QUINTO SEMINARIO DE DESARROLLO LOCAL Y MIGRACIÓN

QUINTO SEMINARIO DE DESARROLLO LOCAL Y MIGRACIÓN

Eduardo Meza Ramos (CV), Lourdes C. Pacheco Ladrón de Guevara, Ricardo Becerra Pérez, Francisco J. Robles Zepeda y Karla S. Barrón Arreola. Coordinadores
Universidad Autónoma de Nayarit

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Sobre las mujeres y su vulnerabilidad en el trabajo agrícola. Las trabajadoras de “La Hoja” de Jala, Nayarit.

Introducción
El mercado laboral presenta hoy tendencias que si bien siempre habían sugerido o presentado tintes de precarización, con la entrada masiva de las mujeres en la segunda mitad del siglo XX, se agudizaron y tomaron una dimensión de género.
Desde una concepción tradicional del sistema sexo/género, dentro de la división sexual del trabajo se continúa situando a la mujer en la esfera del trabajo reproductivo – doméstico mientras que el hombre se sitúa en la esfera productiva, fuera del hogar, el espacio donde (también desde la creencia tradicional) se generan los principales ingresos.
            Esta organización de las sociedades no solo influye aún en las actividades (remuneradas o no) reservadas a uno y otro sexo sino que también las cualidades requeridas en los y las trabajadoras        La ruralidad, los campos agrícolas, no son ajenos a esta situación. En el campo las labores han estado ancestralmente asignadas a hombres y mujeres en función de su exigencia de fuerza física, el manejo de maquinaria, los requerimientos manuales de la actividad, la usanza local y, por supuesto, el pago por faena. A partir de las cualidades socialmente asignadas a hombres y mujeres, vistas como “naturales”, se han construido también los saberes propios de los hombres y las mujeres; así, una mujer pueda ser “débil” para manejar una herramienta pero fuerte para transportar volúmenes de agua desde su fuente (río, llave, pipa) hasta el lugar donde la usará (Chamoux, 1992:21).
            Esta concepción del mundo (y de los mundos masculino y femenino) ha ocasionado inequidad de género en el mundo laboral. Segmentación, discriminación, desigualdad salarial o no remuneración, carencia de derechos laborales fundamentales son parte de las tendencias (regionales, nacionales, mundiales, rurales, urbanas) del empleo femenino. Podemos decir que las mujeres están ocupadas en trabajos vulnerables. Doble vulnerabilidad: por ser mujer y por su empleo.

Sobre “trabajo decente” y “trabajo vulnerable”.
            El concepto de “trabajo decente” busca expresar lo que debería ser un buen trabajo o un empleo digno. Según la OIT (2008), tendría que tener como características basarse en principios y derechos fundamentales en el trabajo y normas laborales internacionales, oportunidades de empleo e ingresos, protección y seguridad social y diálogo social y tripartismo. Estos objetivos tendrían validez para todos los y las trabajadoras, en economía formal e informal, con  trabajos asalariados o autónomos, en el campo, industria y oficina, casa o comunidad. Así pues, El “trabajo decente” contendría las aspiraciones de las personas en su vida laboral, en relación a oportunidades e ingresos, derechos, voz y reconocimiento, estabilidad familiar y desarrollo personal; justicia e igualdad de género. Con esto, la oportunidad de brincar las líneas de pobreza.
            Johnson define como “trabajadores con trabajo vulnerable” aquellos con empleo independiente o en situación de trabajo familiar no remunerado. Generalmente carecen de acuerdos formales de trabajo, condiciones adecuadas para realizar la labor, seguridad social apropiada y representación de algún sindicato u organización; con frecuencia, está caracterizado por ingresos inadecuados, baja productividad y condiciones de trabajo difíciles que socavan los derechos fundamentales de los trabajadores (Johnson, 2010).
            Bajo esta definición, aunque según las estadísticas de organismos mundiales y nacionales existen niveles bajos o en descenso de desempleo, la realidad es que cerca de la mitad de la fuerza de trabajo global está en condiciones de “trabajo vulnerable”, lo cual está altamente relacionado con condiciones de pobreza, según estimaciones de la OIT. De esta masa, las mujeres están más expuestas que los hombres a tener empleos de baja productividad, mal pagados y vulnerables, sin protección social ni derechos, en especial en las regiones más pobres, urbanas, rurales o indígenas (OIT, 2008).

Trabajo decente y vulnerable en Jala, Nayarit
            En esta situación podemos encontrar a las mujeres de “la hoja” en Jala Nayarit. El municipio de Jala se encuentra en la región centro – sur del estado de Nayarit, a la sombra del volcán El Ceboruco, justamente en las llanuras que conforman la parte baja y plana, llamada el “Valle de Jala”, el lugar donde abunda la arena: Jala o Xala, en náhuatl. Este es un municipio pequeño, conformando apenas 1.32% de la superficie estatal y 16,171 habitantes de los cuales 49% son hombres y el resto, mujeres.
El 42% de la población económicamente activa está ocupada en el sector primario, 32% en el terciario y 21.3% en el secundario. La totalidad de sus tierras es de temporal y en el 2002, el maíz ocupaba 73% de la superficie sembrada, aunque en el llano también se encontraba sorgo, cacahuate, jamaica, garbanzo, caña, agave y tabaco, y durazno y otros frutales en la zona serrana.
En 1998 tras la reestructuración de la agroindustria tabacalera producto de la desincorporación del Estado benefactor, el cultivo del tabaco, tradicionalmente asentado en la costa del estado, se traslada a los llanos del sur en busca de mejores tierras y menores costos a partir de la implementación de formas de trabajo flexible, principalmente basadas en agricultura de tipo familiar.
El tabaco es un cultivo que se caracteriza por la gran cantidad de labores que supone y la enorme movilización de trabajadores que requiere. Mientras otros productos como el maíz, sorgo o jitomate llegan a necesitar hasta 38, 22 y 83 jornales por hectárea, el tabaco, según datos de la SAGARPA, requiere únicamente en su fase agrícola 150, además de las faenas propias de la fase postagrícola.
Dadas estas condiciones, en la región se formó un entramado de nuevas relaciones laborales mediadas por la producción de tabaco y condicionadas por la disponibilidad de mano de obra familiar y de recursos económicos para el pago de jornales; en la práctica, se registran cinco relaciones en el mercado de trabajo tabacalero en la región:

  1. La mano de obra del mismo productor, el cual queda obligado a trabajar en su parcela para la empresa previo contrato de financiamiento.
  2. Los familiares involucrados en las distintas etapas del proceso productivo sin recibir remuneración, con la sola promesa de las utilidades al entregar la cosecha.
  3. Trabajo de familiares que reciben algún tipo de remuneración, es decir, una relación en la que ya existe cierto tipo de contrato (de palabra) y, por lo tanto, condiciones. Esta remuneración puede ser también la promesa de trabajar (también sin pago) para el familiar, ya sea en el tabaco o en cualquier otra actividad: “vamos a las peonadas”, dicen en Jala para definir este trabajo.
  4. Trabajadores asalariados contratados (de manera informal: no escrita) por el productor. Por lo general, esta fuerza de trabajo proviene de la misma localidad o del municipio o región y en algunos casos, son trabajadores originarios de la costa y sierra.
  5. Trabajo asalariado contratado por la empresa.

De estas, las mujeres intervienen principalmente en las relaciones dos, tres y cuatro, participando a lo largo de casi todas las faenas del cultivo, principalmente en el despique, la fase post agrícola, la cual ellas llaman “la zafrita”.
No obstante, la actividad por excelencia de las jalences es “la hoja”. Desde que la actividad llegó a estas tierras, a mediados del siglo XX, son las mujeres las encargadas de limpiar, clasificar y empaquetar el totomoxtle. En el local del empaque o en sus casas, se encargan de separar hoja por hoja y empaquetar según su calidad; la mayoría “va al empaque”, cuando “estaban en su casa” (de solteras); de casadas, sólo si el marido les da permiso empacan en su casa o en la de su madre, pocas en los locales; ya viudas o “dejadas” (separadas, divorciadas, con maridos migrantes), vuelven a asistir a los locales establecidos. El empaque, les ha dado a las mujeres un cúmulo de conocimientos particulares desde los cuales ellas se insertan, desde hace ya una década en el mercado de trabajo agrícola del recién llegado cultivo.

Saberes de las mujeres
Desde su condición de “madresposas” (Lagarde, 1993) las mujeres de estas familias se hacen presentes en los campos agrícolas en distintos momentos. El primero, dada la extensión del hogar a la parcela cuando el trabajo apremia; a las mujeres las encontraremos ya sea llevando los alimentos tanto del desayuno como de la comida o, en casos extremos, poniendo su fogón al lado del maizal o tabacal, para cumplir con las dos esferas: la doméstica y la productiva.
Junto con ellos, están al pendiente de las parcelas, colaborando cuando se necesita una mano más como ayuda y también cuando las faenas se intensifican y un par de manos más significan pagar un jornal menos.
            Son las madres, esposas e hijas las que se hacen presentes, durante la siembra y plantación; después, su presencia prácticamente desaparecerá hasta la época del ensarte, cuando serán requeridas como cortadoras de hoja de tabaco, acarreadoras y ensartadoras, quienes sepan realizar la actividad. Más tarde irán a la capa; quizá las veamos durante la tumba, acarreando matas de tabaco al galerón. Pero donde seguramente se hacen presentes es en el despique: supervisando la actividad, despicando, “sirviendo” las mesas de tabaco, recogiendo “las gallinas” (hojas secas de tabaco desprendidas en el proceso de curado) y, al finalizar, barriendo los residuos de tabaco seco desprendidos durante el curado.
            ¿Cómo se iniciaron las mujeres de Jala estas labores? Primeramente habría que cuestionar un mito: “los rudimentos de la actividad agrícola son cosa de hombres”.
Desde la infancia las niñas, socializadas por sus madres, abuelas y hermanas mayores, aprenden por impregnación aquellas tareas que en lo doméstico y cotidiano les corresponden según las construcciones de género: las faenas de limpieza del hogar, cuidado de niños y enfermos, compra y elaboración de alimentos, además del cuidado del cuerpo en las actitudes y aptitudes que debe guardar una mujer, entre otras que, según los diferentes contextos históricos y sociales, se adjudican a las féminas.
            La división sexual del trabajo acentuada a partir de la revolución industrial y representada por la separación entre el espacio de trabajo y el hogar (lo público y lo privado) fue determinando las actividades y saberes socialmente aceptados para las mujeres. La agricultura, de ser una actividad en la que históricamente participaron uno y otro sexo, quedó súbitamente reservada al espacio de lo productivo, lo público, lo masculino (Narotzky, 1988:119).
            Una vez separadas las dos esferas y confinadas las mujeres al mundo privado, las labores agrícolas quedaron, aparentemente, fuera de su área de socialización. Chamoux indica que una condición para el aprendizaje por impregnación es la observación de la actividad y su repetición; para este caso, al ser socializadas las niñas en el espacio doméstico, la observación es nula o insuficientemente repetida, y los conocimientos, entonces, limitados. La agricultura se considera, en palabras de la autora, un saber hacer particular de los hombres, enfocado de esta manera (Chamoux, 1992:28).
            No obstante como la misma Chamoux lo señala y a partir de las observaciones realizadas, nos damos cuenta que las mujeres sí conocen y saben hacer las labores agrícolas. Su presencia en los campos bajo la “metáfora de ayuda” (Narotzky, 1988:119), realizando las labores aparentemente sencillas o sin manejo de maquinaria que generalmente se les encomiendan, les ofrecen ocasiones idóneas para observar los procesos agrícolas. Además, como Chávez lo señala, en el espacio de lo privado los hombres discuten con sus mujeres no pocos pormenores agrícolas: cuestiones de crédito, de tiempos y otras decisiones son negociadas y tomadas en la intimidad, involucrando al grupo familiar en la vida productiva (Chávez, 1998:284).
            Observamos que la competencia agrícola de las mujeres sobrepasa las tareas que se le confían habitualmente, ya sea en el maíz o en el tabaco, al observar varias mujeres (esposas e hijas de productores, principalmente) realizando a la par que los varones distintas labores, incluso asumiendo la totalidad de ellas, si es necesario, como el caso de Agustina, cuya pareja, de profesión médico, trabaja por las mañanas en un pueblo cercano, o Tomasa, viuda con hijos e hijas, que ejerce la dirección del tabacal, además de muchas otras mujeres que son capaces de ofrecer detalles sobre las secuencias operativas del proceso productivo del maíz y tabaco, explicar sus dificultades y precisar la técnica adecuada para cada faena.
            A decir de Chamoux, trastocando el mito de que la división sexual del trabajo se basa en las competencias y en la diferenciación del saber hacer, afirmamos que las labores agrícolas constituyen, más que un saber hacer particular de los hombres, un saber hacer general de una población tradicionalmente dedicada a las labores agropecuarias, como es el caso de los campos agrícolas de Jala (Chamox, 1992:22); de esta manera las mujeres de Jala, antes al servicio del maíz, aportan al tabaco sus saberes agrícolas y su disposición para asistir “al llano” a trabajar, como ellas mismas nombran a los sembradíos.
            Entre las mujeres de Jala la disposición al trabajo tiene, además, otro antecedente: el empaque de hoja de maíz, “trabajamos la hoja”, dicen ellas, refiriéndome a las hojas que cubren la mazorca, comúnmente utilizadas para la elaboración de tamales y, recientemente, elaboración de artesanías.

El empaque
Jala se encuentra dentro de la franja en que Magdalena Villarreal ha identificado a las “mujeres del maíz”: Jalisco, Colima, Nayarit y Michoacán, además de Veracruz, Oaxaca y Tamaulipas (Villarreal, 2002:429). En nuestro municipio no sólo se produce maíz, sino que también se lleva a cabo el empaque de la hoja con fines de exportación, proceso que involucra la limpia, clasificación y empaque del totomoxtle, como se le conocía en épocas precolombinas.
            Desde la década de los cincuentas las mujeres han sido las encargadas de limpiar (quitar residuos de basura, pelambre o piedra) la hoja previamente procesada con azufre para desinfectarla y blanquearla, de clasificarla según su tamaño, color y textura en dos o tres calidades distintas, según las indicaciones del patrón, enconcharla (acomodarlas por su parte cóncava) y empacarla en bolsas según su calidad.
            Nadie recuerda por qué se convirtieron las mujeres en las principales ejecutantes de esta actividad. Lo más probable es que haya sido porque los tamales eran cosa de mujeres, los hombres estaban ocupados en los trabajos agrícolas o migrando y porque es una actividad que requiere de mucho trabajo para obtener una mediana remuneración: hasta febrero de 2007, ocho pesos el kilo de hoja clasificada; si una mujer le dedica tiempo y tiene habilidad, puede obtener hasta 100 pesos diarios, si no, entre 20 y 50, pagaderos al final de cada semana.
            El empaque conlleva otras situaciones que hicieron de las mujeres sus trabajadoras por excelencia. No demanda horarios establecidos aunque se lleva a cabo todo el año, frecuentemente es cerca del hogar o incluso dentro del mismo espacio doméstico y no requiere de mayor fuerza física, aunque sí de especial fortaleza ya que idóneamente se comete de pie, puesto que al sentarse pierden agilidad, según explicaciones de algunas empacadoras de la localidad de Jomulco.
            Una mujer llega al empaque (o se dispone a trabajar en él, si lo realiza en su casa) después de dar de desayunar al marido e hijos, si es casada y/o de cumplir con las labores domésticas, tanto las solteras como las casadas;  para esta hora seguramente ya dejaron iniciada la preparación de alimentos del medio día. A lo largo de la mañana suspenderán la actividad ya sea para “ir a dar una vuelta a la olla”, “hacer algunos mandados” a la tienda u otro lado, asistir a “juntas” de la escuela y recoger a los niños a la salida o incluso conversar entre ellas si el cansancio o la cotidianidad agobian.
            Suspendida la actividad al medio día para dar de comer a la familia, muchas de ellas regresan por la tarde, entre las dos y cuatro, para trabajar mientras haya luz, porque en muchos de los locales acondicionados para esta actividad no se cuenta con luz eléctrica ya que el patrón únicamente renta o dispone un local muchas veces en obra negra para allí descargar y recoger el producto, sin asegurar las mínimas condiciones de trabajo.
            Para las mujeres que resultan hábiles, que toman experiencia o que tienen la fortuna que el azufre no les haga daño en la piel o las vías respiratorias por su contacto y/o inhalación, “el empaque” (como ellas llaman a esta actividad) forma parte de su vida cotidiana, interrumpido solamente en los últimos meses de embarazo, durante la cuarentena o en los primeros años de vida de la criatura o en caso de enfermedad. Encontramos mujeres desde los 12 años, solteras, casadas, divorciadas, viudas, dejadas o “quedadas” (mujeres solteras mayores de 30 años, aproximadamente) laborando en esta actividad.  
            Los hombres no van al empaque. Gloria Steinem afirma que “Una categoría de trabajo se paga menos cuando las mujeres la realizan, un poco más cuando casi cualquier hombre la realiza y mucho más cuando los hombres de la raza o la clase <<adecuada>> la realizan”; esta enunciación aplica para nuestro caso. Pancho A. asegura que, aunque sabe hacer la actividad, no va al empaque porque en otras labores gana más por menos tiempo, lo cual resulta cierto si especificamos que el jornal se paga en esta zona a 100 pesos diarios y la jornada de trabajo abarca, usualmente, de las 6 a las 13 horas en actividades tanto del maíz como del tabaco. Podemos considerar al empaque, entonces, un saber hacer particular de las mujeres.
            Los varones no ponen mayores obstáculos para que las mujeres trabajen en esta actividad, siempre y cuando atiendan primero sus quehaceres (labores) domésticas: la casa limpia, los niños “bien atendidos” y la comida a sus horas: trabajo y salario no significan necesariamente la emancipación y/o empoderamiento de las féminas, podemos comprobar.
            Las mujeres del empaque desarrollaron, en ellas mismas y en la comunidad, una disponibilidad para el trabajo agrícola: además de estar acostumbradas a una jornada y una corporalidad (el despique, como el empaque, se ejecutan de pie en una jornada de 7 horas, aproximadamente), acostumbraron a sus familias y a la comunidad que vigila sus actos (Chávez, 1998; Mummert, 1990) a su trabajo fuera de casa y de la vigilancia estrecha de sus maridos, hermanos o demás familiares (Maldonado, 1977:64). Son mano de obra dispuesta para el trabajo y hasta previamente calificada.
            Durante noviembre y diciembre la presencia de las mujeres en el campo tabacalero se intensifica por la labor del despique. Los ingenieros de la empresa propusieron que fueran las mujeres las que llevaran a cabo esa actividad tal vez porque en la costa así se acostumbra bajo el argumento de que se necesitaba habilidad y delicadeza para manipular las hojas secas (Maldonado, 1977:52).
En esos meses, que es también una temporada fuerte para el empaque de hoja debido a la pizca del maíz, las mujeres de Jala dividen su tiempo entre el empaque y el despique, faltando al primero si es necesario, porque “al cabo que hoja hay diario, esto [el despique] es sólo una rachita”, decía Altagracia, a quien conocí despicando en la parcela de su cuñado Bernabé A. Juan Carrillo, dueño del empaque de más tradición en Jala, así lo expresa:
hay mujeres que faltan durante el despique, luego luego lo notamos, [pero] no, no batallamos para encontrar otras para sacar adelante los pedidos, aquí todas las mujeres saben del empaque: tienen toda su vida empacando la hoja, pero durante el despique se van para allá.
Las mujeres de maíz, entonces, se convierten en mujeres de tabaco.

La zafrita
La segunda quincena de octubre, todo el mes de noviembre y los primeros días de diciembre corresponde a la temporada del despique, la “zafrita”, como le llaman algunas de las mujeres despicadoras.1
            Cuando el supervisor de la tabacalera decide que el tabaco ya terminó su proceso de curado, en algún lugar de la galera, el productor ya coloca plásticos cubriendo una superficie aproximada de seis metros de largo por tres de ancho. Ahí, las plantas se acomodarán encontradas (punta con punta) y en orden se irán haciendo montículos para su clasificación.
            Al día siguiente, antes de las seis de la mañana para aprovechar el sereno matutino, llegan a la parcela las encargadas de hacer el despique: hablo en femenino porque desde las primeras temporadas tabacaleras en la región, ésta es una actividad ya reservada para mujeres de cualquier edad a partir de la adolescencia. A menos que sea la familia del productor quien realicen la actividad.
Cuando ellas llegan, el productor ya montó las mesas sobre las cuales despicarán: con palos, hilillo, mallas, tablas y cartones, preparó uno o dos tableros delgados que cuelgan de la estructura de metal de la galera, cada uno de un metro de ancho por tres de largo, aproximadamente. A lo largo de estas mesas se acomodarán  las mujeres, todo el tiempo de pie, para arrancar hoja por hoja del tallo y clasificarlas según su color, textura y aroma.
El despique se puede organizar de dos maneras. La primera semeja la línea de producción taylorista: un surtidor (el productor, un mozo o un hijo o hija) provee de planta a la primera mujer de la mesa, quien arranca las primeras clasificaciones (según como hayan acordado), pasándole planta por planta a la segunda, la cual elegirá las siguientes y hasta llegar a la cuarta mujer, que clasifica las últimas hojas y desecha la vara ya sin hojas arrojándola tras de ella; una variante de esta modalidad es realizar la línea solamente entre dos mujeres, siempre con cuatro o más despicando.
En la segunda modalidad, cada despicadora recibe (de un surtidor también) un hato de plantas y clasifica todas las calidades de cada planta, poniéndolas a disposición del encajonador, que realiza las mismas operaciones de la versión anterior. Las mujeres junto con el productor deciden la manera de organizarse para esta labor según su preferencia y percepción de la rapidez, tedio, cansancio o eficacia de cada método.
            Durante el despique las mujeres pueden distinguir entre 4 y 7 diferentes categorías en hojas, según las indicaciones del supervisor y/o la preferencia del productor, algunas veces tomando en cuenta alguna sugerencia de las despicadoras, en busca de una mejor clasificación y pago de la cosecha. Esta situación ha derivado en dos metodologías de clasificación, una tal vez enseñada por los ingenieros de la empresa (técnica de la empresa) y otra por las cuadrillas de mujeres que durante las primeras temporadas movilizaron de la costa a los valles (técnica de las jornaleras). Las despicadoras usualmente dominan los dos procedimientos, aunque sientan preferencia por alguno en función la rapidez de uno o la meticulosidad de otro.
            La técnica de la empresa discrimina cuatro calidades diferentes de hojas: primera, segunda, tercera y copo. La primera es la hoja más reseca, quebrada o quebradiza y de un color amarillo paja o incluso no uniforme en tonos de amarillo y verde, de poca calidad y bajo precio. La segunda, es de una tonalidad café claro y de preferencia sin manchas, completa y con mayor grosor. La tercera es una hoja color café oscuro, completa (sin rasgaduras), sin manchas y de mayor peso. El copo se refiere a las hojas superiores: quedan oscurecidas pero de tamaño muy pequeño (entre 20 y 30 centímetros frente a los 40 o 45 que llega a medir la tercera). Esta categorización es más simplificada que la siguiente y las despicadoras la consideran más sencilla, que implica menos tiempo de clasificación, aunque con mayores riesgos en la calidad, por el bajo número de clasificaciones.
            En el segundo procedimiento distinguen hasta siete categorías mediante común acuerdo entre productores y despicadoras, a saber: espuma o bagazo, amarilla primera, amarilla segunda, canela, chocolate o chocolate, copo y periqueado, cotorreado o cotorro. La espuma o bagazo es el tabaco despedazado, el cual la empresa puede o no comprar, siempre a un precio mínimo; amarilla primera y segunda, al igual que en la clasificación anterior, es una hoja amarilla, la segunda más completa y sin manchas y con mayor consistencia que la primera; la canela es la café clara; chocolate o chocolate y copo coinciden con tercera y copo anteriormente descritos y la última se refiere a aquellas hojas, de cualquier tamaño o textura que presentan un curado desigual, por lo tanto van desde el verde hasta el amarillo y café.
Un problema de ambas clasificaciones se presenta cuando las hojas ostentan combinaciones en su interior porque el curado fue desigual (hojas cafés con partes verdes o amarillas) o simplemente porque no se llevó de manera exitosa, lo que hace que las diferencias entre los colores sean tenues y hasta imperceptibles: hay que distinguir entre diferentes tonalidades de amarillo y canela, decidir si una hoja es canela o chocolate o evaluar, en función del porcentaje de superficie de hoja color amarillo, canela, chocolate o verde en qué clasificación colocarla.
            Las mujeres que despican deben contar con varias competencias para desarrollar su actividad o en su caso, desarrollarlas sobre la marcha. Primeramente, deben estar dispuestas a trabajar en equipo y seguir un ritmo de trabajo, cualquiera que sea la técnica seleccionada, ya que una trabajadora renuente o lenta entorpece toda la jornada.
            Las despicadoras también deberán ser capaces de discriminar visualmente diferentes tonalidades de amarillo y café en las hojas así como, al tacto, diferentes texturas en las hojas, que las pueden inclinar hacia una u otra clasificación. Incluso se pueden encontrar algunas capaces de dar la clasificación según el olor: Ana María decía que el aroma fuerte indicaba un tabaco de buena calidad, un olor “enchiloso” hablaba de un tabaco podrido (excesivamente húmedo) y un tabaco sin fragancia “no servía” (no sería pagado bien).
            Si consideramos, además, que el empaque de hoja de maíz cedió sus mujeres, junto con sus disponibilidades, habilidades y saberes al tabaco, encontramos una dimensión interesante en el contexto cultural del empaque de hoja – despique de tabaco: una competencia sensorial.
            Al momento de limpiar y clasificar las hojas de maíz las mujeres ponen en juego sus sentidos: ven el tamaño y color de la hoja, perciben el olor del azufre y sienten la textura de la hoja así como su humedad o resequedad. Estas cualidades, combinadas con la agudeza visual y el sentido del taco las hace más o menos hábiles para la actividad y capaces para clasificar las hojas en tres calidades distintas. Esta es una competencia sensorial que refuncionaliza el trabajo del despique de tabaco.
            Para cortar y clasificar la hoja de tabaco, las mujeres llevan a cabo un proceso similar. Observan la posición, el tamaño, color, rasgaduras y consistencia de la hoja, incluso algunas remiten una mayor concentración de olor en las hojas superiores (supuestamente de mayor calidad) y además se guían también por la textura, “la concentración de goma”, ya que las hojas de mayor calidad son más gruesas y gomosas, como lo manifiesta Pilar, también despicadora. Adelina así explica: “…como nosotros sembramos maíz, ya sabemos que la hoja no debe pasarse de seca, el tabaco debe de ser igual, no rociarla…”
Entre las mujeres de Jala se ha desarrollado una competencia de los sentidos: el ver-oler-sentir la hoja de maíz es una experiencia que se transfiere para trabajar la hoja de tabaco.
Todo esto, además de la disponibilidad para estar de pie toda la jornada, capacidad de soportar bajas temperaturas y facilidades en el ámbito familiar para ausentarse toda la mañana de sus hogares durante la temporada del despique, ya  que muchas de estas cuadrillas van de parcela en parcela a lo largo de los casi dos meses que dura esta labor, previa recomendación de ingenieros y/o productores. Una jornada consta de mínimo siete horas: de 6:00 am a 1:00 pm, con una breve pausa hacia las 8:00 am para tomar el desayuno y hacia las 12:00 pm para descansar un momento; algunas veces y previo acuerdo se extiende hasta las 3:00 pm.

Trabajo vulnerable: por ser mujer, por las manos, por las hojas, por la paga
Generalmente el trabajo agrícola ha presentado condiciones de precarización, de trabajo vulnerable. Y de la masa laboral agrícola, son las mujeres las que presentan la mayor vulnerabilidad: por ser mujeres, por considerar que realizan labores de “ayuda”, por la doble jornada (trabajo doméstico y productivo) que desde siempre han realizado como parte de sus actividades cotidianas, derivadas del sistema sexo/género en el cual se socializa a hombres y mujeres para lo público y lo privado, respectivamente.
El primer ejemplo son las habilidades manuales que socialmente se han asignado a las mujeres y que las convierten en trabajadoras idóneas para el trabajo de discriminación de las hojas de maíz y de tabaco.
A las mujeres se les adjudica la delicadeza y sensibilidad, delicadeza en los movimientos y sensibilidad en el órgano dérmico (piel). Por tal motivo y bajo esta perspectiva son mucho más ligeras para maniobrar las hojas, lo que evita que las rasguen, además, le imprime velocidad al trabajo.
Estos saberes sensoriales usualmente son adjudicados a las mujeres, aunque los hombres también pueden desarrollar estas habilidades. No obstante, en Jala, son las mujeres las que se consideran sus depositarias dada la experiencia que muchas de ellas tienen del empaque de hoja de maíz.
            En Jala son las mujeres las encargadas de limpiar y clasificar en calidades el totomoxtle, la hoja de maíz para exportación. Es una actividad que se paga a destajo y las mujeres la llevan a cabo en sus tiempos libres (o más bien, organizados) y en precarias condiciones. Pero son exclusivamente ellas las que la realizan, porque tiene qué ver con los alimentos, con limpiar y acomodar hojas para tamales, con la socialización de y entre niñas, jovencitas, señoras y ancianas y con tener tiempo para ir y venir, hacer los mandados de la escuela y casa.
            Los hombres, los niños, no van al despique: van sus hijas, esposas, madres, hermanas, ellos sólo las “ayudan” cuando el trabajo (el “mejor pagado”) escasea, pero no van solos sino que las acompañan para agilizar el trabajo y obtener más kilos por semana. “Gano más en otro lado” asegura Pancho A., a quien conocí en un empaque de Jomulco ayudando a su pareja Maloy, “aquí vengo sólo para ayudar, mientras sale algo”.
            Las mujeres, que durante décadas habían limpiado, clasificado y acomodado la hoja de maíz en calidades, fueron las encargadas en Jala de despicar y clasificar, también en calidades, la hoja de tabaco. Ciertamente que fueron los ingenieros de la empresa los que trajeron mujeres de la costa para enseñar la labor, y aquí hicieron el encargo a los primeros productores: “consigue unas mujeres para el despique”.
            Al principio eran aquellas de la misma familia las que despicaban, después empezaron las combinaciones: invitaron familiares o conocidas, muchas veces buscando a aquellas que ya “trabajaban la hoja”, como decía una productora de Jomulco, la localidad vecina de Jala, “al momento del trabajo, uno busca a aquellas que ya le saben”;  actualmente ya se encuentran mujeres y/o cuadrillas especializadas, con “buena fama”, que van de una parcela a otra durante la temporada del despique. El maíz, el empaque, cedió al tabaco terreno no sólo en las parcelas sino también en los trabajos y saberes: las empacadoras ahora son despicadoras.
En Jala, y en general en todo el valle, el despique es una labor encomendada casi exclusivamente a las mujeres y donde muy pocos hombres se animan a entrar: tal vez porque las primeras cuadrillas que trajo la empresa tabacalera para realizar estas actividad eran exclusivamente de mujeres, por el tiempo que requiere y el pago mínimo (100 pesos aproximadamente por día hasta la temporada 2007), porque es una reminiscencia del trabajo de la hoja de maíz, destinado para las mujeres, o porque son las mujeres las que pueden ejecutar “mejor” esta actividad que no involucra fuerza física mas que el estar de pie entre siete y ocho horas diarias durante la zafrita (45 días aproximadamente).

A manera de conclusión
En cuanto a lo laboral, hasta hoy las construcciones de género siguen significando línea divisoria, determinismo en la actividad laboral y factor clave para llegar de la vulnerabilidad a la pobreza y el menoscabo social.
            Las desigualdades de género aún se encuentran extendidas en los mercados de trabajo rural, en los que las mujeres y los hombres suelen trabajar en diferentes combinaciones de empleo, por ejemplo: como agricultores autónomos, jornaleros temporeros, empleadores y trabajadores familiares no remunerados; no obstante, sea cual sea la forma y las condiciones, las condiciones laborales de los y las trabajadoras son diferentes correspondiendo a la división sexual del trabajo asimétrica y jerárquica.
            Atendiendo a los atributos genéricos, se determina su ubicación laboral, además de otras condicionantes (también de género) tales como edad, posición en el grupo familiar, estado civil, etapa de ciclo vital, además de la tendencia a invisibilizar el trabajo femenino desde los sistemas tradicionales. Así, las mujeres a menudo trabajan en las formas de empleo peor pagadas y más precarias y soportan los efectos que éstas conllevan, como es el caso de las mujeres empacadoras y despicadoras de la hoja de maíz y tabaco en Jala.
El trabajo vulnerable es un indicador novedoso que incluye a los/las trabajadoras sin acuerdos de trabajo formales o acceso a prestaciones o programas de protección social los cuales, por consiguiente, están más a merced de los ciclos económicos, como es el caso de las mujeres en los mercados de trabajo rurales (por definición cíclicos) y que hoy nos permite repensar las condiciones en las que las mujeres acceden a los mercados de trabajo rural en México.

Una de las premisas del trabajo decente es la eliminación de las distinciones y desigualdades en razón del género, tanto en el hogar, como en la comunidad, la economía y la política. Así, el reto continúa siendo el identificar en qué medida subsisten tales diferencias en lo laboral, económico, socio-político y ambiental respecto de las oportunidades para hombres y mujeres. De esta forma podremos ser capaces de generar condiciones de vida y trabajo, de relacionarnos inter e intra géneros, de valorarnos diferentes pero iguales, cond

1 Se le llama despique a la faena tabacalera en la cual se separan las hojas secas del tallo, cuando el tabaco ha sido secado en mata y no hoja por hoja, en hornos o sartas secadas al sol. En Jala, esta labor se acompaña de la clasificación por calidades de la hoja, distinguiendo la primera (hojas amarillas y quebradizas, regularmente las primeras cinco (de abajo a arriba) de la planta), segunda (hojas cafesosas y con mayor humedad que la primera, regularmente las siguientes diez hojas hacia arriba del tallo), tercera (hojas más bien café y con una textura gruesa que se encuentran en la parte superior de la planta) y copo (hojas pequeñas que no alcanzaron a desarrollarse de la parte superior de la planta).

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