CONFLICTOS DE PODER SOBRE EL ESPACIO.    Manual de ordenación territorial a diferentes escalas (II)

CONFLICTOS DE PODER SOBRE EL ESPACIO. Manual de ordenación territorial a diferentes escalas (II)

M. Teresa Ayllón Trujillo (Ed.) (CV)
Universidad Autónoma de San Luis Potosí

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EL PAPEL DE LA CARTOGRAFÍA GEOMORFOLÓGICA EN LA PREVENCIÓN DE RIESGOS NATURALES

José Juan Zamorano Orozco
Manuel Mollá Ruiz-Gómez

 

Introducción

“La voluntad, que se va confirmando a medida que avanzan los años como generalizada y plural, de retornar a una cierta Geografía regional, a una consideración comprensiva e interpretativa de los individuos regionales, debe entenderse en relación con la renovación de la mirada contemporánea sobre la actividad científica. Con el progresivo derrumbamiento de las grandes certidumbres (y, en particular, de aquellas que atañen a la Teoría y al Método), con el desdibujamiento de fronteras científicas que hasta hace poco parecían inamovibles, y con la convicción de la necesidad de reintroducir la subjetividad en todo proceso de conocimiento, reaparece también en la Geografía la preocupación (casi prohibida en los años sesenta y setenta) por lo particular, por la diferencia, por hacer inteligible y conferir significado a un mundo complejo y plural. De modo que hablar de nuevo de Geografía regional, de paisajes, de lugares, de territorios, se encuadra de lleno en la discusión sobre la crisis de la modernidad, en lo que, tan equívoca como intencionadamente, se ha bautizado como postmodernidad” (Gómez Mendoza, 1989: 101).

Este texto citado, que parte de una conferencia pronunciada por la autora en junio de ese mismo año en el Estudio General de Gerona, conserva toda su vigencia más de veinte años después de escrito y nos ha parecido una adecuada introducción para el capítulo, porque da la impresión de que en esa búsqueda por hacer de la Geografía una ciencia aplicada se han ido olvidando algunos aspectos fundamentales de la propia esencia de la Geografía, es decir, de que es, por encima de todo, el estudio, como dice Gómez Mendoza, de paisajes, lugares y territorios.

En las definiciones aparentemente más sencillas de la Geografía, se suele hablar del estudio de las relaciones del ser humano, de las sociedades o grupos, con el medio en el que habitan. Esa sencillez de definición, encierra, sin embargo, un largo proceso de aprendizaje y un importante conjunto de ciencias y disciplinas que, como fuentes, son básicas en la configuración de los estudios de Geografía, como la Geología o la Historia por señalar dos de ellas. Además, la Geografía ha tenido siempre su máxima expresión en el mapa, síntesis del conocimiento de un territorio, a diferentes escalas, bien sea para mostrarlo, bien para exponer problemas o soluciones al mismo. Tanto el conocimiento geográfico como sus fuentes y herramientas, han tenido un importante proceso de evolución hacia la complejidad en los últimos decenios, con especial incidencia en la Geografía del desarrollo de las técnicas cartográficas y de representación territorial, para dar como resultado lo que se conoce como Sistemas de Información Geográfica (SIG) o, más recientemente, como Tecnologías de la Información Geográfica (TIG). Hasta tal punto ha sido importante la evolución de las TIG que, en la actualidad, hay autores que presentan dichas herramientas como un aspecto central de la investigación geográfica y no como un elemento instrumental. Se produce, a nuestro entender, una confusión en las formas de adquirir el conocimiento y las herramientas que contribuyen a ello. Esto no significa, como afirman Chuvieco y los demás firmantes del artículo (2005), que las TIG se consideren como disciplinas afines. Escriben los autores de dicho trabajo:

“En el marco del debate conceptual sobre concepto y método de la Geografía, tradicionalmente se ha establecido una división, más o menos explícita, entre unas disciplinas que se han considerado centrales a nuestra ciencia y otras que han recibido la consideración de auxiliares o instrumentales. Entre las primeras habitualmente se incluyen las materias que forman los capítulos de un manual clásico de Geografía General (Geomorfología, Climatología, Geografía Urbana, etc.), mientras que las segundas se referirían a disciplinas afines, pero –según este planteamiento- no propiamente geográficas, aunque puedan considerarse, de utilización frecuente por parte de los geógrafos. En este grupo se incluirían la cartografía o la estadística espacial, y más recientemente los Sistemas de Información Geográfica, los Sistemas de posicionamiento por satélite y la Teledetección, disciplinas que pueden englobarse en el término genérico de Tecnologías de la Información Geográfica (TIG).

“En nuestra opinión, consagrar esa división rígida entre materias centrales y auxiliares en Geografía puede acarrear consecuencias negativas para nuestra ciencia, al privarla de unas disciplinas de gran proyección conceptual y social” (Chuvieco et al., 2005: 36).

En la medida en que el mapa es la máxima expresión del conocimiento geográfico, las técnicas que contribuyen a una mejor cartografía, que hacen que los profesionales de la Geografía, en sus respectivos campos, tengan mayores posibilidades de trabajo, de hacer preguntas y obtener respuestas, el papel de las TIG es fundamental. Hasta tal punto las TIG son parte de la formación del geógrafo que no hay carrera de Geografía que no las tenga incorporadas en su programa de estudios. Pero no se deben confundir las cosas. El profesional de la Geografía que se implica en asuntos de ordenación del territorio, de prevención de riesgos o en otras actividades aplicadas, lo hace en colaboración y competencia con otros profesionales que llevan consigo sus propios bagajes intelectuales y profesionales. Eso significa que, en efecto, el geógrafo tiene que saber manejar herramientas hoy básicas en su trabajo, pero no se puede olvidar otro hecho no menos importante. Si el geógrafo, especializado en TIG, no tiene una especialización previa en alguna de esas materias que forman parte, como señalan los autores antes mencionados, del manual clásico de Geografía General, difícilmente cumplirán otro papel que el de técnicos auxiliares al servicio de los demás.

En los últimos decenios se ha producido una fuerte tendencia en la enseñanza universitaria hacia la llamada profesionalización de los estudios, es decir, a formar, más allá de las universidades e institutos politécnicos, profesionales en áreas muy concretas, con una intensificación de la enseñanza de técnicas de trabajo y un abandono de ciertas materias “complementarias” que, en el caso de la Geografía, como se señalaba más arriba, han sido parte esencial de su desarrollo. En la enseñanza de la Geografía se ha introducido el ordenamiento territorial como claro protagonista de la misma, lo que ha hecho que las nuevas técnicas y la enseñanza de todo lo relacionado con el ordenamiento hayan desplazado a conocimientos más tradicionales como la Geología o la Historia, por mantener los dos ejemplos iniciales.

Es verdad que el ordenamiento territorial, entendido como la gestión pública del mismo, ha ganado en importancia y es, cada vez más, objeto de preocupación por los grupos que se ven afectados por el mismo. Pero también es cierto que, en los últimos años, el desmantelamiento del conocimiento geográfico tradicional ha llevado a una cierta banalización de problemas muy serios, de orden territorial y paisajístico. Cada vez, con mayor frecuencia, las noticias sobre catástrofes naturales aparecen en todas partes como la consecuencia directa del cambio climático. Esto es una realidad, el cambio climático amenaza el planeta y sus consecuencias se sentirán a nivel local y regional. Sin embargo, hay explicaciones mucho más próximas, casi siempre ocultas por falta de análisis serios de los profesionales competentes, con las que sería muy sencillo explicar las razones, por ejemplo, por las que cada vez hay más inundaciones y más población afectada. Si decimos que es el cambio climático, el problema parece irresoluble mientras no se modifique la tendencia. Pero si modificamos la escala y nos centramos en lo ocurrido en ese lugar concreto, veremos que hay toda una serie de consecuencias derivadas de un mal ordenamiento territorial o, lo que es peor, de no querer ver lo que ocurre. El planeta está sobrepoblado y la concentración de esta población es cada vez más alta, en busca casi siempre de las zonas que teóricamente ofrecen mejores condiciones de vida. No es difícil entender que esas concentraciones, mal planificadas o sin ningún tipo de planificación, tienen mucho que ver con la alteración de esos espacios y, en consecuencia, con reacciones cada vez más desastrosas a fenómenos naturales que siempre han estado ahí. Si se permite, o no se impide, por poner un ejemplo nada más, ocupar lechos de inundación de ríos, es evidente que, cuando las lluvias provoquen el funcionamiento de esos lechos, las consecuencias serán catastróficas para quienes se han instalado en los mismos.

En los párrafos anteriores se han unido dos conceptos diferentes, el de ordenamiento territorial y el de prevención de riesgos naturales. Esta unión tiene toda la intención, puesto que dentro del ordenamiento territorial, tema central de este libro, la prevención de riesgos naturales es uno de sus aspectos más importantes, con consecuencias, si no se hace de manera adecuada, que van mucho más allá de la, importantísima, conservación de paisajes o del adecuado tratamiento de los usos de suelo. La pérdida de un paisaje notable es, con frecuencia, irreparable. La de vidas humanas es una tragedia que no tiene vuelta atrás.

Es, en este sentido, muy interesante el trabajo publicado por Jorge Olcina Cantos, en el que se establece la relación entre planeamiento y prevención de riesgos y cómo, a partir de algunas tragedias ocurridas, se ha ido incorporando el tratamiento de los mismos en el ordenamiento territorial. Dice el profesor Olcina:

“Las inundaciones ocurridas en diversos lugares de Andalucía, durante el lluvioso invierno de 2010 han evidenciado la necesidad de llevar a cabo un control más estricto en el cumplimiento de la legislación territorial y urbanística a la hora de impedir la ocupación por usos urbanos de espacios inundables. La escala local es decisiva en este aspecto, puesto que los planes municipales de ordenación urbana deben impedir la ubicación de usos y actividades en áreas con riesgo natural elevado. Pero, por encima de ello, la escala regional es la determinante en materia de ordenación territorial en España desde 1978. Las Comunidades Autónomas tienen la potestad de elaborar y aprobar planes de ordenación territorial donde se fijen criterios para el tratamiento de áreas especiales, entre ellas las de riesgo; y de controlar los desajustes que puedan presentarse al respecto en los municipios. Se reconoce, cada vez más, el papel que puede y debe jugar la ordenación territorial en la reducción del riesgo natural y a ello ha contribuido la aparición de normas recientes que abogan por la planificación sensata y sostenible del espacio geográfico como medio de obtención de territorios más seguros.

“De modo general, se ha asistido en las últimas dos décadas, a cambios importantes en la consideración territorial de la peligrosidad natural en Europa y en España. Se ha pasado de una carencia de tratamiento del riesgo en los procesos de planificación espacial a la aprobación de normativas que obligan a la inclusión de análisis de riesgo en la documentación necesaria para su desarrollo. Los episodios de inundación han merecido una atención preferente en las políticas de reducción del riesgo puestas en marcha en los territorios europeos y españoles. La aprobación reciente de la Directiva 2007/60 sobre gestión de espacios inundables, por un lado, y de la señalada Ley del Suelo Estatal (2008), por otro, suponiendo un cambio radical en la tramitación de actuaciones sobre el territorio, puesto que la elaboración y consulta de cartografía de riesgo se convierte en un requisito indispensable al efecto. Otros riesgos naturales, como sequías o temporales, no han tenido, hasta el momento, un tratamiento similar, aunque en el contexto actual de cambio climático por efecto invernadero que prevé una agudización del carácter extremo del clima en el sur de Europa, tendrán que incorporarse a los procesos futuros de planificación territorial” (Olcina, 2010: 224).

El objetivo del capítulo es, precisamente, explicar cómo esos viejos conocimientos, complejos por sus fuentes diversas, han sido los que han permitido, en la actualidad, abrir la Geografía a las demandas que, sobre el conocimiento del territorio, en sus múltiples facetas, pero muy especialmente en todo aquello relacionado con una organización y una gestión más justas para la ciudadanía y que tiene su máxima expresión en el subtítulo que ahora acompaña a los títulos universitarios de Geografía (Geografía y Ordenación territorial) en numerosos centros españoles, así como tendencia subyacente en otros países cuando no se hace explícito en la nominación de la titulación, la ordenación del territorio y, aunque no aparezca más que en contados títulos de grados, la conservación del mismo y de sus paisajes.

A continuación, se presenta, de manera práctica, un ejemplo de cómo se puede intervenir en la prevención de riesgos naturales desde una de esas materias del catálogo clásico, la Geomorfología, con todo el despliegue de conocimientos que esa ciencia requiere y donde juega un papel decisivo, como no podía ser de otra manera, la cartografía, que da incluso título al siguiente apartado.

La segunda parte es un ejemplo práctico de aplicación geográfica a la prevención de riesgos naturales y, en consecuencia, a aspectos importantes de la ocupación del territorio por parte de sus gestores, sin olvidar que esa ocupación debe ser respetuosa con el medio en el que se desenvuelve: porque el mal llamado riesgo natural, que no es sino fruto de la mala gestión o de la tolerancia mal entendida en cuanto a determinados usos del suelo, es predecible y, muchas veces, evitable.

LA GEOGRAFÍA COMO CIENCIA APLICADA

En el caso presente se ofrece un análisis a partir del estudio geomorfológico de algunas regiones de México, con una base cartográfica imprescindible y completa que explica paso a paso el proceso de elaboración de lo que será el objeto final de la investigación, el mapa de peligros de una región, con sus diferentes niveles, así como el catálogo de advertencias sobre por dónde actuar y qué evitar. Como decíamos unas líneas más arriba, la Geografía ha sido dotada en los últimos años, cada vez con un ritmo más frenético, de herramientas que facilitan de forma considerable su trabajo. Los Sistemas de Información Geográfica serían, en este sentido, su máxima expresión. Sin embargo, el procedimiento de investigación realizado en el capítulo tiene una gran ventaja y es que podría desarrollarse de igual manera sin todos esos medios, como se ha demostrado en su ya larga experiencia en el campo de la Geomorfología, tanto como investigación básica como en su vertiente aplicada.

Uno de los aspectos más importantes de este trabajo de investigación aplicada al conocimiento y la gestión territorial cubre dos cuestiones muy importantes. Por un lado, porque permite poner en conocimiento de las autoridades competentes en la materia y, al mismo tiempo, advierte a las poblaciones en riesgo. Se hace con el instrumento que mejor maneja el geógrafo, el mapa, a dos posibles niveles. Una cartografía más elaborada para las autoridades y especialistas en el ordenamiento territorial y otras más sencillas, quizá, para hacer entender a las comunidades afectadas de los riesgos que suponen ciertas actuaciones incontroladas sobre su propio territorio. Aquí, entran también otros especialistas en juego, no ya únicamente los geomorfólogos, puesto que a autoridades y ocupantes del territorio habrá que ofrecerles soluciones a dichos problemas y opciones de vida para quienes viven de él.

El otro aspecto importante relacionado con este método  tiene mucho que ver con las poblaciones afectadas en general por los riesgos de una mala gestión. No hacen falta muchas estadísticas para comprobar que son zonas de poblaciones de bajos recursos las más afectadas, dentro, también con mucha frecuencia, de países con escasos recursos para desarrollar técnicas de análisis sofisticadas. Una primera necesidad es imprescindible, tener cartografías básicas, nacionales y regionales o locales, adecuadas. Es decir, el mapa topográfico a escala 1:50.000 o, mejor aún, a escala 1:25.000 o superiores. A partir de esta base cartográfica, la investigación se puede desarrollar aunque se carezca de instrumentos capaces de elaborar sofisticados sistemas de información, como se demuestra en este capítulo, pudiéndose sustituir estos sistemas por un trabajo, más lento, es verdad, y con una cierta exigencia mayor de horas de trabajo de campo y de trabajo de gabinete.

En conclusión, lo que se pretende con este capítulo es contribuir a la resolución de un problema que cada vez afecta a más población, tanto en México como en el resto del planeta, la prevención de riesgos derivados de fenómenos naturales. Para ello, es fundamental que las autoridades sean conscientes de que el planeamiento territorial tiene como objetivo prioritario la mejora de las condiciones de vida de quienes van a ser objeto de reorganización territorial. También, es necesario dotar a las poblaciones en riesgo de instrumentos que les permita acceder al conocimiento real del lugar en el que viven, pero sin olvidar, por parte de unas y de otras, que es necesario ofrecer alternativas en los usos del suelo para conseguir unas formas dignas de vida, lo que sería un segundo paso que implica a profesionales de la Geografía y de otras disciplinas o ciencias.

El doctor José Juan Zamorano ha desarrollado, con sus colaboradores, el sistema que se presenta a continuación.


LA CARTOGRAFÍA GEOMORFOLÓGICA, UNA ALTERNATIVA PARA ENTENDER LOS PELIGROS NATURALES

Un trabajo de estas características necesita un desarrollo pormenorizado de explicación para que se vayan entendiendo los pasos que, de manera sucesiva, se tienen que dar hasta concluir en el objetivo fundamental a alcanzar, la elaboración de un mapa final de peligros naturales, que sea comprensible para los responsables de la planificación y que pueda ser fácilmente entendible por las poblaciones afectadas, tradicionalmente recelosas de las acciones de gobierno en todo lo que se refiere al planeamiento en general y a actuaciones concretas incluso en cuestiones como las que aquí se plantean, es decir, en la necesidad de tomar medidas que permitan evitar los riesgos que puedan poner en peligro sus vidas y sus propiedades.

1. Algunos conceptos y definiciones

Un esquema inicial nos pone en la base para el entendimiento de las relaciones que se pueden establecer entre la Geomorfología y los peligros naturales. En dicho esquema se va avanzando desde la definición de la Geomorfología al estudio de la corteza en sus diversas acciones, para ir, poco a poco estableciendo los diferentes tipos de procesos, como elementos activos y responsables de la configuración de la corteza terrestre (exógenos y endógenos) y, en definitiva, sus recurrencias y la posibilidad de dar lugar a un peligro geomorfológico, el cual, en sus características generales, de la posibilidad de ser o no catastróficos y, por fin, sobre la capacidad para preverlos y hacerles frente de una forma u otra.

Dos definiciones son necesarias para poder llegar a conclusiones válidas, la de peligro geomorfológico y la de desastre. Se entiende el peligro geomorfológico como la interacción entre la sociedad y la dinámica de los procesos modeladores (endógenos y exógenos), teniendo presente que su manifestación repentina puede producir un desastre. Siguiendo este mismo razonamiento, el desastre se puede definir como el proceso crítico que resulta de la interacción de fenómenos naturales y sociales; que irrumpen el orden habitual de la sociedad. Es un proceso que impacta a nivel individual o colectivo, reconfigura el espacio y marca el tiempo (Toscana, 2005: 58).

El impacto de todo ello dependerá de la vulnerabilidad del grupo social afectado. Dicha vulnerabilidad se puede definir como la “incapacidad de respuesta y recuperación de la sociedad ante la presencia de un peligro geomorfológico, el cual modifica el entorno físico y la estructura económica, política y social” (Toscana, 2006). La vulnerabilidad física tiene que ver con el desconocimiento de una sociedad acerca de la existencia y dinámica de procesos naturales peligrosos (geomorfológicos), en el territorio en el que habita. Como señala también la autora:

“La vulnerabilidad se entiende como resultado de las condiciones de la sociedad previas a la emergencia: de la desigualdad social, de la pobreza, de la marginación, de la carencia de políticas preventivas adecuadas, de la ocupación de áreas peligrosas, de la degradación ambiental, entre otras (Blaikie, et al., 1994). Cuando coinciden espacio – temporalmente condiciones de vulnerabilidad y la posibilidad de incidencia de uno o más fenómenos peligrosos,  se habla de que la población está en riesgo. Es decir, el riesgo se entiende como una situación de peligro latente, en donde existe la posibilidad de sufrir daños en el futuro, como resultado del impacto de uno o más fenómenos naturales –o antrópicos- peligrosos en una sociedad vulnerable” (Toscana, 2006: 2-3).

Siguiendo el razonamiento de Toscana podemos establecer unas condiciones previas que nos ayudarán a evaluar la vulnerabilidad, así como unas posteriores que nos pondrán en la situación de evaluar la capacidad de respuesta al desastre producido.

Estas condiciones previas se podrían resumir en:

-Asentamientos humanos en zonas peligrosas.

-Falta de opciones para ubicarse en lugares más adecuados.

-Falta de políticas gubernamentales que ordenen el territorio según aptitudes.

-Condiciones económicas de la población.

Las condiciones posteriores tienen tres elementos fundamentales:

-Magnitud del desastre.

-Localización y accesibilidad a la zona afectada.

-Recursos económicos disponibles para la reconstrucción y ayuda a damnificados.

Como se puede deducir de estas condiciones previas y posteriores, hay un elemento común con lo ya señalado por Jorge Olcina y que se recoge en páginas anteriores. Es necesario que los aspectos relacionados con la prevención de problemas geomorfológicos sea un asunto más dentro del planeamiento.

La vulnerabilidad física se reduce en la medida en la que se conocen las dinámicas exógena y endógena del territorio, a través de los estudios geomorfológicos. La elaboración del mapa de peligros permite tomar medidas de prevención y mitigación, así como organizarse, de forma que se reduzca al máximo la duración del periodo de emergencia, una vez ocurrido el desastre, y se acelere el inicio de las etapas de rehabilitación y reconstrucción.

Se trata, en definitiva, de hacer que los mapas de peligros entren en el planeamiento, de la misma forma que se ha dado en España, como explica Olcina Cantos:

“La escala regional es, en la estructura político-administrativa de nuestro país, decisiva a efectos de ordenación del territorio en España. Algunas Comunidades Autónomas han desarrollado en los últimos años leyes y planes de ordenación territorial para la reducción de riesgos –básicamente inundaciones-. En estos casos un elemento fundamental es la elaboración de cartografías de riesgo, básicamente de peligrosidad. Junto a ello, la aplicación de determinaciones específicas para la reducción de los riesgos se convierte en un procedimiento habitual en los procesos de planeamiento territorial y urbanístico. La cartografía de riesgos es, pues, la herramienta de acreditación legal del nivel de peligrosidad y vulnerabilidad de un territorio ante un episodio natural de rango extraordinario” (Olcina, 2010: 227).

 METODOLOGÍA

El trabajo que conduce al mapa final de peligros no difiere del que se tiene que hacer en cualquier trabajo de investigación geomorfológica, aunque en este caso, el resultado final no es un mapa geomorfológico sino el de peligros.

Una vez elegida la zona de estudio, la revisión exhaustiva de la bibliografía y de la cartografía temática es el primer paso, con el objeto de tener toda la información precisa ya elaborada sobre el lugar y evitar repeticiones innecesarias. A partir de aquí, se imponen dos tareas que pueden ser simultáneas, la fotointerpretación y la determinación de las unidades geomorfológicas, por un lado, y el análisis morfométrico por otro.

Del resultado del trabajo de ambos aspectos, se obtendrán, respectivamente, un mapa geomorfológico preliminar y un mapa de zonificación de procesos en base a valores morfogenéticos. Esta cartografía será la que se utilice en el siguiente paso de la investigación, el trabajo de campo. En el mismo se procederá a revisar, in situ, la cartografía elaborada en el gabinete para corregir posibles errores de interpretación o incluir elementos que, por una u otra razón, no se hayan registrado previamente. Esto se puede dar si tenemos en cuenta que, en ocasiones, se pueden  haber producido procesos aún no registrados en la cartografía o en la fotografía aérea utilizadas.

Una vez terminado el trabajo de campo se vuelve al gabinete para elaborar la cartografía geomorfológica definitiva y, a partir de ella, elaborar el mapa de peligros.

Estos mapas de peligros se convierten así en un elemento imprescindible, dentro del planeamiento territorial para disminuir tanto como sea posible la vulnerabilidad de las regiones en riesgo de sufrir desastres y, además, contribuir a las medidas posteriores al desastre, como se señalaba anteriormente.

En el caso mexicano hay dos organismos que trabajan en este sentido, dependientes de la Secretaría de Gobernación. Por un lado, el SINAPROC (Sistema Nacional de Protección Civil), creado en 1986 y que, como se define, tiene por misión integrar, coordinar y supervisar el Sistema Nacional de Protección Civil para ofrecer prevención, auxilio y recuperación ante los desastres a toda la población, sus bienes y el entorno, a través de programas y acciones. En definitiva, se dio prioridad a la atención posterior al desastre y no a las medidas preventivas que podrían contribuir a reducir la vulnerabilidad.

Dos años después, en 1988, se creó el CENAPRED (Centro Nacional de Prevención de Desastres), cuya responsabilidad principal, según se informa en la página web oficial, “consiste en apoyar al Sistema Nacional de Protección Civil (SINAPROC), en los requerimientos técnicos que su operación demanda.” Continua diciendo: “Realiza actividades de investigación, capacitación, instrumentación y difusión acerca de fenómenos naturales y antropogénicos que pueden originar situaciones de desastre, así como acciones para reducir y mitigar los efectos negativos de tales fenómenos, para coadyuvar a una mejor preparación de la población para enfrentarlos.” En definitiva, se plantea como misión prevenir, alertar y fomentar la cultura de la autoprotección para reducir el riesgo de la población ante fenómenos naturales y antropogénicos que amenacen sus vidas, bienes y entorno a través de la investigación, monitoreo, capacitación y difusión. El mapa de peligros se convierte en un instrumento fundamental para que estas actividades, tanto de SINAPROC como de CENAPRED, tengan su mejor desarrollo.

3. Un ejemplo práctico: el caso de Cuetzalan del Progreso (Puebla-Veracruz)

Entendemos que si bien todo lo dicho anteriormente debería ser suficiente para instar a que el trabajo de prevención y de asistencia se extienda por todo el territorio nacional a la escala conveniente, el trabajo realizado en Cuetzalan del Progreso puede ser el mejor ejemplo práctico de cómo se llevó a cabo un trabajo de investigación destinado a elaborar un mapa de peligros para una zona determinada.

Cuetzalan del Progreso se localiza entre los 20º 00’ – 20º 15’ de latitud N y entre los 97º 20’ – 97º 40’ de longitud W. En este territorio coinciden tres provincias fisiográficas: Sierra Madre Oriental, Llanura Costera del Golfo Norte y Cinturón Volcánico Transmexicano. Estas condiciones favorecen una variedad paisajística, un relieve heterogéneo que es reflejo de una litología diversa y un complejo arreglo estructural. Los fuertes contrastes altitudinales permiten distintos climas que condicionan la intensidad de los procesos modeladores.

En septiembre y octubre de 1999 la Sierra Norte de Puebla (Cuetzalan), se vio afectada por lluvias extraordinarias provocadas por las depresiones tropicales 11-14 y la estacionalidad del frente frío Nº 4. Ambos fenómenos ocasionaron inundaciones y procesos de ladera. Los primeros afectaron las porciones bajas (las planicies fluviales); la remoción en masa impactó la porción serrana (SMO). La magnitud de estos acontecimientos afectó a 96 municipios, un total de 16 mil viviendas dañadas, 256 decesos y 55 desaparecidos (Lugo et al., 2001; Seproci, 2000).

En este estudio se analiza la relación entre la dinámica geomorfológica y los fenómenos

hidrometeorológicos. Se propone un análisis espacial en donde se toman en cuenta las

características físicas del territorio; que se traducen en un mapa geomorfológico y uno

de susceptibilidad a la ocurrencia de inundaciones y de procesos de ladera.

El análisis morfométrico, como se ha señalado en el esquema anterior, es fundamental y previo al estudio. A partir del mapa topográfico se realizan una serie de medidas para determinar cuestiones fundamentales en la región objeto de estudio, como son la altimetría, la inclinación del terreno, la densidad de la disección, la profundidad de la misma y la energía del relieve. Con los mapas obtenidos se podrá proceder a elaborar el mapa de zonificación de procesos en base a valores morfométricos.

La zonificación de procesos geomorfológicos permite establecer dos tipos de problemas fundamentales, los procesos de ladera y la determinación de las zonas inundables, como se puede ver en la figura 3. En cada uno de los dos fenómenos se señalan tres categorías. Para los procesos de ladera se delimitan las zonas de máxima ocurrencia, la ocurrencia frecuente y el área de procesos potenciales. Asimismo, se distingue entre áreas de máxima inundación, inundación frecuente y área potencial. Por supuesto, quedaría también delimitado el territorio aparentemente estable frente a ambos tipos de procesos.

Obsérvese que el mapa resultante (figura 3) es ya un elemento de trabajo fundamental para la planificación de ese territorio, puesto que está delimitando áreas en las que los usos del suelo quedan condicionados por dos tipos de procesos que pueden hacerlos inviables. Sin embargo, como se plantean Gómez Moreno y Granell Pérez en su caso de estudio, no siempre estas cuestiones se tienen en cuenta. Escriben las autoras:

“Si el riesgo en el Ope es sobradamente conocido por haberse materializado en diversas ocasiones, cabe preguntarse por qué se urbaniza y edifica al pie del cerro y qué papel juegan los instrumentos urbanísticos que regulan y gestionan el uso del suelo en el municipio de Archena. Buscando responder a estos interrogantes, se plantean tres objetivos: caracterizar los movimientos de ladera que se producen en el cerro, como aproximación al conocimiento de su peligrosidad; averiguar si los instrumentos normativos aplicables toman en consideración el riesgo asociado a dichos movimientos; identificar los cambios producidos en la clasificación del suelo, como primera aproximación al conocimiento de la exposición y la vulnerabilidad” (Gómez y Granell, 2009: 85).

En definitiva, el trabajo no termina con el análisis de los geomorfólogos, sino que debe tener su continuidad con otros expertos del territorio responsables de la planificación.

En paralelo con este proceso de la investigación, como ya se ha indicado, hay que realizar un estudio pormenorizado de interpretación de la fotografía aérea (figura 4), lo que permitirá obtener un mapa geomorfológico (figuras 5 y 6) de la región estudiada, que completará el material necesario para el trabajo de campo, segunda fase de la investigación, en la que se comprobará todo el trabajo realizado en el gabinete y se procederá a completar la información, puesto que, a pesar de lo dicho anteriormente, no es la zonificación de procesos geomórfológicos el objetivo final del estudio, sino la elaboración de un mapa de peligros.

Es importante destacar cómo ambos mapas, el de zonificación de procesos geomorfológicos y el geomorfológico previo, se han realizado en el gabinete, a partir de un exhaustivo proceso de análisis cartográfico y fotográfico. Esto es resultado del trabajo en equipo de investigadores con un conocimiento básico e imprescindible de una disciplina geográfica, la Geomorfología, que tiene tanto valor para la investigación básica como para la aplicada.

La Figura 7 muestra el relieve de origen endógeno que ha perdido su morfología original por la acción de procesos exógenos. Superficie de lava que ha quedado desmembrada en dos sectores (A y B) por la acción de los procesos fluviales gravitacionales

La figura 8 presenta formas de origen erosivo y acumulativo que son resultado de la acción de los procesos fluviales, cársticos y gravitacionales. Barranca Quezapa: la existencia de fallas en el lecho del río ha favorecido la profundidad de la disección

La figura 9 Llanura de inundación del río Mesonate. Las inundaciones que caracterizan a este territorio se asocian a la temporada de lluvias

La figura 10: Dolina en Mazatepec, representa la acción de la disolución de las rocas carbonatadas, proceso que se ve favorecido por un clima cálido y húmedo. El fondo está cubierto por un potente eluvión.

En la figura 11 vemos un deslizamiento rotacional de rocas y detritos, localizado en las cercanías del poblado de Cuetzalan.  En la figura 12 el Flanco sur de la barranca de Pepexta. La vegetación indica estabilidad de la ladera y el decrecimiento de la acción del proceso gravitacional.

Una vez concluido el trabajo de campo, con toda la información contrastada, procede volver al trabajo de gabinete para elaborar los mapas definitivos, tanto el geomorfológico como el de peligros, objetivo final de la investigación (figuras 13 y 14).

CONCLUSIONES

Se puede hablar de dos tipos de conclusiones. Las primeras, derivadas del trabajo realizado por los geomorfólogos en el caso que se ha expuesto. Las segundas, con carácter más general, vinculan el trabajo geomorfológico, en su vertiente aplicada de resolución de problemas concretos, con la planificación territorial.

Por lo que se refiere al trabajo realizado en Cuetzalan, además de otros ya hechos por el equipo investigador, se pueden apuntar las siguientes cuestiones.

  1. Mediante el análisis morfogenético y morfométrico se logran establecer parámetros morfodinámicos tan precisos como: ocurrencia, magnitud, áreas de influencia, secuencialidad y tipología de los distintos procesos modeladores del relieve, que pueden representar un peligro.
  2. A partir de las variables anteriores se obtienen mapas de peligros, que permiten identificar y conocer aquellas áreas susceptibles de afectación de manera precisa. Mediante este documento se logra la reducción de la vulnerabilidad física, que conlleva a la prevención y mitigación del evento catastrófico.
  3. El mapa de peligros es una herramienta de aplicación inmediata, sobre todo en situaciones críticas, donde el factor tiempo es vital. Este documento es un respaldo en la toma de decisiones encaminada a la prevención, protección o evacuación de la población.
  4. La identificación, caracterización y cartografía de los peligros geomorfológicos, es un tema que interesa también a los estudiantes, ya que permite combinar información adquirida en otras asignaturas (sociales y económicas), además de despertar el interés por una especialización en la materia tratada.

Esta última consideración, de carácter específico para los estudiantes, demuestra que, si bien la planificación territorial es un instrumento fundamental para los estudiantes de Geografía, y que su incorporación a las carreras de Geografía es muy importante en un mundo que, cada vez más, reclama una ordenación sostenible del territorio.

Con carácter más general, es indudable que las diferentes ramas de la Geografía son, todas ellas, elementos imprescindibles a la hora de trabajar sobre el planeamiento. Como se ha mostrado en este trabajo, son muchos los autores que reclaman la incorporación del tratamiento de la vulnerabilidad, los peligros, etc., en los procesos de planeamiento. Con un planeta extremadamente poblado, con unas concentraciones de población en áreas cada vez más expuestas a todo tipo de riesgos, no se puede obviar ninguna aportación útil, e imprescindible, a la labor de organizar un territorio y determinar usos para sus diferentes áreas. El mapa de peligros, siempre que el especialista considere que es imprescindible, debería incorporarse sistemática y obligatoriamente a los planes, tanto urbanos como generales de ordenamiento territorial. El modelo legislativo europeo, adaptado en cada caso a las potenciales amenazas a las poblaciones, con la incorporación de dichos mapas, debería ser una realidad que no se eluda en ningún país. Además, como demuestra el ejemplo aquí presentado, si bien las nuevas Tecnologías de la Información Geográfica, son una herramienta de primera necesidad, no es excusa su ausencia para no realizar dichos trabajos. Será más lento, será más laborioso, pero no por ello menos necesario y posible, como se ha demostrado.

Bibliografía

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