ACCIÓN SOCIAL Y EDUCACIÓN EN VALORES A TRAVÉS DE LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN

ACCIÓN SOCIAL Y EDUCACIÓN EN VALORES A TRAVÉS DE LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN

Santiago Gallur Santorum (CV)
Universidad Autónoma de Ciudad Juárez

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1. INTRODUCCIÓN:

Los medios de comunicación son considerados por muchos teóricos de distintas disciplinas del conocimiento como el “cuarto poder”. Su influencia en la sociedad es tal que pueden llegar a condicionar sobremanera el panorama político “doméstico” de los países, e incluso internacional. Tal es así que en infinidad de ocasiones los medios sientan las bases de conductas, prejuicios y valores aceptados socialmente, a la vez que acaban siendo el reflejo de otros patrones previamente presentes en la sociedad en cuestión. Es decir, se acaba generando una dinámica de retroalimentación entre medios y sociedad que parece no tener final, y que por el hecho de la repetición constante de actitudes claramente peyorativas y ofensivas, la degradación de conductas humanas no se perciben de forma negativa por la sociedad, debido al patrón recurrente en los medios comentado previamente. Así, los medios de comunicación están plagados de tópicos, juicios de valor, prejuicios, comentarios peyorativos, racistas, machistas, sexistas y discriminatorias en mil y un aspectos. De este modo, por el mismo patrón de repetición constante la sociedad acaba haciendo propios dichos aspectos, llegando un momento en el que ya no se sabe quién generó dicha dinámica, si los medios o la sociedad sobre la que actúan.
Este tipo de problemáticas, que están totalmente identificadas (incluso por los propios consumidores de medios de comunicación), ponen de manifiesto una polémica realidad: los medios sirven como forma de educación y de trasmisión de valores éticos y morales. De este modo, tanto aspectos negativos como positivos son reflejados en los medios y transmitidos a los espectadores, radioyentes, lectores e internautas que consumen mass media. Así, la trasmisión  a través de los medios de patrones aleccionadores y carentes de valores éticos, ha sido presentada hace ya muchos años en profundidad en el magnífico libro Para leer al Pato Donald1 , donde se señalan a los medios como una maquinaria perfecta de condicionamiento ideológico, económico, político y social. Si tenemos en cuenta que otros trabajos de investigación como Ojo con los media 2 han conseguido exponer cómo los medios crean noticias, a la vez que invisibilizan otros acontecimientos realmente relevantes que nunca ven la luz, nos situamos en un panorama perverso de aleccionamiento y manipulación de la realidad llevado a cabo por muchos medios de comunicación alrededor del mundo.
Sin embargo, a la vez que se dan de forma constante estas dinámicas perversas de ideologización y adoctrinamiento, otros medios de comunicación con patrones alternativos de producción informativa han conseguido plantear un funcionamiento opuesto en la “creación” de noticias, que se sitúa como una opción de educación en valores éticos y morales que motiven a la acción social, el cambio, la diversidad, la tolerancia y el respeto. Así, tres medios de comunicación mexicanos, dos de periodismo de investigación (Proceso y Contralínea) y uno centrado en el género (CIMAC), han logrado llevar a cabo una dinámica de producción informativa alternativa que ha dado como resultado la inversión de los valores noticia tradicionales. Estos valores noticia son a la vez los responsables de que determinados acontecimientos relevantes sean substituidos por otros carentes de importancia real, y que tienden a transmitir una imagen sesgada del mundo y de los valores éticos y morales en los que la sociedad educa a las nuevas generaciones.
Si nos situamos en dinámicas concretas como el narcotráfico en México y el feminicidio de Ciudad Juárez (las temáticas específicas que tratan los medios anteriormente mencionados), tenemos que la cobertura de ambos temas no sólo implica riesgos para los periodistas que las cubren debido a la peligrosidad de las mismas, sino que a la vez el propio periodismo es sometido a una serie de modificaciones significativas tendentes a sacar a la luz acontecimientos que bajo el prisma de los valores noticia tradicionales simplemente quedarían relegados al olvido. De este modo, con un claro compromiso por el impulso a la acción social, estos tres medios sientan ejemplos firmes de principios éticos y morales, llevando así a cabo la educación de la juventud en valores, tanto de forma directa como indirecta. El problema deriva de la escasez de este tipo de medios que educan con respecto a valores éticos, que es directamente proporcional a la abrumadora mayoría de los “otros” que “infectan” y son “infectados” de actitudes, prejuicios y dinámicas fuertemente negativas para el desarrollo social, y que acaban derivando en una terrible carencia de cultura. 
Son muy pocos los medios que critican o cuestionan la forma actual en la que se ejerce el periodismo. La excusa es la de siempre: Se le da a la audiencia lo que pide. Así, como si se tratase de un circo romano, la vida privada, la vida pública, las mentiras y las medias verdades acaban transformándose en la “realidad” cotidiana para cientos de millones de personas en todo el mundo. La pregunta que habría que hacerse en este punto (y que ya periodistas como Michael Collon en el brillante libro Ojo con los media se han hecho), sería: ¿a quién le conviene una sociedad manipulada a través de medias verdades, mentiras, y movida por los bajos instintos como el morbo, la violencia y el sexo?. La respuesta necesita ser estructurada adecuadamente para que se pueda entender en toda su plenitud y poder captar así la sencillez de la argumentación que está detrás de la misma.
Las sociedades democráticas actuales, muy a pesar de lo que se quiere creer, están basadas en la coerción y la violencia. Una violencia ejercida legítimamente por las fuerzas y cuerpos de seguridad de cada estado. Así, los únicos que en un estado (o a nivel internacional) están legitimados para ejercer la violencia contra los ciudadanos son las instituciones creadas a tal efecto por los poderes legítimos de cada país. Hoy en día, debido a la poca cultura histórica de sociedades que se mueven en el presente inmediato de Internet, los medios digitales y las redes sociales, sólo una pequeña parte de la población mundial conoce que los derechos laborales que aún hoy tenemos (así como otros muchos derechos como la educación pública, la sanidad pública e universal que existen en algunos países) han sido obtenidos a base de protestas violentas, huelgas, manifestaciones y sangre derramada por miles de sindicalistas en todo el mundo que (ya desde el nacimiento de la revolución industrial) sobre todo a finales del siglo XIX y principios del XX lucharon contra los poderes establecidos para conseguir grandes mejoras en el ámbito laboral: las 8 horas de jornada laboral, los fines de semana como descanso, las vacaciones, las pagas extras, etc.
Las generaciones actuales han asumido que estos derechos fueron gratuitos y que por lo tanto no supusieron esfuerzo, lucha o movimiento alguno para conseguirlos. Así, estas ideas refuerzan una visión del mundo en la que es el poder el que otorga beneficios a las clases menos favorecidas, y no son ellas las que luchan y se movilizan para obtenerlos. De este modo, a medida que los “experimentos comunistas” fueron desapareciendo paulatinamente de casi todos los rincones del planeta, y la pretendida libertad que supuestamente otorga el sistema capitalista fue haciendo acto de presencia, las sociedades se han visto cada vez más limitadas por los poderes fácticos en la forma en la que son legitimadas para protestar y mejorar sus condiciones de vida. Por ello, si hoy en día se dan manifestaciones o huelgas de intensidad similar a las que en el pasado consiguieron obtener los derechos laborales (que aún tenemos), rápidamente son sofocadas con contundencia, a la vez que en los medios se nos vende la idea de que los violentos y terroristas han tomado las calles para usurpar la tranquilidad de la mayoría de los ciudadanos de bien. Y, a modo de círculo vicioso, millones de personas consumidores de dichos medios de comunicación, repiten el manido discurso sin tan siquiera pensarlo por un segundo. Mientras, en gran parte de los países del mundo se están llevando a cabo reformas en todos los ámbitos que recortan libertades y derechos civiles y laborales a partes iguales.
A pesar de lo que pueda parecer, pocas son las movilizaciones sociales que se llevan a cabo en dichos países, en comparación al gran número de afectados por dichas reformas. Esto, que parece un sin sentido, tiene su explicación en un punto muy simple: la ideología y los valores éticos y morales. Si pensamos en cuáles son los programas de máxima audiencia en televisión y radio, o cuáles son los medios impresos que más suelen vender en todo el mundo, la respuesta es reveladora: los medios de “información” deportiva, las revistas “del corazón” y los medios sensacionalistas o amarillistas. Y es que los tres ofrecen justo lo que los más bajos instintos piden: morbo, lujo y sexo. Esto se entiende muy fácilmente si los vamos explicando exhaustivamente uno por uno.
Los medios de información deportiva. Simplemente, la abrumadora mayoría de ellos no cumple ni una sola de las reglas básicas del periodismo. Y lo peor de todo es que los profesionales de la información lo saben y lo toleran como un mal menor, ya que es información poco importante para la propia sociedad, cuya principal misión es entretener y no informar. Así, los medios o programas deportivos confunden constantemente información y opinión, emplean de forma permanente los juicios de valor, las adjetivaciones, los observaciones personales, y no sólo eso, sino que el propio público es consciente de ello y los elige precisamente porque defienden más o menos una filiación deportiva con la que se sientan identificados. Es decir, no buscan información veraz y contrastada, sino opinión, pura y simple, libre de las complejidades de los medios considerados serios. Algo fácil y rápido de “digerir”, pero que sobre todo no exija pensar. Como el perfecto equivalente de la comida basura que sacia el hambre pero no alimenta, este tipo de noticias sacian la curiosidad por lo banal, pero sin aportar nada útil al ciudadano en su vida diaria, más allá de poder llenar los incómodos huecos de las “conversaciones de ascensor”.
Estos medios no citan ni identifican correctamente las fuentes, no separan ni identifican las secciones de opinión de las de información (si es que existen), no ofrecen explicaciones sobre los eventos o sucesos limitándose a describirlos, no contextualizan los hechos con el pasado y el presente de la zona, no interrelacionan el ámbito deportivo con el resto de los ámbitos de la vida real con los que están íntimamente vinculados, como son el ámbito político y el económico. Y es que los deportes mueven al año miles de millones de dólares en todo el mundo, sea de forma directa o indirectamente, y sobre todo cumplen una función sociopolítica muy importante para los poderes establecidos: mantienen distraída a la población. Prueba de ello un botón: Los días en que España ganó la Copa de Europa y el Mundial de Futbol todos los medios nacionales, deportivos o “normales”, sensacionalistas o “serios”, grandes o pequeños, de “izquierdas” o de derechas, abrieron sus portadas y las noticias televisivas o de radio, con los mismos titulares. Todos coincidieron en que la noticia más importante tenía que ver con el futbol. Ya no había problemas de política nacional o autonómica, ni conflictos bélicos en el mundo, ni hambrunas, ni crisis económica (si bien en esos momentos apenas se estaba empezando a hablar del tema). Así, se daba la sensación de que lo único que importaba era el fútbol y un trofeo, cuyos ganadores, a pesar de ser españoles, pocos de ellos pagaban impuestos en España, ganando cientos de millones de euros al año e invirtiendo una parte importante de su ganancias en el negocio inmobiliario, uno de los principales causantes de la crisis económica en el país.
El caso de los medios de comunicación “del corazón” es similar al de los deportivos, ya que no respetan prácticamente ninguna regla periodística, siendo su principal característica la violación sistemática de los códigos éticos y morales. Así, no identifican ni citan correctamente las fuentes, no diferencian opinión de información (ya que la mayoría de las veces ofrecen opinión como si fuese información), no respetan derechos fundamentales como el derecho a la intimidad o la presunción de inocencia, etc. Fundamentalmente se alimentan de la curiosidad y el morbo insaciable a cerca de la vida privada de personajes que cobran cantidades enormes de dinero por hacer declaraciones sobre su intimidad que pareciera que da al periodista el derecho a juzgarlo y someterlo al escarnio público si así lo requiere el “guión” pactado previamente. De este modo, no son poco frecuentes las exclusivas en directo sobre malos tratos, infidelidades, embarazos deseados o no, violaciones e incluso “suicidios pactados” con el propio medio, que al final lógicamente no se producen. Así, este tipo de medios se sitúan a un nivel de beneficios económicos similar al de los medios de periodismo deportivo, acaparando un público objetivo distinto, pero igual de numeroso y dócil que el anterior. Lo que se consigue por tanto, con maratonianos programas “del corazón” en la televisión de hasta 4 horas, es de nuevo, mantener distraída a la población e impedir que reflexione sobre aquello que realmente le afecta.
Los medios sensacionalistas o “amarillistas” comparten todas las características con los medios anteriores. Y es que, tampoco identifican o citan correctamente sus fuentes, no diferencian opinión de información, no respetan derechos fundamentales como el derecho a la intimidad, etc. Así, como los anteriores casos, violan constantemente casi todas las reglas deontológicas de la profesión, pero siguen existiendo sin problema alguno, ya que cubre un hueco social “necesario”, el de la especulación y el morbo, a la vez que permiten cubrir con inmensas “cortinas de humo” los asuntos realmente importantes. De este modo, el público que no es captado por los medios de periodismo deportivo, ni por los medios “del corazón”, es cautivado por medios amarillistas que presentan la realidad según intereses muy particulares.
Sin embargo, el principal problema que entraña todo lo anterior no es la existencia de medios de comunicación que distraen y manipulan a la población a través de temáticas como las noticias deportivas, del corazón o las sensacionalistas. Lo grave de esta situación es que de entre los autodenominados en muchas ocasiones medios “serios” no hay prácticamente alternativa a la información comentada previamente. Es decir, los medios llamados “serios” comparten características con los mencionados anteriormente hasta el punto de cometer muchos de los “fallos” deontológicos del periodismo señalados anteriormente.
Así, aunque parezca difícil de creer los medios tradicionales no cumplen necesariamente los códigos deontológicos de la profesión periodística, ya que en muchas ocasiones los propios periodistas o los desconocen o la dinámica de la inmediatez informativa se lo impide. Pero, ¿por qué?. Principalmente por dos motivos. El primero sería que la profesión periodística es una profesión liberalizada, y esto quiere decir que cualquier persona que sea contratada por un medio de comunicación para ejercer la profesión de periodista puede hacerlo, aunque no tenga una licenciatura en periodismo. Es más, hay una parte importante de los periodistas que no son licenciados en periodismo.
Curiosamente el fenómeno de la profesionalización de los trabajadores de los medios de comunicación es relativamente reciente en todo el mundo. En España nos tendríamos que remontar a los primeros años de la democracia para identificar las primeras universidades de comunicación o de periodismo. Lo que existía anteriormente, durante la dictadura franquista era la formación de locutores, y por supuesto un locutor nada tiene que ver con un periodista. Así, las primeras referencias profesionales que tuvieron los primeros estudiantes de periodismo en España fueron de los profesionales locutores y trabajadores de los “medios de comunicación” franquistas, que evidentemente nada tenían que ver con la labor periodística y sí con una clara función de propaganda de un régimen de extrema derecha. Por ello, debido a que las referencias periodísticas son obtenidas de modelos no periodísticos, los profesionales de la información educados así no suelen conocer cuáles son las normas, derechos y obligaciones éticas de los periodistas, y por lo tanto no las cumplen ni reflexionan sobre ellas. A la vez, aquellas personas que, ya formadas en democracia en facultades de ciencias de la información y periodismo, y comienzan a trabajar en los medios, se encuentran con una realidad chocante, la teoría aprendida en la universidad suele ser contradicha casi constantemente por la práctica diaria de los medios de comunicación.
Por todo lo anterior, los códigos deontológicos del periodismo no se cumplen, bien porque los profesionales que trabajan en medios de comunicación provienen de otros ámbitos de estudio y por lo tanto no conocen dichas reglas, bien porque los periodistas formados en facultades de periodismo fueron educados por profesores cuya formación no fue en periodismo y cuya práctica periodística se sitúa en una época en la que no se respetaban los derechos y deberes de los periodistas (como fue el franquismo en España). Así, el intrusismo profesional, la falta de una formación adecuada de los propios profesores de periodismo y su propia experiencia profesional ha provocado que en la actualidad los códigos deontológicos del periodismo sean contemplados como “bonitas normas” que nadie cumple en la práctica, aunque suenan muy bien en la teoría.
Por tanto, el periodista, formado o no en dicha materia, se enfrenta a una realidad compleja que debe comunicar cumpliendo una serie de normas deontológicas que en la mayoría de las ocasiones desconoce. Las consecuencias son terribles, no sólo a nivel del periodismo, sino a nivel social, ya que la práctica se acaba convirtiendo en el “espejo” al que acuden los nuevos periodistas en formación para “imitar” patrones de una supuesta calidad profesional. Como estamos viendo esa calidad no sólo es pretendida en la práctica, si no que a la luz de los códigos de obligado cumplimiento profesional no existe, y por ello se acaba produciendo una deformación profesional, que curiosamente se asume como la consecuencia directa de la práctica diaria.
Así, en vez de que la teoría sirva como guía para llevar a cabo las buenas prácticas profesionales, las deformaciones profesionales derivadas del desconocimiento de la teoría (códigos deontológicos y demás) y del intrusismo profesional son, paradójicamente, las que marcan los criterios de profesionalidad en el ejercicio diario. Es decir, que las malas prácticas que se llevan a cabo todos los días en los medios de comunicación, derivan en parte de que con el tiempo y la falta de formación profesional se han convertido en los criterios vigentes de profesionalización. Es decir, la mala praxis condiciona sobremanera un desarrollo profesional que debería estar regulado por la teoría y por los propios códigos profesionales. Al darse justo al contrario lo que se acaba produciendo es una deformación del ejercicio profesional, además de un desligamiento de la teoría con la práctica, ya que los códigos teóricos hablan de una realidad que no existe, y precisamente no existe porque dichas normas no son aceptadas como criterios de obligado cumplimiento profesional. Más bien se ven como “adornos” que quedan bien en aquellos medios que aspiran a la distinción de “serios” en su tratamiento informativo, pero que hasta en estos no están presentes habitualmente. Así, los medios “normales” no sólo no consideran los códigos deontológicos dentro de sus rutinas de producción informativa y tratamiento de la información, si no que más bien se acaban considerando como obstáculos que dificultan la práctica profesional.
Por todo lo anterior es absolutamente necesario tener en cuenta que la problemática mediática que padecemos en la actualidad es consecuencia de todos los factores mencionados anteriormente, que funcionan de forma conjunta como mecanismos de legitimación de la mala praxis. Así, a pesar de que los medios y sus profesionales pueden identificar perfectamente aquellos “errores” conscientes que cometen diariamente, los justifican como condicionados por las rutinas productivas y las propias características de los medios en sí. De todo esto se deriva la realidad mediática actual y todos los problemas vinculados, entre los que destacan la “mala influencia” de los medios de comunicación en la educación de niños y adolescentes.

1 Dorfman, Arial y Armand Matelart. Para leer al pato Donald. Madrid, Ed. Siglo XXI,1978.

2 Collon, Michel. ¡Ojo con los media!. Guipuzcoa, Argitaletxe Hiru, 1995.