Hoy no cabe duda de que hambre y desarrollo continúan siendo los polos opuestos de una realidad que marca claramente el panorama humano del planeta. Desde la perspectiva del desarrollo económico globalizado nos topamos con el problema de las diferencias o discriminaciones entre la humanidad, toda ella amenazada por una naturaleza a punto de rebelarse en contra de los abusos del hombre.
En esta situación puede parecer superfluo hablar de causas. Como las cosas no están muy claras, existe la tentación de prescindir de las diferencias y de buscar una solución conjunta en favor de la especie humana y de todas la demás especies consideradas como un todo indiferenciado. La dimensión planetaria del problema ecológico no tiene que hacernos caer en un universalismo ético que afirmando el imperativo de la supervivencia de la vida sobre la tierra, olvide las tremendas discriminaciones existentes entre el género humano y entre éste y la naturaleza.
Tenemos por tanto que tener bien presentes las diferencias existentes en la realidad, tanto las que han sido provocadas por el hombre que identificaremos con el término discriminación, como las que la misma realidad nos presenta constantemente en cuanto a horizonte de comprensión que identificaremos con el término pluralidad.
Al hablar de la ética de la responsabilidad, se hace referencia a la supervivencia futura del género humano y del planeta tierra. Afirmando el problema ecológico como problema global, vimos como existen serias dificultades para su comprensión debido a que las ciencias se quedan cortas en sus análisis y debido a que entran en juego otros factores que trascienden nuestra capacidad de dominio sobre las cosas. Lo que está en juego es una nueva concepción antropológica que tiene que superar la antropocéntrica. La pregunta ahora es: ¿estamos antes una de las innumerables nuevas concepciones del hombre que han tomado forma en la historia del pensamiento occidental, o estamos ante el desafío de asumir una realidad que se nos presenta compleja, plural, conflictiva y en última instancia incomprensible? En otras palabras, retomando la imagen de Panikkar, ¿estamos intentando construir una nueva torre de Babel donde todos hablan la misma lengua y todos persiguen los mismos fines?1
Si miramos desde la perspectiva latinoamericana de la liberación, podemos ver como el problema ecológico puede adquirir un significado más real y más profundo. Diciendo que la conciencia ecológica ha surgido en los países ricos, se podría pensar que los países pobres no tienen esta conciencia. De hecho no es así. Está claro que los pobres, a diferencia de los que pueden beneficiarse de los bienes proporcionados por la tecnología, han vivido una relación mucho más equilibrada con la naturaleza. Este tipo de relación no se ha explicitado en teorías sino que se ha manifestado en la práctica concreta dando lugar a diferentes culturas. Recordando a Balducci, la cultura no es algo que se pueda calificar de "evoluta" o "primitiva", sino que es una respuesta, entre otras posibles, a los desafíos que cuestionan la vida del grupo.2 Diciendo esto estamos afirmando la necesidad de tomar en serio aquellas culturas normalmente consideradas primitivas o retrogradas en comparación con la cultura occidental por la importancia que reviste su relación con el medio ambiente. Un ejemplo: sabemos que la mayor parte de los recursos que existen en el planeta se sitúa en las selvas tropicales.3 La conservación de estas áreas resulta ser de vital importancia para el planeta. Para las poblaciones que viven en estos medios naturales la quema de bosques o la tala de árboles, constituye una actividad que está en proporción directa con la propia necesidad y que no afecta al equilibrio natural del entorno. Si hablamos de pueblos indígenas estas operaciones a menudo tienen un significado religioso que impide profanar un espacio sagrado y que por esto marca los límites de la intervención humana en el ambiente. El "problema ecológico" tal como lo concibe la razón occidental no existe. Las industrias madereras que están reduciendo cada vez más los contornos de estos bosques dejando grandes espacios para los terratenientes que aprovechan la deforestación para ampliar la superficie de los pastos para su ganado4 no tienen ningún respeto para las poblaciones que viven en los márgenes o en el interior de las selvas y que no poseen ganado, y desde el punto de vista "legal", ni tierra. Los gobiernos de los países del Tercer Mundo tienden a favorecer tanto las multinacionales como los terratenientes por ser fuente de ingresos y de riqueza. Campesinos, indios, poblaciones de la selva a menudo constituyen un estorbo al camino del desarrollo. La conservación de estos ecosistemas se debe a una relación mucho más armoniosa de sus habitantes y ellos. No han sido culturas depredadoras sino más bien integradoras de lo humano con la naturaleza. Tanto es así que la relación entre hombre y naturaleza tiene aspectos religiosos, filosóficos, económicos y médicos, totalmente desconocidos al hombre occidental por considerarlos primitivos y por tanto sin valor.
De esta forma la explotación económica vigente, impulsada por el universalismo occidental de estos recursos, es claramente discriminadora tanto en su objetivación técnica como en el reparto de beneficios.
Desde estas pocas pinceladas se puede comprender como el poder económico y político, aliados entre si, constituyen un sistema que absolutizandose a si mismo niega la existencia del otro5 . Como podemos ver, aquí pobre y naturaleza pueden tener el mismo significado referencial: los dos son excluidos del sistema. Recordando ahora los niveles de conciencia ecológica antes presentados, podemos preguntarnos: ¿Que es lo que entiende rescatar la conciencia ecológica surgida en los países ricos? Al hablar de "supervivencia del genero humano" ¿en que género humano se está pensando? El discurso entre hombre y naturaleza no puede agotarse entre hombre occidental y naturaleza. No podemos salvar la naturaleza sin contar con la participación de las sociedades cuya situación económica los incluye en la categoría de pobres.
1 R. Panikkar, Sobre el diálogo intercultural, Salamanca 1990.
2 E. Balducci, La terra del tramonto, Firenze 1992, 51-52.
3 Comisión Mundial del Medio Ambiente y del Desarrollo, Nuestro futuro
4 Comisión Mundial del Medio Ambiente y del Desarrollo, Nuestro futuro común, 181-203.
5 Dussel. Ética de la liberación.
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