EDUCACIÓN AMBIENTAL EN EXPERIENCIAS URBANAS<br>
 Representaciones sociales de un sujeto ambiental en el escenario de una ciudad verde

EDUCACIÓN AMBIENTAL EN EXPERIENCIAS URBANAS
Representaciones sociales de un sujeto ambiental en el escenario de una ciudad verde

Jorge Alirio Peñaloza Páez
Universidad Pedagógica Experimental Libertador, Venezuela

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Racionalidad ambiental. El sujeto ambiental

Como elemento para transformar la forma en que nos vemos, percibimos lo ambiental y nos interrelacionamos con el ambiente en tiempos de complejidad.

Acerca de los términos Racionalidad ambiental y Sujeto ambiental

La racionalidad ambiental permite adentrarnos a la manera como el hombre da sentido a lo ambiental, y por supuesto, a la noción de naturaleza y a todo ese entramado axiológico que conlleva el ambientalismo. La racionalidad ambiental viene a plantear una serie de cambios basados en las señales emanadas de la racionalidad económica. Leff en su libro racionalidad ambiental (2004b), “plantea la construcción de un concepto de racionalidad ambiental capaz de orientar las acciones sociales hacia un futuro sustentable, sobre la base de otros principios teóricos y éticos” (209). Para el autor son estos principios teóricos y éticos los que formarán los cimientos de una nueva racionalidad, que deja en evidencia la gran crisis de civilización evidenciada por múltiples factores. El autor argumenta la articulación de la racionalidad ambiental en cuatro niveles de racionalidad así:
1. Una racionalidad material o sustantiva que establece el sistema de valores que norman los comportamientos sociales y orientan las acciones hacia la construcción de una racionalidad social fundada en los principios teóricos, materiales y éticos de la sustentabilidad.
2. Una racionalidad teórica que construye los conceptos que articulan los valores de la racionalidad sustantiva con los procesos materiales que la sustentan.
 3. Una racionalidad técnica o instrumental que produce los vínculos funcionales y operacionales entre los objetivos sociales y las bases materiales del desarrollo a través de acciones coherentes con los principios de la racionalidad materia y sustantiva, generando un sistema de medios eficaces para la transición hacia una racionalidad ambiental.
4. Una racionalidad cultural, entendida como un sistema de significaciones que conforma las identidades diferenciadas de formaciones culturales diversas, que dan coherencia e integridad a sus prácticas simbólicas, sociales y productivas (p. 215 a 222). Continúa el autor que al construcción de una racionalidad ambiental es un proceso de producción teórica y de transformaciones sociales, en donde el rol del Estado es de vital para direccionar los diferentes procesos que requieren para construir “una nueva racionalidad social que nos lleve a una economía sustentable” (p. 335).
Para el autor el problema ambiental es un problema social, que de la mano de otros problemas, económicos, jurídicos, sociales y culturales dan como resultado una degradación socio ambiental, palpable en la pobreza de suelos mal manejados y en toda una serie de indicadores que demuestran la calidad de vida que el hombre posmoderno vive. Todo esto nos muestra que la racionalidad en que se ha fundido la sociedad moderna ha propiciado un proceso de degradación socio ambiental que ha minado los cimientos de la sustentabilidad desde el punto de vista económico, dando al traste con valores de equidad y justicia social. Es arduo el caminos de la construcción dela racionalidad ambiental, pues implica una serie de transformaciones políticas y sociales, y donde se requiere un  diálogo constante entre las diferentes instituciones, organizaciones, movimientos sociales, que son transversales a lo ambiental y que tocan todos los recursos naturales, la calidad de vida y el desarrollo de las personas. La problemática ambiental exige la construcción de una racionalidad ambiental que oriente la transición hacia un desarrollo sustentable, lo que implica el cambio de un conjunto de procesos sociales como la formación de una conciencia ecológica; la participación de la sociedad en la gestión de la protección de los recursos ambientales; la legislación para proteger los recursos ambientales y aplicar sanciones tanto a los particulares como a los funcionarios públicos; la participación interdisciplinaria del conocimiento tanto en la producción como en la aplicación. Termina el autor argumentando que los valores ambientales deben ser inculcados desde la niñez a través de las instituciones de derechos humanos, en la normatividad jurídica que regula las relaciones entre las diferentes instituciones económicas, políticas y sociales.
En su artículo la construcción de una racionalidad ambiental y su contraposición a la racionalidad económica Leff (2004), la describe como un proceso de emancipación que implica la descolonización del saber sometido al dominio del conocimiento globalizador y único para fertilizar los saberes locales. Nace en la deconstrucción de la razón que ha desencadenado las fuerzas eco-destructivas de un mundo insustentable, es decir, nace en contraste con las teorías, el pensamiento y la racionalidad de la modernidad, y se arraiga en prácticas sociales y en nuevos actores políticos, desplegándose en los movimientos socio-ambientales que luchan por la construcción de sociedades sustentables y por la reapropiación de su naturaleza y sus territorios de vida. “Su concepto se fue gestando  en la matriz discursiva del ambientalismo naciente, para ir creando su propio universo de sentidos” (p. 28). La racionalidad económica se fundamenta en que esta última ha desarrollado una estrategia de poder para legitimar sus principios de racionalidad fundada en el modelo cientificista de la modernidad.
Otros aspectos que Leff incorpora al concepto de racionalidad ambiental, son, por un lado, el carácter simbólico, y por otro, el aspecto ético, “La racionalidad ambiental busca repensar las relaciones entre lo real y lo simbólico en el mundo actual globalizado, la mediación entre cultura y naturaleza, para confrontar a las estrategias de poder que atraviesan la geopolítica del desarrollo sostenible” (195). Por otra parte, desde la ética surge una crítica a la racionalidad económica, a partir del carácter irreductible de los principios de autonomía, solidaridad y autosuficiencia a la razón reduccionista del mercado.
La construcción de la racionalidad ambiental implica un proceso,  a realización de un sueño, de un proyecto social que surge como respuesta a otra racionalidad. Y esta otra racionalidad –económica-  ha tenido su periodo histórico de construcción, de legitimación de institucionalización y de tecnologización. El proceso de transición argumenta el autor, se caracteriza por la oposición de intereses y perspectivas de ambas racionalidades, por sus estrategias de dominación y por sus tácticas de negociación. “…Es un proceso transformador de formaciones ideológicas, prácticas institucionales, funciones gubernamentales, norma jurídicas, valores culturales, patrones tecnológicos y comportamientos sociales que están insertos en un campo de fuerzas…….. en el que se manifiestan los intereses de clase, grupos e individuos, que obstaculizan o movilizan los cambios históricos para construir esta nueva racionalidad social…” (p. 223). Consideramos que nos encontramos en este proceso y que la emergencia de los conflictos socioambientales es su más clara manifestación, termina argumentando el autor.
La sociedad del conocimiento tuvo que contaminar al mundo entero y nublar el entendimiento de la naturaleza, para poder llegar a develar la turbia mirada que lanzó al mundo el iluminismo de la razón y hacer visible la falta de transparencia de la ciencia para conocer objetivamente la realidad para hacer evidente la imposible introspección de una lúcida conciencia del sujeto sobre la interioridad de su ser; con estas palabras Leff (2010, p.2) inicia el artículo el desvanecimiento del sujeto y la reinvención de las identidades colectivas en la era de la complejidad ambiental en la revista Polis. Continúa el autor, que hoy, la crisis ambiental anuncia el ocaso de la modernidad y la disolución del sujeto como principio del saber y de la acción social.
De allí la urgencia de repensar la cuestión del sujeto: no solo porque la conflictividad social que emana de la globalización forzada de la racionalidad modernizadora genera problemáticas que afectan a los seres humanos, interpelando y sujetando a los sujetos, infiltrándose en su subjetividad, llamando a su conciencia  y reflejándose en su interioridad; sino porque esas problemáticas emergen de las formas como ha sido pensado el mundo, como se ha objetivado la realidad y como se ha forjado la subjetividad del ser, llamando a repensar las categorías del análisis sociológico del “sujeto social” (p.3).
Continúa el autor que el sujeto que abordan las ciencias sociales no es otro que el sujeto de la ciencia “aquél que fue configurado por la epistemología y la metodología de la ciencia que nacen con Descartes, con el iluminismo de la razón, con el humanismo de la ilustración” (p. 3). Allí se forja la idea de un sujeto autoconsciente y de su supuesta libertad, que llevarían a fundamentar la ideología del individualismo metodológico de la ciencia, del sujeto trascendental del idealismo filosófico, del actor social de la democracia y del individuo innovador de la libre empresa, figuras del sujeto de las que tanto se vanagloria la sociedad moderna. Entre finales del siglo XVIII y comienzos del XIX nace el sueño antropológico con la formación de la biología, la economía política y la filología.
Ante la crisis ambiental que marca el ocaso de la racionalidad de la modernidad, ante los límites del pensamiento lineal y fragmentario, del logocentrismo de las ciencias, las estructuras institucionales y las relaciones de poder que han sujetado y desactivado al sujeto, emerge  el pensamiento ecológico para intentar repensar las interrelaciones de un mundo complejo; para reinventar al sujeto sometido y subyugado; para rescatar al ser y construir la sustentabilidad de la vida (p. 6). Desde una nueva visión del mundo fundada en la ecología como “ciencia de la interrelaciones entre los seres vivos y su entorno” (p.5), surge la idea de una nueva conciencia ecológica, en la cual los individuos dotados de una nueva identidad y una  nueva interioridad, modificarían su “pensar, su sentir y su actuar en el mundo para sanearlo y para salvarse” (p. 7). De esta manera, el pensamiento humano estaría asimilando el orden complejo del cosmos y el ordenamiento ecosistémico de la biosfera, dislocado por el pensamiento unitario, mecanicista y lineal; así, el pensamiento ecologista estaría preparando la restauración del mundo en el giro de una trascendencia hacia el mundo ecologizado.
Prosigue el autor, más este sujeto ecológico no podría derivarse del pensamiento reflexivo del sujeto sobre sí mismo, sus operaciones y sus acciones, concepción con la cual el ecologismo estaría recreando la idea de un sujeto ideal fuera de las determinaciones que lo configuran y someten a un orden externo, a las órdenes dictadas por los imperativos categóricos y razones de fuerza mayor que determinan  sus condiciones de existencia. El sujeto y su conciencia no existen fuera del orden ontológico de lo real y de la realidad del sistema mundo que habita, separado de los efectos simbólicos, tecnológicos y económicos, así como “las relaciones de poder que invaden a la conciencia, al pensamiento, al ser del sujeto” (p. 8). Porque justamente ese desorden de determinaciones lo que ha trastocado la idea de sí mismo del sujeto autoconsciente, de su  introspección y su auto análisis en las condiciones actuales del ser en el  mundo. Esta “nueva política ecológica, esta nueva cultura verde, está anclada en una nueva concepción del yo” (p. 9). En ella se despliega una estrategia discursiva que busca reposicionar al ser ante el mundo en la construcción de una nueva identidad, de un “yo ecológico que trasciende al yo del sujeto aislado, al ego del yo mismo, ara conectarse con otros seres y con el planeta vivo” (p. 10).
Esta nueva conciencia del yo es un cambio en la forma de identificación, que permite extender la idea de intersubjetividad para enlazar al ser ahí con el ser del mundo, con los otros seres de la naturaleza. Más allá de la ecología de la mente, de los enfoques sistémicos y el pensamiento complejo, resulta imposible comprender los procesos socio-ambientales como un agregado de acciones centradas en un individuo dotado de conciencia ecológica. Los procesos que deciden sobre la emergencia de una conciencia colectiva en la reconexión de las culturas con la naturaleza no pueden provenir de la subjetividad del individuo aislado, en simismado y autorreflexivo. Continúa Leff que frente a la problemática ambiental emergente, que trazan nuevas responsabilidades y horizontes de acción, es posible pensar un sujeto ecológico dentro de la configuración de un campo ambiental, y en la dimensión subjetivada de las expresiones de los sujetos y los actores sociales que allí se inscriben, de los autores de los discursos que allí se formulan y de la “dimensión instituida de los movimientos y organizaciones como la acción instituyente de sus agentes” (p. 26), como protagonistas de un nuevo movimiento de cambio histórico, un  nuevo paradigma societario.
Este procedimiento sociológico permitiría tipificar y caracterizar a los sujetos actores sociales del ambientalismo complejo y multifacético, donde emergen nuevos actores sociales dentro de una red de intereses en conflicto y una disputa de sentidos e interpretaciones de la naturaleza que rompe el espejo de la representación de los imaginarios de las identidades originarias y la configuración de subjetividades  provenientes del idealismo de la filosofía de la conciencia, incluyendo al supuesto sujeto ecológico derivado de la emergencia de una conciencia ecológica o una conciencia de especie, termina argumentando el autor.
En los  últimos veinte años, se han hecho diversas interpretaciones sobre la forma como la sociedad y sus miembros enfrentan los desafíos de defensa de la naturaleza y la cultura frente a la fuerza ofensiva que el capitalismo, en una de sus formas más agresivas como es el neoliberalismo, adelanta para la explotación y saqueo de los recursos naturales y los bienes y servicios ecológicos o ambientales, como se han denominado desde la ecología, argumenta Avellaneda (2006), en el documento el sujeto ambiental y alternativas al desarrollo en América Latina, continua el autor diciendo que las manifestaciones que la naturaleza ofrece a la población humana para garantizar su existencia y bienestar. El surgimiento del medio ambiente y la ecología en el escenario político, a partir de la década de 1980 y más concretamente del surgimiento de partidos políticos como el partido verde alemán posterior a las luchas estudiantiles de las décadas de 1960 y 1970, se ha analizado como el surgimiento del sujeto ecológico en la esfera social y política
El mismo Avellaneda (2006), en el libro gestión ambiental y planificación del desarrollo, pone a consideración de los lectores, un primer planteamiento sobre el sujeto ambiental a partir de la reflexiones sobre las posibilidades de concretar alternativas de planificación ambiental, que transcendieran las actividades que se realizan, desde un tiempo para acá tratando de contrarrestar las consecuencia nefastas para la naturaleza y el medio ambiente por efecto de las actividades humanas bajo el paradigma del Desarrollo. A partir de estas reflexiones surge la idea de que es “necesario avanzar en la visión que tenemos de la relación sociedad-naturaleza” y sobre las cuales han predominado hasta ahora propuestas que consideran que el medio ambiente puede ser tratado en su conjunto como un objeto, el cual puede ser manipulado por políticas y acciones para hacerlo sostenible, bajo el planteamiento del desarrollo sostenible, con el cual se ha vestido de verde el capitalismo en las últimas décadas.
El medio ambiente desde el lenguaje de la ecología política, está en permanente construcción y deconstrucción, ya como espacios totalmente construidos como las ciudades, donde la población humana es la expresión más importante de la naturaleza. Continua el autor que en su conjunto, la población humana no es solamente una simple suma de individuos, ni el mero resultado de la realidad de reproducirse, sino que depende de toda una serie de variables biogeográficas como el clima, el entorno material y cultural y todas las transformaciones producto de sus complejas y variadas manifestaciones de interacción entre sus diversos pueblos, culturas, organizaciones sociales y políticas. Es allí, en donde en cada escenario territorial, producto de la relación sociedad-naturaleza, existen sujetos ambientales, que direccionan las sociedades hacia la defensa de la naturaleza y del medio ambiente en su conjunto y que en la actualidad se manifiestan a partir de acciones de resistencia frente a las actividades humanas degradantes de la naturaleza, estos sujetos, adquieren diversas formas de  expresión, ya como comunidades étnicas y campesinas, ya como sociedad civil organizada o como pequeños núcleos de ciudadanos que empoderados de lo público, con sentido de bien común, de propiedad colectiva y del medio ambiente como derecho colectivo, luchan por la defensa de los bienes comunes como son los ecosistemas y sus servicios, concitan la participación popular, para enfrentar las políticas y proyectos propiciados desde los gobiernos y que buscan favorecer el enriquecimiento de pequeños sectores de la sociedad a costa de la degradación de la naturaleza y el medio ambiente. Ese sujeto ambiental, en las últimas dos décadas se ha venido constituyendo como sujeto político, en la medida que los conflictos ambientales se configuran como uno de los procesos sociales de mayor trascendencia en la actualidad.
Manifestaciones recientes del sujeto ambiental como dinamizador, de la resistencia por la defensa de la naturaleza y el medio ambiente, se dio en las movilizaciones de miles de habitantes de diversas proveniencias sociales, económicas y culturales, de las ciudades y zonas rurales contra las políticas actuales del gobierno colombiano de entregar para la minería de oro de una empresa canadiense, territorio de los ecosistemas del Páramo de Santurbán, en la alta montaña andina, rico en recursos hídricos y fuente principal de agua para la meseta de Bucaramanga, un  área metropolitana de más de un millón de habitantes, ubicada en el centro norte del país. Esta resistencia logó que la empresa minera renunciara a las intenciones de explotación y que el gobierno reconociera que era más importante el agua que el oro.  Estas manifestaciones, expresan el surgimiento y consolidación del sujeto ambiental como un actor político, que en el caso de las comunidades indígenas y afrocolombianas consolida ecogobernabilidad en sus territorios como son los gobiernos indígenas en sus diversas expresiones y los consejos comunitarios afrocolombianos.