EL TURISMO COMO FACTOR DE TRANSFORMACIÓN DEL SECTOR AGRÍCOLA DE BAHÍA DE BANDERAS, NAYARIT

EL TURISMO COMO FACTOR DE TRANSFORMACIÓN DEL SECTOR AGRÍCOLA DE BAHÍA DE BANDERAS, NAYARIT

Candelario Fernández Agraz
Universidad de Guadalajara

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4. MARCO TEÓRICO

4.1 Economía política

4.1.1 Modo de producción

Durante las edades prehistórica y antigua se subsistía de la caza, la pesca, la recolección de frutos silvestres, se domesticaron animales y se cultivaban cereales; fueron los inicios de la agricultura sedentaria. Paulatinamente se amplió el número de especies cultivadas y adaptadas a condiciones locales y se mejoraron técnicas de cultivo y se desarrollaron herramientas de trabajo. Esta revolución productora alteró mínimamente el ecosistema a partir de la producción y consumo de energía (Vitalé, 1993).
El éxito en el cultivo de los cereales permitió a las sociedades antiguas desarrollarse. El excedente alimentario comercializado a través de la práctica del trueque, permitió a éstas sociedades almacenar reservas alimentarias para mantener sociedades fuertes y más grandes y para fundar reinos e imperios dominantes (Rifkin, 2002).
A lo largo de la historia de las sociedades humanas han existido dos grandes revoluciones que han cambiado significativamente el rumbo de la humanidad: la primera de ellas, la llamada revolución agrícola que tardo miles de años en gestarse, y la segunda, conocida como la sociedad industrial, que necesitó de sólo trescientos años para desenvolverse y cambiar por completo el rostro de las sociedades occidentales principalmente (Toffler, 1980).
En las postrimerías de la revolución agrícola, se gesta el feudalismo, modo de producción que tiene su origen a raíz de la desintegración del sistema esclavista. Éste régimen económico característico de la Edad Media es en realidad un esbozo del sistema capitalista imperante en la mayor parte del mundo hoy día; el feudalismo constituye la manifestación post-primitiva del capitalismo y que se forma principalmente debido a la invasión del Imperio Romano por los pueblos barbaros procedentes del norte de Europa. A la caída del Imperio Romano, los jefes militares bárbaros repartieron la tierra entre sus soldados leales y de ésta manera dominaron grandes extensiones de tierra. Reunieron a las masas campesinas en torno a estos súbditos para que les dieran protección y de esta manera se originaron dos de las instituciones elementales de este sistema económico: la servidumbre y el feudo. 
El feudalismo de acuerdo con (Méndez, 2005) es la manera en cómo se adjudican las relaciones sociales de producción imperantes durante este sistema. Aunque es una relación diferente a la del esclavismo, el hombre no es completamente libre, pero tampoco esclavo. El siervo solo es dueño de su fuerza y capital de trabajo (herramientas de labranza), y está implicada una relación de explotación basada en la posesión de los medios de producción (tierra, molino, carreta y ganado).
El feudo estaba constituido por una extensión vasta de tierra y que pertenecía al señor feudal dada a éste en retribución a servicios militares e impuestos a la corona o jefes milicianos. El señor feudal ejercía poder político y económico local, era dueño de los medios de producción y las tierras, las que entregaba a sus siervos para su manejo y cultivo a cambio de rentas, impuestos o contribuciones en especie.
Los cambios sociales ocurridos a lo largo de los siglos XV, XVI y XVII, coincidieron con sucesos que promovieron la sustitución del régimen feudal, principalmente en Inglaterra, los Países Bajos y Alemania: las revoluciones burguesas, el desarrollo y crecimiento de los mercados locales, regionales y nacionales, la evolución del capital comercial y el desarrollo del comercio a partir de la producción de mercancías. Dados estos acontecimientos, nace una nueva estructura económica: la capitalista.
El capitalismo
La producción generalizada de mercancías agiliza el desarrollo del sistema capitalista primero a través de la producción mercantil simple utilizada para facilitar el intercambio. Posteriormente, la manufactura que refiere la ejecución de un solo proceso o especialización del trabajador, como consecuencia aumenta la productividad y disminuyen los costos operativos. Finalmente, la producción maquinizada donde el trabajador se dedica a un sólo proceso ligado a la producción y que requiere la ultra especialización de éste y a la vez de la máquina.
El en plano de lo agrícola, el sistema se manifiesta a través de la propiedad privada de la tierra por parte del capitalista o burgués. De nueva cuenta y bajo condiciones que aparentan ser diferentes al sistema feudal, el trabajador rural sólo es dueño de su trabajo y herramientas básicas. Las relaciones sociales continúan siendo de explotación con base en la propiedad privada de los medios de producción, tal y como se manifiesta durante el siglo XVIII en Europa explicado a través de la doctrina fisiócrata.
Sin duda alguna el término “fisiocracia” puede tender a diversas interpretaciones, aunque etimológicamente éste se refiere al poder o gobierno de la naturaleza, Mercier de la Riviere (1721-1793), se refiere a ésta como “la ciencia del orden natural”. Objetivamente el vocablo fue acuñado a mediados del siglo XVIII por Dupont de Nemours (1730-1792), a raíz de las obras de Francois Quesnay para nominar lo concerniente a la economía rural en Francia, por entonces un país enteramente agrícola (Gómez, 2006).
La escuela fisiócrata aparece paralela a la economía científica dado que aplicó el método científico para resolver problemas de carácter económico. La fisiocracia se concibe desde entonces como una corriente doctrinaria en materia económica y que se refiere a la consecución de la riqueza a través del cultivo de la tierra, entendiéndose a ésta última como la única capaz de reproducirse por sí misma desde el orden biológico. De ahí que filosóficamente la escuela fisiócrata sostenga que tanto las sociedades humanas como animales se rigen bajo un orden natural.
Quesnay plasma científicamente un estudio económico a través de su obra El Cuadro Económico, en el que sostiene un análisis de la distribución del ingreso y que a la vez señala la existencia de clases sociales donde la clase productora constituida por campesinos constituye la única fuente de riqueza del sistema económico. Señala también a los propietarios de la tierra, a los mercaderes y la industria, y se refiere a éstos últimos como parte de un sistema estéril que sólo transforman la materia (Méndez, 2005).
Hacia finales del siglo XVI en Inglaterra, según (Dobb, 1946), la burguesía empezó a invertir sus capitales en propiedades rurales cada vez con mayor frecuencia con fines de explotación y lucro lanero1, lo que dio pie a el nacimiento de granjas dedicadas a la explotación de ganado a gran escala y al empleo de campesinos asalariados. Sin embargo, también nacieron los campesinos independientes que a medida que prosperaban se convirtieron en arrendatarios de gran importancia.
Al parecer esta clase de campesinos parece haber sido la precursora de mejoras en los métodos de cultivo lo que constituye el nacimiento de una clase capitalista que ve incrementar progresivamente sus ingresos y ganancias en las esferas del comercio interno puesto que las políticas de Estado imponían barreras entre mercados de compra y mercados de venta, lo que obligaba a circunscribir el comercio agrícola dentro de las fronteras nacionales (Dobb, 1946).
Hacia finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX sucedieron tres hechos que modificaron las relaciones sociales de producción: la independencia de los Estados Unidos, la Revolución Industrial y la Revolución Francesa. Estos sucesos provocaron que el capitalismo comercial evolucionara a capitalismo industrial debido a los acontecimientos socioeconómicos que permitieron la invención y desarrollo de maquinaria industrial.
La producción agrícola orientada hacia el mercado requirió de la concentración de los factores trabajo, tierra y capital, hechos contrarios a los patrones tradicionales de tenencia y uso de la tierra para ese tiempo. Estos sucesos aproximaron a las granjas a la economía de escala, lo que  (Johnston & Mellor, 1961) llaman “excedente”. Por ende, ésta relación implicaba un aumento de la productividad lo que conllevó a la industrialización agrícola a través de innovaciones tecnológicas. Se gestaba así la segunda revolución económica de las sociedades humanas y que convertiría a la agricultura en uno de los principales sectores de la revolución industrial en los Estados Unidos e Inglaterra principalmente (Arroyo, 1989).
La transición hacia el capitalismo industrial a principios del siglo XIX, tiene como característica la burguesía y la sustitución de mano de obra por máquina, lo que llevó a los trabajadores agrícolas desempleados a contratarse en actividades industriales como la textil, minera, metalurgia y del cuero, industrias nacientes a gran escala y que se asentaron en los centros industriales emplazados en el campo y en las periferias urbanas. La maquinización del campo implicó un desplazamiento de los trabajadores agrícolas hacia otros sectores que consumían las materias primas provenientes del sector primario, lo que significó una oleada migratoria rural hacia las ciudades y la transformación radical del paisaje rustico a urbano.

4.1.2 Medios de producción

De acuerdo con Dobb (1946), Marx señala que en sus inicios el capitalismo mantuvo una relación externa con el método o modo de producción y que permanecía independiente de éste. Es decir, el comerciante era meramente un “editor” de las mercancías producidas por artesanos y campesinos y cuya finalidad era obtener utilidades a partir de la distinción del costo de producción y precio de venta del producto. No fue sino hasta más tarde cuando el capital se ligó al modo de producción para explotarlo de manera más efectiva, al apropiarse no solo de las ganancias, sino también del trabajo y de los medios de producción: las herramientas, las máquinas, la materia prima, los medios de transporte y la tierra.
En el contexto de la revolución agrícola, los medios de producción se refieren a la propiedad de la tierra, del ganado, del molino, de las máquinas y herramientas, de los medios de transporte y del capital de financiamiento. Si bien la burguesía de los siglos XIV y XV era dueña de una riqueza producida por los servicios que proporcionaba el comercio al ampliar los mercados y volver con mayor variedad, esta contribuyó a elevar el nivel de vida de los productores puesto que solo explotaba una parte del proceso económico: la comercialización (Dobb, 1946).
Consecuentemente, los primeros burgueses no se apoderaban del total de los beneficios, lo que permitía al productor ser partícipe de manera significante del proceso económico al asegurarse la propiedad parcial o total de los medios de producción; existía entonces una cadena productiva que incluía a los pequeños productores agrícolas y artesanos beneficiarse del proceso económico al vender su producción a los comerciantes.  
Sin embargo, al ampliarse los mercados y al manifestarse la incapacidad de los productores para intercambiar sus productos a escalas más grandes que la de mercados locales, proporcionó a la burguesía, dueña del capital comercial la oportunidad de apropiarse del total de los medios de producción y del mercado, en síntesis de todo el proceso productivo lo que llevó a desaparecer  a los pequeños productores agrícolas y artesanos quienes se vieron obligados a vender sus tierras y su fuerza de trabajo a la naciente clase burguesa que aparece a la par de la primera fase del capitalismo que va desde finales del siglo XVI hasta la segunda mitad del siglo XIX: el pre monopolio o libre competencia (Munguía, 1997).
Marx señala que de la relación de la gran industria y la agricultura se da la conversión de campesino a obrero asalariado donde también se hace evidente la ruptura del vínculo íntimo que sostenían la agricultura y la manufactura al disminuir progresivamente la población rural y la pequeña propiedad en términos absolutos debido al uso intensivo de maquinaria agrícola. Pero al mismo tiempo, el capitalismo crea las condiciones para una nueva relación material entre ambas actividades fundamentada sobre la base de la aplicación tecnológica y consciente de la ciencia, lo cual se manifiesta al consumarse un régimen capitalista de producción rural que aglutina el total de los medios de producción (Marx, 1867).
El modo y los medios de producción rural en México
Los pueblos que se asentaron en la región de Mesoamérica florecieron gracias a su capacidad organizativa en lo que respecta en el rubro agrario, entre ellos los mayas y los aztecas quienes desarrollaron prosperas economías basadas en la explotación agrícola y la propiedad de la tierra.
Los Mayas, según algunos historiadores tuvieron un tipo de propiedad comunal, pues al parecer no se tenía derecho absoluto sobre la tierra, una vez que se abandonaba se perdía la propiedad sobre ella. El ciudadano maya estaba facultado para poseer bienes de tipo agrario y en consecuencia transmitir los mismos en forma de herencia. Sin embargo, al no haber desarrollado una actividad agrícola en forma, la regulación de la propiedad rustica sólo se dio en pequeña escala en comparación con el pueblo mexica, sin embargo su sistema económico estuvo basado en la producción agrícola (González, 2005).
Los aztecas por su parte, desarrollaron un sistema de producción muy efectivo cimentado en la agricultura y la propiedad sobre la tierra, ésta descansaba en tres formas de tenencia de la misma: la propiedad comunal, la propiedad individual y la propiedad pública.
La propiedad comunal tenía dos clasificaciones, el Calpully y el Altepetlally. En la primera, la propiedad de la tierra residía en la familia y bastaba estar emparentado para cultivar la tierra. En la segunda, se trataba de tierra de uso general que se trabajaba con el objetivo de pagar los tributos o impuestos. La propiedad individual se refería a la tierra que era adjudicada a un particular por el rey o señor.
El particular en cuestión era un noble o caballero con linaje real y que estaba obligado a transmitirlo a alguien de su misma condición o a sus descendientes. También podía enajenar el bien a través de una compra venta. La propiedad pública eran las tierras que no pertenecían a ninguna persona en particular y que estaban destinadas para el exclusivo sostén de la casa real, los templos y a los guerreros en tiempo de guerra y que eran trabajados por los peones o macehuales.
Durante la época colonial la división y propiedad de la superficie territorial estuvo sujeta a las hazañas o inversiones realizadas por los españoles. De esta manera, los pueblos indígenas vieron como sus propiedades fueron a parar a manos de la corona española. El Estado peninsular dueño absoluto del bien inmueble, cede propiedades a los conquistadores y colonizadores bajo diferentes formas de apropiación y de explotación agrícola, siempre con una característica: el propietario era o tenía origen español. Sin embargo, también existió la propiedad colectiva que estaba constituida por grupos indígenas que fueron agrupados con el objeto de evangelizarlos e instruirlos en la fe católica (González, 2005). En ambas formas de tenencia de la tierra, la economía siguió rigiéndose bajo un orden agrícola mayoritariamente, puesto que el centro de gravedad económico lo constituían las actividades primarias. 
Después de la guerra de independencia, México, siguió siendo un país con una economía eminentemente agrícola y con un sistema de producción que giraba en torno al sistema hacienda muy parecido al sistema feudal. Las haciendas fueron producto de las mercedes reales2 y los despojos y compras simuladas a los grupos indígenas hasta el último cuarto del siglo XIX ocasionando una gran concentración de tierra en manos de un titular lo que originó la desaparición de la propiedad indígena (Rivera, 2001).
Constituido este sistema productivo, se consolidaron centros comunitarios o poblaciones de las cuales dependían numerosas familias ahí establecidas y que laboraban como peones o se constituyeron en medieros, es decir, campesinos que recibían y cultivaban un pedazo de tierra o cabezas de ganado y que compartían a medias la cosecha con el hacendado. Éste último proveía los recursos los cuales facilitaba a través de las tiendas de raya y que descontaba de manera ventajosa una vez que la cosecha era entregada al hacendado. De manera tal que el mediero siempre salía debiendo, lo que lo obligaba a permanecer en la hacienda para el que el siguiente ciclo abonara a sus deudas.
La llegada del ferrocarril durante la etapa porfirista contribuyo al desarrollo de la industria minera y del desarrollo de algunas industrias agrícolas como la del henequén, textil, hulera y del tabaco entre otras. No obstante, el auge económico durante este período se dio debido al desarrollo de la industria petrolera y minera, lo que dio píe a la compra, expropiación y en casos extremos al despojo violento de las tierras por parte de las compañías trasnacionales.
Inicialmente, el movimiento revolucionario careció de objetivos agrarios. Este aspecto solo constituía un ínfima parte del ideario político. No proponía medidas radicales sobre la estructura de la propiedad de la tierra, se orientaba hacia la injusticia social prevaleciente a lo largo y ancho del país. Sin embargo, el grueso de los ejércitos constitucionalistas estaba conformado por gente del campo.
En realidad, es El Plan de Ayala donde se plasman los antecedentes de la legislación política agraria que regiría después de 1917 donde se concentran las fórmulas para la solución de los problemas agrarios que aquejaban al país (Sotomayor, 2001) y cuya expropiación a las haciendas llevó a cabo el Presidente Lázaro Cárdenas Del Río a devolver a las comunidades la tierra perdida durante la colonia y después de la independencia. Se consolidan dos formas de tenencia de la tierra, el ejido y la comunidad indígena y consecuentemente un cambio en el sistema de producción agrícola regido desde la misma propiedad de la tierra.

4.1.3 Relaciones de producción

Desde sus inicios, la agricultura ha estado ligada al contexto socioeconómico del hombre. En el caso de México como bien lo señala Jiménez Sánchez en (Calva, 2007), ésta ha estado relacionada con políticas agrarias, sociales y económicas de manera histórica que en cierta forma han buscado mejorar la desigualdad, marginación y pobreza de las sociedades rurales. Sin embargo, estas políticas aplicadas desde el fin de la Revolución (1929), no lograron ni siquiera medianamente su cometido.
La generación del modelo económico ejidal y comunal tuvo como objetivo dotar del factor tierra a las comunidades rurales que no ostentaban la propiedad de este bien, sino que por el contrario,  la economía rural giraba alrededor del latifundio. Si bien en el sexenio presidencial de Lázaro Cárdenas se instrumentaron políticas públicas para propiciar el desarrollo del medio rural, es no menos cierto que los siguientes jefes de estado mostraron menos interés hacia el campo y se enfocaron a la industrialización de las urbes. Consecuentemente, la industria desplazó gradualmente al sector agrario lo que creo nuevas situaciones de dependencia al pasar México de ser un país exportador de materias primas a consumidor de tecnología importada (Roberts, 1980).
Desde 1940 la agricultura empieza a mostrar una tendencia gradual a la baja en la derrama del PIB nacional, contribuye progresivamente a aportar menos puestos de trabajos y oportunidades de ingresos, a la vez que el centro de gravedad económico se desplaza hacia la industria y las manufacturas en las zonas urbanas. Este desequilibrio según Arroyo (1989), desvío la inversión y las políticas públicas de las zonas rurales, lo que contribuyó al estancamiento socioeconómico de estás.
El modelo económico de crecimiento estabilizador y de sustitución de importaciones impulsado desde 1940 se enfocó hacia la industrialización de los centros urbanos; por lo que una gran parte del territorio agrícola (84%), quedó sujeto a la modalidad de agricultura de temporal y variabilidad del clima con predios agrícolas de subsistencia e incapacidad de dar empleo remunerado a través de ciclos agrícolas. El minifundio parcelario mostró características de marginación económica y social de su población lo que para 1960 ya eran visibles fenómenos como la migración y abandono de tierras sobre todo en las zonas rurales del sur del país (Calva, 2007).
La constante presión por atender las necesidades urbanas después de 1960, hace más compleja la tarea de suministrar recursos y políticas públicas efectivas para las áreas rurales que tradicionalmente están integradas por minifundios dedicados a los monocultivos y cultivos básicos de subsistencia, esta práctica limita la formación de capital, y el mejoramiento y protección de la tierra. Consecuentemente, esto redundó en la caída de la productividad y el ingreso de las familias rurales.
Jhonston y Mellor (1961) citados en Arroyo (1989), consideran que la industrialización de la agricultura en países como México, debe consistir primariamente en la formación de capital y suministro de mano de obra. Para que ésta actividad proporcione ambos suministros, las políticas públicas hacia éste sector deben enfocarse al aumento progresivo de la productividad, es decir, a través del establecimiento de infraestructura, aplicación de innovaciones técnicas y mejoramiento de insumo que bien pueden ser aplicados a través de subsidios directos e indirectos al sector en cuestión. 
Según estos dos autores existen cinco contextos secuenciales para propiciar el desarrollo económico en las zonas rurales a partir de las actividades agrícolas.  Primero, el desarrollo económico estimula la oferta alimenticia y si ésta última es creciente, estimula el desarrollo en forma multiplicada. Segundo, La agricultura de exportación aporta divisas necesarias para el ahorro y gasto interno. Tercero, el sector agrícola debe suministrar una parte significativa de las necesidades crecientes del sector industrial. Cuarto, la agricultura debe proporcionar capital para diversificar la industria e impulsar la inversión social. Y por último, el ingreso a partir de la economía agrícola debe fomentar una demanda adicional, es decir, el aumento del poder adquisitivo del campesino y obrero agrícola.
Para el cumplimiento cabal de los anteriores señalamientos en economías subdesarrolladas como la mexicana, ambos autores anteponen dos condicionamientos esenciales: primero, que el aumento de la producción agrícola debe utilizar mano de obra intensiva y técnicas ahorradoras de capital, dada la escasez de este último y la abundancia del primero; y segundo, se debe generar progresivamente el mejoramiento en las condiciones de la tenencia de la tierra, de esta manera, las condiciones de crédito también se optimizarían.

4.2 Geografía cultural

4.2.1 El paisaje cultural

La cultura es un proceso inconcluso de cimentación de identidades llevado a cabo por individuos en términos locales y que analizan la realidad sistemática sobre la modelación del espacio y tiempo en función de los valores sociales imperantes y que guían la actitud humana suscribiéndola a un cuadro normativo y procesos institucionalizados que dan sentido a la vida individual y colectiva (Claval, 1999).
El proceso de institucionalización como lo llama este autor se refiere en parte a las relaciones económicas que afectan a la sociedad lo que es importante para entender las relaciones de los individuos, lo que rige la vida económica y manifiesta las intenciones de manera particular y colectiva, de la forma en cómo se estructuran y los valores que las presiden. Sin embargo, los individuos no permanecen estáticos con respecto de la cultura. Se retienen y desechan informaciones por lo que la cultura hoy día es tema de estudio en el ámbito geográfico de los problemas de comunicación y de identidad de las sociedades humanas.
La cultura desde el punto de vista geográfico representa una realidad local, puesto que para configurar un retrato cultural, la geografía se basa en estudios acerca de la experiencia de la gente, sus maneras de hablar y sus formas de vida económica y social. Así se descubre que los principios no cambian, sino la manera de interpretarlos, de transgredirlos y adaptarlos a las circunstancias reinantes (Claval, 1999).
De esta manera, Claval señala que la cultura es desarrollada como base de legitimización de las formas de poder debido a la innovación cultural y de los valores que se desarrollan sobre todo en los estados hegemónicos porque supone una transformación profunda de las actitudes. Los medios de comunicación y las economías de escala contribuyen al abandono de la identidad tradicional dado que la cultura de masas se reproduce exponencialmente a través de éstos. 
Por otra parte, la geografía moderna según señala (Sauer, 1925) se aplica y concibe a establecer un sistema crítico que incluye la fenomenología del paisaje entendiéndose por éste último como la inclusión de toda la variedad de la escena terrestre. El estudio de la geografía ya no se circunscribe sólo al estudio de la morfología paisajística ni como generalmente se le entiende, sino como lo señala Vidal de la Blanche en Sauer (1925): “la geografía es la tierra como el contexto donde se muestra a sí misma la actividad del hombre, sin reflejar que este escenario ésta vivo en sí mismo”.

4.2.2 El paisaje natural

La apropiación del territorio
Las actividades socioeconómicas han contribuido de manera determinante en la modificación del paisaje. Sin embargo, tanto el hombre como otras especies han influido en la modificación del medio ambiente debido a las necesidades que plantea el problema económico (¿dónde, cuándo, cómo, qué y para quién producir?), según lo esboza Méndez (2005) para el caso de la especie humana. 
Partiendo de la lógica del problema económico, las sociedades plantean la solución a este, a través del uso de los recursos territoriales para satisfacer las necesidades humanas y se moldea un sistema de producción que en primera instancia y desde el punto de vista teórico económico proyecta la solución al problema central de la economía y de las sociedades, el uso óptimo de los recursos en condiciones de escasez.
La evolución del paisaje está a expensas de la prontitud y equidad con que el sistema económico reinante logre satisfacer las necesidades circunscritas al grupo social que ocupa territorialmente una región. En otras palabras, el paisaje: su evolución progresiva está en función de la estabilidad socioeconómica que el sistema económico logre entablar en este mismo territorio.
Las formas de representación del paisaje dentro del territorio sufren ciertas metamorfosis según las ideologías, formas de vida o cambios en los modelos económicos. El paisaje según Steembergen (2001) en Osorio y Novo (2007), se interpreta según el contexto cultural, científico y social en un momento determinado, es decir, al contexto natural y al entorno social construido en un espacio específico. 
Sin embargo, los investigadores citados anteriormente también señalan que el paisaje natural da origen al paisaje cultural, este último se asienta y desarrolla sobre los espacios naturales lo que trae consigo una modificación del hábitat natural. Es entonces cuando los grupos sociales se organizan y se forman patrones de conducta expresados en formas tan disímiles y endosables tales como: la religión, el trabajo, la idiosincrasia y que son particulares de un colectivo, lo que conlleva a la edificación del sentido de pertenencia e identidad cultural (Andrade, et. al., 2009). 
El vocablo “paisaje” posee muchas acepciones, sin embargo la expresión “paisaje cultural” engloba una definición acorde al marco territorial en el que se refiere como espacio físico que es aprovechado por el hombre para sus necesidades de desarrollo y supervivencia, aquí los individuos construyen sus viviendas y edificios públicos o religiosos, delinean sus campos de cultivo y construyen su cultura lo que le da una marca característica de identidad (Osorio & Novo, 2007).
La siguiente definición retrata cabalmente la concepción de “paisaje cultural” dentro de un espacio geográfico y territorial y que lo aborda e incluye desde tres diferentes ángulos:
El paisaje es un recurso natural, ya que posee valores estéticos, culturales y educativos. Se entiende por paisaje cultural el resultado de la acción de desarrollo de actividades humanas en un territorio concreto, cuyos componentes identificativos son: el sustrato natural (orografía, suelo, vegetación, agua); la acción humana: modificación y alteración de los elementos naturales y construcciones para una finalidad concreta; la actividad desarrollada (componente funcional en relación con la economía, formas de vida, creencias, cultura…) (Andrade et. al., 2009).
El sustrato natural se refiere al ordenamiento ecológico o ambiental que tiene que ver con el relieve, el carácter bioclimático, la red hidrográfica y la estructura geomorfológica que supone son las grandes unidades del paisaje en este aspecto. La acción humana y la actividad desarrollada se describen como las acciones que ejerce el hombre en los recursos naturales al hacer uso de ellos y transformarlos para concretar sus actividades económicas.
El paisaje cultural es entonces un insumo utilizado por el modo de producción al que está circundado y cuya transformación del mismo da pie y origen al hecho, problema, acto y actividad económica y es aquí donde la apropiación del territorio y del paisaje tienen lugar, dado que se modifica la cuestión del uso de suelo que dan tracción a las actividades primarias, secundarias y del sector servicios que van erosionando y modificando gradualmente el paisaje cultural.
La transformación del paisaje es producto de las interacciones sociales y económicas como bien lo señala Levfebvre (1991) en Palafox (2011), debido a que el sistema económico capitalista necesita de manera constante la digestión de los insumos naturales lo que da origen a la expansión económica y demográfica lo que conlleva a la diversificación del territorio debido a las relaciones económico sociales dentro de éste. Esto conduce al sobre uso desmedido de los recursos y evolución radical del paisaje como en el caso de la zona metropolitana del Valle de México o la zona metropolitana de Guadalajara por mencionar ejemplos concretos. 
El estudio del paisaje merece analizarse desde tres diferentes enfoques: como representación, producto y recurso. El primero se refiere a la adherencia simbólica de los nativos a su espacio, su cultura, su medio ambiente y la interpretación de este. Desde la perspectiva del recurso se debe enfocar a la interacción entre el paisaje natural y las intervenciones humanas, finalmente, como recurso se circunscribe al desarrollo económico, en especial al turismo como detonador económico (Rodríguez, 1997).
Al estudiarse de esta manera, se analiza el territorio sistémicamente, es decir, como un sistema donde subsiste el modo de producción con sus virtudes y fallas, el sistema social diversificado y adaptado a las condiciones imperantes en un contexto geográfico con una conducta propia, valores y creencias y en constante evolución debido a la interacción persistente entre los diversos actores presentes en la conformación y modificación del paisaje, lo que obviamente conduce a elaborar un análisis sobre las acciones y resultados que las actividades económicas ha ejercido sobre el paisaje y que se manifiestan en torno al paisaje cultural comprendido por el territorio, los grupos sociales y los agentes económicos.
En el entendido de que el paisaje natural comprende territorialmente lo que el paisaje cultural alcanza y define dentro de sus propios límites que incluyen el modo de producción, la estructura social y el inventario de recursos naturales, lo subsecuente es una amalgama que metamórficamente redefine al paisaje natural y el paisaje cultural (Ver Figura 1).

4.3 El estudio de la transformación agrícola desde la economía política y la geografía cultural

La globalización de la economía mundial se da partir de la finalización de la segunda guerra mundial. Los Estados Unidos e Inglaterra, centros del capitalismo mundial proyectaron para el mundo occidental la teoría económica que hoy día ha sido incapaz de interpretar las crisis y proponer soluciones, (Villarreal, 1986). Así que en la actualidad se puede hablar de una crisis profunda que en el marco del desequilibrio macroeconómico para México y el resto de América Latina se traduce en problemas de inflación, bajo crecimiento económico, desempleo galopante y desequilibrio en la cuenta corriente de la balanza de pagos.
No obstante, las prioridades de este nuevo pensamiento económico devenido en dogma han sido las de promover el comercio, la industria de las telecomunicaciones y sobre todo el libre mercado; en la práctica se centró en los recursos energéticos y naturales del llamado “tercer mundo” (Dabat & Rivera, 1998,) en Palafox, 2011).
La explotación, mercadeo y comercialización de la materia prima en bruto, además de la inversión directa en este mismo rubro, develó las verdaderas intenciones de un modelo económico diseñado para la apropiación y expropiación de los activos de los países en vías de desarrollo previo acomodo del status quo constitucional de estos mismos Estados.
El neoliberalismo: el capitalismo matizado 
El modelo neoliberal aplicado en la mayoría de los países latinoamericanos precede de la contrarrevolución monetarista, esto significa la contracción monetaria, la eliminación del Estado como agente económico y de liberalización casi total del mercado (Villarreal, 1986).
Para entender qué es y en qué consiste el actual modelo económico al que la mayoría de los países emergentes han adoptado como receta de cocina en pos  de alcanzar el desarrollo; el neoliberalismo es un sistema que se caracteriza por expresarse en un estado neutral a fin de asegurar el libre juego de las fuerzas del mercado y el orden económico monetario y fiscal, sin discriminación sectorial o regional y se manifiesta a través de políticas de liberalización económica y de desregulación; no considera necesario aplicar políticas regionales y locales específicas” (Merchand, 2007), es por lo tanto, contrapuesto al keynesianismo y al estado benefactor.
La anterior definición es ad hoc a lo que ha acontecido en el caso mexicano con respecto de la privatización de muchas empresas e industrias paraestatales. Los intentos por privatizar la industria eléctrica y petrolera y la reforma al artículo 27 constitucional cuyas acciones han derivado en fortalecer la industria del turismo en el ramo de la tenencia de la tierra y la consolidación de proyectos de esta naturaleza para apuntalar la inversión en éste y otros sectores de la economía (Massam & Espinoza, 2013).
De esta manera, y bajo el esquema del modelo neoliberal, se deja al mercado el proceso de regularización, promoción, planificación y organización de sectores como el turismo. No es más política de Estado manejada y controlada por el Estado mismo, sino qué se deja libremente el manejo de la economía en las manos y juicio del mercado. Como resultado de la puesta en práctica de la política económica con base en la fundamentación teórica en cuestión, el Estado emergente abandona su papel de participación directa en el desarrollo económico y en las actividades económicas, se auto-exime de la regulación del sector financiero y de su papel como promotor de la actividad económica oficial para equilibrar el presupuesto (Palafox, 2011).
La integración de México al GATT y posteriormente al TLCAN (General Agreement on Tarriffs and Trade y Tratado de Libre Comercio de América del Norte), obedecen principalmente al interés apropiatorio de las grandes trasnacionales de los recursos naturales, mercado de trabajo e inversión directa en sectores estratégicos de la economía nacional. En el sector turismo por ejemplo: la participación extranjera directa pasó de 49% hasta el 100% en algunos aspectos y el saldo en la balanza comercial ha mantenido un déficit recurrente dado las ventajas absolutas de la industria agroalimenticia y tecnológica norteamericana.
Así pues, en la perspectiva neoliberal, los recursos naturales, la idiosincrasia autóctona, bienes culturales, tradiciones y costumbres son activos comercializables que dependen del mercado y no de una política oficial que administre y distribuya los beneficios en forma por demás equitativa y que a su vez generen desarrollo económico. En otras palabras, es el mercado quien dirige el destino económico del estado en vías de desarrollo.
Al expandirse este modo de producción donde el producto interno bruto se concentra en unas pocas manos en el caso de los países periféricos, los sectores económicos (industrial y de servicios) tienden a desarrollarse. Es aquí donde rubros como el turismo, actividad económica estratégica del sistema y las actividades que giran en torno a él, intensifican el uso de los recursos naturales y del patrimonio cultural como medio de reproducción del capital. Así, el turismo es visto como un medio de expansión del sistema capitalista y a través del modelo neoliberal para el caso de la mayoría los países hispanoamericanos, incluyendo México.
De esta manera, el neoliberalismo como modelo económico solo ha agrandado las brechas de bienestar socioeconómico en los países subdesarrollados y ha convertido a las actividades  económicas de los sectores secundario y terciario como medio de expansión, reproducción y acumulación del capital, cuyo peso recae sobre las comunidades que resguardan los recursos naturales los cuales pueden ser comercializables por las grandes trasnacionales adueñándose éstas del mayor beneficio económico proveniente de la explotación del inventario de recursos primarios y culturales.
Actualmente, el neoliberalismo se juega su última carta de credibilidad que descansan sobre la recesión y austeridad. Su cometido ya no es el crecimiento del PIB sino el de los beneficios en una economía en franco estancamiento. El panorama económico no es alentador, la posición es meramente conservadora, es decir, no existe el afán de crear riquezas sólo de preservar las existentes y redistribuirlas, (Villarreal, 1986). Es esta lógica se entiende que el sistema busca preservar la moneda y sacrificar la economía en su totalidad. 
La expansión del neoliberalismo 
La estructura y red financiera internacional según establece Saxe-Fernández (1999), citado en Orozco (2007), está sustentada  para responder a los intereses del llamado G-8  o países más ricos del orbe y de sus grandes trasnacionales a través de tres elementos coordinados: las instituciones financieras internacionales quienes controlan el acceso a los capitales y créditos, las grandes trasnacionales quienes manejan los aspectos políticos, ideológicos y económicos y las ONG´s como Fundación TELMEX, Fundación Televisa y Fundación Azteca quienes promueven una participación carente de profundidad y realidad social para el caso específico mexicano.
Las reglas que fijan las instituciones de crédito internacionales sobre todo el Fondo Monetario Internacional a los países en vías de desarrollo solicitantes de crédito pueden esbozarse básicamente en lo político y lo económico y que se enfocan a la liberalización comercial del mercado interno, liberalización del comercio internacional a través de la reducción de aranceles, contracción de la demanda agregada y adelgazamiento del Estado como partícipe y agente económico.
El Fondo Monetario Internacional según lo refiere (Villarreal, 1986), prescribió esta misma “receta” económica a México por primera vez durante la crisis económica de 1977, al otorgarle fondos para abatirla, no obstante, no se siguieron tales recomendaciones de manera total, sino gradual, lo que derivó en un crecimiento del PIB del 8% y un crecimiento de la tasa de empleo de 4% por los siguientes cuatro años.
La internacionalización económica y el neoliberalismo pregonan la privatización de toda actividad económica como una máxima del mercado, en donde lo más apremiante son las utilidades sin compromiso social, ni mostrar consternación por las consecuencias del uso de la tecnología ante el medio ambiente natural y social.
En el aspecto social este modelo económico no respeta la cultura, idiosincrasia, cosmogonía y expresiones autóctonas de los países intrarregionalmente (Osorio & López, 2012). Trata de imponer un estilo de vida estándar expresado en la lengua, la alimentación, costumbres y recreación, acotado al de los centros de poder económico y político mundiales (De Agüero, 2000).
En lo que se refiere a la estructuración de la economía el modelo asigna nuevas relaciones entre el trabajo, la producción y los servicios en cuanto al valor de uso y de cambio proporcionados a estos según lo refiere Castillo (1987). Resalta la tecnificación de los procesos productivos, el consumo superfluo y la satisfacción frívola de las necesidades humanas izadas por la libertad económica y el libre mercado que conlleva a plantear a este modo de producción como el eje rector de la evolución política, social, cultural y ambiental del Estado subdesarrollado. Muestra tácitamente la imposición de estrategias de acumulación sobre la reducción en el nivel y calidad de vida y del bienestar común de las clases sociales populares.
En el Estado periférico, el ultra capitalismo necesita de una amalgama entre lo político y lo económico afín de justificar desde el enfoque jurídico primariamente el sostenimiento del sistema. Aunque este último, es una imposición exógena proveniente de las recomendaciones del Fondo Monetario Internacional, es necesario que las condiciones constitucionales se ajusten de forma tal que el sistema político fundamente al sistema económico y posteriormente iniciar el desmantelamiento del aparato productivo, minimizar la participación y regulación del Estado en el manejo de la economía, liberalizar el comercio interno y externo, y controlar la oferta monetaria (Villarreal, 1986).
Es precisamente a través de las políticas públicas de carácter político, económico y social respectivamente la forma en cómo el neocapitalismo permea todas las estructuras del Estado emergente para manifestarse claramente de una manera abrupta, sin consideraciones y abatiendo todo resquicio del otrora estado de bienestar.
Antes de iniciar la segunda mitad del siglo XX, los países latinoamericanos mantuvieron al sector industrial como dinamizador de la economía, expandieron el aparato estatal, elevaron el nivel de consumo de las clases medias y el crecimiento y fortalecimiento del mercado interno además de instaurar políticas económicas y sociales con cierto éxito.
Sin embargo, con la llegada de regímenes autoritarios en el cono sur, no solo se lleva a cabo una contrarreforma económica, sino también una contrarreforma política que se manifiesta en la alianza que conformaron los militares, la burguesía tradicional y conservadora, el sector financiero internacional y las grandes empresas trasnacionales en países como Chile, Brasil y Argentina donde el neoliberalismo se plantó de una forma violenta y autoritaria. Para el caso de México no fue sino hasta inicios de la década de los ochenta en que el régimen neoliberal se incrusta con la llegada de los tecnócratas al poder, sin violencia declarada, pero como consecuencia de una serie de descalabros económicos en la década anterior (Villarreal, 1986).
El neoliberalismo en la práctica
Toda revolución trae consigo nuevas formas de consumo, distribución y producción dentro del sistema económico, no obstante, es necesario evaluar las acciones del neocapitalismo en cuanto a las soluciones que ha aportado a los estados periféricos, el respeto a su cultura, su status quo social y sus formas de organización política  y económica autóctonas y tradicionales.
Las políticas monetaristas empezaron a aplicarse sistemáticamente en los países en vías de desarrollo a inicios de los años cincuenta debido a los déficits externos cada vez más recurrentes y presentes en la balanza de los países de Latinoamérica. Estas políticas fueron desarrolladas para ser aplicadas y de esta manera condicionar la asistencia financiera a través del FMI (Fondo Monetario Internacional) a los países en vías de desarrollo.
Los desequilibrios en la balanza de pagos no se refieren precisamente a la cuenta corriente ni a la balanza comercial, sino al balance en la cuenta monetaria, es decir, las reservas internacionales. De manera que la inestabilidad en la balanza de pagos tiene un origen de desequilibrio monetario y que por tal razón se corregirían por sí mismo sin la intervención del Estado (Vitalé, 1993).
Por lo tanto, en los países de la periferia con economías abiertas, el conjunto de precios, activos, bienes y tasas de interés están indexados y determinados de manera exógena por la tasa de inflación de la economía mundial, además la situación empeora sí se tiene un tipo de cambio fijo que no refleja el valor real de la moneda nativa frente a las monedas de uso comercial internacional.
El modelo supone que la liberalización comercial y financiera y la integración a la economía mundial no infligen afectaciones a la economía doméstica y los sectores productivos primario y secundario principalmente, sino todo lo contrario, la hace más dinámica y eficiente. ¿Pero cómo se puede entender que una economía en desarrollo, donde predominan las fuerzas monopólicas y oligopólicas pueda enfrentar de manera súbita la competencia internacional y lograr el desarrollo económico y la industrialización? Aún los países más desarrollados necesitaron de la intervención, promoción, subsidios y políticas de protección comercial para lograr la industrialización, dejar fuera al Estado del control de la economía doméstica es un objetivo de las políticas neoliberales (Villarreal, 1986).
Las implicaciones de las políticas monetaristas manifiestan también el poco o nulo control que existe sobre el nivel de precios y de la oferta monetaria de los países que han seguido estas recetas económicas, no obstante, si pueden controlar el crédito lo que deriva parcialmente en las reservas monetarias, lo que significa un efecto directo en la balanza de pagos para frenar la expansión de la política crediticia. Es decir, el desarrollo es una mera falacia y lo que único que se consigue es el control de la inflación, pero sin crecimiento económico, la apertura del crédito y el crecimiento salarial en una economía es vital (Villarreal, 1986).
Las manifestaciones del modelo neoliberal se expresan con recesiones continuas y prologadas, inflación, pérdida del poder adquisitivo, desmantelamiento de la planta productiva (primaria e industrial), desempleo, concentración del ingreso y saldo negativo constante en la balanza comercial.
Las recetas económicas monetaristas han sido aplicadas por la mayoría de los países latinoamericanos de manera dogmática en el último cuarto  del siglo XX e inicios de XXI, y sus objetivos son de corto plazo pues trata de restablecer el equilibrio de la balanza de reservas y el control de la inflación como objetivos principales. Trata de preservar el valor de la moneda aun a costa de la economía y de los ciudadanos dado que la inversión productiva ha sido sustituida por la inversión financiera de corto plazo con resultados adversos en Argentina y México, por nombrar algunos países como ejemplo.
El turismo como medio de expansión y apropiación del territorio.
Según Osorio y Novo (2007) los grupos humanos construyen su cultura, idiosincrasia, actividades económicas y todo aquello que los identifica como miembros de una sociedad en un determinado espacio geográfico y territorial. Sin embargo Alessandri (2004), señala que en este mismo proceso se fundamenta la contradicción entre producción espacial colectiva y la apropiación privada, ambas son expresiones que coexisten y se dan en la adjudicación del territorio y que a su vez dan origen a las relaciones sociales, a la ideología, a los valores y a las costumbres. El espacio geográfico se construye históricamente derivado de elementos sociales como bien lo señala (Montañez, 1998). 
Una vez dominado y apropiado el territorio, el individuo pasa a desarrollar actividades económicas y posteriormente a la división social del trabajo y la especialización económica (Méndez, 2005). Sin embargo, existen condiciones globales y nacionales que afectan directa e indirectamente el escenario económico local y regional (Merchand, 2007). Esta situación puede propiciar el declive paulatino o acelerado de las actividades económicas tradicionales por otras que presentan mayor dinamismo y que se consideran idóneas para impulsar el desarrollo económico regional. 
Generalmente, son las actividades del sector industrial y de servicios las que se sobreponen a actividades del sector primario. Los recursos que pertenecen a este último sector se convierten en el atractivo natural y materia prima para actividades económicas explotables como el turismo y que en la praxis ofrecen una mayor rentabilidad pues esta actividad es considerada un medio de expansión, concentración y acumulación económica del sistema capitalista (Palafox, 2011).
Notablemente en las localidades turísticas la actividad económica habitual de la zona tiende al descenso, cuando no al ocaso, en lugar de tener una predisposición al reforzamiento por el crecimiento de la demanda. Se observa entonces una mengua en la participación de la población ocupada laborando en el sector primario, para concentrarse en el sector servicios, lo anterior solo conduce a la alza de los productos básicos lo que antaño eran de fácil accesibilidad económica (Jiménez, 2005).
Este último autor también anota que la cuestión del abandono de las actividades económicas tradicionales se debe a la falta de apoyo económico a las ramas productivas básicas y a la naturaleza lúdica del trabajo turístico o la idea que se tiene de él, que motiva a mucha gente a vender sus tierras y dejar el trabajo de campo.
El turismo como bien lo asientan (Osorio & Novo, 2007), es un hecho sociocultural en el que interactúan dos fragmentos sociales: uno, al realizar un viaje y, otro, al ofrecer “escenarios” para el acatamiento de los satisfactores del primero. Las perspectivas que el turista se plantea en la gestación de su traslado, dados sus gozos o motivaciones, son muy variados, para lo cual, los promotores de cierto destino turístico tienen preparados varios insumos incluidos el patrimonio monumental, paisaje cultural, y el paisaje natural los tres aprovechados para el desarrollo local o para llamar inversionistas, aprovecharlo y transformarlo.
El desarrollo de la industria turística ha estado vinculado a las capacidades de oferta y consumo de los productos turísticos en las sociedades y países que poseen atractivos comercializables en este rubro. Consecuentemente, al elaborar un diagnóstico de la actividad se recurre a cuantificar a los visitantes y en función de ello se determina la rentabilidad del destino (Orozco et. al., 2008). Sin embargo, los verdaderos indicadores con respecto de la competitividad se refieren a los beneficios que se generan de manera local y regional en los aspectos sociales, económicos y ambientales.
Los cambios sociales regionales que se refieren con respecto de la influencia generada por el turismo, son visibles en la concepción de los hechos que derivan de lo social, es decir, el visitante viene a admirar y a aportar tanto en la cultura como en la conducta. El nativo adapta su cosmogonía e idiosincrasia mientras que el extranjero proviene de países donde el rubro social es exportado y modifica esta conducta en aquellos países y regiones donde la actividad turística es dominante económicamente (César & Arnaiz, 2002).
Los impactos más notorios en el orden económico que se acusan territorialmente causados por el turismo son: Las divisas, ingresos estatales, la generación de empleos, y el estímulo al desarrollo regional y local. Los dos primeros se reflejan en un nivel macroeconómico, mientras que los últimos se reflejan un ámbito regional o local (Gómez, 2003).
Los ingresos por divisas son los más apreciados por los países receptores y emergentes dado que ingresa una moneda fuerte y estable que ayuda a financiar las importaciones, el gasto y la inversión pública y proyectos de desarrollo. Sin embargo existe una relación entre el flujo de divisas y las importaciones de bienes y servicios que no son producidos o prestados en el país (César & Arnaiz, 2002). Cuanto mayor sea el flujo de divisas, mayor son las importaciones lo que deriva en un alza inflacionaria y saldo desfavorable en la balanza comercial que impacta significativamente a la balanza de pagos.
Se plantea que las localidades marginadas han mejorado su calidad de vida gracias a los medios de comunicación, transportes y servicios, pero ¿Quiénes los utilizan? ¿Es incluida la población local o sólo la migrante que busca trabajo y lo encuentra o es para que el turismo pueda llegar más rápido y más fácilmente a estos paisajes rurales? (Gómez, 2003). Es evidente entonces que el turismo se apropia del territorio y consecuentemente termina por modificar gradualmente el paisaje cultural a través de sus medios de expresión y posesión.
En algunos de los países latinoamericanos incluyendo México, muchos de los destinos más solicitados se encuentran ubicados en zonas rurales, indígenas y poblaciones con condiciones sociales y económicas desfavorables que atesoran muchos de los recursos naturales y bienes primarios demandados por el turismo, pero que adolecen de una valorización lo cual las hace vulnerables a las pretensiones del mercado (Massam & Espinoza, 2013).
Esta apreciación asimétrica de los agentes involucrados (turista-nativo) hacia los recursos naturales y el patrimonio cultural, registra una serie de situaciones que afectan al destino: apertura del mercado a grupos transnacionales, dependencia económica del exterior, procesos inflacionarios que afectan a recursos insustituibles, pérdida del control local, generación de empleos, pero no para los locales, declive de la producción agrícola y se reduce la autosuficiencia alimentaria, se alienta la venta del suelo por la competencia y por su precio, inestabilidad y temporalidad del empleo y expropiación de áreas naturales para arrebatar el control y administración del medio ambiente (Santana, 1997).
Estudiar al turismo desde la perspectiva local y regional ayuda a determinar el impacto de largo plazo que éste genera en los grupos sociales afines y antagónicos que coexisten en el área geográfica donde se desarrolla esta actividad económica. El medio ambiente social, ambiental y económico que se suscita en el sector primario a raíz del desarrollo de la industria del turismo son las expresiones de la sustitución de un sistema económico agrícola por uno de servicios.

1 Cría y explotación de ganado ovino.

2 Tipo de propiedad otorgada a los conquistadores por la corona española durante la colonia.