Revista: CE Contribuciones a la Economía
ISSN: 1696-8360


La cliometría y la historia económica institucional: reflejos latinoamericanos

Autores e infomación del artículo

Salomón Kalmanovitz*

Universidad de Córdoba


1. Introducción

La historia económica moderna ha sufrido dos grandes cambios en el último medio siglo. El primero fue la cliometría que introdujo el análisis econométrico de series largas de las cuentas nacionales, organizadas de acuerdo con modelos económicos, para dar cuenta de los procesos de crecimiento de largo plazo, de la rentabilidad social de inversiones en infra-estructura o de la productividad de diversas formas de producción o de sectores específicos. La segunda transformación, más reciente, surge de recurrir a las instituciones para explicar los cambios históricos y el comportamiento económico de las sociedades, donde se comenzaron a resolver preguntas sobre el papel de la revolución democrática en Europa, las instituciones parlamentarias y fiscales así creadas y el impacto de estas sobre el desarrollo económico de largo plazo, del impacto de la depredación de los excedentes sociales o de la inseguridad de los derechos de propiedad en la inversión o de los incentivos creados para la acumulación de capital por modelos corporativos de desarrollo económico.

Para citar este artículo puede utilizar el siguiente formato:

Salomón Kalmanovitz (2017): “La cliometría y la historia económica institucional: reflejos latinoamericanos”, Revista Contribuciones a la Economía . En línea:
http://www.eumed.net/ce/sk-clio.htm


En este ensayo me voy a referir en especial al impacto que ha tenido la llamada economía neo-institucional sobre la historia y su aplicación a los problemas del desarrollo económico de América Latina y de Colombia, aunque también me ocuparé de los intentos de la cliometría para establecerse en el país. 

El ensayo cuenta con 5 secciones de la cual esta es la primera. La segunda tratará la naturaleza de las propuestas de la cliometría y la tercera los aportes del nuevo institucionalismo para la historia económica, resaltando el trabajo de Douglass North y el de Robert Bates, más algunos aportes de politólogos como Barry Weingast y James Robinson. La cuarta sección inspeccionará brevemente la historia económica en América Latina y se referirá al predominio de la teoría de la dependencia que dificultó el progreso de la cliometría en estos lares, junto con sus expresiones en Colombia. La quinta sección concluirá.

2. La cliometría. 

La cliometría consistió en la aplicación de la teoría económica y de la econometría al análisis del pasado. Uno de sus gestores fue Simón Kuznets quien desde 1948 había emprendido un ambicioso proyecto apoyado por el National Bureau of Economic Research y que culminó en su libro aparecido en inglés en 1966, El crecimiento económico moderno. (Madrid, 1973) Allí, Kuznets estableció criterios para analizar los países con base en las categorías de producción, asignación de recursos, distribución del ingreso, consumo y relaciones externas (los flujos de conocimiento, personas y capital entre países). La producción se relacionaba con la población y las categorías de producto o ingreso per cápita pasaron a ser la vara de comparación de la riqueza entre países. La relación entre insumos y producto daba una idea de la productividad de los factores y el remanente, que era fundamental, se le tildaba como la productividad total de los factores. La distribución se refería a los ingresos del capital, del trabajo y de la tierra. La idea era la de elaborar series largas de las cuentas nacionales, que a su vez habían sido deducidas de las categorías keynesianas de consumo, ahorro e inversión, de distintos países para poder hacer comparaciones informadas. El crecimiento moderno se refería a un patrón de acumulación de capital rápido y sostenido a lo largo del tiempo.

Otro influyente autor de la escuela cliométrica fue Robert Fogel en su libro Railroads and American Economic Growth: Essays in Econometric History (1964) en el que trató de calcular el costo beneficio de la inversión hecha en ferrocarriles en los Estados Unidos durante el siglo XIX. Fogel hizo un número de importantes innovaciones en la naturaleza de la investigación histórica que fueron, entre otras, la definición operacional del ahorro social, la utilización de ejemplos contra factuales de manera explícita, el uso de modelos económicos para calcular lo que hubieran sido los costos calculados por un agente racional y, por último, la selección y comprobación de hipótesis sobre el mundo real que estaban sesgadas en contra de sus hallazgos principales. Sus resultados indicaron que los ferrocarriles no habían jugado un papel tan importante en el crecimiento económico de los Estados Unidos como se había creído porque habían medios de transporte alternativos, como la red de canales y de carreteras existentes.

El mismo Fogel, en conjunción con Stanley Engerman, publicó en 1974 un polémico libro sobre la esclavitud norteamericana, Time in the Cross: The Economics of American Negro Slavery, en el que se cuestionaba todas las posiciones más aceptadas sobre la institución, como que la esclavitud era una inversión poco rentable, que estaba en su etapa económica moribunda, que el trabajo esclavo y la producción agrícola basada en él eran económicamente ineficientes, que la esclavitud había conducido al estancamiento del Sur de los Estados Unidos y que había impuesto condiciones de vida extremas a los esclavos. 

Hobsbawm observa que el papel de la cliometría ha sido fundamentalmente crítico: “en la medida en que... obliga a los historiadores a pensar claramente y hace de detector de tonterías, cumple funciones necesarias y valiosas”. (Hobsbawm, 123) En torno a los ejercicios contrafácticos ellos pueden ser útiles en cuanto iluminen lo que evidentemente sucedió, pero no dejan de ser especulativos. La cliometría falla cuando aplica al pasado modelos de comportamiento de un capitalismo sin aristas, plenamente desarrollado, aplicando supuestos como la elección racional o la optimización de la rentabilidad en casos donde éstas no aparecen claramente en el horizonte del agente económico, sea este un siervo feudal, un esclavo romano o un terrateniente aristocrático.

Elster cuestiona a fondo la utilización por los cliometristas de los escenarios contrafácticos, lo que él llama “mundos posibles”, pues su selección tiende a predeterminar los resultados obtenidos [2] y, en verdad, nunca podrá ser comprobado el “qué hubiera pasado sí borramos algún evento histórico”. Sin embargo, también aclara que cualquiera selección de hechos relevantes por parte del historiador es en cierta forma contrafáctica, porque se están desestimando otros hechos de la realidad, es decir se fabrica una realidad algo distinta a la que arrojan los datos, seguramente simplificada.

Los aportes a la nueva historia económica se siguieron consolidando con el tiempo. En nuestro medio, como se verá, tuvo un aparatoso comienzo y Jesús Antonio Bejarano Ávila llegó a decir que se trataba de una disciplina en decadencia. North afirmaba en 1974 que los cliometristas habían encontrado que la esclavitud era rentable y que los ferrocarriles no habían sido tan esenciales como parecían, pero que no habían sabido identificar cuál había sido el impulso al crecimiento de largo plazo ni entendían cambios en la distribución del ingreso causados por los cambios históricos. Habían atacado problemas específicos o instituciones pero no habían incursionado en aclarar la transformación de los sistemas económicos, es decir del crecimiento de largo plazo. El gobierno no jugaba ningún papel endógeno y era introducido de manera casuística, ad hoc. El único análisis que proveían era el de decisiones de mercado, pero dejaban por fuera el hogar, las asociaciones económicas (gremios) y nada informaban sobre las decisiones políticas. Y se preguntaba: ¿Cómo puede uno hablar seriamente acerca del pasado económico sin una explicación de las decisiones que se toman por fuera de los mercados? Por último, North afirmaba algo que es relevante para entender la dificultad para que la disciplina avanzara en países con sistemas universitarios incompletos, que la cliometría no podía ser enseñada en los cursos de pregrado, ya que no solamente era compleja sino que no iluminaba el pasado de manera relevante y escasamente incentivaba la curiosidad de los estudiantes. (North, 1974, 2)

En 1997 North afirmaba que la cliometría después de 40 años había consolidado sus contribuciones: “la aplicación de un cuerpo sistemático de teoría y sofisticados métodos cuantitativos a su campo de acción ... (logrando) substituir o especificar con mayor precisión la mayor parte de las explicaciones económicas tradicionales que habían sido elaboradas sobre el pasado reciente del hombre”. Pero seguía presa, en lo fundamental, de la teoría neo-clásica, cuyos supuestos eran “los de un mundo sin fricciones en el cual las instituciones y el gobierno no juegan ningún papel explícito”. (North, 1997, 412).

En fin, la cliometría había contribuido a esclarecer muchos eventos y problemas microeconómicos de la economía capitalista para lo cual contó con un creciente arsenal de medios técnicos. Los instrumentos estadísticos y econométricos que se pueden aplicar a la historia han seguido mejorando, tornándose en herramientas de trabajo más sofisticadas, como los filtros Hodrick-Prescott y el Kalman, que sustraen las tendencias de largo plazo de las propiamente cíclicas en el comportamiento de las variables de un modelo y son de una gran ayuda para discernir cuál es el crecimiento potencial de una economía en el largo plazo y cómo el crecimiento observado se desvía en distintos momentos cuando lo sobrepasa o se coloca por debajo del mismo. Los filtros también le restan volatilidad a una serie y permiten analizarla mejor. Así mismo, modelos de equilibrio general computable y otros basados en sistemas de ecuaciones han sido ampliamente desarrollados y pueden ser corridos rápidamente con el gran poder computacional derivado de la informática moderna. (Kydland, Prescott)

Herman Van der Wee, de la Universidad de Lovaina, dijo en la conferencia inaugural de la Asociación Internacional de Historiadores Económicos celebrada en Buenos Aires en 2002 que “la historia económica nunca ha exhibido tanta actividad y dinamismo como el que muestra en la actualidad, interactuando mucho más que durante los anteriores períodos con otras ramas de las humanidades y de las ciencias sociales.” La micro-economía y la micro-historia, dotadas de nuevas herramientas de formalización como la teoría de juegos, habían contribuido a entender mejor la relación entre estructura (necesidad), riesgo (amenaza) y la libertad humana. La historia económica se había re-encontrado con la sociología, la ciencia política y la psicología experimental, como ya lo habían hecho los clásicos del pasado, desde Adam Smith a Joseph Schumpeter, para preguntar y tratar de responder a nuevos interrogantes sociales y a modelar también las instituciones políticas, de tal modo que contribuía a revelar aspectos de una realidad socio-económica más compleja. Pero tampoco era una panacea y se declaraba impedida de atacar los problemas de las transiciones económicas y políticas y, por sobre todo, le costaba trabajo explicar el crecimiento económico de largo plazo. Un balance exhaustivo al que remitimos al lector interesado es el texto de Baccini y Gianeti, Cliometría, en donde hacen un balance metodológico de los enfoques que compiten al interior de la historia económica cuantitativa y de los debates subyacentes.

3. La historia económica neo-institucional.

La otra vertiente que transformó la historia económica responde a las inquietudes formuladas por Douglass North y otros historiadores, que revive una corriente que tiene antecedentes en la escuela histórica alemana y en los institucionalistas norteamericanos de principios del siglo XX. Las instituciones son definidas como las reglas de juego que guían la conducta de los agentes económicos, los que reaccionan de alguna manera maximizadora para sus propios intereses pero no necesariamente en forma que impulse el crecimiento económico, con lo cual se cuestiona el principio smithiano de la confluencia del interés individual y el social. Las instituciones pueden ser formales y estar escritas en la constitución, las leyes y los organigramas de las empresas o ser informales como las normas, las ideologías y las religiones que se constituyen en guías de acción de los agentes. 

En su libro de 1961, El crecimiento de los Estados Unidos 1790-1860, Douglass North mantenía que el poder subyacente más influyente en la historia era la evolución de los mercados y se declaraba en desacuerdo con el tratamiento tradicional de la historiografía norteamericana, preocupada por la descripción y el cambio institucional, sin entender los procesos de crecimiento económico. (North, 1966, vi) Las instituciones en la historiografía tradicional eran entendidas como organizaciones y estaban separadas de la dinámica económica, muy distintamente a como fueron vistas más adelante por el mismo North, como un entorno de incentivos que fomenta o restringe el crecimiento económico, ofrecen garantías o no a los derechos de propiedad, y conduce el excedente económico hacia la inversión o hacia su depredación por el Estado y otros agentes. North se lamentaba entonces que a la historia le faltaba teoría económica para poder enlazar los fenómenos adecuadamente, jerarquizarlos y darle un sentido a la historia. En este libro pionero, North sienta su predilección, que será una constante a lo largo de toda su carrera, por la teoría smithsoniana del desarrollo económico. Para los Estados Unidos del siglo XIX afirma lo siguiente:

“La diseminación de la economía de mercado fue una influencia estratégica en el carácter del crecimiento económico. Ejerció un continuo empuje sobre los recursos económicos, atrayendo una creciente proporción de ellos hacia la producción para el mercado y fuera de la autosuficiencia de los colonos. Y el tamaño del mercado fue el determinante más importante del desarrollo manufacturero y de una creciente eficiencia económica... La conducta de los precios de los bienes servicios y factores productivos fue el elemento más importante en cualquier explicación de su crecimiento económico. Las políticas institucionales y los cambios políticos fueron ciertamente influyentes pues ellos actuaron para acelerar o frenar el crecimiento en muchas ocasiones... Pero ellos modificaron antes que remplazar las fuerzas subyacentes de una economía de mercado.” (North, 1966, vii)

De esta manera, los cambios en los precios relativos generan transformaciones en la conducta de los poseedores de los recursos económicos que desatan, a su vez, cambios políticos e institucionales. Se trata de un enfoque neo-clásico en el cual priman el análisis del costo-beneficio y el supuesto de la optimización de las utilidades como fuerza impulsora del cambio institucional.

Más adelante, North va a replantear sus hipótesis, en la dirección de desarrollar una teoría de las instituciones y su impacto sobre el cambio histórico y sobre el desempeño económico de las sociedades. El trabajo en el que se hicieron sus nuevas propuestas fue el elaborado con Robert Thomas en El nacimiento del mundo occidental, (North, Thomas, 1973) que subtitularon como una nueva historia económica (900-1700)en el cual la pregunta fundamental fue: ¿Qué hizo que por primera vez en la historia humana algunas sociedades obtuvieran crecimientos de largo plazo y superaran la pobreza abyecta y las hambrunas? 

El argumento central de North y Thomas es el de que la organización económica eficiente fue la clave del crecimiento y que los arreglos institucionales, en especial la definición adecuada de los derechos de propiedad y su protección, crearon incentivos para canalizar el esfuerzo económico en una dirección que acercó la tasa de retorno privada a la social. La estructura política favoreció a los empresarios pero introdujo a la vez limitaciones al despotismo y abrió el campo de las oportunidades a más agentes. Las patentes protegieron e incentivaron la invención y es en este sentido que se entiende mejor el acercamiento del rendimiento individual – en este caso el monopolio temporal que genera una renta para el inventor – y el rendimiento social, la reducción de costos o la mejora en la calidad de vida que surgen de la innovación y que beneficia a toda la sociedad. Al mismo tiempo, la innovación recibió un fuerte incentivo que multiplicó las iniciativas individuales.

La atmósfera institucional de Inglaterra y Holanda favoreció entonces la inversión de capital y la extensión del mercado permitió la realización de economías de escala; es en este sentido que se precisa la noción de eficiencia, pues a partir de cierto nivel de producción caen los costos unitarios y se abaratan los productos. El protestantismo justificó la riqueza como posible expresión de gracia e indujo una disciplina social en la población trabajadora. Con ello hubo una legitimación del capitalismo y un aumento en la calidad de los factores de la producción. El apoyo del Estado y del capital a las universidades impulsó el desarrollo de nuevas tecnologías. La separación Estado-Iglesia permitió el libre examen y la investigación científica, mientras que el Estado se concentraba en impulsar el desarrollo del capitalismo y no en defender o atacar algún credo. 

North enfrenta el problema de las instituciones informales, en particular el de la religión, en términos muy económicos. Las leyes contra la usura impedían normalizar los contratos de crédito y medir y acotar adecuadamente el riesgo crediticio. Ello aumentaba los costos de transacción en el mercado financiero, que es fundamental en el proceso de desarrollo, y obligaba a que los agentes diseñaran complejos contratos para evadir las regulaciones morales que imponía la Iglesia católica. Una vez abolidas las leyes contra la usura, se desarrollaron a fondo los mercados financieros de Amsterdam y Londres, cuyas tasas de interés estaban por debajo de las que ordenaba la Iglesia. Pero hay también elementos culturales que Weber destacó y que North descarta: el protestantismo combatió la mentalidad mágica, justificó la acumulación de capital y la racionalidad derivada de ella, indujo el ascetismo y la responsabilidad en la vida diaria e incentivó el perfeccionamiento personal mediante el trabajo, el estudio y la lectura, lo que contribuyó a que se extendiera y universalizara el alfabetismo dentro de la población. (Weber, 250-258)

Uno de los aspectos centrales de la teoría neo-institucional es la importancia que le concede a los costos de transacción. Estos se definen como los costos de información, los costos de los contratos y la supervisión de su cumplimiento o sea los costos legales y del sistema de justicia, el costo de los riesgos implícitos en las operaciones que se reducen por el desarrollo del cálculo de esos riesgos. El surgimiento de Occidente fue posible por una reducción de las imperfecciones de mercado o sea con obtención de unos menores costos asociados a la incertidumbre y a la calidad de la información. En este sentido, surgieron mercados de letras de cambio y, en la medida en que el comercio aumentaba, aparecieron agentes especializados en el mercado monetario; cuando se instauró el mercado de deuda pública, donde el fisco burgués fue impecable en el cumplimiento de sus obligaciones, surgió un mercado profundo que permitió transar también deuda privada y eventualmente acciones de las sociedades anónimas. 

La reducción de la inflación fue posible porque se prohibió afeitar y falsificar las monedas en la forma como lo habían hecho hasta el momento las monarquías absolutas, lo que también condujo a una mejora notable de la información contenida en los precios. El mercado de capital y la baja inflación dieron lugar a tasas muy bajas de interés y a la posibilidad de financiar grandes inversiones en proyectos densos en capital como metalurgias, ferrocarriles, canales, etc. Con una mejor información se pudieron medir los riesgos, surgió el cálculo actuarial y la industria de los seguros.

Hubo cambios organizativos que fueron fundamentales para el progreso de las empresas, tanto en sus métodos de gobierno como en la transparencia para sus accionistas que introdujo la contabilidad pública. El surgimiento de las sociedades por acciones, que eran responsables sólo por el capital invertido en ellas, redujo el riesgo asociado con las organizaciones industriales pues los dueños de acciones tenían salvaguardado su patrimonio personal de los efectos de una posible quiebra.

La teoría neoinstitucional analiza entonces los incentivos que podían conducir a los individuos a emprender actividades socialmente deseables (generadoras de comercio y de empleo) o a actividades redistributivas, que capturan las rentas producidas por otros agentes o depredando sus excedentes. La redistribución del ingreso significaba que se daban pérdidas para los agentes productivos, como pudo haber sucedido durante gran parte de la historia humana de imperios y monarquías, y la vida social se caracterizaba por la monotonía y la ausencia de iniciativas. En tal sentido había que analizar el cómo estaban definidos los derechos de propiedad, de que fueran justos y aceptados por muchos y contribuyeran a la eficiencia, y que fueran efectivamente defendidos en caso de ser agredidos. 

Los derechos de propiedad latifundistas, sobre las personas o sobre las propiedades de siervos y arrendatarios, eran desafiados por muchos agentes y contribuían a ineficiencias estructurales en los sistemas de producción y distribución. Los derechos de propiedad surgidos de reformas agrarias probaron ser claves en el desarrollo más rápido de muchos países que pasaron por los cataclismos de revoluciones y revueltas campesinas y a que surgieran instituciones políticas más aceptadas por la población o sea que contaban con una mayor legitimidad. (Barrington Moore)

Otro elemento fundamental del crecimiento económico continuo fue el de que las instituciones incentivaron a que el excedente fuera re-invertido continuamente y, al mismo tiempo, aumentara como resultado de la eficiencia institucional y de la contenida en el cambio técnico; en este sentido, las sociedades capitalistas cumplieron, primero, con la expansión del ahorro y, segundo, con su canalización hacia la inversión, mientras que las instituciones políticas favorecían el cambio técnico, a pesar de que éste casi siempre crea perdedores. Las sociedades que atravesaron por revoluciones socialistas como Rusia y la China mantuvieron tasas de crecimiento elevadas durante 4 o 5 décadas, invirtiendo una enorme proporción de su producto anual, pero no fueron sostenibles en el tiempo, entre otras cosas, porque no favorecían el cambio técnico ni impulsaba la productividad de sus plantas industriales, que es lo que impulsa fundamentalmente el crecimiento de largo plazo de los países [3]

En la Unión Soviética colapsaron las reglas de distribución del ingreso y la férrea disciplina social mantenida por el patriotismo y el terror del Estado; en China, sus dirigentes cambiaron el modelo de desarrollo antes del agotamiento del socialismo soviético, seducidos por el éxito exportador del capitalismo en el Este asiático. No faltaron modelos corporativos de desarrollo exitoso, como los de Alemania, Italia y España montados sobre fuertes caudillos que irrespetaron los derechos de propiedad de grandes segmentos de sus poblaciones, que disolvieron sus instituciones parlamentarias, por lo cual no contaban con reglas de sucesión conocidas y respetadas por todos los agentes. La segunda guerra liquidó los regímenes propiamente fascistas, mientras que el falangismo franquista encontró formas de relevo parlamentarias que eventualmente le prestaron estabilidad al crecimiento de largo plazo de la economía española, mediante su apertura e integración al Mercado Común de Europa.

En su célebre opúsculo de 1990, Instituciones, cambio institucional y desempeño económico (North, 1993) el autor sistematizó en una teoría coherente sus anteriores aportes a la historiografía. Afirma allí que “ofrece el esbozo de una teoría de las instituciones y del cambio institucional”... y que centra su atención “sobre el problema de la colaboración humana, específicamente en captar las ventajas del comercio.” La colaboración es propiciada por instituciones que logran resolver los conflictos de interés de manera consensuada, permiten que los perdedores de los cambios técnicos e institucionales obtengan alguna reparación, pero aseguran que el cambio exigido por la acumulación de capital siga su marcha.

En una muy estrecha síntesis, North afirma que las instituciones proveen la estructura básica en la cual los seres humanos han creado orden y reducido la incertidumbre del intercambio en la historia. Junto con la tecnología empleada, ellas determinan los costos de transacción y transformación y, por lo tanto, la rentabilidad y la posibilidad de emprender la actividad económica. Se descuelga de la visión neo-clásica para decir que ésta introduce una “característica devastadoramente limitante para aquellos historiadores cuyo problema central es explicar el cambio a lo largo del tiempo”, (168) suponiendo “un mundo sin fricciones” donde las instituciones no existen o no importan. De esta manera, se olvida el objetivo principal de la historia económica: tratar de explicar los diversos patrones de crecimiento, estancamiento y decadencia de las sociedades en el tiempo y el de explorar la manera en la cual las fricciones que son consecuencia de la interacción humana producen resultados ampliamente divergentes.

Un autor que complementa las líneas de análisis de North es Robert Bates en su trabajo Violence and Prosperity. Para él, un sistema judicial o un ejército pueden cubrir un área y población grandes, reduciendo los costos unitarios de justicia y protección. “Un conjunto de derechos de propiedad especificados puede ser extendidos indefinidamente a otras áreas con un bajo costo adicional”. Es fundamental el paso de la justicia privada que limita la acumulación de capital y destina recursos a la venganza, a la justicia en manos del Estado puesto que limita el conflicto intra-social. El período de continuas guerras de la alta edad media generó crisis fiscales que dieron fuerza a las ciudades, a sus comerciantes y banqueros.

Las condiciones iniciales para el desarrollo capitalista fueron un espacio amplio comercial, un mercado interior sin barreras o comercio internacional con pocas barreras. La protección limita la extensión del mercado y entrega rentas a los productores protegidos. Estos, a su vez, le restan poder político a los sectores y regiones que se perjudican con la protección. La mayor extensión del mercado lleva a una mayor especialización y a aumentos de la productividad. La entrada al mercado se limita cuando el Estado otorga monopolios, vende puestos públicos o discrimina a favor de unos intereses – no necesariamente los más productivos o eficientes – en contra de otros. La educación es importante para el desarrollo económico porque permite una especialización más compleja del trabajo y de la producción.

Para North, los casos de Francia, España y Portugal durante la alta edad media muestran fuertes poderes centrales que se abrogaron muchos derechos económicos, a partir de los cuales repartieron arbitrariamente privilegios, monopolios y rentas específicas. “La persistencia de instituciones ineficientes, ilustrada por el caso de España, fue un resultado de las necesidades fiscales de los gobernantes que condujo a horizontes acortados de tiempo y, por lo tanto, a una disparidad entre incentivos privados y bienestar social” [4]. ( p. 7 Institutions) North aduce que al principio del siglo XVI España e Inglaterra encaraban problemas fiscales similares y con costos militares crecientes, debidos a la creación de nuevas tecnologías de guerra. Mientras la primera pudo resolverlo con base al tesoro de sus colonias americanas, sin tener que recurrir a las cortes o parlamentos, la segunda se vio obligada a hacer negociaciones con sus súbditos ricos que eventualmente se convirtieron en ciudadanos que influyeron sobre la política de la república monárquica. 

A la vez que Inglaterra aumentó su poderío estatal y militar, y propiciaba su revolución industrial, lo que le permitió dominar el mundo del siglo XVIII, España fue llevada “a crisis fiscales sin solución, quiebras, confiscación de activos y derechos de propiedad inseguros, en fin, a tres siglos de relativo estancamiento” (p. 113). España fue testigo de la despoblación del campo, del estancamiento de su industria y del colapso del sistema de comercio de Sevilla con el Nuevo Mundo, todos asociados a las políticas de control de precios, incrementos arbitrarios de impuestos y confiscaciones repetidas. La política no estaba al servicio del desarrollo económico sino que era un instrumento fiscal para la depredación de la riqueza privada.

North introduce el concepto de path dependance o dependencia del pasado que informa que una matriz institucional de una sociedad se reproduce en el tiempo y aunque va transformándose conserva algunos de sus rasgos fundamentales. En este sentido “la historia económica latinoamericana... ha perpetuado las tradiciones centralistas y burocráticas trasmitidas por la herencia española y portuguesa... permanecen relaciones personales en la base de los intercambios políticos y económicos” y eso explica en alguna medida la precaria estabilidad política y la dificultad para apropiar el potencial de la tecnología moderna. En los Estados Unidos, dependientes de la matriz institucional parlamentaria y propiciadora del crecimiento económico “se dieron todos los intercambios impersonales más complejos que le permitió capturar las ganancias económicas de la tecnología moderna”. (p. 117)

En las sociedades industrializadas, los derechos de propiedad se legitiman porque dependen de una justicia imparcial, del monopolio de las armas del Estado y no de la fuerza privada del agente. Es en este contexto en que proliferan los contratos o intercambios económicos y con ellos el desarrollo y la apropiación de la tecnología. Para North, “la incapacidad de las sociedades para desarrollar el cumplimiento obligatorio de los contratos es la fuente más importante del estancamiento económico y del subdesarrollo contemporáneo del Tercer Mundo”.

Hay situaciones como las de América Latina en las que persisten instituciones ineficientes porque hay agentes poderosos que se benefician con ellas. Sistemas financieros distorsionados por el crédito subsidiado y la inflación que tiende a expropiar a los agentes que viven de rentas fijas y a todos los acreedores, protecciones altas que otorgan rentas de la población consumidora a favor de terratenientes e industriales, exenciones de impuestos a la tierra y al ganado pero altos impuestos al consumo, son todas políticas que defienden férreamente sus beneficiarios.

North desdeña el elemento religioso como fundamental en su teoría de las instituciones, en cuanto considera que no sobredetermina a los agentes. Pero hay que tener en cuenta que la Iglesia católica fue el pilar ideológico del absolutismo europeo; portaba una ideología que condenaba al capitalismo y a las virtudes burguesas: ahorro, racionalidad e individualismo responsable. Igualmente, la Iglesia tenía el monopolio de la educación y de las obras sociales y por lo tanto se oponía tanto a la educación obligatoria y laica, como a los impuestos, distintos a la caridad, que financiaran la educación y la salud de la población. La separación de Iglesia-Estado fue condición necesaria del orden burgués consensuado, pero la obtención de ella en muchos países latinoamericanos no logró cambiar en lo fundamental la matriz institucional que condicionaba su comportamiento económico. La fiebre dogmática de los liberales radicales latinoamericanos, que reproducía una actitud religiosa, por ejemplo en la elaboración de los llamados “catecismos liberales”, los que al igual que el católico debían ser memorizados por los militantes. (Tovar) Esta es otra muestra que informa la razón por la cual North dice que la religión en sí no determina los comportamientos de los agentes.

En la América Latina no fue suficiente la adopción de constituciones o sistemas legales norteamericanos o franceses porque quedaron superpuestos sobre una larga tradición de controles burocráticos centralizados; la descentralización terminó pronto con esquemas de re-concentración del poder en todos los estados que se quisieron llamar federados y que mostraron el carácter paternal de las transferencias y regalías para sus respectivas regiones. Esta es otra muestra más de que la historia está anclada en el pasado.

4. La historia económica en la América Latina.

Los elementos críticos hacia la tradición hispánica contenidas en la obra de North y Olson, entre otros, han dificultado la aceptación del neoinstitucionalismo y su historiografía en la América Latina [5]. Es así como la nueva historia económica, incluyendo su vertiente neoinstitucional, ha sido repelida por aquellos intelectuales que no ven culpa alguna en haber sido envueltos en el legado histórico, que sienten una simpatía grande hacia el estado paternal y una antipatía de magnitud similar contra el individualismo que acompaña al capitalismo. Este ha sido un lecho propicio para la aceptación del marxismo y explica en buena parte su éxito relativo. Para muchos científicos sociales, en general, el enorme poder exhibido por los Estados Unidos, en menor medida el de Europa, debe ser resistido activamente y sus sistemas económicos y sociales rechazados con base en algún ideal socialista, lo cual impide analizar el bosque nacional y sus posibilidades. 

En la tradición latinoamericana hay una tendencia a examinar los problemas de manera dogmática: se creyó que el pluralismo religioso terminaría en la guerra de creencias y a la condenación eterna o que las esferas políticas regionales y locales castrarían el poder central si se les permitía alguna autonomía. Y así también con los debates ideológicos y científicos: la proliferación de puntos de vista acarrearía el desorden y los puntos ciertos, los nuestros, serían destruidos. Y así ha sido también con las corrientes que juzgamos como enemigas, las que no son de nuestra familia y las que riñen con nuestra cultura. La teoría neoclásica es irremediablemente de derecha y debe ser exorcisada, destruida. Sin embargo, tiene sus indudables fortalezas – formalización matemática rigurosa, hipótesis coherentes, comprobación empírica de las mismas, contrastación con las hipótesis contrarias - y muchos de sus resultados son buenos, indiferentes a su filiación política.

Cabe preguntarse ahora cual es la filiación política del neoinstitucionalismo, si es que tiene alguna. En sus orígenes, el institucionalismo fue influido por la escuela histórica alemana y contó con radicales como Thorstein Veblen y al socialista Wesley Mitchell. North fue marxista y disidente en su juventud, objetor de conciencia de la segunda guerra mundial. Su defensa del modo de desarrollo norteamericano es una convicción que no todos tenemos que compartir, pero sigue siendo cierto que las democracias liberales son regímenes fuertes política y económicamente. North es ahora investigador del Hoover Institute que es de derecha. 

Sin embargo, el Estado que hace buenas regulaciones sugerido por North no es el estado mínimo que propone hoy en día la derecha; los derechos de propiedad justos y legítimos que le otorgan fuerza significa que las reformas agrarias y los niveles de tributación progresivos son también parte de un entorno institucional propicio para el desarrollo económico de largo plazo. North no se mete a asesorar gobiernos porque considera que su papel es académico y se lamenta de las precipitadas asesorías de los académicos norteamericanos en la transición hacia el capitalismo de Rusia; no parecería estar de acuerdo con el consenso de Washington, en tanto las reformas son adaptadas por las instituciones y los agentes que son favorecidos por ellas, dejando a sus arquitectos con los crespos hechos. Conozco juristas de izquierda que se sienten a gusto con North, mejor que con la vertiente neoclásica del derecho y la economía. El análisis de agencia le serviría bien a un sindicato y a un crítico de las corporaciones y grupos financiero industriales; es posible que la izquierda lo utilice para los fines de justificar ciertas conductas en términos de defensa clasista o de solidaridad

El neoinstitucionalismo parte del individualismo metodológico y, por lo tanto, el análisis no se sesgará a favor del colectivo. Sin embargo, podrá tratar sin problemas conductas sociales y ponderar intereses de grupo. Así como los agentes ricos pueden ser depredados, el nivel de tributos puede ser tan bajo que el Estado sea débil e invite a la insurgencia a tomárselo o caer en manos de intereses particulares. Son temas liberales pero creo que son progresivos, más que los que enarbolan los marxistas y populistas. Los criterios de progreso tenían que ver antes con el avance de la libertad política y el de las fuerzas productivas. En ambas medidas la izquierda contemporánea falla. Tanto la libertad económica como la política pueden ser sacrificadas en aras de la igualdad. Por fin, la izquierda considera la eficiencia como una obsesión derechista pero los sistemas que no la profundizan colapsan (la Unión Soviética) o reducen dramáticamente el nivel de vida de todos sus ciudadanos (Cuba, Corea del Norte). 

La teoría neoclásica tuvo poco desarrollo en las universidades latinoamericanas porque se creía que sus supuestos sobre el hombre racional y la ausencia de fricciones en el cierre de los mercados no aplicaban al medio social local. Alguna razón tenía esta crítica porque evidentemente no funcionaban de manera fluida las instituciones que exige el capitalismo para poder desarrollarse y muchos de los mercados estaban permanentemente obstruidos por malas regulaciones impuestas por los grupos de poder que se beneficiaban con ellas. En vez de ella, tuvieron una amplia acogida las derivaciones de la escuela histórica alemana en sus postulados sobre la necesidad de tener una sociedad orgánica, industrializada con base en la protección, y economistas como Antonio García fueron ampliamente aceptados en el continente latinoamericano. La falta de una tradición liberal y de un pensamiento racionalista también hicieron atractivo el marxismo para la intelectualidad local.

Pero rechazar la teoría neoclásica trajo también la de alejarse de los métodos de constatación empírica de hipótesis bien estructuradas y contrastadas e hizo muy difícil el desarrollo de ciencias sociales basadas en el rigor científico, muchas de las cuales fueron influidas por la economía y su formalización matemática. En parte por tales razones, en parte porque los recursos educativos son no sólo escasos sino precarios y los sueldos de los profesores no recuperan la inversión en estudios doctorales, la historia económica y la neo-institucional obtuvieron un desarrollo lento y resistido en la América Latina.

La teoría de la dependencia que se desarrolló ampliamente en la década de los setenta del siglo XX tenía como sustento la querella fundamental de que la división internacional del trabajo les había sido impuesta por las grandes potencias a la América Latina y que era intrínsicamente injusta. Los precios de las materias primas bajaban siempre y los de las manufacturas subían [6]. La inversión extranjera, a su vez, descapitalizaba a los países sometidos, de tal modo que quedaban encerrados en la envoltura de un subdesarrollo creciente. Los dependentistas ignoraban el caso de los propios Estados Unidos, de la edad de oro argentina o de Australia que comenzaron exportando materias primas y recibieron grandes cantidades de inversión inglesa para desarrollar sus canales y ferrocarriles u en otras ramas de la economía, con lo cual lograron un grado importante de industrialización.

De esta manera, la teoría de la dependencia ignoró la estructura social y sus instituciones que generan fricciones o lubrican el desarrollo económico y que conducen al orden o al desorden político [7]. Una vez elaboradas las estadísticas de las cuentas nacionales de los países y hechos cálculos serios sobre su crecimiento económico, se descubrió que el comportamiento de la América Latina durante el siglo XX había sido bastante bueno, mucho mejor que el del siglo XIX que prácticamente se perdió en el desorden político que legó el choque de la independencia. (Bulmer-Thomas)

Hay varios trabajos importantes de los neo-institucionalistas aplicados a la América Latina que referiré brevemente. El trabajo Douglass North, Barry Weingast y William Summerhill, “Orden, desorden y cambio económico: Latinoamérica versus Norte América”, es una comparación entre la América colonizada por Inglaterra, que legó sus instituciones democrático-liberales en el norte del continente, también en Jamaica, y la llevada a cabo por España con sus correspondientes instituciones monárquicas y corporativas. El tema que analizan es la forma cómo los dos sistemas reaccionan frente a un cambio violento de régimen - el proceso de independencia - del cual surge una fase de desorden político. 

El desorden es caracterizado por una anulación de los derechos de propiedad existentes, el desplazamiento de una autoridad política por una o unas nuevas, donde “los ciudadanos temen por sus vidas, sus familias, y por sus fuentes de supervivencia” (North et al, 2002, 10). El orden político es entendido como un conjunto de instituciones que aseguran una autoridad, cierto nivel de obediencia de la población a ella, unas bases políticas de apoyo y un respeto relativo a los derechos de propiedad existentes. 

Mientras en el norte el desorden fue superado después de una guerra que fue también civil por una federación de las 13 colonias cuyas asambleas y ciudadanos se pusieron de acuerdo en una constitución que articulaba una república de democracia representativa, en las colonias españolas las federaciones explotaron rápidamente y se erigieron estados sobre las divisiones burocráticas establecidas por los españoles, se sucedieron muchas constituciones, cada una impuesta después de una guerra civil, situación que sólo comenzó a decantarse en el último cuarto del siglo XIX, cuando ya los Estados Unidos de América se habían unificado, habían abolido la esclavitud en 1864, avanzaban en una rápida industrialización y apropiaban más de la mitad de los Estados Unidos de México, a Puerto Rico y a Cuba.

Daron Acimoglu y James Robinson han trabajado el tema de la dependencia del pasado para diferenciar colonias de poblamiento que eventualmente desarrollaron instituciones democráticas y desarrollaron a fondo sus mercados, de las colonias extractivas que sometieron a la población nativa o importaron esclavos. Esto, a su vez, lo relacionan con la calidad de los climas que ofrecieron condiciones salubres o no de asentamiento para las poblaciones europeas. En las colonias extractivas, la independencia no constituyó un cambio estructural sino que las antiguas instituciones por medio de las cuales se extraían los excedentes fueron ocupadas por las capas locales más beneficiadas de la fase colonial. En el caso de Jamaica, una colonia de tipo plantación, tipo extractiva, con una población esclava y una delgada capa terrateniente inglesa, no fue posible establecer una democracia parlamentaria estable. Una insurrección de los esclavos manumitidos en 1864 dio lugar a devolverle a su estatus de colonia a la que se le entregó algún autogobierno a partir de 1884, para que solo en 1962 obtuviera su independencia plena, sin haber logrado un desarrollo económico sostenible. 

Otros trabajos importantes son los editados por Stephen Haber en su colección de ensayos Cómo se rezagó la América Latina, donde se incursiona en las historias económicas de Brasil y México y se analizan las pautas del desarrollo económico de largo plazo, la relación entre los transportes y el desarrollo económico, la profundización alcanzada por los mercados financieros y el desarrollo de la agricultura y el efecto de las desigualdades sociales en el desarrollo profundo de Canadá y los Estados Unidos y en el débil crecimiento de la América Latina. Haber es autor de una importante obra que se titula Industria y subdesarrollo, La industrialización de México, en el que hace un análisis de la evolución de los factores de la producción, de la atmósfera provista por la economía política, del financiamiento de la inversión industrial y de los efectos de la revolución en el crecimiento de la industria. Encuentra paradójicamente que la conmoción política no se reflejó proporcionalmente en el desarrollo económico mexicano de la época, lo cual lo indujo a profundizar el tema. (Bortz, Haber; Haber, 2003)

Para la Argentina está el trabajo seminal de Carlos Díaz Alejandro, Essays on the Economic History of the Argentine Republic de 1970 y uno reciente editado por Gerardo della Paolera y Alan Taylor, A New Economic History of Argentina que se enfoca en el cambio económico de largo plazo, los desarrollos mayores en la política económica y los cambios fundamentales en las instituciones y las ideas. La Universidad Torcuato Di Tella y la de San Andrés, la Fundación Gobierno y Sociedad (http://fgys.org) han hecho contribuciones sistemáticas a la historia económica moderna. Autores como Jeremy Adelman, Guido di Tella, Carlos Newland y Robeto Cortés Conde han hecho trabajos sobre el desarrollo agrícola de ese país. Luis Bértola ha elaborado trabajos sobre la historia económica del Uruguay. La Revista de Historia Económica, de 1999, Vol. XVII, a donde remito al lector, trae un balance más adecuado de la historiografía latinoamericana del que yo pueda hacer en estas líneas.

4. La nueva historia económica en Colombia

Fue notable el auge de la historia económica en la Colombia de los años sesenta y setenta. Originada por los historiadores profesionales Jaime Jaramillo Uribe, Jorge Orlando Melo y Germán Colmenares, quienes construyeron apoyados en los archivos coloniales y locales las historias de las formas de trabajo coloniales, de las principales regiones del país y del esclavismo. De los tres, Melo recibió un entrenamiento anglosajón, mientras que Jaramillo Uribe fue entrenado en Alemania y Colmenares lo fue por la escuela francesa de Los Annales. 

Los historiadores norteamericanos hicieron una gran contribución a la literatura, destacándose James Parsons, Frank Safford y David Bushnell. Hubo un relevo por parte de economistas en los años setenta que se dedicaron a tareas más teóricas, (Bejarano) a cubrir el desarrollo del comercio (Ocampo), a la historia laboral (Urrutia), del café (Palacios) y de la agricultura (Kalmanovitz). La visión dependentista orientó el trabajo de José Antonio Ocampo, pero sus excesos fueron rebajados por el entrenamiento doctoral del autor en los Estados Unidos, de tal modo que la investigación sobre las series de comercio es muy rigurosa y las fases de crecimiento y colapso del mismo son explicadas con base en una combinación de un argumento dependentista – Colombia como país periférico, sometido a la división internacional del trabajo – y otro argumento que dice que existe un sustrato social interno, una clase terrateniente depredadora de los recursos naturales, que sólo puede participar en el comercio mundial cuando éste genera altas rentas y se debe retirar cuando retornan condiciones normales de mercado. Kalmanovitz (1985) elaboró una historia económica de Colombia con un enfoque marxista que combinaba política y economía, pero también dentro de la tradición empirista anglosajona y partiendo de y reconociendo la literatura existente.

En 1988 apareció editada por José Antonio Ocampo Historia económica de Colombia que reunió a los economistas de Fedesarrollo con los historiadores Colmenares, Jaramillo Uribe, Melo, y Tovar, y con el economista Jesús Antonio Bejarano, quienes elaboraron una obra que carece de unidad interna en torno al tratamiento de la servidumbre y del capitalismo. El equipo de Fedesarrollo hizo una historia macroeconómica, con base en un modelo keynesiano o neo-estructuralista que ya no tuvo nada que ver con la diversidad de enfoques de los historiadores.

La historia económica como cliometría fue introducida al país por un estudiante de doctorado de MIT, James McGreevey en su tesis convertido en libro, que en inglés adoptó el modesto título de An Economic History of Colombia o sea Una historia económica de Colombia y que en español se presentó simplemente como Historia económica de Colombia 1840-1930, que fuera publicada en 1975. El libro presentó modelos econométricos de costo beneficio sobre el impacto de la inversión en transportes en el desarrollo del país y de otras variables para terminar explicando de manera incoherente el despegue económico del país en el siglo XX a partir de la voluntad de los colonos antioqueños. 

En el mismo año de 1975 se hizo en Bogotá un seminario sobre esta obra seminal que terminó siendo una encerrona en la que se desmenuzó y criticó duramente la obra desde el punto de vista de sus fuentes, sus estadísticas, sus modelos teóricos, sus hipótesis y sus conclusiones. El embate vino dirigido por los historiadores profesionales que desconfiaban de las técnicas estadísticas y econométricas sofisticadas de que hacía gala McGreevey, aduciendo que no podían sustituir el análisis crítico de las fuentes primarias o cuestionaban las series desestacionalizadas, acusándolo de invención de cifras para cubrir algunos años en los que simplemente se extrapolaban las cifras de períodos anteriores de acuerdo con su tendencia. Adolfo Meisel revisó los cálculos de McGreevey sobre el costo beneficio de los ferrocarriles y concluye que el razonamiento y los datos presentados son rigurosos, con lo cual se demuestra adecuadamente que las inversiones en infra-estructura de los años 20 del siglo pasado fueron positivas para el país, al contrario de la visión del período, visto como “la danza de los millones” y dominado por la corrupción y el desperdicio. Otras partes del estudio si están marcadas por la ingenuidad de las hipótesis – por ejemplo, que los antioqueños se desarrollaron porque tuvieron la voluntad de hacerlo – pero una mala aplicación de la cliometría no significa que esta se encuentre totalmente equivocada, como supusieron, por ejemplo, Jesús Antonio Bejarano y Marco Palacios. 

El libro compilado por Ocampo en 1988 fue la despedida del auge que había obtenido la historia económica en Colombia. En los ochenta y noventa se ampliaron los estudios de historia en muchas universidades del país y hubo una explosión de trabajos, orientados muchos de ellos por teorías post-modernas, bastante facilistas, pero también en las direcciones de la historia política, sindical, de las ciencias, del conflicto y regional. Hubo historias de género y de etnia que sacrificaron la visión general y la pretensión de objetividad de la ciencia para defender particularismos. 

Se lamentaba Meisel de que, a partir de la evaluación tan negativa del trabajo pionero de McGreevey, la nueva historia económica tardó casi 20 años en poder levantar vuelo nuevamente con los trabajos de historia monetaria compilados por Fabio Sánchez (1994).Más recientemente, El crecimiento de Colombia durante el siglo XX, de Miguel Urrutia, Adriana Pontón y Carlos Esteban Posada, analiza los motores del crecimiento, hace un nueva estimación de la evolución histórica del PIB, calcula la tasa natural de crecimiento y el producto potencial, investiga la relación ahorro-inversión, la tasa de interés y el comercio exterior. El libro contiene un CD-rom con todas las series estadísticas 1925-2000, algunas que se inician en 1905, lo que facilita la labor de otros historiadores. Otros trabajos en una tónica similar se adelantan en el Banco de la República [8] y en el CEDE [9] de la Universidad de los Andes. Son de destacar dentro de las corrientes modernas también los trabajos de Adolfo Meisel y Eduardo Posada Carbó sobre la historia económica de la costa caribe, los trabajos de Santiago Montenegro y Juan José Echavarria y las investigaciones de historia empresarial de los siglos XIX y XX bajo el liderazgo de Carlos Eduardo Dávila Ladrón de Guevara.

Es de resaltar, por último, la publicación en el año de 2002 de la obra de Marco Palacios y Frank Safford. Colombia. País fragmentado, sociedad dividida. Su historia, que sigue las pautas de la historiografía clásica de analizar y enlazar los temas que obtienen relevancia para los objetivos de los investigadores. El sub-título de la obra, “país fragmentado, sociedad dividida”, define los dos grandes sustratos en los que está basada: una geografía difícil de dominar que derivó en costos de transporte excesivos que frenaron la constitución de un mercado interno hasta entrado el siglo XX y las divisiones en castas, clases, regiones y creencias que precipitaron al país a una larga serie de conflictos que no se acaban de disipar en el siglo XXI.

El análisis económico que hace Palacios para los años noventa del siglo XX informa que el estancamiento económico del país se debe indistintamente a la enfermedad holandesa – aquella causada por las rentas petroleras y del narcotráfico que revaluaron el peso colombiano desde los años ochenta - junto con las reformas “neo-liberales” de los años 90 y, finalmente, por la inseguridad generada por el conflicto interno. No menciona Palacios el reflujo de capitales externos que fue determinante para que toda la región latinoamericana (y asiática) sufriera de una dura recesión en los tres últimos años del siglo XX, de la cual obviamente no escapó Colombia. Una tercería en el libro de un economista que utilizara modelos económicos hubiera podido sopesar cómo cada uno de tales factores afectó el crecimiento económico y se hubiera aproximado mejor a explicar por qué falló la economía del país al final del siglo XX. Pero eso es un detalle menor en una obra de largo aliento que es imprescindible para todo lector que aspire a entender la historia colombiana.

Se podría argumentar que alcanzar el grado de virtuosismo técnico y documental que caracterizan a la cliometría y a la historia neoinstitucional exige un sistema educativo riguroso de nivel doctoral que no existe en el país, de tal modo que el desarrollo de este campo del saber requiere de un mayor número de investigadores doctorados que se dediquen a la investigación histórica, algo que es rentable hoy en día en la medida en que constituye un peldaño para entrar en la política y ocupar los altos cargos del Estado. Las universidades públicas siguen concentradas en posiciones de izquierda que orientan a la mayor parte de los estudiantes hacia las áreas de investigación de menor resistencia mientras que las privadas, con unas 3 o 4 excepciones, no generan la rentabilidad suficiente como para subsidiar los estudios de ciencias sociales en general y los de historia económica en particular. Lo anterior puede contribuir a explicar la escasez de trabajos locales en cliometría. Trabajos metodológicos claves como la historia monetaria de Milton Friedman y Anna Swchartz o el libro de North de 1961 sobre el crecimiento de los Estados Unidos no han sido traducidos al español y el sistema universitario local es bastante resistente al bilingüismo. La novedad del neoinstitucionalismo y la reticencia de muchos investigadores al mismo, a su vez, ha contribuido a que sean escasas las contribuciones en este terreno aunque resulta atractivo para los estudiosos de todos los temas, pero en especial de la agricultura y la historia monetaria. [10]

5. Algunas conclusiones

A pesar de sus tropiezos y malentendidos, la cliometría en sus vertientes neoclásica y sus modificaciones institucionales muestra algunos avances en los últimos años. En un ensayo anterior he insistido en que el neoinstitucionalismo hace parte del paradigma neoclásico, aunque abandona sus supuestos de racionalidad económica y de la ausencia de las fricciones de mercado (Kalmanovitz, 2003A). Esta variación teórica permite explicar de mejor manera el accidentado desarrollo económico de la América Latina pues destaca problemas como los derechos de propiedad extensivos e ineficientes, y los sistemas políticos centralistas y corporativos, basados en la desigualdad. Tales sistemas tienden a reposar en el despotismo y en intervenciones estatales sesgadas a favor de intereses improductivos, que conducen a frecuentes pérdidas de los equilibrios macro-económicos mínimos que exige cualquier economía para poder crecer de manera sostenible en el tiempo.

La idea de la path dependance propuesta por North, que parece ser una explicación fatalista sobre el devenir de las naciones colonizadas por los regímenes absolutistas europeos, ha sido mal recibida entre la intelectualidad latinoamericana, que rehúsa verse condenada a un destino de estancamiento, de inestabilidad y desaliño políticos. Sin embargo, la idea es fructífera, hace parte del necesario auto-conocimiento de la condición latinoamericana y es posible aplicarla con cuidado para conocer en qué medida cada país se ha alejado de su matriz institucional y puede absorber reformas democráticas y económicas que lo aparten de ese sino trágico legado por España y Portugal en el Nuevo Mundo. Países como Chile, México, Costa Rica y Brasil han desarrollado instituciones políticas más consensuadas de las que tuvieron en el pasado; algunos de ellos han entrado también en rutas de sostenibilidad fiscal de largo plazo. El régimen político colombiano mismo ha entrado en un terreno más sólido y legítimo del que tuvo hasta 1991, sobre la base de una constitución consensuada, y aunque no ha superado sus desequilibrios fiscales, éstos tampoco han sido tan pronunciados como para hacerlo caer en el abismo de la insolvencia.

El rechazo de la teoría económica neoclásica en la América Latina y el adoptar la visión de la dependencia y del marxismo fueron factores que propiciaron culturalmente el aventurerismo de las políticas macro-económicas que culminó en las fases de hiper-inflación, de las devaluaciones calamitosas, del aumento exponencial de la miseria y del colapso del crecimiento económico durante varios lustros. En Colombia se repitió este proceso, pero afortunadamente de manera menos intensa, quizás porque no hubo una ruptura populista que conjugara los intereses de una burguesía industrial con los trabajadores, en contra de los exportadores, de tal modo que los economistas de esa orientación no tuvieron la oportunidad de conducir la política económica; no se dieron entonces pérdidas calamitosas de los equilibrios macroeconómicos. Por lo demás, hubo varias cosechas de economistas entrenados en los países anglosajones que asumió con bastante solvencia el manejo de las políticas macroeconómicas.

Los aportes de la teoría neoinstitucional en torno a los costos de transacción y al cambio político contribuyen a ajustar mejor la teoría económica a las realidades políticas y económicas de las economías con pocas fricciones y también a las que presentan muchas de ellas, como las de América Latina, a entender sus orígenes y complejidades, a insinuar de manera aproximada las reformas que pueden ir en dirección de democratizar sus regímenes políticos y de profundizar sus mercados y su desarrollo económico. Se requiere entonces, al igual que en todas las ciencias, de una fuerte vocación autocrítica que permita despegarse de la perspectiva localista y de la propia matriz institucional, para así poder entender mejor las leyes de movimiento de las sociedades latinoamericanas.

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NOTAS

[1] Agradezco los comentarios de Juan Carlos M. Coll, Miguel Urrutia y Fernando Tenjo

[2] Elster se pregunta, por ejemplo, cuál hubiera sido el crecimiento económico del sur de los Estados Unidos si nunca hubiera conocido la esclavitud y contara con una estructura social similar a la del norte de ese país. (Elster, 259)

[3] (Easterly, 47) El modelo de crecimiento de Harrod-Domar informaba que el fundamento del crecimiento era la inversión en bienes de capital y construcciones, lo que se volvió la receta básica de todas las agencias multilaterales y marcó los planes de desarrollo de cientos de países pobres durante 40 años. Antes de que se popularizaran, el modelo de crecimiento de Solow, siguiento la visión original de Kuznets, derivaba que el grueso del crecimiento surgía de la mayor productividad de todos los factores y la productividad del cambio técnico que reasignaba todos los recursos de forma más productiva que en el pasado.

[4] North se refiere entre otros al caso de la Mesta que era un derecho de pastoreo que pagaban los ganaderos y que les permitía invadir sembradios para alimentar sus hatos, de tal modo que la contribución para el Rey implicaba el freno al desarrollo agrícola de España. El rey conocía de los daños asi causados, pero su cálculo era que tenía ingresos seguros y no tenía en mente una alternativa para ellos que hubiera surgido de la mayor productividad obtenida en el campo.

[5] La intelectualidad latinoamericana se dividió en el siglo XIX entre pro-norteamericanos liberales y federalistas y conservadores proto-hispánicos que defendían la tradición cultural; para el siglo XX, se dividieron en pro-franceses republicanos pero centralistas en el caso de los liberales y marxistas que quisieron repetir los ejemplos de la revolución bolshevique, de la revolución china o de la cubana. También se dieron las inclinaciones indigenistas que rechazaron tanto el pasado hispánico como toda la tradición de la cultura occidental para reafirmar unos valores autóctonos. Por último, los conservadores del siglo XX fueron receptivos a los modelos corporativos fascistas de España y Alemania y a las ideologías racistas para aducir que el fracaso latinoamericano se debía a la bajas calidades genéticas de los negros, los indígenas y las mezclas de mulatos y mestizos. Cfr. Enrique Krauze.

[6] Que en términos teóricos no es posible, en tanto la productividad industrial progresa más rápidamente que la registrada en los renglones de materias primas y los precios de las manufacturas deben caer por ese motivo más que los precios de las segundas. Pero además el análisis empírico de largo plazo corrobora lo anterior, modificado por condiciones de sobre-competencia; registra, más bién, un ciclo que depende del período de maduración de las inversiones requeridas para aumentar la producción de materias primas.

[7] Yo pude elaborar una crítica marxista en 1971, donde acusaba a los dependentistas de ignorar la existencia de clases y de sus conflictos en la historia. Por lo demás, ellos ignoraban los datos sobre el crecimiento, que reflejaban la fuerte acumulación de capital que había caracterizado a Colombia durante la mayor parte del siglo XX. (Kalmanovitz, 1976)

[8] Roberto Junguito, “Historia fiscal del siglo XX”, María Teresa Ramírez, “La infraestructura en el siglo XX”, Salomón Kalmanovitz y Enrique López, “La Agricultura en el siglo XX”, Mauricio Avella, “La deuda externa colombiana en los siglos XIX y XX”. Cfr. algunos avances en Borradores de Economía del Banco de la República.

[9] Fabio Sánchez Torres, Historia monetaria de Colombia de 1940 a 2000”.

[10] Cfr. Kalmanovitz con Mauricio Avella en 2003B. Una anédota ilustra la resistencia aludida: presentado un balance sobre un trabajo de la agricultura en el siglo XX con esa orientación por este autor en un seminario, uno de los partipantes manifestó que “el neoinstitucionalismo había logrado infiltrarse en el país”.