LAS NOCIONES DE SER HUMANO Y CIUDADANO EN LA FILOSOFÍA GRIEGA

LAS NOCIONES DE SER HUMANO Y CIUDADANO EN LA FILOSOFÍA GRIEGA

Diego Alfredo Pérez Rivas (CV)
Universidad Complutense de Madrid
diego.perez.rivas@ucm.es

 

3.2 Conocimiento político y ética

            Uno de los tópicos más importantes para conocer el status del conocimiento político en el pensamiento de Aristóteles indudablemente es el de la ética. En la introducción del trabajo mencionamos dos exigencias clave en la configuración del conocimiento político. La de los pensadores que apelan a que la disciplina ética y moral se distancien del análisis político, y la de los pensadores que apelan a que dichas disciplinas permanezcan hermanadas. Uno de los más férreos defensores de esta última exigencia es Aristóteles, ya que el concibe la ética como la disciplina práctica que dota de elementos al conocimiento político. Es decir, que le aclara sus objetivos, sus finalidades y también sus principios.

            Al considerar al ser humano como un ente compuesto de cuerpo y de alma, así como de tres deseos fundamentales, Aristóteles pensará que el deseo inteligente es el que de mejor manera define la realidad de dicho ente. Si por mor del cuerpo y de los deseos vegetativo y sensitivo se realizan las actividades, las obras solamente son posibles por la intermediación de la inteligencia deseosa. Dicha inteligencia deseosa, que no es otra cosa que el elemento que dispone los fines más allá de los apetitos vegetativos y animales, será el factor determinante por el cual se pensará que es equívoco reducir al ser humano a su existencia material o cósica. La disciplina ética, en tal sentido, será aquella que trate de los fines de la actividad y la obra humana buscando la entera realización de la entidad que las produce, por lo que es precisa su participación en el conocimiento político.

            La reducción del ser humano a su aspecto material o cósico va acompañada con mucha frecuencia de la idea según la cual es imposible determinar un fin único y exclusivo para la existencia humana. Igualmente, va acompañada con mucha frecuencia de una concepción según la cual no se pueden establecer diferencias graduales ni objetivas entre los distintos tipos de deseo. De tal manera, donde no hay un esquema de valores en el que se diferencien los apetitos, tampoco puede haber una axiología objetiva en la que la felicidad venga determinada por un elemento predominante como lo puede ser la inteligencia deseosa. 

            Para Aristóteles, la existencia objetiva de la inteligencia deseosa será el elemento que dará como origen la necesidad de una disciplina práctica como la ética, ya que ella mejor que ninguna otra es capaz de discernir la diferencia entre los distintos tipos de bienes, actividades y obras, así como su ordenación respecto a la recta razón. La ciencia política estará conectada con la ética por medio de la felicidad, ya que para Aristóteles el fin al que tiende la actividad política es la realización de dicha felicidad según el bien vivir y el bien obrar, tanto en el individuo como en la ciudad. El máximo grado de perfección al que puede aspirar la realidad ontológica que es el ser humano es la felicidad, ya que para Aristóteles todo lo deseamos en vista de aquella. Por el mismo motivo, aquella ciencia que versa acerca de la búsqueda de la felicidad en los asuntos públicos no puede prescindir de la disciplina ética.

            Para discernir la cuestión de la felicidad en conexión con el conocimiento político, Aristóteles realiza una tipología de los seres humanos de la misma manera que Platón. Para el de Estagira existen fundamentalmente tres tipos de seres humanos para quienes la cuestión de la felicidad va a estar accionada por tres principios diferentes.

Uno será el ser humano hedónico para quien la felicidad consistirá en la satisfacción de los placeres concupiscentes. Por otro lado, estará el ser humano político para quien la felicidad consistirá en la satisfacción de los apetitos que se relacionan con los honores y las riquezas. Mientras que, en el último grado, se encontrará el ser humano teorético, para quien la felicidad consistirá en la satisfacción de los placeres intelectuales a través de la virtud.1

Desde su punto de vista, solamente el último puede alcanzar la felicidad en su máximo grado de perfección. Por lo mismo, a la ciencia práctica que determina cuál es el status de cada uno de los placeres y de los bienes que le son propios a las apetencias es a la que Aristóteles denominará con el nombre de ética. La ciencia ética será considerada en tal sentido como objetiva en tanto que apela a los rasgos que definen de mejor manera la naturaleza humana.2

            Si la Ética distingue los distintos tipos de placeres y les otorga un lugar según la naturaleza humana, el conocimiento político consistirá forzosamente en la búsqueda de los recursos y los medios para hacer asequible la felicidad en el individuo y en la ciudad. El conocimiento político sin ética estaría ciego en el mismo sentido en el que la ética sin conocimiento político se encontraría vacía. Si el conocimiento político prescindiera de la ética estaría ciego porque no tendría referentes universales a los cuales recurrir para defender una noción racional de la naturaleza humana y de la felicidad. El conocimiento político sin ética podría correr el peligro de olvidar que cualquier tipo de ciencia está hecha para el beneficio de los seres humanos y no a la inversa. De tal manera, el conocimiento político que prescinda de la ética podría llegar a considerar que es correcto admitir que los seres humanos pueden ser vistos simplemente como meros medios y no como fines en sí mismos. Sin embargo, la ética sin conocimiento político estaría vacía, ya que no dispondría de los recursos necesarios para poder realizar sus objetivos.

            Para Aristóteles la ciencia práctica por excelencia es la ética, debido, entre otras cosas, a que tal ciencia es la que pone en orden las ideas referentes a la felicidad humana. De hecho, define a la ética como la única ciencia de todos los bienes que trata del ser humano en tanto que ser humano. 3 El objetivo de la disciplina ética, según los rasgos aristotélicos, es precisamente construir un aparato teórico que se oponga al hedonismo y al utilitarismo. Por una parte, expone que la diferencia entre los bienes del alma, del cuerpo y los exteriores son fundamentales para discernir el bien más perdurable para el ser humano. 4 Dado que el hedonismo no distingue entre los niveles de las distintas apetencias y las considera todas por igual, la ética aristotélica propone que las apetencias que se refieren a la parte intelectual del alma son las más perdurables, estables y reales, y por lo tanto las más perfectas para realizar a la entidad humana. Igualmente, dado que el utilitarismo político busca la satisfacción de los apetitos que surgen de las exigencias de la mayoría aritmética, Aristóteles expone que el reconocimiento público de tales opiniones no es determinante, en última instancia, para la práctica de la virtud.

La selección de los hábitos, y su constante control hacia el justo medio, será una de las prácticas más importantes que considerará necesarias el de Estagira para conducir por buen camino el gobierno del individuo y de las sociedades políticas. Por eso mismo, el conocimiento político no puede prescindir de la ética, dado que aquella otorga un modelo o paradigma que tiene en consideración las manifestaciones de la naturaleza humana en la búsqueda de la felicidad. Por otro lado, “la política pone su mayor cuidado en hacer a los ciudadanos de tal condición que sean buenos y obradores de buenas acciones”.5

Ahora bien, si la búsqueda de la felicidad en los individuos y en las sociedades políticas es lo que liga a la ética con el conocimiento político de manera inexorable, resulta necesario ver cuáles son los contenidos de la susodicha felicidad para la ciencia ética. Desde este punto de vista, considera en un primer momento que existen bienes que son por mor de otros bienes, y bienes que existen por sí mismos. Entre los bienes que existen por mor de otros se encuentran, por ejemplo, la salud y la riqueza. Aquellos dos bienes están dispuestos de tal manera que su objetivo es conseguir el bien que es por sí mismo, es decir, la felicidad. En las relaciones entre los bienes, prácticamente todos son considerados como condicionales y dependientes de la felicidad, único bien que será considerado como independiente y deseable en sí mismo de manera universal.

Desde otro ángulo, la felicidad no será reducida a la satisfacción y disfrute de los placeres como lo predica el hedonismo. Tampoco será reducida a una mera facultad. Ni mucho menos es simplificada como la posesión de bienes o la propiedad de buena fortuna. La felicidad, por el contrario, es definida como una actividad del alma que requiere de una virtud perfecta y una vida entera.6 La virtud, por su parte, será definida, a grandes rasgos como un hábito selectivo. Sin embargo, distingue entre dos tipos de virtudes. Las diaonéticas que deben su origen e incremento a la enseñanza y por eso requieren experiencia y tiempo. Entre estas se encuentran: la sabiduría, inteligencia y prudencia. Por otro lado, las éticas que proceden de la costumbre, según su vocablo en griego. Entre estas se hallan: liberalidad y templanza. Sólo a estas últimas les es aplicable la teoría del justo medio en ciertos casos concretos.

Las propiedades de la virtud, asimismo, pueden ser resumidas en tres puntos fundamentales. La virtud tiene que ser practicada con conocimiento, no por azar, fortuna o necesidad. La elección del ejercicio de la virtud debe ser por la virtud misma, no por la búsqueda de honores, reconocimiento o riquezas. Y por último, la práctica de la virtud requiere una actitud firme e inconmovible ante todas las situaciones y circunstancias. 7 

En tanto que el conocimiento político es en cierto sentido artístico y prudencial, su objeto se refiere a la práctica de la virtud en las circunstancias particulares. Igualmente, se refiere a la procuración de la virtud ciudadana. Dicha procuración y práctica de la virtud solamente es operable a través de la deliberación de lo posible, lugar en el que acontece la realidad ética y moral. En tanto que el ser humano es el principio de las acciones y en tanto que tiene una relación transformadora con la naturaleza, sólo por la existencia de dicha entidad y por los fines que le son propios, la ética y el conocimiento político se necesitan mutuamente. Por una parte para elegir el bien en sí en lugar de los bienes aparentes o relativos. Pero por otra, para que el individuo y las sociedades políticas no sucumban ante el engaño del placer y de lo agradable.

1 Este tópico se encuentra desarrollado en Etica a Nicómaco, Libro I, apartado 5.

2 Ibid, 1095 b-1096 a.

3 Ibid, 1096 a-1096 b.

4 Ibid, 1098 b-1098 d.

5 Ibid, 1099 b.

6 Ibid, 1099 b-1100 a.

7 Ibid, 1105 a-1105 b.