema económico. Sin una productividad suficiente, los productos quedarían determinados a mantenerse como propiedad privada y esto se manifestaría, obviamente, en los precios y los salarios. Los intentos de socializar la economía en países cuyas fuerzas productivas aún no estaban lo suficientemente desarrolladas han causado desigualdades, pauperización, desabastecimiento y el auge de una élite burocrática. La ausencia de una distribución adecuada ha supuesto en los países del socialismo burocrático la imposibilidad de superar las condiciones de intercambio propias del mercado, ya que las necesidades sociales no podían ser cubiertas de un modo adecuado. El desarrollo de las fuerzas productivas no es necesariamente exclusivo de la economía de mercado, dichas fuerzas pueden desarrollarse de un modo más libre y democrático como demuestra la experiencia de Portoalegre, o de un modo represivo, autárquico y dependiente de una distribución burocratizada como demuestra la experiencia soviética.
El cálculo económico que se realiza en las economías de mercado se basa en la irracionalidad del supuesto equilibrio entre la oferta y la demanda, lo que origina crisis económicas al no existir dicho equilibrio, y desigualdades, debido a que la demanda es creada por los poseedores de una renta superior, a los que se dirige la satisfacción de necesidades, en lugar de serlo para una satisfacción general de las necesidades de la sociedad y de todos sus individuos. La libertad económica no consiste en que cada individuo consuma según sus capacidades, sino en que el consumo cubra realmente las necesidades del individuo independientemente de su capacidad o nivel adquisitivo. Un cálculo económico real y no ficticio resultaría de equilibrar la producción con la demanda efectiva de la sociedad, y esto es imposible en una economía de mercado que desequilibra constantemente la oferta y la demanda ante las continuas fluctuaciones de las rentas individuales. También fue imposible en las sociedades del socialismo burocrático porque la productividad era determinada igualmente por una demanda de una élite burocrática privilegiada y unos gastos militares y especulativos completamente al margen de una demanda efectiva social y concreta. En dichas sociedades, se combinaban los defectos de una economía de mercado con los de la burocratización (Mandel). La única posibilidad de desarrollar un cálculo económico efectivo se encuentra entre la ficción del equilibrio entre la oferta y la demanda en la economía de mercado y la burocratización ineficiente de la planificación de la producción regulada por el Estado, es decir, se encuentra en la democratización de la producción mediante un control político participativo real e igualitario que supervise y ponga de manifiesto la demanda de necesidades reales de la sociedad. El control político de la economía solo es factible, por tanto, en una democracia participativa en la que sus participantes no tengan necesidad de elegir a un representante temporal, sino que puedan defender y aplacar sus propias necesidades, así como determinarlas. Solo con la emancipación económica y del trabajo alienado del individuo es posible una sociedad libre y democrática.
El crecimiento en la productividad del trabajo ha sido identificado con la represión de la jornada laboral e ideológicamente establecido con el estímulo del consumo o la depauperización. La productividad se incrementa de manera eficiente si realmente es necesario dicho incremento, y la predisposición a una mayor productividad solo puede ser desarrollada si efectivamente repercute en el nivel de renta y bienestar de los productores, así como en su identificación con dicha productividad. Es la alienación productiva lo que causa un deficiente rendimiento y una distribución irracional. Si el aumento de la producción no ha supuesto mejoras en la calidad de vida de los productores, en cuanto a reducción de la jornada laboral, necesidades básicas y servicios públicos, se debe a que la productividad no repercute en los productores, sino en las relaciones de intercambio que benefician y mantienen el mercado. El mercado es el instrumento y la institución alienante bajo el cual la productividad se convierte en un mito.

La organización irracional de la economía

Factores ideológicos del equilibrio económico:

  1. La mano invisible o la organización espontánea de la economía a través de la competencia y la participación individual.
  2. Maximización del excedente social a través del consumo y el equilibrio entre la oferta y la demanda.
  3. Ciclos de expansión y contracción considerados como fenómenos de las ciencias físicas.

La economía sustentada en el corporativismo, con un Estado fuerte y regulador, con una unidad entre los bancos y las corporaciones, y la primacía del consumo interno, es decir, el denominado capitalismo social, comenzó su declive afectado por la corrupción, el burocratismo, la progresiva ausencia de competitividad, el descenso de la producción afectada por la escasez de mercados y, sobre todo, la necesidad extrema de la reproducción del capital. El capitalismo de organización desembocó en un auge especulativo, no solo en Japón y Estados Unidos, sino incluso en países tradicionalmente socialdemócratas como Suecia. El estancamiento de la economía fue solucionado mediante desregularizaciones y liberaciones. El hecho de que las inversiones, los bancos y las aventuras financieras estén respaldadas y aseguradas con fondos públicos en última instancia, alienta más aún el auge especulativo: se puede especular con el mínimo riesgo. La burbuja especulativa termina por explotar antes o después, a pesar del «parcheado», que se basa en el monetarismo del aval que procede de los fondos públicos. El debate se cierne actualmente sobre el déficit y la falta de liquidez. Asegurar la liquidez supone el ahorro, y el ahorro la falta de inversiones y consumo. Tomar medidas contra el déficit supone subir los impuestos y acortar las prestaciones sociales. En ambos casos, la trampa procede de una economía basada en el consumo artificialmente creado y, en definitiva, en un orden aleatorio e irracional de la economía. Reducir los tipos de interés, aumentar el déficit público incrementando el gasto para ampliar la liquidez, potenciar el crédito y las prestaciones sociales como la ayuda por desempleo, crear obras públicas que aumenten la inversión y la movilidad del capital, conlleva un límite. El problema consiste en que, a pesar del salvamento a los bancos y las grandes empresas, hasta que no concluya la purga creada por la reproducción especulativa del capital, estas medidas son insuficientes. Otra medida supuestamente eficaz es la del repunte de la inflación: si la inflación aumenta, el dinero va perdiendo valor progresivamente, lo que podría incentivar el consumo. Pero, como el orden irracional de los mercados se basa en las configuraciones psicológicas y desiguales de los consumidores, estas pueden igualmente dirigirse hacia el consumo o el ahorro. En ambos casos, indistintamente, la salida de la recesión no es inmediata, y en el caso de la reactivación del consumo se puede crear una recaída aún mayor. La inflación provoca falta de liquidez, sin embargo, en algunos casos puede provocar la salida de la recesión por medio del repunte del consumo, pero también puede provocar el miedo en los mercados y el conservadurismo del ahorro, lo que alargaría la recesión. Con todo, como las políticas económicas de las últimas décadas hacían hincapié en la exportación y la importación provocando superávit o déficit comercial en lugar de estabilidad y equilibrio en el consumo interno, la salida a la actual crisis económica provocará un regreso de los modelos keynesianos de regulación económica, pero tan solo serán momentáneos, ya que estabilizan el sistema temporalmente y no lo modifican en su estructura. El devenir económico es caótico, la economía se mueve dependiendo de las fuerzas caóticas del mercado, el psicologismo de la oferta y la demanda y la hiperproducción que conduce a las crisis. Esta transitoriedad impide una superación y un orden de las necesidades individuales.

La destrucción de los medios de producción

Las crisis económicas cíclicas y constantes que se producen después de cada periodo de expansión productivo no son el único causante de la destrucción de grandes masas de medios de producción. La destructividad inherente al sistema capitalista en cuanto al mismo desarrollo productivo y a los medios de producción obstaculiza, cuando no aniquila, la distribución y la expansión de la riqueza. Al concentrar en manos privadas y defender y proteger la propiedad privada de los medios de producción, que siempre son públicos y colectivos en origen, se limita y aniquila la posibilidad de una producción más eficiente, así como su posible expansión. Instrumentos y medios como Internet, recursos naturales, etc., son liberados de su propiedad pública para someterlos al control privado. Se limita, en principio, un empleo eficiente de dichos recursos e instrumentos, y por medio de la legislación se aniquila la posibilidad de distribuir y ampliar la riqueza que podría suponer una producción social eficiente. El capitalismo restringe toda forma de producción que no sirva a intereses privados minoritarios o particulares. El ejemplo que supone Internet en cuanto a expansión y distribución cultural, y una productividad libre de la cultura, es claro desde el momento en el que Estados y multinacionales limitan su acceso mediante las desigualdades regionales o económicas, y ponen límites legales a su utilización, distribución y producción. El falso supuesto proteccionista de los derechos de autor, los cuales son inexistentes en medio de la expropiación mercantil, pone de manifiesto el doble juego moral y legalista, con el que Estados y multinacionales e intereses privados deforman y limitan la expansión de un medio de producción cultural y económico. Los medios de producción son destruidos al despojarlos de su circunstancia social porque la propiedad privada de estos, que es un artificio jurídico, inhibe su verdadera condición pública y colectiva e impide su verdadero desarrollo.

El estatismo formal del sistema económico

El éxito de las políticas económicas keynesianas, durante y después de la Segunda Guerra Mundial, produjo una era de consumo, productividad y crecimiento. Los años prósperos e innovadores de la sociedad del bienestar, o, específicamente, de la sociedad de consumo, ocultaban un trasfondo, una estructura algo frágil e inestable: la demanda podía ser controlada y organizada por los Gobiernos a fin de evitar posibles crisis económicas, pero no fue así con la inflación, el exceso de burocracia y la corrupción generalizada; por otra parte, los trabajadores-consumidores que en esta época fueron el motor de desarrollo y eficacia de la sociedad de consumo, es decir, su soporte básico, no absorbieron en su totalidad la producción acelerada al límite que precisaba el capitalismo para subsistir y expandirse. El resultado de todo esto fue el creciente grado de especulación y el auge del monetarismo para controlar y regular la inflación, así como el regreso del pensamiento liberal-económico. El ocaso de las políticas económicas keynesianas, que tanto habían hecho por salvar el sistema económico, se produce porque su perduración en el tiempo habría ocasionado una evolución hacia el socialismo burocrático, el colapso de los mercados o el origen de una economía democrática. Ninguno de estos resultados se podía permitir si se quería preservar el capitalismo y las desigualdades sociales que conlleva.
El desarrollo ideológico y teórico necesario para potenciar y establecer la hegemonía de las políticas económicas neoliberales fue el de la teoría de la estructura estática del sistema económico. La ciencia económica, que es desde sus orígenes una ciencia social, adopta el modelo matemático, la estadística y el método de las ciencias naturales para desarrollar una ideología formalista, abstracta y biologista de la economía. La aplicación de este saber ideológico sienta las bases para la defensa y el desarrollo del pensamiento único neoliberal. La simplificación de la teoría reduce a esquemas la teoría económica, incluso se deshace de ella, la excluye de la política, de la sociedad y de la realidad concreta. Pero resulta ser un recurso apropiado para que la teoría pura, la metafísica como conocimiento, sepulte cualquier alternativa y se establezca como la verdadera ciencia económica, a pesar de sus continuos choques contra la realidad.
La economía no es, precisamente, una especialidad aislada. No es independiente de las ciencias sociales ni, por ello, de la sociedad y la cultura. Las sociedades humanas no crecen en la jungla, las leyes humanas no son leyes naturales, ni físicas, ni matemáticas, así como su economía, pero la justificación científica siempre ha servido de gran ayuda a los totalitarismos. El sistema económico, aunque aislado formalmente como una estructura y con su ideología transformada en ciencia, no es independiente de la sociedad, de la política que en ella se ejerce y la cultura establecida. Forma parte de una realidad más extensa y amplia de lo que su burbuja formal representa. El liberalismo económico produce una progresiva desintegración de las sociedades dentro de una integración formalizada, esa es la mayor paradoja que es ocultada o disimulada por el aislamiento de la ciencia económica y el carácter objetivo y absoluto del sistema. La palabra «desintegración» no significa, en este caso, caos o anarquía. En tiempos de guerra existen bloques antagónicos perfectamente integrados y organizados que se desintegran y eliminan mutuamente. Este es el caso del sistema económico que integra y determina la sociedad, la política y la cultura, es un sistema cultural determinado por una economía política, e integra para luego aniquilar, ordena para desintegrar, según las fluctuaciones de las economías y los mercados. La vida no es un sistema ni encaja dentro de ninguno, pero nuestra civilización ha desarrollado este sistema cultural en el que vivimos logrando, de este modo, una reducción de la vida, lo que ha provocado su declinar en mera supervivencia.

La actualidad del pensamiento económico y político marxista

Después del auge y decadencia de los totalitarismos adscritos a la malograda metafísica marxista, cuyo origen y desarrollo comienza en Engels y sus herederos teóricos, se ha visto y se sigue viendo el marxismo como una ciencia social y una teoría económica pura. Gran parte de esta visión la tuvo el mismo Marx y, sobre todo, Engels, este último con su variante de «socialismo científico». Pero Marx fue ante todo un filósofo, y la diferencia principal entre un filósofo y un científico de la actualidad es que el científico describe lo que «es» de manera pretendidamente objetiva, «pretendidamente», porque su objetividad presupone trascender las circunstancias antropológicas y culturales en las que se encuentra su ciencia, mientras que el filósofo interpreta lo que existe y propone lo que debe ser, es decir, las circunstancias sociales, éticas, antropológicas y culturales están insertas premeditadamente en cada filosofía o interpretación cultural, por eso, el estereotipo de la filosofía, desde la perspectiva del científico o el técnico, es el de subjetivismo, como si la ciencia consiguiese mantenerse al margen del presente histórico y cultural en el que se desarrolla. Esta es la causa por la que Marx no fue tanto un positivista o un analista, un descriptor, como un intérprete y un crítico de la realidad de su tiempo. No hizo profecías ni predicciones más allá de la teoría desarrollada desde la realidad de su presente. Lo que hizo fue un pensamiento dinámico que transcendía y mejoraba la realidad en la que vivió. La polémica no ha de consistir exclusivamente en poner en tela de juicio si sus argumentos son erróneos o sus conclusiones precipitadas, sino en qué medida sus análisis y sus interpretaciones deben ser tenidos en cuenta y llevados a la práctica. Que el marxismo haya fracasado, que se haya transformado en una ideología, que esté obsoleto o se mantenga vigente ante los problemas actuales es algo que se demuestra en la práctica, y esas serían las propias palabras que pronunciaría Marx. Si gran parte de su crítica posee actualidad, al margen de los dogmatismos y fanatismos, entonces la necesidad de construir una sociedad socializada y democrática se encuentra al margen de toda teleología, de toda descripción meramente empírica y de toda metafísica. Por eso, Marx hizo tanto énfasis en la política, porque la política transforma y no describe ni especula, y si se adentró en la economía, la ciencia social y el derecho, fue para trascender los idealismos, que tanto rechazó, y todas las especulaciones metafísicas de la historia. La sociedad democrática es un ideal en la medida de su actual ausencia de realización práctica, y su posibilidad de existencia es muy limitada. Pero ello no implica que la necesidad de ese ideal de realizarse se convierta en una objetividad, en una ciencia neutra o en una moral respaldada por ideólogos. No es el análisis de ese ideal, sino su realización, lo que debe proponerse, no es desde el punto de vista empírico, sino desde el conocimiento crítico de la vida concreta, desde donde debe realizarse. Que la realidad social pertenezca al mercado no significa su autenticidad. Si la realidad es falsa, entonces la lucha por transformar esa realidad se convierte en el sentido de lo verdadero.
La transformación del capitalismo, y sus reformas, fue provocada por los movimientos políticos y sociales, y no por el propio sistema capitalista que se adaptó a los cambios y circunstancias para legitimarse y sobrevivir. Esa es la actualidad del marxismo, la presión de la teoría sobre lo existente. Posicionarse desde la racionalidad y la praxis para transformar la realidad social y cultural. Pretender escindir la teoría de la práctica fue el idealismo y el error de las filosofías del siglo xx, ignoraron la potencialidad crítica de la filosofía de la praxis. Cambiar las estructuras económicas y políticas para subvertir el paradigma de la racionalidad, y no al revés, esa es la herencia que rebosa en el presente del pensamiento de Marx.

Economía de mercado, planificación y economía democrática

El sistema capitalista presenta una desintegración social permanente en su desarrollo, tanto en épocas de crecimiento como en épocas de crisis, ya que la distribución caótica, desproporcionada y desigual provoca un desajuste constante entre la producción y la sociedad que la genera y asimila, entre la economía y los ciudadanos. El orden social, en continua desintegración, alcanza su cima de decadencia en las crisis económicas. Al no existir una alternativa real al orden social existente, al no emerger un nuevo orden social, la desintegración permanece constante y dicho orden se reconstruye en un progresivo ciclo. No es relevante el hecho de que las fuerzas desintegradoras posean suficiente fuerza como para provocar el derrumbe del sistema, ya que esto ya ha ocurrido en sucesivas ocasiones, lo relevante es conocer la posibilidad de existencia de fuerzas alternativas que reintegren y den forma a un nuevo orden social. Evidentemente, la intervención del Estado no puede considerarse una alternativa al orden social existente porque, más bien, es una fuerza reintegradora que recompone y reconstruye el sistema en épocas de recesión y reforma o equilibra, según la política al uso, la desintegración sistemática de la sociedad. El Estado, mediante la planificación y la regulación económica, ha conseguido erradicar en parte ciertas tendencias desintegradoras como el desempleo masivo y la tendencia al subconsumo, pero no ha erradicado ni siquiera parcialmente la disociación intrínseca entre la producción y los productores, entre democracia y ciudadanía, por su ausencia de una composición estructuralmente democrática y por la servidumbre e instrumentalidad hacia la economía de mercado. Si el Estado ha actuado como mediador de conflictos de clase o de democratización y mejoras en las condiciones de vida, lo ha hecho por la presión de los movimientos sociales y para evitar una desintegración radical del sistema que cambiara el orden existente, que podría haber generado otra forma de organización y un nuevo orden social. Vemos, de esta manera, que el papel del Estado ha sido tanto reaccionario como progresista según se inclinara hacia el establecimiento del mercado y su potencial desintegrador o hacia una planificación más democrática e integradora.