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EN UN MUNDO GLOBALIZADO
Los problemas que Adam Smith enfoca en La riqueza de las naciones se relacionan, desde luego, con las circunstancias prevalecientes en la época en que vivió. Sin embargo, en vista de que con su obra transforma al pensamiento económico en una ciencia social, su doctrina abarca un horizonte universal que así creemos- transciende tiempo y espacio.
La obra de Smith se traduce al idioma español tres años después de la revolución francesa por orden del Rey Carlos IV, quien desea evitar que se dupliquen en España las mismas causas que provocaron el colapso de la monarquía francesa. De la traducción se encarga a Josef Alonso Ortiz, que resume la obra de Smith con el siguiente párrafo:[1]
Trata del principio universal de toda riqueza, que es el trabajo productivo del hombre, de las rentas de la tierra y de las ganancias de los fondos que se emplean en todas las negociaciones de una sociedad, habla de las producciones rudas del campo, de las manufacturadas, de sus comparaciones y valores intrínsecos y extrínse-cos, de la relación y proporción que tienen con el signo, o moneda que constituye la riqueza nominal, de los progresos de las Naciones, de sus causas y de las de su decadencia, de los sistemas mercantil y agricultor, de las obras y establecimientos públicos, de los gastos del Estado, de las expensas del Soberano y de los fondos que deben sufragar a todas ellas.
Es decir, de acuerdo al resumen del traductor y en el lenguaje propio de aquella época, la riqueza de las naciones se genera desde tres fuentes: en primer lugar, por la suma del producto rudo del campo, más las manufacturas, más el comercio y las negociaciones del hombre; en segundo lugar, por las rentas y ganancias de los fondos en relación con la estabilidad del signo monetario o con su decadencia; y, en tercer lugar, por la distribución de los fondos disponibles entre los gastos del Soberano, las obras públicas y el trabajo productivo del hombre.
Utilizando un lenguaje más moderno, se podría interpretar que Adam Smith afirma que las políticas del desarrollo económico en cualquier país deben tratar de alcanzar tres objetivos: una tasa de crecimiento del producto superior al crecimiento de la población;[2] un adecuado índice de rentabilidad y estabilidad financiera; y, un reparto eficiente y equitativo del ingreso entre los diversos sectores de la población.
Así, es en la obra de Smith donde se debería buscar aquel sendero que podría guiarnos hasta alcanzar el desarrollo de nuestro continente. Sin embargo, es inevitable que surja por lo menos una pregunta:
¿Es posible sobreponer en el escenario económico y social de la América Latina del Siglo XXI, una doctrina que fue meditada y escrita en la Europa del Siglo XVIII ?
Contestar esa pregunta es el objetivo de las próximas líneas.
[1] Smith, Tomo I, Prólogo del traductor, pags. 40 y 41.
[2] Lo que la mayoría de economistas denominan tasa de crecimiento del PIB per capita.