EL PROFESORADO UNIVERSITARIO. RUPTURAS Y CONTINUIDADES

EL PROFESORADO UNIVERSITARIO. RUPTURAS Y CONTINUIDADES

Lourdes C. Pacheco Ladrón de Guevara
Ma. del Refugio Navarro Hernández
Arturo Murillo Beltrán
Coordinadores

Universidad Autónoma de Nayarit

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La construcción de la identidad del docente en la educación médica

 

Martha Edith Cancino Marentes 1
Georgina Castillo Castañeda2

Resumen

La formación profesional de docentes en el área de la salud, reviste de complejidades que ninguna institución nacional ha podido resolver de una manera satisfactoria; en principio porque hasta ahora está vinculada a procesos biográficos, trayectorias individuales o proyectos de vida de cada docente-médico y se ha dejado de lado los propósitos particulares de las universidades. Un médico para desempeñar una hora en aula implica dejar un mínimo de dos a tres pacientes en su consultorio sin percibir la remuneración correspondiente contra el pago que recibe en la institución universitaria, siendo esta referencia negativa para la institución; en esta perspectiva ¿cómo puede una institución crear identidades específicas sobre ser facilitador de materias si no puede cubrir los honorarios que legítimamente le corresponde?  Entonces se tiene que revestir la institución de un ethos diferente que se estructure bajo parámetros del arethé clásico que construye virtudes a partir de los propios valores éticos, esto es, que además de ser buenos médicos, encuentren una vocación particular para ser buenos facilitadores del proceso enseñanza-aprendizaje.
La construcción de una identidad profesional como docente-médico tiene el peso de la fragilidad, primero como médico y en segundo el no depender económicamente de su desempeño como docente; dado este problema, sólo se puede construir una cierta identidad exclusivamente de valores en base al ethos profesional: la vocación, cumplimiento de un contrato social, anhelo de proyección externa o pública y al sentido de solidaridad.
Los cambios que el mundo ha experimentado en las últimas décadas a partir del desarrollo científico y tecnológico, la globalización política y socioeconómica han enfrentado a las instituciones educativas a nuevos retos para la formación del ciudadano moderno. La universidad del siglo XXI debe responder a las demandas de una sociedad en constante evolución ante la llamada era de la información.
Seguramente la complejidad de la formación de nuevos profesionales en este siglo hará imprescindible la evolución de las figuras centrales del proceso educativo: el docente y, por supuesto, el estudiante, deberán estar a la altura de las expectativas que la sociedad posmoderna les impone. El profesorado universitario, actor principal de la acción formadora y transformadora de la universidad se ve ante la necesidad de evolucionar como agente de cambio social para lo cual debe asumir nuevos roles en su perfil profesional.
Existen en las instituciones educativas diversas propuestas curriculares para la formación de profesores de educación básica, desde el preescolar hasta la educación media. Sin embargo, la trayectoria de formación profesional del docente universitario suele ser incierta. No existen programas educativos de formación de profesores de educación superior por lo que la construcción de la identidad profesional del docente universitario está vinculada a los procesos biográficos, las trayectorias individuales y proyectos de vida de cada profesor.
La identidad, como resultado de la construcción psicológica y social del individuo, adquiere relevancia central en el desarrollo del profesor universitario al determinar no sólo la forma de percibir el contexto y su actuación ante ciertas circunstancias sino el sentido de pertenencia y su misión de vida en sociedad.
En el presente ensayo se adentra en  el concepto de la construcción identitaria del individuo y del colectivo desde distintas posturas teóricas para posteriormente adentrarse en el proceso del desarrollo de la identidad profesional del profesor en el ámbito de la educación médica como profesional de la salud y como docente universitario que asume el compromiso social de formar a las nuevas generaciones de médicos.

Construcción de la identidad, desde el yo y desde la otredad

El concepto de identidad hace referencia al individuo y a su definición como tal, por tanto alude a sus raíces históricas ya que se sustenta en las estructuras filosóficas, culturales, económicas y sociales de donde emerge el sujeto cuando se asume a sí mismo.

De acuerdo a Taylor (2006), en el recorrido histórico filosófico sobre la construcción de la identidad moderna, la noción del yo está relacionada con un “cierto sentido de interioridad que tiene que ver íntimamente con un lenguaje de autorreferencia en el que se expresa la específica visión moral/espiritual de nuestra civilización; nuestra topografía moral, esto es, la propia del peculiar estilo moderno de orientar la vida hacia lo que se considera como valioso o bueno”.

La identidad es la construcción de la persona al ser objeto de la autorreflexión, un conocimiento estructurado sobre el “yo” por lo que supone unidad, totalidad y continuidad. Este continuo se consolida en el constante desempeño de roles durante la interacción del sujeto con su entorno, en un proceso comunicativo permanente que le permite dar sentido a la experiencia integrando, de forma cotidiana, procesos en ocasiones contradictorios de lo que el individuo cree que es y lo que quiere ser (Cárdenas, 2003).

En 1690, en “Un ensayo sobre el entendimiento humano”,  John Locke  propuso la noción de “identidad personal”  al asimilar el alma con la conciencia y la conciencia con la memoria: la persona tiene una identidad, una mismidad, que depende de la continuidad de su conciencia. De este razonamiento deriva la postulación lockeana “Memorymakes personal identity”. Así, se produce el nacimiento del individualismo burgués con sus consecuencias filosóficas, psicológicas, políticas, psicoanalíticas y socioeconómicas que llegan a la modernidad.

La noción de “identidad personal” es una reacción filosófica a la dominación de la filosofía escolástica. La conciencia personal de un yo pensante, jurídicamente responsable de sus acciones y súbdito de un Estado que representa los intereses colectivos, es una construcción que se opone a la creencia del “alma” individual, inmortal, que existe para cumplir con un proyecto divino.

La identidad personal supone la imputabilidad legal y está en la base de las prácticas jurídicas. A cada individuo corresponde una identidad constante desde el nacimiento hasta su muerte y cada uno va guardando la memoria de sus estados de conciencia y los movimientos de su cuerpo.

Con Locke, se alcanza la idea laica de que el alma no es otra cosa que la memoria y que los recuerdos garantizan la identidad. Si la continuidad de la conciencia se interrumpe, también lo hace la identidad de la persona aunque no por ello deja de ser imputable por los actos cometidos. Así “la identidad es la construcción social de una memoria personal” (Locke, 1690).

Por el contrario, la impugnación de la unidad del yo, fundada en la memoria, es la esencia del descubrimiento de Freud desde el principio de su obra. Es quién introduce la división y el conflicto en el seno de esa identidad que depende del Otro. La memoria se fragmenta. El psicoanálisis se ha presentado como la ciencia de la memoria, como un análisis del tiempo vivido.

El individuo sabe quién es olvidándose de su identidad, desconstruyéndola y volviendo a edificarla cada día.  El sujeto se presenta como uno pero a la vez es testigo de su propia división. El sujeto de la memoria se reconoce en ella y se ve también como otro, tal como es visto por el Otro (Braunstein, 2008).

Desde enfoques socio-antropológicos la identidad deriva de un proceso de socialización, es decir que es siempre social o identidad socializada (Gewerc, 2001), se define, por lo tanto, en el conjunto de las relaciones que el individuo mantiene con los demás objetos sociales (personas, grupos, instituciones, valores, etc.).

La presencia de lo social es constitutivo de la identidad, de tal manera que sin el marco de relaciones sociales no es posible esa constitución. En esta perspectiva se toma como base a Lévi-Strauss (1981), cuando afirma que las "relaciones constituyen la identidad y no al revés".

También Habermas, (1987), quien a su vez se basa en Mead (1934), se aleja cada vez más de aquellas propuestas que definen a la identidad como una construcción individual, configurándose en el conjunto de relaciones sociales: "El sí mismo es esencialmente una estructura social y se forma en la experiencia social". Para Habermas (1992),  la identidad en el ser humano se construye por tres saberes:

Práctico: conocimiento que informa y guía el juicio a través del entendimiento interpretativo y requiere de clarificar las condiciones para la comunicación significativa.

Técnico: saber instrumental que adopta la forma de explicación científica y que consisten en la adquisición de conocimientos para el control técnico

Emancipatorio: exige la eliminación de las condiciones alientantes y la generación de condiciones intelectuales y materiales para que pueda darse una comunicación e interacción no alienadas, así como la acción social.

El ser humano adquiere su identidad como ubicación en un mundo y la asume subjetivamente sólo junto con ese mundo y esa cultura que le dieron un nombre y un lugar en las relaciones y le enseñaron, además, el nombre y los significados de las cosas.

 Apropiarse subjetivamente del mundo social y de la propia identidad son aspectos diferentes de un mismo proceso en que el sujeto incorpora simultáneamente el universo de significados de que es portadora la colectividad y la reflexión sobre sí mismo.

Identidad individual e identidad colectiva. El sentido de pertenencia

En opinión de Melucci (citado por Chihu y López, 2007), la identidad colectiva es una definición compartida y producida por varios grupos y que se refiere a las orientacio­nes de la acción y el campo de oportunidades en el cual tiene lugar la acción.

En este sentido, la identidad se constituye en un proceso en el que se presentan tres elementos: a) la de una serie de características a través del tiempo; b) la delimitación del sujeto respecto de otros sujetos, y c) la capacidad de reconocer y de ser reconocido. De manera que en un conflicto también está en juego la identidad colectiva, es decir, la definición que sobre el campo social y sobre sí mismo produce el actor.
Para éste autor (Melucci, 2001), la identidad hace referencia a una sustancia o estructura estable con la que el individuo o el grupo se identifican así,  la identidad se organiza cada vez más como un campo definido por las posibilidades y límites que pueden reconocerse; la capacidad de reconocer las posibilidades y límites de aquel campo de relaciones constituye precisamente la identidad, afinando sus adaptaciones como actor y como campo de acción en el que hay un proceso constante de negociación entre las diferentes partes del sí, distintos tiempos de acción y diferentes sistemas o relaciones en las que el actor se sitúa.
Los sujetos se refieren a sí mismos como sujetos de acción, por lo que cada uno experimenta diferentes aspectos de sí y muchos modos de pertenencia a una identidad colectiva. La respuesta al ¿quién soy? es una construcción continua, como individuos y como miembros de una colectividad. La acción social está incorporada en el discurso, en el actor y en el otro. El discurso es la narración en la que el sujeto se relata a sí mismo y luego relata a los otros en un acto social, dándole sentido relacional a la narración; por ello, a través de la narración se construye y reconstruye como sujeto y se presenta a los otros y su reconocimiento.  Entonces, el individuo crea representaciones de los otros que le sirvan para interactuar en relación.
La identidad es una construcción permanente por parte del sujeto, pero también por aquellos que lo rodean, los que le conocen, los que le ignoran. El profesor tiene especial impacto en la identidad del sujeto, pues el hombre pasa gran parte de su vida en instituciones educativas, siendo orientado por sus profesores y, otras veces, devaluado por ellos.
 El profesor puede ser formador de identidad, ¿de qué manera? Identificando aspectos positivos en sus estudiantes y comunicándoselos, o también comunicando los aspectos negativos de los mismos, lo cual puede contribuir a una autoestima deficiente y por tanto una identidad inconsistente.
En “Acción colectiva, vida cotidiana y democracia”, Melucci (1999), expone la necesidad de analizar los movimientos sociales como sistemas de acción múltiple en los que los individuos creen significados para darle sentido a su acción. El desafío simbólico que los nuevos movimientos sociales implican a los códigos que impone la cultura dominante.
Para Melucci, la identidad colectiva se estructura cuando el individuo toma conciencia sobre los límites y posibilidades de acción y se construye continuamente en la interacción directa entre los hombres en redes de solidaridad; esto es, en los movimientos y los procesos mediante los cuales se comunican los individuos.
Este  intercambio simbólico en su vida cotidiana les permite identificarse como parte de un grupo. El sujeto conoce a partir de la diferencia por lo que una democratización de la vida cotidiana permitiría definir identidades colectivas a partir de la comunicación de las diferencias.
Las identidades colectivas además proveen una sensación de seguridad a sus miembros al otorgar significado al contexto,  permitir la comunicación entre la comunidad y la construcción de formas colectivas de conocimientos que lleven a los individuos vivir sin  tener que generar constantemente nuevos significados para todos los fenómenos que enfrenta.

La identidad profesional y el sentido de la profesión

Ser un profesional es más que dominar una técnica. Se inscribe en nuestra naturaleza moral: es materia no sólo de mente y de brazos, sino de corazón; no sólo de intelecto y competencias sino de carácter. Porque sólo habiéndose dedicado y estando apto para comprometerse con otros y servirlo con alta capacidad, es que una persona hace pública profesión de su camino en la vida. (Kass, L., 1992).

El ejercicio de una profesión no es una actividad individual. El desempeño colectivo de una actividad que responde a una demanda social le confiere un sentido ético, brinda identidad  y sensación de pertenencia formando una comunidad legitimada.

Desde el punto de vista social, la actividad profesional no es sólo una forma de asegurar el sostenimiento, el ingreso, sino que es una forma de proporcionar a la sociedad un bien específico que asegure la sustentabilidad del grupo: en el caso de la educación, la formación de nuevos ciudadanos, en el caso de la medicina, el cuidado de la salud de la comunidad. 

Las identidades están ancladas alrededor de un conjunto de proposiciones morales que regulan los valores y el comportamiento.  Así, la construcción identitaria necesariamente involucra ideas de correcto/incorrecto, deseable/indeseable, bueno/malo, etc. Estas normas no son absolutas ni definitivas aunque se presentan como tales con la finalidad de asegurar la inviolabilidad de sus postulados.

Una de las formas más potentes de asegurar estas normas es presentarlas como naturales esto es, vinculadas a metáforas de la naturaleza como el cuerpo, el ciclo de las estaciones, el crecimiento, las cuales aunque son profundamente sugestivas no dejan de ser eso, metáforas.  Las metáforas científicas tienen aún una mayor significatividad, especialmente para legitimar ideas más que para la construcción de la identidad. Dado el prestigio que se le atribuye al conocimiento científico, aún si este fuera centro de serias objeciones posteriores, si algo se declara científicamente  probado, será difícil refutarlo.

Las identidades se construyen utilizando elementos de la propia historia personal y social, de las instituciones productivas y reproductoras. Los individuos, los grupos sociales y las sociedades procesan todos esos materiales y los reordenan en su sentido, según las determinaciones sociales y los proyectos culturales implantados en su estructura social y en su marco espacial/temporal (Gewerc, 2001).

La identidad profesional es un producto híbrido que se integra en función de múltiples dimensiones en las cuales se desenvuelve el individuo. Está influida por supuesto por la postura filosófica, política, socioeconómica y cultural de la institución educativa formadora, por la función impuesta por el contexto social que demanda un modelo de desempeño profesional  y por las motivaciones y valores del sujeto reflejados en su quehacer cotidiano (Navarrete, 2008).

 Además,  es  relacional ya que se define a partir de los vínculos con planteamientos teóricos o con el campo de acción laboral de otras profesiones; histórica, dado que se ve influida por los fenómenos socioculturales pasados, concurrentes e incluso con las perspectivas de cambio en el futuro; híbrida, ya que nunca operan en su integración las mismas relaciones como fijaciones constantes o totalidades; cambiante, porque los vínculos a partir de los cuales se define son construidos, de-construidos  y reconstruidos constantemente suponiendo una causalidad compleja: en tanto el sujeto decida o no ocupar ciertas posiciones (funciones) en su contexto histórico social.

De acuerdo a Berger y Luckmann (2001), es un ”fenómeno que surge de la dialéctica entre el individuo y la sociedad”. Así pues, la construcción identitaria es un proceso recursivo de construcción, deconstrucción y reconstrucción donde están presentes los rasgos particulares y socioculturales de cada individuo.

Profesión, profesionalismo y ethos profesional

Desde un enfoque sociológico, las profesiones están definidas por determinados rasgos los cuales, sin ser excluyentes unos de otros, generan sinergia en sus interrelaciones entre los que destacan:

  • Dominio de un cuerpo complejo de conocimientos y habilidades específicas, adquirido luego de un período largo de formación, esto es, competencias que tienen una base común para todos sus miembros
  • Control en el ingreso, tipo y tiempo de formación especializada y permanente de reconstrucción de conocimientos
  • Autorregulación y organización profesional con control y capacidad normativa, sobre el trabajo basado en aquel conocimiento
  • Autonomía para ejercer la práctica
  • Dispone de organizaciones profesionales reconocidas legalmente, con capacidad reguladora del acceso a la profesión y todo lo concerniente a su práctica
  • Posee un código ético y tiene la potestad exclusiva para aplicarlo
  • Servicio social y vocación de servicio a la humanidad. Todo el grupo profesional ha de profesar un conjunto de valores que muchos autores coinciden en resumir en altruismo, integridad, disciplina, eficiencia y compromiso

La autonomía es uno de los aspectos más destacados de una profesión ya que no sólo implica la toma de decisiones y la solución de problemas por cuenta del sujeto sino también el ejercicio de una práctica profesional deliberativa y emancipatoria (Contreras, 2001).

Centrándose en el campo de la medicina, el sociólogo Eliot Freidson (citado por Horwitz, 2006), marcó un hito en el estudio de las profesiones, hace más de 20 años, destacando que, en contraste con otro tipo de ocupaciones, los médicos tendrían la capacidad para acumular y usar conocimientos bajo sus propios estándares, sin estar sujetos a control por actores externos.
Hoy son precisamente los perfiles de esa autonomía los que se han tornado más borrosos, y su menoscabo constituye uno de los factores predominantes de amenaza al profesionalismo. Las principales críticas que han puesto en jaque el status profesional de la medicina provienen de la desconfianza, a la cual contribuyen principalmente dos factores: la percepción de que la profesión no ha logrado autorregularse para garantizar la calidad de la práctica y que muchos profesionales han puesto su propio interés por sobre el de los pacientes y la sociedad.

Ethos profesional

El ethos es ante todo el modo de ser propio de cada individuo. Un modo de ser a través del cual, mediante la acción libre y deliberada, se manifiesta la postura deontológica del sujeto. Se denomina ethos profesional al sistema de disposiciones que se configuran para resolver los problemas morales que surgen en el campo de ejercicio de una profesión (Yurén, 2005).

El ethos profesional se refleja en el deber ser de la profesión, la razón de la existencia de la actividad profesional y de la conformación de colectivos que la ejercen. Resulta de la combinación de los valores y códigos éticos, ética profesional, que una vez internalizada constituye el elemento substancial; la estructura motivacional, aquello por lo que el sujeto se siente obligado a actuar, que constituye el elemento formal; las formas de autorregulación que hacen congruente la moralidad construida con la eticidad aceptada (Romero, 2007).

De acuerdo con Hortal, (en García, 2006), “el médico estructura su ethos en torno a cuatro características: es universalista, funcionalmente específico, afectivamente neutral y orientado al bien de la colectividad. Ser médico no es un rol reservado a una casta, familia o estamento, el médico no ejerce su actividad sólo con sus parientes y familiares sino con todo el que acude a él (universalismo).

Se espera que cure las enfermedades y cuide la salud de sus clientes (funciónalidad específica) (…) Se espera que el médico se ocupe del problema de la salud de sus pacientes en términos objetivos científicamente justificables (neutralidad afectiva). La orientación al bien de la colectividad es un rasgo sociológico”.

Así, el ethos que acompaña al ejercicio profesional debe mostrar la forma en que las cualidades éticas forman parte de éste ejercicio. Es ese carácter asistencial que sobrepasa la funcionalidad y exige mayor eficacia y eficiencia en la acción.

En este punto, Rodríguez-Sedano y Aguilera (2007) introducen cinco cualidades éticas de la actividad profesional: competencia (saber obrar y hacer ante lo imprevisto), iniciativa (imaginación, audacia), responsabilidad (“hacerse cargo”, actualización), dedicación (“estar por” la persona, intensidad en el tiempo) y compromiso (“exceso esencial” en la labor, autoexigencia).

La profesión médica y el profesional médico

Aunque la relación médico paciente sigue en el centro de la concepción de la profesión médica, en la sociedad actual los factores sociales, políticos, económicos, científicos y tecnológicos han establecido nuevas expectativas tanto para el médico cómo para la sociedad ante los conceptos de la profesión y el profesional de la medicina.

La acepción actual de estos conceptos refleja la evolución de la sociedad y la consolidación del colectivo profesional ante el cambio de los valores y las expectativas sociales.

Así, la Organización Médica Colegial Española  (OMCE, 2010), asume  a la profesión médica como la “Ocupación basada en el desempeño de tareas encaminadas a promover y restablecer la salud y a identificar, diagnosticar y curar enfermedades aplicando un cuerpo de conocimiento especializado propio de nivel superior, en la que preside el espíritu de servicio y en la que se persigue el beneficio del paciente antes que el propio, y para la cual se requiere que las partes garanticen, la producción, el uso y la transmisión del conocimiento científico, la mejora permanente para prestar la mejor asistencia posible, la aplicación del conocimiento de forma ética y competente, y que la práctica profesional se oriente hacia las necesidades de salud y de bienestar de las personas y de la comunidad”.

Desde este enfoque, el profesional médico es concebido como el médico o médica quien ha obtenido un título y está comprometido con los principios éticos, deontológicos y los valores de la profesión médica y cuya conducta se ciñe a dichos principios y valores.

La identidad profesional del médico y del docente en medicina

Aunque se ha afirmado que el médico tiene una identidad profesional consolidada ésta ha variado a lo largo de la historia de la profesión. A pesar que el objetivo fundamental de la misma sigue siendo salvar vidas, no dejar morir al enfermo, prevenir enfermedades, entre otros, las formas de prevención, tratamiento, curación y rehabilitación han cambiado con las épocas y con los distintos contextos socioeconómicos, así como las tecnologías sanitarias, los métodos de intervención y los saberes disciplinares de la carrera.

En este devenir  histórico, la profesión médica ha expuesto su preocupación de servicio a la sociedad  en variadas formas, de acuerdo a los valores hegemónicos en diversas culturas o ideologías.

Roselo (2006), sugiere  que la motivación para este ejercicio profesional puede ser  la vocación, el cumplimiento de un contrato social, un anhelo de proyección externa hacia la expresión pública o su sentido de solidaridad. Éstas características del trabajo médico revelan atributos personales volcados hacia los destinatarios pero, expresión al fin, de la propia voluntad del profesional.

Actualmente los nuevos sistemas o modelos de atención médica invocan otro dinamismo en que el atractivo está en el sistema social y económico  y el profesional es sólo el demandado a prestar su acción en una praxis personal o como parte de una institución. Su ejercicio es medido y apreciado en cuanto a sensibilidad, capacidad de respuesta y efectividad del acto (Roselo, 2006).

En este enfoque de la profesión médica el estatus social,  la remuneración económica y el reconocimiento al desempeño profesional individual se convierten en los principales determinantes socioculturales de un sistema sanitario sustentado en el paradigma de la enfermedad y no del cuidado y promoción de la salud.

Así pues, la identidad profesional del médico se ha transformado a la par de la sociedad obligándolo a diversificar su campo de acción, de la investigación básica a la intervención sanitaria, de la medicina general a la superespecialización, del ejercicio de la clínica a la utilización de la tecnología como métodos diagnósticos y terapéuticos, de la curación a la prevención y de la interacción personal con el paciente a la telemedicina.

El médico del siglo XXI no tiene una identidad única e inamovible. Tal vez su principal característica deba ser la evolución constante y el aprendizaje permanente.
La constante generación de conocimientos en el ámbito científico implica al médico mantener un proceso de aprendizaje a lo largo de la vida profesional por lo que debe consolidarse además como investigador sustentando su práctica en el método científico.

Debe, por otro lado, desarrollar  tener destrezas quirúrgicas con alta coordinación visomotriz, competencias de liderazgo, consejería, trabajo colaborativo, toma de decisiones y utilización de tecnologías para el diagnóstico y la terapéutica así como de la información y la comunicación. Así pues, su formación le exige un complejo perfil profesional que le permita enfrentarse eficientemente a situaciones  críticas en panoramas de incertidumbre.
La identidad del profesor está marcada inevitablemente por las experiencias y, necesariamente, por las inexperiencias del mismo. Todo docente universitario lo ha vivido, nadie es enseñado a ser profesor en educación superior y tiene que aprenderlo a partir de la reflexión en la práctica misma. Incontables generaciones han pasado por las aulas sin que el profesor, aún inexperto, se percate del alcance de sus acciones y comentarios.
Como señala Esteve (2003), “la identidad profesional se alcanza tras consolidar un repertorio pedagógico y tras un periodo de especialización, en el que el profesor novato tiene que volver a estudiar temas y estrategias de clase, ahora desde el punto de vista del profesor práctico y no del estudiante universitario”.
De acuerdo con Remedi (1989), el lugar central de la identidad docente se instala en las relaciones educativas que establece, en la influencia de su alumno, pues su competencia como profesor está en función del logro de los alumnos por lo que su realización profesional está basada no sólo en sus intereses intelectuales sino en desarrollar habilidades para enseñar en el cumplimiento de su tarea educativa la cual, además, le proporciona satisfacciones de tipo afectivo emocional.
En la profesión docente se genera una segmentación en función del grado de autonomía que poseen los diferentes grupos de profesores. La determinación empírica de ésta se puede realizar teniendo en cuenta la diferente formación del profesorado en los distintos ciclos como diplomatura, licenciatura, maestría y doctorado, así como el tipo de relación contractual del profesorado en las redes de educación pública y privada.
 Esta división, también puede enfocarse en la relación que establecen con los distintos niveles del profesorado con el conocimiento: la universidad que se organiza y constituye como una profesión científica que produce y aplica su propio conocimiento y la educación básica y media superior que se organizan como profesiones prácticas que aplican ese conocimiento contextualizado por instancias políticas y sociales en el poder (Guerrero, 2007).
El docente universitario en muchas ocasiones es un actor desprofesionalizado (Gimeno-Sacristán, 1997). Por otro lado, se debe reconocer que los profesores universitarios están más abiertos a recibir formación sobre sus disciplinas académicas que sobre el campo de la docencia.

Los docentes de las carreras universitarias ponen más énfasis en la investigación que en la enseñanza. Los profesores, al ejercer la docencia, se limitan a imitar a sus propios profesores, y de esta forma probablemente, han aprendido a enseñar, por ensayo y error.
La construcción de la identidad, desde la perspectiva que se adopta está indisolublemente ligada a los procesos biográficos y a las trayectorias individuales, en ese sentido, las formas y los contenidos por los cuales los profesores adquieren, mantienen, y desenvuelven su identidad a lo largo de la carrera, se revelan de capital importancia para la comprensión de sus prácticas.
La construcción de la identidad comienza a definirse en el transcurso del proceso de formación inicial, en la construcción de un cuerpo de saberes y saber-hacer y de la interiorización de esos saberes en “saber ser”, que identifican al profesor como persona construida por una multiplicidad de experiencias de vida (Giddens, 1995). 
El papel de profesor en medicina no ha sido claro y explícitamente definido. Está desdibujado y se sobreentiende la cualificación docente por el sólo hecho de tener conocimientos suficientes en la materia que enseña. El profesor se socializa por imitación de modelos que intuye de su experiencia como alumno (Manso, 2001).
Es poco frecuente que se analice el rol del profesor como profesional.
La mayoría de los docentes universitarios han tenido una formación profesional distinta a la docencia. Eventualmente, se transforman en profesores por diversas circunstancias sociales, económicas, laborales o de otra índole que los lleva a replantear su proyecto de vida. En el caso de la educación en el área de la salud, el docente no se convierte en profesor por elección primaria sino que de profesional con vocación clínica se transforma en educador ante determinadas situaciones generalmente de índole laboral.
 Suele iniciar su labor educativa reproduciendo su propia experiencia como aprendiz o imitando las prácticas de los profesores que fueron más significativos en su propia formación. A partir de este momento, las posibilidades de que el médico emprenda una carrera docente como educador profesionalizado dependen de las condiciones de desarrollo académico que brinde la institución en que labora y las oportunidades de proyección profesional como profesor universitario o investigador.
 En estas circunstancias, el médico que decide asumir la docencia como parte de su profesión debe reconocer que esto implica que el profesor universitario es:

  • Un profesional de la educación que necesariamente comparte con los profesores de otros niveles unas funciones básicas orientadas a que otras personas aprendan
  • Un especialista al más alto nivel en una ciencia, lo que implica desarrollar la capacidad y hábitos investigadores que le permitan acercarse y ampliar las fronteras de su rama del saber
  • Un miembro de una comunidad académica, lo que supone la aceptación y conformación de la conducta, a un conjunto específico de pautas, valores y actitudes que, de alguna manera, reflejan una determinada percepción de la realidad y caracterizan y dan sentido a una forma de vida

El profesor ha de ser un conocedor de la disciplina que desarrolla, un especialista en el campo del saber, permanentemente abierto a la investigación y a la actualización del conocimiento. Pero ha de saber, también, qué es lo que sucede en el aula, cómo aprenden los alumnos, cómo se puede organizar para ello el espacio y el tiempo, qué estrategias de intervención pueden ser más oportunas en ese determinado contexto.

Desde este punto de vista la integración en la figura del médico docente del profesional de la medicina y de la educación exigen por un lado una práctica clínica reflexiva, sustentada en los paradigmas de la ciencia y los valores éticos de la profesión y por otro se le pide que sea competente para dar una respuesta eficaz a la diversidad de los alumnos, que integre su enseñanza en los parámetros de la sociedad de la información, que sea capaz de interesar a sus alumnos, de orientarlos y de generar situaciones de aprendizaje que le permitan al estudiante desarrollar su potencial.

Este reto implica la consolidación de una trayectoria formativa compleja que enfrenta a los docentes a la construcción de una identidad profesional que les permita asumir el nuevo rol que se les exige pero sin que se altere su estatus de profesional de la medicina.

El médico docente debe manifestar cotidianamente el gozo ante el conocimiento, el arte y la relación humana, el respeto por las diferentes manifestaciones culturales de los pueblos del mundo, interés genuino por la problemática social de su contexto, sentido de identidad sobre su propio quehacer profesional y su postura como individuo con compromiso social a favor del desarrollo humano.

La formación de nuevos médicos ha de tener como meta promover actitudes, cono­cimientos, valores y habilidades que con­tribuyan al mejoramiento de la calidad de la vida humana y de las demás especies. Formar sujetos en el respeto de la naturaleza y en el uso racional de sus recursos es una cuestión urgente en el mundo actual.

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1 Docente de la Unidad Académica de Medicina Humana de la UAN

2 Docente de la Unidad Académica de Medicina Humana de la UAN