La modernidad se manifiesta como un fenómeno global dice  Alexis Nouss (1989-1997), cuyos aspectos  pueden delimitarse en los grandes campos del saber sin que exista la necesidad  de establecer la unidad. Desde donde se pueden enfrentar dos primeros  problemas: hacer de esta noción algo inasequible o, por el contrario, querer  encontrar en ella todas las manifestaciones de nuestro siglo sin discriminación  alguna. El autor de cierta forma quiere exponer que puede demostrarse que la  modernidad es una conciencia (moral y estética) nacida en la cultura europea,  en una amplia tradición occidental que funciona “como un modo crítico  construido poco a poco y del que es posible establecer ciertas constantes” (Nouss, p. 5), en el cual el sentido de la  modernidad se interesa por el sujeto individual o colectivo en la búsqueda del  sentido de su historicidad.
              Al caracterizar la modernidad, nos  encontramos la inevitabilidad de la interdisciplina y su diversidad, su  acercamiento se ha realizado desde diversas asignaturas y métodos, lo que  muestra su fragilidad conceptual,  porque se impone su saber: sus formas, la fragmentación, la hibridez o la  impureza. Desde una mirada del arte para el poeta Charles Baudelaire la modernidad es “lo transitorio, lo fugitivo,  lo contingente, la mitad del arte, cuya  otra mitad es lo eterno y lo inmutable (Baudelaire, 1976 [1995], p. 92). Y, en cada época, se puede conocer su porte, su mirada y su  gesto, pero advierte que no ha de perderse la memoria del presente, de abdicar  del valor y de los privilegios proporcionados por la circunstancia; porque casi  toda nuestra originalidad viene del sello que el tiempo imprime en nuestras sensaciones (Baudelaire,  p. 94).
      Por otra parte, la  modernidad siempre busca su autodeterminación. Por ello debe proveerse de los  medios para una autocrítica, un método y al mismo tiempo una lógica y una  retórica. La arqueología de Nouss va, en el sentido de Freud, en la lógica de  la construcción sucesiva de representaciones simultáneas y de la genealogía de  Foucault, como actualización de parámetros discursivos. Definitivamente esta  fragilidad es la que nos hace prever que no debamos verla como algo fijo e  invariable; sino como un entramado de paradigmas, cuyo deshilado debemos  entenderlo de acuerdo al tiempo y al espacio de este análisis.
      El cambio en la concepción lineal  de la historia en sustitución de la visión cíclica propiciada por el Renacimiento,  se reflejó en que la modernidad, para autodefinirse, asume una nueva dimensión,  adquiriendo de la ciencia el concepto de progreso, fundado sobre el poder de la  razón y adaptado a la literatura y al arte (Nouss,  1989-1997). Todo yuxtapuesto al avance de  las técnicas y las ciencias.
      Si tratáramos de señalar la  fecha de inicio de la modernidad, se proveerán variados calendarios como igual número  de razones. Algunos señalan que la era moderna inició en 1436 con la invención  de la imprenta o en 1492 por el descubrimiento de las Américas, en 1520 con la  reforma luterana o 1453 después de la caída de Bizancio, la antigüedad quedó  atrás, tal vez en 1789, para dar paso a la era contemporánea (Nouss, 1989-1997).
      Es indudable la exigencia de  realizar investigaciones que se pregunten por las principales características que  hoy moldean nuestras vidas, los caracteres que deben ser incluidos para medir  el bienestar, para saber el grado o nivel en que las personas están satisfechas  con su vida.
      Frente a los cambios sin  precedentes de las sociedades en diferentes partes del mundo, que se  interrelacionan y expanden sus consecuencias a todos los lugares. Descritos de  forma general como lo señalara Zygmunt Baumam (2007)  como el paso de una fase “sólida”, de la modernidad, a una “líquida”. Entendida  como las condiciones donde las formas  sociales no cuentan con el tiempo suficiente para solidificarse y asentarse  como referentes o marcos de referencia para las acciones humanas y para las  estrategias a largo plazo. 1
      A su vez, está modernidad conforma  una separación cada vez más evidente entre poder y política, trastocados por la  crisis del Estado nacional. Un tercer aspecto de estos cambios está ligado a la  constante ruptura de la solidaridad social, generada por la reducción y supresión  del apoyo del Estado a la población. Otra característica general es lo que el  autor denomina el colapso del pensamiento,  en el sentido de la imposibilidad de planificar y accionar a largo plazo. Esto  promueve que se reduzca la historia política y la vida individual a episodios  infinitos de corto plazo, incompatibles con los referentes ligados a los  conceptos de desarrollo y progreso. Un quinto aspecto, que parece trastocar la  voluntad de las personas, va ligado a la utilidad de los intereses individuales,  la flexibilidad como virtud individual. 
      El conjunto de  características, que pueden singularizar una sociedad, hacen necesario y  vigente preguntarnos, cómo estos cambios modifican o influyen en la vida diaria  de las personas y sí existen tendencias en el modo de vivir nuestras vidas que  orientan y otorgan sentido a las prácticas políticas que se asumen.
      Para  Marx las bases de la vida social están en el rol mayoritariamente determinante por  la economía sobre los otros ámbitos sociales, vista como una estructura cuya  función es darle vitalidad y liberar al hombre de sus ataduras políticas o  culturales y no sólo ceñirlo como productor. 
      La  situación actual que nos rodea pareciera entonces que no fue sólo producto de  gobiernos dictatoriales o la colonización de la esfera privada por parte del “mercado”,  a su vez, como lo plantea Bauman en Modernidad  Líquida, emergió la disolución radical de las amarras que limitaban la  libertad individual para elegir y actuar, el  orden es el artefacto y el sedimento de inversión de la libertad en los  agentes humanos (2000 [2006]). La rigidez es el  producto crucial roto. Para “perder el freno” de desregulación, liberalización,  flexibilización, una creciente fluidez, liberación de mercados financieros,  laborales, inmobiliarios. En otras palabras, “velocidad, huida y pasividad”  permiten que el sistema y los agentes “libres” no se comprometan más.
                  El problema es que no parece haber  quien quiera construir un nuevo orden social para remplazar al viejo carcomido  sistema capitalista. La "disolución de los sólidos", es el rasgo permanente en  la modernidad, y ha adquirido nuevos significados. Uno de los efectos más  importantes es la disolución de fuerzas que otrora podían mantener el tema del  orden del sistema dentro de su agenda política. Hay una ruptura entre las  políticas de vida individual con las acciones políticas colectivas. Lo que se  está redistribuyendo y reasignando son los “poderes de la disolución” por la modernidad.  Bauman diría de “romper el molde”, acá decimos de difractación de la vida. 
                  Al parecer, los antiguos moldes rotos  fueron reemplazados por nuevos, la gente fue liberada de sus viejas celdas, de  la familia y de las clases sociales, de los marcos que encuadraban su vida y,  ahora, debe ceñirse a nuevas modalidades. El poder, de lo que Bauman denomina, licuefacción, ha desplazado el sistema a  la sociedad, la política a las políticas de vida y descendió del nivel macro al  micro de la cohabitación social. Como resultado lo que tenemos es: el peso de  construcción de la responsabilidad y del fracaso caen, como viejos moldes sólidos,  en los hombros de los individuos.
                  Un rasgo de la vida moderna, por  encima de todos los demás aspectos, que reconfiguran nuestra forma de entender  el mundo es el cambio de la relación entre el espacio y el tiempo decía Bauman (2007). La modernidad empezó al separarlos  de nuestras prácticas vitales, cuando fue posible analizarlos de forma  independiente y dejamos la experiencia de vivir para pasar a la experiencia de  viajar por el ciberespacio. Entonces, ahora, tecno-experimentamos; pasamos,  cubrimos, cruzamos; navegamos para asediar lo inconquistable. El espacio era el  territorio sólido de nuestros actos y el tiempo el espacio dinámico, la fuerza  invasora de nuestra existencia. El acceso a la velocidad y a nuevos medios de  movilidad, infinitamente más rápidos que épocas pasadas, se convirtieron en los  medios de la instrumentación del poder y la dominación.
                  El panóptico que planteaba Michel Foucault de Jeremy Bentham como el  espejo del poder moderno, trataba de confinarnos dentro de muros y murallas y  bajo la inmovilidad del trabajo como reflejo de la visión del mundo feliz de Aldous Huxley o la imagen  del trabajo en la película Tiempos  Modernos de Chaplin. Se trataba de conquistar los espacios y dominarlos,  mantener a los presos en un lugar vigilado lo que implicaba altos costos para  las tareas de la administración de los vigilantes profesionales y, esto a su  vez, implicaba mantener el bienestar de los inquilinos. 
      Ahora  que el poder puede moverse a la velocidad de la señales electrónicas, se  modificaron sus conexiones principales, al volverse verdaderamente  extraterritorial y sin ataduras de tiempo y espacio. Algunos intelectuales creen,  entre ellos el propio Bauman, que la llegada de los Smartphone, puede ser el  golpe fatal a la dependencia del espacio, porque ya no será necesario ni  siquiera abrir la boca para dar una orden, ni siquiera importa el lugar de  donde salga la orden, porque estará rota la distinción entre cerca y lejos. Por  ejemplo, quien administra los radios taxis en nuestra ciudad, pocos saben que  su ubicación territorial está fuera de la esfera nacional o por ejemplo, las  llamadas y mensajes que reciben los votantes antes de cualquier proceso electoral.  Entonces este hecho concede a los poseedores de poder, oportunidades sin  precedentes, las de prescindir de los aspectos irritantes de las técnicas  panópticas, lo sucio de la dominación.
      Ahora  los de “arriba” envían una señal, por lo menos un short message service (sms) para avisar de la  determinación tomada y mantener el dominio de los lazos inexistentes. Entonces  qué es lo que ata... el miedo es lo que nos ata, a ser desconectados...y de no  recibir más esos mensajes. El miedo a quedarnos sin luz, sin acceso a la red,  sin transporte, sin subordinación, a no ser parte de nada. 
      Para  que el poder fluya, entonces, el mundo debe estar libre de trabas, barreras,  fronteras y destruir cualquier trama densa de nexos sociales, para ellos  cualquier red con base territorial implica un obstáculo que debe ser eliminado.  Se trata entonces, como lo preveía Bauman en 1999, de desmantelar nuestras  redes de relaciones porque la fragilidad, vulnerabilidad, transitoriedad y la  precariedad de los vínculos de las redes humanas permiten que esos poderes  puedan actuar en la impunidad. Para que el poder fluya debemos estar “conectados”,  sólo que ahora se multiplicarán las baterías para no ser desactualizados.
                  La disolución del cuerpo de  ciudadanía es la otra cara de la individualización, la corrosión y  desintegración lenta. Esto, a decir de Bauman, tomando lo que señala Joel  Roinan, en La démocratie des citoyenne 1998, porque los individuos colman el borde del espacio público, “lo público se  encuentra colonizado por lo privado”, el interés nihilista se limita a la  curiosidad por la vida privada de las figuras públicas, y el arte de la vida  pública queda reducido a la exhibición pública de asuntos privados a  confesiones públicas de sentimientos privados -y cuanto más íntimos mejor-. Los  temas públicos que se resisten a la reducción se vuelven incomprensibles. 
                  Vivir diariamente, en el peligro de  la auto-reprobación, auto-desprecio, auto-exclusión no es algo sencillo. Con el  cuerpo puesto en el rendimiento, la sobrevivencia y desviados del espacio  social colectivo, las personas se ven tentadas a reducir la complejidad de la  situación, para reconocer las causas de sus desgracias en algo tangible, por  ello se incrementa el esoterismo, el yoga, la cosmología, las ideas  aparentemente claras de los problemas del mundo. Por ejemplo, como esa  clarividencia que dice: no pasa nada simplemente el mundo no se va acabar por  los efectos de la destrucción humana, sino que vamos a cambiar de dimensión, y  entonces los elegidos, es decir los creyentes, no necesitaremos más de este  mundo irracional. Por eso Bauman afirma, una y otra vez, que no hay soluciones  biográficas a contradicciones sistémicas.
      El  miedo y los odios acumulados tienden a repercutir en nuestra existencia.  Estamos en una época de cerraduras, alarmas antirrobo, cercas de púas  electrificadas, muros escolares, personal de seguridad privada por todas partes,  llenos de prensa amarillista lista para atrapar la presa diaria del espectáculo  mediático, bajo causas que generen más miedo viral, lo suficientemente potente  para dejar escapar un poco de odio y miedos acumulados.
                  Por su lado el poder, ¡ah! el famoso  poder se esfuma, esconde, se aleja de las calles, de las asambleas, de los  parlamentos, de los gobiernos estatales o municipales, cada vez más allá del  alcance y del control de los ciudadanos, si aún queda alguno. Va hacia la territorialidad  de las redes electrónicas, evasivo en retirada, su táctica es la invisibilidad.  Así, quien decide, no tiene que poner la marca de su nombre para no ser culpado  del fracaso, para que cuando se democratice la angustia, nadie entienda qué  pasó. 
                  La necesidad de trasformar el  estatus individual en una genuina lucha por la autonomía y la capacidad de  autoafirmación, enfrenta un dilema para la teoría crítica, de unir lo separado  por la individualización y enfrentar el divorcio entre poder y política. Si el  objetivo de la teoría crítica aún sigue vigente, la emancipación del hombre, se  tienen que reconectar, para construir los puentes que una los extremos del  abismo, realidad del individuo y colectividad organizada.