EL ACOSO LABORAL COMO DELITO Y FENOMENO SOCIAL

EL ACOSO LABORAL COMO DELITO Y FENOMENO SOCIAL

José Manuel Barranco Gámez
Abogado

Volver al índice

2 - Hannah Arendt y la banalidad del mal (¿Doctor Jekyll y Mr. Hyde?)

Investigando sobre el acoso laboral, y particularmente en relación al sujeto activo del mismo, el acosador, por una gran parte de la doctrina científica, se le describe como “una especie de ser monstruoso”, perverso, psicópata, sociópata, narcisista, etc., un sujeto que “no es normal”. Una persona “normal”, nunca   llevaría a cabo esta barbaridad del acoso laboral. Este planteamiento, puede conllevar un problema, si el acosador padece algún tipo de patología mental, pudiera darse el caso que fuese inimputable. Desde mi punto de vista, la gran mayoría de los sujetos activos del acoso, no tienen ningún tipo de trastorno mental, ni padecen patología psicológica alguna, son personas “normales”, si es que existe este concepto, lo cual, no excluye que también pueda haber algunos con algún trastorno psicológico.

¿Es el acosador un malvado?, pues en la gran mayoría de los casos no. Puede ser un buen padre o madre de familia, cariñoso y que es muy querido por su familia, y sus amigos. No suele producirse un desdoblamiento de la personalidad, cuando el acosador acude al trabajo, no se convierte, por el hecho de llegar, en un “monstruo”. No se produce el fenómeno del Doctor Jekyll y Mr. Hyde.

Estudiando el tema, vi que Hanna Arendt, planteaba una cuestión en gran medida similar. En relación a los crímenes del nazismo, gran parte de los estudiosos consideraban a los nazis, como “monstruos sedientos de sangre”, no podían ser normales, ya que una persona “corriente”, “no es capaz de cometer estos crímenes”.

Sin embargo Arendt, mantiene todo lo contrario, durante el III Reich, no era posible que todo el pueblo alemán, se hubiese transformado en “monstruos”, ni siquiera la gran mayoría, ni tampoco, todos los jerarcas nazis. Un elevado porcentaje, eran personas completamente normales, que bajo “ciertas circunstancias”, cometieron estos crímenes.
La teoría que mantiene Arendt, en relación a los delitos cometidos por los jerarcas de la Alemania nacionalsocialista, es plenamente aplicable a los acosadores laborales. Estos últimos suelen ser hombres y mujeres corrientes, “del montón”, en realidad no tienen nada que los haga especiales, con las correspondientes excepciones. Al igual dice Arendt, son las circunstancias excepcionales que rodean a estas personas, las que los convierten en lo que son,  de tal modo, que si estas no se hubiesen dado, no serían criminales, lo que da lugar a un cierto determinismo.

 En 1961, en Israel, se inicia el juicio a Adolf Eichmann 1 por genocidio contra el pueblo judío durante la Segunda Guerra Mundial. El juicio estuvo envuelto en una gran polémica y muchas controversias. Casi todos los periódicos del mundo enviaron periodistas para cubrir las sesiones, que fueron realizadas de forma pública por el gobierno israelí. Además de crímenes contra el pueblo judío, Eichmann fue acusado de crímenes contra la humanidad y de pertenecer a un grupo organizado con fines criminales. Eichmann fue condenado por todos estos crímenes y ahorcado en 1962, en las proximidades de Tel Aviv. Una de las corresponsales presentes en el juicio, como enviada de la revista The New Yorker, era Hannah Arendt.
Mucho antes de tener la oportunidad de asistir al proceso judicial contra Eichmann como reportera del New Yorker, Hannah Arendt quedó existencialmente conmocionada al observar que los crímenes más execrables del nazismo no fueron perpetrados por degenerados sexuales, sádicos, psicópatas, criminales consuetudinarios o fanáticos ideológicos (sin que éstos hayan faltado, por supuesto, en su maquinación y ejecución), sino, en su mayoría, por hombres “normales”, “comunes y corrientes”, amorosos “padres de familia”, empleados y trabajadores honestos y laboriosos, así como por burgueses respetuosos de la ley. Horrorizada por la “colaboración” casi sin fricciones de la mayoría de los alemanes de todas las clases y capas sociales con el nuevo régimen. Personas honestas, comunes y corrientes, que no estaban convencidas de, ni simpatizaban con la ideología nacionalsocialista, se adaptaron a los valores y normas de los nazis sin mayor esfuerzo intelectual y sin mayor dolor por dejar a un lado sus antiguas convicciones y creencias morales.

En 1963, basándose en sus reportajes del juicio y sobre todo su conocimiento filosófico-político, Arendt escribió un libro que tituló Eichmann en Jerusalén. En él, describe no solamente el desarrollo de las sesiones, sino que hace un análisis del “individuo Eichmann”. Según Arendt, Adolf Eichmann no poseía una trayectoria o características antisemitas y no presentaba los rasgos de una persona con carácter retorcido o mentalmente enferma. Actuó como actuó simplemente por deseo de ascender en su carrera profesional y sus actos fueron un resultado del cumplimiento de órdenes de superiores. Era un simple burócrata que cumplía órdenes sin reflexionar sobre sus consecuencias. Para Eichmann, todo era realizado con celo y eficiencia, y no había en él un sentimiento de “bien” o “mal” en sus actos.
Arendt estaba perpleja por el abismo que existía entre la magnitud de los crímenes y la personalidad del acusado, porque tal disparidad contradecía flagrantemente nuestras teorías filosóficas y teológicas sobre el mal. En efecto, la opinión común acerca de los nazis es que, para haber organizado la destrucción del pueblo judío con tal crueldad, debieron ser, en verdad, monstruos infernales. En cambio, Arendt observa en Eichmann no al demonio en persona sino a alguien del “montón”, vulgar. Eichmann no era el “monstruo”, el “pozo de maldad” que era considerado por la mayor parte de la prensa. Los actos de Eichmann no eran disculpables, ni él inocente, pero estos actos no fueron realizados porque Eichmann estuviese dotado de una inmensa capacidad para la crueldad, sino por ser un burócrata, un operario dentro de un sistema basado en los actos de exterminio. No había ningún signo en él de firmes convicciones ideológicas ni de motivaciones especialmente malignas y la única característica notable que se podía detectar en su comportamiento pasado y en el que manifestó a lo largo del juicio y de los exámenes policiales anterior al mismo fue algo enteramente negativo: no era estupidez, sino falta de reflexión. Lo siniestro de la ausencia de pensamiento en Eichmann yace en que él simplemente se ajustó al código moral reinante y a la ley de su entorno social, tal y como lo habría hecho sin mayores problemas y con extraordinaria plasticidad en otro contexto social, por ejemplo, uno liberal y democrático. Su sentido de moral y justicia no fue conmovido en forma especial por los crímenes cometidos estatalmente, porque la voz de su “conciencia”, en perfecta armonía con la de sus conciudadanos, fue silenciada mediante el establecimiento revolucionario de un nuevo código moral y una política sancionada por el gobierno. “Según Eichmann, dijo, el factor que más contribuyó a tranquilizar su conciencia fue el simple hecho de no hallar a nadie, absolutamente a nadie, que se mostrara contrario a la Solución Final.” Adolf Eichmann “actuó, en todo momento, dentro de los límites impuestos por sus obligaciones de conciencia: se comportó en armonía con la norma general; examinó las órdenes recibidas para comprobar su “manifiesta” legalidad, o normalidad, y no tuvo que recurrir a la consulta de su “conciencia”, ya que no pertenecía al grupo de quienes desconocían las leyes de su país, sino todo lo contrario.” En la sociedad criminal nacionalsocialista, sus actos sólo eran, en su opinión, delictuosos a posteriori. Debido a ello, no tenía nada de qué arrepentirse, pues siempre había sido “un ciudadano fiel cumplidor de las leyes”. El gobernador general de la Polonia ocupada, Hans Frank, reformuló el imperativo categórico kantiano que bien pudo habérselo apropiado el mismo Eichmann: “Compórtate de tal manera, que si el Führer te viera aprobara tus actos.
La voz de la conciencia no es un sentimiento moral innato y general en el corazón de los hombres, ningún lumen naturale que nos pueda guiar iluminándonos en situaciones moralmente aporéticas. La conciencia se actualiza, en el silencioso diálogo del pensamiento del yo consigo mismo. Justo allí donde se le silencia, uno no puede más que esperar no caer en situaciones ambivalentes en las que las normas morales convencionales no son siempre las mejores consejeras. Eichmann no reconoció dicha situación, ni pudo juzgar su significado e implicaciones, porque su conciencia funcionó obedeciendo a lo que se ordenaba y hacía alrededor suyo, y no pensando autónomamente. Su obediencia fue, qué duda cabe, su “culpa”, pero vale recordar que “la obediencia es una virtud harto alabada. Los dirigentes nazis habían abusado de su bondad.”

Adolf Eichmann no era ningún fanático; tampoco un simpatizante entusiasta del Partido Nacionalsocialista de los Trabajadores Alemanes. Muchos psiquiatras y curas atestiguaron durante el proceso jurídico que no sólo “era un hombre ‘normal”, sino hasta “ejemplar” y “con “ideas muy positivas”. Sobre este análisis Arendt acuñó la expresión “banalidad del mal” para expresar que algunos individuos actúan dentro de las reglas del sistema al que pertenecen sin reflexionar sobre sus actos. No se preocupan por las consecuencias de sus actos, sólo por el cumplimiento de las órdenes. La tortura, la ejecución de seres humanos o la práctica de actos “malvados” no son considerados a partir de sus efectos o de su resultado final, con tal que las órdenes para ejecutarlos provengan de estamentos superiores.
En términos funcional-estructuralistas, la sociedad se caracteriza por la racionalidad de la necesidad para la reproducción de la existencia. Su modo de integración es el de la compulsión conformista de los comportamientos coordinados funcionalmente de los actores socializados a través de la observanciade roles y expectativas sociales en las organizaciones e instituciones sociales. El actor social no es más que un amasijo de roles y estatus sociales, cuyos sentido y significado se hallan más allá de sus intereses y que son determinados por las organizaciones e instituciones sociales de manera independiente de su voluntad. Como ser socializado, el actor social es sólo una criatura del sistema social, por lo que se identifica, de forma compulsiva, con el horizonte social y cultural del sistema, cuya sintaxis reproduce al ejecutar su papel respectivo en el entramado de relaciones sociales. El malestar que ocasiona la sociedad consiste en la eliminación de la diversidad humana a favor de la “calculabilidad” sistémica, en la absorción y asimilación de la diferencia individual, en la homogenización de la pluralidad humana y en la exclusión de la espontaneidad de la acción. Allí donde se elimina la acción libre y el juicio independiente a favor del comportamiento disciplinado normativamente y la aceptación ciega de las creencias imperantes en una sociedad, el suelo puede ser propicio para cometer actos criminales sin que el actor sea consciente de lo que realmente hace o dice, pues está acorazado para evitar confrontarse con la realidad. En sí, ningún fenómeno humano posee sentido sin nuestra intervención intencional. Y esto incluye al mal, para Arendt, el mal no es un ser o una esencia sino producto de nuestros actos. Por decirlo paradójicamente, su ser está en el acto y sólo podemos calificarlo como tal si lo juzgamos. Esto no quiere decir otra cosa que la paradoja del mal proviene de su “indeterminabilidad objetiva”. Sin el esfuerzo del juicio, de nuestra facultad mental que se ocupa de los casos particulares y define qué es lo justo y lo injusto, lo bello y lo feo, no podemos “determinar” qué es el mal. La banalidad del mal no hace referencia a otra cosa que a la abdicación de la persona de su responsabilidad de confrontarse reflexivamente con los propios actos y sus consecuencias y someterlos al tribunal de la conciencia. 2.
Perder la capacidad de pensamiento y juicio, no es un mal que produzca siempre consecuencias nefastas. Perder esta capacidad sólo se revela como un mal, atendiendo a sus consecuencias, en circunstancias muy concretas. Mientras no ocurren catástrofes éticas o políticas, tal incapacidad puede resultar inocua.
Entre aquellos que perdieron esa capacidad de juicio, distingue tres grupos:

  1. Nihilistas.
  2. Dogmáticos.
  3. Ciudadanos normales.
  1. Nihilistas. Han llegado a la conclusión de que no hay valores definitivos, de modo que sumen unos u otros, ocasionalmente, y movidos por su propio interés. La única carta segura es el propio egoísmo, independientemente de las consecuencias que se deriven de ello. Son los arribistas sin escrúpulos.
  2. Dogmáticos. Parten de la ansiedad de un escepticismo incapaz de darles una respuesta  definitiva. Así, que asumen un dogma rígido que les aporta seguridad. A este grupo pertenecen los fanáticos políticos y religiosos.
  3. Ciudadanos normales. El grupo más numeroso, suelen asumir las costumbres del lugar en el que habitan, pero lo hacen acríticamente. La costumbre, por serlo, es buena.

Los tres grupos han finiquitado el dialogo con la conciencia. Entre los jerarcas nazis predominaban los nihilistas y dogmáticos, entre la población, el mayor porcentaje era de ciudadanos normales. Sin dialogo interior, el dogmático cambia fácilmente de dogma, el nihilista de conducta, y los ciudadanos normales de valores. Entre los dogmáticos había una gran cantidad de comunistas alemanes que ingresaron en el partido nacionalsocialista durante la década de 1920 3. Los ciudadanos normales se aferran a otras costumbres si son las que realizan sus vecinos, las que marca el Estado, o las que recomienda la propaganda.

El experimento realizado por Stanley Milgram4 , y el experimento de la cárcel de Stanford5 , realizado por Philip Zimbardo,  parecen confirmar la tesis de Arendt. Milgram se apoyó en el concepto de la “banalidad del mal” para explicar sus resultados de sumisión a la autoridad.

El profesor Milgram elaboró dos teorías que explicaban sus resultados:

  1. La primera es la teoría del conformismo, que describe la relación fundamental entre el grupo de referencia y la persona individual. Un sujeto que no tiene la habilidad ni el conocimiento para tomar decisiones, particularmente en una crisis,  llevará la toma de decisiones al grupo y su jerarquía. El grupo es el modelo de comportamiento de la persona.
  2. La segunda es la teoría de la cosificación (agentic state), donde, según Milgram, la esencia de la obediencia consiste en el hecho de que una persona se mira a sí misma como un instrumento que realiza los deseos de otra persona y por lo tanto no se considera a sí mismo responsable de sus actos. Una vez que esta transformación de la percepción personal ha ocurrido en el individuo, todas las características esenciales de la obediencia ocurren. Este es el fundamento del respeto militar a la autoridad: los soldados seguirán, obedecerán y ejecutarán órdenes e instrucciones dictadas por los superiores, con el entendimiento de que la responsabilidad de sus actos recae en el mando de sus superiores jerárquicos.

El experimento de la cárcel de Stanford se descontroló rápidamente. Los prisioneros sufrieron, y aceptaron, un tratamiento sádico y humillante a manos de los guardias, y al final muchos mostraban graves trastornos emocionales. El experimento fue ampliamente criticado por su falta de ética y considerarlo fuera de los límites del método científico. Como fue un trabajo de campo, fue imposible llevar a cabo los controles científicos tradicionales. Zimbardo no fue un mero observador neutral, sino que controló la dirección del experimento como “superintendente”. Las conclusiones y las observaciones de los investigadores fueron muy subjetivas y basadas en anécdotas, y el experimento es muy difícil de reproducir por otros investigadores.

Se ha dicho que el resultado del experimento demuestra la impresionabilidad y la obediencia de la gente cuando se le proporciona una ideología legitimadora y el apoyo institucional. También ha sido empleado para ilustrar la teoría de la disonancia cognitiva y el poder de la autoridad.

En psicología se suele decir que el resultado del experimento apoya las teorías de la atribución situacional de la conducta en detrimento de la atribución disposicional. En otras palabras, se supone que fue la situación la que provocó la conducta de los participantes y no sus personalidades individuales. De esta forma sería compatible con los resultados del  experimento de Milgram, en el que gente ordinaria cumple órdenes de administrar lo que parecen shocks eléctricos fatales a un compañero del experimentador.

La teoría de Arendt, confirmada por los experimentos anteriores, nos plantea un problema de orden moral, cualquier persona puede llegar a convertirse en un acosador, si se ve inmersa en las circunstancias adecuadas. Todos seriamos acosadores en potencia, que nos convirtamos o no, sólo depende de condiciones externas a nosotros, que en realidad estarían fuera de nuestro control. Sin embargo, hasta la fecha, no se ha realizado ningún experimento sobre el acoso laboral, siguiendo el modelo de Milgram y Zimbardo.

Si esto fuese así, ¿sería imputable el acosador?.

1             Adolf Eichmann (Solingen, 19 de marzo de 1906 – Ramla, 31 de mayo de 1962). Eichmann era el hijo mayor de una familia de 5 hermanos que se trasladaron desde Solingen, en Alemania, a Linz, en el entonces Imperio Austrohúngaro. Su padre había encontrado trabajo en una fábrica de esa ciudad. Durante la infancia murió su madre y su padre se volvió a casar. En su adolescencia estudió en la "Realschule", la educación básica y media; allí conoció a un compañero de nombre Salomón que lo invitaba a comer a su casa, ya que en la suya faltaba la unión, el cariño y el núcleo familiar. En esa casa de la familia de aquel amigo aprendió a hablar el yidish. Eichmann era considerado un extranjero en Austria y no pudo conseguir trabajo. Sin embargo, sus hermanos menores eran considerados austriacos, puesto que sí nacieron en ese país. El padre de Eichmann tenía entre sus amistades a Ernst Kaltenbrunner, dirigente nazi de origen austriaco. Kaltenbrunner auspició el ingreso de Eichmann al NSDAP austriaco.
El 1 de abril de 1932 se afilió al NSDAP austríaco con el número de afiliado 899.895, y el mismo día se enroló en las SS con el número 45.325, siendo transferido a Berlín el 1 de octubre de 1934 a la así llamada sección de judíos II 112 del Servicio de Seguridad (SD). Miembro del Partido Nacionalsocialista y, en particular, de la temible SS (Schutzstaffel o escuadras de protección), Karl Adolf Eichmann era jefe de la Subsección B-4 de la Sección IV de la Oficina Central de Seguridad del Reich, por lo que fungía como “especialista en asuntos judíos”. Dicha subsección era la encargada de la arquitectura logística y organizativa de la concentración y deportación de los judíos europeos a los campos de exterminio. Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, Eichmann fue capturado por el Ejército de los Estados Unidos, que desconocían que este hombre que se presentaba a sí mismo como Otto Eckmann era de hecho un prófugo de una importancia mayor. En los albores de 1946 se escapó de la custodia del Ejército estadounidense y se ocultó en varios lugares de Alemania durante algunos años. En 1948 obtuvo un salvoconducto para escapar a Argentina, pero no lo usó inmediatamente. A principios de 1950, Eichmann estuvo en Génova, donde se hizo pasar por un refugiado llamado Ricardo Klement. Con la ayuda de un fraile franciscano de ideas fascistas, el cual tenía conexiones con el obispo Alois Hudal, Eichmann obtuvo un pasaporte emitido por el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) y un visado argentino, ambos documentos a nombre de "Ricardo Klement, técnico". Se embarcó hacia Argentina el 15 de julio de 1950. En los siguientes diez años trabajó en el área de Buenos Aires desempeñando muy diversos puestos, desde capataz y leñador, hasta criador de conejos. Al cabo del tiempo, finalmente Eichmann logra traer a toda su familia. Exiliado y viviendo en el anonimato de posguerra en Argentina, Eichmann fue detenido el 11 de mayo de 1960 en Buenos Aires por el Mossad, el servicio secreto israelí. Adolf Eichmann fue localizado por un judío alemán ciego que era vecino suyo, un tal Lothar Hermann, cuya hija tenía amistad de adolescente con uno de los cuatro hijos de Eichmann. La criatura le contaba cosas a su padre "del hogar del señor Klement" que le hicieron caer en la cuenta de su verdadera identidad. Preguntando a ella más cosas, quedó al final totalmente satisfecho. El problema que surgió era que los jefes de Mossad no querían dar crédito a un ciego. Según la agencia israelí era imposible que un ciego reconociera al criminal de guerra. Mucho más tarde, por la intervención de un amigo importante del citado invidente, el Mossad entró en acción. Esto fue a finales de los años 50 en la localidad de Bancalari (partido de San Fernando), en la zona norte del Gran Buenos Aires. Vivía en la calle Garibaldi, sin asfaltar, la identificación positiva fue realizada por una serie de fotografías comparativas tomadas de manera furtiva, en que se lo reconoció por su particular morfología de la oreja izquierda (las fotos de Eichmann en su período nazi eran casi todas del lado izquierdo) y se preparó un plan para capturarlo y llevarlo a Israel, encargo hecho por el primer ministro David Ben Gurion al jefe del Mossad Isser Harel, con información dada por el famoso cazador de nazis Simon Wiesenthal. Cuando no se conocía el paradero de Eichmann, su nombre rodaba por varios testigos del juicio de Núremberg. Se creía que había muerto o que no iba a ser encontrado. Violando tratados de asistencia consular y la soberanía nacional argentina, el 1 de mayo de 1960 un grupo de "nokmin" (vengadores, en hebreo) del Mossad ingresan subrepticios por vía aérea en Buenos Aires e iniciaron la "Operación Garibaldi" (por el nombre de la calle donde residía Eichmann). Este equipo, dirigido por Rafi Eitan y coordinado por Peter Malkin, "especialista en secuestros y en maquillajes", inició una vigilancia de casi dos semanas. Descubrieron que Eichmann era un hombre de hábitos cotidianos, lo que facilitó la elección del lugar de secuestro. Los agentes del Mossad fueron en dos autos, uno para fingir un desperfecto y el otro para evasión de emergencia en caso de que algo saliese mal. El 11 de mayo de 1960, lo esperaron en una calle y fingieron que el auto se ha descompuesto, cuando llegó el autobús de la línea 203 (La Independencia), Eichmann no estaba entre los pasajeros. Era de noche y los agentes se desesperaron, pero decidieron esperar el autobús siguiente. La espera dio frutos. Eichmann llegó del trabajo en el bus siguiente y descendió del autobús. Eichmann no sospechó al ver el vehículo averiado y uno de los agentes se acercó y le dijo en la única frase en español que sabía: -"Un momento señor, ¿puedo preguntarle algo?". Eichmann, que venía con una lámpara de mano, se detuvo sorprendido, llevó una mano al bolsillo y el agente se le echó encima. Eichmann gritó pero el motor del vehículo se puso en marcha y amortiguó sus gritos. Secuestrado en plena calle, fue subido al vehículo en marcha. Los cuatro agentes israelíes lo trasladaron a un piso franco. Fue atado a una cama e interrogado hasta que Eichmann, quien dijo llamarse Ricardo Klement y luego Otto Henniger, al fin dio su número correcto de las SS y admitió su verdadera identidad. Peter Malkin confesó más tarde: "Eichmann era un hombrecito suave y pequeño, algo patético y normal, no tenía la apariencia de haber matado a millones de los nuestros... pero él organizó la matanza". El avión de la aerolínea israelí El Al fue retrasado para entrar en Argentina por motivos burocráticos hasta una semana, y esto no estaba contemplado en sus planes. Los agentes sabían que Eichmann podía ser buscado por sus familiares o sus camaradas nazis. Por tanto, tuvieron que esperar con angustia en la casa de seguridad, mientras obligan a Eichmann a firmar una carta que decía: "Yo, Adolf Eichmann, por medio de esta carta declaro que voy a Israel por mi propia voluntad a limpiar mi conciencia". Ocho días más tarde, el 20 de mayo, el avión aterrizó. Eichmann fue conducido semi-insconciente al Aeropuerto internacional de Ezeiza, en un avión de El Al, con otra identidad, vestido como un mecánico de la aeronave, simulando ebriedad. Sentado en un asiento de primera clase, con pasaporte falso, fue sacado del país de inmediato hacia la ciudad de Haifa, en Israel. Por este secuestro, la cancillería argentina, por medio del embajador Mario Amadeo, reclamó una grave violación de la soberanía; este reclamo lo llevó ante el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Recibió apoyo del organismo internacional, pero Israel nunca tuvo intenciones de devolver al criminal nazi. Esto generó problemas entre Argentina e Israel, ya que se trató a todas luces de un secuestro ilegal, sin autorización por parte del Gobierno Argentino. Fue puesto a disposición de un tribunal en Jerusalén acusado, entre otras cosas, de “crímenes contra el pueblo judío, contra la humanidad y crímenes de guerra” perpetrados durante la Segunda Guerra Mundial bajo el régimen nazi. Fue hallado culpable y sentenciado a muerte. Después de dar trámite a los procedimientos de apelación y revisión de sentencia, el veredicto fue confirmado y el Obersturmbannführer (tenientecoronel) murió ahorcado el jueves 31 de mayo de 1962. Hannah Arendt denuesta a Adolf Eichmann como banal, no a los crímenes mismos. Calificarlo así, no significa minimizar sus delitos, sino colocar en su justa dimensión humana al perpetrador. Por tanto, Arendt no exculpa en ningún sentido al alemán y está de acuerdo con la sentencia, es decir, su muerte por la horca, aunque su fundamentación del veredicto difiera de la del juez. Eichmann merecía la condena a muerte, pero no por haber organizado ningún plan maestro, o por haber participado personalmente (pistola en mano) en la muerte de judíos, sino por no haberse opuesto a los crímenes, por haber colaborado eficientemente en el exterminio, incluso sobrepasando las órdenes de sus superiores directos.

2             Estrada Saavedra Marco.”La normalidad como excepción: la banalidad del mal, la conciencia y el juicio en la obra de Hannah Arendt”. Revista Mexicana de Ciencias Políticas y Sociales, vol. XLIX, núm. 201, septiembre-diciembre, 2007, págs. 31-53, Universidad Nacional Autónoma de México. México.

3            Un caso típico, Roland Freisler (Celle, Alemania, 30 de octubre de 1893 – Berlín, 3 de febrero de 1945) fue un abogado, militar, político nazi y Presidente del Tribunal Popular o Corte del Pueblo (Volksgerichtshof) de la Alemania Nazi, fue uno de los más temidos e implacables jueces del nazismo; escenificaba farsas judiciales con su manera grosera y humillante de dirigirse a los encausados y la prohibición de usar cinturones (a fin de que se le cayeran los pantalones ridiculizándolos delante de la audiencia) ocasionó que hasta los mismos nazis del entorno de Hitler lo rechazaran. Hijo de un ingeniero, Freisler fue combatiente durante la Primera Guerra Mundial en la que logró el rango de teniente en 1915. Fue capturado por los rusos y enviado a la retaguardia como prisionero de guerra donde aprendió ruso y se interesó por el marxismo; Los bolcheviques lo utilizaron para llevar al campo cargamentos de comida.2 Después de la guerra regresó a Alemania en 1920 como ferviente comunista. Estudió jurisprudencia en la Universidad de Jena, trabajó en Kassel como abogado y como concejal de la ciudad en el Völkisch-Sozialer Block, un grupo extremadamente nacionalista. Se une al Partido Nazi en julio de 1925 con el número 9679,3 como enemigo acérrimo de la República de Weimar, y en 1933 es designado Secretario de Estado del Ministerio Prusiano de Justicia del Reich alemán. Pese a su indiscutible eficacia legal, rapidez mental y oratoria fervorosa no se le permitía acceder al cargo de ministro. Según Uwe Wesel, la élite nazi lo veía comprometido con las ofensas de su hermano Oswald Freisler en contra del partido; además su pasado bolchevique lo hacía altamente sospechoso a los ojos de Hitler. En 1939 introdujo el decreto "criminales juveniles precoces" que permitía por primera vez en la historia judicial alemana sentenciar a pena capital a jóvenes. Debido a ese decreto más de 72 jóvenes fueron sentenciados a muerte, entre ellos Helmuth Hübener, de 16 años, por repartir panfletos antibélicos en 1942. También introdujo el término "perpetrador" en el "Decreto contra los parásitos nacionales" de septiembre de 1939, añadiendo características raciales y biológicas a la legislación, justificando mayor uso de fuerza. Freisler participa como representante del Ministerio de Justicia en la Conferencia de Wannsee, donde se decidió llevar a cabo la "Solución Final" del llamado "problema judío" en Europa. Freisler está considerado como uno de los personajes que encarnó el abuso del poder judicial durante un régimen arbitrario y dictatorial

4             El experimento de Milgram fue una serie de experimentos de psicología social llevada a cabo por Stanley Milgram, psicólogo en la Universidad de Yale, y descrita en un artículo publicado en 1963 en la revista Journal of Abnormal and Social Psychology bajo el título Behavioral Study of Obedience (Estudio del comportamiento de la obediencia) y resumida en 1974 en su libro Obedience to authority. An experimental view (Obediencia a la autoridad. La perspectiva experimental). El fin de la prueba era medir la disposición de un participante para obedecer las órdenes de una autoridad aun cuando éstas pudieran entrar en conflicto con su conciencia personal. Los experimentos comenzaron en julio de 1961, tres meses después de que Adolf Eichmann fuera juzgado y sentenciado a muerte en Jerusalén por crímenes contra la humanidad durante el régimen nazi en Alemania. Milgram ideó estos experimentos para responder a la pregunta: ¿Podría ser que Eichmann y su millón de cómplices en el Holocausto sólo estuvieran siguiendo órdenes? ¿Podríamos llamarlos a todos cómplices?. Milgram resumiría el experimento en su artículo "Los peligros de la obediencia" en 1974 escribiendo: Los aspectos legales y filosóficos de la obediencia son de enorme importancia, pero dicen muy poco sobre cómo la mayoría de la gente se comporta en situaciones concretas. Monté un simple experimento en la Universidad de Yale para probar cuánto dolor infligiría un ciudadano corriente a otra persona simplemente porque se lo pedían para un experimento científico. La férrea autoridad se impuso a los fuertes imperativos morales de los sujetos (participantes) de lastimar a otros y, con los gritos de las víctimas sonando en los oídos de los sujetos (participantes), la autoridad subyugaba con mayor frecuencia. La extrema buena voluntad de los adultos de aceptar casi cualquier requerimiento ordenado por la autoridad constituye el principal descubrimiento del estudio.

5             El experimento de la cárcel de Stanford es un conocido estudio psicológico acerca de la influencia de un ambiente extremo, la vida en prisión, en las conductas desarrolladas por el hombre, dependiente de los roles sociales que desarrollaban (cautivo, guardia). Fue llevado a cabo en 1971 por un equipo de investigadores liderado por Philip Zimbardo de la Universidad Stanford. Se reclutaron voluntarios que desempeñarían los roles de guardias y prisioneros en una prisión ficticia. Sin embargo, el experimento se les fue pronto de las manos y se canceló en la primera semana. Las preocupaciones éticas que envuelven a los experimentos famosos a menudo establecen comparaciones con el experimento de Milgram. El experimento fue criticado también respecto a su validez ecológica. Muchas de las condiciones impuestas al experimento fueron arbitrarias y pueden no estar correlacionadas con las condiciones reales de las prisiones, incluyendo la llegada de los «prisioneros» con los ojos vendados, hacerles vestir solamente batas, no permitirles vestir ropa interior, impedirles mirar a través de ventanas y prohibirles usar sus nombres reales. Zimbardo se defendió de estas críticas declarando que la prisión es una experiencia confusa y deshumanizante, y que era necesario impulsar estos procedimientos para darles a los «prisioneros» las condiciones mentales adecuadas; pero es difícil saber cuán similares son estos efectos a los de una verdadera prisión, y las condiciones del experimento son difíciles de reproducir exactamente para que otros investigadores puedan llegar a conclusiones a este respecto. Algunos dicen que el estudio fue demasiado determinista. Los informes describen diferencias significativas en la crueldad de los guardias, el peor de los cuales fue llamado «John Wayne» por los prisioneros, pero otros fueron más amables y a menudo concedieron favores a los prisioneros. Zimbardo no realizó ningún intento de explicar estas diferencias. Por último, la muestra fue muy pequeña, de sólo 24 participantes en un periodo de tiempo relativamente pequeño. Y dado que los 24 interactuaban en un mismo grupo, tal vez sea más correcto considerar el tamaño de la muestra como 1. Zimbardo decidió terminar el experimento prematuramente cuando Christina Maslach, una estudiante de posgrado no familiarizada con el experimento, objetó que la “prisión” mostraba unas pésimas condiciones, tras ser introducida para realizar entrevistas. Zimbardo se percató de que, de las más de cincuenta personas externas al experimento que habían visto la prisión, ella fue la única que cuestionó su moralidad. Tras apenas seis días, ocho antes de lo previsto, el experimento fue cancelado.