El incremento de  la productividad, la reducción de costos, la generación de excedentes, el  cambio en la norma de consumo y la consolidación de un régimen intensivo de  acumulación de capital, dependen esencialmente de la gestión del tiempo  socialmente necesario incorporado en cada unidad de producto. Esto significa  que, de manera explicita o implícita, la búsqueda de la economía del tiempo  productivo pasó a ser un objetivo central y prioritario de los responsables de  la gestión empresarial, siguiendo su propia lógica de producción y de  acumulación.  1 Así, la disciplina laboral  se impuso en la industria y sus manifestaciones fueron variando en las  diferentes regiones, en una compleja búsqueda de adaptación al trabajador a la  vida industrial.
              En  un principio, en los primeros pasos de la industrialización, se hizo visible la  posibilidad de romper la barrera entre trabajo y vida cotidiana, como una forma  de someter al trabajador a  los ritmos de  la industria pero, a la vez, se trataba que aquél incorporara las pautas de  comportamiento en la fábrica y las trasladara a su vida diaria y sobre todo al  ámbito familiar. Como hemos adelantado, las relaciones laborales se fueron  modificando a medida que avanzaba la industria y la empresa pasó a intervenir  en la totalidad de la vida del trabajador. Más allá de regular el tiempo de  trabajo, regulaba los tiempos de la vida cotidiana de toda su familia.
  Estudiamos  la constitución y consolidación de este tipo particular de relaciones sociales  fabriles, que definimos como “paternalistas” y más específicamente como  "sistema de fábrica con villa obrera" (SFVO), a partir del caso de la  empresa de cal y cementos Calera Avellaneda, ubicada en el partido de  Olavarría, centro de la   Provincia de Buenos Aires, entre 1935 y 1973.
              El paisaje de esta región está  enmarcado por grandes plantas industriales, próximas entre sí, dedicadas a la  fabricación del cemento y cal. Asimismo es el lugar de asentamiento de villas  obreras o comunidades de fábrica, entre las cuales se destacan la Villa Alfredo  Fortabat, Sierras Bayas y la que aquí se analiza: la Villa Obrera von  Bernard, perteneciente a Calera Avellaneda. Así, el crecimiento de la industria  permitió la construcción de poblaciones cercanas a las grandes plantas. La  instalación de la industria extractiva en la zona serrana motivó la iniciación  del desarrollo económico-productivo local, que atrajo mano de obra de origen  inmigrante constituyendo así un mercado de trabajo hasta entonces inexistente. 
  Las  cementeras debían instalarse cerca de las canteras, de donde extraían su  materia prima, y por el tipo de proceso de trabajo vigente demandaban gran  cantidad de obreros que, en función de un ciclo de producción continuo, debía  residir cerca de la fábrica. El nacimiento de   las villas obreras o “villas serranas”, levantadas casi a la sombra de  cada fábrica, obedeció a la necesidad de contar con un mercado de trabajo  próximo y estable. Tanto en la fábrica como en la villa se producía la  adaptación productiva de los trabajadores, proceso en el cual intervenía no sólo el salario sino también el acceso al  usufructo de una vivienda para la familia obrera. Es decir que la empresa  establecía relaciones con sus trabajadores en las esferas de la producción y la  reproducción de la fuerza de trabajo, estrechamente ligadas entre sí. Por  ejemplo, vivir en la villa significaba estar disponible para cuando se los  necesitara; además, mediante la familia, y sobre todo de la mujer, la empresa  podía ingresar al mundo privado de los trabajadores, que de a poco se convirtió  en un espacio público. 
  A medida que el aparato de producción se fue haciendo  más importante y más complejo, a medida que aumentaba el número de obreros y la  división del trabajo, las tareas de control se hicieron más necesarias y  difíciles. Vigilar pasó a ser entonces una función definida, como ha señalado  Michel Foucault, pero que debió formar parte integrante del proceso de  producción, y acompañarlo en toda su duración. En este caso, el control se  expresaba por medio de diversos mecanismos, aplicados con la intención de  mantener a los trabajadores en sus puestos de trabajo, en una fábrica lejana de  la ciudad y en un contexto de gran demanda de mano de obra. Por lo tanto, la  disciplina fue ejercida por la empresa dentro y fuera de la fábrica, por medio  de mecanismos formales e informales que se construyeron y perfeccionaron desde  sus orígenes. Adentro de la planta, el control sobre el ritmo de producción era  constante; afuera, en la villa obrera, ese control continuaba por medio de los  vínculos personales y las “políticas sociales” diseñadas  por el patrón.      
               Gracias a la técnica de vigilancia, el poder y  el dominio se articulan en un determinado espacio efectuándose por medio de  mecanismos o prácticas sin recurrir al exceso, a la fuerza o a la violencia. El  patrón, Carlos von Bernard, sabía que la entrega de beneficios a “su gente” era  la clave que garantizaba su fidelidad y que ésta facilitaría la aplicación de  los principios disciplinarios. Dentro de ese modelo,  que abarcaba la fábrica y la villa obrera, se  generaron pautas de conducta y se difundieron valores morales que, al ser  incorporados por los mismos actores, sirvieron para integrarlos al modelo  empresarial de relaciones sociales: la “gran familia”. 
  Para  ello, la política paternalista desplegaba una diversidad de recursos, como la  entrega de viviendas, el reclutamiento de trabajadores de un mismo grupo  familiar o nacional, la enseñanza del oficio y una amplia variedad de  actividades que sostenían la sociabilidad de los habitantes de la villa obrera.  Esta puede ser interpretada como un “espacio pedagógico”, es decir territorio y  un espacio social de intervención y de puesta en práctica de técnicas y  procedimientos disciplinarios, y de “obras sociales”. 
  Si  bien el discurso patronal difundió la idea de igualdad social, existió una  contraposición entre los principios jerárquicos y los igualitarios cuando las  estrategias empresariales se pusieron en práctica, ya que requirieron  necesariamente de la jerarquía para alcanzar el disciplinamiento transformado  en orden. Tal como hemos analizado, los trabajadores y sus familias, los jefes  y el patrón vivían en la misma villa de Calera Avellaneda pero espacialmente  separados, jerárquicamente ordenados. La delimitación del espacio geográfico,  entonces, indicaba cuál era el lugar que le correspondía a cada uno dentro de  la escala social de la empresa y la sociedad capitalista. 
  El aislamiento de la villa, ubicada en un lugar  apartado de la ciudad de Olavarría, actuaba como una clausura moderada que  “protegía” – según el discurso paternalista – a los trabajadores y sus familias  del peligro de la socialización y la politización en los términos de una  ideología clasista y revolucionaria. Además, ese aislamiento fue posible por la  autosuficiencia de la villa obrera, donde se reunían los espacios de vida y  trabajo de los obreros, y donde éstos, encontraban todas las cosas que  necesitaban: trabajo, salud, educación y recreación. 
              La transmisión de hábitos y valores se realizó a  través de diferentes  actividades  sociales, desplegadas con la idea de fomentar la solidaridad y el compañerismo,  objetivos funcionales a la armonía entre capital y trabajo. Estas actividades y  espacios sociales alentaron la interacción constante de los habitantes de la  villa obrera, y constituyeron ámbitos de sociabilidad donde surgieron imágenes  e ideas precisas. Así, se conformaron en el plano simbólico las vías para la  incorporación de los trabajadores al modelo fabril paternalista.  Estos aceptaron esas relaciones sociales, conscientes que la  empresa trascendía su influencia más allá de la simple relación laboral, y  ello  casi obligaba a una retribución a  su patrón. 
  Las  relaciones sociales paternalistas constituyen una categoría de análisis amplia,  que se ha aplicado a más de un caso y desde diversos enfoques disciplinares,  como la historia de empresas o la antropología. La comparación de esos casos  permite identificar la repetición de los rasgos generales de esa categoría,  como por ejemplo la presencia dominante de la figura del Patrón o un  "programa de obras sociales", y las características singulares,  específicas, de los mismos, que es lo que en última instancia nos interesa. Al  comparar el caso que estudiamos aquí, Calera Avellaneda, con Loma Negra y  Algodonera Flandria, pudimos identificar las diferencias entre ellos y ensayar  una explicación de las mismas, trascendiendo la descripción de sus  características.         
  Calera  Avellaneda, Loma Negra y Algodonera Flandria tienen muchos elementos en común:  surgieron como iniciativa de empresarios inmigrantes,  que se propusieron construir una “villa modelo” y desarrollar un programa  paternalista, basado en la armonía y colaboración entre patrones y obreros. Se  trataba de reproducir, en un ambiente aislado, las condiciones donde  prevalecieran relaciones sociales tradicionales, y, también, de concretar una  experiencia de reforma social que mejorara la calidad de vida de los  trabajadores e inculcara en ellos ciertos valores morales. Estos patrones se  rodearon de colaboradores de su misma nacionalidad, que ocuparon los cargos  jerárquicos de la empresa y vivieron junto al personal obrero en las villas  obreras.
  La  gestión empresaria tuvo como imperativo, en los tres casos, adaptar, fijar y  conservar una mano de obra que, en contextos geográficos donde no había un  mercado de trabajo constituido, era muy valiosa. Para alcanzar esos objetivos,  además del reclutamiento a través de redes de parientes y connacionales, el  otorgamiento de viviendas y de servicios de educación, salud y recreación, fue  muy significativa la institución familiar. Esta ocupó un lugar central en los  discursos patronales y en particular el matrimonio será un elemento de  disciplinamiento de afuera hacia adentro de las fábricas. En ese orden de  cosas, algunas prácticas tradicionales como el cultivo familiar de un pedazo de  tierra y la consecuente economía doméstica, recibieron permanente estímulo. 
  La singularidad del caso de Calera Avellaneda consiste, entre otras cosas, en el  estilo particular de patronazgo que impuso von Bernard. En ese estilo se  destaca el gesto habitual del trato diario y directo del Patrón con los obreros  de la fábrica y sus familias; a diferencia de la relación un tanto más  distante, que existió en los otros casos, aquél jugaba al tenis con sus  trabajadores y le molestaba si éstos no lo saludaban o no se detenían a  conversar con él. Por otra parte, von Bernard tenía preferencia por la mano de  obra de origen portugués, debido a ciertas cualidades grupales y quizá  regionales que favorecían su rápida adaptación a la disciplina y el orden  productivos. La integración de trabajadores de diferente nacionalidad al  sistema productivo, no hacía peligrar la unión de los trabajadores ya que la  política paternalista logró construir una fuerte identidad local, expresada en  el sentimiento de pertenencia a la fábrica y villa obrera. 
  Y esto fue así aunque los trabajadores solo accedían  al préstamo de las viviendas, uno de los recursos preferidos por el patronazgo,  debido a que la conformación de núcleos habitacionales respondía simplemente a  la necesidad de fijar la mano de obra. Diferente fue el caso de Algodonera  Flandria, donde los trabajadores podían acceder a la propiedad de las viviendas  y ello les garantizaba, a mediano plazo, una relativa independencia de la  empresa.
  Otro factor de adaptación de los nuevos  trabajadores, como la enseñanza del oficio, también revela una singularidad.  Mientras en los otros casos las escuelas profesionales tuvieron un importante  papel como formadoras en el trabajo, en Calera Avellaneda se dio mayor  prioridad a la transmisión de conocimientos dentro de la fábrica y a través de  los trabajadores con mayor experiencia.
   El  aislamiento de la villa obrera y su autonomía de la distante ciudad de  Olavarría, son otro rasgo singular. Sus habitantes consideraban que no era  necesario trasladarse a la ciudad, ya que en la villa contaban con todos los  servicios que necesitaban para vivir, y esta particularidad influyó en el bajo  perfil que von Bernard y su modelo de relaciones sociales tuvieron en la región  y que contrastará con la fama, el prestigio y la influencia de Loma Negra y  Alfredo Fortabat. A esto contribuiría el desinterés de la empresa por expandir  el mercado de sus productos, manteniendo una escasa publicidad gráfica y una  casi inexistente presencia pública. A diferencia de Fortabat, que recurrió a  publicitadas donaciones de obras públicas, von Bernard no estaba interesado en  difundir sus “obras sociales” más allá de los límites del "poblado  paternalista"; a consecuencia de ello su personalidad no trascendió más  allá del recuerdo de las personas mayores de sesenta años que habitaron su  villa y se rodeó de un halo de misterio en los medios de prensa.  
1 Neffa Julio: Los paradigmas productivos Taylorista y Fordista y su crisis: Una contribución a su estudio desde la teoría de la Regulación. Asociación Trabajo y Sociedad. Programa de investigaciones económicas sobre tecnología y empleo. (CONIUCET) Editorial LUMEN, Argentina, Septiembre de 1998, pág. 27.