NATURALEZA, CULTURA Y DESARROLLO ENDÓGENO: UN NUEVO PARADIGMA DEL TURISMO SUSTENTABLE.

NATURALEZA, CULTURA Y DESARROLLO ENDÓGENO: UN NUEVO PARADIGMA DEL TURISMO SUSTENTABLE.

Salvador Luna Vargas (CV)

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Indigenismo

Tradicionalmente, el indigenismo ha sido definido como “la política aplicada hacia la población indígena por los no indios”. Esta definición fue elaborada por el teórico más influyente de la antropología mexicana, Gonzalo Aguirre Beltrán, y la podemos encontrar repetida en la obra de numerosos autores como Julio de la Fuente, Alejandro Marroquín, Juan Comas y en prácticamente todos los miembros de la generación indigenista y sus continuadores en la antropología mexicana. (Zolla y Zolla Márquez, 2010: 229).
Warman menciona tres etapas del indigenismo en el siglo XX, las cuales fueron esenciales para la instauración de instituciones como lo fue el INI (Instituto Nacional Indigenista):
Con este propósito de incorporar nació el indigenismo de la Revolución mexicana, que poco a poco fundó las instituciones del Estado para cumplirlo. Las más importantes fueron educativas: las misiones culturales, la escuela rural y el Departamento Autónomo de Asuntos Indígenas. En esta primera etapa del indigenismo todavía aparecía el concepto de raza en la definición de lo indígena, pero era el concepto de cultura el que cargaba con el mayor peso específico. A esta etapa sucedió otra a partir del Congreso Indigenista Interamericano de Pátzcuaro en 1940 y de la fundación del Instituto Nacional Indigenista en 1948. […] Una tercera etapa en el indigenismo reconoció la diferencia cultural como un hecho permanente y positivo que enriquecía a la nación y destacó la desigualdad asociada con la diferencia cultural como el reto a superar (Warman, 2003: 34).
Algunos de los precursores del indigenismo debatieron sus puntos de vista en cuanto al “indio”, y su relación con los mestizos y criollos, unos defendían más las cuestiones indígenas, mientras que otros intentaban amasar las culturas de México en una sola nación, como es el caso de Francisco Pimentel, quien mencionaba que “Hay dos pueblos diferentes en el mismo terreno; pero lo que es peor, dos pueblos hasta cierto punto enemigos” (Pimentel, 1864: 218, cit. en Villoro, 1987: 175). Para Pimentel la respuesta para un verdadero proyecto de nación era que los indígenas se unieran a los hombres de nación, profesando creencias comunes, que están dominados por una misma idea y que tienden a un mismo fin, y decía “mientras los naturales guarden el estado que hoy tienen, México no puede aspirar al rango de nación propiamente dicha”.  (Villoro, 1987: 176). Para el “indio” de hecho no cabe el nacionalismo, ya que él sólo defiende su lugar y a su gente, no al que lo ha oprimido y despojado de sus tierras, así lo interpreta Bulnes (1899) “El patriotismo latinoamericano le parece desprovisto del sentido nacional, pues “el indio es patriota para su raza, pero no para la que lo ha oprimido; defiende con heroicidad no el territorio nacional, sabe que no es suyo, pero defiende lo que le han dejado en las montañas y en los territorios lejanos” (Villoro, 1987: 176). Existen otros autores como Molina Enríquez (1909) con una visión más objetiva del porqué del éxito del mestizo en la inserción a la sociedad nacional diciendo que “ El indio es superior al blanco por su adaptación y “selección” al medio; el blanco es superior, en cambio, por su más adelantada “evolución”. El mestizo reúne en sí ambas cualidades: tiene la resistencia y adaptación del indio, la actividad y el progreso del blanco. Por eso su carácter no puede ser más firme ni más poderoso, lleva por una parte, a la acción y por otra a la elevación del objeto en la acción misma” (Villoro, 1987: 180).
Autores como Pimentel incluso proponían una homogeneización de la cultura mexicana en la cual se formaría una nación verdadera, así lo mencionaba:
Debe procurarse que los indios olviden sus costumbres y hasta su idioma mismo, si fuere posible. Sólo de este modo perderán sus preocupaciones y formarán con los blancos una masa homogénea, una nación verdadera (Pimentel, 1864: 226, cit. en Villoro, 1987:183).
Hubo antropólogos que defendían más la postura “desde lo indígena”, como Manuel Gamio, quien criticaba a la cultura hegemónica europea en los inicios del siglo XX, él decía que “La cultura europea ha estado pugnando inútilmente durante varios siglos por arraigarse íntimamente entre nosotros. Sin embargo, sólo en reducidos grupos sociales existe con vida artificial dicha cultura. Se ha formado así en América una forma cultural “cismática”, “patrimonio de pedantes y de imbéciles”. (Gamio, 1916:184, cit. en Villoro, 1987:196).
La verdadera nación para Agustín Yáñez era el reconocimiento de las culturas que conforman el país, esa mezcla de lo indígena con lo español, definiendo a esta acción como “mexicanidad”, “La Mexicanidad –identificación de lo español y lo indígena- es, primariamente, una comunicación (Yáñez, 1929:3, cit. en Villoro, 1987:197).
Otro destacado indigenista fue Antonio Caso el cual hizo notar que, desde la independencia, se remplaza el concepto de casta por el de clase social y dijo que “El concepto “raza”, aplicado a lo indígena resulta “anticientífico y debe ser remplazado por otras categorías sociales” y proponiendo la noción de clase social como concepto sociológico sustituto de “raza”.
Luis Villoro enuncia que el indio sólo puede llegar a su propia liberación habrá que negarlo como tal indio, y dejar las clasificaciones raciales de lado para acceder a lo universal:
Así, para salvar al indio habrá que acabar  por negarlo en cuanto tal indio, por suprimir su especificad. Pues que en la comunidad sin desigualdad de razas, no habrá ya “indios”, ni “blancos” ni “mestizos”, sino hombres que se reconozcan recíprocamente en su libertad. Las designaciones raciales perderán todo sentido social, porque aunque subsistan las razas ya no serán obstáculos para las relaciones humanas. El indigenismo debe postularse para perecer; debe ser una simple vía, un momento indispensable, pero pasajero, en el camino. Sólo en el momento en que llegue a negarse a sí mismo, logrará sus objetivos; porque ese acto será la señal de que la especificidad y distinción entre los elementos raciales ha cedido su lugar a la verdadera comunidad. Y, de parecida manera, sólo logrará el indio su reconocimiento definitivo por todos los hombres, su reconciliación final con la historia, en el momento en que pueda negarse a sí mismo. Entonces cesará para siempre su lucha con la historia universal y la condena que le agobiara desde la conquista. La hora de su libre renuncia marcará para él la del triunfo definitivo; el instante en que acepte y logre perderse como indígena, destruyendo su especificidad para acceder a lo universal, señalará su liberación definitiva (Villoro, 1987:230).
Bien hace referencia Octavio Paz al decir que el mexicano se siente ajeno a lo que es mestizo y si no lo es, no es parte del estado nacional, así lo mencionaba: “El mexicano no quiere ser ni indio, ni español. Tampoco quiere descender de ellos. Los niega. Y no se afirma en tanto que mestizo, sino como abstracción: es un hombre. Se vuelve hijo de la nada. Él empieza en sí mismo” (Paz, 1994:96).