CONFLICTOS DE PODER SOBRE EL ESPACIO.    Manual de ordenación territorial a diferentes escalas (II)

CONFLICTOS DE PODER SOBRE EL ESPACIO. Manual de ordenación territorial a diferentes escalas (II)

M. Teresa Ayllón Trujillo (Ed.) (CV)
Universidad Autónoma de San Luis Potosí

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TERRITORIO, ECONOMÍA Y SIMBOLISMO EN EGIPTO FARAÓNICO

Mara Castillo Mallén

A modo de apuntes previos

En primer lugar quisiera expresar mi agradecimiento por haber podido formar parte de este proyecto que me permite acercar una realidad sobre Egipto faraónico y también me gustaría explicar algunas cuestiones muy específicas de nuestra disciplina. Para el caso de la cronología, Egipto faraónico concluye antes de la era común y en consecuencia no es necesario utilizar las indicaciones, si bien el mundo académico suele hacerlo por convención. En esta obra he tratado de no abundar en notas cronológicas muy específicas porque por su propia naturaleza sería imposible y sí he confeccionado una tabla en la cual se fija la cronología generalmente aceptada para las dinastías egipcias, que termina con la llegada de los romanos. Mis trabajos son fruto de la metodología tributaria del materialismo histórico, si bien soy deudora de algunos modelos tomados directamente de la ciencia geográfica como pueden ser el paradigma centro-periferia. Así mismo es fundamental en mi acercamiento a la historia la teoría del conocimiento desarrollada por Mannheim, sin la cual considero imposible trabajar en historia.
Todas las tablas que aparecen en el presente trabajo son responsabilidad mía y tienen como objetivo que quienes las consulten puedan entender cómodamente su significado pero también en muchas ocasiones el pensamiento egipcio, que se expresaba idealmente a través de su escritura y su lengua como ocurre con todos los pueblos. Quizá animen al estudio del jeroglífico por su belleza y expresividad, sería un segundo propósito. Del mismo modo la mayoría de las fotografías son fruto de mi trabajo en Egipto, salvo aquellas que se indican. En cuanto a la documentación textual, ocurre lo mismo, es fruto de mi trabajo y también del de miles de colegas que han plasmado sus conocimientos en las obras a las cuales aludo cuando cito algún texto.
Quisiera apuntar que los plurales genéricos del tipo “los egipcios”,  “los nubios”,  “los trabajadores” “los ciudadanos” etc., los he utilizado en base a su uso en lengua castellana. No son, por tanto, excluyentes de ningún género y cuando afirmamos por ejemplo “los egipcios amaban la vida” lo hacemos para indicar que la población, independientemente de su género, la amaba.

 EL TERRITORIO: EGIPTO Y EL NILO

Egipto no es un don del Nilo, Egipto es la consecuencia del aprovechamiento del Nilo por parte de sus habitantes. Comenzar así con una verdad de perogrullo, resulta necesario por cuanto desde la antigüedad la afirmación de Heródoto ha eclipsado el hecho de que el gran río contribuye con sus aguas en una buena cantidad de territorios, algunos con tierras mucho más fértiles que el suelo egipcio, y ninguno consiguió desarrollar una cultura, una organización y un modelo político siquiera similar al egipcio. Una visión como la del griego, extranjera y teñida de subjetividad, se propagó y permaneció hasta nuestros días. Las consecuencias han sido diversas, la primera es que los estudios sobre los primeros asentamientos, la domesticación de animales y la llegada de la agricultura sean relativamente recientes ya que el paradigma admitido por la comunidad científica era que en Egipto bastaba arrojar una semilla al suelo, esperar lo suficiente y se obtenía una cosecha excepcional sin apenas mancharse de barro 1. La realidad desmiente esta visión idílica del territorio. Egipto disfrutaba, es cierto, de ventajas: el suelo fértil, el aporte de limo que llegaba periódicamente, el agua abundante…. Pero lo anterior sin un modelo organizativo adecuado no habría servido. La sociedad egipcia lo sabía tan bien que incluso sus estaciones estaban diseñadas en función de los movimientos fluviales que les permitían no sólo elaborar un modelo agrícola adaptado sino, a partir de esa premisa, organizar el Estado.
Es cierto que el Nilo constituye un eje fundamental en la vida egipcia, lo es hasta el punto de que las estaciones del año, las tres estaciones del calendario egipcio, giran alrededor de las condiciones de su cauce formando un ciclo plenamente agrícola y dependiente del río:
La crecida condicionaba la vida y por esta razón muy tempranamente se desarrollaron sistemas de seguimiento que iban anunciando la llegada de las aguas ya que la inundación podía significar tanto el bienestar de la temporada como la ruina. El difícil equilibrio entre las comunidades y la naturaleza podía decantarse por uno u otro lado: una gran crecida significaba la muerte de animales, la imposibilidad de plantar en condiciones, en ocasiones incluso la destrucción de aldeas o edificios públicos pero, por el contrario, una crecida escasa era con toda seguridad garantía de un año de pobreza y posiblemente hambre. No extraña por tanto que los nilómetros (figura 1), instrumentos para medir la crecida del río según éste iba llegando a territorio egipcio, fueran instalaciones cuidadas al máximo y que el Nilo (figura 2) se considerara una divinidad 2, (el dios Hapy para la cultura egipcia). En términos generales una crecida por debajo de los 6 metros era escasa y por encima de los 8 metros ya causaba problemas y destrucción. La crecida servía de guía no sólo para calcular la superficie de terreno que iba a quedar inundada sino para fijar los impuestos, que variaban precisamente en función del terreno que iba a ser cubierto por las aguas y sometido al control del fisco en sus cosechas, un asunto, pues, de suma importancia para la administración estatal. En la actualidad se conservan en Egipto dos nilómetros, el de la isla de Elefantina y el de Kom Ombo.
La inundación que cubría los campos de cultivo durante varias semanas, depositaba la capa de sedimentos y nutrientes necesaria para asegurar la fertilidad y además contribuía a eliminar el exceso de salinidad 3, mejorando los cultivos. Como quiera que la capa era fina, aunque suficiente, y que era renovada cada año, el mantenimiento de las tierras de cultivo en óptimas condiciones estaba asegurado si el río fluía en los parámetros adecuados. No obstante cabe señalar que las aguas no alcanzaban la tierra del mismo modo ni en las mismas condiciones, por término general los sedimentos de la inundación se depositaban en el lecho del Nilo y en las zonas más próximas. Por el contrario en las zonas marginales del valle, las aguas formaban zonas estancadas de tipo pantanoso durante varios meses y sólo la evaporación natural era responsable de su desecación. En estas zonas sí se producía acumulación de sales.

Las aguas en el norte, el Delta, debido a la escasa pendiente del terreno, ya en su último tramo camino del mar y también como consecuencia de la dispersión del río en una multitud de canales, ramales, etc,. contribuían a configurar un paisaje pantanoso donde sobresalían islotes de tierras elevadas que fueron aprovechados por los lugareños para crear pequeños núcleos de población. Más al norte aún era el territorio de las marismas. Los cursos de agua en esta zona eran inestables y muy cambiantes debido a los naturales fenómenos de colmatación.
La construcción de la presa de Asuán 4, acabó con los aportes de limo y empobreció la tierra de cultivo creando al mismo tiempo un grave problema de sedimentos ya que el limo sigue llegando y se ve frenado, depositándose en el fondo. El agua ahora se bombea ya que no puede ascender y los campos se fertilizan con productos químicos. Es asombroso comprobar que tanto la opinión pública como los agricultores alaban este sistema aduciendo que ahora disfrutan de tres cosechas al año y que el río ya no produce destrozos. Por lo que respecta a las cosechas, en Egipto antiguo se podía recoger la misma cantidad y la fertilización era natural. Hace aproximadamente una década había en marcha un plan para extraer limo de la presa con el fin de llevarlo a zonas desérticas y crear allí nuevas tierras del cultivo. En estos momentos, siglo XXI, parece que tal empeño se ha paralizado pero el problema de los sedimentos y la presión que ejercen sobre la estructura de la obra continúan.
El sistema egipcio de irrigación no sólo dependía de las crecidas regulares sino que también era deudor de la existencia de una serie de pequeñas cuencas naturales que jalonaban el curso del río, irrigadas por éste pero también por los canales secundarios naturales que aseguraban la distribución gradual del agua de la crecida sobre el terreno y su posterior evacuación de forma natural. Ello no significa que no se construyeran, si se consideraba conveniente, nuevos canales esta vez sí, totalmente artificiales.
El control sobre la crecida se limitaba a dirigir las aguas hacia la cuenca de recepción y estaba organizado a través de las comunidades campesinas. Cada fracción del valle dependía de las otras para recibir y evacuar las aguas en las condiciones adecuadas para su aprovechamiento y por tanto la solidaridad  entre comunidades de una misma cuenca era condición sine qua non para el éxito de las campañas agrícolas. Así mismo eran esas comunidades las responsables de mantener los canales en condiciones óptimas, regular las aperturas y cierres, etc. La labor humana, pues, domesticaba el particular régimen del Nilo construyendo canales y acequias, reforzando y limpiando cuando ello era necesario y acondicionando nuevas vías principales y secundarias para asegurar una correcta y justa distribución tanto de la crecida como de la evacuación, aprovechando al máximo los recursos hídricos de que disponían. Estas tareas no eran acometidas por el Estado al tratarse de obras de menor magnitud. Contrariamente a la suposición general, en el Egipto faraónico no se emprendieron grandes obras hidráulicas masivas. No fue hasta la época grecorromana cuando el Estado comenzó a intervenir activamente y ya en época moderna, el siglo XIX es la máxima representación de esta actuación estatal. 
La mejor evidencia de esta realidad es la carencia de documentación textual, en una sociedad tan dada a dejar cualquier nimiedad por escrito, pero también la falta de títulos estatales relacionados con el control de las aguas. Por otra parte resulta sencillo entender que el modelo estatal se superpuso a una realidad comunitaria preexistente y no intervino sencillamente porque el procedimiento era efectivo y cumplía con su cometido.
El Nilo no era únicamente el fertilizador de la tierra egipcia, también constituía su red de carreteras, su autopista. La población egipcia se movía en la antigüedad por el río, las carreteras en tierra apenas si estaban desarrolladas y únicamente se utilizaban cuando resultaba imposible acceder navegando bien por río o por cualquiera de los canales habilitados a tal fin. Las divinidades salían a procesionar en barcas, las romerías se realizaban en barcas, el traslado simbólico de los muertos para ser enterrados en Abydos 5 también tenía al río como protagonista…
Naturalmente el transporte por el río incluía una vertiente económica muy importante. Egipto era un país extraño para los parámetros del mundo antiguo, a los egiptólogos tradicionales les ha fascinado el simbolismo –que lo hay- pero esa fascinación ha ocultado la realidad de un estado perfectamente organizado, muy funcionarial y administrativo, con rasgos de modernidad asombrosos y con una organización que puede ser considerada utilizando términos modernos como un sistema de gobierno capitalista con tintes socialdemócratas 6. Dentro de ese sistema capitalista el transporte era un negocio rentable al que se dedicaban por igual las administraciones públicas y los particulares. No todos los egipcios podía disponer de medios de transporte propios 7 pero es indudable que prácticamente todos tenían necesidad de cruzar el río de parte a parte y para ello existían barcas que realizaban esa tarea, previo pago, y que debían obtener una concesión oficial para operar, presentar cuentas y pagar los impuestos correspondientes. Además estaban las barcas de largo recorrido, que se dirigían al Delta o a las fronteras con la Nubia y que utilizaban los comerciantes privados.
El estado se cuidaba de los amarraderos públicos, pero eran gestionados por privados también mediante el sistema de concesión. Conocemos en parte el funcionamiento de estos amarraderos porque durante el reinado de Horemheb, último faraón de la dinastía XVIII, éste dictó un decreto, conocido como Decreto de Horemheb 8, en el cual se alude a la reorganización de los amarraderos, entregándolos a la gestión de empresarios de lo que hoy consideraríamos clases medias –los nemeju- y obligando a las tropas a dejar su control. Este acto ha sido considerado como una gran obra del faraón pero mi opinión es completamente diferente. Considero que Horemheb pertenecía a esa clase social ascendente, los nemeju, el decreto está plagado de disposición que los beneficia económicamente como esa entrega de un negocio seguro y más que rentable, restando al Estado la posibilidad de obtener ingresos, el déficit en la recaudación fue uno de los graves problemas que enfrentó Egipto desde la dinastía XVIII, curiosamente su época de mayor esplendor.
En este segundo aprovechamiento del río, el Estado intervenía, ahora sí, creando nuevos canales que se dedicasen al transporte 9, especialmente al delicadísimo de bloques de piedra, una tarea esencial para la construcción de las obras públicas, aunque también es cierto que los distintos gobiernos realizaron tareas de acondicionamiento de los márgenes del río y espacios pantanosos para crear nuevas tierras de cultivo o pastizales, de lo que iremos hablando a lo largo de este capítulo.
En franco contraste con la utilización del río, el mar era apenas considerado por Egipto, y ello pese a su provechoso comercio con Oriente y posteriormente con Creta, donde incluso llegaron a construir factorías. La navegación se realizaba mediante la técnica del cabotaje, partiendo desde las fronteras en el Delta. Aquí si podemos apreciar con claridad un factor ideológico, ya que es indudable la importancia de este medio de comunicación para la economía del país, que se aprovisionaba de elementos de prestigio como la famosa madera de Biblos, de la que se realizaban las barcas sagradas situadas en las capillas de los distintos dioses y muy especialmente de Amón, y pese a lo anterior Egipto ni siquiera elaboró una palabra propia para el mar, adoptando el nombre que sus vecinos usaban: yam. En el espacio simbólico egipcio el mar no tenía cabida.

Áreas fértiles y zonas áridas:
Podemos dividir Egipto, de sur a norte, en dos grandes áreas, la zona del Valle del Nilo (Alto Egipto) y las zonas de desembocadura, el Delta del Nilo (Bajo Egipto) y en ambas encontramos tanto zonas fértiles como otras áridas. La depresión del Fayum forma parte del Alto Egipto y merece unas líneas ya que constituyó uno de los hitos en la historia egipcia al ser creado desde allí un sistema de irrigación, erigiendo un dique y construyendo multitud de canales que lo conectaron con las corrientes de agua conocidas en la actualidad como el Bahr Yussef (el canal, el brazo de agua de José) para conseguir nuevas tierras de cultivo durante la dinastía XII. La zona se desecó con este fin ya que anteriormente estaba ocupada por un lago de agua dulce y formaba parte de un gran oasis, no obstante con la obra realizada comenzó a recibir los aportes de agua y limo a través del Canal de José.
La zona del Delta por razones históricas y también como consecuencia de los sucesivos aluviones, es mucho menos conocida y tanto su agricultura como su dinámica económica y cultural diferían del Valle. No resulta difícil entender la complicación de vivir en una zona perpetuamente pantanosa, con pocas posibilidades de movimiento y en condiciones francamente insalubres. Pese a ello, tenemos noticias de asentamientos al menos desde el Neolítico y en la actualidad es uno de los objetos de estudio que más interés despierta en la comunidad científica.
La zona era tan ajena a la visión que los egipcios tenían de sí mismos y de su tierra que en realidad no era considerada parte de Egipto como el resto, era una especia de apéndice que tenía Egipto pero que no era del todo “Egipto”, hasta el punto de que en el texto más importante del rey Kamose (dinastía XVII), cuando se reúnen los aristócratas con el monarca y éste les propone lanzar un ataque contra Avaris, en aquel momento capital de los hiksos y situada en el Delta, los nobles le piden que deje las cosas como están y aducen que: “Ellos tienen SU Egipto, nosotros tenemos el nuestro”…. Aún reconociendo que ese Egipto que no necesita al Delta lleva a su ganado a pastar allí, previo pago, lógicamente. Esta información podéis encontrarla en la llamada Estela de Kamose 10.
Las áreas fértiles a su vez se encontraban divididas en al menos dos grandes bloques, aquellos situados en los márgenes del Nilo y que precisaban de menor irrigación y los que, siendo fértiles, debían recibir mayor atención. Posteriormente, cuando el reparto de tierras fue terminando con las dos primeras opciones surgió un nuevo tipo de lote que precisaba de irrigación artificial, de la construcción y mantenimiento de canales de regadío con un alto coste ya que se encontraban en lugares liminales. Estas últimas tierras debían ser puestas en cultivo por el Estado, que asumía los gastos y las entregaba posteriormente, ya nos hemos referido a esta circunstancia cuando se trataba de las márgenes del río y lo mismo ocurría con las zonas más alejadas. Conviene tener presente que no existe una cronología para la finalización del reparto de tierras, sabemos que durante el periodo conocido como Reino Antiguo el sistema ya estaba organizado aunque el territorio todavía disponía de zonas que podían ser tomadas por el Estado para la construcción de templos o instituciones. Desconocemos si tal circunstancia produjo una reacción en las comunidades vecinas porque la documentación no refleja tensión alguna. El reparto de tierras fue constante durante todo el Egipto faraónico e incluso durante la dominación griega y posteriormente la romana porque era un elemento dinámico. Tampoco existen suficientes trabajos sobre arqueología del paisaje, ideología del paisaje u ocupación efectiva y/o simbólica de la tierra –como si ha ocurrido de forma notable en los estudios de Grecia antigua- y en consecuencia no somos capaces de percibir las tensiones, si las hubo.
Además de las anteriores, la población egipcia vivía inmersa en una gran segmentación territorial tanto geográfica como ideológica, aquella que partía toda tierra en dos, el Kemet y el Desert 11:
            .- KEMET:
               La Tierra Negra, Egipto, la fertilidad, lo bueno. Y su antítesis:
            .- DESERT12 :
               La Tierra Roja el resto de mundo, lo extranjero por antonomasia, lo árido, lo malo.
Podemos asimismo considerar que para la población egipcia,  la tierra -KEMET- era por definición una tierra aculturada, con intervención humana. Esta condición estaba tan arraigada que los determinativos usados en las palabras refirmaban esa categoría. El símbolo de la ciudad niwt aludía a una tierra irrigada por canales, el de la parcelación…. Todo remitía a un espacio domeñado, conocido.
Por la misma razón, aquellos territorios hostiles, no conocidos, recibían un determinativo cuya función es la de indicar claramente su localización más allá de las montañas o más allá del horizonte, una forma de señalar gráficamente que se encontraban fuera del espacio ideal de Egipto, algo que incluso sin el conocimiento de la lengua era fácilmente detectable por la población. Esos mismos determinativos también podían ser usados en ciudades o territorios egipcios pero en ese caso lo que indicaban es que la zona se encontraba más allá de las montañas.
La escritura de la lengua egipcia, el jeroglífico, tiene la capacidad de mostrar ideas aunque el receptor no fuera capaz de leer; la obsesión por la extrema claridad en las definiciones y por ser entendidos condujo a este tipo de escritura que permite un cierto discernimiento. Los determinativos, complementos no fonéticos de las palabras, tienen también este origen en mi opinión. Por ejemplo: Supongamos que nosotros cada vez que escribiéramos cualquier palabra, por ejemplo CASA, también la dibujáramos al lado de las palabras como aparece en la imagen:CASA el dibujo es el determinativo en egipcio jeroglífico, determina, complementa a la palabra para que no haya duda alguna de su significado.
Otra identificación puramente ideológica era la de hacer acompañar el símbolo de “vencido” –una lanza truncada- como determinativo junto a los nombres de ciudades o estados, territorios e incluso personas. Durante el Reino Nuevo esta práctica se hizo habitual para establecer las listas geográficas de ciudades extranjeras, modificándose la lanza por la menos sutil indicación del torso de un prisionero vencido con los brazos atados a la espalda y un cartucho asido a esas manos, con el nombre de la ciudad. Así mismo, las zonas de Egipto que eran consideradas hostiles al poder o extrañas –como el caso de los oasis- con frecuencia eran adscritas al mismo sistema y se les colocaba un determinativo como indicación de su alejamiento del modelo ideal egipcio.
Existen muchas otras formas de nombrar a Egipto: La Tierra Querida, La Tierra del Junco y la Abeja, Las Dos Orillas, etc. Aquí sólo representamos las dos más frecuentes. De todos modos LA TIERRA DEL JUNCO Y LA ABEJA, forma parte de las titulaturas de los faraones desde las dinastías unificadoras ya que el rey porta el título de: “El que pertenece a la abeja y el junco” y “Señor de las dos tierras”, las reinas comparten este último título.
Los oasis eran al mismo tiempo tierra egipcia y tierra no egipcia. Sus habitantes eran considerados ajenos al sistema organizativo egipcio aunque formaran parte del mismo, si bien de un modo muy periférico y ello pese a cumplir funciones importantes, que en el Reino Nuevo se incrementaron. Un oasis era una unidad de producción agrícola de primer orden que se autoabastecía y que además acrecentaba el comercio interno ya que sus habitantes solían desplazarse a las grandes ciudades para vender sus productos. Sabemos de estas prácticas porque uno de los cuentos más populares que ha llegado a nuestros días tiene como protagonista a un habitante de los oasis tal como veremos a continuación:
 “El Oasita Elocuente” o “El Campesino Elocuente”, se conoce por los dos títulos aunque lo correcto es “oasita” ya que traduce la palabra exacta del egipcio jeroglífico –sejety, es decir habitante de un oasis-, en ningún momento se alude a que fuera un campesino y bien pudiera ser un comerciante. La obra, fechada en el Reino Medio, narra las vicisitudes de un habitante del oasis cuando se dirige a una ciudad del Valle del Nilo a vender sus productos y tiene un encuentro con un hacendado de la zona, propietario de campos de cebada, que urde una estratagema para quedarse con sus asnos y mercaderías, acusándolo de robar ya que un asno ha dado un bocado a su cebada mientras ellos discutían. El hombre denuncia el atropello ante el señor local que, a la vista de las dotes discursivas que lo adornan, envía mensaje al rey de que tiene a un oasita “que habla bien”. El soberano, falto de distracción, le pide que lo retenga y que se tomen por escrito sus largos discursos en favor de la restitución de sus bienes y el castigo a los culpables. Mientras tanto -como denuncia continuamente el pobre hombre- sus productos se pudren y su familia no sabe nada de él.
El análisis más común del cuento que todavía mantienen algunos sectores de la egiptología es que la narración forma parte del modelo común al Reino Medio en el que se glosaba la figura del rey como “buen pastor” frente a las arbitrariedades de los nobles territoriales. No obstante una simple lectura del cuento anula esta percepción.
La obra es también un alegato a la justicia tal y como se entendía en Egipto: para toda la ciudadanía independientemente de su posición social y/o económica y para siempre. En un momento de la narración el oasita afirma: “La justicia es para toda la eternidad”, también lanza un manifiesto contra la pobreza al afirmar: “Robar es natural para el que nada tiene…. No debemos irritarnos con quien roba, él no hace más que buscar para sí mismo medios de subsistencia”.
Constatación del papel que la ideología reservaba a los oasis es observar los dos modos en que se escribe la propia palabra: en el primero el determinativo es la figura de las montañas, aquello que significa la tierra extranjera, o las dunas más allá de la tierra de regadíos, el desierto y también la necrópolis, todo ello relacionado con la antítesis de la vida, de Egipto. En el segundo ejemplo aún se va más lejos y se le ha añadido en primer lugar el otro gran determinativo de alejamiento, el de extranjero vencido o simplemente vencido. El mensaje es claro, los oasis no sólo son tierras que están lejos, que son ajenas, sino que además son tierras que han sido conquistadas, real o idealmente y por tanto sometidas.
Asimismo, una serie de oasis situados en la frontera este del territorio, de norte a sur, constituía una ruta caravanera alternativa al Nilo, que unía los territorios del Delta con la Nubia, eludiendo el control del Alto Egipto, convirtiéndose a su vez en una magnífica vía de comunicación en tiempos de guerra, como se comprobó a finales del Segundo Periodo Intermedio, cuando el rey Kamose no consiguió ventaja sobre sus enemigos hasta que no fue capaz de comprender que los correos entre el rey nubio y el hikso pasaban sin problema alguno y sin ser interceptados siguiendo esa ruta de oasis. Una vez se hubo tomado el control sobre los enclaves, e incluso se hubo capturado a un correo, el ejército tebano estuvo en mejores condiciones para lanzar su razzia contra la capital hiksa.
La dicotomía tierra negra-tierra roja iba mucho más allá de la división puramente geográfica. Para el pensamiento egipcio el mundo estaba dividido en dos grandes grupos: Egipto y el resto, el ORDEN y el CAOS y estos dos elementos eran dinámicos de tal modo que el orden debía estar combatiendo, controlando, continuamente al caos ya que de lo contrario podía darse que el equilibrio se rompiera y en consecuencia el caos ganara la partida.
La tarea de controlar el desorden recaía sobre las divinidades pero también sobre las instituciones terrenales que los dioses habían creado a tal fin, el rey era responsable ante los dioses de que el equilibrio, representado por MAAT, tanto una divinidad como un principio abstracto de justicia, equidad y equilibrio, se respetara y la pérdida de esa característica era motivo para que el monarca fuera desposeído de su trono. De hecho una de las formas de acabar con un reinado que disgustara, era acusar al rey de “haber perdido Maat”. Maat era el principio fundamental de justicia que todo funcionario público debía cumplir a rajatabla y los visires, también ministros de justicia en el ordenamiento egipcio, eran los responsables de que los tribunales actuaran bajo ese ideario al punto de que se les recordaba en cada toma de posesión y sus escribas recibían el nombre de “escriba de Maat” para subrayar la responsabilidad que asumían en el desempeño de su oficio.
Asimismo el dios Seth se ocupaba de controlar el caos, de mantenerlo en la frontera para evitar que Egipto fuera engullido por la falta de orden. En consecuencia Seth era considerado un dios del desierto con funciones claramente apotropaicas y como cualquier deidad con estas características, capaz de una violencia extrema. Pero Seth era también una mitad de Egipto, mientras que Horus, otra divinidad primigenia, representaba la otra mitad. Nuevamente un par, nuevamente dualidad que se trasluce en una manifestación iconográfica de esa unión. Ambos dioses representan la conciliación de fuerzas contrarias, fuerzas que son la fuente del orden, de la estabilidad del país y en definitiva del poder político y del Estado. Si surgía un problema, la reconciliación se simbolizaba con el acto de enlazar las plantas heráldicas de ambos territorios –Alto y Bajo Egipto- alrededor del signo jeroglífico para “unificación”, siendo ambos dioses los que sujetaban los extremos de las cuerdas. Unido al símbolo, la ceremonia llamada Shema Tawy (unificación de las dos tierras) servía de catarsis y punto final al conflicto.
La obsesión por la lucha entre el orden y el caos, Egipto y el resto del mundo, el modo de vida egipcio y el otro, alcanzaba todos los órdenes. Ya hemos hecho referencia a que la ciudad, el territorio habitado establemente ocupado por la ciudadanía constituía EGIPTO y por esta razón el modo de vida sedentario era el orden por contraposición al caos, el nomadismo, lo que estaba dentro de la ciudad –o de los muros que protegían los grandes edificios como templos, eso era ORDEN, lo que estaba fuera era CAOS, el simbolismo egipcio lo representó al inicio de sus construcciones dotando a los templos de un modelo único y muy complejo de murallas que imitaban las ondulaciones del agua y funcionaban como ejemplo arquitectónico perfecto, manifestación de que extramuros habitaba el caos y dentro el orden. Debemos ser conscientes de que una realización de este tipo entraña un coste más elevado, una técnica depurada y cálculos muy ajustados. El simbolismo tampoco debe apartarnos de otras cuestiones más prácticas, en la actualidad se sabe que los muros ondulados presentan una mejor resistencia a las acometidas del agua y a las filtraciones derivadas de las mismas por lo que la sociedad egipcia halló la forma de aunar su percepción del mundo y la protección de sus ciudades.
La población egipcia consideraba la mayor de las desgracias vivir fuera de su orden, como “aquellos a los que el viento agita las tiendas” (los nómadas) y morir fuera del territorio ordenado, ecuménico, seguro, de Egipto 13. Su mundo también estaba circundado por las murallas naturales que protegían a sus habitantes, las arenas del desierto, las cataratas y el mar. Egipto estaba a salvo dentro del nicho que los dioses habían diseñado exclusivamente para ellos.
En estos márgenes debía desarrollarse la vida, allí también debían enterrar a sus muertos 14, fuera del lugar de cultivo, fuera de las tierras fértiles. La zona destinada al Más Allá era el Occidente 15; las necrópolis se construían en el occidente, la diosa del occidente –en ocasiones representada por una montaña- recibía al muerto en la necrópolis. Ello no significa que al oriente no se construyeran necrópolis pero simbólicamente el muerto alcanzaba el occidente 16.
Lo que compartían todos los asentamientos era su posición en tierras liminares y habitualmente en alto, dominando el espacio fértil que se extendía a sus pies y ello es especialmente notable en las tumbas de nobles. De este modo se cumplía una doble o triple función:
Se exhibía de forma notable quién y cómo controlaba los territorios aún después de muerto. No olvidemos que las tumbas son un elemento de la ideología que sirve como símbolo de poder y en consecuencia no se organiza una necrópolis para los  muertos, su función va más allá, se crea la necrópolis para los vivos, es la forma de mantener el prestigio y el poder entre las familias nobles, es el discurso social por excelencia.
Se preservaba la zona fértil, manteniendo las grandes construcciones lo más alejadas posible de ella y destinando toda la tierra con capacidad productiva a tal desempeño.
En una tierra sujeta a la variabilidad de las aguas, inundaciones periódicas, etc. mantener las necrópolis en territorios alejados de las zonas cultivables y habitadas era también una medida profiláctica, se evitaban enfermedades a la vez que se aseguraba la inviolabilidad de los enterramientos, lo que hubiera resultado prácticamente imposible en zonas cercanas a la inundación.

I.  1. Reparto de territorio y parcelación de terrenos

Hemos visto cómo Egipto organizaba su territorio interior mediante dos ejes fundamentales formados por el río que lo atraviesa y da sentido y la división entre norte y sur, Alto y Bajo Egipto. El país, además disponía de fronteras administrativas tanto en el este, en la divisoria con los desiertos del Sinaí y Néguev, como en el sur, con las tierras nubias. Ello no significa que en el oeste no las hubiera y desde luego así lo suponemos pero lo cierto es que la información documental de dicha zona –que se corresponde con la actual Libia- no es tan exhaustiva como en las otras fronteras aunque sabemos de los frecuentes intentos de tribus libias por introducirse en el territorio, especialmente en la zona norte, en el Delta e incluso se han documentado enfrentamientos que obligaron a desplegar contingentes militares. Más al sur de esa línea en el oeste, es donde comenzaban los oasis de los cuales hablamos anteriormente formando un tipo de frontera natural que, jalonada de estos núcleos urbanos adscritos a Egipto, constituían también un freno a los intentos de invasión que se produjeron durante toda la historia de Egipto. Más adelante volveremos a este asunto cuando nos refiramos a la creación de ciudades defensivas.
Los límites de Egipto con los desiertos del este siempre han sido difusos y han constituido una preocupación y una ocupación política desde los inicios del Estado. Una preocupación porque era una zona por la que se infiltraban grandes grupos de semitas que se asentaban fundamentalmente en el Delta pero que también podían optar por continuar hacia el sur y repartirse por todo el país. No obstante, ello no significa que la llegada de semitas fuera mal vista, de hecho dependía del momento ya que las fronteras con el desierto eran también los lugares en los que las grandes caravanas que llegaban de tierras lejanas podían ofrecer sus mercaderías a la población egipcia y se producía tanto intercambio comercial como recepción de nuevas tecnologías. Sin embargo el discurso era uniforme: los semitas que llegaban se presentaban como enemigos de Egipto, extranjeros que no conocen la civilización…. el CAOS, creando nuevamente una dualidad entre ese discurso y la realidad de la convivencia, muy especialmente en el Delta, donde la afluencia de extranjeros de todo tipo y condición, incluidos los minoicos primero, micénicos después, griegos, etc., era lo habitual. No olvidemos que para penetrar en Egipto por cualquier parte, había que atravesar una frontera en el sentido moderno del término, y por tanto el grupo o individuo que penetrara o lo hacía ilegalmente con unas consecuencias terribles o lo hacía legalmente, con una autorización por lo que no es difícil deducir que los o cualquier extranjero, que se asentara en Egipto lo haría con la plena aquiescencia de las autoridades. De hecho existía el título de Jefe de las Fronteras, de enorme importancia, cuya labor consistía precisamente en ejercer un control sobre aquellos que deseaban acceder a Egipto, temporal o definitivamente. Para llevar a cabo su cometido con éxito se servía de un gran aparato administrativo y funcionarial y también de tropas que patrullaban las demarcaciones fronterizas.
Durante los inicios del Reino Medio, Amenemhat I dejó constancia de la construcción de un gran muro en la zona del Wadi Tumilat, en el Delta, llamado “Los Muros de Príncipe” cuya función era proteger a Egipto de los intentos de penetración de extranjeros, al parecer relacionados con los grandes movimientos de pueblos que tenían lugar desde hacía ya más de un siglo como consecuencia de la caída de Ur III y de los avances de grupos nómadas hacia el Sinaí. No obstante y hasta ese momento, la arqueología no ha sido capaz de localizar los restos de dichas construcciones que debían de ser, por fuerza, monumentales y lo que sí está probado es que durante el reinado de este faraón su hijo, en funciones de príncipe heredero y por tanto al cargo del ejército, tuvo que desplazarse en varias ocasiones al flanco oeste para frenar las acometidas de las tribus libias. Ello ha dado pie a interpretar que el gran muro del Príncipe pudo ser propaganda más que una obra verdadera de tal magnitud.
En resumen, Egipto se había ocupado de su flanco este con especial atención y ello resulta de sencilla explicación simplemente teniendo delante un mapa. Egipto no podía sino considerar con esmero una zona por la que se movía habitualmente en sus desplazamientos hacia Canaán y aún más al norte, hacia las ciudades-estado fenicias. Además de lo anterior, el sistema de navegación marina egipcio –cabotaje- le obligaba a mantener buenas relaciones con las ciudades situadas en la costa.
Durante el Reino Nuevo se creó una vía de comunicación/control desde Egipto formada por al menos 11 fortalezas, cada una de ellas aprovisionada y con almacenes de víveres a una jornada de distancia entre ellas, a la que llamaron El Camino de Horus y que también servían como puestos de control fronterizo. Al mismo tiempo y más al sur en el pleno desierto del Sinaí, Egipto obtenía materias primas y bienes de prestigio, como la turquesa y construyó desde los inicios del Estado diversas factorías de extracción a las que fue añadiendo templos dedicados a divinidades puramente egipcias. Obviamente el trabajo se realizaba desplazando personal desde Egipto pero también llegando a acuerdos temporales con los grupos nómadas asentados por el territorio. Sin formar parte de Egipto y sin jamás hacer mención alguna de ello por escrito, existía una consideración de que aquellos territorios pertenecían a Egipto por derecho, razón por la cual siempre hubo problemas políticos y militares en la zona.
En franca contradicción con la frontera este, los grupos nubios, que también eran visitantes habituales de Egipto, vivían en un régimen distinto. Expresando una vez más la dualidad ideológica que venimos advirtiendo, los habitantes de Egipto mantuvieron relaciones culturales, económicas, políticas y de ayuda mutua con la Nubia desde las primeras dinastías. Los arqueros del ejército egipcio eran nubios, así como una buena parte del resto de los militares, y las expediciones comerciales hacia Nubia fueron práctica común. Las oligarquías se relacionaban fluidamente y especialmente durante el Primer Periodo Intermedio e inicios del Reino Medio algunas familias nubias o de origen nubio llegaron a la cúspide del poder en Egipto, colocando a sus descendientes incluso entre la realeza 17. Precisamente de las zonas fronterizas con Nubia y de las fortalezas militares situadas allí, especialmente de Buhen, es de donde hemos obtenido una información más jugosa sobre el funcionamiento de lo que podríamos llamar en términos modernos “política de emigración”. Entre la numerosa documentación que nos ha proporcionado el asentamiento se encuentran las instrucciones de actuación con relación a los extranjeros que pretenden entrar en territorio egipcio y resulta fascinante observar cómo, según el momento económico del país, se autoriza la entrada a trabajadores o se les restringe. Un documento esclarecedor es aquel en que se indica a los funcionarios de aduanas destinados a las fortalezas que dejen entrar a los comerciantes pero nieguen el paso a los que buscan establecerse haciéndolo en los siguientes términos: “Impedir que cualquier nubio pueda atravesarla cuando se dirige hacia el Norte, ya sea a pie o en barco, así como al ganado de los nubios, excepto a un nubio que venga a comerciar a Iqen o como enviado”. 18.
Las fronteras eran inviolables en ambos sentidos, y por esta razón estaba tan penado entrar como salir ilegalmente, y en este segundo caso no importaba si eras extranjero o egipcio. Tenemos constancia literaria en el Cuento de Sinhué, que narra su terror cuando huye del país, cómo permanece agazapado esperando la oscuridad para cruzar la frontera sin ser visto, atemorizado de ser herido o detenido ya que supone que se ha emitido una orden de busca y captura contra su persona. Al mismo tiempo, durante el Reino Nuevo era común que la fuerza de trabajo, nuevamente extranjera o egipcia, tratara de escapar por las duras condiciones que se estaban imponiendo y patrullas fronterizas eran enviadas en su persecución. Económicamente, no resultaba rentable enviar a una patrulla en persecución de una persona, como es el caso de muchos de los documentos recogidos, sin embargo tenía un indiscutible valor desmoralizador para quienes estuvieran meditando la huída. Las fronteras no obstante podían ser más permeables, y de hecho, lo eran, cuando en Egipto se necesitaba gran cantidad de mano de obra y se buscaba el apoyo de grupos nómadas de nomadismo cerrado que podían ser sedentarizados por largos periodos, incluso cientos de años, pero luego eran capaces de regresar con normalidad a sus hábitos viajeros. El modelo económico impuesto en cada momento del estado egipcio configuraba la dificultad en la frontera, en ocasiones resultaba difícil entrar y en otras lo problemático era salir.
Delimitado ya Egipto nos queda entender cómo se organizaba fronteras adentro. El país estaba dividido en una serie de entidades autónomas llamadas por los griegos nomos, el equivalente a provincia o distrito, pero que los egipcios llamaban Spat spAt (zpAt), la escritura de la palabra en jeroglífico, como es habitual, nos ofrece profusa información sobre el sentido último de esta delimitación que era territorial en un principio pero que derivó en un ordenamiento administrativo y político. El símbolo que aparece al final de palabra, el determinativo, es el que se utiliza para indicar que son tierras cuadriculadas por acequias de riego y se utiliza en múltiples palabras relacionas con el urbanismo en Egipto y también aparece como determinativo para Alto Egipto, en consecuencia un spat es la superficie de tierra cultivable. Una definición más entendible y amplia del spat sería las autonomías españolas o los estados federales mexicanos, ambas realidades son territoriales, administrativas y sin duda políticas y ambas configuran, a su vez, el estado del que forman parte. El sistema se mantuvo hasta las reformas de Diocleciano y Constantino, los emperadores romanos.
Como en cualquier otro asunto administrativo, los nomos 19 estaban organizados entre el Alto y el Bajo Egipto. Su número varió durante toda la historia de Egipto, ya que las vicisitudes políticas incidieron en la creación, cambio de fronteras, adscripción de una ciudad a determinado nomo, etc., pero en términos generales podemos afirmar que Egipto se dividía en 42 nomos, 22 de Alto Egipto y 20 de Bajo Egipto, a la cabeza de los cuales se encontraba el nomarca “el que abre los canales” un título bien explicativo del papel que se reservaba a los gobernantes y que portaban estos durante el Reino Antiguo. Esta ceremonia de apertura de canales también la realizaba el rey e incluso forma parte de la Paleta de Narmer, uno de los primeros documentos iconográficos sobre la realeza y que data del periodo predinástico. Allí aparece el rey abriendo canales de irrigación.
Ya estamos situados en una división administrativa, ahora conviene que veamos cómo se organizaba la tierra. Los textos egipcios recogen al detalle el tipo de tierras que poseía cada particular o institución y uno de los primeros errores interpretativos que se comente es creer que la tierra en su totalidad pertenecía al faraón. Ello sería tan cierto como afirmar que el Rey de España es el rector de todas las universidades ya que firma el título de los licenciados… La tierra era del Estado o pertenecía a particulares que la poseían por herencia, desde tiempo ancestrales, porque la habían comprado, porque la habían recibido como parte del pago por un trabajo, como recompensa, etc. Las instituciones eran dotadas de tierra por el Estado y por esta razón sería más ajustado a la realidad afirmar que toda tierra que no tuviera un propietario legal era propiedad del Estado que podía cederla, regalarla, alquilarla, enajenarla, etc., en función de las necesidades y/o intereses del momento. La tierra era la gran moneda de pago que el Estado se reservaba para sí. Abundando más, el ideal social egipcio era el del campesino autosuficiente que vive de sus propios bienes, que ha conservado la herencia de sus padres y, con su esfuerzo, ha aumentado su patrimonio como vemos en los textos que plasmamos a continuación: “Tras haber vivido gracias a mis propios bienes, abandoné mi casa y bajé a mi tumba. Yo no sacrifiqué más que la cabra que había adquirido con mi esfuerzo” (Estela Cairo CGC 1596).
Dentro de este ideal social, se incluía de un modo fundamental la meritocracia, como vemos en los siguientes textos:
“Yo era un ciudadano corriente que vivía de sus propios bienes, que cultivaba la tierra con su propia yunta y que navegaba en su (propio) barco” (Estela Chicago Oriental Institute 16956).
“Yo era uno rico en ganado y en aves, rico en bóvidos aunque descendía (de una familia) de cinco herederos 20, yo era propietario de asnos, propietario de tierras-jebesu y tierras-jetiu en las que excavé un canal” (Estela British Museum 1628).

La meritocracia podía ser real o sencillamente fingida 21. Es habitual leer autobiografías de miembros de la aristocracia que se jactan de su origen humilde y de su ascensión obviando los cargos, títulos y posición social de sus padres. El modelo del hombre que se gana el ascenso y el respeto por sí mismo se inició con las primeras dinastías y llegó hasta el fin de la cultura egipcia autónoma. Con la llegada de los griegos ese ideal desapareció como no podía ser de otro modo. Los griegos no eran muy proclives al ascenso social de los desfavorecidos con lo demuestra su modelo de democracia.
La terminología relacionada con los tipos de tierra, su ubicación y el tipo de cultivo que se practicaba en cada uno de ellas es tremendamente importante pero desgraciadamente no poseemos tanta información como desearíamos, especialmente porque un egipcio no necesita explicar en un documento administrativo qué significaba, por ejemplo, “tierra jato”, ya que cualquier lector del documento conocía sobradamente a qué se hacía referencia. Los muy comunes registros fiscales nos hablan de la existencia de una variada terminología donde una denominación dependía fundamentalmente de la calidad de la propia tierra, el grado en que ésta era afectada por la inundación, el tipo de cultivo al cual se dedicaba e incluso los ciclos rurales de esos cultivos.
Sin embargo, y pese a tal avalancha de información, las fuentes egipcias citan profusamente grandes grupos:

TIERRAS ALTAS (qayt):
Parecen corresponder, como su nombre indica, a las tierras elevadas donde las aguas de la crecida no siempre alcanzaban. En estas tierras, y muy especialmente durante el Reino Nuevo, se situaban grandes explotaciones agrícolas en manos de las instituciones del país, siendo los templos los que aparecen en la documentación con más profusión.
Es lógico suponer que si el Estado debía dotarse de nuevas tierras, bien para uso propio o bien para concederlas a otros, dichas tierras se encontraran entre las menos accesibles al cultivo porque las mejoras ya fueron ocupadas. Por otra parte la mayor inversión a realizar recaía de este modo en las arcas públicas como ya mencionamos anteriormente.
Las especiales condiciones del suelo obligaban habitualmente a realizar ciclos de cultivo bianuales con el fin de evitar el empobrecimiento del suelo, asegurar la regeneración y permitir la buena fertilización de los campos. Asimismo, y a diferencia de las fincas de tipo familiar, aquí como en las grandes explotaciones, se utilizaba la yunta de bueyes. Podemos afirmar, pues, que la tecnología de la época se usaba profusamente en las fincas administradas por el Estado.

ISLAS NUEVAS (iu maut):
Tierras inundadas por la crecida, lo que les confería una especial condición: su morfología podía variar a lo largo del tiempo debido a los cambios del curso del río, los depósitos de sedimentos, etc.
Pese a que la mayoría de la investigación coincide con los criterios arriba expresados, ya que incluso en papiros de época ptolemaica se mantiene que una tierra maut bordea el río y una tierra qayt es fronteriza con el desierto, otras fuentes parecen apuntar a una mayor complejidad en la división y calificación del suelo, que obedecería a consideraciones todavía no esclarecidas por completo.
Si dirigimos nuestra mirada a la denominación de tierras por su régimen de tenencia, la cuestión aún es más complicada y nuevamente dos grandes grupos parecen despuntar entre otros:
TIERRAS AJET:
Dedicadas especialmente a la producción cerealística, en manos de pequeños productores privados pero también de grandes instituciones que las cedían a  intermediarios (ahora los llamaríamos arrendatarios o concesionarios) mediante el acuerdo de entregar cuotas preestablecidas a sus propietarios. El término para designar a estos personajes es el de ijutiu, con frecuencia traducido como labradores pero que incluye a una amplia gama de personas en función de la cantidad de tierra arrendada, ya que tanto podía ser un ijutiu quién se había asegurado un campo en concesión para sobrevivir como un magnate que tuviera grandes extensiones de tierras. Por lo demás, la documentación de Reino Antiguo vincula este tipo de tierras a sistemas de trabajo obligatorio y gravámenes, es decir que las corveas mediante las cuales se pagaban los impuestos podían cumplirse en estas tierras y también los castigos de trabajos forzados que se imponían. Podríamos pues afirmar que las tierras ajet eran entregadas a instituciones, individuos y quedaban en la administración del Estado y que en el caso de las grandes extensiones, solía usarse mano de obra vinculada a la corvea y los tributos para realizar los trabajos correspondientes.

TIERRAS JATO 22:
Desgraciadamente sabemos únicamente que son tierras que, debido a la ausencia de irrigación artificial a gran escala, recogían una cosecha anual.
Por correspondencia del Reino Nuevo hemos podido colegir que las aldeas estaban obligadas a trabajar esas tierras por cuenta de la corona (del Estado), aunque determinados grupos sociales acomodados –como el caso de los ya conocidos nemeju-, pagaban al Estado una compensación en oro para evadir dicha responsabilidad.
En la documentación de Reino Nuevo aparece también un tipo de tierra, denominada jebesu 23 que parece corresponderse también con terrenos de labrantío, con irrigación artificial a cuenta del Estado y cuya supervisión recaía en el visir, máxima autoridad del gobierno, el cual delegaba en funcionarios cuyo título “Supervisor de las tierras jebesu” es suficientemente explícito y una de cuyas obligaciones era la vital de medir las porciones cultivadas y participar en la confección o rectificación del catastro, elemento de poder donde los haya pero específicamente en las economías del mundo antiguo. El título de “Escriba de los campos” o “Escriba de los campos de... (y aquí el faraón, Amón, el Templo de x…..) evidencia la propiedad y administración de grandes lotes de forma paralela al Estado. Grandes cantidad de estas tierras fueron a caer en manos del Templo de Amón en Karnak, o por mejor decir, en su representación terrenal, es decir la nobleza tebana, durante el Reino Nuevo, como regalo de la corona, en ese proceso de empobrecimiento del Estado en beneficio de la oligarquía al cual nos referimos anteriormente.
El control del catastro era de suma importancia por dos razones, la primera se debía a las especiales características geográficas del país. El Nilo solía borrar los mojones indicativos de parcelas y propiedades y cada temporada se recurría al catastro para volver a parcelar sin arrebatar tierras de una propiedad para concederlas a otra. En segundo lugar, un país tan extraordinariamente funcionarial como Egipto se mostraba extremadamente puntilloso con la documentación y todo, absolutamente todo, debía registrarse en los organismos oficiales correspondientes. Este celo administrativo condujo a que una familia pudiera recuperar, 200 años después, una tierra que le había sido arrebatada con malas artes y presentación de documentos falsos por soborno. Dos siglos después un heredero pudo pleitear y con ayuda de la documentación catastral custodiada en las oficinas públicas, su familia recobró la tierra.

I. 2. La apropiación del territorio extranjero

Las cosmogonías egipcias mostraron escaso interés por plantear el dominio de los dioses sobre tierras extranjeras, sobre el mundo más allá de Egipto, porque Egipto no se preocupa más que por Egipto… Sin embargo, ese mismo Egipto intelectual y simbólicamente aislado, autista, sintió muy tempranamente la necesidad de articular ese no-territorio porque los intereses económicos e incluso estratégicos colisionaban en la práctica con tal visión. La tierra extranjera recibía ese nombre y también el de LOS NUEVE ARCOS, denominación genérica bajo cuya protección se cobijaba tanto el pueblo vecino fronterizo como los lejanos. Los Nueve Arcos solían aparecer representados a los pies del faraón de turno, siendo pisados por él en una imagen clara de control y sometimiento, era algo más que una representación geográfica, era una indicación de identidad, del no-ser. El extranjero no es egipcio, no es Egipto y constituyen una amenaza a tener en cuenta.
No es extraño, pues, que al iniciar la penetración al sur de sus fronteras, al comenzar el proceso imperialista hacia la Nubia24 hubiera que reconducir ese aislamiento forjando un mundo al servicio del modelo egipcio, un mundo más allá de las fronteras, que los dioses habían situado allí únicamente con el fin de que Egipto pudiera disfrutarlo. Este giro ideológico se verá plasmado en el nombre otorgado para cualquier tierra fuera de Egipto pero muy especialmente para la primera sobre la que hicieron recaer sus ambiciones, La Nubia. El apelativo es en sí mismo una declaración de principios: LA TIERRA DE LOS DIOSES (Ta Netcher), estudiada por Goedicke (1998: 23-28), denominación vaga de territorios a los cuales se accedía con el beneplácito de los dioses, que los habían situado precisamente allí para la población egipcia. Es una base para el reconocimiento de una autoridad divina donde no llegaba la autoridad política de Egipto, un modo de poner bajo control los recursos que se obtienen de las expediciones. El término se amplía como LAS TIERRAS DE LOS DIOSES (Ta Netcheru) durante el Reino Nuevo. Ese dios al que hace referencia el nombre no está personalizado, es tan abstracto e indefinido como las tierras mismas 25. Ese no-mundo mitológico correspondía en la práctica al ámbito de influencia económica en la cual el Estado, por la mano idealizada del faraón, podía actuar impunemente enviando expediciones para conseguir oro, incienso, jirafas, bienes de prestigio… las tierras de no-Egipto pertenecían al faraón, pertenecían a Egipto, únicamente para su explotación, sin necesidad de justificar tales acciones puesto que idealmente existían únicamente debido a ello y estaban obligadas a “permanecer bajo el agua del faraón”, el monarca, por su parte, se veía impelido a “llevar el temor de Horus a las tierras extranjeras”, “avanzar las fronteras de Egipto hasta cubrir todo lo que encierra el círculo solar”… se veía forzado a la conquista debido a un paradigma ideológico que consideraba la necesidad de someter las zonas vecinas y aún lejanas, como vemos en el caso de las ciudades-estado cananeas. Por esta razón con frecuencia los textos afirman que el rey ha sido elegido por el dios “para gobernar todo lo que encierra el disco solar”, sus epítetos siguen también la misma dirección.
La actuación política no modificó sustantivamente los perfiles de Nubia.  Por la documentación que nos ha llegado podemos colegir que Egipto desarrolló en una primera fase una estrategia puramente extractiva, sin apenas intervenir en el espacio y solo a partir del Reino Nuevo 26 se comenzó la construcción de templos, con todo su aparato administrativo y funcionarial, que en ocasiones terminaba por constituir a su alrededor una ciudad de nueva creación, habitada por los colonos desplazados para ocuparse de los servicios del templo y de la recaudación de los tributos a los que se sometía a los nubios.
Poseemos documentación de tumbas egiptianizantes en las que se representan imágenes de lo que parecen unidades de producción especializadas al estilo egipcio no obstante, al tratarse de nobles que exhiben elementos de imitación, no podemos dilucidar si estamos frente a motivos reales y se llegaron a dar esas factorías agrícolas en Nubia.
En la zona cananea el proceso fue muy distinto, las ciudades no se modificaban apenas, o no consideraban necesario informar de ello. Canaán se dotó de fortalezas a lo largo del Camino de Horus y de almacenes de aprovisionamiento pero prácticamente no hubo colonización, ni se consideró necesario cambio alguno, simplemente se entregaba la ciudad al control de la nobleza tebana, a través del Templo de Amón en Karnak 27.
Esta premisa se ve alterada por dos noticias que recogen los textos, la creación de un centro en Djahy 28 llamado “La-casa-de-Ramessu-el-Gobernador-de-Iwnw- (Ramsés III) donde los extranjeros de Retjenu 29 debían entregar sus impuestos con el fin de centralizarlos y proceder a su envío a Egipto y la parcelación de Megido. Inmediatamente después de lograr su dudosa victoria en la ciudad, los textos del faraón Thutmosis III nos informan de que envió escribas del Templo de Amón en Karnak con el fin de fraccionar las tierras propiedad de la ciudad-estado y proceder a su reparto. En el primer caso, la documentación no nos permite precisar si se trata de un asentamiento exnovo o simplemente se ha cambiado el nombre de la ciudad como ocurrió con Gaza, que recibió el nombre de “La que el soberano tomó” después de que las tropas de Thutmosis III la conquistaran.

II.  SU ORDENACIÓN: URBANISMO EN EGIPTO

Egipto era una sociedad eminentemente rural y pese a su sofisticado sistema burocrático, el campesinado constituía el grueso de la población y en consecuencia podemos afirmar que el hábitat más extendido era la aldea, la pequeña aldea que proliferaba por el paisaje egipcio. No obstante la distribución de los núcleos poblacionales no era ni uniforme ni estable, una característica especial derivada tanto de la dinámica fluvial como de avatares históricos y/o políticos. Algunas regiones estaban fuertemente pobladas mientras que otras parecían dedicadas a otras funciones, como pasto para los animales, y su densidad era menor. La intervención directa del Estado por medio de sus representantes podía alterar radicalmente el espacio en una región determinada, dotándolo de una nueva organización, eligiéndolo como base de creación de nuevos núcleos habitacionales, impulsando la colonización agrícola o reubicando a los pobladores en una ciudad y dejando las aldeas abandonadas. Crear un nuevo núcleo poblacional, dotar a un territorio de edificios es, en palabra de Barry J. Kemp: “el acto supremo de imposición de un orden sobre la naturaleza” (1996: 175). El modo en que imponga ese orden ayudará a la ciencia a entender dicha civilización.
En el caso que nos ocupa, la aldea era la red básica de la que partir y el siguiente paso, lógicamente, la ciudad. Asentamiento de mayor entidad, cuyo tamaño oscilaba entre la pequeña ciudad y verdaderas aglomeraciones urbanas, algunas de las cuales, como es el caso de Menfis, ya eran grandes centros urbanos en las primeras dinastías. El problema al que nos enfrentamos en Egipto cuando comenzamos a tratar asuntos como la urbanización es el secular atraso de la arqueología egipcia en estos asuntos y la falta de excavaciones arqueológicas que nos permitan trazar un perfil ajustado de la evolución a través del tiempo. En el caso de Egipto la monumentalidad ha sido un factor disuasorio para los equipos científicos y la gran cantidad de templos y necrópolis a nuestra disposición ha ido en claro detrimento de los estudios de urbanismo. Sólo en los últimos años podemos ver un creciente interés hacia los estudios de arqueología urbana.
Las ciudades más antiguas de las que tenemos noticia y en la que se ha trabajado, caso de Hieracómpolis o Elefantina, sufren en su plano de un trazo callejero irregular y escaso de planificación lo que indicaría una falta de intervención del poder central. Podríamos afirmar que son anteriores al Estado. El caso de Elefantina ejemplificaría muy bien el proceso natural de nacimiento de una cuidad en Egipto:
Una aldea del periodo protodinástico se va extendiendo en el territorio circundante. Se instala un pequeño templo dedicado a la diosa Satet. Ya en época dinástica, durante la dinastía I, se construye una fortaleza amurallada que va creciendo y ampliando los mismos muros hasta que estos engloban en su territorio al templo y finalmente al asentamiento en su totalidad. En la dinastía III ya encontramos una pequeña ciudad de provincias que es la suma de todo lo anterior.
Elefantina también ejemplifica cómo, a partir de una actuación del Estado sobre el territorio, en este caso la construcción de una fortaleza, se inició un proceso que significó la desaparición de algunas aldeas aledañas y la concentración de la población en un único núcleo urbano. Un modelo que podemos constatar a lo largo del país.
No obstante lo anterior, cabe destacar que durante el Reino Antiguo tuvo lugar el surgimiento de numerosas ciudades que no eran consecuencia de un decreto real sino fruto de la iniciativa local. La falta de concordancia constructiva e incluso las modificaciones en las habituales murallas, realizadas siguiendo las necesidades de cada momento y sin apreciarse una planificación estratégica general, así lo estarían indicando. La nueva ciudad también actuaría como foco de atracción y se podría producir el proceso inverso al de Elefantina, al albur del núcleo naciente, la administración central intervendría con el establecimiento de un edificio administrativo en el hinterland ciudadano.
Entender la dificultad que enfrentamos acerca del urbanismo en Egipto es también entender, una vez más, cómo se definía el fenómeno de urbanización en términos de escritura, es decir de pensamiento. El vocablo más común para designar un centro de población revestía tal complejidad que nos impide dilucidar el significado último, ya que se utilizaba para gran variedad de lugares.
 El término niut niwt tanto podía aludir simplemente a un topónimo o localidad en general como a una aldea, una ciudad de cualquier tamaño, un pueblo, etc., e incluso aparece como determinativo en el nombre de Egipto, Kemet, remarcando el concepto urbanita del país. La idea tácita en la palabra es que da cobertura a un espacio transformado por la acción humana y ello incluiría también los centros de actividades productivas, ya que, en definitiva, son obra de la acción humana. Así, tendríamos que una aldea, una factoría de cerveza, un territorio extenso pero tapizado de aldeas… todo ello vendría determinado por el jeroglífico niut. Sin embargo alguna noción de significado podríamos deducir del hecho de que la ciudadanía de pleno derecho recibiera el nombre de niutyu,ciudadano,un plural colectivo 30 al que solía acudir frecuentemente la población cuando debía reclamar sus derechos: “Yo soy un/a ciudadano/a” era una constante en la documentación que hemos podido rescatar relacionada con las quejas a la administración pero también era una de las afirmaciones de orgullo que se plasmaba en tumbas o estelas.
Durante tiempo se creyó que el símbolo niut representaba el plano de una localidad egipcia típica y por tanto se dedujo que su trazado era circular con dos calles principales que se cruzaban en su interior. Sin embargo, con el aumento de las excavaciones, se ha podido constatar que los planos urbanos no obedecen a esta figura ni contienen las paradigmáticas dos calles. Ello ha conducido a los especialistas a suponer que el símbolo es abstracto y no se corresponde con una realidad arquitectónica. Mi opinión es equidistante de ambas posturas. No necesariamente se recoge con total exactitud cómo se organizaba una ciudad, pero si posiblemente resumía cómo debía ser idealmente. Lo cierto es que los planos de las ciudades planificadas por el Estado y creadas exnovo muestran un trazado ortogonal y ordenado, muy en consonancia con la idea del Egipto ordenado y eficiente que pretendía trasmitir. El punto álgido de la planificación se alcanzó durante el Reino Medio con el “asentamiento modelo” de la ciudad de Kahun, de la cual nos han llegado planos perfectamente trazados y a la que Barry J. Kemp dedica un capítulo en su obra El antiguo Egipto, anatomía de una civilización (1996: 190-202). Allí vemos incluso la variación de las viviendas en función del número de ocupantes, teniendo en cuenta aspectos como que los mayores precisan vivir con sus hijos al envejecer y que suelen enviudar... Gracias a los papiros rescatados de Kahun y a los rigurosos censos egipcios seguimos las vicisitudes de una familia media desde el matrimonio y ocupación primera hasta la muerte del padre y la herencia por parte del único hijo que tuvo la pareja, ya que la esposa murió muy tempranamente y el padre nunca se volvió a casar, algo muy común en Egipto donde el amor y la fidelidad entre la pareja se llevaba a extremos románticos del tipo más allá de la muerte 31.

1. Ciudades de especialización

Sin duda alguna la más notable característica del urbanismo egipcio, ligada a su proceso productivo pero también a su modelo de tributación, es el establecimiento de ciudades especializadas, ciudades construidas con el fin de apoyar un modelo productivo concreto. Aquí vamos a tratar dos muy interesantes aunque es obvio que hemos perdido el rastro de otras 32.
La primera que expondremos es el tipo de las llamadas “ciudades de pirámides”, a la cual pertenece Kahun, la ciudad tratada anteriormente, vinculada a la pirámide de Sesostris II en la zona de el-Lahun actual. El nombre en egipcio de la ciudad no deja lugar a dudas: Hetep Sesostris “(el faraón) Sesostris está en paz”, si la hemos mencionado con anterioridad es porque su tamaño la hace destacar por derecho propio de entre cualquier otra, razón por la cual también podríamos deducir que pudo nacer como toda ciudad de pirámide pero tuvo un desarrollo independiente. Estamos autorizados a colegir tal cosa debido al cuerpo documental que se ha obtenido de la excavación. Dichos documentos dan testimonio de dos archivos ciudadanos ambos pero radicalmente distintos, uno se ocupa de los grupos que trabajan en el complejo, son registros de los trabajadores del Estado. El otro refleja la vida y los negocios de una comunidad más amplia que no sólo participa en las tareas templarias sino que se involucra en muchas otras áreas de interés independientes de la función administrativa vinculada al Estado.

Esta planificación tan exacta (fig. 5) parece obedecer a una evolución en las obras del Estado ya que el segundo ejemplo –aunque anterior en el tiempo-, la ciudad de pirámides construida en las inmediaciones de Giza, presenta un plano irregular bien distinto y menos ordenado. No obstante nos ha permitido apreciar una curiosa división por especialidades. Partida en dos sectores separados por una gran muro de piedra de aproximadamente 10 metros de altura, una parte estaba destinada a alojar a los obreros que trabajaban en la construcción de pirámides y complejo funerario en general mientras la otra albergaba al personal empleado en asegurar el culto y los rituales que debían efectuarse. En el primero se alojaban alrededor de 3.000 personas, todos ellos especialistas que aseguraban el mantenimiento de las pirámides, debido a lo cual, junto a las viviendas, también se ha podido detectar la presencia de talleres, almacenes y otras instalaciones de trabajo. En el segundo sector residían obreros y artesanos dedicados a la construcción propiamente dicha y lógicamente también contaban con los correspondientes talleres y zonas de almacenamiento, calculándose alrededor de 15.000 el número de trabajadores. Resultando pues que la ciudad tenía una población fija de 18.000 personas, especialistas destinados por el Estado y trabajando para él.

II. 2. Asentamientos temporales

Precisamente entre los papiros hallados en Gebelein, una localidad situada a 30 kilómetros al sur de Luxor, y datados a finales de la dinastía IV, obtenemos confirmación documental acerca de ciudadanos que son designados por la administración como nómadas o cazadores interactuando con los ciudadanos sedentarios y que constituye un valioso indicio de la convivencia nómadas/sedentarios y de la importancia del pastoreo entre las actividades productivas de los egipcios. A este respecto resulta imprescindible la lectura de la obra de David Wengrow (2006), el cual plantea una interesantísima propuesta que sitúa en el vértice de la civilización egipcia a la ganadería y el comercio y no a la agricultura y apoya su tesis con las numerosas aldeas provisionales que fueron acercándose al río y acabaron siendo permanentes. La obra es muy sugestiva en éste y muchos otros aspectos y supone un revulsivo a una visión muy tradicional y nada revisada de la historia de Egipto. En otras zonas de Egipto, como Hieracómpolis, también encontramos vestigios de estos asentamientos provisionales, datados en el III y II milenio y que evidenciarían el contacto permanente entre ambos grupos, ya que al parecer dichos nómadas solían compartir con aldeas de la zona la celebración de rituales en honor a la diosa Hathor y las fiestas correspondientes. Por otra parte, cuando la situación económica empeoraba o la presión fiscal aumentaba, era común que los aldeanos abandonaran sus casas y se unieran a los nómadas, de lo cual poseemos abundantísima información por la correspondencia entre alcaldes o jefes de talleres y el gobierno del nomo o del Estado. Habitualmente los jefes se quejaban de que debían cumplir con la misma productividad, habiendo perdido a grandes contingentes de trabajadores y los alcaldes presentaban la misma queja con relación a lacantidad de grano u otro tipo de materia prima que debían entregar y a la que no podían llegar debido a que los campos habían quedado sin cultivar porque sus dueños los habían abandonado. A la inversa también se ha documentado la llegada de contingentes nómadas a refugiarse por temporadas durante periodos especialmente áridos o turbulentos. Estos grupos cercanos e interactuantes con Egipto practicaban el llamado nomadismo cerrado, propio de la zona y que se alimentaba y vivía alrededor de las ciudades, aun cuando mantenían su propio estilo de vida. Un tipo de nomadismo que podía permanecer en ocasiones incluso cientos de años sedentarizado sin perder su condición y en un momento dado, retomar su andadura.

II. 3. Ciudades defensivas

Sabemos muy poco, prácticamente nada de este tipo de ciudades. Hemos podido detectar su presencia por las biografías de algunos nobles del área tebana, la mayoría de ellos de origen nubio, que fueron gobernadores de las mismas. En términos generales podemos decir que probablemente comenzaron a instaurarse durante el Reino Nuevo y su intención era crear un cordón protector alrededor de Tebas que frenara los intentos de infiltración y de invasión sobre la ciudad. No tenemos constancia de otras localizaciones y por tanto, hasta la aparición de nuevos datos, las debemos considerar un fenómeno ligado a Tebas y al inmenso poder e importancia alcanzados por la capital. Sabemos que fueron en su mayor parte habitadas por nubios naturalizados egipcios, que habían formado o formaban parte de los ejércitos y estaban en condiciones de organizar una defensa profesional si ello era necesario y también sabemos que a su cabeza solía haber un jefe militar ya jubilado que actuaba como alcalde o gobernador y del que dependían las tropas-ciudadanos. Carecemos de informaciones acerca de su configuración aunque cabría deducir por su condición que poseían murallas fortificadas y su planificación obedecería a una suerte de híbrido entre fortaleza y ciudad. Nuevamente, todo ello son deducciones, lógicas pero deducciones, ya que no disponemos de documentación que refrende nuestras hipótesis hasta el momento actual.

II. 4. Fortalezas militares

Cuando hablamos de fortalezas 33 en Egipto, habitualmente estamos pensando en Nubia, paradigma de la conquista y también de la defensa. A la construcción de estos instrumentos de poder, que aparecen durante el Imperio Medio, la época más agresiva de Egipto con gran diferencia, Kemp lo ha llamado con gran acierto “la logística de las conquistas” (1996: 212) puesto que su función no era únicamente defensiva sino que servía de apoyo tanto a las tareas fronterizas y de intercambio comercial, como para preservar las condiciones de los militares allí desplazados. Según Kemp afirma con clarividencia, el arrojo, la valentía y las tácticas victoriosas lo eran menos con un ejército preocupado por su paga, o desabastecido y la victoria final poco significaba si no se apoya con un aparato de control permanente. Egipto había destinado el Reino Antiguo a las razzias y se disponía a cambiar de táctica en el Reino Medio. Un nuevo modo de imperialismo, un nuevo urbanismo que lo sustente. La política de control hizo surgir en la Baja Nubia a intervalos regulares un rosario de fortalezas y ciudades fortificadas que se extendía 400 kilómetros al sur.
Las fortalezas nubias pueden dividirse en dos grandes grupos que se adaptan en realidad a dos tipos distintos de terreno y también a dos grandes fases constructivas. Es un hecho singular que algunas de ellas sufrieron modificaciones, ampliaciones y remodelaciones que parecen obedecer a las iniciativas o colaboraciones de las comunidades indígenas vecinas a lo largo de al menos dos siglos de existencia.
El primer grupo suelen denominarse “tipo de los llanos” y se ubicaba en las riberas planas o en declives del río. Constituyen obras formidables y son las más grandes de los dos ejemplos que veremos, también las que nos han legado mayor información. A este modelo corresponden dos fortalezas que vamos a presentar como patrón. La primera porque es el paradigma por excelencia de cómo se organizaba territorial, administrativa e idealmente una fortaleza y la segunda porque presenta una característica sin duda excepcional relacionada con el control absoluto del paso hacia Egipto y del propio río.
Buhen es el yacimiento por excelencia. Las inscripciones la datan ya en el año V del reinado de Sesostris I y por tanto fue una fortaleza pionera. Se encontraba situada en una pendiente leve que conducía al río y no tenía asociados cultivos relevantes en las inmediaciones. La población indígena ocupaba la orilla contraria ya que allí se encontraban los terrenos fértiles. Dos líneas de fortificación cumplían la función de encerrar una ciudadela primero y un espacio exterior después. Contaba con un corredor de piedra concebido para acceder al río desde el interior sin necesidad de salir de la protección que proporcionaba la muralla y estaba diseñado para soportar un asedio. Los grandes murallones con sus correspondientes torreones se alzaban tanto en la parte que enfrentaba al río como en la interior que comunicaba con el desierto. La base de las imponentes murallas estaba defendida por un foso y un corredor estrecho, con suelo enladrillado y cubierto por un parapeto en el que se abrían troneras en grupos de tres, destinadas a los arqueros. Como dato curioso, el foso nunca contuvo agua y quizá su profundidad era suficientemente disuasoria.
El interior se ocupaba por edificios rectangulares de ladrillo distribuido a lo largo de un trazado ortogonal de calles y estaban separados por una calle continua de la muralla principal. En el interior encontramos el cuartel general de la guarnición, de al menos dos pisos según los planos presentados en la excavación, unas salas cuya finalidad no es del todo segura pero que podrían ser almacenes y un pequeño templo al este, aunque el edificio también fue utilizado para funciones domésticas en otras épocas. Además de lo anterior se encontraban las viviendas de militares y trabajadores civiles, así como pequeños talleres y viviendas de dos alturas con la parte superior destinada a almacén de grano.
El estilo y la solidez del conjunto se diseñaron para impedir cualquier tipo de asedio, por sofisticado que fuera e indican una cierta experiencia en este modelo de construcción lo que condujo a Kemp a suponer que Buhen era la consecuencia de una experiencia aplicada a la zona y que dicha experiencia se había producido durante los enfrentamiento civiles del Primer Periodo Intermedio, la decisión burocrática fue trasladar esos conocimientos adquiridos a la nueva zona lo que induciría a pensar que Buhen no es la respuesta a una situación de conflicto sino una estrategia de control diseñada a conciencia (fig. 6).
La segunda fortaleza que presentaremos es Serra, en la ribera occidental de Nilo y ello debido a una excepcionalidad: el cauce del río pasaba por dentro del propio recinto fortificado dejando bien a las clara lo extremadamente importante de salvaguardar el tránsito de los barcos egipcios en la Baja Nubia y el control de los accesos al territorio, en ambos sentidos. Serra compartía con Buhen el modelo del foso seco aunque carecía de parapeto exterior. Su lado norte estaba protegido por una prolongación del foso y debido al declive del terreno, las edificaciones del interior del recinto hubieron de ser construidas sobre terrazas artificiales. Los edificios seguían la ya tradicional cuadrícula rigurosa.
El segundo grupo de fortalezas nace como resultado de la anexión egipcia del área de la segunda catarata durante el reinado de Sesostris III. Segunda catarata, por cierto, es una denominación fácil para un conjunto de saltos menores de agua distribuidos en dos grupos, separados por 35 kilómetros de aguas relativamente tranquilas. El extremo norte se define por un conjunto compacto de islotes rocosos, de muy dificultosa navegación, mientras que en el sur, en Semna, la delimitación es una estrecha barrera de rocas entre las cuales el río avanza en forma de fogoso torrente. La navegación en ambos extremos era traicionera y no apta para principiantes, no obstante en el momento álgido de la inundación, los obstáculos quedaban suficientemente profundos como para encarar con ciertas posibilidades de éxito la travesía.
En este terreno escabroso e irregular los fuertes se adaptaron adoptando forma poligonal irregular, con la intención de amoldarse a las desigualdades del terreno. Así, tapizaron de murallas defensivas los cerros que llegaban hasta el asentamiento y las fuertes pendientes fueron incorporadas como un elemento defensivo más, haciendo innecesaria la construcción de foso.
El fuerte de Shalfak, que forma un punto en la agrupación defensiva que se construyó en la garganta de Semna, es un ejemplo de esta adaptación pero sin duda la fortaleza más importante es la propia Semna.
Una configuración natural de rocas cristalinas formaba un estrechamiento de 400 metros con un promontorio en cada orilla, en ese lugar se emplazó la fortaleza, al oeste, asistida por Kumna al este. El sistema servía para la defensa pero también regulaba el tráfico comercial y diplomático hacia el interior del país (fig. 7).
El fuerte de Semna 34 tenía una planta en L y su parte occidental se extendía por terreno llano, una construcción de 130 metros de norte a sur y con similar tamaño de oeste a este. Coronada de torreones reforzados a intervalos por bastiones más prominentes, no disponía de parapetos pero si se creó un espacio abierto de unos 30 metros frente a la misma en el cual se fueron apilando materiales los cuales fueron posteriormente pavimentados con piedra para terminar formando un glacis y una contraescarpa. En cada extremo de su frontal oriental, la muralla se abría formando dos entradas fortificadas y una carretera que salvada el terreno hacía el glacis por el sistema de calzadas elevadas, cruzando por en medio del fuerte. En la zona oeste, una entrada angosta conducía a una escalera que descendía hasta las márgenes del río y que estaba protegida por un corredor de muro seco. Los restos muestran una construcción en dos pisos con techos de madera y un sistema de viviendas para los desplazados de dos o tres habitaciones. En la actualidad no se ha identificado ningún granero pero ello se debe a las carencias arqueológicas de la zona.
El sistema de recepción y permiso del tráfico se organizaba entre Semna y la fortaleza de Kumna, al otro lado del río. El comercio local y el comercio internacional eran controlados por el personal de Semna mientras que los emisarios diplomáticos que viajaban a Egipto eran recibidos por el área de Kumna (fig. 8).
Las fortalezas también servían de apoyo a los comerciantes egipcios que bajaban a la Nubia bien en misiones oficiales, por sus propios negocios privados o por una combinación de ambos. Asimismo daban cobijo a una buena cantidad de especialistas y artesanos que desarrollaban allí su profesión al amparo de las estructuras estatales. Se trataba por tanto de una institución funcionarial que aunaba en su interior todos los segmentos de la población egipcia y que funcionaba en la práctica como una pequeña ciudad, desarrollando incluso lazos de vecindad con las poblaciones indígenas cercanas que llevaron a un intercambio de materiales y tecnología. Por la documentación de las fortalezas sabemos que las mujeres también accedían a la profesión de comerciante independiente, ya que aparecieron sellos en las excavaciones que así lo respaldan y cuyo descubrimiento pudo terminar con la falacia de que el término miteret significaba prostituta como se venía manteniendo. Al descubrir sellos de miteret tanto masculinos como femeninos relacionados con el comercio de todo tipo de mercaderías, la egiptología más tradicional se ha visto en la obligación de admitir la realidad: su significado es comerciante.
El modelo mediterráneo de unidad económica: EL PER pr (pr):
Resulta sorprendente el escaso interés que dicha institución ha despertado en la investigación egipcia y ello pese a constituir un pilar del sistema social. No existe definición más allá de la que se asume como Dominion en inglés o Casa y ello pese a que esta última queda muy alejada del verdadero valor que la civilización egipcia otorgaba a per. Probablemente el hecho de que exista un título, que sólo portaban las mujeres de clase alta, nebet per, traducido erróneamente por Señora de la Casa, ha sido un condicionante para que de un modo inconsciente y totalmente infraestructural, la investigación concluyera que no revestía la importancia suficiente como para dedicarle un estudio exhaustivo. Sin embargo el per constituía la unidad económica por excelencia y la traducción como Casa sólo puede entenderse en el sentido amplio que podemos dar en la actualidad a Hacienda, Rancho.
Dejaremos para más adelante la explicación del título y ahora pasamos a la definición exacta de lo que encierra el término que nos ocupa. Se trata de un modelo de explotación del territorio que nació en el Mediterráneo, se expandió y perdura en la actualidad. El sistema se basa en una familia propietaria de los medios económicos, compuestos por tierras y ganado fundamentalmente pero también factorías de transformación de ambas materias, tanto para uso propio, como sería el caso de panaderías, cervecerías, producción  de artesanías, etc., como para dedicar al comercio a pequeña y/o gran escala. Dispone de fuerza de trabajo propia, la cual podríamos dividir en dos grandes grupos: quienes viven en los dominios del per y que pueden en algunos casos incluso recibir el nombre de familia, en un sentido claro de familia extensa por próximos y quienes son contratados, que también podrían, a su vez, subdividirse en dos grupos: habitantes de las aldeas que residen en los alrededores que no forman parte del per, y trabajan para dicha unidad y un segundo grupo de mano de obra contratado únicamente en momentos puntuales como apoyo a la fuerza de trabajo habitual. Este segundo grupo de mujeres y hombres solía trabajar en la recolección cuando era necesario contar con un gran número de manos para realizar un trabajo muy marcado por los tiempos y en él hemos observado la presencia tanto de lugareños como de cuadrillas de trabajo homogéneas que se desplazaban por el territorio para ser contratadas por terratenientes o instituciones cuando se precisaba apoyo. Una ocupación muy especializada que comenzó a estudiar Oleg Berlev, y que desafortunadamente al estar publicada en ruso ha sido olvidada.
El per es a Egipto lo que el oikos era a Grecia, la villa a Roma, el cortijo a Andalucía, la masía a Cataluña, la barraca en Valencia35 , un modelo mediterráneo de explotación de recursos a escala familiar, entendiendo por familiar grupos familiares extensos, de al menos tres generaciones, con sirvientes 36 incorporados al dominium y, por supuesto, familias con una cierta condición social y alto poder adquisitivo. Esencialmente mediterráneo pero nacido en Egipto ya que un sistema de similares características no se dio en Próximo Oriente.
Y ahora nos enfrentamos al título terriblemente traducido por la bibliografía como Señora de la Casa. Quizás el hecho de que únicamente estuvieran en posesión de dicho título mujeres pertenecientes a las clases dirigentes o a la alta burguesía debería haber sido un factor indicativo de que la traducción, a mejor decir, la interpretación, era errónea. No ha sido así, en el caso de los trabajos sobre la mujer suele no ser así. El título indica una realidad objetiva y es la siguiente:
Cuando dos familias se unían por vínculo matrimonial era una práctica común que se entendiera un reparto de roles mediante el cual los hombres se dedicaban a la política o al funcionariado de alto nivel, que en Egipto era la misma cuestión. Eso creaba un conflicto con los intereses económicos de la familia, porque el per necesitaba de alguien que se hiciera cargo de su dirección. Así pues, la esposa se dedicaba al control de los negocios familiares, mientras el marido se dedicaba a la otra vertiente que repercutiría en el aumento de la riqueza familiar mediante incorporación de más bienes de prestigio, tierras, etc., a la hacienda. En consecuencia ella era, en efecto, la Señora de Per, puesto que ella gobernaba, administraba, compraba, vendía, pagaba salarios, firmaba contratos, fijaba condiciones, etc.
La labor de las esposas en el mantenimiento e incremento de la riqueza familiar era tal que estaba reconocido en la ley que si se producía un divorcio, el esposo debía entregar a la esposa el 30% de los bienes que poseía, al  considerarse que su consecución y buena administración se debía al trabajo de la esposa.
Estamos hablando siempre de los bienes de la familia del esposo, ya que los propios de la esposa nunca pasaban a formar parte del per. En Egipto existía la separación de bienes y ni en el matrimonio los patrimonios eran comunes salvo que, por alguna extraña circunstancia, lo decidiera así la pareja y entonces debían fijarlo en un documento notarial. Del mismo modo, en muchos contratos prematrimoniales se estipulado que si la esposa era quien planteaba el divorcio, renunciaba a percibir ese 30% 37.

El título cayó en desuso con la llegada de los griegos y el consiguiente establecimiento de leyes restrictivas contra las mujeres, pero la institución se mantuvo y, como hemos avanzado, se multiplicó por el Mediterráneo.

II.5. Un caso excepcional: las unidades de alta producción agrícola

El calificativo de excepcional viene determinado por la nula consideración que este tipo de agricultura ha tenido en la Egiptología tradicional y aún en la más innovadora. De hecho no existe bibliografía al respecto ya que desde el inicio de la disciplina, este fenómeno que se manifiesta con fuerza durante el Reino Nuevo, ha sido confundido con la creación de jardines para el disfrute de las élites, incluso cuando los determinativos de la palabra no aluden ni a flores ni a disfrute pero si a tierra de cultivo o árboles de aprovechamiento comercial, y aún cuando de la misma palabra proviene la denominación de arrendatario de tierras. Difícilmente puede explicarse la necesidad de arrendar un jardín y mucho menos pagar por ello, pero es fácilmente entendible la posibilidad de arrendar a su propietario una finca dedicada al cultivo especializado. ¿Cómo, entonces definimos la unidad de alta producción agrícola? En mi opinión se trata de un fenómeno muy vinculado a los procesos económicos y de control territorial que tienen lugar durante el Reino Nuevo y afecta especialmente a las élites tebanas y a sus correligionarios. Un “jardín” por usar la terminología más tradicional, es una extensión de tierra en la cual se cultiva una producción agrícola destinada al consumo de las élites, a la venta al Estado y a sus instituciones, incluidos los templos, y que se dedica en la mayor parte de las ocasiones a la vid en todas sus variantes y a los árboles frutales de singular rareza. En ambos casos, mercancías muy apreciadas y de un alto coste. La importancia tanto económica como simbólica de estas unidades de producción queda de manifiesto al ser incorporadas a los modelos iconográficos que reproducían la vida del difunto en sus tumbas. La presencia de “jardines”, de viñedos, de recolección y tratamiento de viñas, es uno de los motivos más comunes del Reino Nuevo, llegando a su máxima representación en la tumba de Sennefer, el cual encargó que se aprovecharan las irregularidades de la piedra para reproducir en el techo una parra, creando la ilusión de que al penetrar en su tumba se transitaba por un viñedo de parra alta.
El modelo resultó tan innato a la élite que la oligarquía nubia reprodujo en sus tumbas imágenes características de este tipo de cultivo aunque desconocemos si únicamente se imitó el modelo iconográfico o realmente el sistema comercial asociado se pudo extender a las tierras fértiles de Nubia.
Sin duda podríamos seguir acercándonos a la territorialidad geográfica, simbólica y administrativa de Egipto, deberíamos hablar entonces de otras instituciones relacionados con la explotación de la tierra como el grgt o el hwt, por citar dos, sin duda queda mucho por decir pero este trabajo es un sencillo acercamiento y las limitaciones de espacio nos impiden una mayor extensión. Hemos expuesto los fundamentos y una visión general del territorio egipcio y esperemos contribuir con ello a un mejor y mayor conocimiento tanto de la época como del territorio.

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1 De hecho así lo afirma Diodoro Sículo en su libro I, 36, cuando habla de la época de la inundación: “… La gran masa de la gente, liberada de sus labores durante todo el tiempo de la inundación, se dedica al esparcimiento festejando y disfrutando sin impedimentos de todos los recursos del placer”

2 En realidad más que una divinidad estrictamente se trataría de la personificación del río, representado como un hombre azul, verde, negro o color carne, con barbas y el pecho caído como de una nodriza, símbolo de fertilidad.

3 En la actualidad uno de los problemas que enfrentamos en los trabajos arqueológicos es que la humedad se filtra en las tumbas y monumentos, deposita cristales de sal en las paredes y destruye las pinturas.

4 Formada en realidad por dos presas, Presa Baja y Presa Alta, la primera iniciada por los británicos a finales del siglo XIX y la segunda durante la llamada era Nasser a mediados del siglo XX.

5 Simbólico, no real. Los muertos eran llevados en procesión con sus cortejos de familiares, plañideros y plañideras, próximos, amigos, sirvientes, ofrendas funerarias, etc., y las barcas regresaban vacías, pero ello ocurría únicamente en el imaginario y se reflejaba en las pinturas de las tumbas, aunque el egipcio bien sabía que el difunto no se había movido de su tumba en, por ejemplo, Tebas.

6 Lo que explica la percepción del egipcio de vivir en el mejor mundo posible, su confianza en que los instrumentos de la justicia iban a proporcionar la respuesta adecuada a cualquier problema y en que los responsables cumplirían con su obligación. Si esto fallaba, el egipcio mostraba claramente su descontento como sucedió durante el Primer Periodo Intermedio y también en el Reino Nuevo, donde tenemos documentada la primera huelga de la historia, en el reinado de Ramses III como consecuencia del retraso en el pago de los salarios.

7 Puesto de manifiesto en el texto conocido como Las lamentaciones de Ipwer, donde un miembro de la aristocracia reflexiona sobre los problema sociales que tuvieron lugar en el Primer Periodo Intermedio y cómo estos parecen haberse solucionado con un mayor acceso de la población a parcelas antes sólo restringidas a las clases más altas, lamentando: “Quien no podía construirse un barca, es ahora poseedor de una flota”.

8 Texto disponible en la obra de Jean Marie Kruchten Le Décret d’Horemheb. Traduction commentaire épigraphique philologique et institutionnel. Bruselas 1981.

9 Disponemos de testimonios escritos por diversos notables que se jactan en sus autobiografías de las tareas que han llevado a cabo para sus comunidades, construyendo con sus medios un canal que favorezca a sus lugareños, protegiendo terrenos de las aguas, etc., etc. En la obra del investigador Juan Carlos Moreno García, y muy especialmente en su manual Egipto en el Imperio antiguo, se recoge una buena cantidad de estos testimonios.

10 También era frecuente que el habla de los habitantes fuera objeto de burla por parte de los egipcios del Alto Egipto, como aparece en la llamada “carta satírica” donde un funcionario responde a un colega que ha sido enviado a trabajar allí y lo hace burlándose de los giros idiomáticos que ha adquirido, aduciendo que “no es egipcio” lo que escribe.

11 Jeroglífico de ambas aparecerán en las tablas 2 y 4.

12 No es difícil deducir que de esta palabra egipcia proviene la nuestra DESIERTO.

13 En el cuento de Sinuhé, uno de los más populares en la historia de la literatura egipcia, el gran temor del protagonista es morir lejos de Egipto y eso le impulsa a pedir al rey permiso para regresar tras haber vivido precisamente con los nómadas.

14 Cuando en el mundo antiguo nos referimos a necrópolis o enterramientos siempre estamos aludiendo a la élite. No hay cementerios al estilo de la actualidad. Todas las culturas del mundo antiguo, desde los egipcios a los romanos, enterraban a sus élites en zonas reservadas a tal fin y del resto de la población nada sabemos salvo ocasionales descubrimientos. Enterrarse no estaba al alcance de todos, ceremonias, estelas, ofrendas y tumbas sólo podían ser costeadas por un pequeño porcentaje de población.

15 Tanto oriente como occidente se entienden a partir del eje vertebrador del Nilo.

16 Por ejemplo, dos de las necrópolis más conocidas del Egipto Faraónico se encuentra en el Oriente, la de Beni Hasan y la de el Amarna, ambas de inmenso valor histórico.

17 Los reyes de las primeras dinastías del Reino Medio tienen un claro origen nubio, especialmente los mentujotépidas y las reinas nubias son muy habituales en la época.

18 Inscripción del reinado de Sesostris III (Reino Medio) hallada en un conjunto de inscripciones en Semna. Puede hallarse un análisis de la misma en la obra Historia del Egipto Antiguo, editada por B.G. Trigger, B.J. Kemp, D. O’Connor y A.B. Lloyd, pág. 171.

19 A partir de este momento vamos a usar la traducción griega para facilitar la comprensión y el acceso a la información, ya que la búsqueda de documentación bibliográfica es mucho más sencilla por la afinidad de los egiptólogos con los términos de usos griegos más que los egipcios.

20 La herencia en Egipto no era obligatoria entre parientes. Si los difuntos morían sin haber establecido testamento legal, habitualmente los bienes se repartían entre la descendencia tanto natural como adoptada, que disfrutaba de los mismos derechos y deberes pero podía darse la circunstancia de que un padre o una madre decidieran legar sus bienes a un solo hijo o hija, a un amigo, a su hermano, o a quienes le cuidaran en la vejez, etc., etc. En este caso, la aclaración del autor, es la indicación de que todos los hermanos heredaron por igual y en consecuencia no resultó de ello un gran patrimonio. Los testamentos legales de Egipto son documentos de gran valor no sólo jurídico sino social por la abundantísima información que nos proporcionan.

21 Algo muy común en Egipto, donde la mentira en las autobiografías “engrosando el curriculum” era tan habitual que hasta tenía un nombre: Cargos de Necrópolis, porque solía ser la tumba el lugar habitual donde plasmar estas autobiografías creativas. Uno de los nobles más poderosos del Primer Periodo Intermedio, Anjitfi, puntualiza en su tumba: “Digo todo esto como una verdad: nada hay aquí de cargos de necrópolis”. Incidiendo en que la narración de su vida y sus obras se sustentan en la verdad y no en un afán autolaudatorio.

22 Que podéis encontrar en otras obras como tierras khato, por los problemas de transcripción.

23 Según afirma Hayes en su obra “A Papyrus of the Late Middle Kingdom in The Brookling Museum, los prisioneros del Estado eran confinados a estas tierras. Conviene aclarar que el término cárcel en Egipto no significa un lugar de reclusión sino un castigo a cumplir. No se encarcelaba a los reos sino que se les enviaba a diversos lugares de trabajo, con especial predilección por zonas especialmente calurosas o de trabajo duro como las canteras, para que cumplieran su castigo sirviendo a la sociedad.

24 Proceso que es prácticamente paralelo al inicio del Estado.

25 Esta circunstancia se vio modificada durante el Reino Nuevo cuando el rol de esa divinidad lo jugó en exclusiva Amón, a mayor gloria –y beneficio- de la nobleza tebana que controló todo el proceso económico relacionado no sólo con Egipto sino con las tierras extranjeras.

26 En realidad durante el Segundo periodo Intermedio, las tropas y los civiles que poblaban las fortalezas fronterizas egipcias se había visto obligados a ponerse al servicio del Reino de Kerma, que ocupó el territorio físico y político que abandonaron los contingentes egipcios, ocupados en sus propias luchas internas y con una dinastía semita gobernando el Delta por las mismas razones.

27 Con la excepción de Ashkelón, que fue entregada al templo de Ptah.

28 El trabajo más exhaustivo sobre las cuestiones económicas relacionadas con la conquista de Canaán lo llevó a cabo Shmuel Ahituv en su artículo “Economics Factors in the Egyptian Conquest of Canaan”, IEJ 28, 1978, pp. 93-105.

29 Nombre un tanto indeterminado con que los escribas egipcios señalaban la zona desde Megido hasta el norte de la actual Siria, aunque en ocasiones daban la misma denominación a territorios más próximo. Nuevamente en el Egipto faraónico era conocido el significado de Retjenu pero a nosotros se nos hace difícil marcar con precisión los límites.

30 Los colectivos que implicaban a personas, desde humanidad, pueblo, ciudadano, hermanos, siempre se representaban con determinativos de un hombre y una mujer porque estaban compuestos por hombres y mujeres. Si nos encontráramos por ejemplo con una estela en la que apareciera la palabra hermanos y sólo un determinativo masculino indicaría que eran todos varones, y lo mismo al contrario y con cualquier palabra. Sin embargo colectivos como humanidad o pueblo siempre solían ir acompañados de los dos determinativos porque no hay humanidad  ni pueblo sin ambos sexos.

31 En los mismos papiros se documentan asuntos legales como las compras o ventas de viviendas y campos por parte de particulares, los problemas de deudas, etc., un vívido retrato de la sociedad egipcia.

32 Especialmente en el norte tenemos constancia de astilleros a los cuales estaría asignada casi con toda probabilidad una ciudad especializada. En el caso del astillero de Peru-Nefer, en el Delta, se constata la presencia de una zona destinada a astillero y otra a artesanado especializado.

33 Para cualquier análisis sobre fortalezas nubias e imperialismo es indispensable acudir a Barry J. Kemp, que ha tratado ambos aspectos y muy recientemente a Stuart Tyson Smith el cual ha trabajado tanto en la excavación de las estructuras como en el análisis socio-económico de las mismas y, en mi opinión, con resultados brillantes.

34 Uno de los problemas que enfrentamos en Semna es que nunca ha sido totalmente excavada.

35 Aunque esta última en mucha menor escala.

36 No confundir con siervos, no estaban adscritos a la tierra formalmente aunque era difícil siquiera imaginar marchar del per.

37 Para cualquier documentación relacionada con la mujer es indispensable la consulta a la escasa pero interesante obra de William A. Ward, fallecido tempranamente, a su discípula Barbara S. Lesko, a Lana Troy que se ocupa fundamentalmente de las realezas femeninas y su papel simbólico y en cuanto a recopilación de documentación a J. Tyldesley. Ward “se topó” con el “problema” de la mujer cuanto trataba de escribir un corpus sobre títulos administrativos egipcios y a partir de ese momento dedicó su trabajo a analizar la posición de la mujer, fue un revulsivo pero ni siquiera su discípula Barbara Lesko ha seguido completamente su camino. No existen trabajos sobre la mujer desde una óptica ya no feminista sino ni siquiera materialista histórica y un enorme porcentaje se centran en el papel simbólico. De hecho el título “nebet per” no es el único mal entendido en este universo. Asimismo debo hacer constar que la obra de Tyldesley es únicamente mencionada por la documentación que recopila no por el análisis de esa documentación –por completo erróneo- ni por sus virtudes académicas, de las que carece, siendo un compendio de todos los lugares comunes que puedan encontrarse en un trabajo tradicional y rancio sobre la mujer de cualquier época o condición.