EL NACIMIETO DEL LIBERALISMO ECONÓMICO EN ANDALUCÍA

EL NACIMIETO DEL LIBERALISMO ECONÓMICO EN ANDALUCÍA

Eduardo Escartín González (CV)
Francisco Velasco Morente
Luis González Abril

Universidad de Sevilla

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ANÁLISIS REAL DE LA ECONOMÍA

El análisis real de la economía consiste en otorgar prioridad a los aspectos no monetarios de la economía y en estimar el dinero como un mero instrumento neutral que no afecta a la proporción relativa entre los bienes. Según este criterio, el dinero sirve para facilitar la comparación entre cantidades heterogéneas de diversos artículos, puesto que mediante sus precios dinerarios se expresan los valores y se consigue apreciar fácilmente la relación real por la que se truecan las mercancías. Esto es: 1.000 euros son 1.000 euros tanto en trigo como en vino; pero, al considerar los precios, 1.000 euros pueden ser, por ejemplo, 3.000 kilogramos de trigo ó 1.500 litros de vino; esto significa que tal variedad de trigo y tal calidad de vino se intercambian mediante la relación de dos a uno. Así, el dinero sirve para ver con claridad la parte real de la economía, que es lo verdaderamente importante para esta clase de análisis.
En lo relativo a este contexto, Schumpeter (en su obra citada, pp. 323 y 324) se expresa así:
El análisis real parte del principio de que todos los fenómenos esenciales de la vida económica son susceptibles de definición a base de bienes y servicios, decisiones sobre ellos y relaciones entre ellos. El dinero no aparece en el cuadro sino con la modesta función de expediente técnico adoptado para facilitar las transacciones. Sin duda, ese expediente puede sufrir desarreglos y cuando ocurre causará fenómenos específicamente imputables a su "modus operandi". Pero mientras funcione normalmente no afecta al proceso económico, el cual discurre igual que lo haría en una economía de trueque simple: eso es lo que implica esencialmente el concepto de dinero neutral.
Luego, Schumpeter (ibídem, p. 329) atribuye este análisis a los escolásticos: «La historia del análisis económico empieza con una situación en la cual el análisis real es dueño del campo. Aristóteles y los doctores escolásticos son todos adeptos a él».
Pues bien, teniendo esto presente, es posible afirmar que Vadillo sigue tal tipo de análisis de la economía en términos reales. Éste es precisamente el sentido de las siguientes frases de Vadillo refiriéndose al dinero (pp. 14-15):
Aristóteles pensó que la moneda era una medida comun, á la que habian de referirse y ajustarse todas las cosas, á cuyo parecer se inclinó tambien el gran Locke en sus cartas sobre la moneda. Otros autores añadieron á esta definición la circunstancia de ser la moneda un precio eminente inventado para la facilidad de los contratos, ó un término y elemento comun para igualar las permutas. Finalmente el sublime Montesquieu la denomina signo representativo del valor de toda mercadería; sabio dictamen que ha llegado á ser general entre los economistas de crédito. Serían perfectamente exactas y acordes estas opiniones entre sí, si por medida comun se entiende unánimemente lo mismo que por signo; un índice abstracto que exprese y sustituya al valor impositicio de los géneros comerciables, ó un medio comparativo de las relaciones que en sí tienen para estimarse, pero no un arancel que fije ó determine aquel valor, cual en vano se buscará otro mas que la necesidad real, presunta ó de capricho.
Y, en la nota 1 a pie de la página 15, aclara:
Y prescindiendo de otros infinitos ejemplos y razones, considérese si dos comerciantes que quieren trocar mercaderías de distinta especie, lo hacen simplemente á bulto de las solas mercaderías, ó prefijando antes su precio á cada una. Quien tenga alguna práctica en estas materias, habrá constantemente observado que para trocar añil, v. gr., por azúcar, grana por sedas, algodon por menestras etc., los tratantes determinan primero el valor en dinero en que cada cual ha de estimar la libra, arroba ó quintal de su género. Sobra, pues, esta experiencia para ver el oficio que en tales ocasiones hace el dinero ó la moneda, que es ser indicante ó conductor para graduar las relaciones que entre sí tienen los géneros que se truecan en el mercado, deduciendo por su abundancia ó escasez, necesidad ó poco uso el aprecio que respectivamente merezcan. A la vista de esta demostracion parece que nadie debe dudar que el dinero ó la moneda es, además de mercadería como otra cualquiera, un verdadero y real signo en el sentido que aquí se le atribuye.
Es decir, como puede apreciarse, para Vadillo la economía es esencialmente un trueque en el que interviene un dinero «neutral», o «signo» como él dice, que únicamente sirve para facilitar la comparación real entre las mercancías; y en el valor de las mercancías el dinero, a pesar de ser una mercadería más, no interviene, puesto que es la necesidad subjetiva que los individuos tienen por las mercancías (o, como él dice, «la necesidad real, presunta ó de capricho») la que determina su valor en función de la proporción existente entre ellas, según sea su escasez o abundancia relativa. Más adelante (en el parágrafo 7) se tratará con mayor extensión la teoría del valor o del precio de Vadillo, que (además de estar anclada sólidamente en los principios de la Escolástica) se basa en un elemento subjetivo, cual es la apreciación de cada persona, según su necesidad de una cosa.
De todas formas, el análisis real de los escolásticos y el de Vadillo se fundamenta en la concepción eminentemente material de la riqueza de Aristóteles (y de sobras es sabido que los escolásticos encontraron una inagotable fuente de inspiración en las doctrinas aristotélicas).
Aristóteles (en La Política, Libro I, Cap.II, 3) dice que «sin las cosas de primera necesidad no pueden vivir los hombres y vivir bien», y algo más adelante escribe (ibídem, Libro I, Cap., III, 8-9):
es necesario que [...] la ciencia económica nos provea de los recursos propios o útiles para la vida en toda asociación civil o doméstica. Precisamente eso es lo que constituye la verdadera riqueza; la calidad que baste a las exigencias del vivir y a la felicidad.
Siglos después, esta idea sería transmitida por Séneca, que en sus Cartas a Lucilio (Epíst. CXVI,1), aunque sin referirse directamente a la riqueza, alude a «las cosas a las que te inclinas y a las que juzgas, o necesarias, o agradables o útiles para la vida», y mucho más tarde, ya en el siglo XVIII, fue recogida por Cantillon (en su Ensayo sobre la naturaleza del comercio en general, 1996 [1755], p. 13), al definir la riqueza del siguiente modo: «la riqueza no es otra cosa que los alimentos, las comodidades y las cosas superfluas que hacen agradable la vida». Ahora bien, sería Adam Smith quien (en su Riqueza de las Naciones,1994 [1776], p. 31) definiría la riqueza de forma casi idénticamente a la de Séneca: «Todo hombre es rico o pobre según el grado en que pueda gozar de las cosas necesarias, convenientes y gratas de la vida».
En la misma línea de pensamiento, las palabras de Vadillo (p. 14n) para definir la riqueza son éstas: «La verdadera riqueza de un Estado consiste en la población y abundancia de mercaderías y trabajo productivo que proporcionan la agricultura, industria, artes y comercio».
Así pues, en Vadillo se encuentra una concepción real de la economía, en la que el dinero es una mercancía más, pero no constituye la verdadera riqueza. Según sus propias palabras, nada más empezar su Discurso (p. 13): «No se reputa ya única verdadera y originaria riqueza de un estado la multitud de piezas de oro y plata que se encuentran en él». En la memoria de Aristóteles y en la de los doctores escolásticos está siempre presente la fábula de Midas, rey de Frigia, a quien la leyenda atribuía la facultad de convertir en oro todo lo que tocaba. ¡Extraña riqueza! Riqueza que causó su infelicidad y muerte: «Extraña riqueza la que, por grande que sea, no libra a su poseedor de perecer de hambre, como el fabuloso Midas cuya codicia le llevó a pedir, y vio cumplido su voto, que se trocaran en oro todos los platos que se le servían» (según palabras de Aristóteles, en La Política, Lib. I, Cap. III, 16). Para Aristóteles (La Política, Lib. I. Cap. III, 13) el dinero es simplemente un elemento que sirve para facilitar el cambio, que «en su origen no tenía más objeto que satisfacer las necesidades naturales», pero, al evolucionar, obligó a que se introdujera «necesariamente el uso de la moneda, pues las cosas de las que tenemos necesidad no siempre son fáciles de transportar».
Por estos motivos, y por la consideración de que la función primordial del dinero es facilitar los intercambios (tal como opinaba Aristóteles en La Política, Lib. I, Cap. III, 14 y 15), la verdadera preocupación de los doctores escolásticos fue la economía real. Acerca de la economía monetaria, dirigieron su atención principal a condenar las adulteraciones de las monedas ya que apreciaron que generaban redistribuciones injustas de la riqueza, como así lo manifestaba Nicolás de Oresme, obispo de Lisieux, a mediados del siglo XIV (según las explicaciones de Spiegel, en El desarrollo del pensamiento económico, p. 97).
Debido a la influencia de Smith (que había desprestigiado a los mercantilistas por su defensa de una balanza comercial con superávit que, al saldarse con oro y plata, propiciaba la acumulación de metales preciosos en la nación), Vadillo, como se acaba de advertir en la recién reproducida frase de su Discurso (p. 13), recobra la idea, ya propugnada por los economistas españoles de los siglos XVI y XVII, de que la verdadera riqueza no se fundamenta en la acumulación de metales preciosos, sino en la laboriosidad de las gentes y en el desarrollo de las artes y los oficios, que proporcionan las mercancías necesarias para que los hombres vivan y vivan bien. Por eso afirma Vadillo (p. 14n-1) que:
ninguna idea importa tanto grabar en el ánimo de los pueblos, como la juiciosa observacion de los eruditos autores del Diccionario histórico-mitológico hablando del empeño que pusieron los atenienses en que todos los ciudadanos tuviesen alguna ocupacion, porque estaban persuadidos «á que la pobreza, hija del ocio, es la madre de los delitos». No puede, pues, hallarse en oposicion absoluta con las buenas costumbres la riqueza que provenga del trabajo, de la aplicacion, del saber y de la industria.
No es de extrañar, pues, que los escolásticos, en general, y Vadillo, en particular, sintieran una honda preocupación por las consecuencias derivadas de la nefasta práctica de la adulteración de las monedas (Vadillo, como ya se mencionó al final del parágrafo 2, afronta este asunto en la p. 18 y siguientes y respecto a ello se especificará algo más en el próximo parágrafo y también en el noveno).
Los doctores escolásticos intuitivamente apreciaron que una devaluación monetaria implicaba una modificación brusca sobre el modus operandi del dinero y, trastocaba, por tanto, los valores relativos de las mercancías. Esto se consideró devastador para el funcionamiento normal del comercio y de ahí su gran preocupación por erradicar las depreciaciones monetarias, o sea, evitar la inflación, que era el resultado del envilecimiento de la moneda.
Evidentemente, la conclusión debía ser, en opinión de todos estos autores, reprobatoria de las prácticas que, mediante una premeditada manipulación de las monedas, alteraba su contenido metálico y su valor. De ahí que Vadillo declarara (p. 18):
teniendo [la moneda] un cierto valor de por sí, conforme á la proporción que haya entre su número y el de las especies vendibles que pueden adquirirse con ella, el gobierno en todos casos debe atenerse, en la distribucion de valores á las monedas, al precio que resulte á cada una de la proporcion referida, sin entremeterse jamás á alterarla para evitar el trastorno y perjuicios que acarrean deliberaciones poco meditadas en asunto tan grave y delicado.
Como se puede apreciar Vadillo se atiene al análisis real de la economía y propone eliminar las deliberadas alteraciones monetarias por parte de los políticos, porque, en todos los casos que él consideró, había una repercusión negativa en la marcha de los negocios y de la economía.
Empero, no es sostenible a priori que todas las alteraciones de los valores monetarios sean nefastas para la economía en general o hundan el comercio en particular, aunque ciertamente provoquen cambios en la producción y alguien en concreto salga perjudicado al modificarse la distribución. En tiempos de Vadillo los estudios referentes a la relación entre el dinero y la producción de mercancías ya habían experimentado ciertos avances. Esos análisis monetarios, aun siendo incipientes y sin ser algunos de ellos estudios plenamente científicos, ya los habían iniciado determinados autores mercantilistas y luego, en el siglo XVIII, en un plano analítico superior, fue continuado por autores franceses, como Becher, Boisguillebert, Cantillon y Quesnay. Para Schumpeter (obra citada, p. 330) estos autores «antes habrían puesto en duda que el agua moja que el hecho de que un aumento del dinero significa más beneficio y más ocupación, o que los precios altos son una bendición».
Para estos autores galos estaba claro que los aumentos en la masa dineraria, aunque fuera por el procedimiento de la devaluación y no sólo por la mayor afluencia de oro y plata, originaban variaciones en la economía real. Generalmente, la mayor disponibilidad de valores dinerarios estimulaba la producción, el empleo y el beneficio empresarial.
Además, producir más de algo, incluidos el oro y la plata aun para su monetización, modifica las proporciones de los bienes entre sí y con ellas sus precios. Cantillon expone esto con meridiana claridad en el caso de un aumento de la cantidad de oro y plata en la circulación. Según él, cuando esto ocurre, por ejemplo, al intensificarse la extracción de las minas de estos metales preciosos, suelen subir los precios de las mercancías, empezando por las que compran los mineros; mas su alza no acaece en la misma proporción. La estructura de los precios se modifica al intensificarse la demanda de determinados productos, de modo que unos incrementan su precio en mayor proporción que otros y, a la par, algunos bajan de precio. Ello depende del efecto que causa el aumento de dinero en los beneficiarios iniciales, y las mercancías cuyos precios proporcionalmente suben más ven aumentada su producción, debido a que su venta origina beneficios más altos (según explica Cantillon en su Ensayo sobre la naturaleza del comercio en general. 1996 [1755] pp. 106 a 108).
Actualmente se denomina «el efecto Cantillon» (véase en Blaug: Teoría económica en retrospección, 1988 [1978], p. 48) al fenómeno económico consistente en estimular la producción a través de la distinta difusión del nivel de los precios entre los diferentes productos debido a un aumento de la cantidad de dinero o a su «velocidad de circulación» (terminología empleada por Cantillon –ibídem, p. 88 y 105, entre otras,– para designar el hecho económico por el cual, en promedio, un mismo franco puede comprar diversas mercancías al pasar sucesivamente de mano en mano). La modificación en la velocidad de circulación del dinero provoca iguales efectos que los causados por la variación en la cantidad de dinero en circulación.
Por su parte, Quesnay, el padre de la Fisiocracia, en sus Maximes Générales du Gouvernement Économique d’un Royaume Agricole (máxima VII, pp. 87 y 88, de la versión editada por M. Eugène Daire), recomendaba que cada cual gastara pronto su renta, sin guardar una parte, devolviendo el dinero a la circulación, porque los gastos de unos son los ingresos de otros, y así no se detendría la distribución del producto anual del país, ni se disminuiría la reproducción de la renta nacional en periodos siguientes.
Obsérvese que esta propuesta de Quesnay equivale a un aumento de la velocidad de circulación del dinero.
Desde luego, es raro que Vadillo no tuviera noticia de estos autores, siendo como era muy culto y en cuyo poder se encontraba una de las mejores bibliotecas privadas de España, del orden de 7.000 volúmenes, según comenta de la Iglesia (en su obra citada, p. 146), u 8.500, en la opinión de Velasco (en su obra citad, p. 72), que a su muerte legó a la Biblioteca Provincial de Cádiz. Ahora bien, los datos disponibles no permiten afirmar si conoció las obras de estos autores o si no supo asimilar sus novedosas teorías monetarias, en el caso de haberlas leído. Lo cierto es que en la breve lista, facilitada por de la Iglesia (ibídem, pp. 103-105), de algunos de los libros de Vadillo encontrados en la Biblioteca Provincial de Cádiz no aparece ninguno de estos economistas.