ESTRATEGIAS DE COMPETITIVIDAD DE LAS MICRO, PEQUEÑAS Y MEDIANAS EMPRESAS VINÍCOLAS DE LA RUTA DEL VINO DEL VALLE DE GUADALUPE, EN BAJA CALIFORNIA, MÉXICO

ESTRATEGIAS DE COMPETITIVIDAD DE LAS MICRO, PEQUEÑAS Y MEDIANAS EMPRESAS VINÍCOLAS DE LA RUTA DEL VINO DEL VALLE DE GUADALUPE, EN BAJA CALIFORNIA, MÉXICO

Lino Meraz Ruiz (CV)

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2.3 Marco Conceptual

A continuación se describen cada una de las variables independientes del presente trabajo, que con base en el marco teórico reportó que las variables causantes de la competitividad (variable dependiente) que con mayor frecuencia se mencionan por los autores (Araiza et al., en 2010, Velarde et al., en 2011, y Ruiz y Pelegrín en 2011) y por su nivel de importancia y relación, quedaron en el siguiente orden: cooperativismo interempresarial, uso de las tecnologías de la información y la comunicación, y oferta de actividades de enoturismo. Además de los conceptos, también se desglosa la descripción de sus dimensiones e indicadores, para poder así, obtener la definición operacional de cada una de las variables que se incluirán en el cuestionario.

2.3.1 Cooperativismo interempresarial
El tema del cooperativismo interempresarial no es un tema nuevo, pero en los últimos años el fenómeno ha cobrado una gran importancia a nivel mundial, con motivo de la proliferación de acuerdos cooperativos correspondientes a las nuevas estrategias asociadas con la necesidad de adaptación por parte de los sectores productivos a las nuevas y cambiantes condiciones del entorno competitivo actual, en aspectos no únicamente económicos, sino también tecnológicos, sociales y políticos (Arenas y García, s. f.; Torello y Snoeck, 1998).

La globalización ha generado cambios en los procesos de producción y en las políticas industriales, lo que ha llevado a que las compañías requieran de relaciones interempresariales a largo plazo mediante las alianzas estratégicas y los mecanismos de interrelación, de tal forma que puedan conservar sus ventajas competitivas. Enfatizando en estas alianzas o acuerdos de cooperación, suelen ser especialmente relevantes para las empresas, especialmente para las micro, pequeñas y medianas (Arenas y García, s. f; Barreto y García, 2005), ya que a través del acoplamiento de recursos y capacidades pueden obtener un objetivo en común y una satisfacción individual (Araiza y Velarde, 2012).

Hablando de los procesos de cambio e integración empresarial tanto horizontal, vertical y diagonal, nacional e internacional, la cooperación entre pequeñas empresas está creando nuevas oportunidades para las organizaciones con una mayor fuerza competitiva, de manera tal que impulsa las exportaciones, así como la creación de redes económicas vía fusiones, adquisiciones y participaciones en sociedad (Fernandes da Silva, 2005; Martín y Gaspar, 2007).

Para la creación de fusiones no existe ninguna limitante para su crecimiento, pero como todo inicio tiene un fin, estas usualmente culminan en un momento dado, ya sea porque empresarialmente no son funcionales o por la existencia de trabas legales. No obstante, este crecimiento constituye un fenómeno nuevo que promueve el desarrollo interno, resultando de las nuevas inversiones de la empresa, y externo, a través de la adquisición, participación y los acuerdos establecidos con otras compañías (Martín y Gaspar, 2007).

Así pues, la cooperación interempresarial debe constituirse como un factor desencadenante de la competitividad, considerando la plena definición de los actores y el alcance de su participación en el proceso (Scandizzo, 2007), siendo un sistema que ayuda a superar las limitaciones, en el que las pequeñas empresas en particular, a través de su agrupamiento juegan un papel de esperanza y como fuentes potenciales de ventaja competitiva al ser generadoras de empleo (Fernandes da Silva, 2005).

Entonces, para comprender mejor el concepto es necesario continuar con algunas de las principales definiciones propuestas por los autores. Cabe resaltar que las terminologías de cooperativismo, asociativismo, cooperación, asociatividad, redes de cooperación, coalición, entre otras, empleadas por los autores, puede que representen para algunos lo mismo o que su propósito sea similar; por ello, a continuación se enfatiza usando la palabra cooperativismo.

El término de Cooperativismo según Rosales (1997), define el término como un mecanismo de cooperación entre pequeñas empresas, en donde cada empresa participante, a través de su independencia jurídica y autonomía gerencial, deciden de forma voluntaria participar en un esfuerzo colectivo con los otros participantes para la búsqueda de un objetivo en común. Quien además sugiere que dicho término no sea entendido como una integración de empresas donde el motivo de su unión sea con el fin de obtener una solución reivindicativa o para presionar a alguna otra empresa o instancia gubernamental.

Según el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo en 2000, la define como aquella organización voluntaria y no remunerada de personas o grupos que establecen un vínculo, con el propósito de alcanzar un objetivo en común. Por su parte, Martín y Gaspar (2007) se refieren al término como una estrategia de simbiosis que se constituye para que las empresas compartan sus competencias distintivas, de tal forma que se aprovechen las sinergias para acceder a capacidades y recursos que por sí solas no gozan.

De acuerdo con el Diccionario de la Lengua Española de la Real Academia Española (2001) lo define como la “Tendencia o doctrina favorable a la cooperación en el orden económico y social”, así como también indica que son la “Teoría y régimen de las sociedades cooperativas”. Liendo y Martínez (2001, p. 312) proponen una definición en la que afirman que es “uno de los mecanismos de cooperación mediante el cual las pequeñas y medianas empresas unen sus esfuerzos para enfrentar las dificultades derivadas del proceso de globalización”.

Por su parte, Ireland, Hitt, y Vaidyanath (2002) presentan su definición como los acuerdos de cooperación establecidos entre dos o más formas con el fin de mejorar su posición competitiva y su desempeño compartiendo sus recursos. En el mismo año, Taboada (2002) presenta una definición en el que menciona que es el vínculo de colaboración que llevan a cabo las empresas con el objetivo de alcanzar una meta en común, destacando que para ello deben de existir tres principios básicos, el primero, que debe existir un fin en común, el segundo, tener disposición por ambas partes, y, tercero, que se permita la buena comunicación de tal manera que la cooperación resulte efectiva.

Para Amato Neto (2002) en Fernandes da Silva (2005), la cooperación entre empresas es un compuesto integrado generalmente por pequeñas empresas independientes, organizado en una razón como base y perteneciendo al mismo sector industrial, haciéndose valer por el relacionamiento de competición y cooperación.

En cambio, el Ministro de Industria, Turismo y Comercio (2007, p. 3) se refieren a “un mecanismo de cooperación entre empresas pequeñas y medianas, en donde cada empresa participante, manteniendo su independencia jurídica y autonomía gerencial, decide voluntariamente participar en un esfuerzo conjunto con los otros participantes para la búsqueda de un objetivo común”.

Vegas (2008) sugiere que el término es una facultad social de los individuos, así como también un medio de sumar esfuerzos y compartir ideales a través de la cooperación de personas para dar respuestas de forma colectiva. Asimismo, este autor presenta otra definición desde la perspectiva empresarial como el proceso que pretende la cooperación interempresarial entre organizaciones e instituciones, con la meta de mejorar la gestión, la productividad y la competitividad durante los tiempos de globalización.

Las autoras Araiza y Velarde (2008) definen a la cooperación interempresarial como la interacción entre pequeñas y medianas empresas independientes, y que tiene como objetivo intercambiar recursos que mutuamente las benefician a través de un proceso dinámico basado en cinco etapas, en la primera se identifican las necesidades que impulsan la cooperación entre empresas, en la segunda se selecciona el socio con el que se va a cooperar, en la tercera se estructura el acuerdo de cooperación, en la cuarta se realiza la actividad de cooperación, y en la quinta se obtienen los resultados de dicha cooperación.

Por su parte, Ojeda (2009, p. 44) precisa que el cooperativismo interempresarial se puede definir como “la relación individual establecida por una empresa con otra(s) y que cumpla(n) con los principios en los que se fundamenta un vínculo de cooperación empresarial y las características de ésta”.

Desde esta perspectiva, el término es de gran amplitud, ya que obtiene distintas formas y grados de formalidad, y se vuelve evidente de que el mundo organizacional está marcado por el fenómeno de la cooperación. Este mismo se asocia con los mecanismos de acción conjunta, eficiencia colectiva y distritos industriales, mejorando la posición de las empresas en el mercado (Fernandes da Silva, 2005; Ministro de Industria, Turismo y Comercio, 2007) en un sector productivo de un territorio espacial y temporal común, gozando de la cohesión social y un clima de cooperación y competencia (Aguirre y Pinto, 2006; Gómez, 2012); sustentándose en acciones comunicativas en las cuales se negocian reflexivamente las pretensiones de la coordinación de un modo horizontal y en pos del entendimiento entre los sujetos (Habermas, 1989).

En este nuevo escenario, el aumento de la inseguridad en los mercados ha llevado a las organizaciones a cooperar y a unir esfuerzos con la intensión de reducir los riesgos y las amenazas a las que se enfrentan, y por el contrario, aprovechar las oportunidades, siendo así más competitivas (Fernandes da Silva, 2005). Por ende, recurrir a la cooperación interempresarial por parte de los empresarios es con el afán de mejorar su posición, teniendo en cuenta que la confianza, el compromiso, la reciprocidad, los conocimientos previos, entre otros factores, serán cruciales para llevar acabo la estrategia cooperativa (Araiza y Velarde, 2008).

Por ello, las empresas de hoy se ven ante la necesidad de desarrollar estrategias colectivas a partir de la conformación de redes o asociaciones que les den pauta para incrementar la competitividad y ubicarse en posiciones más sólidas (Liendo y Martínez, 2010), considerando previamente el análisis de cada participante (Ojeda, 2009). De este modo, el esfuerzo conjunto entre los participantes promueve un ambiente de convivencia para compartir experiencias en situaciones de interacción cara a cara, sustentadas en los intercambios horizontales (Aguirre y Pinto, 2006).

Entre los principales motivos por los cuales las empresas recurren a las estrategias de cooperación son, como ya se mencionó anteriormente, para incrementar su nivel competitivo, pero también existen otras razones ligadas a la formación de acuerdos, como por ejemplo, el aumento en el nivel de negociación, fortalecimiento de las relaciones sociales y económicas a largo plazo, gestión en la producción, elevar la confianza con los proveedores, reducción de costos y plazos de entrega, aprendizaje tecnológico, ganar parte del mercado, entre muchas otras. Lo que se integra en un grupo de necesidades de activos específicos o capacidades no poseídas por parte de las empresas (Araiza y Velarde, 2008; Araiza et al., 2010; Fernandes da Silva, 2009).

Como supuestos para el diseño de una estrategia cooperativa eficaz, Sáez y Cabanelas (1997) en Barreto y García (2005), mencionan que deben de existir una serie de impulsores para la puesta en marcha de dicha cooperación, así como habilidades para la selección de los socios para el agrupamiento, una plataforma de negociación óptima y de confianza, y un marco de gestión adecuado que permita integrar los intereses de las partes para el logro de los objetivos propuestos.

Para poner en marcha estas estrategias, las firmas recurren por un lado, a los aliados que cuentan con ventajas preexistentes, como la proximidad geográfica o la historia compartida, y por otro lado, a aquellas que nacen por influencia de un tercero como el gobierno (Palacios, 2010). Estos arreglos de cooperación se producen de dos formas, la primera es aquella que se da en una relación vertical (Figura 2.9) entre empresas cuya finalidad es complementar alguna etapa en la cadena de valor o en la producción; y la segunda  es mediante una relación horizontal (Figura 2.10) entre empresas que se encuentran en la misma etapa de la cadena de valor o de la producción, y que su fin es el aumento de las ventas o disminuir los costos (Fernandes da Silva, 2005).

Así, la cooperación interempresarial se puede concretar mediante un vínculo, también conocido como arreglo o acuerdo, en el cual no debe existir una relación de subordinación de una empresa a otra, donde además la coordinación debe estar encaminada a la obtención de beneficios mutuos y a la interdependencia entre las partes. Entendiéndose que es un trabajo entre dos o más empresas jurídicamente distintas que se relacionan con la finalidad de generar sinergias y se comprometen a la realización de procesos que coadyuven la generación de valor, mismos que se comparten (Martín y Gaspar, 2007).

Entonces, el acuerdo de cooperación interempresarial se constituye en un marco de intercambio regular entre la empresa y el mercado, pudiendo estar sujeto a una cierta duración limitada en el tiempo, pero con la posibilidad de negociarse las condiciones para retornar nuevamente a una estrategia independiente (Torello y Snoeck, 1998). A partir de ello, se desprenden distintas formas de clasificación que pueden establecer las empresas para la cooperación (Ojeda, 2009).

Entre los principales tipos de relaciones o acuerdos de cooperación se encuentran los formales, caracterizados por ser a largo plazo entre dos o más empresas, mediante un escrito que incluya una forma jurídica, pudiendo haber una remuneración financiera en caso de que exista algún bien o servicio, como por ejemplo, la contratación de asesoramiento o intercambio de información (Torello y Snoeck, 1998). Los acuerdos informales, producto de la buena voluntad de las partes, establecidos con la planea confianza de que se esforzarán para lograr las metas en común (Tabla 2.10). También existen los horizontales y verticales, directo e indirecto, entre otros (Ojeda, 2009).

Asimismo, existen otras formas de agrupar la cooperación, una de ellas es en función de las distintas fases del proceso empresarial, es decir, desde el diseño hasta la comercialización; otra es en relación a la finalidad que persigue la empresa; también está aquella que va ligada al alcance de la misma cooperación, pudiendo ser geográfica, sectorial, especializada, diversificada e integral; y, también aquellas en referencia a la flexibilidad intrínseca que se debe propiciar a toda pequeña empresa en sentido de la búsqueda de la economía (Rosales, 1997).

En este sentido, la presencia de la cooperación se clasificará de acuerdo a sus funciones como la de desarrollo, de producción, de marketing, de asistencia técnica o servicios, de distribución, entre otros (Fernandes da Silva, 2005). Entendiéndose que el tipo de actividad desarrollada es aquella actuación (López y Lugones, 1998) e interacción que realizan las firmas en busca de los objetivos en común como factor principal que afecta al funcionamiento de la empresa integradora (Madero y Quijano, 2010).

No menos importante es la clasificación que propone Adobor (2006) en Palacios (2010), en la que muestra cuatro formas distintas de alianzas con base en sus orígenes y situación contextual, es decir, la que ocurre de manera forzada, la que es facilitada o convenida, aquella que es iniciada por firmas individuales, y la cooperación que se da de forma espontánea o natural.

Hasta este punto es necesario resaltar que para la formación de las alianzas, fusiones o acuerdos de sociedades, las empresas convenidas en el pacto permitan la unión total o parcial de sus activos, sus pasivos o capital social, a diferencia de la escisión (Rojas, 2011). Específicamente en México, en la Ley General de Sociedades Mercantiles (1934) se detallan las principales clases, características y procesos de constitución de las sociedades mercantiles (Tablas 2.11 y 2.12).

Por su parte, Liendo y Martínez (2001) exponen que el proceso de formación de un grupo cooperativo conlleva varias fases que se pueden clasificar de la siguiente manera: (a) Fase de gestación, en esta se inician las acciones para la integración de un grupo mediante el análisis de cada participante; (b) Fase de estructuración, aquí es donde los empresarios ya se han definido en el grupo y tienen en claro las estrategias para el logro de los objetivos en común; (c) Fase de madurez, se caracteriza por la organización plena del grupo a través de una identidad sobre las acciones a seguir; (d) Fase de gestión, es donde se llevan a cabo las acciones para el cumplimiento de los resultados esperados; y, (e) Fase de declinación, en esta etapa disminuyen los rendimientos de la gestión y es el momento propicio para deshacer el grupo o emprender nuevos proyectos.

En contraste, los acuerdos también pueden presentar algunas variantes referentes a la falta de congruencia con los objetivos propuestos o de complementariedad de los recursos por parte de los socios (Martín y Gaspar, 2007). El oportunismo es uno de los principales inhibidores para la cooperación interempresarial, ya que como menciona Williamson (1985) en Araiza y Velarde (2008), este representa la búsqueda de un interés propio con dolo, es decir, una falta al cumplimiento de la promesa fijada en el acuerdo. No obstante, algunos socios pueden obtener mayores ganancias que otros, generalmente sucede cuando el socio grande domina al pequeño o cuando uno de ellos cambia su estrategia inesperadamente.

Otro factor de riesgo son las diferencias culturales en el negocio, imposibilitando la integración y articulación del trabajo conjunto, lo cual sucede más a nivel internacional, donde la diferencia de lenguaje, cultura y leyes son muy frecuentes. Respecto a lo anterior, es preciso que la relación se establezca en un marco de confianza entre las firmas, debido a que el proceso de colaboración no es nada sencillo de emprender, lo que permitirá potenciar sus capacidades en vez de que se centren en la competencia (Araiza y Velarde, 2008).

En general, las barreras son factores que dificultan el que se efectúe la cooperación de forma favorable (Araiza et al., 2010). Entretanto, la falta de confianza, compromiso, reciprocidad, oportunismo, experiencia previa, apoyo de políticas gubernamentales y cultura empresarial, representan los factores que inhiben el éxito de la cooperación interempresarial (Araiza y Velarde, 2008). En este sentido se entiende que una relación terminará cuando se denote que los beneficios no son equitativos entre las partes, o bien, cuando los costos de mantenerla sean elevados o se haya alcanzado el objetivo (Ojeda, 2009).

Pero, en caso de llevar adelante la cooperación de forma favorable, también se pueden obtener satisfacciones y beneficios para cada una de las firmas, como por ejemplo, acceder a recursos materiales y humanos especializados, reducir los costos de producción, mejorar la posición en el mercado, capacitación de recursos humanos, incrementar la productividad, disponer de información, desarrollar nuevos productos, obtener ventajas competitivas, mejorar la negociación con clientes y proveedores, incrementar las ventas y el flujo de efectivo, completar procesos de producción, incorporar nueva tecnología, acceder a nuevos mercados, alcanzar niveles de exportación, desarrollar know how colaborativo, entre otros (Araiza y Velarde, 2008; Liendo y Martínez, 2001).

Al mismo tiempo, estos beneficios permiten que a través de la convivencia conjunta, los trabajadores puedan obtener un nivel rentable y un medio de vida de mayor calidad, y por lo tanto, una seguridad económica, ya que de ellos dependerá el éxito y emprendimiento de la sinergia entre las partes. Además que les conlleva el intercambio de un puñado de experiencias y conocimientos, lo que se traduce en un trabajo colectivo y solidario (Nezilda, 2002).

Con respecto a ello, Simonin (1997) menciona que los beneficios de la cooperación se dividen en dos, por un lado se encuentran los tangibles, siendo los de índole estratégica y financiera, los cuales mejoran la posición en el mercado y ofrecen una ventaja competitiva; y por otro lado los intangibles, relacionados a la adquisición de habilidades como el aprendizaje basado en las experiencias de la forma correcta de comportarse cooperativamente. Estos beneficios obtenidos se traducen en resultados que las empresas obtienen después de haber realizado algún tipo de cooperación (Araiza et al., 2010).

Entonces, para que se presente el cooperativismo interempresarial deben de existir una serie de necesidades, con el fin de que estas puedan hacerse de activos o capacidades no poseídas o minimizar costos (Faulkner y de Rond, 2000). Por mencionar algunas de las necesidades se encuentran: compartir los conocimientos, dividir los riesgos, utilizar know-how de otras empresas, diversificar la línea de productos, aumentar la fuerza competitiva en el mercado, compartir recursos, entre otros (Fernandes da Silva, 2005).

Siguiendo la tipología de la cooperación interempresarial de Araiza y Velarde (2012), a continuación se presenta una extensiva acerca de los beneficios y definiciones de cada una de las cuatro formas principales por las que cooperan las empresas (Tabla 2.13).

Desde su enfoque teórico, el estudio de la cooperación ha sido abordado por diferentes teorías del análisis neoclásico de la disciplina de la Economía de la Empresa, entre las que se destacan principalmente: (a) la Teoría de los Costos de Transacción, la cual indica que los acuerdos de cooperación deben estar dirigidos a reducir los costos, teniendo en cuenta el análisis de costos-beneficio; (b) la Teoría de la Organización, señala que los acuerdos son un medio para gestionar los recursos propios de la empresa y los que son controlados por la otra parte; (c) el Enfoque Estratégico, en el que se postula que las relaciones de cooperación son una forma de llevar a cabo la estrategia de la empresa; y, (d) la Teoría de los Recursos y las Capacidades, la cual se centra en el acceso de aquellos recursos que la empresa no posee o controla (Martín y Gaspar, 2007; Ojeda, 2009; Torello y Snoeck, 1998).

Paralelamente, existen otras teorías que también abordan la temática de la cooperación entre empresas, una de ellas es la Teoría de los clúster por Michael Porter (1998) en Palacios (2010), en la que se refiere a las aglomeraciones, los encadenamientos productivos, las integraciones horizontales y verticales, y las redes empresariales en una zona geográfica que compiten pero que también cooperan, entorno a actividades ubicadas en territorios que ofrecen ventajas como producto de su localización. En la que también hace mención a la necesidad de que se establezcan redes informarles entre actores con el propósito de que por medio de una muestra del total de empresas, se consiga obtener una mayor atención e influencia que por separado, es más difícil lograr.

Otra teoría que se rescata es la del enfoque sistémico propuesto por Esser, Hillebrand, Messner, y Meyer-Stamer (1996) del Instituto Alemán de Desarrollo, en la que de igual manera se menciona las relaciones de cooperación empresariales a nivel formal e informal, donde la creación de dichos conjuntos institucionales propician por un lado la competitividad, y por el otro una política de localización activa. Esta teoría coincide con el concepto de clúster abordado por Michael Porter.

La teoría del Capital Social según Coleman (1988) en Palacios (2010), se refiere al comportamiento e interacción de individuos que a través del trabajo de grupo, les permite establecer mecanismos más efectivos para el cumplimiento de sus metas. La función central del capital social es generar un ambiente adecuado que facilite el trabajo cooperativo, teniendo como base la confianza, la cual promueve la acción colectiva, eliminando los efectos de la corrupción y aumentando la equidad.

En conjunto, las teorías mencionadas anteriormente justifican en gran medida la necesidad que tienen las empresas de cooperar con el objetivo de que puedan reducir sus costos, establecer sinergias de cooperación y, sobre todo, adaptarse con flexibilidad  y dinamismo ante las exigencias del entorno actual (Martín y Gaspar, 2007). Donde la adecuada relación cooperativa será crucial para el aprendizaje de la empresa y, por ende, el aumento gradual de la competitividad en términos de obtener una diferenciación entre ambas partes (Taplin, 2010).

Históricamente, el pensamiento cooperativo moderno se remonta al periodo de la Revolución Industrial surgida en Europa Occidental a inicios del siglo XIX, tras una oleada de distintos autores como Robert Owen (1771-1858), William King (1786-1865), Charles Fourier (1772-1837), Philippe Bauchez (1796-1865), y Louis Blanc (1812-1882) en Nezilda (2002), Fernández Sánchez (1991), García Canal (1993), Buenos Campos (1996), Child y Faulkner (1998), en Martín y Gaspar (2007), quienes dieron origen a la filosofía que sustenta el cooperativismo a nivel mundial. También, surge como un sistema capitalista que durante los años de 1760 a 1932, dieron apertura a un gran número de cooperativas en países como Inglaterra, Francia, Alemania, Italia y América.

En cuanto a los diferentes modelos cooperativos que pudieran considerarse como ejemplos exitosos, dado que de ellos se han extraído elementos importantes para la formulación de las estrategias, se puede deducir que las más difundidas son las cooperativas y las redes verticales; las cuales representan una posibilidad de crecimiento para las pequeñas y medianas empresas con el apoyo de las grandes firmas, quienes en su mayoría son los que establecen las condiciones. También, se encuentran las redes horizontales, donde las empresas de un subsector económico desarrollan sus actividades en un mercado determinado (Liendo y Martínez, 2001). A continuación se presentan diversos casos.

En Asia, el modelo japonés se rige por la integración vertical con empresas de diferente tamaño, sector y etapa en el proceso productivo, rigiéndose por un sistema de subcontratación donde las empresas basan sus relaciones en la confianza y el respeto interpersonal entre empresarios y gobierno, ya que este último tiene una participación importante mediante la subvención de incentivos para que las unidades empresariales utilicen los mecanismos de cooperación e integración. Este modelo fue utilizado posteriormente por Corea y otros países del Este Asiático (PROEXPANSION, s. f.).

En Europa, el modelo italiano está basado en la integración horizontal caracterizado por empresas de tamaños similares y pertenecientes a un sector en particular y con un objetivo en común. La asociación o cooperación entre ellas es a través de acuerdos colectivos de contratos informales, destacándose su aplicación en países como Alemania, Perú, España y Dinamarca. Un ejemplo de ello, es el caso de la integración de los productores de uva para comercializar en Provid en el Perú, y otro, el caso de Veneto en Italia, donde los productores de calzado se articulan por medio de las relaciones familiares (Liendo y Martínez, 2001; PROEXPANSION, s. f.).

El modelo Alemán es similar al de Italia, gozante de empresas que se integran preferentemente en nichos de mercado donde su producto cuenta con ventajas competitivas, teniendo como objetivos el incremento en su participación y control en ciertos mercados internacionales (Liendo y Martínez, 2001).

El modelo español se diferencia por la interacción de grupos de pequeñas y medianas empresas, también conocidas como Pymes, las cuales se orientan hacia el mercado de exportación (Liendo y Martínez, 2001). Refiriéndose al subsector vinícola español, este ha basado su estructura empresarial en una dinámica dual con un elevado grado de integración vertical hacia el origen en donde coexiste un pequeño grupo de grandes empresas que han sabido afrontar las últimas tendencias del mercado, frente a una mayoría de pequeñas empresas que no han sabido adaptarse a las exigencias actuales (Briz, 1999; Juliá, 1999). Algunas de ellas se rigen bajo el sistema de sociedades cooperativas (Millán y Melián, 2008), con la formula asociativa en la que los productores son también elaboradores y comercializadores de su mismo producto (Millán et al., 2008).

Siguiendo el modelo español, habrá que resaltar la importancia que tienen las cooperativas, ya que como en el caso del producto vinícola, estas concentran la mayor cantidad de producción y comercialización de estos productos con un 70% aproximadamente (Millán y Melián, 2008). Sin embargo, existen otras muy pequeñas empresas que difícilmente logran competir en la comercialización, limitándose a operar en el ámbito local o regional con una ausencia de redes comerciales y marcas fuertes que puedan ser diferenciadas en los mercados (Millán et al., 2008; Roca, 1997).

En América, el modelo canadiense está basado principalmente por los subsidios que el Estado ofrece a las unidades empresariales mediante regímenes tributarios especiales, por lo que esta estrategia permite a las pequeñas empresas suplir sus deficiencias tanto en tamaño como en escala por medio del apoyo que el gobierno les ofrece. Dicho modelo también ha sido adoptado por otros países, aunque con algunas variantes, como es el caso de Alemania, España y Suiza. En cambio, el modelo americano se caracteriza por la propagación de franquicias como mecanismo de crecimiento y promoción del sector privado, surgiendo en base a la necesidad de recursos propios y financiamiento para lograr obtener un desarrollo sobre las ventas en tiempos aceptables (PROEXPANSION, s. f.).

En lo que se refiere a América Latina, el modelo argentino se ha venido desarrollando bajo un esquema de cooperación empresarial en el que grupos de empresarios orientados a alcanzar mercados externos conforman estrategias cooperativas, y con el apoyo del Estado o de grandes empresas, obtienen asesoramiento técnico, económico y financiero de forma directa o por medio de terceros para el cumplimiento de sus objetivos. Por su parte, el modelo chileno es muy parecido al de España, donde existe la figura de un gerente contratado para el asesoramiento, mediante honorarios que son cubiertos por el Estado y por el grupo de participantes en partes iguales, para posteriormente ser pagados en su totalidad por estos últimos (Liendo y Martínez, 2001).

Pues bien, la respuesta a estos planteos conduce a la necesidad de expresar que el modelo cooperativo entre las empresas surge como un mecanismo que tiene como finalidad la creación de valor a través de la solución de diversos problemas, y como resultado de ello, el cooperativismo interempresarial constituye uno de los recursos más importantes de las organizaciones sociales que se caracteriza por la voluntad de asociarse para llevar a cabo una actividad, que con la individualidad sería difícil de lograr (Aguirre y Pinto, 2006; Liendo y Martínez, 2001).

Además, de acuerdo con Rodil y Alemany (2010), señalan que la acción cooperativa no solo es un sistema posible de realizar, sino más bien es una de las pocas formas que tienen los empresarios para impulsar una idea. A pesar de lo anterior, según Scandizzo (2007) indica que no existe un modelo como tal que pueda ser aplicado como una “receta” para algún escenario en particular, debido a que cada región o país tiene sus propias peculiaridades que lo diferencian de los demás, por lo que deberá de establecer su propio camino considerando la cultura, experiencias, valores y objetivos.

Aunado a las teorías y los modelos, se cuenta también con algunas experiencias de diversos países donde la puesta en marcha del cooperativismo interempresarial ha elevado el nivel competitivo de los procesos empresariales de acuerdo a las necesidades de las MIPYME, tales como los casos de Pombo (1996), Ramírez (1996), Cordeiro (1996), Plaja (1996), Delgado (1996) y López (1998), en Barreto y García (2005).

Dando cabida a un par de estudios sobre el cooperativismo interempresarial, se encuentra el realizado por Liendo y Martínez en 2001, en el cual se afirma acerca de la necesidad de los esquemas cooperativos como alternativa para afrontar las exigencias y los cambios estructurales de forma más eficiente, debido a la posibilidad de potencializar las capacidades individuales de cada una de las pequeñas y medianas empresas para la obtención de un posicionamiento favorable ante la competencia en los mercados, lo que a su vez impacta de manera favorable en el desarrollo de la región.

También, se destaca el trabajo realizado por Araiza et al., en 2010, siendo un estudio de tipo secuencial de dos fases con método mixto, aplicado en empresas de la industria metalmecánica de Coahuila, en el que se exponen las necesidades que llevan a las empresas a cooperar, desarrollando una tipología acerca de los principales tipos de acuerdos cooperativos, del análisis detallado de la literatura, y de la presentación de resultados. Destacando que las necesidades de cooperación interempresarial son principalmente para la producción, con el 95%; para mercado, con el 59%; para administrar, con el 46%; y para innovar, con el 67%, pero con un menor nivel de importancia, a diferencia de las anteriores.

Con la convicción de que el cooperativismo interempresarial contribuye al mejoramiento, desarrollo, fortalecimiento y acumulación de recursos y habilidades de la empresa, habrá que destacar que también es un medio que acrecienta la capacidad competitiva para enfrentar a otras organizaciones que no son partícipes del vínculo colaborativo (Ojeda, 2009). Se afirma que el proceso de cooperación debe constituirse como un proceso de competitividad y competencia (Azua, 2000), ya que es fundamental que éste sea visto como una estrategia que representa un importante instrumento de competitividad, puesto que la agregación de valor ocurre durante toda la cadena productiva (Fernandes da Silva, 2005).

A continuación se presenta el tema de las tecnologías de la información y la comunicación, siendo una variable que también se caracteriza por incrementar el nivel competitivo de las micro, pequeñas y medianas empresas.