EL MULTÍVOCO ACONTECER DE LO COMPLEJO. SOCIEDAD, MIGRACIONES Y LEYES EN LA ERA GLOBAL

EL MULTÍVOCO ACONTECER DE LO COMPLEJO. SOCIEDAD, MIGRACIONES Y LEYES EN LA ERA GLOBAL

Miguel Ángel Guerrero Ramos (CV)

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Los elementos migrantes de la globalización. En búsqueda de unos modelos democráticos y participativos de gestión de la diversidad cognitiva, cultural y emocional

(Migrant elements of globalization. In search of a democratic and participatory management models of cognitive, emotional and cultural diversity)

Resumen:

El presente es un texto en el cual se plantea la idea de que ante las nuevas formas de diversidad que surgen cada día en un mundo globalizado, también pueden surgir nuevas formas de exclusión y racismo. De ahí que se vea pertinente la necesidad de entender las distintas formas de migración que puede abarcar nuestro mundo actual, y de protegerlas en todas sus dimensiones, o por lo menos en un número de dimensiones que no sólo contemple el aspecto físico de las personas. Se hace referencia, asimismo, al concepto provisional de “elementos migrantes de la globalización”, para concretizar el hecho de que hoy por hoy no solo migran las personas en su aspecto físico, sino sus ideas, sus emociones y, en general, todas sus construcciones simbólicas.

Abstract

This is a text in which the idea that to new forms of diversity that arise every day in a globalized world, can also arise new forms of exclusion and racism arises. Hence the relevance see the need to understand the different forms of migration that can encompass our world today, and protect them in all its dimensions, or at least in a number of dimensions that not only provides for the physical appearance of people. Referring also to the provisional term "migrant elements of globalization" to actualize the fact that today people migrate not only in physical appearance, but their ideas, emotions, and generally all symbolic constructions.

Introducción

De acuerdo con autores como Lelio Mármora (2002) y Robin Cohen (2006), los principales fundamentos utilizados históricamente para la definición y desarrollo de las políticas migratorias, han estado estrictamente vinculados al tema de los derechos humanos del migrante. Esto ha sido así, al menos o mayoritariamente en lo que atañe a aquellos fundamentos en los que no ha prevalecido una visión economicista del problema o del fenómeno de las migraciones. Es decir, los fundamentos predominantemente no economicistas que existen hoy por hoy para la definición de las políticas migratorias, han tratado de estar encaminados hacia una visión humana y unificadora que contemple los derechos humanos del migrante, de su familia, de la estructura social de la sociedad de acogida, en los derechos que intervienen en el espacio físico y en las relaciones internacionales, entre otros elementos que se centran exclusivamente en la figura física de “la persona migrante”. No obstante, uno de los objetivos que presentaré en las próximas líneas, consistirá en exponer que otros elementos migrantes (más allá de la figura y de la presencia física y jurídica de una persona), también migran constantemente y necesitan del planteamiento de unas políticas migratorias adecuadas. Elementos migrantes que, por cierto, se encuentran basados en aspectos discursivos y emocionales, como lo puede ser por ejemplo una mera opinión o un intercambio significativo de ideas. Esto es así en muy alto grado, ya que en la época actual, en donde el desenvolvimiento de la ciencia y de la política, entre otros aspectos sociales, dependen en gran medida de las conexiones globales, y en donde existe una gran cantidad de aspiraciones y anhelos universales como la democracia y la igualdad de género (Lowenhaupt: 2005), no solo migran las personas, sino los discursos, los signos y las emociones, y más aún con los procesos de desterritorialización y simultaneidad que impone la Internet allí donde dicho fenómeno cibernético tiene una fuerte presencia.

Por otra parte, en el presente texto también presentaré la idea de que un grupo adecuado de políticas migratorias que no se centren únicamente en los aspectos físicos y culturales de las personas que se trasladan de un sitio o emplazamiento geográfico a otro, puede ayudar a evitar las relaciones de desigualdad, la racización y los procesos de exclusión. Unas políticas con dicho énfasis, bien pueden llegar incluso a evitar los procesos de exclusión en dichas personas, al comprenderlas y al considerarlas a ellas en su calidad de seres humanos complejos y no solo en su calidad de ciudadanos migrantes. De igual forma, estará presente la idea de que no solo las personas, sino otros elementos migrantes propios de la globalización, como los signos y los discursos, pueden llegar a estar sometidos a nuevas y emergentes formas de discriminación.

Al respecto, cabe recordar que, de acuerdo con autores como Stephen Castles (2010) y Ángeles Solanes (2008), la inmigración es un proceso social basado en la desigualdad y la discriminación, y controlado y limitado por los Estados, puesto que en el mundo actual no todas las personas poseen los recursos y los derechos políticos para una libre movilidad. En este sentido, en el presente texto también presentaré la idea de que no todas las personas poseen los medios o la accesibilidad a los grupos de redes sociales pertinentes, como para hacer valer sus discursos, o sus posturas, o sus emociones, en otros espacios o emplazamientos físicos y no físicos como el ciberespacio.

El concepto de elementos migrantes de la globalización, y el campo de estudio de las migraciones

Comenzaré por referirme al concepto que yo llamo: elementos migrantes de la globalización, un concepto que utilizaré para designar todos esos aspectos propios de una diversidad cognitiva, cultural y emocional que cada día viajan y traspasan fronteras físicas e imaginarias en un mundo globalizado. De esta forma, un elemento migrante de la globalización puede ser una persona que viaja de un Estado a otro, o una emoción, si tomamos como ejemplo a dos personas que se enamoran por Internet y que, aun a pesar de no hablar el mismo idioma comparten sus emociones por dicho medio, entre muchos otros ejemplos de intercambio de emociones. O incluso también puede llegar a movilizarse en forma de ideas o de escritos por correo electrónico o en blog o en una red social como Facebook, una ideología, como lo puede ser por ejemplo el nacionalismo, o el antiimperialismo, o el marxismo, entre muchas otras que cada día buscan distintas formas de movilización desde el campo o en el terreno de lo social.

De esta forma, ante un panorama mucho más amplio de lo que es la migración, o por lo menos de los elementos que a diario migran, se podría proponer una redefinición de este concepto que no solo involucre el desplazamiento físico de personas. Acerca del concepto clásico de migración, el que se ha manejado en muchas investigaciones sociales desarrolladas hasta estas fechas, más exactamente en aquellas que son auspiciadas por la OIM, en varios estudios lo encontramos entendido como “el movimiento de una persona o grupo de personas de una unidad geográfica hacia otra a través de una frontera administrativa o política con la intención de establecerse de manera indefinida o temporal en un lugar distinto a su lugar de origen” (OIM, 2007, 2009, citada por Muñoz: 2009: 7). Ahora bien, teniendo en cuenta la amplia variedad de elementos migrantes existentes, como lo es el ejemplo de las emociones, en el presente texto me permito presentar una nueva definición de migración. Una definición de carácter meramente provisional, que estaría sujeta a debates, y que debe contemplar el carácter simbólico de los elementos migrantes de la globalización (como por ejemplo el entendimiento de entornos y comunidades virtuales). Dicha definición provisional de la migración es la siguiente: “movimiento de uno o varios elementos con potenciales aspectos de movilidad, de un emplazamiento físico o construido socialmente hacia otro con iguales o distintas características”.

Como se puede apreciar, la definición anterior contempla la movilidad de elementos con potenciales aspectos de movilidad, como, en el mundo actual, lo puede ser una idea o una emoción, es decir que contempla lo que en el presente texto se ha presentado como elementos migrantes de la globalización. No obstante, hay que tener en cuenta que la definición de la migración que se propone en el presente texto, se enfrenta, al igual que la definición clásica centrada en el desplazamiento físico de personas, a la distinta gama de problemas que tiene el campo de estudio de las migraciones en su estado actual. Entre esos problemas, cabe mencionar que “todavía carecemos de un cuerpo de conocimiento acumulado para explicar por qué algunas personas migran, mientras la mayoría no lo hace, y qué significa esto para las sociedades afectadas” (Castles, 2010: 142).

Para autores como Herzog (2011), otra clase de problemas atañe al hecho de que el discurso sobre los procesos que tienen que ver con migración, ha sido construido bajo la lógica de los discursos de los lugares de acogida, y se ha centrado mayoritariamente en la cuestión de los problemas sociales, por lo que los discursos sobre la inmigración, para este autor, son discursos netamente incompletos.

Otros estudios que centran su mirada en el problema de la integración y la diversidad, mencionan el hecho de que hoy en día “hablamos de ciudades multiculturales y del papel central de la cohesión social, a pesar de que no existe un consenso sobre su significado en las políticas de inmigración” (GEDIME: 2011: 10, el itálico es mío).

Ahora bien, hay que tener en cuenta que en lo que atañe al tema de la integración social, y al del reconocimiento de la diversidad de los elementos migrantes de la globalización, es a donde se dirigen los análisis que deseo dejar plasmados en el presente texto. Para ello, en su debido momento, hablaré acerca del hecho de que en un mundo globalizado el espectro de la diversidad, además de complejo, es sumamente amplio, y que ante las nuevas formas de diversidad que surgen cada día en un mundo globalizado, también surgen nuevas formas de exclusión y racismo.

Claro, como se ha dado a entender en líneas anteriores, el campo de estudios de las migraciones es hoy por hoy un poco limitado, no solo por tratarse de un campo reciente de estudios que aún no ha sido apropiado por ninguna disciplina específica (Castles, 2010), sino porque, como han llegado a afirmar autores como Stephen Castles (2010), los estudios que se han realizado en dicho campo, se han hecho en base a unos conceptos teóricos elaborados en la era industrial, y con su particular régimen económico e institucional (Castles, 2010). De ahí la importancia de que el campo de estudio de las migraciones se vea ampliado, y en lo que atañe, por ejemplo, a la comprensión de la “cuestión de la alteridad”, se incorporen conceptos como los de la de la antropología interaccionista, la cual no se centraría únicamente en este tipo de análisis en las características de los flujos migratorios (es decir, en sin son mano de obra, o migraciones calificadas), sino en los sistemas simbólicos y semióticos de las culturas y las ideas migrantes.

Ya por último, antes de entrar en materia, hay que tener en cuenta que para los fines del presente texto, se entenderá a la “globalización”, más que nada, como un proceso que afecta a los espacios territoriales tradicionales de los Estados, y que “representa un aumento e intensificación de las interconexiones mundiales con un declive en la significación de la territorialidad y las estructuras estatales” (Muñoz: 2009: 7).

Los límites de la diversidad transnacional y los elementos migrantes de la globalización

Para hablar de la complejidad que encierra dentro de sí la diversidad transnacional, primero hablaré brevemente sobre la complejidad de la misma diversidad en un mundo globalizado. De esta forma, tenemos que Néstor García Canclini nos advierte en su artículo “Sobre objetos sociológicamente poco identificados” (2008), que “el concepto de campo cultural, desarrollado por Pierre Bourdieu, ha sido rebasado por la mercantilización de la producción artística y literaria y por las alianzas empresariales y los procesos multimedia (cine, televisión, música y vídeo)” (Canclini: 2008: 45). Quiere decir esto que el campo cultural se ha desdibujado y que ha perdido aquella autonomía que ganó en siglos anteriores ante otros campos como el político, debido al hecho de que la producción simbólica es hoy en día más grande e intensa que nunca en distintos campos sociales. Dicha producción simbólica, por cierto, tiene la característica de poseer altos niveles de movilidad y de fluidez.

Ahora bien, cabe decir que la producción simbólica actual y todo aquello que de alguna u otra forma cabe dentro del término que en este texto se ha propuesto de elementos migrantes de la globalización, tienen, al igual que las personas migrantes que van de un Estado a otro, una dimensión transnacional.

Respecto a esto, es decir, respecto a la transnacional, Luis Eduardo Guarnizo nos dice que el transnacionalismo es un “proceso dinámico de construcción y reconstrucción de redes sociales que estructuran la movilidad espacial y la vida laboral, social, cultural y política tanto de la población migrante como de familiares, amigos y comunidades en los países de origen y destino, o destinos” (Guarnizo, 2007: 81).

De esta forma, en el presente texto deberemos entender que los elementos migrantes de la globalización, al igual que las personas migrantes que van de un Estado a otro (o a otros), también tienen la tendencia a estar inmersos en procesos dinámicos de construcción y reconstrucción de redes o interconexiones sociales, o, en otras palabras, de conexiones de grupos humanos mediados por distintos medios de comunicación. Una construcción que bien puede reconfigurar un determinado universo simbólico o emocional (Belli, 2010).

Cabe hacer un breve paréntesis, en este punto, para subrayar que en el presente texto entiendo al “elemento emocional”, como una característica aparte, aunque no independiente, de los elementos simbólicos (Cálatayud, 2006), (Camino Roca, 2006), puesto que se considera que lo emocional es susceptible de estudio estético y sociológico, no solo por el hecho de que las emociones también están organizadas socialmente (Sieben y Wettergren, 2010), y de que los objetos sociales pueden ser emocionalizados, sino porque se considera que las emociones, al igual que la cultura entendida como sistema semiótico, funciona bajo unas reglas propias (Guerrero: 2013). Un debate, este que atañe a las emociones, que, a decir verdad, trasciende los propósitos inmediatos del presente texto (al respecto sólo añado que, de acuerdo con Bárbara Sieben y Wettergren Åsa (2010), autores como Stephen Fineman han llegado a argumentar que las emociones deben ser entendidas como forma social en contextos específicos, y que no deben ser psicologizadas en su estudio. De igual forma, autores como Giazú Enciso y Alí Lara (2014), han afirmado que en los últimos años la misma producción de conocimiento ha ido presentando un giro afectivo, en el cual el papel de las emociones humanas está siendo más tenido en cuenta).

Ahora bien, en lo que atañe al reconocimiento de la innegable dimensión transnacional de los elementos migrantes de la globalización (ya sean estos de carácter simbólico o emocional), hay que decir que esto nos arroja sobre el plano de las políticas migratorias nuevos aspectos que deben ser considerados a la hora de tratar el tema de la diversidad, o de la inclusión y la exclusión.

De hecho, para autores como Mathilde Pette (2009) o Tilly y Sidney Tarrow (2008) (citados por Ben Néfissa: 2011), los conflictos en la política varían en el espacio y en el tiempo, dependiendo de las características de los regímenes políticos y de la organización tanto dentro como fuera de los órganos institucionales, por lo cual, no es de extrañar que en un mundo en el que las ideas, las ideologías, las emociones y las obras artísticas viajan y fluyen a velocidades vertiginosas, surjan nuevas formas de conflicto y nuevas formas de exclusión.

En este sentido, no hay que olvidar que:

“Las prácticas sociales excluyentes están contenidas en la discursividad social (y a su vez, las presuponen y las impulsan), ya que por medio del sentido y las significaciones construidas histórica y socialmente se configuran dichas prácticas que organizan tanto como constituyen, por medio de la exclusión, la segregación y la discriminación, las relaciones sociales” (Martínez: 2009: 1).

Ahora bien, la concepción de que las prácticas excluyentes están contenidas en la discursividad social, sumada al hecho de que “el pensamiento posmoderno propuso sustituir las naciones y los Estados nacionales por el nomadismo como objeto de estudio” (Néstor García Canclini: 2011: 51), nos permite plantear en el presente texto la idea de que en un mundo en el que los elementos migrantes de la globalización se encuentran en constante fluidez cada día, es de suponer que surjan nuevas formas de racización y exclusión ante dichos elementos migrantes. No hay que olvidar que la dinámica de la sociabilidad actual, se caracteriza por presentarnos un mundo con lazos pocos sólidos y relaciones fugaces (Bauman, 2005), que la misma integración se ha quedado únicamente en el cómodo discurso de la bidireccionalidad (Gonzáles-Rábago: 2014), y que el estudio de sus procesos en las sociedades de acogida “se ha planteado siempre desde parámetros cuantificadores y objetivistas que no son capaces de aprehender la diversidad de los mismos” (Gonzáles-Rábago: 2014, p. 195).

Las actualizaciones de la racización en un mundo globalizado

Una de las muchas contradicciones que existen entre la globalización y la democratización, es la del hecho de que en el mundo actual vivimos en un “pluralismo por defecto” (Ben Néfissa: 2011). Un “pluralismo por defecto”, por el cual se acepta la diversidad cultural, no porque se persiga una integración social o se quieran cumplir unos principios de multiculturalidad, sino debido a que la diversidad cultural se encuentra por todas partes de las principales ciudades del mundo. De esta forma, lo que subyace bajo aquel “pluralismo por defecto”, son varias formas de discriminación y racización1 , muchas de las cuales han surgido a la par que lo han hecho las nuevas dinámicas sociales de la globalización.

Acerca del racismo y de su relación con la globalización, cabe destacar lo siguiente:

Las nuevas bases ideológicas del discurso racista contemporáneo lo hacen más ambiguo y solapado, debido a la aceptación generalizada de los dos esquemas en los que descansa: la defensa de las identidades culturales y el elogio de la diferencia, conceptos que han tenido amplia legitimidad en la cultura progresista de los movimientos antirracistas. (Romeo: 2009).

Ahora bien, para los fines del presente texto, entiendo por racismo a la pretensión de fundamentar la superioridad de un grupo sobre otros a partir de criterios raciales (Romeo: 2009), y a los esquemas de pensamiento estereotipados que formulan juicios en base a traducir las diferencias naturales en diferencias culturales (Romeo: 2009). No obstante, como nos dice Mirielle Eberhard (2011), son pocos los estudios empíricos que se han hecho sobre el racismo, porque este ha sido estudiado y denunciado estrictamente en sus dimensiones ideológicas. Debido a esto, nos dice Eberhard (2011), la atención del racismo se ha centrado en sus aspectos doctrinarios, políticos y filosóficos, más que en sus manifestaciones materiales y en sus modalidades prácticas. Por esa razón, se puede afirmar que las formas en las cuales opera el racismo, no es del todo conocida o incluso visible en el mundo actual, y que nuevas formas de racismo pueden surgir cada día a la par que van surgiendo nuevos tipos de comunidades sociales.

El racismo y la discriminación, además, no son fenómenos estáticos y esenciales. Al respecto, Mirielle Eberhard (2006, 2010, 2011) nos dice que la materialidad de aquellos fenómenos, así como su reconocimiento, son negociados por los actores en presencia, y mediante sus interacciones, las cuales, tomando el caso de los elementos migrantes de la globalización, pueden llegar a ser físicas y presenciales o no. Por otra parte, “la discriminación puede definirse como la aplicación de un trato a la vez distinto y desigual a un grupo o a una colectividad, en función de rasgos, reales o imaginarios, socialmente construidos como marcas negativas o estigmas” (De Rudder: 1995, citado por Eberhard: 2011: 102).

De esta forma, en el mundo actual y globalizado, una persona puede sufrir un trato discriminatorio, por ejemplo, al ser rechazada o borrada de una red social ciberespacial como Facebook, por el hecho de pertenecer a un grupo minoritario. De igual forma, las personas pertenecientes a un grupo social juvenil, o tribu urbana, como los emos, pueden llegar a ser discriminadas no por sus formas de vestir u otros códigos culturales por el estilo, sino por el hecho de manifestar emociones que desde una u otra visión determinada pueden llegar a resultar negativas. O incluso una página Web o un blog en Internet que maneja cierto tipo de ideas que no perjudican a nadie –o un incluso un concepto expuesto en un muro de Facebook-, puede llegar a ser discriminado por otra comunidad de ideas opuestas o que no comparten el sentido de la primera. En este último caso, el problema surge cuando existe una discriminación perjudicial o disfuncional, es decir, cuando el efecto de la discriminación se traduce en la disfuncionalidad de un sistema (como cuando se coarta enormemente la libertad de expresión), o cuando la discriminación tiene efectos nocivos y perjudiciales para una o varias personas físicas.

Ahora bien, acerca de los distintos matices de la discriminación en un mundo globalizado, de acuerdo con Jesús Oliva Serrano, “el sistema de la automovilidad, la dispersión urbana y las recientes tendencias de organización sociotécnica de la ciudad favorecen nuevas formas de exclusión social y desigualdad” (Oliva Serrano: 2011; 34). Esto se debe básicamente, al hecho de que la movilidad en las ciudades es una dimensión sociopolítica estratégica, por la cual, las personas que no puedan adquirir una accesibilidad adecuada de medios de movilización, ven reducida su experiencia urbana y su entorno de posibilidades (Oliva Serrano: 2011)2 .

De igual forma, se puede decir que el hecho de que ciertas personas no puedan o no tengan acceso a Internet, en el mundo de hoy, es sin duda alguna una de las más duras y nuevas formas de exclusión social y desigualdad, por las cuales las personas ven reducido su entorno de posibilidades sociales.

De forma que se puede afirmar que las formas de exclusión se han ampliado y se han diversificado con el fenómeno de la globalización. Sin embargo, la comprensión misma de la exclusión es hoy en día incipiente. De acuerdo con Benno Herzog (2011), el término “exclusión social”, se encuentra en una época de auge en las ciencias sociales de los últimos años, no obstante, el doble uso de la noción, como término de la política social y como concepto sociológico, ha producido un cierto carácter difuso en su contenido. Debido a ello, Herzog propone el término de “exclusión discursiva”, como un concepto de exclusión social capaz de satisfacer las exigencias teóricas de un concepto sociológico analítico. De esta forma, “no se reconoce como exclusión solo aquello que traspasa una frontera clara desde la inclusión hacia la exclusión, sino todo aquello que se aleja gradualmente del estado de relevancia que gozan otros miembros de la sociedad” (Herzog: 2011: 618). O como dice la teoría de sistemas de Luhmann: se puede hablar de exclusión cuando un sistema se permite tratar a determinadas personas con indiferencia, desconsideración y rechazo. Es decir, cuando sus actos de comunicación quedan ignorados (Herzog: 2011).

Para terminar este apartado, cabe destacar que otra nueva forma de racismo y de discriminación, puede llegar a verse en una extremada defensa de los derechos de propiedad intelectual en internet. Una defensa tal puede llegar a coartar la libertad de portales en Internet como Wikipedia y ha llegado a cerrar otros como Megaupload en el 2012, aunque estos son debates que han de estar (y deben de estar) sobre la mesa por mucho tiempo. Al respecto, solo cabe decir, como nos sugiere Lawrence Lessig (2005), que en el mundo actual se debe abogar por un punto de equilibrio entre la defensa de la propiedad privada y la libertad de expresión.

En búsqueda de unos modelos participativos de gestión de la diversidad

Como se ha podido apreciar en el apartado anterior, cada día surgen en un mundo globalizado nuevas formas de discriminación que van más allá de los argumentos basados en la naturaleza para justificar y reproducir las relaciones de poder. De esta forma, tenemos que aquellos argumentos no solo reproducen relaciones de poder que se hallan fundadas sobre las diferencias fenotípicas (el racismo y el sexismo), sino también sobre aquellas que se hallan fundadas sobre ciertas diferencias discursivas, simbólicas y culturales. Lo que se debe buscar entonces, además de que ninguna teoría se permita postular que algún grupo social debe estar sujeto o predispuesto a la sumisión, son unos modelos de gestión de la diversidad que permitan contemplar los problemas del racismo y la discriminación en sus aspectos estructurales, puesto que en el mundo actual, la lucha contra la discriminación, por ejemplo, se ha jugado básicamente en el terreno moral y no en un plano estructural. Al respecto, Eberhard nos dice lo siguiente:

“El moralismo que impregna a una concepción dominante del antirracismo y de la lucha contra la discriminación, suele ir acompañado de una individualización de la culpabilidad, tendiente a personificar y, por ende, a delimitar el mal. Pero el afán sistemático de establecer esta denuncia individual, oculta la dimensión más estructural del racismo y de la discriminación, los cuales, si bien se inscriben en las relaciones interindividuales, impregnan la estructura misma de la sociedad (…) y forman parte integrante de las relaciones sociales”(Eberhard: 2011: 117).

Ahora bien, en la tarea de buscar un camino que contemple la diversidad cognitiva, cultural y emocional de los elementos migrantes de la globalización, los modelos de gestión de diversidad que puedan emplear o no los distintos Estados, cumplen un papel fundamental en la búsqueda de la integración y la cohesión social. En lo que atañe a esto, cabe destacar que de acuerdo con Ana María López Sala (2005), existen modelos incluyentes y excluyentes de la diversidad. Entre los modelos excluyentes podemos encontrar los siguientes:

Segregación: Modelo de gestión que preserva la estructura social de una sociedad de acogida, confinando a los individuos o a los grupos insertados o inmigrantes, en segmentos claramente marcados, excluidos y diferenciados.

Exclusión diferencial: Situación en la que los migrantes son incorporados a ciertas áreas sociales (generalmente en el mercado laboral), negándoseles el acceso a otras esferas como la ciudadanía o la participación política.

Asimilación: Modelo de gestión de la diversidad que busca borrar las diferencias y la alteridad del “otro”, mediante políticas estatales e institucionales, para consolidar una sociedad que desde el punto de vista de la conformación racial y cultural sea “homogénea”.

Ahora bien, al momento de hablar de una búsqueda de un modelo de gestión que reconozca la diversidad cognitiva, cultural y emocional de los elementos migrantes de la globalización, debemos hablar de un modelo que, en principio, sea opuesto a los tres modelos que se han mencionado con anterioridad, es decir, un modelo que no sea excluyente, o que por lo menos no haga de la exclusión su razón de ser. No obstante, el problema para que un modelo incluyente de la diversidad se haga efectivo, radica en el hecho de que algunas de las normas del Derecho más importantes en las relaciones sociales y jurídicas (y en el fenómeno de la migración), responden a la voluntad política de determinados núcleos de poder, con ideas ya preconcebidas de la realidad social Unos núcleos de poder como el Estado u organizaciones supranacionales, que dictan dichas normas “con el fin de regular la posición de los sujetos y también de aquellos ni siquiera considerados sujetos, de acuerdo a unos ideales concretos” (Barbero: 2010: 26) (Dal Lago: 2000).

De acuerdo con Iker Barbero (2010) y Wolkmer A.C. (2006), la disciplina del Derecho es instrumentalizada a nivel global y a nivel estatal (en gran parte por el neoliberalismo y puede incluso que por ciertos modelos progresistas) para hacer de los inmigrantes ciertos tipos de sujetos económicos. Debido a ello, desde hace unos años los inmigrantes han venido luchando para cambiar esta situación y adquirir nuevos modelos de ciudadanía. El objetivo básico de los inmigrantes es que se les reconozca como sujetos de derecho, para evitar algunos actos del Estado en contra de ellos como la deportación.

De lo anterior se puede colegir entonces que muchas de las normas del Derecho actual son una forma encubierta de racismo. Al respecto, cabe recordar que para algunos autores, en el caso de Europa, el racismo se impuso desde un marco estatal a partir de las ideas de “identidad nacional” y defensa de la “nacionalidad” (Romeo: 2009) (Baubock: 2005). De igual forma, hay algunos autores que consideran que “la categoría raza es un correlato del proceso de propagación de una bioracionalización del Gobierno y del uso del poder estatal para la administración de la población. (Viveros: 2009).

Al respecto, el objetivo que modestamente presento, no es el de proponer un modelo de gestión que pueda ser adoptado por los distintos Estados para acabar con los problemas del racismo y la discriminación, sino simplemente el de trazar un camino para poder hallar un modelo tal. Lo que se debe buscar, por tanto, es un modelo de gestión que brinde una adecuada "estructura de oportunidad política”, en general, a los elementos migrantes de la globalización. Y dicho modelo se podría encontrar dentro del mismo sistema democrático, siempre y cuando se entienda que la democracia aún es un proyecto por debatirse, por negociarse y ser creado. En este sentido, el sistema democrático debe dirigirse a la forma de democracia participativa (tanto en lo cognitivo, como en lo cultural y lo emocional), por sobre la forma clásica de democracia representativa, en la que las personas se limitaban únicamente a elegir a sus representantes en el gobierno (Benhabib: 2005), (Chateauraynaud: 2005), (García M: 2006).

Ahora bien, la idea final que se presenta en el presente texto, para la búsqueda de un modelo de gestión adecuado de la diversidad que contemple la complejidad de los elementos migrantes de la globalización, es la de buscar un modelo de ciudadanía tan diverso y complejo como los mismos elementos migrantes de la globalización.

De esta forma, tenemos que la ciudadanía debe ser entendida como una obra siempre en proceso (al igual que la misma democracia) (Soysal: 2009), y debe poner su énfasis no en la concesión sino en su práctica, y no se debe dar por sentado el imaginario territorial-nacional como un espacio autoevidente para pensar cuestiones de ciudadanía y justicia (Savransky: 2011). A raíz de lo anterior, se puede decir que se debe empezar a hablar de una ciudadanía multidimensional, es decir, de una ciudadanía que contemple todos los aspectos simbólicos que podrían llegar a constituir o crear el sentido mismo de la práctica ciudadana y de la vivencia en un mundo complejo y globalizado. Aunque se presume que el debate que podría llevar a una ciudadanía tal, es aún tan largo como complejo.

Conclusiones: los elementos migrantes de la globalización, ciudadanía multidimensional y racización

La globalización es un proceso constante de construcción de fronteras sociales a causa de la cual viajan, se desplazan y fluyen cada día distintos tipos de elementos entre los que se cuentan no solo las personas físicas, sino una amplia variedad de símbolos y emociones que hacen parte de la diversidad cognitiva, cultural y emocional del mundo actual. Una diversidad ante la cual no se debe actuar con modelos excluyentes o asimilacionistas de gestión, ya sea esta gestión de índole estatal o no.

En general, un modelo excluyente de gestión ante la gran cantidad de diferencias culturales que surgen en el actual mundo globalizado, podría pasar a ser una nueva forma de racización  (De Ruder: 2000), (Guillaumin: 1972), (Labelle: 2006), (West y Fetnstermaker: 2006). Debido a ello, en el presente texto se ha presentado la idea de que se debe buscar una integración social basada en la pluralidad cultural (y discursiva) y no en la homogeneización social (Delanty: 2000). Una integración que se debe buscar en base al reconocimiento de una ciudadanía tan compleja y abarcadora como el término mismo de elementos migrantes de la globalización, puesto que una ciudadanía global debe ser entendida como una ciudadanía cognitiva, cultural, emocional y humana. No obstante, de acuerdo con autores como Iker Barbero (2010), Prakash Shah (2007) y Boaventura de Sousa Santos (2007, 2009), en el mundo actual hace falta un pluralismo jurídico, aun a pesar de la coexistencia de distintos códigos jurídico-normativos en un mismo territorio geográfico o campo social, que reconozca no solo a los sujetos inmigrantes actuales que en situación de irregularidad se ven privados de la ciudadanía en su modelo clásico, sino a otros nuevos y emergentes sujetos jurídicos

Son muchos y muy diversos los elementos que pueden constituir y crear el sentido mismo de la ciudad y la cercanía social (Navalles: 2011), por lo que el reconocimiento de la ciudadanía debería aplicarse a todos aquellos sujetos que podrían experimentar y vivir la ciudadanía. De no ser así, la exclusión y la discriminación podrían tender a hacerse cada vez más diversas y rutinarias. No obstante, el problema no radica tanto en cuestionar qué clases de exclusiones son problemáticas o no, sino en el hecho de que se debe garantizar el pleno reconocimiento a la participación tanto de grupos minoritarios como de otros grupos, y de un amplio abanico de ideas, de la misma forma en la que, para acabar con algunos de los problemas del sexismo, no se debe hablar de garantizar los derechos de las mujeres, sino de garantizar los derechos de las mujeres y los hombres. No se debe hablar, por tanto, únicamente de una ciudadanía multicultural, sino de una ciudadanía multidimensional.

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1 Autores como Mirielle Eberhard (2011), prefieren usar el término “racización” (traducido del francés por Jean Hennequin), en lugar del de “racialización”, ya que el primero hace énfasis en el carácter contextualizado de la raza, puesto que la raza no es lo que descansa en los aspectos físicos y simbólicos, sino en lo que en su idea y sus manifestaciones producen en el mundo (Eberhard: 2011).

2 En una ciudad global, nos dice Iker Barbero (2008), son infinitos los órdenes normativos y discursos jurídicos que coexisten e interrelacionan.